Capítulo 36
Capítulo 36
Pabellón del Imperio, sur de Solaris – 1.836
El cónclave por la crisis a la que Gea se estaba viendo abocada duró dos días. Cuarenta y ocho largas e intensas horas en las que no solo Solaris dio la voz de alarma, sino que exigió la necesidad de buscar soluciones. Alguien desde el Velo estaba intentando acceder a su realidad, probablemente para arrasarla y apoderarse de ella, y ellos, como representantes de las grandes naciones, tenían que hacer algo para evitarlo.
Además, no solo Solaris estaba sufriendo las consecuencias de aquellas incursiones. Scarlet Ember confirmó que Albia también había sido el blanco del enemigo, y tanto Ballaster como Talos, Lameliard y Volkovia se sumaron a aquella declaración. Galaad y Cydene también habían sufrido algún que otro ataque, pero su número había sido tan mínimo que aún no lo habían considerado una amenaza real. Hécate, sin embargo, no solo era consciente de ello, sino que hacía meses que lo estaba intentando monitorizar. Incluso la Federación Libre de Throndall también lo había percibido, pero la sombra de Elberic había sido demasiado larga como para poder pensar en ello. El enemigo no tardaría en atacar las que consideraba sus tierras, y estaba plenamente concentrado en ello.
De hecho, todos estaban con un ojo fijo en Throndall. La declaración de guerra de Elberic a Albia no había dejado a nadie indiferente, incluyendo la propia Volkovia. Los tiempos prometían complicarse en los próximos meses, y Lucian quería que, más allá de los conflictos entre naciones, todos estuviesen unidos ante el enemigo común: el Velo.
—La realidad se desgarra y en nuestras manos está permitir que se rompa del todo o frenar el avance de la oscuridad que aguarda en el Velo —sentenció el joven Emperador a la cabeza de la gran mesa de reuniones alrededor de la cual llevaban más de doce horas trabajando—. La operación de rescate ha sido bautizada como operación Gaia, y todos los aquí presentes tenéis un lugar entre sus filas. Por separado somos débiles, pero juntos no podrán vencernos: juntos lograremos detenerlo antes de que sea demasiado tarde.
La pasión y vehemencia de Lucian logró captar el interés de todos los presentes, e incluso despertar los sentimientos de unión que en otros tiempos habían logrado unificar las distintas naciones. En él veían el renacer de su padre: el general Lucian Auren que al mando de la primera Legión había logrado traer la luz a Albia. Por desgracia, también estaba su oscuridad: aquella que los había arrastrado a la guerra.
A la disolución.
Pero más allá de levantar emociones ya olvidadas en los presentes, Lucian logró transmitirles la auténtica urgencia de a situación. El tiempo se les escapaba, y a no ser que estuviesen unidos, no iban a poder frenar la amenaza.
Unidos.
Irónicamente, Volkovia fue la primera que, junto a Ballaster, dio su palabra de que apoyaría a la causa. Leif amaba demasiado a su querida Gea como para dejar que al destruyese la oscuridad. Por desgracia, nadie más se unió a la llamada. Los conflictos internos entre naciones y los propios problemas alejaban a aquella amenaza de su foco de atención. Se mantendrían alerta, pero el Velo no era su mayor preocupación. Aún tenían demasiados incendios que sofocar como para iniciar uno nuevo.
Pero aunque no era el momento, todos sabían que tarde o temprano tendrían que unirse. Sabían que la cuenta atrás había empezado... y que muy a su pesar, la Oscuridad se abría paso en Gea.
Cinco horas después de finalizar el Cónclave de Gaia, Iris, Iván y Nessa fueron convocados para participar en la última y definitiva sesión que marcaría su futuro. Los tres estaban nerviosos, sobre todo Iris, que se sentía totalmente fuera de lugar, pero sabían que se jugaban mucho. Lucian quería verlos en acción, quería que convencieran a los miembros de su Alto Mando de que debían volver a intentarlo, y para ello tenían que demostrar que realmente creían en aquella causa.
Por suerte, así era. Iris era la que más ciegamente creía en ella, pero Iván y Nessa no se quedaban atrás. Tras verse arrastrados a aquel juego de investigación prácticamente en contra de su voluntad, ambos habían encontrado en la búsqueda de Frédric Sertorian un nuevo sentido a sus vidas. Se sentían parte del engranaje, piezas claves para cambiar el futuro de los hombres, y estaban dispuestos a darlo todo con tal de conseguirlo. Por ellos mismos, pero también por todos los que no podían estar presentes en aquella asamblea, empezando por el propio Frédric y acabando por la teniente Olvian.
—Tranquilas —susurró Iván a sus dos compañeras antes de apoyar la mano sobre el pomo de la puerta y abrirla—. Lo conseguiremos.
Lejos de aprovechar la sala de reuniones que habían utilizado los miembros del cónclave, Lucian eligió la sala del tribunal para que los tres jóvenes respondieran a sus preguntas. Quería llevarlos al límite, y aunque reunir a todo su Alto Mando en la primera línea de las graderías ya comportaba un auténtico reto, él quería más. Quería que sintiesen la presión de lo que implicaba aquella propuesta, que comprendieran que aquella búsqueda era mucho más que un simple viaje en barco, que había vidas en juego, y aquel era el lugar perfecto.
Al entrar en la sala descubrieron a Lucian mirándolos desde la distancia, con el gran mural del Sol Invicto a las espaldas y un círculo de cirios dorados a su alrededor. Los tres saludaron con una respetuosa inclinación de cabeza y se adentraron en la estancia hasta ocupar sus posiciones en mitad de la sala.
Una vez frente a las sillas, el Emperador les invitó a que mirasen a su alrededor. Entre los presentes se encontraba el propio Almirante Liraes, pero también había otras tantas caras cuya presencia no era precisamente tranquilizadora. En representación de las legiones se encontraban sus tres generales más destacados: Gared Cysmeier de la Malleus Solis, Cormax Dein de la Nova Cruor y Oscar Orsini de la Florian Gelt. Además, junto a ellos se encontraba Hadrian Gelt, uno de los pilotos más destacados por su valía y valentía, hijo del mismísimo Florian Gelt y elegido de Nyxia De Valefort, y amigo íntimo del Emperador. Una auténtica eminencia.
De la Armada había tres personalidades también: el Almirante Sebastian Liraes y dos de sus más veteranos capitanes, Jeral Mirander y Laura Cruxan. Eryn Cabal de la Oficina de Inteligencia Imperial junto con la agente Alfria Gerensvarg y la inesperada compañía de Loder Hexet, no solo el padre del Emperador y líder de la Unidad Hielo, sino también una de las piezas más importantes del Nuevo Imperio incluso en la distancia. El Centurión Ludovico Vespian, líder de la operación Gaia, y dos de sus más destacados Centuriones de la Casa de la Noche y las Tormentas: Luther Valens y Melissa Horguen. Finalmente, los magi de los Círculos cerraban el grupo: Lina Mindar como líder de la Cúpula Dorada, y Laurent Malestrom de la Cúpula de Estrellas.
Laurent Malestrom.
Incluso habiendo sido advertido de su presencia, Iván no pudo evitar sentir que el corazón se le aceleraba al ver a su padre en el graderío. Malestrom ocupaba una de las butacas centrales, entre el legatus Cormax Dein y Oscar Orsini, y tal era su sonrisa que resultaba complicado no mirarle. Se notaba en la distancia que estaba disfrutando enormemente.
Era como si llevase toda la vida esperando aquel momento.
Pero aunque la presencia de aquellas quince grandes personalidades era inquietante, no era comparable a la del propio Lucian. El Emperador se mostraba como una figura inalcanzable al que la luz de las velas había teñido de sombras su rostro. A pesar de ello, se podía leer la determinación en su expresión.
Aquella era la noche definitiva.
—Bienvenidos —anunció Lucian, captando la atención de los presentes. Situado en el centro de la sala, elevado varios metros sobre el resto de los presentes en su estrado, la figura de Lucian resaltaba como una llama sombría en mitad de la penumbra reinante—. Ante todo, hablo en nombre de todos cuando agradezco vuestra presencia aquí. No es sencillo enfrentaros a esta prueba de fuego, pero si habéis sido elegidos por el Almirante es porque os considera los candidatos perfectos para defender la causa. —Hizo un alto—. Confío en que la elección ha sido la correcta. De hecho, tal es mi confianza en vuestras capacidades que he decidido ampliar el número de participantes en esta reunión. Todos ellos han sido seleccionados por mí mismo debido a su gran valía y conocimiento. Sus opiniones son muy respetadas y su labor un pilar básico sobre el que sustenta el Nuevo Imperio. Es por ello por lo que, aunque no todos participarán en la votación final, consideraba necesaria su presencia.
Lucian presentó uno a uno a todos los miembros del jurado, logrando llenar de nombres y organizaciones las mentes de los tres jóvenes. Nessa conocía a la mayoría de ellos, al igual que el propio Iván, pero para Iris aquella gran cantidad de caras y nombres era tan nueva que apenas logró retener unos cuantos. Por suerte, su presencia no la ponía más nerviosa de lo que ya estaba. En el fondo, eran desconocidos para ella. Gared Cysmeier, sin embargo, era un rostro conocido. No amigo, al menos en aquellas circunstancias, pero sí conocido.
Y luego estaba Laurent, claro.
Laurent era un punto y aparte.
Finalizadas las presentaciones, llegó su turno. Iván dio un paso al frente, autonombrándose líder del trío, y se presentó con toda la determinación que fue capaz de reunir. Estaba nervioso, y a veces cierto temblor en la voz así lo delataba, pero se veía con fuerzas suficientes para enfrentarse a aquel juicio y salir victorioso.
—Mi nombre es Iván Elder y formo parte del grupo de trabajo del Almirante Sebastian Liraes —anunció—. He sido instruido en las artes mágicas en la Cúpula de las Estrellas, organización de la cual he formado parte durante más de diez años. Además, soy un miembro destacado del departamento de Ciencia Natural y Zoología. Mi disciplina principal es el ilusionismo, aunque también tengo cierto dominio sobre los cambios de fase y el control mental de otras especies.
—Iván Elder ha sido uno de los miembros clave del equipo gracias a sus conocimientos y su colaboración en la investigación —aclaró el Almirante—. Gracias a él hemos podido localizar la última pieza que nos faltaba para poder iniciar esta gran travesía.
—Al menos en la teoría —aclaró el Emperador—. Más tarde hablaremos de ello. Señorita Ánikka, si es tan amable de presentarse.
Superada la primera gran prueba, Iván tomó asiento y dejó que Iris ocupase su lugar. A diferencia de él, Iris era incapaz de disimular su nerviosismo, por lo que simplemente dejó que una gran sonrisa aflorase en sus labios.
—Mi nombre es Iris Ánikka —empezó.
E hizo una pausa para coger aire. Lo necesitaba. Le latía el corazón tan rápido que apenas podía pensar con claridad. Por suerte, tenía experiencia hablando en público. Después de tantos años impartiendo clase entre los más pequeños del orfanato tan solo necesitó respirar hondo varias veces para recuperar el autocontrol.
—Hace pocas semanas que me instalé en Solaris —prosiguió—. De hecho, he pasado la mayor parte de mi vida en Herrengarde, en el orfanato de la Hermandad del Nuevo Amanecer. Ingresé siendo una niña de diez años y hasta hace apenas unas semanas no lo he abandonado. Allí me he formado y he impartido clases durante varios años... aunque no tengo la titulación oficial. De todos modos, no tengo muy claro que sirviese de nada aquí. —Iris se encogió de hombros—. Sea como sea, hace unas semanas que llegué a Solaris siguiendo el rastro de mi hermano, Frédric Sertorian, el capitán de la Leviatán. —Hizo un alto al ver las reacciones—. Sí, sí, Sertorian. Mi nombre no es Iris Ánikka: es el que se me asignó para tratar de ocultar mi identidad. —Iris paseó la mirada por todos los presentes, sorprendiéndose al ver el interés con el que todos la miraban, y la detuvo en Gared Cysmeier—. Mi auténtico nombre es Eva Sertorian, y estoy aquí para acabar con la operación que inició mi hermano. Mi cometido en esta misión es importante, ya que, aunque no soy una maga ni tampoco formo parte de ninguna unidad militarizada, soy la única capaz de acceder al mapa astral que conecta con las Islas del Fuego.
—¿La única? —preguntó la maga Lina Mindar con sorpresa—. ¿Qué quieres decir con ello, Sertorian? ¿Ese mapa no es accesible para cualquiera?
—Aún no, Mindar —intervino Lucian desde su estrado—. Más tarde. Gracias, señorita Sertorian. Su turno, agente Nessa.
Nessa se puso en pie y ocupó el lugar de Iris irradiando tranquilidad. Irónicamente, siendo la más joven de los tres, la arpía no se sentía intimidada por ninguno de los allí presentes a excepción del propio Lucian. El único que lograba inquietarla un poco era Loder Hexet debido la gran respeto que sentía por él, pero tal era su determinación que no permitió que le afectase.
Estaba por encima de aquel tipo de situaciones.
—Soy la agente Nessa, de Volkovia. Sirvo al Imperio de Hierro, y aunque mi implicación en esta causa es algo compleja, soy el vínculo con el único guía que puede llevar a buen puerto esta misión.
Sin dar opción a ninguna pregunta, Nessa volvió a ocupar su lugar, dejando un sabor amargo a los presentes. Previamente habían sido informados sobre su presencia y participación, pero incluso así no había logrado ganarse su confianza. A ojos del Alto Mando, aquella mujer era una intrusa, una espía cuyos labios era necesario silenciar antes de que pudiese traicionarles. A ojos de Lucian, sin embargo, tal y como había mencionado la propia Nessa, era una pieza elemental para poder llevar a cabo sus planes... incluido aquél.
Una vez realizadas las presentaciones, el Almirante Liraes hizo un denso resumen sobre todo lo obtenido durante aquella semana de trabajo. No era una novedad, todos los presentes habían recibido un dosier con la información, pero agradecieron las explicaciones. Lo que a simple vista les había parecido una aventura sin sentido, en boca de Liraes adquiría unos tintes diferentes. El Almirante no lo presentaba como un viaje más, sino como la posible solución a todos sus problemas, incluida la crisis por la que se acababa de celebrar el cónclave de Gaia.
—¿Y cuál es el objetivo real de llegar a este ese lugar? —quiso saber Hadrian Gelt con curiosidad—. ¿Qué hay en esa torre? Habláis de tres puertas mágicas: la del pasado, presente y futuro... ¿pero de qué sirve atravesarlas? En caso de atravesar la del pasado, ¿se podría cambiar el presente?
Aquella era la gran pregunta. La pregunta en mayúsculas por la cual Frédric Sertorian no solo no había cejado en su intento de encontrarlas, sino que tampoco lo iba a hacer su hermana. Si realmente había forma de cambiar la línea temporal, no pararía hasta conseguirlo.
—Podría ser —respondió el Almirante—, pero no lo sabemos con certeza. Hasta que no lleguemos hasta allí y las investiguemos no conoceremos las capacidades que tienen.
—Lo que sí que sabemos es la existencia de bolsas de tiempo —intervino Nessa—. Tras esas puertas se puede acceder a esas bolsas o fragmentos temporales, como se les prefiera llamar. Es decir, atravesando los umbrales no podremos viajar a cualquier momento de la historia, sino a algunos en concreto cuya creación se basa en un cambio provocado por los hombres. Un cambio en el guion, por así decirlo. El destino escrito por las Tejedoras es a gran escala, por lo que las acciones individuales de los hombres pueden llegar a cambiarlos. Cuando eso sucede, se crea una de esas bolsas en las que se puede bucear en lo que realmente debería haber sido. —Nessa hizo un alto—. Y es sobre ellas sobre las que probablemente podremos actuar.
—¿Y qué beneficio puede aportarnos? —insistió Hadrian—. Además, ¿realmente queremos cambiar la historia?
—Quizás —intervino Lucian—. Quizás no sea lo que queramos, sino lo que necesitamos... pero explícanos más sobre esos fragmentos, agente. ¿Qué se supone que podemos hacer con ellos?
Nessa respiró hondo antes de responder, reorganizando las ideas. No había llegado a profundizar todo lo que hubiese querido en aquel punto por falta de tiempo, pero lo cierto era que lo poco que había leído se le había grabado a fuego.
—Todo, Majestad, absolutamente todo. Esos fragmentos de realidad crean líneas temporales paralelas sobre las cuales se construye una nueva Gea. Eso implica que, si en esa otra realidad mis padres estuviesen vivos, podría traerlos a esta.
—¿Podrías hacer eso? —Hadrian Gelt se puso en pie—. ¿¡De veras eso es posible!?
La pregunta despertó la inquietud de los presentes, los cuales empezaron a intercambiar murmullos entre ellos. La verdad que proponía Nessa era tan increíble que les costaba creer que pudiese ser real.
—El poder de la Torre del Destino no tiene límite —intervino Malestrom en tono conciliador—. Es por ello por lo que su acceso está restringido a los hombres. Si realmente pudiésemos llegar, podríamos cambiar el futuro, Majestad. Incluso podríamos dar fin a esa amenaza que ha llevado a las grandes naciones a reunirse hoy aquí. Si lográsemos asomarnos a esa puerta del futuro y ver qué nos aguarda, podríamos combatirlo. Sin embargo, el quid de la cuestión no está ahí. —El magus volvió la mirada hacia los tres jóvenes y fijó la atención en su hijo—. La pregunta es: ¿cómo pretendéis llegar hasta allí? La señorita Sertorian puede leer el firmamento tal y como podía hacer su hermano, perfecto, ¿pero cómo van a llegar hasta él? Hasta donde sé, fue esa la barrera que frenó a la Leviatán.
La gran pregunta. Iván respiró hondo antes de responder. Hubiese preferido que se la formulase cualquier otra persona, pero el que hubiese sido su padre no le frenó. Al contrario, más que nunca, el magus encontró las palabras perfectas para demostrarle lo equivocado que había estado al despreciarle.
Lo equivocado que había estado al expulsarle.
—Hemos encontrado la pieza que nos faltaba —sentenció con determinación—. Aquella que durante años han estado buscando pero no han logrado localizar. La clave de todo... y es por ello por lo que la agente Nessa está aquí. Existe un ser que en otros tiempos habitaba la Torre del Destino; un ente cuya naturaleza hoy en día es demoníaca y que, por fortuna, podría llevarnos hasta ese firmamento.
—¿Un demonio? —preguntó Loder Hexet con sorpresa.
Esta vez fue Nessa la que respondió.
—El mismo demonio que me hizo desaparecer durante cinco años, Lord Hexet —dijo con determinación—. Su nombre es Didizeth, y como bien dice mi compañero, aunque hoy en día es un demonio, en otros tiempos fue una Tejedora.
Nessa no entró en detalle sobre los auténticos orígenes de Didizeth, pues no era el momento ni el público adecuado para ello, pero lo poco que explicó logró que el silencio se apoderase en la sala. Tal era el nivel de miedo, respeto y fascinación que se respiraba entre los presentes que nadie se atrevía a interrumpirla.
Incluso el propio Lucian parecía embelesado con su historia.
—Invocaremos a Didizeth y la obligaremos a que nos lleve hasta el inicio del camino —sentenció Iván con determinación—. A partir de ese punto, Iris será nuestra guía. Nuestra guía y Viajera, de hecho: no cualquiera puede cruzar las puertas del Destino. Según dicen los escritos, tan solo aquellos bendecidos por las marcas de los dioses tienen esa capacidad.
—La famosa media luna azul —exclamó Malestrom con interés—. Dicen que esas marcas son producto del beso de la magia: que tan solo aquellos elegidos por los dioses las heredan. A la hora de la verdad, sin embargo, se transmiten de padres a hijos... siempre y cuando los padres tengan un origen mágico. —El magus ensanchó la sonrisa—. Curioso que digáis que es la única Viajera; hasta donde sé, hay más miembros de vuestro grupo de trabajo con esa marca.
Sorprendida ante sus palabras, Iris miró a Iván de reojo, pero no abrió la boca. En lugar de ello le dio la espaldas al público y dejó que Nessa le bajara un poco la camisa para poder mostrar la famosa marca.
Loder Hexet se acercó para observarla más de cerca, guiado por la curiosidad. El regente de Ballaster parecía totalmente fascinado por la historia, pero aún más por las curiosas conexiones que parecían unir a aquellos tres jóvenes. Sin duda, no se había equivocado al considerar a Nessa uno de los sujetos más interesantes de los últimos años.
—Muy interesante —sentenció antes de volver a su lugar—. Así pues, la señorita Sertorian podrá atravesar esas puertas.
—Y probablemente también pueda la agente volkoviana —intervino Liraes, de brazos cruzados—. Su nexo con la Torre es más que evidente: fue la elegida por Didizeth.
—¿Qué es Didizeth? —quiso saber Hadrian Gelt, intrigado—. ¿Es el demonio?
Nessa asintió con gravedad.
—Así es.
—Me resulta de lo más interesante que hayáis logrado dar con la última pieza del puzle —admitió Malestrom con una sonrisa en los labios—. Después de tantos años de trabajo, debo felicitarte, Sebastian: me has adelantado.
Sorprendido ante el inesperado reconocimiento, el Almirante le dedicó una fugaz mirada. Sabía perfectamente que tras aquella sonrisa lobuna se ocultaba mucho más de lo que mostraba a simple vista. De hecho, el mero hecho de que hubiese logrado abrirse paso hasta allí así lo evidenciaba. Sin embargo, lo agradeció.
Sin embargo, Laurent no había acabado.
—... pero debo confesar que siento curiosidad por saber cómo pretendéis conseguir que ese demonio os obedezca. ¿Vais a llegar a algún tipo de acuerdo con él?
Nessa se estremeció. Aunque había pensado en aquel punto en varias ocasiones, no había llegado a profundizar. En todas las ocasiones en las que había llegado a un acuerdo con Didizeth la suerte se había vuelto en su contra. Pero había que tratarlo, era evidente. En el fondo, era la clave.
—Es más, ¿qué papel juega ese demonio? —quiso saber Lucian—. Decís que os llevará hasta el inicio de ese camino de estrellas... ¿No sería posible llegar sin él? ¿Es imprescindible?
—Me temo que no, Majestad. Aunque surcáramos todo el océano no lo encontraríamos —aclaró Iris—, y es debido a que ese firmamento pertenece a otra era: a otra época lejana en la que se encuentra el camino hasta las Islas. Es por ello por lo que necesitamos a Didizeth: necesitamos que nos lleve hasta allí.
—¿Y podrá hacerlo? —De entre todos los presentes, Hadrian Gelt parecía no solo de los más interesados, sino también el más ansioso por llegar hasta el final—. ¿Ese ser os puede hacer viajar en el tiempo?
—No exactamente —aclaró Nessa—. Si mi instinto no me falla, y dudo que lo haga en este caso, tengo la sensación de que la entrada a ese camino se encuentra en otra época, sí, pero en un fragmento de realidad que ya no pertenece a la nuestra.
—El Velo —suspiró Lucian.
Nessa asintió. No sabía exactamente cómo lo sabía, pues no lo había encontrado en ningún libro, pero sencillamente lo había recordado. Aquel dato se encontraba en las profundidades de su mente, y no era el único.
Alguien se había encargado de grabarlos a fuego en su memoria.
—Existe un ritual —intervino Iván—. Un complejo ritual por el cual atraparemos a Didizeth. Una vez la tengamos en nuestro poder, la obligaremos a que nos lleve a ese lugar. No será fácil, pero...
—¡Vaya! Veo que ya te han hecho llegar mi regalo de despedida, Iván —intervino Malestrom de repente, con visible con alegría—. Muy buenas noticias, sí señor. ¿Tienes ya todos los fragmentos?
—¿Regalo de despedida...?
Logrando con ello que el silencio se apoderase de la sala, Laurent se puso en pie y se acercó a la zona central, convirtiéndose en el centro de atención. Llevaba largo rato esperando aquel momento, días, de hecho, pero ahora que al fin había llegado lo iba a saborear. Y lo iba a hacer como siempre había querido: humillando a su eterno rival frente al Alto Mando. Y es que, aunque Victoria Hexet creía haber hecho un favor a Iván al confesarle lo que Malestrom le había grabado en sueños, lo cierto era que simplemente había cumplido con el papel que el magus había preparado para ella.
Y lo había bordado, como no podría ser de otra forma.
Todas las miradas se fijaron en él, olvidando momentáneamente a Nessa, Iris e Iván.
—Majestad, miembros del Alto Mando... —empezó—. Como bien saben la mayoría, tanto el Almirante Liraes como yo llevamos muchos años trabajando en esta búsqueda. Lo hacemos en paralelo, cada uno con su propio equipo de trabajo. De hecho, hasta hace unos días Iván formaba parte del mío. No obstante, mi hijo siempre será mi hijo, y conocedor de que había emprendido este gran proyecto junto al Almirante decidí ayudarle. ¿Cómo? De la mejor forma que sé: compartiendo con él mis conocimientos. Y es que, aunque hace tiempo que soy plenamente conocedor de que Didizeth es la pieza que nos faltaba, hasta ahora nunca he podido tenerlo a mi alcance. De hecho, Iván y yo trabajamos espalda con espalda durante años para localizar a Nessa y dar con Didizeth. —Negó suavemente con la cabeza—. Sea como sea, el equipo del Almirante me ha adelantado y les felicito por ello. Su labor ha sido admirable. Y aunque en su momento me molestó enormemente saber que Iván se había unido a ellos, no he podido reprimir el instinto protector. —En los labios de Laurent afloró una sonrisa—. Hacía tiempo que trabajaba en el ritual para atrapar al Didizeth. Es un ritual tremendamente complicado en el que es necesario una inmensa cantidad de energía, por lo que nunca lo hice público. Sin embargo, al saber del avance de Iván en sus estudios decidí compartirlo con él. Y lo hice de forma indirecta, por supuesto: sabía que no lo aceptaría si se lo ofrecía personalmente, así que se lo hice llegar a través de una tercer apersona. —Malestrom apoyó la mano sobre el hombro herido de su hijo y lo apretó con suavidad—. Me alegra enormemente ver que ha cumplido con su papel. La cuestión es que ese ritual, como bien podrá confirmar Iván, es muy complejo y se necesita un magus con un gran poder para llevarlo a cabo. —Laurent se volvió hacia su hijo y apoyó la otra mano sobre el otro hombro para poder mirarlo a los ojos—. Ojalá pudiese decir lo contrario, Iván, pero me temo que tú no tienes ese poder. No estás preparado, si lo intentases morirías y ten por seguro que no voy a permitirlo.
Totalmente desconcertado ante la confesión de Laurent, Sebastian se adelantó unos pasos, con la furia reflejada en el semblante. No creía en la bondad de sus palabras, ni muchísimo menos en que todo aquel entramado fuese para proteger a su hijo. Sencillamente quería aprovecharse de sus avances, desesperado al ver que le había adelantado quería unirse a la búsqueda, y para ello no iba a dudar en utilizar a quien fuese necesario para ello.
Incluido a su hijo.
Incluido a sus dos hijos.
—¿Es eso cierto, Iván? —quiso saber Liraes—. ¿No podrías llevarlo a cabo?
La duda tiñó de sombras su mirada. Le avergonzaba admitirlo en público, pero lo cierto era que no podía. De hecho, dudaba incluso poder iniciarlo.
Desvió la mirada hasta el suelo.
—Lo puedo intentar, pero...
—¡Basta de perder vidas sin sentido! —intervino Gared Cysmeier con enfado—. ¡Ya han muerto demasiadas personas en esta causa! Sé sincero, magus: ¿puedes o no puedes hacerlo?
La voz de Cysmeier resonó como un eco del pasado, tiñendo de sombras el corazón de todos los presentes. No lo había mencionado, pero no había sido necesario para que el recuerdo de Frédric Sertorian y toda su tripulación regresara a sus memorias. Ni él había olvidado sus muertes, ni probablemente lo hubiese hecho nadie. No obstante, resultaba terriblemente fácil fingir que nada había pasado. Él, sin embargo, no estaba dispuesto.
No cuando aún podía sentir su falta clavándosele en el corazón como un cuchillo envenenado.
—No puedes, es evidente —comprendió. Desvió la mirada hacia el estrado, desde donde Lucian lo observaba todo con los labios apretados, y negó con la cabeza—. ¡Majestad, no permita más muertes innecesarias, por favor! ¡Ponga cordura en todo esto y acabe de una vez por todas con este disparate! ¡No debemos retar a los dioses!
—Legatus —intervino Malestrom, adoptando una postura extrañamente protectora ante Iván—. Comprendo perfectamente su inquietud tras el terrible desenlace de la Leviatán, pero creo que no está siendo justo con Iván. Ni con él ni con el resto de miembros de su equipo de trabajo. Como bien ha dicho, es un magnífico ilusionista, pero no un magus de batalla. Así que no, no podría llevar a cabo ese ritual. No obstante, sí podría colaborar en su desarrollo. De hecho, el ritual está diseñado para que tres personas participen en él: dos apoyos y un generador. Iván podría ser ese apoyo.
—Y tú el generador, ¿verdad? —adivinó Liraes de inmediato, envenenándose con su propia amargura.
Malestrom se encogió de hombros.
—Podría hacerlo, sí —admitió—. Creo tener el poder suficiente para ello... aunque no estoy del todo seguro. Habría que comprobarlo. Lo que sí que tengo, sin embargo, es el conocimiento. —Dichas aquellas palabras, avanzó por la sala hasta detenerse frente al Emperador—. Majestad, sabe usted bien que no quería intervenir en esta causa, que quería dejarlo en manos de mi hijo... bueno, en manos de mis hijos en realidad, pero si realmente es necesario, lo haré. Antes que ver morir a Iván, prefiero arriesgarme yo mismo.
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