III parte: Encuentros
Leah, la bruja, se entretuvo en el bosque. Nunca, en sus tiempos de emperatriz de la maldad, había podido pasear por aquel lugar sin que algún animalillo de esos se escondiera en su madriguera por el terror o sin que las flores se marchitaran apenas su andrajoso vestido rozara sus pétalos.
Sus paseos se reducían a infringir sufrimiento a una de aquellas miserables criaturas, hasta que se había vuelto aburrido con el transcurrir de los siglos, y en el último, había cesado por completo, sin embargo con el hechizo de por medio toda sombra de miedo que proyectara se desvaneció y dio paso a la simpatía.
Las pequeñas bestias se acercaban a dar pequeños golpecitos a sus pies descalzos con sus húmedas naricitas y las flores parecían hacerle reverencias a su belleza.
Pisoteó a un ratón, que esperaba fuera un colaborador de Cenicienta, y arrancó un puñado de flores que dejó esparcidas por allí. Tanta bondad y tranquilidad era realmente repugnante.
Al llegar al palacio, sacó un pañuelo de su escote y fingió limpiar unas existentes lágrimas de sus mejillas. Al mejor estilo de una damisela en problemas, llamó a la puerta...
Miles de cuidados y mimos.
Un baño caliente, pan y leche tibios, rosas y tulipanes para perfumar sus aposentos, sábanas de seda bordadas con hilos de oro... todo esfuerzo era poco para hacer que la pobre princesa Leah se restableciera del trauma de haber sido asaltada.
"Ha quedado huérfana, pobrecilla." ¿Qué será de ella? ¿El rey la verá como su futura nuera?
La bruja se retorcía de placer al escuchar los chismorreos de las doncellas. Después de una hora, llamaron su puerta.
—Adelante. —puso su mejor cara de sufrimiento. Tres doncellas pasaron.
—El príncipe Harry pide permiso para visitarla.
— ¡Oh! ¿Es que alguien como yo merece la atención del príncipe? ¿Cómo podré estar en su presencia si estoy causando estragos en la tranquilidad del palacio?
El príncipe entró escuchando la última frase de la bruja.
***
Leah, la sucia roja —apodo puesto por su propia amiga— nunca se había desvelado por ser parte de esos grupos exclusivos. Para ella, ir sola era lo mejor si tenía en cuenta que la mayoría de aquellas chicas eran cinco veces más bonitas y adineradas. Su "normalidad" contrastaba y no a su favor al lado de esas características.
Era él, ese maldito castaño de ojos claros, quién la había hecho sucumbir ante la codicia ya palpitante en su ser.
Durante años se había conformado con citas en donde sus acompañantes podían pagar una que otra cena en algún restaurante elegante, tal vez un par de fines de semana en un hotel lujoso o un viaje corto a una ciudad cercana... nunca había contemplado la posibilidad que aquellos pequeños gustos y hábitos podían amplificarse y multiplicarse a su antojo, con el acompañante adecuado, claro está.
Harry era el prospecto de novio que estaba buscando. Sería suyo, de eso no tenía duda, sin embargo el tiempo que tomara era una molestia.
Tomó una copa de champagne y la acercó levemente a sus labios apenas probándola, sin despegar la mirada penetrante de su primera víctima.
A Charlie siempre le había resultado atractiva, lo sabía por las miradas a hurtadillas que le dedicaba cada diez minutos de clase; no habían cruzado palabra gracias a la timidez del rubio pero eso era cuestión de un par de copas más, que la sucia roja se encargó de hacerle llegar.
Dos horas después la trampa fue dispuesta: Leah salió del salón no sin antes darle los suficientes indicios de que esa noche se acercarían más de lo que él había imaginado. El rubio envalentonado fue tras ella...
Sus gritos se escucharon después. Leah temió por un momento que la música ahogara su petición de auxilio y que todo su plan fracasara en la primera fase, pero siguió con su actuación confiada en la estrecha amistad de Harry y Charlie y la poca tolerancia que tenía al alcohol este último. Harry lo sabía de antemano y no lo pasaba por alto.
Cinco minutos después ya no estuvo tan confiada, en medio de sus forcejeos había caído junto a la botella de champagne que Charlie conservaba a su lado. Un trozo de vidrio se le clavó en la palma de la mano. Si Harry no llegaba ella habría obtenido una dolorosa herida en vano.
Decidió jugar más rudo ya que parecía que la noche iba a desperdiciarse. Se arrancó la parte superior del vestido y empezó gritar pidiendo ayuda nuevamente.
Charlie, tambaleante, llegó hasta ella y la observó sin comprender realmente lo que estaba sucediendo.
Las lágrimas brotaron inmediatamente de la pelirroja, era el momento preciso para que el príncipe llegara a su rescate. ¿Acaso no había calculado bien? ¿Debía correr en su búsqueda en lugar de seguir esperando?
Maldijo internamente dispuesta a correr para ponerse a salvo ella misma, mas sus peticiones o conjuros resultaron satisfactorios en ese instante. No un príncipe castaño, sino una princesa rubia acudió a su socorro.
— ¡Ayuda! —gritó Camila, la hermana menor de Harry. — ¡Ayuda, por favor!
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