V e i n t i u n o ( P a r t e 2 )

¡Si no has leído la primera parte, será mejor que corras a leerla!


Hubo una pausa larga en que la tensión se mantuvo. Mamá soltó un suspiro alargado hacia el suelo y negó con la cabeza, entonces volviendo a mirarme.

—¿Enserio lo preguntas?

Comprendí que estaba dolida porque dudaba de ella, que esa mirada acongojada no era porque la culpa la había alcanzado y lo que trataba de ocultar emergió a la superficie, sino porque, dentro de mi incredulidad le creía a un supuesto desconocido. Pero yo seguía con mis dudas, incluso con la mirada más desgarradora que ella pudiese darme.

—Respóndeme —insistí.

—Yo no engañé a tu padre, Onne.

No sé en qué momento dejé de respirar. Me percaté que contenía toda la angustia del momento en un jadeo que emití con su afirmación.

—Por favor... —Siniester seguía sin creerlo, lo que me hizo dudar otra vez. Se veía demasiado convencido para que solo fuera una absurda teoría.

—No lo hice —negó una vez más mamá, dirigiéndose al ojiazul, quien cruzaba los brazos sobre su pecho. El teatro hizo entender los gestos que hacían las personas, y teniendo en cuenta que Rust se cruzaba de brazos, concluyó que con él no podría llegar a nada. Los ojos cansados y tristes de mamá se posaron una vez más sobre mí—. ¿Qué clase de persona crees que soy? —me preguntó con la voz ahogada— No negaré que nos vimos un par de veces antes, salimos para charlar, pero nada más. No hubo segundas intenciones, siempre lo hicimos como dos viejos amigos.

Siniester soltó un gruñido en lo que escuchábamos que el bus escolar llegaba. Era el momento de decidir si me iba o me quedaba a aclarar las cosas.

—Estás mintiendo —pronunció con pesadez Siniester, dirigiéndose a su moto para marcharse.

No sé cómo quedé plantada en la acera, sin saber qué hacer. Los cuestionamientos y las dudas se plantaban en mí, subían como enredaderas por mi cuerpo, me tenían estática al tiempo en que las puertas del bus se abrían.

—Onne... —llamó mamá y me detuvo del brazo cuando coloqué un pie en el bus— no es necesario que vayas al colegio hoy.

Lo sabía, no era oportuno ir, pero de todas formas subí.

Con un paso lento llegué hacia el primer asiento vacío que encontré, me senté y saqué mis audífonos dispuesta a perderme del mundo por unos minutos, dejar de existir en pensamientos. Cerré los ojos e inspiré profundo, percatándome que era imposible despejar mi cabeza de la realidad. Todo lo que veía en ese oscuro abismo que acompañaba a mis pensamientos era la expresión de mamá.

De pronto, mi planteamiento de viaje se vio afectado por las exclamaciones de los otros estudiantes.

—¡Es Siniester! —exclamaba uno, entre el asombro y el miedo.

—¿Qué está haciendo? —preguntaba otro.

Abrí mis ojos en medio de una improvisada frenada por parte del conductor. Los chicos seguían mancillando el nombre de Siniester en sus bocas cuando se empezaron a aglomerar junto a la ventana y levantarse para mirar al frente. Rust se encontraba frente al autobús. Lo vi bajar de su moto, caminar con tranquilidad hacia la puerta del bus y golpearla para que el conductor abriera. No tuvo que insistir demasiado, en unos segundos el mismísimo Siniester caminaba por el pasillo hacia mi encuentro.

—Hablemos, niña.

Tragué saliva en mi asiento, perpleja. Ningún estudiante hizo el ademán de querer levantarse, ni siquiera el chofer le reclamó por hacer que bajara teniendo en cuenta que nos dirigíamos a Sandberg.

—Quiero volver con mamá —le dije al subirme detrás de él y posar mis manos en su espalda.

Como si hiciera un berrinche, gruñó, agarró mis manos y las colocó sobre su ombligo, como si se trataran de un cinturón de seguridad.

—Ya tendrás tiempo para hablar con ella —respondió a mi petición—, ahora es el momento de que me escuches a mí.

Para Rust el acantilado al final de la playa era el espacio que lo mantenía lejos de su vida, mirando al mar se volvía más paciente. Si lo hubiese conocido en persona te hubieses asombrado de lo mucho que bajaba la guardia; siempre cerraba los ojos, extendía sus brazos hacia los lados e inspiraba de la brisa marina. En una de sus escapadas se encontró con el sitio donde el mar se veía con magnificencia, las puestas de sol un deleite. El sitio gozaba de rocas gigantes que pocos se atrevían a subir, pero de hacer te convertía en alguien afortunado porque la vista no se comparaba con nada. Subir costó menos de lo que creí, omitiendo los desaires de una falda rebelde y zapatos resbaladizos.

Arriba, Rust y yo permanecimos en silencio un momento, contemplando el movimiento del mar. Flexioné mis piernas sobre la enorme roca donde nos sentamos y con angustia hablé primero:

—No quiero decepcionarme de ella. Prefiero la mentira antes que la verdad. Prefiero su mentira.

—¿Y vivir engañada? —preguntó— Quítate el velo y abre los ojos, niña.

—Prefiero la mentira, ya te lo dije. Hay verdades que duelen demasiado. Si lo que dices es cierto, si de verdad mamá engañaba a papá..., entonces quiero vivir en la mentira.

En mi pecho ya no embargaba la duda, lo hacia el dolor y la comprensión. Muy en el fondo entendía que si existía un engaño sería por mi causa. Las cosas necesitabas seguir un rumbo que yo había interrumpido, forzando que se quedara con papá. Ya te lo dije antes que el amor es la fuerza que perdura en el tiempo, y yo solo la podía haber aplazado. ¿cómo podía culpar a mamá de lo que hizo? No tendría cara, todo era mi responsabilidad.

—Será triste que yo te lo diga, pero después de lo que pasó no volverás a tener la misma relación con tu madre. La estrecha relación que probablemente tenían se irá rompiendo lentamente, lo que antes eran conversaciones se volverán simples palabras, y luego, en nada.

—Eso es lo que te pasó a ti con tu papá. Mi relación con mamá no puede ser tan fácil de romper.

—Sigue viviendo engañada, niña. —Quitó su mano de mi espalda. No me percaté en qué momento la colocó ahí. Al parecer, él tampoco se había percatado de tal acto, porque cuando miré con asombro su mano, Rust se cruzó de brazos carraspeando—. Después me darás la razón.

Dios... de solo pensar que su comentario poco consolador tenía un grado de realidad mi estómago se revolvió. Las cosas con mamá ya estaban lo suficientemente mal como para empeorarlas, pero el mismo motivo de la primera discusión llegó para joderla más. El colmo era que esa misma persona aseguraba que mi relación madre e hija no se arreglaría.

Quise apartarme lo suficiente de él como para bajar sin ayuda de la roca. Le planteé cara desde abajo, viendo su formada quijada marcarse aún más cuando lo señalé con el dedo.

—¿Te das cuenta de que esto es tu culpa? Llegaste gritando, derrochando autoritarismo y culpándome de algo que no cometí. Jamás debiste culpar a mamá de algo tan absurdo, ella no es la clase de persona que engaña a otras. Ella es amable, fiel, piensa en los sentimientos de los demás.

La existencia del que sería un Rust pasó a un segundo plano por completo, ahora un sonriente Siniester apoyaba sus brazos en las piernas y se encorvaba hacia abajo para dirigirme una mirada llena de malicia. Era el tipo de expresión que enseñaba a sus víctimas, los pobres borregos que se endeudaban con las personas menos indicadas y a quienes Siniester tenía que enseñar una lección.

—Me pregunto si esa descripción realmente se ajusta a ella —siseó—. No seas tan ciega, niña, puedo recordar perfectamente todas las discusiones a causa de tu pelirroja madre. —Su tono despectivo era casi vomitivo—. Mi viejo salía de casa arreglado, perfumado hasta los pies... ¿Sabes por qué un hombre se arregla tanto? Simple, porque tratamos de ganarnos a las chicas primero por apariencia. Y él tenía una buena, todavía puedo oler la estela de perfume que dejaba en el aire cuando la puerta se cerraba. Llegaba en la noche, con olor a alcohol, desarreglado y mamá siempre lo esperaba en el sofá, con los brazos cruzados o a veces cuidando de Tracy. Siempre las discusiones llegaban con un «¿con quién estabas?» que él intentaba esquivar. Jodido imbécil.

Es algo que ya sabía, pero Rust nunca mencionaba el con quién.

Seguí en mi enfoque defensivo, no pretendía doblegarme ante él por simples recuerdos de su niñez. Yo estaba de lado de mamá hasta que ella me dijera o demostrara lo contrario.

—Pudo estar con cualquiera, eso no quiere decir que sea mamá.

Siniester saltó y quedó justo frente a mí.

—Eres demasiado ingenua. Trata de justificarla tanto como quieras, sigue viviendo en un engaño y teniendo a tu madre como un santa o creyendo que la fotografía en la billetera era guardada por ser amigos.

—Ya te dije que la fotografía puede ser por el cariño que se tuvieron. ¿Es que no sabes que fueron a la misma universidad? Yo sé que vivieron muchas cosas juntos y su relación no terminó de la mejor forma... —Bastó una mirada llena de confianza para volver a dudar, Siniester se veía muy seguro de sus palabras. Yo solo tenía la convicción de que mamá no me había mentido, pero muy en el fondo también sospechaba—. Se veían para cerrar el ciclo, como viejos amigos, tal como lo dijo ella —concluí.

—Fue una amistad muy duradera, tanto que separó a mis padres.

Lo último fue dicho con una fracción de dolor que me llegó directo al pecho. Sabía por lo que Rust pasó y lo mucho que amaba a su madre. Cuando salíamos en los otros viajes muchas veces intenté ponerme en su lugar. Sí, yo perdí a papá en un accidente, no me había abandonado. El fallecimiento de papá fue repentino, su abandono fue planeado. Sin embargo, a pesar de comprender si situación, él no podía culpar a mi madre por ello, aunque el orgullo de Rust le dijera lo contrario.

—Te diré algo que tú no logras entender, o no quieres: el que tu madre te haya dejado, no significa que sea responsabilidad de nadie. Ella pudo abandonar a tu padre, terminar su relación, pero nunca debió dejarte a ti. ¡Eso es meramente su culpa!

—Me dejó porque pensó que sería como mi viejo.

—¿Por qué la justificas, Rust?

—¿Por qué justificas a la tuya?

—¡Porque no me has dado razones para que dude de ella! —exclamé, extendiendo las manos al cielo como pidiendo más paciencia—. Es mi mamá, es la única persona que tengo aquí. Tú solo hablas desde el rencor y la desinformación, te guías por una foto; yo me guio por cómo es mamá. Ella no actuaría así, no sería infiel. Está en sus principios, desde siempre.

—Ella fue a ver a mi padre el sábado, me lo contó Tracy. Tuvieron una discusión encerrados en la oficina de papá. Ve tú a saber sobre qué hablaron, aunque algo me dice que precisamente sobre lo que hacían antes.

¿Por qué mamá se arriesgaría en ir donde Jax Wilson solo porque me vio con Rust? Era la duda que brotaba en mi cabeza. Podía haber bastado con una simple advertencia, pero no, ella había ido hasta su casa.

No quise mostrarme voluble, así que solté mi primera suposición:

—Puede que mamá no quisiera que me enterara porque no deseaba confusiones de este tipo. O porque teme que las cosas se repitan...

Me quedé con las palabras en la boca y dejé que el viento se las llevara. No obstante, el rostro curioso de Rust permaneció, estudiándome. Mi evidente silencio llamó a sus sospechas.

—¿Qué cosas?

—El tipo de cosas que pasa cuando dos personas se quieren pero una se interesa más por la otra.

Como el tipo de relación que precisamente Rust y yo teníamos, irónicamente.

—Es decir que tu santa madre se enamoró de papá y él no sentía lo mismo, por eso, después de un tiempo, se volvieron a encontrar despertando el interés y como mis padres no tenían una buena relación él le fue infiel con tu madre.

Apenas pude entender lo que dijo, solo noté que seguía atribuyéndole antagonismo a mamá.

—Maldición, deja de insinuar que tenían una aventura. Hasta que no salga de mamá, me mantendré escéptica a eso.

—A veces me gustaría vivir en la ingenuidad como tú —confesó—. Me pregunto qué estaría haciendo si seguía con él. Tal vez no hubiera repetido un año, estaría ahora en el colegio sin miedo a que putas bandas me persigan, no hubiese conocido a Ramslo ni me habría enamorado de Shanelle, y ella no habría terminado conmigo por una foto de mierda.

—Créeme que nada de eso ocurriría.

Por supuesto que las cosas serían diferentes. Rust y yo no existiríamos, mis viajes jamás se habrían realizado, papá probablemente seguiría vivo y mamá tendría una linda familia justo a Jax Wilson. ¿Lindo, verdad? Seguro que sí. Todo hubiese acabado con un felices por siempre que yo decidí alargar. Incluso estando allí, junto a Rust, sabía que éramos espejismos de una realidad que jamás funcionaría.

Un chasquido de dedos me regresó de mis pensamientos.

—¿Por qué le mostraste la foto a Shanelle?

Aclamé paciencia a los sabios del cielo o donde fuera. Y pensar que ese cuestionamiento desencadenó aquella terrible mañana.

—Yo no fui —repetí una vez más—. Revísame, no tengo mi celular —estiré mis brazos hacia los lados permitiendo que Rust se acercara. Él pareció dudarlo, luego se contuvo—. Ayer lo perdí y aún no lo encuentro. Creo que lo tiene Claus.

Llevó una mano a su barbilla y luego la guio hacia el tirante de mi bolso, deslizando su dedo sobre un dibujo hecho con marcador negro.

—¿Por qué tomarme una foto? —preguntó esta vez.

Dos cachetadas de aire me golpearon ambas mejillas. Bajé la guardia y jugué con mis dedos, nerviosa por su reacción.

—Es que... te veías muy tierno durmiendo con los gatos —musité, encogida de hombros.

—Tú tienes un serio problema conmigo —soltó, arrogante—. Ya te dije que no me gustan las pelirrojas, culpa a tu madre por eso.

—Entonces... tú odias a las pelirrojas porque crees que mamá tuvo que ver en la separación de tus padres y el abandono de tu madre.

Tenía su punto el chico, algo tonto, pero lo tenía.

—Suena absurdo cuando lo dices así, pero hay mucho más. Ven aquí. —Sacudió la mano en su dirección, un acto que no esperaba.

—¿Cómo?

—Que te muevas a la posición donde yo me encuentro y te quedes quieta —explicó con lentitud.

—No era necesario que me explicaras eso —reclamé, situándome en su puesto. Rust se hizo a un lado, camino hacia mi espalda y cubrió mis ojos. Mi corazón vibró bajo mi pecho, sobre todo cuando sus palabras llegaban a mí en un susurro cálido que competía con el viento.

—Ponte en mi lugar —me dijo—: Eres un Rust de unos tres años, quien, por muy pequeño, sabes qué gritos es igual a discusiones. A un lado está tu mamá —continuó, susurrándole a mi oído derecho—, la mujer que te abraza besa, te ayuda con las tareas, mima a tu hermana y media hermana, puede repartir amor sin esperar nada a cambio. —Se calló un momento y volvió a mi oído izquierdo—. Y al otro lado está tu papá, un hombre que no ves a menudo, sino que pasas viendo más por la televisión, que llega a casa prestándole más interés a tu media hermana y que siempre que podía estar contigo era interrumpido, alguien que no sabe administrar bien su tiempo y su cariño. Esa es la situación, ahora ambos padres pelean porque resulta que su madre descubre que tu padre no solo salía por trabajo, sino también para encontrarse con alguien.

Mientras Rust iba contándome su historia, yo transformaba sus palabras en figuras con su rostro en un espacio oscuro, donde todo parecía hecho de humo. Entonces hubo un instante largo en que me dejé envolver en la oscuridad de mi imaginación, siendo guiada solo por la voz de Rust.

—Vas creciendo con más discusiones —continuó—, se aglomeran entre ambos y no puedes evitar estar ahí, porque por mucho que trates de encerrarte no puedes huir de ellas. Sabes que uno de ellos está haciendo las cosas mal: tu padre. Las palabras que antes no sabías, como engañar, salir con alguien más, llegar tarde, ser un borracho, y otras las aprendes... formas una mala imagen que alguien que admirabas por la televisión, pero no importa, porque al otro lado está la figura materna que todo lo cambia con un abrazo, hasta que un día no soporta más y decide que tu padre tome más responsabilidades, y lo que antes era una amenaza se vuelve realidad. Tu madre se va.

A mi menté llegó la imagen de un pequeño Rust llorando en la puerta de la casa, esperando que alguna vez su madre regresara.

—Rust, insisto: el que tu madre te haya abandonado no es culpa de nadie, ella debió mantenerse contigo y Tracy.

No dejó que apartara sus manos de mis ojos, en lugar de ello, siguió contando una historia que ya conocía.

—No he terminado —susurró de nuevo y permaneció en silencio unos segundos—: Tratas de comprender por qué, pero solo que queda un padre a quien, lentamente, vas culpando de todo; las discusiones lo ponían a él como culpable, él engañaba a mamá, ¿no? Y cuando tratas de buscar dónde puede estar tu madre o saber algún dato de ella, descubres que en la billetera de tu padre está la fotografía de una pelirroja y tu media hermana. Conectas los puntos para comprender mejor, así que concluyes que esa mujer era de la que tu madre tanto le discutía a su padre. Ahora la imagen del hombre que tontamente querías seguir se convierte en puros escombros; lo detestas por no ser un buen padre ni un buen marido. Decides ser alguien más, pero no tienes a nadie, te sientes solo. De pronto, llegas a un sitio diferente, un sitio donde puedes desahogarte. Te encuentras con personas geniales y conoces a un hombre que puede ser la figura paterna que necesitas, sin embargo, dentro de ese mundo no estás a salvo, pero ¿qué más da? Eres feliz con tu nueva vida, siendo parte de algo. Pero, cuando menos lo esperas, la figura paterna que tanto quieres se va, y te deja siendo el responsable de todos sus actos y de su hija...

—Y te convierte en lo que eres ahora: en un apodo que otros buscan enterrar —interrumpo—. Fin de la historia.

Quitó sus manos de mi rostro y mientras me preocupaba de acostumbrarme a la bramante luz, Rust se situó frente a mí.

—Quiero que sepas que no hay nada de lo que me arrepienta —aseguró—. Soy quien soy gracias a todas las decisiones que tomé.

Le sonreí con compasión, porque ante mí solo veía alguien dolido.

—¿Y no te gustaría volver en el tiempo y cambiar algo? —curioseé, alcanzando su flequillo rubio y desordenándolo.

—Hay una cosa que desearía cambiar —admitió y capturó mi mano antes de que la bajara—, algo que no me hace muy diferente a mi viejo.

La tarde en que dormimos, por supuesto.

—Olvida eso.

—De no haber empezado con ese tonto juego de ver si eras de confianza jamás le habría sido infiel, ni habría fotografía ahora, ni estaría aquí...

—Es mi culpa —aclaré—. Tomo toda la responsabilidad de lo que pasó ese día, soy yo la que inició todo.

Traté de esconder mi mano, rehuir de su agarre, que lentamente se había convertido en un algo diferente. No existía agresividad, pero el deslizamiento de su mano hacia la mía despertó un cosquilleo violento.

—El problema no es haber sido infiel, el problema es que incluso ahora mismo quiero que se repita.



A ver si se puede esta vez u.u

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