❝¿Apostamos?❞

Al bajar del auto sintió varias miradas sobre ella, por supuesto, nadie pasaría desapercibido con un Lamborghini espectacular y un mini vestido entallado. Acomodó sus púas lacias, le gustaba como habían quedado, todo gracias a una plancha especial.

Sintió la mano de Scourge pasar por su cintura para apegarla, había que marcar un poco de posesión.

Cuando entraron pudieron notar el brillo intenso de varias decoraciones en el techo, muchas lámparas colgantes con brillo, detalles en las paredes, gente al centro de la pista, una zona grande para el bar y unas grandes escaleras de caracol al fondo; seguramente arriba era donde estaba Carmelo y su grupo, esperando por el erizo.

Amy dejó ir toda aquella incomodidad, necesitaba centrarse y su rostro hablaba por sí solo cuando no estaba bien, necesitaba convencerse así misma que podía lograrlo, ya no era su primera vez como infiltrada.

Ambos caminaron rodeando la pista, para nada interesados en formar parte del baile provocativo, primero, porque tenían una cita oendiente.

Y segundo, era muy probable que se quedaran a disfrutarlo.

Cuando subieron las escaleras con detalles marmoleados, notaron el drástico cambio de ambiente; todo ese brillo desaparecía y se volvía de un color rojizo tenue por el cambio de iluminación.

De repente se detuvieron, Scourge miró por encima de sus lentes oscuros un par de osos grises bloqueando el camino. La eriza se apegó al brazo de su acompañante sin caer en la intimidación de los ojos asesinos de ambos seres.

— ¿Son ciegos? - dijo él con tono molesto — no me importa que excusa tengan, su jefe debió haberles mencionado mi llegada.

Los osos se miraron por unos instantes. Pero solo uno se atrevió a hablar.

— Entonces debe traer el código consigo, señor.

— No me jodan, lo que me hacen hacer - Scourge sacó un celular de su bolsillo al tiempo que rodaba los ojos; el oso de la izquierda sacó un pequeño lector mientras Scourge acercaba el código QR del celular.

La luz verde del lector se encendió y ambos le abrieron el paso incomodos, si los rumores eran reales, no era bueno meterse con el erizo.

En su camino por el elegante pasillo con alfombra roja, pudieron observar el resto de las habitaciones sin puertas, en cada una daban shows, chicas sobre un diminuto escenario con poca ropa, seguramente para algunos directivos de empresas.

Amy prefirió no mirar, odiaba los lugares así, le recordaba las tristes noches en que tuvo que llegar por Vainilla.

Esa mujer... si no fuera por ella o la protección pagada de Scourge, seguramente no estaría al lado de su hija.

Casi cae al frente al ser detenida por su acompañante, ¿se había sumergido demasiado en sus recuerdos?, observó al erizo preguntándose en el problema que seguramente se acercaba.

— ¿Qué sucede? - lo notó distraído, dejó de apretar su brazo y se asomó hacía el lado derecho por el que miraba.

Su preocupación se marchitó en cuanto notó a una gacela bailando con apenas un par de pedazos de tela cubriendo su cuerpo.

¿Y él? mirándola totalmente babeando. Le dieron ganas de darle un buen coscorrón por mirón, tan guarro siempre. Jaló fuerte de sus púas traseras para hacerlo reaccionar.

— ¡Hey! - cuando regresó a la normalidad, sobó sus púas con cierto recelo.

— Concéntrate, no estamos aquí para eso - regañó con enojo, necesitaba mantenerlo a su lado, al menos hasta que pudieran reunirse con Carmelo.

— Disculpen - una pantera blanca se acercó a ambos, en su rostro se pueden apreciar algunos rasgos asiáticos además de vestir con un precioso traje de color dorado — ustedes deben ser nuestros invitados, déjenme escoltarlos hasta la sala de reuniones.

— ¿De casualidad no tendrán una gacela como esta? - él señaló hacía la sala, esta vez recibió un fuerte pisotón con la aguja del tacón de Amy; Scourge fingió mantener la cordura y se mordió los labios para no soltar ni un quejido.

— Me temo que no, señor... - La pantera sonrió al ver la escena — por favor, síganme.

Los tres se detuvieron tras dos puertas altas de madera oscura, las rodeaba un marco de oro muy hermoso. La pantera se aseguró de colocar una pequeña tarjeta cerca del lector de la puerta antes de abrirlas, ambas en par.

Ella entró primero, la pareja le siguió y pudieron observar toda la habitación.

Espaciosa, decorada desde el suelo hasta el techo, dentro hay una mesa con el juego de ruleta al fondo y una sala con sofás de cuero rojo al centro.

Y frente a ellos estaba nada menos que Carmelo.

Amelia lo observó por completo, una rata albina con perfecto gusto, tan elegante, pensó.

Viste con un traje de color uva, sus zapatos negros bien pulidos y un sombrero del mismo color. Sus ojos son de un color avellana que brillan intensos debajo de ese gran candelabro de diamantes.

— ¡Bienvenido, Scourge! - Carmelo se levantó del sillón, en otro lugar, Scourge apenas le daría un apretón de manos, pero ahora no estaba en su territorio como para ponerse los moños.

Ambos hombres estrecharon manos con sonrisas en el rostro, la pantera cerró las puertas y caminó hasta estar al costado de su jefe, pronto, la rata observó a la acompañante rosada.

— No sabía que traerías a una chica tan hermosa contigo - estiró la mano para saludarla, por unos segundos sintió la presión, pero alargó la suya para saludarlo cortésmente, la rata le estrechó con delicadeza.

Si estuvieran en una situación diferente, nunca pensaría que Carmelo fuera tan peligroso como Scourge le había mencionado antes en el auto ¿qué mafioso era tan educado? bueno, quizá era porque había pasado tanto tiempo en las calles con Scourge que no se le ocurrió pensar en el resto de lugares con alta gala.

— Es un placer poder conocerlo - dijo ella cuando sus manos se alejaron, manos tan frías que le provocaron escalofríos — disculpe por venir sin avisar, pero no podía dejar a mi hombre venir solo esta noche.

La rata sonrió de vuelta, negando ligeramente con la cabeza mientras los invitaba a acercarse a la sala con un ademán.

— Tranquila, entiendo perfectamente - la pareja tomó asiento en el sofá frente a él — solo espero que no te incomode que hablemos del tema.

— Está bien entrenada - respondió Scourge palmeando el muslo de la contraria, ella fingió una sonrisa mientras por dentro guardaba las ganas de jalarle una vez más las púas — vamos a arreglar esto.

— Me imaginaba... - chasqueó los dedos y la albina se acercó dejando una tableta sobre una mesa decorativa del centro - pedí un cargamento grande, ¿cuál es la situación del envío?.

— Llegará a las diez en la mañana - indicó Scourge tomando la pantalla, en ella se podía ver el registro del pedido - tenemos convenio con la patrulla de investigación, no analizarán nuestro cargamento.

Carmelo sonrió, pero el erizo aún tenía sus dudas, guiándose por su experiencia sabía que la rata tenía algo más en mente, necesitaba sacarle información.

— Es la primera vez que me pides una reunión ¿por qué?.

— No es la primera vez que llamo a alguien de otro territorio - menciona él haciendo una seña para que les traigan bebidas - me comentaron que tu droga es de calidad. Además mis secuaces comentaron que te habían visto por la ciudad hace algunas semanas junto a un armadillo, pensaba que lo traerías a él.

— Es solo un subordinado de bajo nivel, lo ocupo cuando tengo que hacer mandados - respondió con simpleza. Ahora Mighty estaba tan involucrado como todos ellos.

Amy sintió un poco de tensión en las miradas de ambos, como si los dos quisieran sacarse información.

— Me pregunto, qué tipo de mandados podría tener el jefe de New York para venir hasta acá - recibió uno de los vasos de coñac que la asistenta repartía, los siguientes en sostenerlos fueron los erizos — nunca me llegó ningún mensaje tuyo avisando tu visita.

— Yo puedo ir a donde quiera - respondió con signos de superioridad - no sabía que tenía que pedirle permiso a la reina rata.

— ¿Cómo me llamaste? - el vaso se rompió en varios pedazos, la ira de Carmelo se vio reflejada en sus ojos y Amy apretó ligeramente del brazo del contrario, necesitaban calmarse.

La pantera se acercó para pasarle una pequeña servilleta de tela a su jefe, los vidrios del vaso reposaban junto a la bebida en el suelo.

— Creí que no sería necesario hacerles algo más que darles un ligero sustito - dijo Carmelo — Sabes las reglas Scourge, no puedes entrar en territorio enemigo sin estar bajo vigilancia. Pero tranquilo, le daré un buen trabajo a tu mujer, por ser hermosa. Seguramente mi cliente le dé un buen uso.

Scourge se levantó de golpe, brusco soltándose de los agarres de Amelia por tranquilizarlo, nadie se atrevería a ponerle un dedo encima a Amy y mucho menos insinuar algo más.

— Ponle una mano encima y te arranco la cola - amenazó erizando sus púas, Carmelo estaba listo para dar la orden a sus secuaces.

— ¡Espere! - Amelia alzó la voz llamando la atención de Carmelo y su asistente — debe haber alguna forma de que podamos arreglar el malentendido, ¿qué es lo que quiere?.

Carmelo le observó por unos segundos, luego miró a la pantera a sus espaldas.

— Lo tengo todo - señaló a su alrededor, todo su imperio de clubs le dejaba miles de dólares — ¿qué ofreces?

Amy sintió el peso de la carga de decisión en sus hombros, una disculpa sería tan insignificante como el rogar por sus vidas, miró de nuevo la habitación hasta que sus ojos se posaron sobre la mesa con ruleta al costado, cerca de unas preciosas ventanas.

Sonrió de medio lado al encontrar algo con lo que seguramente se divertiría Carmelo.

— Deben gustarle las apuestas - dijo aproximándose a la mesa, los demás solo observaron su recorrido — Hagamos una, juguemos y dejémoslo a la suerte.

Sus dedos acarician la ruleta mientras la observa y analiza; los números en los espacios de color negro y rojo mientras la bola debe quedarse en una de ellas, un juego de probabilidades infinitas. Suerte o no, es la salida que veo.

Un juego de ruleta - la rata sonrió interesada, nada le gustaba más que las apuestas y una determinación como la de ella, esa chispa de vicio en la mirada, la excitación de jugar contra las probabilidades — pongamos las apuestas, entonces. Pero ¿qué es lo que quieres y qué me darás?, matarlos, eso puedo hacerlo ahora mismo sin perder mi tiempo.

— Además de hacerlo... - observó a Scourge que la miraba al fondo, era arriesgado, MUY arriesgado lo que iba a hacer — Te quedas con el territorio de Scourge, en New York.

Scourge casi se desploma, logró sostenerse en el sofá al tiempo que Carmelo sonreía expectante, tan emocionado y ciertamente un poco socarrón por ver el rostro de susto en el erizo enemigo.

— Pero si gano - volvió su atención hacía ella — olvidas la llegada de Scourge, nos dejas vivir y... me dirás quién es tu cliente y por qué quiere todo ese cargamento de droga.

Los ojos avellana de la rata brillaban con deseo, nada más interesante en la noche que el par de visitantes, uno tan parlanchín y ella con tantas cartas bajo la manga.

Se acercó a la mesa para quedarse frente a ella, acomodó el saco de su traje y quitó su sombrero para hacer una reverencia ante ella, como todo un caballero.

— Una apuesta muy arriesgada... me encanta. ¡Taner, serás testigo del juego! - llamó a la pantera, preocupada más que nada por la mala decisión que la eriza había hecho.

— Bien, si están seguros. Seguiremos la regla Le Partage, se aplican apuestas de probabilidad equilibrada. Elijan un color y donde la bola caiga, entonces ese será el ganador - miró a ambos mientras un angustiado Scourge se acercaba a la mesa — Por favor, elija el color.

— Quiero el negro, ambos colores me dan suerte de todas formas - sonrió Amy al recordar a Shadow, si este juego era de suerte, cualquiera de los dos colores le ayudarían.

— ¡Espera Amy! ¡¿tienes idea de lo que estás apostando?! prefiero morir antes que darle mi territorio a esta rata - señaló con desdén.

La eriza atrapó su mano, apretándola con fuerza mientras que en su mirada brillaba la emoción y la determinación de ganar, ahí estaban los ojos que Scourge conocía.

No la entendía, no comprendía por qué ese rostro y esos ojos podían transmitirle tanta calma y al misml tiempo, un enorme deseo.

— Confía en mí - pidió entrelazando sus manos con fuerza, por un momento se mordió la lengua con duda, pero asintió resignado a confiar.

— Me quedo el rojo entonces - dijo Carmelo observando a su asistente para darle inicio.

— Perfecto, entonces - Taner colocó la pequeña esfera en el centro de la ruleta antes de encenderla — que la suerte los acompañe.

La ruleta se encendió.



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