Capítulo 6
Capítulo 6
Agujas de Sangre, Nuevo Imperio – 1.836
El día era especialmente soleado. Sentado en lo alto de la gradería, con un refresco en la mano y una sonrisa en la cara, Tristan Eris aguardaba junto al resto de legionarios y de curiosos que habían viajado hasta las Agujas de Sangre el inminente inicio de la competición.
Era curioso como las cosas habían cambiado en los últimos años. Mientras que al principio de la década no había sido necesaria la prueba de selección, hacía ya cinco años que la Armada no solo se había visto obligada a ponerla en marcha, sino que, año tras año mayor era la expectación que levantaba. La posibilidad de asistir al espectáculo, magnífico en la mayoría de las ocasiones, lograba que una parte importante de la población de Solaris saliese de sus casas para disfrutar de un evento que cada año era mejor.
Y era en gran parte al esfuerzo de los hombres de Garland gracias a los que aquello era posible. Tal era su dedicación que el Almirante ya los había seleccionado a ellos como responsables del peculiar acontecimiento.
Un acontecimiento al que no faltaba absolutamente nadie...
—¡Mira ahí arriba, Tristan! ¡A la gradería más alta! ¿¡Es quién creo que es!?
Sentada a su lado, con una bolsa de golosinas entre manos y una mueca de sorpresa en la cara, Cordelia Varenka era incapaz de apartar la mirada de las cuatro grandes pantallas que habían hecho instalar en el puesto de control central. Gracias a ellas, las cuales estaban orientadas hacia cada una de las graderías, no solo iban a poder ver el avance de la competición, sino también, dependiendo del momento, las reacciones de las grandes personalidades que asistían al evento. Y en aquel preciso momento era el mismísimo Emperador Lucian Auren el que estaba en pantalla. Él y la princesa Victoria Hexet De Valefort, la cual observaba cuanto la rodeaba con expresión severa.
Su presencia era una auténtica sorpresa. Durante los últimos años habían contado con grandes personalidades, con los regentes Loder Hexet y Nyxia De Valefort, los padres del emperador, entre ellos, pero que aquel año fuese el propio Lucian quien asistiese en compañía de una de sus dos hermanas era muy significativo.
—Es la primera vez que vienen, ¿no? —preguntó Cordelia—. ¡Vaya, tu hermano debe estar histérico!
Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Tristan. Conociendo a Garland, debía estar fuera de sí. Que el evento iba a salir a la perfección era un hecho, para ello tenía a Lynette, que se encargaba de absolutamente todo, pero el contar con la presencia del mismísimo líder del Nuevo Imperio de Solaris y una de las dos princesas gemelas era una dosis de presión extra que sin duda estaría pasándoles factura...
Hubiese pagado por poder verle. Garland le había ofrecido la posibilidad de ver la competición desde dentro formando parte del comité organizativo, pero él se había negado. Aunque valoraba y respetaba su trabajo, la idea de generar aquel tipo de eventos no le atraía. Él prefería disfrutarlo todo desde la gradería, comiendo y bebiendo a costa del esfuerzo y sufrimiento de los aspirantes. Y aunque no se arrepentía de haber rechazado la oferta, admitía que en aquel entonces le hubiese gustado poder estar en el puesto de control con él. No obstante, poder verlo todo desde lo alto de la gradería tenía sus ventajas, y es que, además de tener una visión más amplia de la zona, le permitía disfrutar de un rato de diversión y relax en compañía del resto de sus compañeros.
Porque nadie se lo quería perder, por supuesto. Ni sus compañeros, los afortunados que aquel día tenían permiso, ni los oficiales, ni muchísimo menos los legatus. Ellos nunca perdían la oportunidad de fichas a las nuevas promesas.
—Nunca había visto tanta gente —admitió Tristan—. ¿Has visto? Hay hasta cámaras de televisión.
—Claro, van a retransmitirlo en abierto —respondió Cordelia—. Ha habido una sobredemanda de entradas... si te fijas, las graderías están llenas.
—Sin presión, ¿eh? —Tristan rio entre dientes—. Pobres muchachos, no me gustaría estar ahí abajo precisamente...
Concentrados en el interior del barracón prefabricado que había situado tras una de las graderías, los participantes, divididos en tres grupos, escuchaban en completo silencio las indicaciones que en aquel preciso momento les estaban dando los miembros de la organización. La prueba no iba a ser fácil, nunca lo era, pero aquel año en concreto la presión social y el elevado número de participantes había obligado a aumentar aún más el nivel. Debido a ello, las marismas conocidas como las Agujas de Sangre se habían visto sometidas a un importante lavado de cara durante las últimas cuarenta y ocho horas. Un lavado de cara gracias al cual el imponente entorno natural rojo y rosado en el que diariamente trabajaban decenas de agricultores y recolectores se había transformado en un impresionante laberinto de lagunas, lagos y naturaleza salvaje en cuyo interior cualquier cosa era posible.
Iba a ser un auténtico reto para todos... pero sobre todo para Iris. Una Iris que, demasiado nerviosa como para entender las explicaciones del soldado que guiaba su grupo, se mantenía totalmente rígida, con los labios sellados.
Petrificada.
Respiró hondo. No entendía qué hacía allí. De hecho, ni tan siquiera sabía cómo alguien como ella, una profesora enormemente querida de la Hermandad del Amanecer de Herrengarde, había podido llegar hasta Solaris, y mucho menos hasta aquella prueba. Todo había sido tan precipitado que incluso tenía lagunas sobre lo ocurrido. Había tomado aquellas decisiones, era evidente, nadie la había obligado, pero lo había hecho de tal forma que le costaba creer que hubiese llegado tan lejos. Y no porque no fuese una persona lanzada. Iris era así, alguien que se dejaba llevar totalmente por el instinto y las corazonadas, pero aquello era excesivo. Una cosa era viajar de un lugar a otro dejándose llevar por las circunstancias, pero estar rodeada de aspirantes a soldado a punto de participar en una prueba de selección para la que la mayoría llevaba años preparándose era otra cosa.
Le daba vértigo de solo pensarlo.
Pero a aquellas alturas ya no podía echarse atrás, así que solo le quedaba probar suerte. A Iris le gustaba pensar que todo aquello había sido cosa del destino, que el Sol Invicto la había empujado hasta allí, así que no se arrepentía. Lo único que la frenaba era la enorme cantidad de gente que llenaba las graderías, cuyas voces y risas se escuchaban desde el barracón.
Aquellas voces se le metían en la cabeza y apenas la dejaban pensar...
—En resumen: vuestro objetivo en esta competición es sencillo, aspirantes: localizar uno de los treinta aros que hay ocultos en el perímetro delimitado —explicaba el soldado en aquel momento, a punto de cumplirse el tiempo de espera—. Os hemos repartido en tres grupos de cien, y por cada grupo hay treinta anillas. En vuestro caso es especialmente importante que busquéis las anillas negras, ya que cada grupo tiene un color. No os servirá de nada que encontréis las blancas o las verdes. —El soldado alzó uno de los aros de hierro negro a modo de ejemplo—. Una vez localicéis una de ellas, haréis sonar el dispositivo de muñeca que os hemos entregado y saldréis del terreno de juego. Disponéis de doce horas: una vez hayan sido localizadas todas sonarán las alarmas. Si la escucháis sonar tres veces, significará que el juego ha finalizado y que debéis abandonar el terreno de juego. Hasta entonces, sin embargo, podéis seguir con la búsqueda. Es importante también que tengáis en cuenta las normas de las que os he informado previamente: todo aquel que las incumpla será penalizado y, dependiendo de la gravedad de su infracción, podrá ser expulsado. En caso de ser así, vuestro dispositivo de muñeca emitirá un pitido agudo y la pantalla se pondrá roja. —El soldado hizo un alto, a la espera de preguntas, pero al ver que ningún aspirante levantaba la mano, prosiguió con la explicación—. Disponéis de las herramientas necesarias en la mochila que os hemos proporcionado: una cantimplora con agua, un pequeño botiquín, un cuchillo, una cuerda y unas gafas de buceo. Imagino que no es necesario decirlo, pero confiamos en que hagáis un uso responsable de ellos. Por último decir, aunque ya lo sabéis, que este año la prueba se va a retransmitir a través de la televisión pública, por lo que habrá cámaras en algunos lugares. No estarán en todos, pero hay ciertos puntos de fácil acceso donde las encontraréis. No les prestéis demasiada atención: el barro de las lagunas es tan espeso que en tan solo unos minutos seréis prácticamente irreconocibles. No obstante, no os voy a engañar, hay grandes personalidades muy atentas a todos vuestros movimientos, así que os recomiendo que os esforcéis el máximo posible. Esta es una gran oportunidad, no la desperdiciéis. Y dicho esto... —El soldado comprobó su reloj—. Ha llegado el momento de ponernos en movimiento, aspirantes. Os deseo mucha suerte.
Una desagradable sensación de irrealidad acompañó a Iris mientras dejaba el barracón y atravesaba el camino de piedra que daba al área central de las graderías. Al final de estas esperaba el muro de cañas tras el cual se encontraban las Agujas de Sangre.
Iris fue avanzando paso a paso hacia allí, sintiendo el acelerado latido de su corazón bajo el estruendoso aplauso del público. Algunos de sus compañeros saludaban a la gradería, pero ella se veía incapaz. Los nervios se lo impedían. Además, no le veía sentido. Aquellos que saludaban seguramente tuviesen a algún familiar mirándolos, por lo que hasta cierto punto era lógico que lo hicieran. Ella, sin embargo, no tenía a nadie, así que no valía la pena. Lanzó un fugaz vistazo a las pantallas, donde en aquel preciso momento se estaba retransmitiendo su avance, y fijó la vista al frente. Atravesó las graderías con paso firme, sintiendo que el tiempo se paraba a su alrededor, y siguió avanzando hasta alcanzar la línea de árboles y cañas. Una vez frente a esta, formando una larga cadena junto al resto de aspirantes, cogió aire. Incluso en la distancia podía sentir a sus espaldas las cientos de miradas de curiosos clavadas en ella, atentos a cada uno de sus movimientos. Volvió a respirar hondo. Ante ella, formando un gran muro de más de tres metros de altura, las cañas y las plantas se alzaban dibujando estrechos caminos rosados por los que avanzarían prácticamente a ciegas.
Comprobó su reloj de muñeca: quedaban tan solo un minuto para que las sirenas sonasen marcando el inicio de la competición. Sesenta segundos en los que el nerviosismo reinaba entre los aspirantes, arrastrándolos a gesticular de forma extraña y murmurar todo tipo de plegarias. Algunos se frotaban las manos, otros la cara. Reían, balbuceaban, maldecían o sencillamente contaban.
Iris decidió que lo de contar era una buena idea. Se concentró en la cuenta atrás y trató de relajarse. Estaba fuera de sí. Paseó la mirada por el camino por el que iba a iniciar su avance y localizó muchas ramas finas sueltas. Ramas que se interponían y que, por la altura, iban a complicarle enormemente la visión. De hecho, podrían llegar a hacerle daño si le daban en los ojos. Iris las estudió durante unos segundos, imaginándolas como agujas que pronto se llenarían de su propia sangre cuando le dibujasen cortes en la cara, y se apresuró a abrir la mochila. Sacó las gafas de buceo, logrando con ello algún que otro comentario y risita jocosa, y se las colocó a modo de protección en los ojos.
Pocos segundos después, algunos la imitaron.
Iris volvió a colocarse la mochila justo cuando las alarmas empezaron a sonar. Algunos de los aspirantes emitieron un sonoro grito de guerra y empezaron a correr, internándose en la línea de cañas hasta desaparecer. Iris, en cambio, no gritó. Sencillamente respiró hondo y, dejando escapar una risotada nerviosa, se adentró entre las plantas.
Durante los primeros minutos de competición se localizaron cuarenta anillas. Estas estaban situadas a simple vista en lugares de difícil acceso a los que tan solo aquellos que tuviesen mejor preparación física podrían llegar. En lo alto de las cañas más altas, en las profundidades de las lagunas más profundas, anudadas a los cuellos de algunos de los ejemplares de bestias salvajes que habían liberado para la prueba... lugares complejos a los que los más valientes se enfrentaron sin miedo alguno, logrando con sus heroicos actos que el público rugiera con las primeras retransmisiones.
—¿¡Lo has visto!? —Cordelia parecía totalmente fascinada—. ¡Ha logrado domar a ese bicho! ¡Lo ha conseguido! ¿¡Qué se supone que le ha dicho!? ¿¡Ha usado magia!?
—¿Magia? —A su lado, Tristan negó con la cabeza, divertido ante la inocencia de su compañera de guardias—. ¡Qué va, mujer! Lo que pasa es que ese tipo debe ser un granjero y sabe cómo tratar con los animales.
—¿Un granjero? —Cordelia rio—. ¿Pero tú qué te crees que son, domadores de circo? No, no, no, ha hecho algo raro, créeme. ¿¡Y qué me dices del que ha trepado por esas cañas!? ¡No podían aguantar su peso! ¡Ha sido alucinante!
—Si te fijas, se iba apoyando en las de al lado. De hecho, diría que se iba impulsando.
—Sí, sí, si no te digo que no, ¡pero lo ha hecho!
Tristan negó suavemente con la cabeza, divertido, y sacó un cigarrillo de la cajetilla. Se lo estaba pasando en grande. Cordelia era una compañera fantástica, y no solo de guardia. De hecho, era una chica tan encantadora que con un poco de suerte conseguiría que no solo coincidiesen en el trabajo.
Al menos iba a hacer todo lo posible para ello...
Se llevó el cigarrillo despreocupadamente a los labios, fantaseando con lo que harían juntos al acabar la competición, y justo cuando se lo iba a encender el griterío del público le sobresaltó. En pantalla una de las aspirantes acababa de resbalar por uno de los desniveles y había rodado varios metros, hasta acabar hundiéndose en una de las lagunas. Por suerte, a pesar del fuerte golpe que se había dado en la cabeza al caer, había logrado salir del agua. Se había arrastrado hasta fuera y en aquel preciso momento estaba boca arriba, empapada y manchada de sangre, pero viva.
La cámara se acercó a ella para dar un primer plano. La enfocó de cerca, mostrando su agotamiento y dolor ahora claramente retratados en la mueca de angustia de su rostro, y Tristan se estremeció al creer reconocerla. Parpadeó con incredulidad, confuso ante la visión. Inmediatamente después, la imagen cambió y las cámaras mostraron a un par de aspirantes discutiendo entre sí por uno de los aros.
No iba a acabar bien, era evidente.
—Se van a pelear, ya verás...
Iba a acabar en pelea, Cordelia tenía razón, y aunque a Tristan le encantaban aquel tipo de escenas, lo cierto es que en aquel entonces no le importó. La imagen de la chica tirada en el suelo había despertado algo en él; un sentimiento de culpabilidad que le trasladó de inmediato a unos días atrás, cuando había irrumpido en la mansión de los Sertorian y había detenido a la hermana pequeña de Frédric.
La misma hermana pequeña que, en aquel entonces, yacía tirada en el barro, luchando por respirar.
Tristan se encendió el cigarro, tratando de convencerse a sí mismo de que se trataba simplemente de alguien parecido, pero no tardó en apagarlo y ponerse en pie. Necesitaba comprobarlo, asegurarse de que había sido un error.
—Sol Invicto, que no sea ella...
Se disculpó de Cordelia, la cual estaba demasiado concentrada en las imágenes como para darse cuenta de su ausencia, y descendió la escalinata de la gradería. No muy lejos de allí, en el puesto de control, el cual se encontraba bajo un entoldado y en cuyo interior había una docena de soldados vigilando el avance de los aspirantes a través de cámaras, encontró a la teniente Lynette Sorokin concentrada en uno de los monitores.
Vigilaba de cerca la inminente pelea entre dos aspirantes.
—Disculpe, teniente Sorokin...
La soldado murmuró una maldición entre dientes ante la interrupción, pero rápidamente sonrió al reconocer a Tristan. Dejó los gruesos auriculares con los que hasta entonces había estado siguiendo la prueba sobre una de las mesas y acudió a su encuentro.
Siempre había sentido un gran aprecio por el hermano menor de su superior.
—Tristan, no sabía si al final ibas a venir.
—Estoy con una compañera en una de las graderías. Ha montado usted una buena, ¿eh?
La mujer asintió, agradecida ante el elogio.
—Hacemos lo que podemos. Cada vez nos dan más recursos, así que intentamos dar buen espectáculo. ¿Te gusta la localización? Al capitán le encanta este sitio. Además, los agricultores se ofrecieron a ceder sus terrenos. Acaban de recoger las cosechas, así que no hay mucho que podamos destruir... pero bueno, por tu cara veo que no te interesa demasiado. Buscas a tu hermano, imagino.
Avergonzado, Tristan no pudo evitar que sus mejillas, ahora coloradas, le delataran. Lo cierto era que no, no le importaba el lugar, ni mucho menos lo que hubiesen decidido los agricultores. Ni en aquel entonces, ni probablemente nunca. No obstante, hubiese preferido ocultar su aburrimiento. Lynette siempre se mostraba amable y cercana con él y lamentaba no poder corresponderla como merecía. Por desgracia, las circunstancias apremiaban.
—No quería parecer mal educado, teniente —se disculpó—, es solo que corre algo de prisa. ¿Sabe dónde está Garland?
Localizó a su hermano en otro de los puntos de control, de brazos cruzados y con la expresión severa. Ante él, mirando con atención la lista de participantes, el legatus Gared Cysmeier comprobaba lo que el propio Tristan había visto a través de la pantalla.
El legionario se detuvo al ver a los dos oficiales. Selló los labios, asegurándose así de no hablar más de la cuenta, como de costumbre, y aguardó a que fueran ellos los que se diesen cuenta de su presencia.
—Oh, Tristan —saludó su hermano, negando suavemente con la cabeza—. Si vienes a advertirme de que Sertorian está participando, no hace falta que lo hagas: ya me he dado cuenta.
—En realidad me he dado cuenta yo —respondió el legatus con expresión ceñuda—. Pero si ya somos dos los que la hemos visto, dudo mucho que haya sido una simple confusión. Tristan, la has visto caer por un terraplén, ¿verdad?
El legionario asintió con la cabeza.
—Así es, mi señor. Tenía la duda, pero...
—No hay duda alguna —sentenció el legatus, con la mirada fija en el listado.
Acercó el dedo índice a un punto en concreto de la hoja y se la mostró a Garland, el cual no supo qué decir al ver el nombre de Iris Ánikka en la lista de inscripciones. Tomó el documento cuando Cysmeier se lo entregó y lo dejó sobre una de las mesas donde una soldado vigilaba el avance de la prueba a través de otra pantalla.
Respiró hondo, tratando de reordenar las ideas. Empezaba a dolerle enormemente la cabeza.
—¿Se puede saber qué tiene esa chica en la cabeza? —preguntó el legatus con perplejidad—. Y no, no digáis nada, es una maldita pregunta retórica. Se suponía que era una especie de educadora infantil, o al menos eso entendí. ¿Qué se supone que hace ahí?
Miró a ambos, pero ninguno pudo responder. En realidad, no habían vuelto a ver a Iris desde su mal entendido en la mansión de Frédric, cuando Tristan la había detenido. Desde entonces sus caminos no habían vuelto a cruzarse, y no porque no hubiesen sentido curiosidad. A Tristan le hubiese gustado saber un poco más sobre la recién llegada, y más teniendo en cuenta la estrecha amistad que había unido a Garland con Frédric, pero tras lo ocurrido había preferido no acercarse. Además, su hermano se lo había prohibido explícitamente para evitar más "incidentes".
Así pues, Tristan no había sabido nada de ella, ni Garland tampoco. Demasiado ocupado con los preparativos del evento, el capitán no había tenido tiempo para visitarla.
Visto lo visto, ahora se arrepentía de ello.
—No tengo la más mínima idea —admitió Garland—. Quién sabe, puede que haya profundizado un poco en la historia de su hermano y haya decidido probar suerte. Frédric siempre decía que tenía el océano en las venas. Y sí, sé que suena extraño, pero podría ser. Además...
—Déjate de teorías absurdas y sácala de ahí antes de que se haga daño: hay candidatos suficientemente entrenados como para poder ejercer en las legiones. Si se interpone en su camino, pueden llegar a herirla con tal de conseguir uno de esos anillos. Lo dicho, Garland, te las arreglas como puedas, pero la sacas de ahí, ¿de acuerdo? Y en cuanto esté fuera, Tristan tú te encargarás de escoltarla hasta su casa. Y más os vale que seáis discretos: el mismísimo Emperador y su hermana están en la gradería. Si notan algo, preguntarán.
Tristan tuvo la tentación de protestar. No había venido solo precisamente. Después de meses intentándolo, al fin había logrado convencer a Cornelia para ir juntos y no quería que su cita acabase tan bruscamente. No era justo. Por desgracia, el general no era de los que admitían que nadie discutiese sus órdenes, así ni tan siquiera hizo el esfuerzo. Intercambió una fugaz mirada con su hermano, el cual a aquellas alturas ya estaba transmitiendo las órdenes a la teniente Lynette Sorokin, y se llevó el puño al pecho a modo de saludo.
—¡A sus órdenes, legatus! —exclamó con determinación.
—No quiero errores —sentenció Cysmeier—. Acabad cuanto antes e informadme.
Tristan aguardó a que el legatus abandonase el puesto de control para acercarse apresuradamente a su hermano. Su mirada reflejaba la desesperación que en aquel entonces le atenazaba el estómago. Ni quería dejar a Cornelia, ni mucho menos tener que escoltar a la misma mujer a la que él mismo había dejado inconsciente al confundirla con una delincuente. Era incómodo... era violento.
Pero sobre todo, era una excusa perfecta para obligarle a disculparse con ella, cosa que no iba a hacer. Ya se lo habían insinuado en varias ocasiones, y no estaba dispuesto a hacerlo. No cuando se había limitado a cumplir con las órdenes.
—Garland...
—No ha sido cosa mía, Tristan —se apresuró a decir él—. Es tu legatus, háblalo con él.
—¡Sí, claro, como si pudiera hacerlo!
—¡A mí no me lo cuentes! ¿Qué culpa tengo yo de que esa chica se haya vuelto loca? —El capitán negó con la cabeza—. Mira, es lo que hay, ¿de acuerdo? Yo me encargo de localizarla y tú la sacas.
—¿¡Yo!?
—¿¡De veras crees que yo puedo hacerlo ahora!?
—¡Pero Garland...! —Al ver que la legionaria le miraba con curiosidad, bajó el tono de voz—. No he venido solo...
La mera insinuación logró arrancar una carcajada sarcástica al capitán.
—¿¡Y!? ¡Ya te lo he dicho, no ha sido cosa mía! Si no quieres obedecer, allá tú, pero no me pongas las cosas más difíciles, por favor. Tengo que sacar a Iris de ahí, y tengo que hacerlo ya.
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