Capítulo 23

Capítulo 23







Palacio del Amanecer, Solaris – 1.836





—La mancha de oscuridad se ha extendido por toda la isla, incluido el puerto, con catastróficas consecuencias. Todos los seres vivos que había a su paso han fallecido, desde los habitantes que no pudimos evacuar a tiempo hasta las plantas. Incluso la comida se ha podrido con la llegada de la mancha. Por suerte, gracias a la colaboración de la unidad marítima del capitán Eris ha reducido enormemente el número de fallecidos. No solo lograron extender la voz de alarma por toda la isla, sino que evacuaron a varios centenares de ciudadanos de Puerto Azufre en su nave.

—¿De cuántos muertos estamos hablando?

Claro y directo.

—Doscientas cincuenta y siete personas, Majestad. Y sé que es un número muy elevado, sí, pero no debemos perder de vista que Puerto Azufre está habitado por un total de mil trescientas personas, y que en el resto de la isla hay quinientos habitantes más. Es decir, hablamos de doscientas cincuenta personas sobre un total de casi dos mil...

—Hablamos de un diez por ciento de la población entonces. —Hizo una pausa—. Lo mires por donde lo mires, maga: el número es estremecedor.

Lo era. Sentado al final de la sala, con el cansancio grabado en el semblante pero el nerviosismo anclado en su corazón, Tristan asistía a la reunión en completo silencio, plenamente consciente de que tarde o temprano le tocaría intervenir. Al frente de la reunión se encontraba Aurora, la cual había abierto la sesión mostrando el video de lo ocurrido en la iglesia, y junto a ella había varias personalidades. El centurión Ludovico Vespian, por supuesto, y también Alfria Gerensvarg. Lo esperado. No obstante, también había otros invitados especiales cuya mera presencia había logrado intimidar a Tristan: el director de la Oficina de Inteligencia Eryn Cabal, el legatus Gared Cysmeier, el Almirante Sebastian Liraes y el mismísimo Lucian Auren.

¡El maldito Emperador!

Había otras tantas personalidades que también habían sido invitadas, pero debido a la situación de alerta en la que se encontraba el país no habían podido asistir. Y daba gracias por ello, era un alivio.

Pero aunque su presencia era inquietante, a Tristan no le sorprendía que estuviesen allí. Lo que en teoría iba a ser un ataque puntual en la iglesia de Puerto Azufre se había convertido en el final de la isla, con una mancha de oscuridad tiñendo de muerte y destrucción todo a su paso. Y aunque lo sucedido en Puerto Azufre había sido grave, no había sido el único acontecimiento al que Solaris se había visto sometida aquella noche. El ataque en la presentación de la galería, con un total de ocho muertos a manos de cinco bestias del otro lado del Velo ponía en evidencia que Solaris se encontraba en peligro.

—Es estremecedor, Majestad —admitió Aurora—, pero tanto este incidente como el de la galería nos permite conocer un poco más en profundidad a nuestro enemigo. Los cadáveres recuperados están siendo analizados por el maestro Malestrom, experto en biología y criptozoología, mientras que las muestras de tejido enfermo de la isla está en manos del equipo de investigación de la Oficina de Inteligencia Imperial.

—Así es —admitió Cabal—. Tenemos una unidad especializada en enfermedades y transmisiones víricas que está analizando las muestras que nos trajo. Por el momento el avance es lento, pero confío en que en unas horas sabremos algo.

Poco convencido ante la falta de resultados, Lucian dedicó una mirada a las terrible cifras de fallecidos de la pantalla antes de volver a mirar a la maga.

—¿Y qué hay de Malestrom? ¿Tiene ya algo?

Nuevamente la respuesta fue negativa. A pesar de haber iniciado las autopsias, aún quedaba mucho trabajo por delante como para poder llegar a ninguna conclusión más allá de la obvia: que aquellos seres no pertenecían a aquella realidad.

—Tenemos que acelerar los procesos —advirtió el Emperador con desgrado—. Solaris no tiene el tiempo que nuestros especialistas necesitan para poder esclarecer lo que está pasando. ¡Necesitamos respuestas ya!

—Hacemos todo lo que podemos, Majestad —respondió Eryn Cabal con rotundidad—, pero debemos ser realistas: no estábamos preparados para una amenaza de esta índole. Nos falta material y conocimiento para poder mejorar nuestra gestión. No obstante, desde la Oficina estamos trabajando arduamente en ello.

—También desde los Círculos de Magia —aseguró Aurora—. De hecho, uno de los puntos más importantes de esta reunión es la metodología que hemos empleado para localizar la amenaza. Y sé que probablemente a mis colegas de equipo de trabajo no les guste lo que van a escuchar, pero no puedo negar lo evidente: ha sido la magia quien nos ha llevado hasta Puerto Azufre.

El malestar ante la noticia despertó algunos murmullos entre los presentes. A nadie le sorprendía, pues en el fondo era la opción que se había estado barajando desde el inicio de la reunión, pero el que Aurora lo expusiese tan abiertamente resultaba inquietante.

El rostro de Lucian se ensombreció.

—Centurión, en nuestro último encuentro me informaste de que las fisuras en el tejido de la realidad están siendo provocadas por el uso de la magia —dijo en tono gélido—. ¿Acaso ya no es válida esa teoría?

—En absoluto, Majestad —respondió Vespian. Su rostro no reflejaba nada más allá de indiferencia, pero se podía percibir su malestar en la tensión de su voz—. No es una teoría aún confirmada, pero es en la que trabajábamos. De hecho, esa fue la base para tomar la decisión de no seguir con los estudios que estaba ejecutando el Círculo de Magia de la maga Aurora Dandic. Para ello se estaba utilizando una importante cantidad de poder que, como hemos podido ver y sufrir, está poniendo en peligro la seguridad de Solaris.

Tristan cogió aire. Incluso viéndolo solo de perfil, el legionario pudo ver perfectamente la rabia encender los ojos del joven Emperador.

—Y sin embargo, usted no se ha detenido, ¿verdad, Aurora? —preguntó el Emperador con dureza, poniéndose en pie—. A pesar de saber que estaba poniendo en peligro a toda la nación, ha seguido adelante con sus estudios.

Las palabras del Emperador se convirtieron en acusaciones. Lucian estaba furioso, y no le faltaba razón. Aunque sus métodos habían funcionado para conseguir lo que buscaban, lo cierto era que cabía la posibilidad de que hubiesen sido los causantes de la tragedia. Era un pez que se mordía la cola.

—Majestad —respondió la maga con tranquilidad. Parecía imperturbable—, sé que es inevitable vincular la causa y el efecto, pero debemos ser realistas: necesitábamos saber qué está pasando. Necesitábamos verlo en primera persona para comprender la gravedad de la amenaza, y lo hemos conseguido. Tanto el Capitán Garland Eris como el legionario Tristan Eris, aquí presente, y yo misma hemos visto cómo se rompe la realidad, y más allá de la tragedia que comporta, ha servido para hacernos entender que la amenaza a las que nos enfrentamos es cambiante: que existe un plan.

—¿En qué se basa para llegar a esa conclusión? —intervino el legatus Cysmeier con inquietud—. Lo que yo veo hasta ahora es caos desatado: un sinsentido de muerte y destrucción que a duras penas puede responder a un plan.

—Es lo que parece a simple vista —admitió la maga—, y de hecho es lo que creía, legatus, de ahí mi interés en poder comprobar en primera persona lo que estaba sucediendo. Gracias a la bendición del Sol Invicto y largos años de entrenamiento, he podido especializarme en las comunicaciones entre planos. Gracias a ello, en los puntos donde la barrera es más estrecha puedo llegar a establecer contacto con los seres que aguardan en el Velo.

—¿Tal y como hacen los nigromantes con los muertos? —preguntó Cysmeier con frialdad—. También es una comunicación entre planos: la realidad y el mundo de los muertos.

La simple mención de la nigromancia agravó el malestar entre los presentes.

Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de la maga.

—Si lo que trata de descubrir es si tengo conocimientos sobre nigromancia, legatus, le diré que sí, y que me siento orgullosa de ello. La mejor forma de combatir al enemigo es conociendo sus métodos. No obstante, como les decía, lo realmente importante es que, durante el ataque, mientras los dos planos estaban conectados a través de la brecha por la que brotaba la mancha de oscuridad, pude escuchar algo. Fue durante unos segundos, pero lo percibí con claridad. Al otro lado del Velo alguien estaba entonando un cántico.

—¿Un cántico? —El Emperador parpadeó con incredulidad—. ¿Quieres decir que desde el Velo alguien estaba conjurando un hechizo?

Aurora asintió con la cabeza, mostrando un convencimiento que, en realidad, no tenía. En su cabeza eran todo suposiciones y teorías, pero sabía que a no ser que actuase con contundencia, no iban a escucharla.

—Así es, Majestad. Estoy casi convencida de que hay alguien al otro lado de la barrera intentando entrar.

Las implicaciones de aquella afirmación provocaron que el ambiente en la sala de reuniones se enrareciera. Eryn Cabal y Gared Cysmeier empezaron a hablar nerviosamente entre ellos, con el Emperador en medio, y durante unos minutos se paralizó el encuentro. Aurora intentó proseguir con su discurso, pero tras varios intentos sin éxito se dio por vencida y regresó a su silla, donde tanto Alfria como Ludovico no la recibieron con los brazos abiertos precisamente. El haber roto el acuerdo interno que tenían y haber actuado unilateralmente había acabado rompiendo las relaciones entre ellos.

Pero aunque a ojos de Tristan nada de aquello tenía sentido, lo cierto era que Lucian parecía haber visto luz al final del túnel. El joven Emperador se sentía cómodo en mitad del caos y de la confusión, y en aquella ocasión, haciéndose más fuerte que nunca, tomó las riendas de la reunión.

—Centurión Vespian, tanto usted como el resto de su equipo de trabajo pueden retirarse a excepción de la señorita Dandic —anunció—. La sesión de hoy ha llegado a su fin, pero antes de que se retire me gustaría poder comentar ciertos temas con usted, Aurora. Eryn, Gared, Sebastian, por favor, agradecería que os quedaseis.

—Por supuesto, Majestad.

Tristan vio en el fin de la reunión una liberación. Había pasado tantos nervios que notaba todo el cuerpo engarrotado. Por desgracia para él, a pesar de haberse librado de tener que exponer lo ocurrido ante el Emperador, el legatus Gared Cysmeier no le dejó escapar sin más. Pidió un receso de unos minutos y, tras pedirle que le acompañase lejos de la sala de reuniones, se aseguró de que no hubiese oídos curiosos antes de hablar.

Tristan sintió que le temblaban las piernas de solo ver la furia en sus ojos.

—¿¡Se puede saber qué demonios se te pasó por la cabeza, Tristan!? ¿Para qué demonios llamaste a Garland? ¡Tú sirves en la Malleus Solis, no en la Armada! ¡Tenías que haberme informado a mí! ¡Joder! ¿¡Desde cuando antepones tus propios intereses a los del país!? —Tal era la furia de Gared que, incluso sin levantar el tono más de lo habitual, sus palabras estaban minando por completo la determinación de Tristan—. ¡Os podrían haber matado a todos! ¡Joder! ¡Han muerto más de doscientas personas, ¿¡es que no te das cuenta!? ¡Van a pedir explicaciones, y con razón!

—¡Garland estaba por la zona! —se excusó según lo acordado con su hermano—. No pensaba que fuera a ser para tanto, legatus, ¡lo juro! Pensé que saldrían algunos monstruos, como la otra vez, y...

—Dime que no lo habéis organizado para luciros, Eris —advirtió Cysmeier, cogiéndolo con firmeza del antebrazo—. Esto es serio: Aurora y tú habéis puesto en peligro la vida de muchas personas. Ten por seguro que el Emperador va a depurar responsabilidades. Podrían detenerte por esto.

—¿Detenerme?

El legatus respiró hondo antes de responder. Le entristecía la situación. Tristan era un buen legionario, eficiente y con un toque de salvajismo que le hacía único, pero no destacaba precisamente por su inteligencia. No era estúpido, pero tenía cierta facilidad para dejarse manipular. Y la maga lo había manipulado, era evidente. Lo había utilizado para que la protegiera, pero también para asegurarse no tener que cargar ella sola con la responsabilidad. Por desgracia, la estupidez de Eris le había llevado a arrastrar a Garland, y a no ser que actuasen con cuidado, ambos podrían verse arrastrados por las consecuencias.

Cysmeier cerró los ojos, tratando de reorganizar las ideas. Le costaba pensar con claridad después de todo lo ocurrido la noche anterior.

—General, yo solo quería ayudar —se disculpó el legionario—. Y sí, sé que debería haberle informado, pero le juro que jamás imaginé que algo así podría suceder.

—¿Por qué llamaste a Garland? —insistió Cysmeier—. ¡Joder, Tristan! ¿¡Por qué no me llamaste a mí!?

—¡Yo que sé! ¡Es mi hermano, general! Es mi maldito hermano y tiene un barco: sabía que podría llegar rápido. En un principio no iba a decir nada, la idea era que fuésemos solo Aurora y yo, pero en el último momento creí que no debíamos arriesgarnos, que era peligroso, y como él estaba de patrulla por la zona, pues...

Antes de que las cosas pudiesen empeorar, el legatus prefirió dejar la conversación. Era evidente que le estaba mintiendo, pero no sabía hasta qué punto lo había hecho para beneficiarse. No era propio de él. Sea como fuera, aún le quedaba mucho trabajo por delante, por lo que decidió posponer aquella conversación para el siguiente día, cuando hubiese dormido unas cuantas horas. Estaba demasiado furioso y decepcionado como para poder pensar con claridad.

—Te quiero mañana en mi despacho a primera hora —le advirtió—. Ni un minuto tarde, Eris.

—Por supuesto, legatus.

—Ahora desaparece de aquí, y por tu propio bien, Tristan, aléjate de esa maga. Los nigromantes no son de fiar.








La verja del jardín estaba cerrada cuando Iván Elder llegó a la Cúpula de Estrellas. Normalmente la dejaban abierta para que pudiesen acceder con facilidad utilizando el mando a distancia. Aquella noche, sin embargo, Laurent Malestrom había querido asegurarse de que controlaba absolutamente todas las entradas y salidas.

Incluida la suya.

Iván buscó en su mochila la copia de la llave de la verja y accedió al recinto a través de la puerta de acceso a pie. No solía utilizarla, pues siempre que abandonaba el edificio era en el coche de Bek, pero conocía perfectamente lo que implicaba su uso. En cuanto la llave entraba en la cerradura y giraba se activaban las cámaras de vigilancia, transmitiendo de inmediato la imagen del recién llegado al control de seguridad.

Un control de seguridad al que estaba conectado el teléfono personal de Laurent.

En definitiva, Laurent era plenamente consciente de que a pesar de la expulsión Iván había regresado, y no hizo nada para evitarlo. Al contrario, para cuando llegó a la entrada del edificio, la puerta ya estaba abierta, como si le estuviesen esperando. Iván atravesó el umbral, dejó la mochila junto a la puerta y cerró tras de sí.

En el salón, mientras disfrutaban de la cena, algunos de sus compañeros percibieron su llegada, pero no acudieron a su encuentro. La noticia de su expulsión aún no se había hecho pública, por lo que a nadie le sorprendía su presencia. Al contrario, como cada noche le habían guardado su sitio para que pudiese comer junto al resto.

Cosa que no iba a hacer.

Iván ni tan siquiera pasó por el salón para saludarlos. Tal era su inquietud que, empleando para ello los corredores laterales, recorrió el edificio hasta acceder a la torre de su padre. Una vez en ella, subió un peldaño tras otro a la carrera, sintiendo que con cada paso que daba, más se envenenaba.

Se sentía engañado. Era plenamente consciente de que Laurent nunca había sido del todo sincero con él, que guardaba cientos de secretos, pero en aquella ocasión se había pasado de la raya. Había jugado con él y eso era algo que no iba a consentir.

No llegados a aquel punto.

Ascendió el último tramo de escaleras a grandes zancadas. A aquellas horas de la noche cabía la posibilidad de que el despacho estuviese cerrado, pero estaba convencido de que le estaría esperando con una sonrisa lobuna en los labios. Laurent tenía poder suficiente como para leer sus pensamientos, por lo que ya sabría cómo se sentía. Sabría que estaba a punto de explotar y buscaría una forma de engañarlo y calmarlo.

Buscaría la forma de mantener intacta su imagen.

Pero esta vez no se lo iba a poner fácil. Iván atravesó el pasadizo prácticamente a la carrera y, con un grito en la garganta, abrió la puerta del despacho. Sin embargo, no lo encontró en su interior.

—¿Hola?

Las luces de los frascos de cristal refulgieron a modo de saludo cuando entró. Iván paseó la mirada por la sala, sorprendido ante su ausencia, pero no se dio por vencido. Se encaminó hacia las escaleras que daban al segundo despacho, el de menor tamaño, y allí sí que lo localizó.

Un escalofrío recorrió la espalda de Iván al descubrir a su padre vestido con una bata blanca frente a la mesilla metálica donde aguardaba un cadáver. En la mano derecha, ahora totalmente manchada de líquido negro, sostenía un bisturí mientras que en la izquierda, observándolo con auténtico interés, tenía una masa rojiza de aspecto viscoso.

Un órgano, adivinó de inmediato al adentrarse un poco más y descubrir que había convertido la mesa de su escritorio en un expositor de vísceras y muestras de tejido. De hecho, todo el despacho en sí se había transformado en una morgue en cuyo interior tanto Laurent como su ayudante, un joven mudo cuyo nombre nunca era capaz de recordar, estudiaban un extraño cuerpo humanoide de procedencia extraterrenal.

Sintió celos. Celos porque le hubiese sustituido tan pronto, pues en varias ocasiones había sido él quién había ocupado el lugar del ayudante, pero también rabia por no haber utilizado sus instalaciones para llevar a cabo la autopsia. Las dependencias del departamento de biología estaban perfectamente preparadas para ejecutar aquella labor sin ningún tipo de dificultad. Irónicamente, todo apuntaba a que Malestrom había preferido usar su propio despacho antes que aceptar nada de Iván.

Era lamentable.

—Creía haberte dejado claro que estabas expulsado, Iván —advirtió Laurent mientras estudiaba concienzudamente el órgano. Lo depositó sobre una pequeña balanza de plata y lo pesó—. Trescientos gramos. Interesante.

—Tenemos que hablar —sentenció él.

—No, no tenemos nada de qué hablar, muchacho. Vete.

—¡No! —insistió Iván, adentrándose unos pasos más en la sala—. ¡Por supuesto que tenemos que hablar, me has engañado!

—¿Que te he engañado?

La simple pregunta logró hacer sonreír al magus, pero no girarse para mirarlo. No era digno de ello. Depositó el órgano en uno de los contenedores de cristal y regresó junto a la camilla, para seguir inspeccionando el cadáver.

—¿De qué hablas, muchacho?

—De Iris Ánikka —dijo al fin—. De ella es de quien hablo.

El nombre retumbó en el despacho, despertando su interés. Laurent se volvió hacia su antiguo aprendiz, dedicándole al fin una mirada, y asintió.

Pidió a su ayudante que abandonase la sala.

—Luego seguimos, Viridine —dijo mientras se quitaba los guantes y los dejaba en una de las bandejas—. Parece que la noche promete.

El ayudante dedicó una mirada furiosa a Iván al salir, pero este ni tan siquiera se dio cuenta. Tal era la fijeza con la que miraba a su padre, haciendo un auténtico esfuerzo para retener las acusaciones, que el resto no le importaba. Ni el aprendiz ni el magnífico ejemplar que seguía tumbado en la camilla.

—¿Qué le pasa a la joven Ánikka? —preguntó Laurent tranquilamente, mientras salía a la terraza—. ¿Se ha metido en algún lío nuevo? He podido saber que tuvo una actuación ejemplar anoche, en la galería de arte. De hecho, la maravilla que tengo ahí dentro es uno de los seres a los que se enfrentó. Me han cedido su cuerpo para que lo analice, y es francamente interesante. —Hizo una pausa—. Te habría encantado.

Iván salió tras él a la terraza, donde la noche era tan estrellada como de costumbre. Aquel lugar siempre le había gustado, era lo más parecido a un punto de meditación libre dentro de la Cúpula, pero por alguna razón ahora lo veía totalmente diferente. Aquel cielo incierto y el telescopio de plata le resultaban extrañamente inquietantes.

Como si no pertenecieran a Solaris.

Como si nunca hubiesen pertenecido.

—He visto su marca —dijo tras unos segundos de distracción. Laurent, ya apoyado de espalda en la barandilla, le miraba con curiosidad, con los brazos cruzados—. ¡Tiene la luna azul en la espalda!

—¿Ah, sí? —Una sonrisa divertida se dibujó en sus labios—. Espero que no haya sido en circunstancias demasiado íntimas, de lo contrario habría sido una auténtica decepción, imagino.

—Esa insinuación es repugnante —replicó Iván con furia, adelantándose—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Tenía derecho a saberlo!

—¿Derecho? —Laurent rio—. No te lo oculté en ningún momento, Iván: simplemente no formulaste la pregunta correcta. De hecho, si mal no recuerdo, estabas ansioso porque desapareciera. Quizás, si no hubieses estado tan cegado por tu amiguita hecatiana, te habrías dado cuenta.

Una punzada de culpabilidad taladró el corazón de Iván. Sabía que no había motivo para ello, que realmente no habría podido descubrir la verdad ni tan siquiera así, pero en cierto modo consiguió lo que buscaba: minar su determinación.

—Debí imaginar que no era casual que la eligieras a ella —reflexionó—. Podría haber sido cualquier otra, alguien con una mente más débil cuya voluntad poder doblegar fácilmente, pero no... —Negó con la cabeza—. Tenía que ser ella.

Laurent se encogió de hombros, restándole importancia.

—¡Me has pillado! —admitió en tono burlón—. En fin, cosas que pasan, supongo. A tu madre no le gustaba que le hablase de la suya, así que por el bien de ambos decidí guardar el secreto. Fue para protegerte: ambos sabemos lo celoso que eres.

—¡Y una mierda! —exclamó con rabia—. ¡Eso es mentira! ¡Me la ocultaste igual que hiciste con Frédric! Porque es su hermana, ¿verdad? Es una Sertorian.

El magus le guiñó el ojo.

—Quizás.

Las continuas burlas y el tono jocoso con el que le estaba tratando le estaba sacando de quicio. Mientras que para Laurent aquello no era más que una pataleta más de uno de sus hijos, para Iván era importante. Era vital, de hecho.

Furioso, decidió contratacar. Se levantó la camisa, dejando a la vista el hombro vendado, y apartó la venda para dejarle ver la herida. Laurent se había esforzado en que la magia dibujase un fea herida en su piel, devorando la carne con furia, pero el poder de la sangre era superior al de su magia, y por mucho que lo había intentado, la marca de la medialuna azul seguía allí, muy presente.

Su mera visión logró borrar la sonrisa a Laurent. El magus sacudió levemente la cabeza, fingiendo no darle importancia, y volvió la mirada hacia el exterior.

—La sangre más poderosa de Gea —dijo Iván, repitiendo la frase que en tanas ocasiones le había dicho—. Algo bueno debía tener, ¿no? Aunque intentes borrarla, siempre estará ahí, recordándome quién soy y quién es mi padre.

Laurent le dedicó una última mirada, pensativo. Había parte de verdad en sus palabras, aunque también había falsedad. Iván había aprendido mucho durante aquellos años, pero la naturaleza de su sangre humana le había traicionado, al igual que previamente le había pasado a Frédric. Era una auténtica lástima. No obstante, no le culpaba por ello. Si había habido algo que le había gustado de su madre y la había hecho destacar sobre el resto había sido precisamente esa naturaleza salvaje tan propia que la caracterizaba.

Pura Volkovia.

—Poco a más a decir —sentenció Laurent—. Ahora ya lo sabes: tu búsqueda desesperada de la sangre tiene un nuevo capítulo. No obstante, debes saber algo, Iván. Myla Sertorian jamás les dijo a ninguno de sus dos hijos quién era su padre. Trató de protegerlos de mí, y durante cierto tiempo lo consiguió. Por desgracia, los polluelos siempre vuelven al nido, y al igual que pasó con Frédric y contigo mismo, ella también volverá. Siempre acabéis volviendo, así que no intentes evitar lo inevitable: es el destino.








Una hora después, cargado únicamente con su mochila y con la chaqueta, Iván llamó al timbre de la verja. Era tarde, más de las once, pero las luces encendidas de la casa rebelaban que aún no se había ido.

Era una suerte.

Tardó unos segundos en responder a la llamada, pero finalmente abrió la puerta de la casa y salió al patio para comprobar con auténtica sorpresa que al otro lado de la verja aguardaba el magus y su halcón.

—¿Pero qué demonios...? —preguntó Iris con perplejidad—. ¿Qué haces tú aquí?

—¿Sinceramente? —respondió él, y negó suavemente con la cabeza—. Laurent me ha expulsado de la Cúpula de Estrellas y no tengo donde caerme muerto. Estoy jodido, la verdad, muy jodido, y tú necesitas a alguien que te ayude con las curas, así que, visto lo visto, ¿qué tal si llegamos a un acuerdo?








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