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Elizabeth se dejó caer en el suelo mientras se abrazaba a su misma. De todas las jodidas suertes que pudo tener, se enamoro de un hombre casado que ahora la odiaba. No lo culpaba, le había robado y eso no se perdonaba pero no podía soportar saber eso. En otras circunstancias, si en vez de seguir conociéndolo lo hubiera dejado y hubiera conseguido a alguien más eso no le habría importado, pero justo ene se momento que conocía su gentileza y perversión le dolía.

Era una malnacida, había prometido no volver a enamorarse desde la decepción que obtuvo la última vez pero ahora había caído en el juego una vez más y se sentía estúpida. Alguien casado, rico, que nunca miraría a alguien como ella y ahora que no quería volver a verla.

—Perdón...perdón— susurraba sin parar tirada en el suelo llena de lágrimas. No podía con ese castigo que le habían impuesto, si tan solo hubiera parado con sus robos eso no habría pasado

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