Capítulo 31

Capítulo 31




Palacio de Delphys, Solaris – 1.836




Las primeras luces del amanecer despertaron a Nessa. Tumbada sobre su cama, sin tan siquiera haberse cambiado de ropa, la arpía se había quedado dormida, cansada tras varias horas de meditación. Siguiendo las recomendaciones de Didizeth había intentado recordar, se había sumido en los escasos recuerdos que albergaba de su encierro de cinco años, pero había sido incapaz de recuperar ningún fragmento.

Había algo que se lo impedía. ¿La preocupación, quizás?

En realidad era su ansia por regresar a Volkovia. Tenía tanta necesidad de volver a su hogar y reencontrarse con las suyas que apenas podía pensar con claridad.

Se dio una ducha de agua fría para serenar las ideas. A continuación, saliendo de su habitación mucho más tarde de lo habitual en ella, bajó a la cocina, donde encontró a la teniente Lynette Olvian disfrutando de un desayuno tardío. A través de la ventana pudo ver que Marine e Iris se encontraban en la terraza, conversando bajo la luz del sol. Simone estaba en la playa, sentado en la arena con un libro entre manos, y Umbriel bañándose en el mar.

De Iván y del Almirante, sin embargo, no había ni rastro.

Se preparó un café caliente.

—¿Todo bien? —preguntó Lynette, sin apartar la mirada del periódico que tenía entre manos—. No sueles levantarte tan tarde.

—Estoy bien, sí —respondió Nessa. Se llevó la taza a los labios y le dio un suave sorbo—. ¿Qué planes hay para hoy?

—Seguir con el estudio. Me pedisteis que os consiguiera algo, y...

—¿Has conseguido "El Camino de los Dioses"?

Lynette asintió con la cabeza, con una sonrisa en los labios. Si alguien podía conseguirlo, no cabía la menor duda de que esa era la teniente. Aquella mujer parecía no tener límites.

—Genial, la teoría de Baku Dhalios sobre las tres puertas puede aportarnos mucha luz —dijo con entusiasmo—. De hecho, se dice que su libro es una traducción de unos viejos legajos que complementaban el diario del capitán Varron.

—Algo es algo —sentenció la teniente—. Conseguir una copia del diario de Varron es casi imposible. Como bien decías, la mayoría de las copias han desaparecido y la única que realmente sabemos dónde está pertenece al voivoda... —Lynette la miró de reojo—. Es una lástima que nuestra alianza tenga fecha de caducidad. He sido informada de la oferta te ha hecho el director de la Oficina de Inteligencia: en menos de una semana nos abandonarás.

—Si es que esto sale bien, claro.

La teniente sonrió.

—No es el éxito de este proyecto lo que va a marcar tu liberación —aseguró—. De hecho, diría que tu futuro está en mis manos. Cuando finalice la semana, Eryn Cabal consultará con el Almirante sobre tu grado de implicación en esta operación, y Sebastian, a su vez, me traspasará esa pregunta a mí. Así pues... —Lynette sonrió—, la decisión está en mis manos.

Sorprendida ante la inesperada revelación, Nessa no supo que decir, aunque le gustaba que la decisión fuese suya. Lynette era testigo de cuánto se estaba esforzando, por lo que si había justicia en ella, su regreso a Volkovia no estaría en peligro.

No obstante, más allá de su simpatía hacia aquella mujer, le inquietaba su confesión. Sospechaba que tras aquella revelación podía haber algo, y creía saber el qué.

—Desde el primer momento supe que tú y yo nos íbamos a entender, Nessa. Como te decía, nuestra colaboración tiene fecha de caducidad, al menos en la teoría. Eres una pieza clave en todo esto: lamentaré enormemente el día que nos dejes.

—No puedo perder esta oportunidad —respondió la arpía—. Puede que sea la última. El Emperador no está contento conmigo precisamente.

—Lógico, él no pierde de vista quién eres, y yo tampoco. Las arpías formáis parte de una organización de lo más interesante. Siempre pensé que entre mujeres nos entendemos perfectamente bien, y tanto tú como Marine o Iris sois un claro ejemplo de ello. Estoy convencida de que unidas podríamos juntar todas las piezas del rompecabezas, pero comprendo que no puedas perder esta oportunidad. —Lynette hizo un alto—. Yo no lo haría. Sin embargo, creo que es vital que todos los involucrados comprendamos la importancia de que este proyecto salga adelante.

—¿Qué intentas decirme, teniente?

Lynette sonrió débilmente. Juntó las manos sobre la mesa y se incorporó, para poder mirarla un poco más de cerca. Había auténtica resolución en sus ojos.

—Te propongo algo. ¿Quieres volver a Volkovia? Adelante, te brindaré mi apoyo siempre y cuando consigas algo para nosotros. Para la causa.

—El diario —murmuró Nessa, sin necesidad de escuchar más para saber lo que realmente iba a decirle—. Quieres el diario del capitán Varron.

La teniente asintió.

—No la copia que tiene tu voivoda, pero al menos sí una réplica. Está en manos de Leif Kerensky, tú misma lo dijiste, lo que imposibilita que podamos llegar hasta él. Podríamos intentarlo, pero complicaría las relaciones entre nuestros países. —Lynette negó con la cabeza—. Tú, sin embargo, lo tendrás muchísimo más fácil. Una simple copia, no tienes que robar nada.

Nessa dejó escapar un largo suspiro. El mero hecho de imaginarse irrumpiendo en la biblioteca privada del voivoda para sustraerle algo le parecía totalmente descabellado.

—Es una locura.

—Lo es, sí —admitió Lynette—. ¿Pero acaso no vale la pena? Tú misma estás viendo en qué aventura estamos a punto de embarcarnos. Podemos cambiarlo todo, Nessa, absolutamente todo... ¿de veras no vale la pena? —La teniente se encogió de hombros—. Una vez abandones Solaris, no podré obligarte a nada, ni tampoco castigarte por no cumplir con tu palabra. No obstante, si te comprometes conmigo, creeré en ti.

—Si no lo hago no me permitirás regresar a Volkovia, ¿no?

La teniente chasqueó la lengua

—Es la única arma que me queda.

—Ya... —Nessa dejó escapar un suspiro—. No me dejas ninguna otra alternativa, entonces.

—¿Eso es un sí?

Nessa le tendió la mano por encima de la mesa y Lynette se la estrechó. Era un acuerdo entre damas, ni la arpía tendría por qué cumplirlo una vez abandonase el país, ni la teniente tendría forma de castigarla por ello, pero incluso así ambas sabían que la otra cumpliría con su palabra. Era una cuestión de honor y confianza.

—Me complicas la existencia, teniente.

—No tanto como vosotros a mí —aseguró Lynette—. La mañana no está siendo fácil precisamente. El magus se ha ido esta madrugada, ¿se puede saber qué ha pasado? Le he preguntado a Iris, pero no ha querido contarme nada. Además, con ella también se han complicado las cosas. —Dejó escapar un suspiro—. En serio, ¿tú sabes qué ha pasado con Iván?





Tan solo un magus con sus capacidades podría haber escapado del Palacio de Delphys sin levantar sospechas. Cualquier otro magus de batalla podría haberle vencido en casi todas las disciplinas, pero Iván era un experto ilusionista. Era capaz de engañar hasta la mente más poderosa gracias a sus hechizos, y había sido precisamente aquel preciado don el que le había permitido abandonar el palacio sin dejar ni rastro.

Un coche le estaba esperando cuando cruzó la muralla. Iván subió a él rápidamente y en apenas unos minutos abandonaron la población, de camino a la capital.

De camino a una de las torres del Palacio del Despertar.

Aquella noche Iván había tenido problemas para conciliar el sueño. Profundamente dolido por todo lo que había sucedido, el magus se había acostado con la sensación de estar al límite. Se sentía repudiado por su padre y por sus compañeros, y eso era algo que le costaba sobrellevar. Nunca se había sentido tan apartado de todos, y aunque sabía que contaba con el cariño de Valhir, no era suficiente. Se sentía solo.

Y había sido precisamente mientras buceaba por los pantanosos terrenos de la soledad cuando ella había acudido a su encuentro. Le había llamado en sueños. La princesa Victoria le había pedido que se reuniese con ella asegurando que tenía algo importante que decirle, y él había acudido a su llamada.

Ahora y siempre.

Dos horas después de despertar, Iván entró en la torre privada de las princesas en compañía de uno de los pretores que formaban parte de su seguridad privada. En ningún momento se había quitado el casco ni le había informado sobre su identidad, lo que ambos agradecieron. Iván sabía que no debía estar allí, que aquella zona estaba totalmente restringida para todos salvo para los miembros de la Familia Real, por lo que cuanto menos supiese, mejor.





Iván fue conducido a un elegante salón donde un piano de cola captaba todas las miradas. Frente a él, sentado en su banqueta y con los finos dedos apoyados sobre sus teclas, la delicada princesa Claudia Hexet De Valefort tocaba una de las sonatas favoritas de su madre: el Canto de la Guerra, ofreciendo una imagen de lo más conmovedora. Vestida con un vaporoso vestido blanco y dorado y una expresión soñadora en el rostro, era el vivo reflejo de la armonía. Victoria, sin embargo, era un océano de dudas. Con un traje azul oscuro con filigranas plateadas y el ceño fruncido en una expresión de profunda concentración, la joven princesa recordaba enormemente a su madre.

Era su vivo reflejo.

—Altezas...

Victoria se puso en pie al verle llegar. Dejó el libro que tenía entre manos sobre la mesa y acudió a su encuentro a la puerta, donde se quedó a unos cuantos metros de distancia. Su hermana, sin embargo, no se inmutó. Siguió tocando el piano tranquilamente, como si su mente estuviese muy lejos de aquella sala.

—Gracias por traerlo —dijo la princesa al pretor, y éste se retiró, dejándolos a solas.

Iván cerró la puerta tras de sí, incapaz de disimular la sorpresa al verse en aquella extraña situación. Dedicó una rápida mirada a la sala, cuyas paredes azules estaban totalmente cubiertas por cuadros de pájaros, y siguió a Victoria hasta una gran mesa central de cristal, donde un conjunto de libros y escritos les esperaban.

Victoria rápidamente retomó su lugar en el cabecero.

—Me alegro mucho de verte, Iván —aseguró—. Ayer tuve una clase con el maestro Malestrom. Al no verte le pregunté por ti y dijo que ya no trabajas en la Cúpula de Estrellas... que habías sido expulsado. —La princesa le miró de reojo, con inquietud—. Me sorprendió mucho, la verdad... y como no quiso explicarme mucho más, al caer la noche le pregunté a mi hermano.

—¿Al Emperador? —Iván tragó saliva.

—¡Pues claro que es el Emperador! —intervino Claudia desde el piano, sin mirarle—. ¿De quién va a estar hablando, sino?

Victoria dedicó una fugaz mirada reprobatoria a su hermana, pero no dijo nada. Bastante le había costado convencerla para que mantuviese los labios sellados como para encima culparla por mostrar abiertamente su desagrado ante aquella situación. Como se enterasen sus padres o el propio Lucian de que había metido a un extraño en su torre ambas tendrían muchos problemas.

—La cuestión es que Lucian me explicó que estabas trabajando para el Almirante en la Búsqueda de la Torre del Destino...

—Mentira —volvió a interrumpir Claudia—. No se lo explicó: le robaste esa información al Almirante.

—¡Oh, vamos, cállate! —replicó la princesa, poniendo los ojos en blanco.

Totalmente desconcertado, Iván miró a una y a otra. Empezaba a no entender nada.

—¿Cómo?

—Ten cuidado, magus: ahora mi querida hermana es capaz de leer mentes.

—¡Claudia!

—¡Qué!

Resultaba fascinante ver a las dos hermanas, idénticas salvo por la vestimenta y el color de cabello, discutir sin que Claudia dejase de tocar el piano. Y lo hacía con auténtico virtuosismo, sin perder en ningún momento el ritmo ni errar ninguna nota.

—¡Dijiste que no te ibas a meter!

—Eso no es verdad: dije que no iba a decir nada, solo eso.

—¡Pues no te metas! —sentenció Victoria—. Esto es importante.

—Si tú lo dices...

Claudia cerró los ojos y volvió a concentrarse en la música. Era su forma de fingir que no les iba a molestar de momento, aunque los tres eran plenamente conscientes de que tarde o temprano lo haría. No solo no iba a mantener los labios sellados, sino que no iba a dudar en escuchar absolutamente toda la conversación, sin perderse ni un minuto.

Quería demasiado a su hermana como para no hacerlo.

—Como te decía, Iván —dijo Victoria, reconduciendo la conversación—, me he estado informando sobre esa operación en la que participas, y...

—¿Puedes leer mentes?

Victoria se sonrojó al alzar la mirada y ver los ojos del magus fijos en ella. Había sorpresa, pero también admiración. Durante aquellos años habían hablado en varias ocasiones sobre el tema, y si bien Iván no tenía la capacidad de poder hacerlo, siempre había admirado enormemente a los que sí que podían.

—Llevo meses entrenándolo —confesó Victoria con timidez—, pero no ha sido hasta hace unos días que no he conseguido controlarlo. De vez en cuando escuchaba algún pensamiento, pero no podía dominar cuándo ni con quién. Ahora, sin embargo, empiezo a controlar un poco más mi capacidad...

—¿Hace falta decir con quién ha estado entrenando? —volvió a interrumpir Claudia.

Satisfecho ante su gran avance, Iván le dedicó un breve aplauso. No había tenido la fortuna de poder ser él su maestro en la materia, pero le enorgullecía ver cómo el poder de la princesa iba aumentando.

—¡Enhorabuena! Eso es fantástico, Alteza.

Victoria asintió con las mejillas sonrojadas.

—Gracias... pero como te decía, la cuestión es que me he estado informando, quería ser de ayuda, y...

—¿De ayuda al grupo de trabajo? —preguntó Iván con sorpresa—. ¿Intenta colaborar con nosotros?

Nuevamente, la princesa asintió.

—Sí.

—¿Por qué?

Esta vez la respuesta vino en forma de carcajada por parte de Claudia. La princesa hundió los dedos en el teclado, profiriendo por primera vez un sonido desagradable con el instrumento, y clavó la mirada en Iván. Una expresión perspicaz iluminaba su rostro.

—¿De veras hay que explicártelo todo, magus? —dijo en tono jocoso.

—Claudia... —Avergonzada, Victoria desvió la mirada hacia la mesa, sin saber exactamente dónde fijarla—. Quiero ayudarte, Iván. Tú siempre me has apoyado y creo que es lo correcto... además, esto es importante para Lucian. Está preocupado, está pasando algo extraño en Solaris, y cree que quizás vosotros podáis ser la solución.

—Ojalá —suspiró el magus—, pero va a ser complicado. No sé hasta qué punto sabes sobre la búsqueda en la que trabajamos, pero tenemos un problema básico.

—Que no podéis llegar a las Islas de Fuego. —La princesa asintió con gravedad—. Lo sé, lo sé. He estado estudiándolo toda la noche. De hecho... —Lanzó una fugaz mirada a su hermana—. Las dos lo hemos estado estudiando. El Almirante tenía mucha información en su cabeza: nos ha costado muchas horas ponerla en orden.

Claudia volvió a retomar el tema que había estado tocando hasta entonces. Después de tantas horas de estudio junto a su hermana necesitaba desconectar del mundo, y su forma de hacerlo era a través de la música. Victoria, sin embargo, necesitaba más. La investigación habían despertado algo en ella, un ansia de conocimiento devastador, y ahora no lograba apaciguarlo.

Necesitaba saber más.

—¿Todo esto lo habéis hecho vosotras? —preguntó Iván, lanzando un fugaz vistazo a las decenas de documento escritos a mano que había sobre la mesa, donde las princesas habían ido resumiendo los grandes hitos de la búsqueda—. ¡Sol Invicto, no habéis dormido nada!

—La verdad es que no, pero ha valido la pena. —Victoria sonrió—. ¿Y sabes por qué, Iván? Porque como bien dices, vuestro problema está en que os falta una pieza. En que no sabéis cómo encontrar el firmamento que marca el camino hasta las Islas... pero yo sí.





—¡¡Eli!!

El grito de Iris se le clavó en la cabeza ya de por sí dolorida. Garland giró sobre sí mismo, tratando de escapar del sonido, y desvió la mirada hacia la ventana. Al otro lado del cristal, el coche oficial con el que la joven Ánikka había llegado al punto de encuentro evidenciaba que no había venido sola.

Alguien apoyó la mano sobre su hombro.

—Capitán...

La presencia de Lynette logró serenar su ánimo. Garland apoyó la mano sobre la suya y, dejando que la calidez de su sonrisa le consolara, le sonrió. La había echado de menos aquellos días. A ella, a sus palabras siempre tranquilizadoras y su protección casi maternal.

—Garland —respondió él en apenas un susurro—. Al menos durante una temporada, solo Garland.

—¿Significa eso que va a aceptar la propuesta del Almirante?

Iris y Elisa habían quedado en un segundo plano para ellos. Mientras que las amigas se abrazaban, los dos soldados se habían alejado de su realidad, creando un momento de intimidad que ni tan siquiera sus gritos podía interrumpir. Llevaban años apoyándose el uno en el otro, y ahora que más que nunca se necesitaban, les dolía no poder estar juntos.

—Es posible —contestó Garland en apenas un hilo de voz. Su mirada estaba fija en Iris, pero veía más allá de ella. Era como si se hubiese vuelto transparente—. Creo que no me irá mal alejarme una temporada de Solaris.

—¿Y a dónde va a ir?

Garland se encogió de hombros. Donde me lleve la marea, le hubiese gustado decir, pero al alejarse de la Armada dejaba atrás su navío. Así pues, iría donde el viento le llevase... allí donde su vida recuperase el sentido.

—No lo sé, pero si finalmente me voy, te avisaré con antelación.

—Eso espero —advirtió Lynette. Apoyó la mano sobre su antebrazo y lo apretó con suavidad—. Pero no se aleje demasiado, capitán, dentro de poco le vamos a necesitar. El Almirante se trae algo grande entre manos.

—No me digas que ha logrado engatusarte a ti también.

—Él no —confesó, y señaló a Iris con el mentón—, pero ella y el resto son otro mundo. Cuando te sientas a escucharlos debatir te das cuenta de lo ciegos que estamos. Porque Gea es muchísimo más de lo que vemos a simple vista, se lo aseguro. Hay tantos misterios por descubrir... Negaré haberlo dicho, pero han logrado traer de vuelta a la jovencita que hace unos años se presentó en la Oficina de Inteligencia Imperial ansiosa por descubrir que hay más allá. —Sonrió con melancolía—. Y mire que intento mantener la cabeza serena, pero... es apasionante. Ojalá hubiese podido asistir, capitán: creo que se habría enamorado de esta aventura.

Garland centró la atención en Iris. En aquel entonces le costaba ver más allá de lo que a simple vista aparentaba debido a las circunstancias, pero creía poder entender a lo que se refería Lynette. En el pasado le había pasado con Frédric, por lo que no le sorprendía que Iris y todo el misterio que la envolvía pudiese despertar aquellas sensaciones en la teniente. Los seres mágicos como ellos tenían esa capacidad.

—Aunque quisiera, no tengo fuerzas para ello —confesó Garland—. Quién sabe, puede que más adelante.

—Ojalá —aseguró Lynette—. Sin usted, esto no es lo mismo...





—¿Qué quiere de...? —Iván ni tan siquiera logró acabar la pregunta. Miró hacia el piano, desde donde Claudia los miraba de reojo, interesada, y sacudió la cabeza. Ante él, Victoria sonreía ampliamente, orgullosa—. ¿Habla en serio?

La princesa asintió con determinación.

—Lo sé hace tiempo, pero no es hasta ahora que no me he dado cuenta de ello. Mira... —Victoria cogió uno de los cuadernos y le mostró el firmamento que había dibujado en él. Un conjunto de estrellas que el magus rápidamente identificó como el mismo que había trazado Iris en varias ocasiones—. Es este, ¿verdad?

—Yo diría por su cara que sí —sentenció Claudia desde el piano.

Victoria asintió con la cabeza.

—Durante el periodo en el que estuvimos buscando a Nessa, soñaba con ella. Soñaba en muchas ocasiones, e incluso antes de entender quién era, ya la conocía —explicó Victoria—. Siempre pensé que era el propio maestro Malestrom quien me inducía esos sueños... o mejor dicho, que los forzaba.

—Muy probablemente —admitió Iván.

—La cuestión es que desde que encontrasteis a Nessa, mis sueños cambiaron. Empecé a tener otras visiones... visiones en las que, en mitad de un círculo de invocación, musitaba hechizos sin parar. Al principio no entendía nada, pensaba que era un simple sueño recurrente, pero entonces, ayer, comprendí que era mucho más. ¿Y sabes por qué? —Victoria ensanchó la sonrisa—. ¡Por que en mi sueño a quién llamaba era a Didizeth!

Escuchar el nombre del demonio en boca de la joven princesa logró asustar a Iván. El magus abrió mucho los ojos, sintiendo por un instante la oscuridad aprisionarle la garganta y los huesos, y sacudió la cabeza con vehemencia.

Un chisporroteo eléctrico le recorrió toda la espalda.

—No lo vuelva a decir, Alteza —le pidió en apenas un susurro.

Victoria se cubrió la boca con las manos en señal de arrepentimiento.

—Perdón —murmuró—, no quería...

—No, no, no tiene que disculpase —se apresuró a decir Iván, sintiendo la mirada de Claudia clavada en la nuca—. Es solo que... que...

—Da igual —dijo Victoria, recuperando una sonrisa algo nerviosa—. No volveré a decirlo, palabra. La cuestión es que en esos sueños soñaba con que llamaba a ese ser, y creo que es precisamente para eso para lo que el maestro me está preparando. Para llevar a cabo ese ritual.

—¿Le ha dicho algo?

—¿Directamente? —Victoria negó con la cabeza—. No, pero no creo que tarde. De hecho, ayer me avisó de que estábamos a punto de finalizar este curso y que pronto empezaríamos algo totalmente nuevo. Algo que me ayudaría a desatar mi potencial... creo que se refería a eso: a atraer a ese ser.

Iván se cruzó de brazos, inquieto. No le sorprendía que Malestrom quisiera a Didizeth, la buscaba hacía tiempo, pero que utilizara a Victoria para ello le resultaba desconcertante.

—¿Y sabe para qué? Decía conocer la última pieza del puzle.

—Ese demonio es la última pieza —sentenció la princesa. Cogió uno de los mapas que había sobre la mesa, donde las Islas de Fuego habían sido dibujadas a mano por las hermanas, y señaló un punto en concreto en el océano—. El problema que tienen hoy en día las tripulaciones es que no son capaces de localizar el firmamento que marca el inicio del camino. Una vez atraviesan la conocida como Barrera de Coral, sus embarcaciones se pierden o se hunden, incapaces de dar con las estrellas. Sin embargo, existe una forma de encontrar ese firmamento y esquivar las penalidades que impiden a los navíos llegar hasta él.

—¿Y cuál es esa forma? —insistió Iván con inquietud. Sin darse cuenta, su corazón se había ido acelerando—. ¿Cuál es la última pieza?

—Ese demonio —sentenció Claudia desde el piano.

Incapaz de seguir disimulando la curiosidad, la princesa dio por finalizada la sesión de música para acercarse a ellos. Se situó entre ambos y le arrebató el mapa a su hermana. Seguidamente, hundiendo el dedo en la Barrera de Coral, miró al magus a los ojos.

—Vuestro problema es que sabéis dónde tenéis que ir, pero no cuándo.

—¿Cuándo? —replicó él con confusión—. ¿A qué se refiere, Alteza?

—¡Al momento, magus! ¡Al momento! El firmamento que buscáis no existe en la actualidad. Existió en otros tiempos, pero no ahora. Si lo que queréis es encontrar ese camino, tendréis que hacerlo desde otra época donde realmente sí que existiese. Y para ello, al menos según cree el chalado de Malestrom, necesitáis a ese demonio. ¿Lo entiendes ahora?

¿El chalado de Malestrom? Sin quererlo, logró hacerle sonreír.

—Sé que no quieres que pronuncie su nombre —dijo Victoria, retomando la palabra—, pero Didizeth es la pieza que os falta. Ese ser es la clave para llegar hasta las Islas de Fuego... y creo saber cómo atarlo a un barco para que os guíe. Al menos sé la teoría... o al menos casi entera. El problema es que, para poder hacerlo, necesito que esté en nuestra realidad. Necesit...

Antes de que pudiese ir a más, Iván se apresuró a negar con la cabeza, dando por finalizada aquella propuesta antes incluso de que la plantease. Quizás Laurent estuviese dispuesto a utilizar a la princesa para aquel cometido, pero él no. Victoria Hexet no solo era la hermana pequeña del Emperador, sino que también era una chica de doce años con cuya vida no estaba dispuesto a arriesgar por mucho poder que tuviera.

Ni tan siquiera se lo iba a plantear.

—Alteza, alteza, desconozco cuáles eran las intenciones exactas del maestro Malestrom, pero tenga por seguro que yo no voy a pedirle que haga ese ritual. De hecho, ni voy a pedírselo ni voy a permitir que lo haga. Es demasiado peligroso.

—Te lo dije —murmuró Claudia con satisfacción—. Era lo lógico, Vic.

—¡Pero puedo hacerlo! —sentenció Victoria con determinación—. Sería peligroso si no tuviese el poder suficiente para ejecutarlo, pero lo tengo, Iván. ¡Estoy mejorando muchísimo! Con cada día que pasa me voy haciendo más fuerte, y...

—Y rezo al Sol Invicto porque así siga siendo, Alteza —aseguró Iván—, pero no puedo permitirlo. No es ético. Además, jamás podría perdonarme ponerla en peligro. Agradezco su interés, pero no.

Lejos de rendirse, y conocedora de que aquella posibilidad podría darse, Victoria cogió otro de los cuadernos y rápidamente se lo presentó a Iván, como si de nuevo volviese a ser su alumna.

—Se lo dije —repitió Claudia una vez más, satisfecha al demostrarse que tenía razón—. Le dije que era una locura, magus. Que si eras una persona mínimamente respetable, no se lo ibas a permitir. ¿Pero qué pasa? Que mi hermana es terca. ¡Es digna hija de sus padres! Y como no se daba por vencida, le propuse hacer algo. Si tan importante es ese ritual, ¿por qué no puede hacerlo otra persona? Yo no sé nada de magia, pero seguro que es posible, ¿no?

—Es posible, sí —admitió Iván.

—Siempre y cuando la persona que lo vaya a llevar a cabo tenga capacidad suficiente —apuntó Victoria—. Hice caso a mi hermana y tomé nota del ritual. No está completo, pero creo que puedo conseguirlo. Necesito un poco más de tiempo para poder seguir profundizando en ello, pero lo lograré, te lo juro. Y lo que no sepa, lo obtendré de la mente del maestro. —La joven ensanchó la sonrisa—. ¡No se dará ni cuenta!

Una vez más, la valentía de Victoria logró asustarle. La idea le encantaba: gracias a Victoria lograrían dar con la pieza que les faltaba, pero exponerla de aquella forma le resultaba aterrador. La princesa era tan joven...

Tomó el cuaderno que le ofrecía y asintió cuando ella sonrió con emoción al ver que aceptaba su teoría. Había llegado a temer que su corta edad e inexperiencia le frenase, pero el magus parecía creer ciegamente en ella.

Casi tanto como ella en él.

Intercambió una fugaz mirada con su hermana, la cual observaba la escena con un asomo de sonrisa en los labios, y tomó su brazo con entusiasmo.

—Es muy valiente, Alteza —aseguró Iván con orgullo—. Se nota la sangre que corre por sus venas... pero aunque agradezco enormemente todo su esfuerzo, no quiero que se exponga más de lo necesario.

—Vaya, que ni se te ocurra meterte en la mente de Malestrom —le ayudó Claudia, en tono de advertencia.

Iván sonrió ante la aportación.

—Exacto. Si logra recopilar más información a través de los sueños, perfecto, adelante, hágamela llegar, pero no lo intente con el maestro Malestrom. Tiene poder más que suficiente no solo para saber que intenta penetrar en su mente, sino que podría intentar engañarla si supiese cuáles son sus intenciones. De todos modos, con lo que ha conseguido tenemos mucho material para poder seguir con nuestros estudios. —Iván sonrió con agradecimiento—. Es una pena que sea aún tan joven, de haber sido mayor de edad estoy convencido de que habría disfrutado enormemente colaborando con nosotros.

—Lo pedí —confesó Victoria—. Se lo pedí a mi hermano, pero dijo exactamente lo mismo que acabas de decir. Estamos a punto de cumplir los trece, pero incluso así considera que soy demasiado pequeña... sea como sea, me prometió que, cuando cumpliese la mayoría de edad, tendría permiso para unirme a vosotros.

—Pero no a la travesía, solo al grupo de estudio —le recordó Claudia—. Que no se te olvide, Vic. Y ahora, magus, no es por ser mal educada, pero nuestro padre está al llegar, y no querrás estar aquí cuando llegue.

Iván parpadeó con sorpresa.

—¿Loder Hexet viene a Solaris?

Victoria asintió con entusiasmo.

—¡Sí! Viene en representación de Ballaster en la cumbre de Gaia... nos mantendremos en contacto, Iván. En cuanto sepa algo más, te avisaré, ¿de acuerdo?

Iván respondió llevándose el cuaderno al pecho. Hizo una respetuosa inclinación de cabeza a las dos princesas, profundamente agradecido por su ayuda, y salió de la sala, dejando a ambas con mejor sabor de boca del esperado.

Una vez a solas, Claudia le dio un suave codazo a su hermana.

—Es muy mayor y le falta un ojo. En serio, hermana, ¿qué le ves?





—¿Te van a soltar entonces?

—¡Pues claro que me van a soltar! No soy ninguna prisionera, Eli.

—Ya, bueno, díselo a tus mensajitos. Desaparecer de un día para otro no es muy normal.

No se habían soltado de la mano desde que se habían reencontrado. Situadas en el centro del salón, sin importarles tener espectadores, las dos amigas no habían podido evitar que el nerviosismo y la alegría de volver a verse se desbordasen.

—Oye, ¿y esto de la cara? ¿Estas marcas? ¿Qué te ha pasado?

—Si yo te contase...

—¡Pues cuéntamelo! ¿Qué pasa, querías parecerte a mí, o qué?

Tendrían tiempo para ello. Para explicarse lo ocurrido en la galería y las otras tantas aventuras que ambas habían vivido en las últimas semanas. Y es que, como bien le había advertido Elisa antes de que abandonase Herrengarde, las cosas no estaban tranquilas en Albia.

—Acabo en menos de tres días —le aseguró Iris—. En cuanto salga de aquí, podemos pasar el tiempo que quieras juntas. De hecho, ¿por qué no te quedas en casa hasta entonces? A no ser que tengas que volver a Albia de inmediato, claro.

—Debería, pero puedo esperar. —Elisa miró de reojo a Garland y Lynette y bajó el tono de voz—. ¿Son amigos tuyos?

La mirada de Elisa logró que Iris sintiese un escalofrío. La miró con los ojos muy abiertos, temiendo lo peor, y bajó el tono de voz.

—¿¡Qué has hecho!?

—Nada —respondió, aunque ambas sabían que mentía—. Nada de lo que no vayan a recuperarse, vaya. Digamos que les he dado a probar un poco de medicina albiana...

—¡¡Eli!!

—¿¡Qué!? ¡Se colaron en tu casa! —La pretor se encogió de hombros—. Pero vamos, que no les guardo ningún rencor... te estaré esperando, ¿de acuerdo? En cuanto acabes vuelve a casa y estaremos juntas unos días. Después volveremos a Herren...

—No voy a volver de momento, Eli.

La pretor se encogió de hombros.

—Ya veremos —dijo, y le besó la mejilla con cariño—. Ten cuidado, Iris... y tú, teniente: pobre de ti que le pase algo. Voy a estar vigilando.




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