V e i n t i d ó s


Como detesto lo manipulable que puede llegar a ser una persona enamorada, alguien a quien su mundo se enciende con colores vibrante solo por recibir unas cuantas palabras lindas o sinceras. No importa el contexto o la situación, ese alguien especial puede sacarte del más profundo abismo y elevarte a la más grande nube.

A veces me imaginaba como un juguete al que se le agotaba la batería con facilidad, y a Rust lo imaginaba como el que me recargaba con sus escasas palabras bonitas. Podría ser ese su don, además de ser un testarudo idiota.

(Sí, estoy diciendo que ser "testarudo" puede ser un don... Ya sabes, en ocasiones es fácil doblegarse.)

Dejando de lado esa comparación que no viene al caso, no negaré que mi yo interno saltó en un pie cuando escuchó su confesión. Él quería repetir lo que ocurrió tanto como yo, lo que significaba que, aunque la mayor parte estuviese caminando en otra dirección, existía un camino para avanzar hacia mí. Dentro de su rubia cabeza estaba la posibilidad de quererme, de ser lo que alguna vez fuimos en líneas anteriores. Sin embargo, por muy lindo y esperanzador que sonara, la realidad podía ser diferente. No había pasado una semana de su ruptura, sin mencionar que su aparición en mi casa fue para culparme por ello... O la foto. Por otro lado, él dijo que quería repetir lo que hicimos, no que le gustaba...

Me imaginé quitándome el bolso y lanzándolo en la cara de Rust. Se trató de una linda imagen para mis deseos violentos reprimidos.

—Si quieres usarme para tener relaciones mejor ve a buscar a alguien más —amancillé acomodando mi uniforme.

Las cejas gruesas de Rust se alzaron arrugando su frente con largas líneas horizontales que se iban marcando cada vez más.

—Interesante... —dijo abstraído en su propio mundo— aunque yo no estaba pensando en el sexo.

Su tonada de inocencia me pareció sencillamente falsa, lo que realzó con más furia mi llama interna.

—Estás mintiendo —desdeñé, apretando el lazo de mi bolso cruzaba mi torso. Dios, qué ganas tenía de lanzarle el bolso por hacerme ver como una malpensada.

—Hubo más que penetración ese día.

Creo que la conversación se desvirtuó de una manera espectacular y cómicamente incómoda. No era de sorprenderse ver mi rostro encendido por la simpleza de sus palabras y el que lo dijera como si nada.

—¡Oye, cállate! —le grité y me cubrí las orejas— Es horrible que lo digas así.

—¿Por qué te pones tan tímida hablando de un acto natural del ser humano para procrear o sentir placer? Te ves como un gato engrifado, más esponjosa de lo que ya eres.

Un martes de locos, en definitiva.

—Escúchame: no negaré que ese "quiero que se repita" me hace feliz, pero tanto tú como yo sabemos que después de todo volverás con Shanelle. Después me dirás que no existo y mis sospechas sobre tu padecimiento de bipolaridad en esta lín... linda vida se harán acertadas.

—Ahora resulta que puedes ver el futuro —comentó impresionado—. Vaya..., cada día me intrigas más, Esponjosa.

Antes de esclarecer que ambos veíamos las cosas desde puntos muy diferentes, me dirigí hacia la moto estacionada a unos metros de dónde nos encontrábamos. Allí esperé que Rust llegara, subiera, encendiera la moto y nos marcháramos, pero él no tenía intenciones de hacerlo.

—Quiero irme a casa, necesito ver cómo está mamá. Ni siquiera puedo llamarla.

Agaché la mirada arrepentida por haberla dejado. En mi consciencia permanecía el pensamiento inquieto que mitigaba a la culpa. Había dudado de ella y no solo eso, también pretendí huir de nuestra conversación yendo a clases. Me sentía como la peor hija del mundo porque, al fin y al cabo, su única familia en la enorme ciudad era yo, y mi única familia era ella.

—Ah, claro, porque perdiste tu celular. —Seguía sin creerme.

¿Cómo llegué a enamorarme de alguien que no confiaba en mí? Que sus estados de ánimo y forma de tratarme cambiaban tanto como el clima y que, recientemente, había dicho que no existiría para él. Santo cielo, estaba tan condenadamente perdida.

—¿Y sabes conducir una bestia como esa? —preguntó a no obtener un comentario de mi parte.

—No, pero tú sí.

—Creo que no te lo dije antes, Esponjosa, pero te traje aquí para que me escucharas, así que el viaje de ida corría por mí, el de vuelta... Ese debe correr por tu cuenta.

Se miró las uñas e ignoró mi presencia los segundos en que procesaba su doble intención, por supuesto que el transporte debía correr por mi cuenta o me diría «¿me ves cara de Thomas el tren?» o «No voy a llevarte gratis».

—Ah... —suspiró—me apetecen unas cervezas bien frías... —comentó al aire como si quisiera darme una pista.

Dejé caer mis tensos hombros y permití que mi cuerpo se templara, ya que estaba reacio a cualquier reacción contraproducente a cambio de llevarme a casa. Decidí acceder a su indirecta para no alargar más el día.

—Te comparé un pack de cervezas si me llevas a casa —murmuré entre dientes.

La sonrisa triunfal de Rust no dejó cabida a advertencias de mi parte sobre el costo de las cervezas.

—Hecho —se adelantó a decir y luego se encaminó a la moto con las llaves girando en su dedo.

Me llevó hacia una botillería que quedaba cerca de la playa, subiendo por la calle de unos enormes edificios por la zona adinerada. No estábamos lejos de la casa de su padre, teníamos que subir más hacia los cerros y pasar el mirador. Rust ignoró ese comentario tras mencionarlo, su disgusto permaneció latente hasta que se puso a elegir las cervezas. El vendedor no hizo ápice de sospechar por nuestra edad, ni siquiera porque estábamos en uniforme, y yo lejos de reclamar esto, me ceñí a pagar pronto.

—¿Puedes apresurarte? —espeté mientras Rust sacaba una cerveza y guardaba las demás en la maleta de la moto, por supuesto, con toda la calma del mundo.

—Te dije que tengo sed.

—Nunca dijiste eso.

Rust podía ser tan desalmado a veces... Regodeándose de su orgullo y la cerveza gratis, se sentó en la cuneta y abrió la cerveza emitiendo un satisfactorio sonido. Dio un trago largo y cerró los ojos al levantar su cabeza. Yo tragué saliva al tanto en que mis pensamientos preocupados y exigentes se convertían en un «¿será que la sed es contagiosa?» porque mi garganta se secó.

—¿Quieres? —ofreció.

Miré hacia los lados y apreté con fuerza el lazo de mi bolso.

—Solo porque quiero irme a casa pronto —farfullé como mala excusa.

Un sorbo de cerveza no le haría mal a nadie, ¿verdad?

Terminé sentada junto a Rust, observando hacia la calle a la espera de que terminara la lata de cerveza.

—¿Shanelle no te dijo quién le enseñó la foto?

—No —respondió con evidente disgusto—. Ella no dijo mucho. En realidad, no es el tipo de persona que habla. Es callada, muy observadora, ella se comunica con las miradas y expresiones. Si la conoces bien te darás cuenta de que las palabras sobran.

Me atreví a detallar su perfil en el silencio que hubo durante unos minutos. No se veía mal por hablar de Shanelle, pero sus palabras sonaban más gastadas que en la playa. Quise creer que era así por la cerveza y no porque de verdad le dolía la ruptura. Entonces la duda sobre sus palabras se amancilló otra vez en mi cabeza.

Maldición... si él me veía como una aventura lo mataría.

Recibí la cerveza casi vacía y la mantuve un momento entre mis manos, tratando de juntar el valor necesario para preguntarle a Rust con qué ojos me veía.

—Sobre lo que te dije fuera de la cafetería... —habló de pronto— lo de que ya no existes para mí... Lo dije porque Shanelle sospechaba, y porque soy un cobarde de mierda que no pudo decirle que entre tú y yo hubo algo más.

Como podrás notar, «hubo» no es el verbo correcto que podía usar para nuestra extraña relación. Me permití digerir sus palabras y no acomodarlas a la realidad ya que se estaba sincerando.

—Bien —remití—, pero pudiste aclararlo antes de hacerme añicos el corazón.

—¿Realmente te gusto? —preguntó ofuscado, más serio de lo que pensé que estaría.

Sonreí y le desordené el flequillo.

—Tanto que, si algo te pasara y pudiese retroceder en el tiempo para salvarte, lo haría.

—Creí que solo te atraía por mi cuerpo.

Ja, al parecer el ego viene de familia.

Pues sí, la genética había hecho un buen trabajo con Rust, aunque tenía más razones para fijarme en un tipo rubio y con los ojos azules.

—Tú no me atraes por esto... —lo señalé con mi mano e hice un recorrido desde su hombro hasta la cintura— Me atraes por esto —y volví a su pecho para señalar su corazón—, y un poquito de esto —subí a su cabeza—. Poco, porque a veces eres muy terco.

Creo que era el instante perfecto para que me respondiera algo que hiciera batir mi corazón más acelerado de lo que ya estaba. Ya sabes, ese tipo de cosas siempre acaban así en las películas, habría ocurrido (creo) de no ser por una llamada entrante a su celular.

—Es mi viejo —previno al ver la pantalla. Su semblante tranquilo volvió a tensarse al poner el celular en su oreja—. ¿Qué? —le preguntó con la voz cargada— Sí..., ¿y qué? —Una pausa. Al parecer, su padre lo estaba regañando—. Será un problema, sí, pero mío.

Y colgó. Exasperado y respirando con agitación, guardó el celular en el bolsillo de su pantalón. Le cedí la cerveza y él le dio un último sorbo antes de lanzarla a la calle con irritación.

—¿Qué quería?

—Lo llamaron de la dirección porque falté a clases —respondió, colocándose de pie.

—A mamá también la debieron llamar.

Dijimos adiós a la apacible estadía en aquella calle cerca de la playa y partimos rumbo a casa. Rust detuvo su moto al inicio de la calle para que mamá no me viera llegar junto a él, acción innecesaria porque cualquier ser con dos neuronas lo habría supuesto. Mamá no tiene un pelo de tonta.

—¿Estabas con él?

No era una pregunta que demandaba explicaciones, por lo que me limité a asentir lentamente mientras me quitaba el bolso. Los terribles ánimos de discusiones ya no existían, permanecía un extraño e inconforme silencio, de esos que necesitas llenar con algo o te absorbe.

—Me quería explicar las cosas —respondí dirigiéndome a ella, pero no pude ni mirarla a los ojos, estaba demasiado avergonzada—. Se inventó una historia en su cabeza que empieza por la infidelidad de su padre contigo por culpa de una fotografía que tiene guardada.

La distancia entre ambas se mantuvo.

—Es una foto donde salimos con su media hermana, seguro —añadió—. Se la di en nuestro primer encuentro, creí que sería bueno que la tuviese él como alguna clase de recuerdo. Onne, entiendo el motivo de tu desconfianza —empezó a decir con la calma de una madre arrullando a su bebé para hacerlo dormir y extendió su mano para pasarla por mi mejilla—, pero quiero que entiendas que amé, amor y amaré a tu padre, siempre. Lo que haya tenido con Jax se limitará siempre a una buena amistad. Él tenía muchos problemas con su esposa y yo tenía los míos con la actuación, nos ayudábamos mutuamente. Y créeme, ambos sabíamos hasta qué puntos llegar. Incluso tu padre sabía de aquellos encuentros...

La sola mención de papá me hizo estallar en llanto. Me acerqué a mamá y la abracé con más fuerza que nunca, como si temiera perderla también. La abracé con dolor y clamor, embargando una terrible amargura en el alma. Una vez que mamá me respondió el abrazo, hice lo que no me atreví antes.

—Perdóname, yo nunca debí dudar de ti. Nunca, sobre nada, incluso si alguna vez pasó por tu cabeza... Todo es mi culpa. Jamás debí faltarte el respeto, ni sacarte en cara nada. Jamás... No me corresponde...

—Tranquila —me acallaba ella—, yo sé que lo hiciste por el calor del momento —me justificaba también llorando.

—No, no... Perdóname —insistía yo—. Todo esto es mi culpa. Yo lo hice...

Mamá me tomó por los hombros para ver mi rojo y mojado rostro. Yo simplemente lloraba sin poder quitarme de la cabeza sus palabras, ni la culpa que me embargaba.

—¿Qué pasa? —me preguntó, asustada— ¿Qué te pasó?

Cerré mis ojos porque tenía miedo de enfrentar la verdad. A pesar de estar dispuesta a contarle todo, no me atrevía a decirle que su destino siempre fue estar con alguien que no era papá.

—Necesito decirte que yo... Yo no soy como los demás, tengo un algo especial, como un superpoder —le dije entre sollozos—. Lo tengo desde hace mucho tiempo... Yo puedo...

«... retroceder en el tiempo», debía concluir.

Mi disposición a confesarme el más grande de mis secretos quedó en un silencio que despertó en inquietantes sonidos de bocinas, gritos, música. Un nuevo viaje al pasado interrumpió todo, esta vez, al día que papá había planeado mi existencia.

Tenía la posibilidad de cambiarlo todo, hacer las cosas bien y dejar de existir.






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