D i e c i n u e v e
Capítulo dedicado a DulceLuna08 por votar y comentar siempre, no solo aquí, también en mis otras historias. Gracias, bella, el apoyo se siente y se aprecia mucho ❤
No pude creer la suerte que corría ese viernes. ¿Es que nada pretendía salir bien? La respuesta clara se presentaba al costado de mi cama, visualizando a mi querida madre en la puerta. Dentro de su pelirroja cabeza probablemente se formaba un inventario lleno de ideas al descubrirnos en dicha situación. Antes de que se acercara, un atisbo de incredulidad se dibujó en su rostro alisando así las casi invisibles arrugas de expresión; ella miraba a Rust. Supongo que me vio demasiado descompuesta luego y volvió su faceta de madre preocupada por el bienestar de su amiga.
—¿Qué le pasó? —le preguntó al ojiazul, situándose a un lado de la cama.
Entre lo mal que me encontraba, noté que lo estudiaba, pero trataba de disimularlo. Mi dolor en el pecho superó con creces el de la cabeza, porque sabía que una aglomeración de recuerdos tan vivos como el chico que se encontraba frente viajaba y hacían preguntas.
—Se desmayó.
Con la respuesta dicha por Rust se dirigió a mí. Sus manos acariciaron mi rostro y corrió algunos mechones rebeldes de mi frente.
—Onne... —pronunció, examinándome—. ¿Estás bien?
Ambicioné llenar mis pulmones de aire con tanta fuerza que mi pecho se enfrió, entonces me senté sobre la cama con ayuda de ambos.
—Sí —respondí—, un poco mareada.
—Vuelve a recostarte entonces —propuso Rust. Como gesto precavido, me tomó del hombro para llevarme hacia atrás. Lo miré y captó al instante que no quería. Esto aumentó la tensión del ambiente—. Luego no me llames testarudo a mí.
Quise sonreír por su hilarante comentario, porque él no tenía idea de todo lo que acontecía detrás del encuentro entre él y mi madre, pero su humor estaba ahí y no lo ocultaría. Definitivamente, seguía siendo más testarudo que yo.
El tiempo de presentaciones llegó.
—Mamá —hablé con la garganta rasposa, estaba muy incómoda—, él es Rust, estamos haciendo un trabajo.
El inigualable ego de Rust habló:
—Llámame Siniester.
Sí, ni siquiera con mamá dejaba de lado su terrible apodo. Y por si te lo preguntas, no, en él no existió un ápice de arrepentimiento por decirle «llámame» a mamá en vez de un respetuoso «llámeme». Mamá ignoró su corrección de forma flamante, ella estaba interesada en algo más.
Su apellido.
—¿Rust cuánto? —La pregunta estaba de más, pero como mamá siempre necesitaba confirmar las cosas, necesitaba hacerlo.
—Solo Siniester —respondió Rust y se ajustó la chaqueta de cuero. Un pésimo gesto que atrajo la atención de mamá. Tuve que intervenir.
—Ignóralo, ese es un apodo.
—Uno muy especial —agregó mamá, pensativa.
Hubo una fracción de segundos en que temí que la mirada de ambos se encontrara. Ambos se estaban mirando, pero no a los ojos; se estudiaban mutuamente en silencio y yo estaba en medio queriendo retroceder el tiempo para que el encuentro nunca pasara. Fue en ese pequeño instante en que mis neuronas hicieron sinapsis y formaron una idea que me heló el cuerpo. Recordé que Rust mencionó que su padre tenía una foto de mamá en su billetera. Si el chico tenía las agallas para tutear a mamá y ser un atrevido por naturaleza, podía preguntarle qué relación hubo entre su padre y mi mamá, entonces una situación mucho más incómoda llegaría...
Oh, no, yo no quería estar ahí. Tuve que adelantarme a los hechos.
—Rust, hagamos el trabajo otro día —propuse en un ruego interno porque él captara la situación.
Antes de que el chico reprochara, me levanté de un salto de la cama y lo arrastré por el cuarto —ya que no lo dejaría salir por la ventana—, lo llevé por el pasillo y descendimos por la escalera mientras Rust me cuestionaba qué pasaba. Vaya, ¿el muchachito quería quedarse ahí y echar raíces o algo? En la puerta principal de la casa lo saqué de un empujón, pero cerrar la puerta me fue imposible, Rust interpuso su pie en la puerta.
—¿Por qué me corres? —inquirió con una ofensa que evocó un intento de puchero en su rostro—. Quería preguntarle a tu mamá por qué mi viejo tiene una fot...
—Puedes preguntárselo a tu padre.
—Yo no hablo con él.
Mi llama interior debido al momento se apagó con sus palabras. Le miré como a un cachorro abandonado, aunque sabía bien que ese tipo de miradas no le sentaba bien, pero me fue inevitable. Lo dijo con un desgano que me supo a amargura y bajé mis defensas.
—Deberías dejar de lado tu rencor y hacerlo, él te quiere y tú lo quieres, aunque te cueste reconocerlo —aconsejé en un tono menos cortante—. Y algo me dice que lo extrañas. —Su semblante se puso a la defensiva, lo que demostraba todavía más que estaba en lo correcto—. Qué mejor que pulir asperezas hablando sobre... la foto que guarda en su billetera.
Un terrible consejo. Juntarme con Aldi no me hacía la mejor consejera, incluso cuando ella lucía como una experta en eso.
—No puedo meterme en su casa si estoy siendo perseguido por putas bandas. Déjame preguntar y...
—Eran amigos en la universidad —lo frené una vez más que pretendía volver a entrar. Mis nervios crecieron al escuchar que mamá bajaba. Abrí la puerta y salí. Rust ni siquiera dio un paso hacia atrás, solo permaneció quieto mientras yo me revolvía entera por dentro a causa de la cercanía—. Buenos amigos —agregué—. ¿Feliz?
—Tan amigos que él conserva su foto.
—Yo también lo haría. Cuando te encuentras con personas especiales, que marcan tu vida, es imposible olvidarlas, ¿y qué mejor que con una foto? ¡Lindo! —A juzgar por su expresión, lo estaba convenciendo—. Ahora, ¿puedes marcharte y no volver en mucho tiempo?
—Me vas a tener aquí muy pronto, Petiza.
Lo decía enserio, al puro estilo de Siniester pero sin tratarme de niña.
—Vas a meterme en un tremendo problema. No sé si te diste cuenta, pero mamá me acaba de pillar contigo en mi cuarto —recriminé—. EN. MI. CUARTO.
Echó hacia atrás su cabeza y cubriendo su cara con ambas manos soltó un suspiro exasperado.
—Sí —admitió—, y estábamos con ropa.
Un inoportuno recuerdo atornilló mi cabeza y se encajó entre mi cerebro. No podría decirte en qué parte exactamente, quien sabía de esos temas era María.
Nota mental: Preguntarle a María que lado del cerebro almacena los recuerdos.
Volviendo a aquel viernes fuera de casa, en que mis mejillas se encendieron en una efímera invasión de recuerdos, traté de guardar la compostura. Había un acuerdo que respetar entre Rust y yo, se suponía que olvidaríamos (o trataríamos) de olvidar la tarde en que dormimos juntos.
—Y muy cerca —añadí, colocando mis manos sobre su pecho para hacerlo más hacia atrás.
Sí, atrás tentación.
—Creo que estás exagerando las cosas.
—Tú estás exagerando, yo soy razonable, Rust. Ponte en mi lugar. Si estás preocupado por Berty y Crush te enviaré fotos.
Alzó sus cejas en lo que una sonrisa llena de dobles intenciones se blandió en su rostro.
—¿Esa es una artimaña para obtener mi número?
—No necesito armar nada para conseguir algo tuyo —argumenté con un dejo de arrogancia que el rebatió con más arrogancia.
Se inclinó y su dedo apuntó mi pecho como acompañamiento a su contestación.
—Error, Petiza, necesitas mucho para obtener algo mío. —Anchó su sonrisa cuando yo adopté una postura seria.
—Idiota —le dije entre dientes y me metí a la casa.
Él tenía razón, podría conseguir cualquier cosa suya, excepto sus sentimientos, porque muy seguramente, en el continente Rust, nuestro encuentro en la cama significaba una aventura. No, una infidelidad que lo calentó por el momento. Al otro lado del hemisferio llamado Yionne, ese encuentro significaba mucho, y aunque el trato era fingir que nunca pasó, vio en su tempestuoso clima un halo de sol que acababa de ocultarse entre las nubes.
Pero el desastroso viernes no podía acabar allí. Oh, claro que no, todavía estaba pendiente las debidas explicaciones que necesitaba mamá.
Apenas entré la encontré sentada en el sofá, de brazos y piernas cruzadas, con una expresión severa. No sé si estaba más molesta o más decepcionada. Creo que la balanza se mantuvo equilibrada, pero dejaré que lo juzgues tú.
—¿Y? —preguntó apenas giré a verla— ¿Qué hacía en tu cuarto?
Ni siquiera los juguetones gatitos que mordían sus zapatos le hicieron cambiar de semblante.
—Estábamos estudiando.
—Qué raro, no vi cuadernos.
Cierto. Dios... estaba perdida.
—Es que le estaba enseñando a los gatos —dije tratando de no atragantarme con mi propia mentira y sin darle mucha importancia.
—Onne, yo también tuve tu edad, y créeme que mentía mucho mejor.
No te fíes por el Onne, no lo dijo de forma comprensiva.
Como me vi acorralada, involuntariamente me coloqué a la defensiva.
—¿Cuál es el problema? —disparé— No hacíamos nada malo.
En silencio, mamá ladeó su cabeza observándome como si tuviese tres años. Desligó sus extremidades y se levantó del sofá. No avanzó, se quedó quieta guardando distancia.
—No es para ti. Parece el tipo de chico malo que se mete en problemas.
En efecto, lo era. Rust no era la mejor maravilla del mundo, su aspecto a todas luces mostraba a un chico malo que no tendría un futuro bueno, pero no significaba que fuera mala persona. Dentro de todas esas capas se ocultaba una persona voluble y con ganas de vivir y amar a quienes le importaban.
Debí reprenderme internamente por mis variadas contradicciones. ¿Es que no podía dejarlo ir y ya? Por supuesto que no, estaba locamente enamorada de ese chico aunque él mirase en otra dirección. Así que, como chica cegada por un amor, seguí mis principios:
—Mamá, estás exagerando. ¿Por qué dices que no es para mí? ¿Lo conoces? No, lo dudo. No sabes nada de él.
Mamá avanzó provocando que tratara de evitarla. Conocía mucho sus gestos y actitudes, la observé durante mucho tiempo actuar, sabía que su cambio era para convencerme.
—Chaqueta de cuero, ojo amoratado, cabello desordenado... —Otro paso—. Yo sé qué clase de chico es: de los que juegan con las chicas y se meten en problemas.
—Hablas basándote en prejuicios. No, ¡en estereotipos!
Alcé la voz, pero poco importó. Ella también lo hizo.
—¿¡Es un chico que se mete en problemas o no!? ¿¡Viste su aspecto acaso!? El rostro cansado, sus manos maltratadas, el rastro de moretón... ¡No seas tonta, Onne!
Mi cuerpo se convirtió en un globo que creció y creció hasta que no soportó más y estalló. Apreté con fuerza mis manos en el momento que mis ojos se llenaban de lágrimas. Yo no estaba triste, estaba molesta y mamá lo notó.
—Tú no quieres que salga con él porque es el hijo de Jax Wilson —farfullé sin mirarla.
—¿Qué?
—¡Tú no quieres que salga con él porque es el hijo de Jax Wilson! ¡Dilo de una vez!
Y como todo globo estallando, el sonido sacudió sus oídos y cabeza. El impacto de mis palabras la desconcertó llenándola de una especie de temor. Lo vi en sus ojos cuando alcé mi cabeza y la miré entre las lágrimas.
—¿Qué tiene que ver eso con todo esto? —preguntó.
—Mucho, bastante diría yo. Tienes miedo de que él haga lo mismo que su padre hizo contigo. —Doble impacto—. Lo sé, mamá, yo sé lo que pasó cuando ibas a la universidad, siempre supe quién era el sujeto cuando lo vimos en el colegio. Jax Wilson, el hombre que te dejó para cuidar de su supuesta hija.
«¿Quién te dijo eso?» sería una pregunta digna de mamá, porque nunca se queda callada. Sin embargo, no lo hizo. Creo que su silencio fue lo que más dolió.
Mi orgullo y el de ella chocaron. Dentro de mi pecho ahora se extendía una terrible carga por todo lo que le dije, porque había estallado sin medirme. Colapsaba, sí, pero no tenía que descargarme con mamá, la mujer que me cargó durante nueve meses y hasta ese momento llevaba cuidándome. Ya decían por ahí que nuestras palabras eran la mejor arma, vaya que sí.
Tras mi arrepentimiento vino la marea nefasta de cuestionamientos sobre cómo podía disculparme. Que se fue alargando durante minutos, horas y así acabó el día. El sábado por la tarde no me disculpé, mamá salió en la mañana y no apareció el resto del día.
Estaba sola en casa, replanteándome una vez más la posibilidad de retroceder el día para empezar de nuevo aquel viernes. Entonces ocurrió otra vez: viajé.
Mi viaje no fue como los otros, esta vez fue diferente. No viajé a un momento aleatorio en sí, viajé a la línea de tiempo de mi quinto viaje tiempo antes de que Rust muriera. Recordé que ese día pretendía viajar porque Rust y Claus se enfrentaron a golpes y las amenazas por parte de Gilbertson se dispararon, literal, contra mí. No me quedó de otra que acceder a mi celular y arreglar las cosas, impedir la pelea entre ambos chicos.
Gracias a ese viaje, cuando volví a la sexta línea, me di cuenta de que mis inesperados viajes coincidían con fechas de viajes pasados.
Piensa en esto de la línea de tiempo como un árbol.
Qué dibujo de mierda. Lo haré mejor.
Es decir, tantos viajes estaban teniendo su consecuencia. Más viajes inesperados me aguardaría, y estaba temiendo cuándo y cómo sería el próximo.
Que esto te sirva de advertencia, Sherlyn.
***
Como me gustaría no añadirles mis notas de autor para conservar el misterio :O Pero a ustedes les gustan así que aquí tienen ❤
¿Mis muffins viajeros, cómo están? ¿Qué tal la pasaron en Navidad? Yo la pasé súper tranqui con mi familia, aaaaunque esa misma noche pretendía escribir el especial de UBBLL pero el sueño me ganó (si no leyeron el especial navideño de UBBLL vashan 7u7) Literal, caí muerta durante horas xD
Volviendo a la historia, creo que debemos hacer una campaña para que nuestra Onne vuelve al jardín para que le enseñen a dibujar árboles jajakasja Ay, que eso parece cualquier cosa xD
¿Y qué les pareció ese final del capítulo?se sabía, ¿no? Mejor díganme cuál fue su parte favorita (ಠ⌣ಠ)
En feeen, que tengan un excelente fin de año y reciban el año nuevo llenos de gozos y buenos deseos (ノ◕ヮ◕)ノ*:・゚
Los jamoneo con unos ricos porotos granados ❤❤
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