C u a r e n t a y n u e v e
La primera vez que me enteré que a Rust le habían disparado, entré en una especie de colapso mental en la que no podía mantenerme en pie. Mi cuerpo se sentía tan frágil como el tallo de una planta decorativa, sin fuerzas para sostenerse por sí solo. Mis piernas temblaron y mis pies no tenían la sensibilidad suficiente para sentir el suelo bajo ellos. Yo era un pequeño bote en medio de oscuras aguas. Las manos me sudaron, la presión se me subió y tuve un revoltijo en el estómago que no me dejó durante horas. Necesitaba comprobar con mis propios ojos que tan horrenda noticia era real y no una jugarreta absurda.
Lamentablemente no lo fue.
Contuve las lágrimas por no sé cuánto tiempo, todavía incrédula por lo sucedido hasta que estallé el mismo día que decidí viajar. No podía acostumbrarme a la soledad que me hacía sentir la muerte de Rust. Lo extrañaba demasiado.
Cuando mamá murió fue diferente, creo que una parte de mí murió en ese viaje. Ni siquiera me planteé volver, solo lo hice.
Y así con sus otras muertes.
Los había perdido tantas veces que ya poco sentía. Si algo pasaba, podía aferrarme a mi celular y cambiar el curso de las cosas, ser la heroína que quiere una vida perfecta.
Por eso, por una parte, cuando Claus me dijo que a Rust le habían disparado, no sentí mucho. Quizás yo también morí y ahora solo soy un recipiente medio lleno de la niña que pude ser. No sé, es complicado. Pero bueno, no fue un susto como la primera vez.
Aunque eso cambió al caer en cuenta de algo muy importante: sin celular no podría viajar.
Yo quiero a mamá más que a nadie, pero qué oportuna fue al quitarme el celular...
Como era de esperarse, Claus no dijo más. Tampoco fue como si quisiera que me diese información al respecto, suficiente ya había dicho (y hecho). Lo primero que hice tras salir de mi letargo, fue buscar a Aldana y contarle que a Rust le habían disparado y que necesitábamos buscar a Tracy. Recorrimos todo Sandberg para encontrarla.
En una de las bancas, acompañada de Sylvanna, Tracy parecía desquitar todo su enojo. Llevaba el ceño fruncido, los labios bien rojos y el cabello arreglado, nada que ver a como yo la había visto por la mañana. La mueca de disgusto que formó al acercarnos no me fue sorpresa. Me miró de pies a cabeza antes de que me colocara frente a ella con determinación, inspirara hondo y me temblara la barbilla.
—A Rust le han disparado.
Lo solté sin consideraciones. En mi defensa tengo que decir que no había mucho tiempo para explicaciones.
—¿Qué?
Tracy palideció al instante.
—Necesitamos saber dónde está.
—¿Cómo que a mi hermano le han disparado?
Supongo que su reacción fue normal. Es decir, que llegue la chica pelirroja con la que te agarraste de las mechas a decirte que le dispararon a tu hermano suena una broma tonta.
Para mi histeria momentánea, sin embargo, eso activó mi lado más colérico.
—¡Tu celular! —grité con la mano extendida— Llámalo.
—Pero ¿quién...?
Conmocionada y los ojos llenándoseles de lágrimas, Tracy me entregó su celular de manera automática. Me recordó a una marioneta sin vida que solo actúa de acuerdo a los movimientos de su titiritero. Ni siquiera cayó en cuenta de que su celular necesitaba su huella táctil para desbloquearlo. Una vez lo hizo, llamé al número de Rust. Mientras tanto, Aldana y la amiga de Tracy trataban de calmarla.
—¿Tracy?
Quien respondió fue Matt.
—No, soy yo, Yionne.
—Ah, eres tú —habló con tono decepcionado. Él no confianza en mí, lo peor es que, después de lo de Jaho, llevaba razón.
—Sí. ¿Cómo está Rust?
No respondió. Se oyó movimiento, unas voces inentendibles y luego se puso al habla Brendon.
—Hey —saludó.
—¿Cómo está Rust?
—No lo sabemos con certeza.
—¿Y dónde están?
—Lo trajimos al hospital. Había tanta sangre...
—Maldición. —Imaginarlo me retorció las entrañas—. ¿En cuál hospital están?
Me dio la información y corté con las palabras de Brendon rondando en mi cabeza. El incómodo peso en mi estómago se habían convertido en náuseas.
Le regresé el celular a Tracy. Ella lucía como un zombi: pálida y sin poder conciliar una frase congruente. Con movimientos torpes se dirigió hacia la salida para buscar su auto en el estacionamiento.
—Tenemos que avisarle a tu padre.
—No.
—Él tiene que saber que a Rust le han disparado.
—Primero tengo que saber cómo está él, no puedo darle una mala noticia a papá, necesito comprobar que Rust está fuera de peligro.
Era un pensamiento algo egoísta, pero comprendí que para ella sería difícil decirle a su padre que al revoltoso de su hermano le habían disparado. Necesitaba tiempo para aclararlo y despejar un poco la mente, pues ni siquiera ella creía del todo lo que ocurría.
Las cuatro subimos al auto como si fuésemos amigas de toda la vida, no hablamos más que para darnos indicaciones, no comentamos nada y solo existimos. Tuvimos que dejar atrás los rencores por una preocupación en común: Rust.
En el hospital mis nauseas regresaron. No me gusta ese lugar, el olor que desprendía se te queda impregnado en la ropa y no te lo puedes quitar. Por donde mires ves a una persona cabizbaja, sufriendo, padeciendo alguna enfermedad que desea curar. El entorno es desalentador y conflictivo. El blanco estaba allí para tranquilizar, pero en mis oídos solo escuchaba murmullos como si estuviera dentro de la habitación de un manicomio. Empecé a sudar, dudé seguir avanzando. Tracy en compañía de Sylvanna iban más adelante, con los pasos ansioso por llegar a la habitación de espera, donde los amigos de Rust estaban. Aldana tuvo que sostenerme.
—Tranquila, todo saldrá bien —murmuró.
Lo dudaba. ¿Y si era el momento en que Rust debía morir? En mis dos viajes anteriores eso ocurría más adelante pero las cosas en éste se habían adelantado, como la reunión de las bandas.
No le dije nada a Aldana, tenerla a mi lado bastó para que pudiera seguir.
Atravesamos unas puertas hacia la sala de espera, pasamos unos cuántos pasillos y nos encontramos con otra sala de espera, mucho más pequeña que la principal. Tracy al llegar no dudó en abalanzarse sobre Brendon.
—¿¡Cómo llegó a pasarle algo así a mi hermano!? Tu prometiste que lo cuidabas.
Brendon, por el contrario, se mostró calmado.
—No estábamos con él cuando pasó —explicó.
Hubo una pausa en la que Tracy miró con desconcierto a Brendon.
—¡Dijiste que lo ibas a proteger! —Su dedo índice golpeó el peso del chico con fuerza. La voz se le quebró al final; ella de verdad estaba afectada. Luego señaló a los otros chicos— ¡Tú, tú y tú, también! ¡Mentirosos! Si llega a...
Matt chasqueó la lengua, enmudeciéndola.
—Rust es un maldito idiota, no podemos estar detrás de él como niñeros.
—Es cierto, Tracy, Rust es demasiado impulsivo —le siguió Fabriccio—. Quiso hacer las cosas por su cuenta y pasó.
—Son sus amigos, ustedes tenían que convencerlo...
—Se nota que no has pasado el suficiente tiempo con él —farfulló Matt, resentido por la acusación que Tracy les había hecho.
—Por supuesto que no —se defendió ella—, pero ustedes hicieron una promesa y la han roto.
Había algo entre ellos que yo no sabía. ¿Una promesa? Al parecer Tracy sabía bastante de lo hacía su hermano. Matt dio un paso hacia a ella. Sus puños eran la muestra de su disgusto, el color aceituno de su piel se volvió rosado y blanco.
—Hemos estado en las buenas y en las malas con Rust, no vengas a hablar sin saber.
—Yo hablo todo lo que quiera, Matt.
—Ya basta —se interpuso Brendon—. Todos aquí lamentamos lo que está pasando, no es momento de ponernos a discutir.
El ambiente se transformó por completo.
—¿Han sabido algo? —interrogué, en vista de que ya ninguno quería hablar.
—El médico todavía no ha dicho nada. Es probable que nos tengan aquí durante horas —la mirada de Brendon se desvió hacia Aldana y quiso sonreír. Sus ojos mostraban cansancio, tristeza y búsqueda de consuelo. Luego bajó la cabeza apenado—. Lo único que podemos hacer ahora armarnos de paciencia y esperar.
Eso hicimos durante unos minutos más. La puerta doble que se encontraba en la habitación se abrió. Un traje verdoso llamó nuestra atención. El médico salió a recibirnos. Nuestra preocupación hizo ebullición.
El médico nos dijo que Rust estaba estable, que la bala no había atravesado ningún órgano y le pareció extraño el lugar y la posición. Nos preguntó si Rust tenía problemas personales, si había intentado suicidarse o si padeció de depresión. Aldana, quien era la menos afectada, preguntó por qué. El médico nos dijo que el disparo parecía habérselo hecho él mismo. Supe enseguida sus intenciones.
Ya más calmados, con conocimiento del estado de Rust, solo quedamos cuatro en la sala. Brendon dormitaba en un asiento, Aldana estaba a su lado hablanado con las chicas, yo dormitaba el libro que Claus me había regalado todavía sin abrirlo y Tracy estaba hecha un ovillo en su asiento mostrando su lado más vulnerable.
Para romper el silencio, me animé a hablarle.
—Llama a tu padre.
—No.
—¿Por qué?
—Porque debe estar ocupado.
Ella no podía desprenderse del todo de esa máscara de perra recelosa. Aun así, insistí:
—Él tiene derecho a saber lo que le pasó a Rust.
—Sí, lo tiene, pero no ahora.
—¿Por qué?
Suspiró.
—Nuestra hermana está aquí. —Hizo una pausa y pronunció con las letras bien marcadas—: Sharick.
—Tu hermana mayor.
—Media hermana, sí, ella. Papá no la veía desde hace meses, ella estudia lejos. Cuando lo visita, papá siempre está feliz, es como un respiro de aire limpio para él. No la ha pasado bien con Rust últimamente, creo que necesita, al menos por hoy, estar en paz.
Después de todo, los sentimientos de Tracy hacia su padre eran nobles.
—¿Por ella estabas llorando en la mañana?
Apretó su mandíbula y se movió del asiento con incomodidad.
—Su favoritismo es demasiado obvio. Estoy segura de que él nos ama a Rust y a mí, pero se preocupa demasiado por ella, y todo porque la crio desde pequeña en solitario y su madre murió.
Cierto, Sharick fue criada solo por el padre de Rust. Según supe, su madre estaba enferma de cáncer y le quedaba poco tiempo de vida, por lo que padre de Rust hizo todo lo posible para que creciera feliz y nada de faltase. Por Sharick, él dejó a mamá y se fue con quien decía ser el amor de su vida para vivir una corta historia de la familia feliz.
Recordar aquella historia me produjo un malestar en la garganta. Carraspeé para que las palabras pudieras salir.
—Bueno, dale algo de méritos, tu papá no luce como alguien que cuidara niños.
Logré soltarle una sonrisa.
—Tampoco adolescentes.
—Rust es la excepción —señalé frunciendo el ceño—. Tú eres más... tranquila.
—También soy un dolor de cabeza para él, solo que uno más pequeño.
Volvió a suspirar y guardamos silencio.
Vaya, hasta ese instante, solo ese momento, me percaté de que Tracy y yo estábamos hablando con total normalidad.
Permanecimos en silencio otro momento. Brendon había deja de cabecear al aire y ahora dormía apoyado en el hombro de Aldana. Mi amiga al parecer también se ha dormido.
—Siento lo de la foto —soltó Tracy en un tono bajo—. En realidad yo no quería, pero Claus me convenció. Estaba furiosa contigo por la pelea y... pues le mandé la foto a Shanelle.
En su voz de verdad se notaba arrepentimiento.
—Me hiciste pasar por problemas enormes —acusé algo resentida. Era cierto: si nunca hubiera perdido el celular, Claus jamás se habría enterado de mi habilidad.
—Pensé que lo de la foto te separaría de mi hermano, pero veo que ustedes se volvieron más cercanos.
Que lo asumiese sin trabas me sonó gratificante, luego recordé que Rust estaba encerrado en una sala de hospital, y nosotros estábamos ahí por él.
—También lamento haber ofendido a tu madre —empezó a juguetear con sus dedos—. La verdad es que siento mucha envidia por su relación. Yo no he tenido la oportunidad de ser cercana a mamá, se fue, nos dejó y las cosas que se supone que ella debe enseñarte las tuve que aprender sola. La envidia me ganó. Y detesto tener que admitirlo, pero no siento que seas una perra, hasta me podrías agradar.
—Wow, eso es todo un halago.
—Oh, cállate.
Una llamada entrante avivó el ambiente. Brendon y Aldana se sobresaltaron; Tracy dio un grito ahogado.
—Es papá —dijo cuando revisó su celular.
—Si no quieres contestar, puedo hacerlo yo por ti.
Lo pensó durante un instante y se negó. La determinación invadió su rostro y aceptó la llamada.
—¿Papá? —Su voz se quebró— Ah... no, no, nada... —Se aclaró la garganta y llevó una mano a su pecho— No, te digo que nada. A mí nada. Pero a Rust... —Se mordió los labios. Era deprimente verla tratar de contarle tan terrible noticia. ¿Cómo dices "mi hermano está en el hospital" sin que se te retuerzan las entrañas? Con tiempo, el cual Tracy poco tenía—. Rust está en el hospital. Espera, no te asustes. Él está estable, fuera de peligros. ¿Qué le pasó? Uhm... al parecer recibió el impacto de una bala.
No me había percatado que ella lloraba. Con timidez llevé una mano a su espalda para consolarla.
—No te preocupes. Sí... No estoy sola, tranquilo.
Antes de finalizar la llamada, le dio la dirección del hospital.
El padre de Rust no tardó en llegar. Al igual que Tracy, lucía pálido, nauseabundo, con los músculos tensos y algo alterado. Supongo que le era difícil acostumbrarse a los problemas en que su hijo se metía. No lo culpé, después de todo, yo también seguía algo alterada.
Dos días tuvieron que pasar para poder visitar a Rust, ya que solo los parientes podían verlo. Se encontraba bien, aunque, según me había comentado Tracy, muy molesto. No dijo nada sobre el disparo, no quiso explicar qué fue con exactitud lo que le ocurrió. Si había sido intencional o en realidad alguien le había disparado eran dos opciones que el testarudo miembro de Legión prefirió guardarse para sí.
Después del aniversario, me tomé la libertad de ir a saludarlo. Mamá me lo permitió, pero cuando le pedí mi celular, siguió diciendo que no me lo entregaría. Puse la excusa de que uno nunca sabe las eventualidades que pueden ocurrir, pero ella dijo que iría a un hospital, si algo malo me pasaba recibiría atención médica y bla, bla, bla.
El padre de Rust fue quien me prestó su credencial para poder entrar a la habitación, no sin antes dejar mis datos registrados.
Me sentí nerviosa de camino al cuarto. Iba sola en el pasillo, sin ninguna compañía más que la del enfermero que me guiaba. Sudé frío al percibir el olor a analgésicos, el pitido de las máquinas, algunos llantos y susurros fantasmagóricos. Avancé con paso torpe y apenas presté atención a las indicaciones que me dieron. Con los nervios apretujados en mi estómago, entré a la habitación y cerré la puerta visualizando la única camilla. En esta, Rust se encontraba sentado dándome la espalda.
—¿Qué haces sentado? Necesitas descansar, Rust.
Su risa profunda me quitó toda la ansiedad. Me miró por encima de su hombro vendado, se quejó por el movimiento y regresó a su posición inicial.
—Ya me preguntaba cuánto tardarías sin verme. ¿Cómo estás, Elmo?
—¿Elmo? —Detuve el paso— Ni siquiera en el hospital dejas de lado tus apodos...
—Ajá. Ese lo saqué de un libro.
—¿Un libro?
Rust no era muy amigo de los libros.
—Estar aquí es aburrido, tuve que matar el tiempo en algo.
—Qué coincidencia, yo traje uno... O algo así.
Caminé hasta llegar a su lado. Su rostro estaba ensombrecido por lo lúgubre del cuarto, solo una lamparilla de mesa lo iluminaba, pero de igual manera podía ver sus enormes ojeras.
Saqué la libreta que Claus me había regalado. Como si de instinto se tratase, Rust se echó hacia atrás con dificultad.
—¿Esos son los apuntes del colegio?
—No —respondí con aspereza—. Es una especie de antología, creo.
—¿Vas a leérmelo?
Chisté.
—Para tu pesar, tienes los dos ojos sanos.
—Tuve suficiente con el otro libro. Era la última parte de una trilogía y poco entendí, así que, de otros libros no quiero saber nada.
—Este es interesante.
Asegurar algo que no sabía evocó su interés inocente. A pesar de estar en un hospital, en una camisola que dejaba descubierta sus piernas bien formadas y sus pies de talla grande, Rust se veía como un niño pequeño.
—¿De qué trata? —Mi comparación cobró fuerzas cuando empezó a menear sus pies. Yo estaba al frente, por lo que estas tuvieron que esquivarme.
—No lo sé, me lo recomendaron.
—¿Entonces cómo sabes que es interesante?
—Eso me dijo la persona que me lo regaló.
—¿Y confías en su criterio?
—Tanto como confío en el tuyo, por eso no quiero leerlo sola.
Una sonrisa torcida me fue dada como respuesta. Era una excusa mala y él lo sabía, pero no puso objeciones más que la de tenerme cerca. Con su brazo derecho —el lado sano—, agarró mi ropa y me arrastró hacia él. Sus piernas aprisionaron mis caderas contra su cuerpo y mi pecho casi se juntó con el suyo.
—Tomaré tu mala excusa con gusto —murmuró cerca de mi oído.
Aventajándome de la cercanía, le di un beso en la mejilla que me sirvió para olerlo. Una mezcla de hospital y cuerpo llenó mis fosas nasales provocando que arrugara la nariz. No era un mal olor, pero necesitaba fastidiarlo.
—Apestas.
Rust y yo nos alejamos a la vez.
—¿Por qué siempre que me ves luego de un tiempo dices eso?
—Porque es verdad.
—Llevo tres días sin poder bañarme, ¿qué esperabas?
—Existen las lociones corporales.
—En tu próxima visita espero que traigas una.
—Lo haré. Tú pagas, claro.
Sus ojos azules se achicaron en una muestra expresiva de lo ofendido que estaba.
—Si viniste a visitarme solo para decirme que apesto, puedes volver por donde entraste. —Señaló la puerta.
—Vine a hacer acto de caridad y entretenerte.
—Necesitas esforzarte más.
Blanqueé los ojos.
—No voy a ponerme a hacerte una funciones de títeres.
—Pero si eres Elmo, ese es tu trabajo.
Tomé el libro con mis manos de manera amenazante, Rust me sacó la lengua. Mi intento de ataque quedó en el aire. Rust, dispuesto a cubrirse, terminó haciendo un esfuerzo con su hombro izquierdo. El dolor se pronunció en su rostro y salió en forma de quejidos.
—Lo lamento. Lo siento. Perdón, había olvidado que...
—Eres cruel —balbuceó con los labios estirados.
—¿Duele mucho?
Asintió.
—Mis músculos se tensan con facilidad. ¿Puedes masajearlos?
—Esto no venía como condicionante para la visita.
—Pero sí en el pack «Rust Enfermo».
—Bien.
Dejé la libreta sobre la cama mientras él volteaba. Los hombros de Rust eran grande y varoniles, con una musculatura justa. Tomó la libreta para examinarla, entonces su cuello quedó descubierto. Soplé para hacerle cosquillas y pude escuchar su risa baja. Troné los dedos antes de tocar su piel y comenzar con el masaje. No era una experta, solo había visto en televisión cómo masajeaban a otros, pero a juzgar por el sonido que emitía Rust, no lo estaba haciendo tan mal.
—Qué bien se siente esto... —murmuró. Se había olvidado por completo de la libreta, aunque esta seguía entre sus manos.
—La próxima vez te tocará a ti.
—Cuidado con lo que pides, Rojita —advirtió de forma melosa.
No pude evitar reírme.
Continué amasando entre su cuello y el hombro, lugar donde sentí algunos nudos, y procuré no acercarme a la zona vendada. Poco a poco sentí que los músculos de Rust se relajaban.
—Parece un libro viejo —comentó de pronto—. O el intento de uno.
Hojeó la libreta. Cada una de las palabras escritas en esas delgadas hojas, fue hecha a mano. La caligrafía variaba y había rayones hechos con furia, algunas hojas estaban manchadas, otras arrugadas o rajadas. Parecía más como un diario, pero cuando yo lo hojeé antes de decidir no leerlo sola, me percaté de la inexistencia de fechas o notas, solo había títulos en mayúscula con palabras extrañas. Uno de ellos llamó mi atención.
—Döm, Ierial, Zaehl... ¿Qué demonio es esto? ¿Qué diablos es un ghamarl? Ja, mira, el único nombre normal que veo es este. —Me apuntó el título que decía «Zhion».
—Hay otro.
Le pedí que me regresara la libreta para enseñarle la historia que quería leer junto a él. No se encontraba muy lejos, pero sí era de las hojas más maltratadas. Al encontrarla, le regresé la libreta.
—¿Mŏnn?
—Muun —corregí su pronunciación—. Léelo por mí.
Rust movió su hombro sano como oposición.
—¿Quieres un café también?
Aproveché que tenía mis manos tras su cuello para tirarle los pequeños pelos desde dónde nacía su cabellera rubia. Rust se quejó primero por el tirón y luego porque el movimiento que hizo. Todo mal. Lo ayudé a enderezarse y me disculpé.
—Creo que con esto ya pagaste el café.
Me reí.
—Eres malvada, tengo que guardar reposo.
—Entonces será mejor que te recuestes...
Por supuesto, se negó, me obligó a que continuara con el masaje y comenzó a leer.
—Mŏnn. El deseo. Poca información. Algunos dicen que es una figura, otros que no tiene cuerpo. Pese a no tener sexo, los más afortunados dicen haberla visto con la forma de una mujer muy hermosa. Según algunos aberrantes, Mŏnn es una especie de deidad que recibe las súplicas de los humanos y las convierte en realidad. Puede conceder deseos a cambio de algo o alguien, siempre respetando una de las reglas primordiales de Alasgartan: el equilibrio. Si decide dar Mŏnn, esa persona debe perder primero.
»Las malas voces de aberrantes —incluyendo a la famosa Mherl— han dicho que Mŏnn se molestó con El Creador y siguió a Eidis, siendo desterrada junto a este. El paradero actual (físico) de Mŏnn es un misterio, pero muchos creen haber sido privilegiados con sus recompensas.
¿Sería este el origen de mi habilidad? Quizás. Sonaba absurdo, pero con algo de sentido a la vez. Yo le hablaba a la Luna, pedía regresar en el tiempo, pero ¿podía acaso haberme equivocado e invocado, de alguna manera, a Mŏnn? La pronunciación, después de todo, era similar.
Dejé de lado a Rust y me recosté en la camilla. En seguida Rust apareció en mi campo visual con el entrecejo fruncido.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Por qué querías que leyera esa historia?
—Porque alguien me dijo que me interesaría.
—¿Quién?
—Claus.
Bastó mencionarlo para que tirara la libreta a un lado.
—¡Eh!
Me levanté de un salto y fui a recogerlo.
—Esa cosa debe tener alguna cámara oculta o algo así.
—No seas idiota —arreglé algunas hojas dobladas y regresé a la camilla—, estás rechazando la libreta solo porque viene de él.
—¿Y por qué tú no? ¿Desde cuándo recibes regalos de él? No, mejor, no me digas... No es de mi incumbencia.
—No me malentiendas, esto va más allá de tu relación con él sobre las bandas.
Su mirada era de esas que haces al escuchar algo y sabes que no es así. No me creía una mierda, pero tampoco tenía intenciones de explicar más; la última vez que traté de contarle a alguien sobre mi habilidad tuve una especie de ataque que no quería repetir.
—No voy a ponerme porque tú estás aquí.
—No debes ponerte celoso porque tú y yo no somos nada —corregí—. Tampoco Claus y yo.
Su niño interior no le dejaba. Formó una mueca, refunfuñó y se recostó en la camilla dándome la espalda.
—Lo que me pregunto cuál es la relación tuya con él —continué.
—¿De qué hablas?
Bien, había caído justo donde quería.
—Fue él quien me dijo que te habían disparado. ¿Él te disparó?
Guardó silencio.
—Rust...
—No, él no me disparó.
—¿Entonces quién?
—Fue Shanelle.
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