I Parte: La bruja

Leah cogió la cola de su polvoriento vestido y bailó al compás de una canción inexistente.

El artificio estaba completo, solo un trago de ese líquido rojo y la verruga en su nariz se iría, sus garras mugrientas pasarían al olvido y su risa diabólica sería un trinar de avecillas para todo el reino. En fin, toda su brujil apariencia tornaría en una gracia que hasta la princesa heredera se pondría verde de envidia.

Tomó una copa, se sirvió del líquido glorioso y lo bebió.

Cuando volvió a estudiar su reflejo en el espejo la imagen la deslumbró: ojos verdes, cutis perla y labios rojos.

Dio un pellizco para verificar que ya no había grasa en sus caderas ni esos pliegues horrendos en sus brazos. Su nueva figura esbelta giró y sonrió satisfecha ante el resultado.

Lo único malo era el rojo brillante de su cabellera, ella deseaba ser rubia como Aurora, no se hubiera enojado si tal vez surgía morena como Blanca Nieves, sin embargo, su apariencia estaba muy mejorada como para amilanarse con nimiedades.

Echó un último vistazo lleno de desprecio a la choza que le había servido de refugio los últimos seiscientos años, y salió dispuesta a no volver más.  

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