C i n c u e n t a y n u e v e


Antes de empezar con el capítulo necesito decirles que AMO DEMASIADO sus comentarios, sobre todo en esta historia. Sus teorías, forma de pensar, la posición en que se ponen, etc. Waaaa, se me hacen geniales, porque siento que están muy comprometidos y metidos en la historia. De principio a fin amé sus comentarios y teorías. La historia no es muy simple, tiene varios enredos y detalles que algunos no notan, pero es lindo ver que se responden entre ustedes para sacarse de dudas :') No me cansaré de decirles que son lo mejorsh. 

Ahora sí, les dejo leer 🌛





Era viernes 8 de enero. Había llegado el momento de volver a Los Ángeles.

Todavía puedo oler la nada, el frío del invierno entrando por mis fosas nasales, la piel de mi cara tensa y mis ojos cerrados. Estaba en el patio, dándole la espalda a la casa del abuelo. En el interior había demasiado ruido como para estar allí durante más tiempo, mis tíos y primos volverían a sus propias casas. Yo sentía que me ahogaba. No quería respirar ese aire, lo sentía tóxico, y no quería contaminarme. Lo que quería era congelar mis pulmones con aire limpio.

—¿Y si entras?

La abuela Saya fue la primera en hablarme.

—No quiero —respondí sin voltearme ni cambiar mi estado. Permanecí con los ojos cerrados para lograr percibir más.

—Vas a congelarte allí.

—Entonces me descongelan en unos años más.

Quizás fui demasiado grosera al responder. No quería, claro, pero mi humor era adverso desde que me había enterado de que compartía lazos sanguíneos con Rust. Ante cualquier comentario, mi respuesta consistía en rechazo o monosílabos ejecutados con voz áspera. También me alteraba, mi paciencia se agotaba con facilidad y había comenzado a golpear las cosas al perderla completamente. Mi familia entendía los motivos de mis reacciones, no me decían demasiado; supongo que pensaban que esto pasaría pronto y todo acabaría con alguna reconciliación, pero entonces llegó el día en que teníamos que volver a casa y yo me negué.

Con su paciencia y amabilidad característica, la abuela se colocó junto a mí. Con un leve movimiento, me dio un empujoncito para que reaccionara. Abrí mis ojos y la encontré examinándome.

—Tus maletas ya están listas.

—No voy a volver, abu —afirmé, regresando a mi primera postura.

La escuché suspirar.

—¿Y qué piensas hacer?

—Pues quedarme con ustedes. O con tía Jollie... No sé. Pero no voy a volver —insistí con entereza—. De ninguna manera pienso estar en una casa sola con mamá, ni siquiera puedo sentarme en la misma mesa que ella.

—Vas a perder clases.

Una risa sarcástica demostró lo poco que importaban las clases.

—A la mierda ese colegio, puedo estudiar aquí.

—No digas palabrotas.

—Perdón.

Silencio. Parecía que la abuela juntaba más paciencia.

—¿Quieres que darte aquí y terminar en uno de estos colegios?

Abrí mis ojos y dejé de lado la postura altiva, esa que decía: «no me importa nada», a un lado. La charla me pareció más interesante. Además, necesitaba convencerla.

—Sí, esa es mi opción.

—No somos tus tutores, y no puedes matricularte por tu cuenta.

—Tendremos que a hacer algo al respecto —propuse—. ¿Tía Chloe no sabe de informática? Ella puede falsificar papeles.

—Cariño, no seas ingenua.

—O me hago pasar por hermana de Caitlyn. Ah, y que no se te olvide que tengo licencia, puedo faltar durante un mes a clases. Tengo más que justificación.

Empezó a negar con su cabeza mientras llevaba una sonrisa. No sé si me encontraba tierna por creer que todo se resolvería tan simple o lo hacía porque era un plan estúpido.

Con pasos lentos, se puso frente a mí y acarició mi cabello húmedo por el frío.

—Tienes que volver, tus mininos te esperan.

Ya había pensado en eso.

—Le pediré a alguien que me los traiga. Por favor, abu, no dejes que me vaya. De verdad, en serio te lo pido. Yo no quiero volver. Allá en Los Ángeles no tengo nada a lo que aferrarme. Mi mejor amiga murió, hice algo horrible y ya no confío en mamá. No quiero, no quiero, no quiero.

Es probable que repetirlo tantas veces era innecesario, pero yo quería que mi rechazo quedara bien grabado en su subconsciente, que notara lo que realmente sentía. Era algo desesperado, porque así era. Tenía miedo de volver, porque regresar a Los ángeles significaba tener que enfrentar una realidad a la que todavía me negaba creer.

—Veré qué puedo hacer —dio como respuesta y pellizcó mi casi congelada nariz. Para mí fue un «puedes quedarte para toda la vida, si quieres». Di un salto y la abracé con fuerza, al mismo tiempo en que le daba las gracias—. Con la condición de que nos cuentes todo a tu abuelo y a mí.

Debilité mi abrazo, me separé y di un paso en huida.

Ella se refería a lo que ocurrió en Polarize, a que contara cómo maté a una persona a sangre fría y luego vi la muerte de mi amiga.

—Bien —formé en un hilo de voz—. Lo haré.

La charla quedó ahí.

Mamá se marchó de la casa de los abuelos a las 17:00 horas. Lo sé porque la vi. Me encontraba detrás de la ventana, observando cómo se despedía de mis abuelos. Vi también los movimientos con su mano, en cómo secó sus lágrimas y luego hizo señas. Ella estaba llorando, al igual que yo. Una despedida adecuada era aquella en la que las dos nos abrazábamos, pero estaba demasiado resentida para decirle adiós. Me dolía, todo eso me dolía demasiado porque en el fondo todavía la quería (y la quiero). Si algo le pasaba de camino a casa, también me preocuparía. Me imagino nuestra relación como una llama: cuando estábamos bien la llama era grande; no obstante, ahora la llama se había achicado, pero seguía encendida.

Apenas noté que mis abuelos volvían a casa, subí las escaleras hacia mi cuarto. Di un salto hacia mi cama bajo el camarote y agarré mi celular para actuar como si no hubiese estado espiándolos.

El abuelo se asomó por el cuarto.

—Tu madre ya se fue.

Tuve que tragar saliva para que mi garganta y voz no cedieran:

—Genial.

—¿Estás segura de que no quieres irte con ella? Todavía estás a tiempo.

—Estoy segura.

Oh no, unir dos palabras y emitirlas con la voz quebrada fue una muestra obvia de que había estado llorando.

—No lo parece.

Con pasos lentos pero seguros, el abuelo se adentró en el cuarto y se sentó sobre mi cama. No fue necesario que dijera nada, su mirada compasiva bastó para que notara que, en el fondo, me dolía. Extendió sus brazos en mi dirección y esperó a que correspondiera su silenciosa petición, así que me senté sobre la cama y lo abracé.

—Que quiera estar lejos de ella no significa que ya no la quiera —repuse con timidez, sintiendo mis ojos arder. Pronto las lágrimas cayeron por mi rostro.

—Lo sé, lo sé.

—Es que... simplemente no puedo irme con ella. No puedo.

—Pero sí puedes perdonarla.

—Ya no será necesario.

—No es bueno quedarse con el resentimiento; eso es algo muy oscuro que no te permitirá avanzar —se alejó para ver mi rostro. Las lágrimas mojaron mis pómulos y dejaron que mechones de cabello se me pegaran a la piel. El abuelo con gesto paternal me ayudó a peinarme—. Piensa en esto como un pantano: vas caminando por el lodo, lo arrastras con tus pies hasta llegar a un punto en que no puedes avanzar. Necesitas levantar las pierna y sacudir el lodo para continuar caminando.

—¿Y si ya no quiero avanzar?

—Entonces quédate quieta, pero vas a terminar hundiéndote.

Se suponía que sus palabras eran para resolver la relación actual con mamá, pero yo la tomé y adapté para lo que había sucedido en Polarize, en la culpa que seguía cargando sin que pudiese abandonarme ni siquiera por las noches.

—Abuelo —lo llamó cuando pretendía irse del cuarto.

—¿Sí? —Se giró expectante. El temor me cubrió, sudé frío y, por un instante, temí al qué dirán— ¿Qué ocurre, pequeña?

Suspiré.

—Voy a contarte qué pasó esa noche.

Después de la cena, mis abuelos y yo nos reunimos en la habitación para charlar. Estaba nerviosa, mis piernas temblaban pese a estar sentada, las manos me sudaban y mi respiración era agitada. Una especie de sensación extraña se había alojado en mi pecho, bajaba a mi estómago y volvía a subir. Entrelacé mis dedos para evitar morderme las uñas, enderecé la espalda y suspiré. Mis abuelos me observaban con tranquilidad, un aspecto favorable de ellos; el otro es que son tolerantes, no juzgan fácil y, pese a que toda la casa sabía lo que había hecho, esperaban por una explicación antes de dar su opinión o cambiar su actitud hacia mí.

—Bien... —solté en uno más de mis suspiros—. Allá voy.

—No tienes que contarnos ahora si no te sientes preparada —dijo la abuela—. Puede ser mañana o dentro de una semana.

Me negué.

—Si me voy a quedar bajo su techo, quiero que sepan toda la verdad —tomé un último gran respiro y exhalé casi todo el aire de mis pulmones por la boca—. El 13 de noviembre por la tarde, me sentía mal y yo tenía deseos de asistir al colegio pero lo hice de todas formas. Mi amiga, Aldana, me sugirió hacer novillos. Y eso hicimos. Pasamos una linda tarde llena de comida, risas... Fue una tarde genial. Pasó entonces que mamá me llamó diciendo que Claus Gilbertson...

Mencionar su nombre fue como traerlo a la vida de nuevo y revivir ese momento de rabia descontrolada. Miré mis manos limpias, las cuales temblaban frente a unas imágenes rápidas de Polarize. Detrás de estas, el cuerpo desangrándose de Claus. Me cuestioné si realmente era necesario contarles a mis abuelos tantos detalles.

—¿Quién es Claus?

La pregunta del abuelo fue la alarma que me sacó del adormecido encuentro con los recuerdos.

—Él... él era un compañero de colegio. Poseía una discoteca llamada Polarize.

—La del tiroteo —musitó la abuela, en busca de la confirmación en el abuelo.

—Sí, esa —me apresuré en decir yo—. Él había ido con mamá a decirle que me necesitaba. Yo no quise ir, le dije a mamá que inventara alguna excusa para que me dejara en paz y... no resultó, Claus llamó a mi teléfono para amenazarme: si yo no iba con él, le haría daño a mamá. No tenía opción, así que fui. Aldana me acompañó; yo estaba demasiado atemorizada para decirle que no lo hiciera. Claus estaba acompañado de hombres enormes que nos obligaron subir a una camioneta y... llegamos a una zona especial de Polarize.

La abuela ya podía imaginarse qué había ocurrido, pues su expresión de compasión se transformó a una de horror.

—Nos hicieron beber, quitarnos algo de ropa y nos tomaron fotografías.

—Yionne, eso es... —El abuelo ni siquiera podía conjugar bien las palabras, balbuceó y se echó las manos a la cabeza.

—La bebida había sido manipulada. Traté de vomitar lo que había tomado pero caí inconsciente. Cuando desperté... —necesité tomar algo de aire—. Por favor, no me odien por esto.

—No lo haremos, cariño —intervino el abuelo, posando su enorme mano sobre la mía—. Solo queremos saber qué pasó.

—Bien, yo... desperté en una habitación, amarrada a una cama, adolorida, lastimada...

—Cielos, Onne... —exclamó la abuela y necesitó cubrirse la boca para no continuar lanzando exclamaciones al azar.

—Y... en esta habitación... estaba Claus Gilbertson —empuñé mis manos, tornándome tensa—. Él habló mucho, casi no recuerdo qué, pero lo hizo... También dijo que iba a matarme. Se subió encima de mí e intentó ahogarme con una almohada. Dijo que eso le excitaba. Cada vez que llevaba al punto de desmayarme, quitaba la almohada. El esfuerzo que necesité hacer era bastante. Entonces yo dejé que mi instinto me consumiera. Llena de rabia, mordí su cuello. Mientras se retorcía de dolor intenté soltarme. Se enfureció... —bajé la voz, desconcertada de mi propia experiencia. Mis ojos vieron mi entorno borroso, pues los retazos de lo ocurrido en aquella habitación se cruzaban por mi cabeza igual que escenas de películas—. Claus se enfureció y sacó una navaja. Yo logré soltar una mano, pero seguía atada a la maldita cama. Oímos disparos, ruido en el exterior. Alguien ayudó a distraerlo... Era un hombre con una máscara, no supe bien quién era. Apuntó a Claus con una pistola, pero solo quería amenazarlo. No lo iba a matar, él no lo iba a hacer. Mientras Claus me daba la espalda yo solté mi otra mano, avancé silenciosa hacia Claus, le quité la navaja y se la enterré.

Para aquel punto del relato, sus expresiones eran similares a la que todos hacen cuando tenemos las ganas de vomitar. Creí que la abuela haría arcadas, que me detendría y se levantaría de golpe para encerrarse en el baño. El abuelo lucía un poco más calmado, mas su tez pálida indicaba que a donde se había dirigido la historia no le gustaba.

—Lo maté —confesé—. Soy una asesina.

Mi afirmación descolocó a la abuela.

—Puede tomarse como defensa propia —me defendió.

Podía, pero está el hecho obvio: lo apuñalé más de una vez cuando pude haberle quitado la navaja y ya. Lo que hice fue un acto de venganza, nada más.

Eso no se lo conté a ellos.

—¿Y tu amiga?

Mi corazón dio un vuelco violento y doloroso. No pude contener mis lágrimas; mi cuerpo empezó a temblar.

—A Aldana la tenían amenazada. Un sujeto se enojó por la muerte de Claus y al darse cuenta de que fui yo quien lo había asesinado, dio la orden para matar a mi amiga. A ella, que solo estaba ahí para acompañarme, que era una persona inocente... Ella cayó al suelo, su cabeza sangraba... Sangre... sangre había por todas partes y... —Me cubrí el rostro—. La extraño tanto...

La abuela se levantó de su lugar para consolarme con un abrazo. El abuelo fue a la cocina para servirme un vaso con agua. No dijeron mucho, no expresaron sus opiniones hacia lo que había contado, simplemente escucharon y, de alguna forma, se sintió bien poder soltar una parte de ello.



No fue hasta el 13 de enero que se habló de lo que conté, porque una petición para dar mi declaración sobre la noche del 14 de noviembre frente a un juzgado. Estaba tan nerviosa que no pude pensar en nada más que eso en todo el día.

Entonces, la puerta sonó.

Era casi medianoche, el abuelo se preocupó de que alguien llamara.

—¿Le habrá ocurrido algo a alguien? —preguntó cuando bajamos las escaleras.

—No creo, habría llamado —respondió la abuela y le extendió un bate de madera que él mismo había tallado—. Ten, por si lo necesitas.

Más golpes. El abuelo tomó el bate, se puso en alerta y abrió la puerta. Al otro lado, vistiendo su maltratada chaqueta de cuero, Rust nos miró con fastidio haciendo un rápido recorrido hasta detenerse en el bate.

—¿Iban a golpearme con eso? —señaló el amenazante objeto. Enfatizó su molestia al punto en que sus cejas se arrugaron y las líneas de expresión en su frente se profundizaron. Antes de que alguno de mis abuelos le dijeran algo, me asomé.

—Rust, ¿qué haces aquí?

Di un paso para abrazarlo, porque me alegraba verlo otra vez frente a mí con sus ánimos repuestos y actuando como si conociera a mis abuelos de toda la vida, pero me contuve ante ese gran detalle que él todavía no conocía. Su confianzuda familiaridad me sacó una sonrisa interna que viajó al infinito y más allá cuando, me agarró del pijama para atraerme hacia él y me abrazó.

—Vine a verte —dijo con voz profunda, apoyando su cabeza sobre mi hombro. Se separó para observar al interior de la casa—. Ustedes deben ser los abuelos de la pecosa esta.

La abuela estaba demasiado sorprendida para responderle con palabras, se limitó a asentir con lentitud. El abuelo, por su parte, había bajado el bate al hacer a un lado sus recuerdos y conciliar con uno bastante particular.

—Sí que te pareces a él —dijo en un tono que rozaba el punto más hondo de la incredulidad.

Rust frunció el ceño aún más y ladeó la cabeza sin comprender lo que el abuelo le había dicho.

—¿A quién?

—A tu padre, muchacho, a tu padre.

—Ah... —el vaho en exceso que expulsó de su boca podría haberse comparado con el humo que echa una locomotora—. Mi viejo, ja. Pero yo estoy más bueno. ¿Conocieron a mi viejo?

—Solía venir aquí a menudo sin avisar, al igual que lo hiciste tú —expuso el abuelo con la actitud paternal que siempre tenía—. Yo tuve responsabilidad en parte, porque le dije que esta era su casa.

—Eso es bueno saberlo —pronunció Rust, sonriente—, porque lo que es de mi viejo, también es mío. Permiso.

El abuelo permitió que Rust entrara como si fuese parte de la familia. Miré a la abuela en busca de algún reproche por la permisibilidad de su marido, pero ella solo se llevó una mano a la frente y negó como diciendo: «otra vez...». El abuelo es así: demasiado caritativo y permisivo, incluso con personas que no conoce. Si un día llegar a la puerta de su casa y le pides alojo, te responderá rápidamente que en la segunda planta, al fondo del pasillo, hay un cuarto disponible. Durante mucho tiempo, antes de que la familia se extendieran taaaaanto, invitaba a personas de escasos recursos a almorzar, cenar o quedarse por las noches. Aun así, me sorprendió que hiciera lo mismo con el hijo de la persona que le rompió el corazón a su hija.

Durante el tiempo en que Rust fue en busca de sus cosas y cubrió su moto con una enorme manta impermeable, la abuela y yo reprochamos la decisión del abuelo. Él nos dijo que no podía decirle que no, que ya era demasiado tarde y que Rust se estaba muriendo de frío. Una vez regresó Rust con su casco y una mochila vieja colgada a su hombro, noté que el abuelo llevaba razón: Rust se veía pálido, con las orejas y nariz roja y los ojos lagrimosos por el frío.

Observarlo concluyó en que él me devolviera la mirada profunda. Encontrarme otra vez con sus enormes ojos azules no fue lo mismo que antes, en mi cabeza yo solo me decía «es tu hermano, es tu hermano, es tu hermano, es tu hermano, es tu hermano, es tu hermano, es tu hermano» una y otra vez. Hice a un lado mi cabeza y actué esquiva la mayor parte de nuestros silenciosos encuentros.

El abuelo invitó a Rust a beber un té para que entrara en calor. Yo estuve en la sala, con los brazos unidos y escuchando a la abuela decirme que estuviera tranquila, que no era necesario contarle nada tan pronto. Una vez Rust se acabó la taza de té, le guiaron hasta la habitación donde se quedaría; estaba a una puertas de la mía.

Mis alarmas de peligro se encendieron en cuanto mis abuelos volvieron a la cama y yo me encerré en mi cuarto. No hay que ser un genio en lógica para deducir que Rust salió de su habitación a mitad de la noche en busca de la mía. Casi sufro de un infarto cuando lo vi asomado entre el umbral y la puerta, con su cabello rubio revuelto, los ojos lobunos y una sonrisa que iba de oreja a oreja. 

Me senté en la cama a una velocidad alucinante, lo que llevó a que me golpeara la mollera. El ruido se paseó por toda la casa y la abuela preguntó desde su habitación qué había ocurrido.

—¡Nada, abu! Me estaba acomodando y me golpeé la cabeza —le dije acariciando la zona adolorida. Rust se cubrió la boca para no soltar una carcajada. Blandí una mirada hostil en su contra.

—Esta casa tiene paredes muy delgadas —susurró sonriente, caminando hacia mi cama. Quise hacerme bolita, pero esa clase de estrategia no funcionaría, así que extendí mi mano para ponerle un pare.

—Aléjate —le ordené, en el mismo tono bajo que él—. No creo que debas quedarte aquí.

—No planeo quedarme toda la vida —debatió con obviedad y fastidio—, solo quiero saber cómo estás.

Se sentó en mi cama colocó su mano cerca de mí. Me arrinconé, temerosa de que algo más sucediera entre nosotros, porque Rust demostraba tener todas esas intenciones.

—Lo digo en serio, Rust, no puedes quedarte aquí. Ni hablar conmigo, ni... n-nada.

Se tensó.

—¿Por qué? ¿Hice algo malo? —interrogó— Llevas más de diez días sin contestar una llamada, tampoco respondes mis mensajes. Creo que me has bloqueado. —Era cierto, lo había bloqueado para no recibir nada más de él y distanciarme, así, de alguna forma, no dolería tanto revelarle la verdad. Pero no contaba con que aparecería en la puerta de la casa de mis abuelos—. ¿Es porque tu madre nos pilló hablando esa tarde?

—Sí... No... En parte —oculté mi cabeza entre mis piernas—. Es difícil de responder.

—¿Ha pasado algo? —Guardé silencio y asentí, sin levantar la cabeza—. ¿Qué?

Por los movimientos de la cama, supe que se estaba acercando. Levanté la cabeza y hui de su mano, la cual acercaba para consolarme.

—Te lo contaré, solo... solo dame algo de tiempo. ¿Puedes?

Retrajo su mano y se levantó.

—Bien.

Salió del cuarto sin emitir ruido, un gesto cauto que agradecí.

Esa noche no pude dormir mentalizándome para el momento en que le contaría la verdad a Rust. Estaba nerviosa, ansiosa, carcomiéndome la cabeza porque, en el fondo, sabía que no se lo tomaría a bien. Tampoco sabía cuál sería tu reacción ante mi propuesta. Te había escrito hace casi una semana y ni siquiera te habías dignado a ver el mensaje.

Aproveché el momento para asomarme por la pequeña ventana de la habitación. Me arrodillé bajo esta, cerré mis ojos y comencé a clamar al cielo ponerle un punto final a este maldito viaje. Si la Luna no me había escuchado cuando pedí obtener de regreso la habilidad, entonces le pediría que me conceda un último deseo.

En la mañana siguiente desperté con el olor de unas ricas tostadas acompañadas de chocolate caliente. Mi cuerpo cansado se arrastró por inercia hacia el comedor, donde el abuelo, tío Jess y Rust disfrutaban de un desayuno. Necesité frotarme dos veces los ojos al ver que los tres charlaban como si se conocieran de toda la vida. Y yo que había creído que el humor repelente de Rust no podría congeniar con ninguno de ellos.

—Buenos días —saludó la abuela, quien llevaba a la mesa una jarra con chocolate caliente. Ellos no solían tomar chocolate caliente tan a menudo, mucho menos para el desayuno.

—¿Chocolate caliente? —interrogué, buscando un asiento junto a nuestro nuevo invitado.

—Rust insistió —se excusó la abuela.

—¿Y le hicieron caso?

—Es muy convincente —argumentó esta vez el abuelo, en defensa de sus caprichosos gestos.

—Tú mejor que nadie lo debe saber —me codeó Rust mientras meneaba las cejas. Sonreí por su gesto infantil y confianzudo, trayendo de regreso la añoranza de aquellos tiempos en que vivía en la completa ignorancia. La voz de mamá resonó en mi cabeza, provocando que evitara el contacto visual y carraspeara. La atmósfera en la mesa se volvió tensa.

La abuela llegó a sentarse y fue quien disipó la pesadumbre de un silencioso momento.

—¿Tu padre sabe que estás aquí? —le preguntó a Rust.

—Le comenté que me iría por un par de días.

—Se va a preocupar —comenté yo sin atreverme a levantar mi cabeza del chocolate caliente.

—Esté donde esté, lo hará —defendió Rust. Era verdad, estuviese en Los Ángeles, en Hazentown o en China, Rust era haría preocupar a su padre, pues su personalidad avasalladora lo convertía en un imán de problemas.

—¿Cómo supiste que estaba aquí? —Carraspeé. Hablarle directamente a él se me hacía demasiado incómodo; mucho más con la mirada de mis abuelos encima.

—Se lo pregunté a mi viejo. Le dije: «Eh, ¿recuerdas dónde vivía la roja con la que salías en la uni?» y de ahí bastó memorizar la dirección —respondió—. Fácil.

—Qué idiota...

—Ya. No fue tan así, pero, como sea, mi viejo me dio la dirección.

—Que vinieras aquí es algo muy impulsivo.

—¿Por qué? —cuestionó en tono aniñado. Le observé de reojo y noté que sus labios estaban muy estirados, en señal de reproche—. Si casi soy parte de la familia.

La abuela se echó a reír. Eso calmó un poco el ambiente.

Después del desayuno, me puse a lavar los trastes. La verdad es que no me gusta estar en casa de la abuela siendo una consentida que no hace nada, así que me ofrecí a hacer los deberes del hogar por mucho que mis abuelos se negaran.

Casi terminaba la primera oleada de loza cuando Rust entró a la cocina con algunos platos sucios.

—Oye... —llamó a mi lado, luego de poner la loza a un lado—. ¿Hasta cuándo pretendes evitarme?

Estaba siendo demasiado obvia.

De manera lenta, y algo temerosa de hacerlo, me giré para observarle.

—No te estoy evitando.

Y al decirlo, volví a concentrarme en la loza.

—Yo creo que sí. No puedes mirarme por más de cinco segundos porque bajas la cabeza o miras hacia otro lado. Y eso no es todo. —Me tomó por los hombros y obligó a que me girara. Ambos quedamos de frente, cercanos, a unos escasos centímetros. Rust levantó su dedo índice y frotó mi entrecejo—. Aquí. Tienes el ceño fruncido.

Me sonrojé. Creo que era la primera vez que lo hacía por su causa. Le di un manotazo para que se alejara y me di la vuelta.

—No molestes —gruñí—, tengo que terminar con esto.

—Si estás enojada conmigo, solo dilo y ya.

Inspiré hondo y me volví hacia él.

—Lo siento. No estoy enojada conmigo, y lamento si te doy esa impresión. Tú no has hecho nada, Rust, no tienes culpa de lo que pasó.

—¿Qué es lo que pasó?

Su voz denotaba preocupación, y su expresión también. Verlo tan voluble despertó mi sensibilidad, la misma que rechazaba tener hacia él. Bajé la cabeza para huir de su mirada y jugueteé con mis dedos húmedos por el agua.

—No sé si quiero contártelo —balbuceé—. Estoy asustada.

—¿Estás... —con ojos paranoicos, miró hacia todos lados para luego dar un paso y agacharse en busca de mi expresión— ¿Estás embarazada?

No esperaba que pensara en esa probabilidad.

—Mejor vete —farfullé, colocando toda mi mano en su cara. Él se limpió con rapidez y aprovechó mi ataque para retener mi mano.

—Háblame —pidió con voz severa.

—Tú...

Enfrentarme a una verdad indeseable es más complicado de lo que imaginaba; tener que contársela a alguien involucrado, peor. Rust no es alguien bueno, no es la mejor persona del mundo, tiene más fallos que cosas buenas y sus decisiones lo llevaron por caminos destructivos. Pese a todo, él no merecía tanta mierda en su vida.

—No puedo —solté finalmente—. No puedo. No aquí. Necesito algo de espacio y libertad para contártelo.

—Puedes hacerlo mientras me das un tour por la ciudad.

Con lo bien que conozco a Rust sabía que insistiría hasta conseguir lo que quería, así que me rendí y acepté hacer un paseo por la ciudad. Por supuesto que Hazentown no lo conozco tan bien. Para las vacaciones y el tiempo en que estuve aquí, visité algunos puntos de interés, como restaurantes, cines, el centro comercial, parques de diversiones y un singular parque desde donde se podía ver casi toda la ciudad. 

Actuar con normalidad junto a Rust fue más sencillo de lo que pensé que sería. Hablarle de la ciudad y algunas anécdotas que viví en ella sirvieron para que olvidase nuestra realidad. No caminamos como pareja, no nos mostramos melosos, simplemente avanzábamos como dos amigos. La última parada que hicimos fue en el parque Freig Russell, lugar que siempre atrajo mi atención. No sé si te has puesto a observar que en cada rincón, desde el árbol más pequeño hasta la banca más destrozada, posee una historia. Es un sitio simple, pero con mucho que contar. Recuerdo que de niña lo visitaba con mis padres y nos sentábamos en una banca con un corazón tallado que tenía las iniciales «M x C».

Sí, es la banca de la que te hablé al comienzo.

Me gustaba sentarme en ella y pasar mi dedo sobre los trazos torpes que posee, preguntarme quién fue la persona que decidió plasmar su amor en ella.

Mi costumbre no se marchó. Estando allí con Rust, fui directo a la banca en busca de aquel corazón. Pasaba mi dedo por la inicial M cuando decidí interrumpir un comentario sarcástico de Rust.

—Tenías razón.

Confuso, detuvo su oración y me miró.

—¿En qué?

Inspiré hondo y continué lo que ya había iniciado:

—Lo de tu padre y mi madre. Ellos se reencontraron una vez, en una reunión de la universidad. Hablaron y... durmieron juntos. Tu padre seguía casado.

Rust apenas me escuchó, se levantó de golpe como si la banca tuviese algún objeto punzante que lo lastimara y se echó las manos a la cabeza.

—Lo sabía —murmuró, desconcertado, mirando hacia la nada—. Mierda, yo lo sabía. Le fue infiel a mamá.

—Sí, Rust, pero... —Estaba demasiado conmocionado como para escucharme. Empezó a pasearse de un lado a otro, hundiendo sus dedos en la cabeza y rascándose con desesperación— Pero independiente de que le haya sido infiel, ella optó por dejarte a ti y a tu hermana.

—¿Y si de no haberle sido infiel las cosas cambiaban? —Se volteó, a un punto alto de la alteración.

—Ella también tiene a otra persona, y sabes muy bien que se trata de un viejo alumno —recriminé yo, porque él estaba demasiado en que la responsabilidad de todo lo que le ocurrió era a causa de su padre—. No quiero justificar a tu padre, pero culparlo nada más a él por la ruptura es algo absurdo. No olvides que las rupturas son de dos. E independiente a la pelea entre ellos, tu madre no debió tratarte así.

Se detuvo. Sus hombros antes tensos decayeron al mismo tiempo en que bajaba sus brazos. De pie, estático, pensativo y acongojado, me pareció que frente a mí no tenía a un hombre, sino a un pequeño niño herido.

—Yo creo que las cosas hubieran funcionado.

—No puede funcionar lo que nunca tuvo que ser —afirmé con seguridad—. Tu padre y mi madre estaban enlazados desde el principio, sus vidas están entrelazadas, lo demás es solo un intento de consuelo, sobras de un amor que quizás sea el real. Como lo nuestro.

Al escuchar lo último hizo clic. Su semblante inseguro se tornó a uno más confiado. Dio un paso hacia mí y se agachó. De manera imprevista, tomó mi mano y la colocó sobre su pecho, tal cual lo había hecho antes en Sandberg.

—Lo que yo siento por ti es real.

—Rust... —traté de soltarme, pero él no me lo permitió—, en ese encuentro que nuestros padres tuvieron, mamá se embarazó... —Mi voz se rompió en tristes intentos de formar una frase contundente. Los sollozos que no pude aguantar se hicieron escuchar con lentitud. Por más que buscara las palabras adecuadas para no aventar la verdad con rudeza, no encontré nada— Nueve meses más tarde nací yo... Lo que significa que... —Los ojos de Rust se abrieron con sorpresa y soltó mi mano— Eso quiere decir que tú y yo...

—Soy tu medio hermano —atajó él, levantándose y dando un paso atrás.

—Por eso en todas las malditas líneas lo nuestro no funcionaba. Ni funciona. Ni funcionará. —Sequé mis lágrimas. Rust no pudo aguantar más y empezó a patear un bote de basura junto a la banca—. Tú y yo... Nada.

—¿Él lo sabe? —Se volvió hecho un basilisco.

—Mamá dijo que no.

—Mierda... ¡Mierda! —Otro golpe al basurero. El ruido hizo eco por todo el parque—. Eres mi hermana, compartimos sangre. Te besé, te toqué, tuvimos sexo... ¿Qué mierda? ¿¡Es en serio!?

—Yo sé que es difícil de creer, pero lo es.

Yo ya lo había asumido, aunque no es su totalidad. Rust apenas lo masticaba. Verlo alterado, con ganas de romperlo todo era comprensible, porque yo también compartí esa impotencia.

—¿No será un invento de tu madre? —inquirió tras frotarse el rostro con las manos. Se había cansado de patear el bote de basura.

—Creí que lo decía para alejarme de ti, pero dijo que no. Es cierto, ella no jugaría con esto.

—No lo haría, claro, pero sí lo ocultó —desdeñó, casi histérico—. ¿De verdad crees que no miente?

—Yo también quiero que lo sea. Créeme. Pensar que viví en una mentira durante tantos años lo hace peor. Esto es jodido. Lo que tuvimos también. Es... es raro, es incorrecto.

—Una carajo que lo es... ¡Mierda!

Tomó aire y se sentó junto a mí. Su estado agitado e inquieto poco a poco se fue tranquilizando. Pasaron muchos minutos hasta que encontró el control de sus propias emociones y solo se mantuvo pensativo. Yo, a su lado, lo consolé posando mi cabeza sobre su hombro.

—Podemos seguir con lo nuestro —murmuró de pronto—, mandar a la mierda todo. Intentémoslo.

Sonreí por su ingenuidad. 

Me pareció adorable. 

Lástima que mis planes son otros.

—Yo no quiero seguir intentándolo —confesé casi en un suspiro.

—¿Qué quieres decir?

—Este es el fin del viaje.

Se acomodó y me sostuvo por los hombros. Debió estar preocupado por el tono deprimente con el que le respondí.

—No tomes decisiones apresuradas.

Con movimientos torpes y sin incentivo de nada, lo aparté y dije:

—Creo que por primera vez esta no será mi decisión. 




Waaaaaaaaaaaa!!! este es el penúltimo capítulo, no puedo creerlo. Han pasado AÑOS desde que empecé esta historia y, por fin, está llegando a su fin. Me alegra poder cumplir uno de mis propósitos del 2020, pero me deprime dejarla en "Completa" :'( Son demasiados sentimientos encontrados.

Onne ya confesó. Rust ya sabe la verdad. El "plan" ya está en marcha, ahora es tiempo de actuar.

Nos leemos pronto en el capítulo final :)


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