Por fin, llegamos a nuestro destino, la grieta que nos llevaba al cielo. Estaba sobre el aire. Pero para subir, hay que pasar una prueba.
—Algunos de nuestros guerreros, tienen entendido que es difícil subir. Hay una gran presión que no puedes ir volando. Nadie ha conseguido superar la presión. Una vez que caes en ella, es imposible volver —dijo Manclat.
—Yo creo que es posible —me opuse a su información.
—Todo lo que dice él es verdad, Darkia. No cuestiones su sabiduría —replicó Sublatti.
—Quiero intentarlo, tengo que ir, y lo haré sin ayuda.   
Los dos me miraron sorprendidos.
—Tiene que haber una manera. Siempre hay una solución para todo. Aunque sea imposible.
—Bueno, Darkia, ¿sugieres una idea?

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—¿Crees que tú sola podrás, reina? —preguntó el brujo.
Después de intentarlo con unos cuantos demonios, no había más remedio que hacerlo yo.
Me coloqué debajo de la grieta y alguien me cogió del brazo.
—¿Estás segura? De una caída podría dejarte muy grave.
—Mi armadura resistirá los golpes. Quiero saber si aguanta. Aparta, Sublatti. Diles a unos cuantos demonios que se pongan debajo y me cojan por si me caigo.
—¡Eso si es una buena idea! —se marchó.
Batí mis alas y emprendí el vuelo hacia arriba. Al principio no costaba mucho coger altura, pero cuando llevaba más de la mitad, la cosa se fue complicando. Las alas se movían con dificultad y algo me tiraba hacia abajo. Tenía que llegar a lo más alto. Sabía que lo alcanzaría. Batí lo más rápido que pude, hasta que la presión desapareció. ¿Ya está? ¿Lo había conseguido? Los ojos los cerré mientras ascendía. Los abrí y planté los pies sobre algo. Todo era blanco y puro.
—Lo he... ¡Conseguido!
Miré hacia atrás y vi una enorme esfera en la que dentro estaba Sublatti. La bola explotó.
—No quería que fueras tú sola.
—Pero...
—Cosa de Manclat.
—¿Vamos? —le hice un gesto con la mano.
Afirmó. Era la hora de saber las respuestas y conocer a aquel ángel que me hablaba. Quién era esa Diana...