Capítulo 8

Capítulo 8





Playa del Renacer, Nuevo Imperio – 1.836





El rugido del océano la despertó. Iris levantó la cabeza de la arena y parpadeó con lentitud, tratando de recuperar la conciencia. Lo último que recordaba era haber sido engullida por el océano y ser arrastrada hasta el fondo por unos tentáculos de oscuridad; los brazos de la extraña cerrándose alrededor de los suyos y su rostro descompuesto mirándola con fijeza... y nada más. A partir de aquel punto, todo había quedado en blanco. Iris no recordaba nada, ni cómo había llegado a la playa donde en aquel entonces se encontraba, ni mucho menos cómo había salido del agua. Nada. Por suerte, no le importaba. Estaba viva y respiraba, suficiente.

Ladeó el rostro sobre la arena para descubrir que a su lado se encontraba la mujer. O al menos el ser que anteriormente había sido la estatua. Lo que ahora tenía ante sus ojos era una mujer joven, de larga cabellera negra y tez pálida cuyos ojos rasgados evidenciaban una procedencia extranjera, probablemente del continente Gynae. A diferencia de ella, que vestía el uniforme ahora rasgado de aspirante, la mujer llevaba una simple camiseta de manga corta y unos pantalones cortos propios de un veraneante. Un atuendo que, ahora que ya no estaba teñido de sangre, evidenciaba aún más su corta edad. ¿Qué podría tener? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho?

Iris la contempló durante unos segundos, a la espera a que despertase, pero al ver que no reaccionaba se incorporó. La mujer seguía con los ojos cerrados, como si durmiese. Parecía agotada. Se acercó a ella a gatas y apoyó la mano sobre su mejilla. Estaba muy fría, aún empapada por el océano, pero respiraba.

—Eh, despierta...

Un fuerte graznido sobre sus cabezas captó la atención de Iris. La joven volvió la vista al cielo y en él encontró el mismo halcón marrón que la había seguido durante la competición. Un ave que, tras dibujar tres círculos sobre ellas, se dirigió hacia el interior de la cala, allí donde, recién llegados, había dos figuras.

El ave se posó sobre el antebrazo de una de ellas. La luz del sol impedía que pudiese verla con claridad, pero Iris creyó ver en ella un cuerpo delgado y alto envuelto en una capa o un abrigo. Sus manos estaban enguantadas y sus ropajes, totalmente negros, dibujaban extrañas formas cambiantes sobre su cuerpo. Parecían estar en continuo movimiento, como las oleas en el mar.

Sintió un escalofrío al ver a las dos figuras avanzar hacia ellas.

—Eh, venga, no es momento de dormir...

Iris volvió a sacudir el brazo de la chica de los ojos rasgados. Percibía cierto peligro en las dos figuras que se acercaban, sobre todo en la del halcón. La otra, un miembro de la Unidad Hielo por su uniforme, estaba totalmente eclipsada por la extraña esencia que emanaba del primero. Era como si la realidad se perturbase a su alrededor... como si se destruyese.

Volvió la vista atrás, buscando alguna vía de escape, pero tan solo encontró el océano. La cala tenía un único acceso, y los dos recién llegados acababan de bloquearlo con su coche.

—¡Despierta, vamos! —exclamó, sacudiéndola ya con mayor violencia por el brazo—. ¡Tenemos que irnos de aquí!

—En realidad no —respondió de repente el dueño del halcón, un hombre por la voz—. Estáis en el lugar donde debíais estar. Señoritas, si son tan amables, van a acompañarme a mí y a mi buen compañero Bek a un lugar más tranquilo para que podamos hablar.

El tal Bek surgió del círculo de luz que parecía emanar del hombre del halcón y se agachó junto a la mujer de ojos rasgados para comprobar su estado. Iris intentó interponerse, viendo en él un peligro, pero el agente no tardó en deshacerse de ella de un empujón. La tiró a la arena sin piedad alguna y cogió a la chica a peso.

Se la llevó hacia el coche.

—Señorita Ánikka, no se enfade, por favor, sus modales no son los mejores —intervino el hombre del halcón con acidez—, pero lleva demasiado tiempo esperando este momento. Por favor, acompáñenos.

—¡No! ¿¡Quienes sois!? ¿¡Qué queréis de mí...!? ¿Qué... qué está pasando?

Un torrente de preguntas sin respuesta explotó en la mente de Iris, enterrando la poca razón que le quedaba. Estaba tan confusa que no era capaz de comprender absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. Nada. A pesar de ello, tenía el convencimiento de que no era bueno. Aquellas personas no eran de fiar... al igual que tampoco lo era la mujer en la que se había transformado la estatua.

El recuerdo de Eli acudió a su mente. Todo habría sido muchísimo más fácil si no se hubiese separado de ella.

—¿Qué quiénes somos? —El hombre del halcón se adelantó unos pasos, sin mostrar aún su identidad. Algo brillaba con especial fuerza en su rostro—. En el fondo no somos nadie, una piedra en el camino que pronto olvidará. ¿Y que qué queremos de usted? Ya nada, señorita: ya nos lo ha entregado. Así que puede dar la deuda por saldada... aunque si lo que quiere es saber precisamente qué está sucediendo, le recomiendo que nos acompañe. De lo contrario, si simplemente prefiere cerrar los ojos y olvidar lo que ha pasado, puede hacerlo. Usted decide.








Tristan se descolgó a pulso por la pared de piedra que separaba la playa de lo alto de las Agujas de Sangre lo más rápido que pudo, pero llegó tarde. La conversación había sido breve, y había estado envuelta en todo momento por un potente halo de luz que le había impedido ver y escuchar nada. Así que, en definitiva, no había conseguido nada.

Nada salvo la matrícula del coche.

Tristan se descolgó y cayó a lo largo de los últimos cinco metros hasta la arena, donde rodó con agilidad para suavizar el golpe. Una vez en el suelo, se incorporó con rapidez, con la mirada fija en el camino de piedra por el que se alejaba velozmente el vehículo, y se apresuró a sacar su teléfono móvil del bolsillo.

Garland tardó tan solo un tono en responder.

—¿¡La tienes!?

—No. Gar, está pasando algo muy extraño... pero lo primero, localízame una matrícula.

—¿Una matrícula? —Garland parecía desconcertado—. ¿¡De qué demonios hablas!? ¿¡Dónde está Iris!?

—¡Se acaba de subir a un maldito coche! De hecho, creo que la han obligado a subir en contra de su voluntad, ¡así que localízame esa puta matrícula!

—Repite.

Tristan obedeció y se puso en camino hacia la zona de graderías de las Agujas de Sangre. Estaba a cierta distancia de allí, en lo alto de la elevación rocosa que acababa de descender, pero confiaba en poder llegar antes de que acabase la competición y poder encontrar a su hermano aún en el punto de control.

Con Cordelia, lógicamente, ya no contaba. Conociendo al resto de legionarios con los que habían acordado verse en el evento, ya daba más que por perdida su oportunidad. Era una lástima, aunque en aquel entonces no le importaba en exceso. Estaba demasiado preocupado en lo que fuese que estaba pasando con Iris Ánikka como para incluso pensar en lo demás.

Y mientras que Tristan rehacía el camino hasta el punto de control, Garland ya se había instalado en una de las mesas de trabajo y estaba consultando en las bases de datos internas el origen de la matrícula.

Pidió a la teniente Sorokin que se acercase.

—Lynette, el código setenta y siete hace referencia a las flotas al servicio de la Corona, ¿me equivoco?

Antes de responder, la teniente le echó un rápido vistazo a la pantalla, sorprendida ante la pregunta. Revisó la información que les proporcionaba el programa de búsqueda en diagonal, centrándose únicamente en el color y el modelo del vehículo de la fotografía de archivo, y asintió con la cabeza.

—Sí, son de la Corona, ¿por?

—¿Habría alguna forma de saber a quién pertenece este en concreto?

Lynette se acuclilló a su lado para bajar el tono de voz.

—¿Qué sucede, capitán? ¿Tiene esto que ver con la búsqueda de esa chica?

Garland asintió ligeramente.

—Al parecer ha subido a ese coche en contra de su voluntad.

—¿Por qué será que imaginaba que iba a darnos problemas? —Los susurros de Lynette se transformaron en un suspiro—. Llevo rato tratando de localizarla a través de las cámaras, pero parece haberse esfumado. Ahora entiendo el motivo. ¿Qué está pasando? ¿Quién es ella?

—No es nadie... al menos en la teoría. —Garland se encogió de hombros—. Sinceramente, no entiendo nada.

—Ya... ¿deberíamos avisar al legatus?

La simple propuesta le provocó vértigo. Gared Cysmeier no era su legatus, pero incluso así lo conocía lo suficiente como para saber que prefería no verlo enfadado. Y se iba a enfadar, lógicamente. Malo era que la hubiesen dejado participar en la prueba, pero que además hubiesen permitido que fuese secuestrada era dramático...

Claro que, ¿cómo imaginar que algo así podía llegar a pasar?

—Hasta que no sepamos a quién pertenece el coche, mejor no.

—¿Y cómo se supone que lo vamos a saber? Ya sabe que el siguiente nivel de la base de datos está protegido y no tenemos los permisos para poder acceder.

—Ya, bueno, en la teoría sí... pero vamos, ambos sabemos que no te han bloqueado tu antiguo usuario...

Lynette puso los ojos en blanco.

—Llegará el día en el que me expulsarán por esto.

—Probablemente, pero no será hoy, tranquila. Además, sabes que no te lo pediría si no fuera realmente importante... por favor.

Tal fue el dramatismo en las palabras y sonrisa de Garland que Lynette no tuvo más remedio que aceptar la petición.

—Anda, quite, capitán —le dijo, apartándolo de la silla de un suave empujón para ocupar su lugar. Una vez frente a la pantalla, apoyó los dedos sobre el teclado y empezó a presionar un botón tras otro, abriendo ventanas e introduciendo códigos a gran velocidad—. Que conste que no estoy haciendo esto...

—Yo tampoco.

Una sonrisa cómplice acompañó a los dos militares hasta que Lynette logró acceder al siguiente nivel de información. Como bien le había recordado Garland, ella tenía accesos especiales y un conocimiento experto en el uso de bases de datos gracias al adiestramiento específico que había recibido durante su breve paso por la Agencia de Inteligencia Imperial. Había pasado poco tiempo al servicio de Erin Cabal, pero había sido más que suficiente no solo para incrementar notablemente su abanico de suculentas especialidades, sino también para conocer un poco más en profundidad la auténtica visión del Nuevo Imperio.

—Y aquí lo tenemos... —dijo en apenas un susurro, triunfal—. El coche pertenece a un tal Iván Elder, ¿le suena? Según su ficha, trabajaba en el Departamento de Ciencia Natural y Zoología... ¿Departamento de Ciencia Natural y Zoología? ¿Qué se supone que es eso?

—No lo había oído nunca —admitió Garland—. ¿De quién depende?

—Al parecer forman parte del Archivo Real. Ahora que lo pienso, escuché hace un tiempo que el Emperador había generado varios subdepartamentos que trabajan en la recopilación y protección de la cultura y el conocimiento. Quizás este sea uno de ellos, ¿no?

—Podría ser... ¿pero por qué alguien del Archivo Real iba a llevarse a Iris? No tiene ningún sentido.

—No lo tiene, no. —Lynette se encogió de hombros—. Lo lamento, capitán, ahí me temo que no puedo ayudarle.

Garland asintió con lentitud. Podría seguir investigando, con la ayuda de Lynette probablemente conseguirían profundizar un poco más sobre Iván Elder y el extraño departamento para el que trabajaba, pero el capitán no se engañaba. Llegado a aquel punto en el que la Corona se interponía, lo mejor era dejarlo en manos del legatus. Al fin y al cabo, si bien las cosas habían cambiado notablemente desde que Loder Hexet y Nyxia De Valefort se habían instalado en Ballaster, lo cierto era que Gared Cysmeier seguía muy estrechamente ligado a la Corona a través del propio Lucian Auren.

Lo suficientemente ligado para poder saber qué estaba pasando.

—Yo me ocupo, tranquila.








A bordo del coche, sentada en el asiento de copiloto, Iris pudo ver al fin los rostros de los dos hombres que las acompañaban. El que conducía, y parecía estar al mando, era un joven de no más de veintitrés o veinticuatro años. Su nombre era Iván y por su porte y la energía que emanaba de él era evidente que tenía capacidades mágicas. De hecho, Iris estaba casi convencida de que era un magus. Era alto y delgado como una pluma, con rasgos delicados a excepción del ojo derecho, el cual había sido sustituido por un implante ocultar como el del halcón. El otro ojo, de un intenso color gris, miraba al frente con determinación, irradiando una seguridad poco habitual en alguien tan joven. Lucía el cabello negro muy corto, como un militar, y en su rostro había una sonrisa perenne que lograba inquietar a Iris.

Una sonrisa que la hacía sentir un como títere en sus manos.

Bek Ullmar era el nombre del agente de la Unidad Hielo que en aquel entonces viajaba en la parte trasera, vigilando de cerca a la mujer inconsciente. Bek no era tan alto como Iván, pero sí más corpulento. Tenía la cabeza totalmente afeitada, los ojos grandes y de intenso color avellana, y la tez tostada por el sol. Un auténtico guerrero ya veterano al que el uniforme negro hacía destacar las cicatrices blancas que cubrían su cráneo. Por lo demás, a excepción de por el emblema dorado en forma de estrella que lucía en el pecho, era un guerrero más del Nuevo Imperio: todo silencio y determinación.

—¿A dónde vamos? —preguntó Iris tras los primeros segundos de silencio.

Tras abandonar la cala donde las habían recogido, el coche negro de Iván Elder se había incorporado en una de las autopistas principales de acceso a la ciudad de Solaris. Al parecer la capital era su destino, aunque por el momento no le había aclarado nada. Salvo recomendarle que se pusiera el cinturón de seguridad y que se relajara, lo demás había sido silencio.

—Lo verás pronto —respondió Iván sin apartar la vista del frente.

—¿Y no puedo saberlo ya?

—¿Para qué?

—Para saber si esto es un secuestro o no.

—¿Secuestro? —Sus palabras se tiñeron de un tono ácido—. ¿La has oído, Bek?

Una risita divertida escapó de los labios de Iván. El magus dedicó una mirada significativa a Bek a través del retrovisor y ambos negaron con la cabeza a la vez.

—Has subido al coche por tu propio pie —aclaró—, por lo tanto, no es un secuestro.

—Ya, bueno, ¿y ella?

Esta vez las miradas se centraron en la mujer del cabello negro que yacía inmóvil en el asiento trasero. Su estado era extraño, y más después de haberla visto despierta en el claro. Era como si, de alguna forma extraña, la hubiesen inducido a un sueño profundo del que no pudiese despertar...

Como si el agotamiento se lo impidiese.

Era escalofriante.

—Su situación es diferente.

—¿Por qué?

—¿La ves en condiciones de poder elegir? —Iván aceleró el coche para adelantar a un camión especialmente lento—. ¿Sabes quién es? ¿Te ha dicho algo?

Iris negó con la cabeza. Lo cierto era que no sabía nada de ella salvo que anteriormente había sido una estatua...

Claro que aquello no tenía ningún sentido. Ni su aparición ni tampoco la persecución a través de las Agujas de Sangre. Tampoco el haber saltado al vacío: podrían haberse matado. Desde su participación en la prueba de preselección, pasando por la intervención del halcón hasta finalizar subiendo al coche con aquellos dos extraños, nada tenía lógica.

—Me hubiese sorprendido lo contrario —admitió Iván—. En fin, para que te quedes más tranquila, trabajamos para la Corona. Bek es miembro de la Unidad Hielo y yo sirvo en la Cúpula de Estrellas como magus. No hay nada raro ni ilegal en nosotros.

—Lo daba por sentado por su uniforme —respondió Iris, y se giró hacia atrás para poder mirar a Bek a la cara—. ¿Y trabajas para el Emperador?

Iván rio en su asiento.

—Todos servimos al Emperador —aclaró el agente—, pero sé a lo que te refieres. Y no, no trabajo directamente para el Emperador.

—¿No formas parte de la guardia del Palacio del Despertar?

—No. La Unidad Hielo ha adquirido muchas otras funciones a lo largo de estos años —explicó—. Y yo formo parte de esas otras funciones. Trabajo par...

—Para alguien que pronto vas a conocer —le cortó Iván—, así que relájate. Llegaremos pronto.

Iris se cruzó de brazos, molesta ante la interrupción, pero no dijo palabra. Dudaba estar en posición de poder protestar. En lugar de ello desvió la mirada hacia la ventana y observó el avance del resto de vehículos. Y por encima de sus techos, a varios metros de altura, el vuelo limpio y elegante del halcón de Iván.

Los seguía de cerca.

—¿El halcón es tuyo? —le preguntó, con la mirada fija en el ave.

El magus asintió.

—Al menos en la teoría. A veces tengo la sensación de que él es mi dueño y no al revés.

—Al verle el ojo de cristal pensé que era una cámara de televisión —confesó, logrando con ello arrancarles una carcajada a los dos agentes—. Me estaba guiando por la prueba, ¿verdad? Fue él quien me llevó hasta el claro de la estatua.

No pudo negar la evidencia.

—¿Y por qué? ¿Pretendíais que me encontrase con ella?

—Algo así —admitió Iván—. Lo cierto es que no es fácil de explicar, tiene su explicación, pero tranquila, el jefe de lo contará todo.

—¿El jefe? ¿Quién es vuestro jefe?

En la parte trasera del coche, Bek Ullmar asintió.

—Él te lo explicará todo —insistió.

—Ya... pero en serio, ¿quién es vuestro jefe?

—Eres insistente, ¿eh? —Bek dejó escapar un suspiro—. Ya lo conocerás.

—¿Y qué hubiese pasado si hubiese decidido no subir?

Nuevamente, Iván y Bek intercambiaron una mirada divertida a través del retrovisor.

—No barajábamos esa posibilidad —aseguró el magus—. Sabíamos que ibas a subir sí o sí.

La confianza total de su respuesta la ofendió. Iris arrugó la nariz.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué? ¿De dónde sacas eso?

—Fácil: subir al coche ibas a subir, tu estado era sobre lo que teníamos más dudas —sentenció Iván con diversión—. O viva en el asiento de copiloto, o muerta en el maletero. Sea como fuera, ibas a subir... y ahora calla un rato, anda. Me estás levantando dolor de cabeza con tanta pregunta.

Iris hizo ademán de responder, pero la negativa de Bek con la cabeza se lo impidió. No valía la pena. Además, incluso sin conocerlo, era evidente que era mejor no enfadar a Iván Elder. Los magi podían llegar a ser muy peligrosos... y más cuando tenían pocos escrúpulos.

Muy a su pesar, se dio por vencida. Iris volvió a mirar por la ventana y centró la atención en la sombra del halcón sobre el tejado de los coches. Era realmente imponente.








Una hora después el coche se adentró en el perímetro de una de las grandes mansiones del centro de la ciudad. Se trataba de un edificio de color ocre de planta rectangular y de una altura de al menos tres niveles en cuyos extremos oriental y occidental se alzaban dos altísimas torres acabadas en aguja. Estas se unían a varios metros por encima de la cúpula del edificio principal con un impresionante puente de piedra en cuyo corazón se alzaba una gran gárgola alada.

Un edificio impresionante para un lugar, como pronto descubriría, muy especial.

Mientras avanzaban por el frondoso jardín que rodeaba la mansión, Iris contemplaba cuanto le rodeaba con una mezcla de sensaciones. La edificación era majestuosa, con los imponentes torreones alzándose hasta rasgar el cielo, pero había algo en ella que le generaba desconfianza. Una especie de aura sombría que tanto las gárgolas como las ventanas cerradas agudizaba aún más si cabe.

Iván condujo con cuidado por el camino de tierra entre los árboles hasta alcanzar la entrada principal, donde aparcó el coche junto a otro del mismo modelo. Al bajar, el halcón rápidamente se precipitó sobre su brazo, ansioso por recibir una caricia en la cabeza por parte de su dueño. Iván le susurró algo, recorrió su lomo con el dorso de la mano y lo lanzó al aire, donde el ave volvió a alzar el vuelo hasta perderse en lo alto de una de las torres. Seguidamente, con una sonrisa llena de satisfacción en el rostro, Iván Elder se volvió hacia el coche e hizo un ademán de cabeza a Iris para que saliera.

—¿Dónde estamos? —preguntó nada más poner un pie en la tierra.

Alzó la vista a lo largo de la alta fachada ocre de la mansión hasta acabar fijándola en el símbolo dorado que había en el centro: una estrella. La misma estrella que Bek llevaba en su uniforme y presumiblemente el magus debía llevar oculta entre los pliegues de su capa.

—En Solaris —sentenció Iván con cierto agotamiento—. Sol Invicto, no te cansas nunca de hablar, ¿verdad? Vamos, Bek, ¿tienes a la chica?

El agente salió del coche con la chica en brazos con sorprendente facilidad. Una vez fuera lanzó una fugaz mirada hacia el caserón en la que Iris creyó ver cierta inquietud y se puso en camino hacia su entrada.

Iván e Iris le siguieron. Ascendieron una pequeña escalinata de peldaños llenos de hojas secas al final de la cual aguardaba una puerta maciza con una campana dorada a su lado. Iván la hizo sonar con fuerza. Pocos segundos después, una mujer vestida de negro abrió.

—Bienvenidos.

Les invitó a entrar en un amplio y poco iluminado vestíbulo de paredes de madera donde la temperatura era especialmente baja. La mujer e Iván intercambiaron un par de palabras en un idioma desconocido para Iris y la primera se retiró por uno de los pasadizos, dejándolos a solas.

No tardaron en ponerse en movimiento.

Iván se encaminó hacia un corredor situado al final del vestíbulo, en la pared oriental. Descendieron un tramo de escaleras, ascendieron otro, volvieron a descender uno aún más largo y salieron a un corto corredor al final del cual había un muro de piedra.

—No te acerques —le advirtió Bek a Iris unos metros por detrás, cogiéndola del antebrazo para que se mantuviese a cierta distancia—. Solo observa.

Iris obedeció. Centró la atención en el magus y le observó realizar varios gestos en el aire con los dedos de la mano derecha. Estaba dibujando un símbolo; una runa de poder que, acompañada por unas palabras mágicas, empezó a brillar con una luminiscencia violácea. Relampagueó con fuerza, tiñendo de su luz el pasadizo, y se abalanzó contra la pared, abriendo con su estallido una puerta en su interior.

Iván giró el picaporte y entró con naturalidad. Iris, en cambio, tardó unos segundos en lograr cerrar la boca y seguirlo.

—Impresiona, ¿eh? —Bek le guiñó el ojo—. Mira que lo he visto veces, pero nunca llegaré a acostumbrarme.

—Increíble...

El agente asintió con orgullo.

—Ahí donde lo ves, es uno de los mejores. Vamos, pasa.

Al otro lado del umbral aguardaban unas escaleras que descendían hacia las profundidades de la tierra. O al menos así debería haber sido, pues cuanto más bajaban, más alta era su posición de acuerdo a las vistas que ofrecían las ventanas.

Impresionada ante el extraño efecto de la magia en la torre, Iris prefirió limitarse a avanzar con la mirada fija en los escalones de piedra. Varios metros por delante, Iván descendía tranquilamente, canturreando por lo bajo una suave sonata que resonaba con inusitada fuerza por toda la escalera de caracol.

—¡Hogar, dulce hogar!

Pocos minutos después, alcanzado el último piso, se adentraron en un amplio estudio de planta circular en cuyo interior aguardaba un impresionante estudio de paredes azules y techo de cristal. En su interior, repartidos en distintos muebles, había cientos de esferas de cristal en cuyo interior había entes brillantes.

Las luces relampaguearon con su llegada.

—He vuelto —exclamó Iván con entusiasmo.

Iris se adelantó unos pasos más, por petición de Bek, y comprobó que en el suelo, pintado a mano, había un gran mapa estelar en el que varias esferas azules de mayor tamaño conectaban entre sí por líneas doradas.

Un mapa que no se correspondía en absoluto con el firmamento conocido.

Sin duda, era un lugar extraño, aunque también apasionante. Su olor a pintura y a hierbas cautivaba, al igual que los misteriosos dispositivos que llenaban su escritorio, pero ninguna de las posesiones era capaz de eclipsar a su dueño. El magus al mando irradiaba un aura de tanto misterio y atracción que resultaba prácticamente irresistible.

Iris tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Totalmente cegada por el brillo dorado del colgante en forma de estrella que llevaba el magus al cuello, no fue consciente de que habían encerrado a la mujer del pelo negro en lo que parecía ser una jaula de barrotes de energía púrpura hasta que Iván chasqueó los dedos frente a su cara.

—¡Eh, espabila! —exclamó—, ¡que te están hablando!

—¿A mí?

Un suspiro airado escapó de los labios del joven magus, que respondió con una elegante sacudida de cabeza. Se encaminó hacia una de las ventanas, cuyos cristales tintados con colores cálidos recordaban a los de las iglesias, y la abrió.

Procedente del exterior, el halcón se posó sobre su brazo.

—Buen chico —le dijo mientras le acariciaba la cabeza—, ¿estás cansado?

—Así que tú eres Iris Ánikka —dijo de repente el otro magus, logrando de nuevo convertirse en el centro de atención de Iris—. Me alegro de conocerte, querida.

El magus sonrió, e Iris también lo hizo, arrastrada por el fantasmal encanto que lo acompañaba. Se acercó a ella, todo elegancia y amabilidad, y tomó su mano para besar el dorso con galantería.

El aroma a rosas de su cabello era embriagador.

—A sus pies, señorita —dijo, mirándola directamente a los ojos—. Mi nombre es Laurent Malestrom y soy el magus al mando de la Cúpula de Estrellas. Bienvenida.

El nombre del magus resonó con dulzura en sus oídos, emborronando todo cuanto les rodeaba salvo a su dueño. Iris ensanchó aún más la sonrisa, embobada, y se sonrojó cuando él le guiñó el ojo.

—Oh, por el Sol Invicto, Laurent: ¡para! —exclamó Iván, rompiendo el hechizo por un instante—. Vas a conseguir que se desmaye.

—Y no queremos a dos damiselas desmayadas a la vez, claro... —replicó el otro magus, saboreando las palabras—. Con una nos basta.

Laurent asintió con lentitud, sin apartar la mirada de Iris, que seguía aún embelesada, y acudió al encuentro del que probablemente debía ser su aprendiz para palmearle el hombro.

El halcón graznó de placer cuando le acarició la cabeza con la yema de los dedos.

—Buen trabajo, por cierto. Bek, eso va por ti también.

El agente levantó la mano desde el fondo de la sala. Iris no le había visto alejarse, pero en aquel entonces se encontraba sentado junto a la jaula en una butaca roja, con un libro entre manos.

Tras los barrotes, la chica seguía dormida.

—¿Sigue igual la damisela? —preguntó Malestrom mientras se encaminaba a su escritorio—. ¿Cuánto lleva dormida? ¿Ha dicho algo?

—Alrededor de la hora y media —respondió Iván—. Pero despertó. Cuando Iris la sacó del lago de sangre, estaba despierta.

—El lago de sangre... —repitió Iris por lo bajo. Incluso siendo tan reciente, lo sucedido en las Agujas de Sangre le parecían un sueño lejano.

—Sí, un lago de sangre —reflexionó Malestrom—. Lo teníamos previsto, pero supongo que en directo debe ser impresionante. ¿Podrías describirme con todo lujo de detalle lo que ha sucedido, Iris? Desde que viste al halcón por primera vez, por favor. No hay problema si te explayas: cuanto más sepamos, mejor.

La voz de Laurent, una caricia a oídos de Iris, la invitó a que tomase asiento en una de las butacas frente al escritorio y le explicara todo lo acontecido. Resultaba complicado desobedecer sus peticiones, pero aún más apartar la mirada de aquellos ojos azules que con tanta intensidad la miraban. Eran como dos haces de luz en mitad de un rostro agraciado y perfectamente enmarcado por una corta melena blanca cuyo flequillo dibujaba un gracioso caracol sobre su frente. Laurent era un hombre de cincuenta años alto y delgado, muy apuesto, pero sobre todo encantador.

Su magia le hacía parecer único.

—Así que la habían transformado en estatua... fascinante —reflexionó el magus. Se llevó la mano al mentón y empezó a acariciárselo con suaves movimientos circulares—. Ciertamente, la princesa había hablado en alguna ocasión sobre una estatua negra, pero nunca llegué a entender qué papel jugaba en esta historia. Ahora lo entiendo... Iván, ¿has comprobado si la estatua en cuestión sigue en pie?

—No —admitió él—, pero podría hacerlo una vez finalicen las pruebas de acceso a la Armada. Ahora mismo todo aquello está lleno de curiosos, legionarios y cámaras.

—Cada año la misma historia. —Laurente dejó escapar un suspiro—. Compruébalo hoy, ¿de acuerdo? Esta noche. Bek, a ti te necesito vigilando a nuestra invitada de honor.

—Cuente con ello, jefe —replicó el agente desde la distancia.

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Iris, sintiéndose en mitad de todo pero a la vez totalmente fuera—. Él dijo que usted me lo explicaría todo.

Laurent se volvió hacia Iván con fingida sorpresa, todo teatralidad.

—¿Él? —preguntó con voz chillona.

—¿Yo? —respondió Iván, imitándole.

Los dos hombres intercambiaron una fugaz mirada y rieron a coro con una carcajada que sonaba sorprendentemente parecida. De hecho, a pesar de las diferencias obvias en el color de cabello y ojos, había cierto parecido físico entre ellos.

Su reacción logró que el hasta entonces hechizo que había embelesado a Iris se esfumara. Habían logrado hacerla sentir ridícula. Cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una expresión ceñuda, y entrecerró los ojos.

—Basta de juegos —advirtió—. Quiero saber qué está pasando aquí, y quiero saberlo ahora. ¿Qué se supone que es todo esto? ¿Un secuestro?








—Iván Elder... —repitió el legatus Gared Cysmeier con desprecio tras leer la ficha del vehículo—. ¿Por qué será que no me sorprende?

—¿Quién es? —preguntó Garland con confusión—. ¿Lo conoces?

El legatus prefirió salir del puesto de control antes de responder. Aunque muy disimuladamente, sabía que todos los legionarios allí presentes les estaban escuchando, incluida la teniente Lynette Sorokin, y no quería que lo ocurrido se airease en exceso.

No cuando había magi involucrados.

—Iván Elder está en el equipo de Laurent Malestrom, uno de los magus al servicio de la Corona. Lo metieron bajo el paraguas de los departamentos de Desarrollo del Conocimiento que creó el Emperador, pero hasta donde sé, va por libre. Es un tipo peligroso.

—¿¡Peligroso!?

Gared asintió con lentitud, logrando con ello que Garland palideciera.

—Es un magus muy poderoso que ha sabido acercarse bien a la Familia Real —prosiguió—. Hasta donde sé, estaba colaborando con los tutores de la princesa Victoria para el desarrollo de sus capacidades. —Dejó escapar un suspiro—. No es una buena persona, Garland, no quiero que Iris se acerque a él bajo ningún concepto.

—Bueno...

—¿Estás seguro de que esta era la matrícula del coche?

El capitán asintió con determinación. Cualquier otro en la situación de su hermano podría haber confundido alguno de los números o de las letras a causa de la tensión o el cansancio, pero Tristan no. A él jamás se le escapaban aquellos detalles.

—De acuerdo, tengo a un par de hombres de confianza en la capital: les pediré que se acerquen a la Cúpula de Estrellas y la saquen de inmediato. ¿Dónde está Tristan?

—De camino hacia aquí, no creo que tarde demasiado en llegar.

—Dile que no se meta más, yo me encargo. En cuanto Iris regrese a su casa haz el favor de transmitirle de mi parte que no se meta en más problemas. Bastante tuve con su hermano y su madre como para ahora tener que hacer de niñera de ella también, ¿queda claro? Que haga lo que quiera con su vida, pero que se mantenga alejada de las Legiones y la Armada. Y de ese jodido magus, sobre todo. No quiero que se le acerque nunca más.

—¿Tan peligroso es?

El rostro del legatus se ensombreció.

—Sí.

Garland asintió con determinación.

—De acuerdo, se lo diré.

—Perfecto... ahora sigamos como si esto no hubiese pasado, ¿de acuerdo? El Emperador lo nota todo y no quisiera tener que darle más explicaciones de las debidas.





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