S i e t e

¡Sorpresa! Como soy una persona gentil, les traigo un nuevo capítulo :D 

Quiero mucho laf, votos y comentarios, eh *3*

¿Recuerdas cuando te pregunté sobre la fuerza que viaja a través del tiempo? No solo me refería al amor que juraba predestinado entre Rust y yo, también me refería al de todos los demás. Esto, incluyendo el extraño romance que se presentó en la vida de mamá. Pero ¿qué rayos tiene que ver esto ahora?

La respuesta: mucho.

De hecho, creo que es el inicio de todo lo que ocurrió.

Sabes que puedo viajar el tiempo, esto a cualquier fecha dentro de la existencia de mis padres, excepto al día en que papá falleció. Es decir, podía estar en el nacimiento de papá si lo quería o ver la graduación de mamá. Un privilegio que una maldición tan extraña como la mía podía traer. Lo único que necesitaba era experimentar, fijarme en la fecha y programar mi alarma para que las cosas no me fueran turbias.

El día en que le pregunté a mamá cómo empezó su creencia sobre la Luna y que ésta podía oírnos, respondió que una persona especial le dijo que, si estaba molesta o quería insultarlo, se lo dijera a la Luna porque sería a la única que tendrían en común.

Esa persona no se trató de mi padre, sino del padre de Rust, Jax Wilson.

Mamá trabajaba en una cafetería de la ciudad —la misma donde vives— junto a dos de sus amigas. Siendo una lectora empedernida conocía las intenciones de un rubio de ojos azulados que cada domingo, religiosamente, invitaba a tomar café a chicas diferentes. Su reputación siempre fue dudosa, y mi madre sabía que involucrarse en el camino de él traería problemas. Su nombre era Jax Amadeus Wilson.

»Mantenerse al margen de su persona no dio resultados, una fuerza continuaba uniéndolos en diferentes aspectos de la vida. De forma inevitable, conciliaron una amistad que no tardó en desnudar sentimientos más fuertes. Uno unilateral. En el tiempo que las cosas parecían marchar bien, él tomó la decisión de responsabilizarse siendo el padre de una niña pequeña de ojos azules y su madre, una mujer que pronto moriría.

Todo se resumió en mamá con el corazón roto.

Sin embargo, existían muchas cosas pendientes y algo como lo que tuvieron ellos no podía terminar así. Necesitaban cerrar el ciclo, tal vez, solo un indicio de que estuvieran bien. Algo necesitaba pasar que no llegó a ocurrir.

La aparición de alguien más forzó las cosas a tener un desenlace diferente.

Esa persona arregló todo para que mis padres se conocieran una tarde después de la universidad. Sabía que era un 13 de marzo a las 14:56. Conocía a mamá en su totalidad, conocía sus horarios y dónde aguardaba el transporte a casa para que, cuando menos lo esperara, empujar a papá, provocando que ambos chocaran con tal impacto que los llevó a mezclar sus pertenencias. Papá entonces confundió su diario con el de mamá y se lo llevó a casa, teniendo una justificación para verse una segunda vez. Lo que vino después fue una amistad que terminó en romance.

Yo no supe quién era el responsable, solo entendía que mi vida diaria era consecuencia de dicho acto; uno que no me arriesgaba a catalogar como un plan muy macabro o darle un agradecimiento porque yo existo gracias a ello. Si llegaba a cambiarlo, seguramente Rust y yo no existiríamos.

Ni siquiera seríamos un recuerdo.

Dejé que las cosas permanecieran como tal, sin nunca atreverme a saber quién estaba detrás del cambio.

Evidentemente, esa fuerza sobrenatural que mantiene a las personas unidas debía desenmarañarse y lograr su cometido. Por más que intentemos forzar algo, siempre resultará como está predispuesto.

El reencuentro entre mamá y el padre de Rust tendría que darse, pero ¿cómo terminaría este ciclo que no había cerrado?

La aparición del padre de Rust y Tracy frente a nosotras lo definiría.

Los segundos se volvieron minutos en el encuentro de sus miradas. El asombro no se hizo esperar escudándolos como una armadura en sus rostros, la palidez se pronunció en la piel y el deseo de entender si realmente se habían encontrado se hundió en un susurro que formulaba el nombre de cada uno.

Yo, que reaccioné ante Rust con unos deseos incontrolables de abrazarlo y llorar, me pregunté qué pasaba por la cabeza de mamá al reencontrarse con su viejo amor. No podía describirlo desde mi perspectiva, solo limitarme a observar tan atónita como ellos, esperando que alguno se animara a decir más.

—Wilson —llamó el Inspector General.

Esto distrajo a todos, pero el padre de Rust ni siquiera hizo caso al llamado. En su lugar, movió sus labios de una forma que anticipaba alguna palabra. Iba a hablarle a mamá.

—Permiso —formuló esta vez ella, adoptando una expresión más seria. Detrás, el Inspector General volvía a decir su apellido. Tracy se levantaba de su asiento.

El padre de Rust reaccionó haciéndose a un lado, permitiendo el paso. Mamá actuaba como si no lo conociera, aunque yo lo sabía todo. O la mayor parte de lo que entre ellos ocurrió.

Seguimos caminando por el pasillo en dirección al hall de Sandberg, el silencio era horriblemente incómodo.

—¿Mamá estás molesta? —Busqué hacerla hablar, estaba preocupada de no llevarme siquiera un regaño.

Antes de que respondiera, el padre de Rust gritó su apellido paterno.

La palabra «Reedus» hizo eco hasta el último rincón del enorme hall, provocando que mamá parara en seco y volteara. Yo hice lo mismo descubriendo que el padre de Rust ni siquiera había hecho los trámites ni liberaba a Tracy de la reclusión.

Con pasos firmes, el retirado actor se encaminó hacia nosotros. Sus azules y cansados ojos iban de mamá, luego a mí y volvían a mamá. Estando lo suficientemente cerca, quien tomó la palabra fue ella otra vez.

—Es O'Haggan ahora —le corrigió.

Con una sonrisa, él bajo la cabeza.

—No pierdo la costumbre —se excusó.

—Nunca fuiste de costumbres —soltó mamá formando una diminuta sonrisa.

Otra pausa.

En mis pensamientos repetía que mamá no dijera las cinco palabras que me dejarían en una duda permanente, pero las pronunció con tanta autoridad que no me quedó de otra que obedecer.

—Onne —dijo, sacando de un bolsillo las llaves—, espérame en el auto.

Regresó a los pocos minutos después, seria y sin ganas de hablar. Dijo con la voz cargada y acelerando a tope: «quiero comprarme una pizza familiar».

Llegamos a una pizzería del centro, pedimos un combo familiar, buscamos una mesa lejos del baño y nos sentamos a esperar.

—¿Quién era él? —pregunté tratando de sonar indiferente—. Es decir, ¿de dónde lo conoces?

Creí que mamá se haría la desentendida sobre el tema, pero no, respondió con la misma tonada indiferente que yo.

—Un amigo de la universidad, coincidimos en la clase de Expresión Vocal.

—Oh, y... ¿hace mucho no se veían?

—Sí, mucho.

La miré con franqueza en busca de la mentira o descubrir qué sentía reencontrándose otra vez con Jax Wilson, la persona que había influido para que cambiara sus reglas. ¿El problema? Mamá estaba haciendo lo mismo conmigo.

—¿Está soltero? Digo, tú sabes que...

—Onne, si te preocupa que tenga un nuevo novio o tener un padrastro, despreocúpate —se apresuró en explicar—. Él no es mi tipo, tampoco quiero reemplazar a tu padre.

Una madre siempre lleva años de ventaja. No podía actuar sin que la curiosidad me despedazara.

—No me estoy poniendo en plan hija celosa, no creo que esté mal que salgas con hombres. Hace mucho tiempo que papá ya no está, comprendo que tienes que hacer una vida más allá de él.

—Entonces lo tendré presente para futuras citas —bromeó—. Hablando en serio: dime qué te preocupa.

—Nada.

Claramente no era la respuesta que ella esperaba; lo demostró con su inclinación de cabeza y reposando la espalda en el respaldo de la silla.

—No me digas que estás en la etapa adolescente de no quiero contarle nada a mis padres.

—Tal vez lo estoy —sonreí con malicia recordando una plática similar en otro de mis viajes.

—Mejor dime qué hizo esa chiquilla para que reaccionaras así. ¿Te está intimidando o algo?

—Se burló de alguien —respondí—. Además, alguien tenía que darle una lección para que deje de interrumpir nuestra despedida mañanera.

—Aunque apoyo lo último, no apoyaré tu acto, Onne —aclaró mamá—. Abalanzarse sobre ella no fue correcto.

Mi oportunidad de preguntar más de la charla vio la luz una última vez.

—¿Su padre te dijo algo por la pelea?

—Algo así, se disculpó por cualquier acto que haya cometido su hija, yo le dije que también lo sentía.

Mamá había actuado y seguía actuando. La conocía tan bien como para darme cuenta de que la plática entre ella y el padre de Rust fue más allá.

Decidí no preguntar más.

Regresamos a casa rondando las siete de la tarde, tras un recorrido por el teatro donde mamá se preparaba para trabajar. Llegué arrastrándome a mi habitación tan cansada como para dormir una eternidad.

¿Conoces el cuento de Ricitos de Oro y los tres ositos? La ver dad, yo no aparentaba ser un oso, ni mucho menos planeaba encontrar a la versión hombre de Ricitos de Oro durmiendo en mi cama. Pero ahí estaba Rust, viéndose tan inocente mientras dormía.

El muy descarado la había forzado para entrar, ya ni siquiera podía ponerle pestillo o dejarla levantada, siempre caía.

Antes de lanzar un grito por el descubrimiento, callé todo deseo por hacerlo trizas. Si gritaba y mamá llegaba a encontrarse con Rust en mi cuarto, no terminaría bien. Y no me refiero a los típicos problemas de madre sobreprotectora que no deja tener novio, sino porque en mi cama estaba el hijo del sujeto con quien se reencontró hacía unas horas. Ni hablar de las explicaciones sobre qué pretendía Rust en mi cuarto.

Opté por despertarlo. Rust inspiró hondo, girando y arrugando sus cejas y nariz. De forma lenta, abrió sus ojos para mirarme con confusión. No lo vi asustado, más bien, pasó de mi existencia volviendo a acomodarse.

—¿Qué pretendías rompiendo mi ventana?

—Eso es obvio, pretendía entrar —respondió, colocando una almohada bajo su cabeza. Le arrebaté la almohada y lo obligué a levantarse.

—¿Qué haces aquí? —insistí.

—Eso no es de tu incumbencia, Rojita.

Se desligó de mi agarre y se levantó de la cama. Qué ganas tenía de ponerlo en su lugar.

—Es mi cuarto —argumenté.

—Y el lugar que yo usaba para esconderme antes de que llegarás —contraatacó con altivez. Una lucha interna por saber quién de los dos apartaría la vista empezó. El perdedor fue él—. ¿Todavía no ordenas el jodido cuarto? A ver... —empezó a revisar las cajas— ¿Qué tienes aquí...? —De la primera caja sacó un oso blanco con un gorro— ¿Un peluche? Desperdicio de espacio.

—Dame eso —gruñí. Le quité el oso y de paso la caja.

No tardó en encontrar otra y fisgonear.

—¿Una caja musical? Basura.

—Tú tienes el gen intruso, ¿eh? —Dejé la caja a un lado y, prácticamente, corrí a arrebatarle un pequeño vaso que almacenaba una vela roja dentro—. ¡No toques eso!

Emitió un chasquido y avanzó por otro lado del cuarto. Su interés cayó en una caja con esmaltes de todos los colores que pillé antes de volver a Los Ángeles. Me gustaba coleccionarlo, también disfrutaba hacerme diseños en las uñas... aunque, según la política de Sandberg, ya no podía pintarlas.

Rust sacó un esmalte rojo y tiró la caja sobre la cama. Su descuidado gesto me puso los pelos de punta, pero el olor me distrajo.

—Esto huele bien —comentó Rust, oliendo el esmalte.

Inconscientemente sonreí. Ya estaba perdida en las vidas anteriores.

Agarré la brocha del esmalte y busqué la mano de Rust, entonces empecé a pintar su uña meñique de rojo. Me gustó tomar su mano de nuevo, pero me gustó más el silencioso momento que se dio.

—¿Por qué haces esto? —cuestionó, sin oponerse a mi acción. El momento en que dejé de pintarle, apartó su mano con cuidado.

—Es una vieja costumbre —confesé y a continuación pinté mi meñique.

Tuve su mirada sobre mí más tiempo del que creí posible. Me estudiaba en silencio, quería saciar la curiosidad que había despertado en él. Ya no teníamos escapatoria del otro, seguíamos enlazados.

—¿Quién eres?

—Soy Yionne, hola.

Una extensa presentación se ocultaba detrás de mi burlona respuesta.

—No. —Su severa expresión se acentuó. Siniester quería aparecer—. Quién es la persona detrás de todo... esto. ¿Cómo sabes de todo, pero nunca te vi en nada? ¿Por qué me miras y actúas con tanta confianza? ¿Qué ocultas?

—No estás en posición de preguntar algo así, ni yo estoy en posición para responder, Rust.

—Siniester —amonestó.

Una risa altanera salió disparada de mi boca.

—Para mí eres Rust.

Siguió paseándose por mi cuarto. Lo oí preguntar en plena inspección de fotografías:

—¿Qué más sabes? De mí, de todos.

Y yo acabé respondiéndole:

—Te sorprendería todo lo que sé.

Dejó a un lado la fotografía de papá, girando para exigir que hablara, pero me negué a hacerlo. No insistió, en lugar de ello, se detuvo en una fotografía enmarcada de mamá. En ella aparece con un traje de época, interpretando a Laura de El Perfume.

—¿Ella es tu madre?

«Recuerdo esto», pensé para mis adentros.

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada.

—¿Eres tímido ahora? No te servirá conmigo.

Mi incitación sedujo su interés para volver adoptar esa faceta cautelosa sobre mi persona.

—Si lo sabes, ¿por qué la pregunta?

Quizá te impresione que Rust sonara tan confiado sobre el tema de creerme, hablando sobre lo que sé de él como si fuera normal. Tal vez se debía al trato que le daba, aunque creo que la mayor parte de esto se debía a que en el fondo era su forma de autodefensa ante cualquier cosa. Mostrarse cercano a alguien que desconfías funciona a veces.

—Quería saber si mentías.

Pasó su lengua sobre los labios y miró una vez más la fotografía de mamá.

—Mi viejo tiene una fotografía de su hija y ella —señaló a mamá—. Es de hace un tiempo, pero la sigue conservando en su billetera —confesó.

—Y lo descubriste cuando hurtabas en ella.

—No creas que estaba robando...

—Buscabas algún rastro de tu madre —me adelanté a su explicación.

Me observó en silencio por unos segundos y, de pronto, soltó una carcajada que combinó perfectamente con su sonrisa torcida.

—Qué interesante eres.

¿Sabes qué es lo más irónico? Dije que nunca me atreví a saber de la persona detrás del cambio, la que llevó a papá a recrear las reglas y chocar con mamá a propósito. Pero después de un tiempo, en mi quinto regreso cuando todo me valía una mierda y ya no sabía qué hacer con tantas líneas vividas, antes de conocer a Rust y él impidiera que saltara de un puente, viajé a ese día y supe quién fue el responsable.

La persona que forzó todo fui yo.

Como consecuencia de ello siempre tenía que decidir: vivir sabiendo que perdería a otro ser querido a causa de forzar el amor entre mis padres víctima de un bucle constante, o hacer lo correcto y dejar que el amor entre mamá y el padre de Rust volviera, como se suponía que debía haber ocurrido.



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