Capítulo 22
Capítulo 22
Hospital General de Solaris – 1.836
Iris no recordaba cómo había llegado al hospital. Tras el traumático encuentro con las dos bestias que tantas vidas se habían llevado, la joven había caído en la sala de los retratos apenas sin fuerza, al borde de la conciencia. La mezcla de nerviosismo, pánico y pérdida de sangre la había llevado al límite. Por suerte, antes de sumirse en la oscuridad, había llegado a ver cómo el legatus Cysmeier acudía al rescate de las supervivientes en compañía de otros tantos soldados.
Pero de su aparición habían pasado ya casi tres horas, y aunque Iris no sabía exactamente qué había pasado, lo único que tenía claro era que se encontraba en un hospital, con las heridas del muslo y el hombro vendadas, y las de la cara a la vista.
Demasiado a la vista como para no marearse de solo imaginarlas.
A pesar de que le habían administrado varios fármacos contra el dolor, Iris no podía disimular su malestar. La pierna le dolía horrores por la postura, pero cada vez que se movía el mordisco del hombro le ardía. De hecho, no había ningún punto en su cuerpo que no le doliese. Tal había sido la cantidad de golpes que se había ganado aquella noche que dudaba volver a ser la misma jamás.
Le consolaba saber que el esfuerzo había valido la pena. Estaba viva, que no era poco, y confiaba en que el resto también. Berenyse no le preocupaba, era evidente que estaría bien, pero Judith era otro tema. La última vez que la había visto apenas podía respirar... pero de ese entonces habían pasado ya varias horas, y aunque había preguntado en varias ocasiones al equipo médico sobre ellas, no había logrado descubrir nada.
La visita de una de las enfermeras la despertó unas horas después, cuando las primeras luces del amanecer ya teñían de una tonalidad rosada el cielo. La mujer comprobó las heridas de Iris, las cuales parecían haber reaccionado correctamente al tratamiento de choque antibacteriano que le habían aplicado a su llegada, y la ayudó a levantarse. Necesitaba comer un poco para recuperar energía.
—Vas a tener que cuidarte durante los próximos días —le advirtió al ver que lograba mantenerse en pie sin ayuda—. Has perdido mucha sangre, y aunque te recomendaría que te quedases, necesitamos la habitación. El hospital está totalmente saturado. No sé qué habrá pasado en esa exposición, pero hay más de un centenar de heridos de mayor gravedad que tú.
—¿No ha salido nada en la televisión?
La enfermera negó con la cabeza.
—Poca cosa. En las noticias hablan de un posible atentado, pero se oyen cosas en el hospital. Los heridos han ido hablando, y no de un atentado precisamente. Tú misma has murmurado algo en sueños. —Se encogió de hombros—. En fin, yo no es que quiera entrometerme, pero parece que el mundo está cambiando. Y lo está haciendo demasiado rápido.
Tras la visita de la enfermera, el doctor inspeccionó sus heridas. Aún había pasado demasiado poco tiempo para valorar la evolución, pero parecía ser buena. A pesar de ello, dada la gravedad, sobre todo las del muslo, decidió dejarla unas cuantas horas más en observación, para asegurar que podría volver a casa. Volvió a suministrarle calmantes, autorizó que le sirvieran el desayuno y, con la promesa de volver más tarde, se retiró para seguir con las visitas.
Algo más recuperada tras devorar un par de tostadas con mermelada, un plato de fruta y unos cereales, Iris salió de la habitación. Le habían recomendado reposar el máximo de tiempo posible, pero tras tantas horas encerrada necesitaba respirar un poco de aire. Además, estaba preocupada por Judith y Berenyse. Seguía sin saber nada de ellas, y aunque confiaba en que estarían bien, quería asegurarse.
Salir de la habitación le sentó bien. Al atravesar el umbral de la puerta una suave brisa cálida le dio la bienvenida a los estrechos corredores de paredes blancas del hospital. Tal y como le había advertido la enfermera, estaba muy lleno. Los acompañantes de los pacientes se arremolinaban en las salas de espera y en los pasadizos, yendo de un lugar a otro nerviosamente y conversando a media voz. Se notaba la preocupación en el ambiente, y no era para menos. De las cinco plantas del hospital, Iris había sido ingresa en la cuarta, donde los pacientes que se encontraban eran heridos de gravedad en su mayoría. En la primera y en la segunda estaban las consultas y los quirófanos, en la tercera las salas de terapia y en la quinta, la más restringida, las de vigilancia continua.
Visto desde fuera, Iris tenía la certeza de que, cuanto más alto estuvieras ingresado, peor era el panorama. De hecho, ella estaba al límite para cambiar de planta. Aunque había evitado mirarse en el espejo del baño, las columnas de los pasillos eran acristaladas, por lo que tras varios minutos evitando su propio reflejo, decidió afrontar la realidad.
Y lo que vio logró que varias lágrimas de tristeza rodaran por sus mejillas. Iris no era una persona especialmente presumida, pero la visión de su rostro lleno de heridas era descorazonadora. Tenía todo el pómulo derecho, desde el mentón hasta la frente, marcado por cuatro grandes líneas rojas que por suerte no le habían dañado el ojo. La ceja y los labios, sin embargo, sí que estaban afectados. El cuello también, pero las vendas del hombro lo cubrían lo suficiente como para que el disgusto no fuera a más.
Al menos de momento.
Entristecida, Iris paseó por la planta en silencio, en busca del acceso a la terraza. No era una zona especialmente amplia, ni tampoco muy vistosa, pues apenas había un par de árboles y unos bancos donde tomar asiento, pero a ella le sirvió para escapar temporalmente de la realidad del hospital. Se sentó en uno de los bancos y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Cerró los ojos.
—Cielos...
Un graznido extrañamente familiar captó su atención. Iris abrió los ojos, sintiendo por un instante que su mente había volado en el tiempo hasta las Agujas de Sangre, y al incorporarse descubrió que, en la barandilla de la terraza, había un ave mirándola.
Un ave cuyo ojo biónico logró provocarle un escalofrío.
Perpleja ante su aparición, Iris se acercó a ella. La última vez que la había visto le había servido de guía hasta la estatua negra. En aquella ocasión, sin embargo, Valhir no alzó el vuelo. Permaneció estático, mirándola con fijeza mientras se acercaba, hasta que finalmente la mano de Iris alcanzó su plumaje y empezó a acariciarlo.
Sonrió al ver que el ave no se alejaba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó—. Parece que estamos destinados a encontrarnos una y otra vez...
Valhir alzó el vuelo con la llegada de una nueva persona a la terraza. Iris giró sobre sí misma, sobresaltada por el golpe de la puerta al cerrarse tras de sí, y descubrió con sorpresa que Tristan Eris acababa de salir para fumarse un cigarro.
Un Tristan Eris cuya expresión rebeló total y absoluta perplejidad al ver el rostro de Iris. Abrió mucho los ojos, casi tan sorprendido de verla allí como por su aspecto, y se acercó con paso rápido. Él tampoco tenía especialmente buen aspecto, estaba ojeroso y tenía el uniforme lleno de quemaduras y manchas, pero al menos no tenía heridas graves a la vista.
—¡Sol Invicto, Iris! —exclamó—. ¿¡Pero qué coño te ha pasado!? ¡Tienes la cara destrozada! ¿¡Pero te has visto!? ¡¡Madre mía!!
La falta de tacto de Tristan consiguió que un par de nuevas lágrimas resbalasen por su rostro. Iris se apresuró a secárselas, tratando de evitar las heridas, y se esforzó por sonreír. Por desgracia, no tenía demasiado motivo para ello.
—¿Otra vez llorando? —El legionario dejó escapar un suspiro—. Joder, ha sonado mal, ¡pero es que vaya cuadro! ¿Quién te ha hecho esto...? ¡oh, vamos, no me jodas! ¿¡Estabas en la exposición!?
—Fui con Judith. De hecho, estaba con ella cuando aparecieron monstruos como los que mataste en Solaris. Cuando la calle explotó, ¿recuerdas? Íbamos juntos en el coche.
Tristan asintió con gravedad.
—Lo recuerdo, sí. Algo he oído, aunque nadie ha sabido decirme exactamente qué ha pasado. ¿Los vistes? Bueno, ¡qué puta pregunta! Por supuesto que los viste. ¿Cuántos había? ¿Qué hicisteis con ellos? Le quería preguntar al legatus, pero no ha salido de la habitación de su esposa, y al resto no los conozco, así que... ¿y dices que fuiste con Judith? Garland y yo hemos venido por ella. Nos llamó anoche el legatus, está ingresada... está grave. —Se encogió de hombros—. Tuvo una de sus crisis respiratorias. Por lo visto ha llegado sin aire al hospital. Espero que se recupere, pero tiene mala pinta.
—¿De veras?
Una profunda tristeza ensombreció el ya de por sí pésimo humor de Iris. Negó suavemente con la cabeza, recordando la demoledora imagen de Judith en el suelo, luchando por respirar, y desvió la mirada hacia el exterior. La enfermera tenía razón al decir que el mundo estaba cambiando.
—¿Qué está pasando? —preguntó en apenas un susurro—. ¿De dónde salen esos seres? No lo entiendo, ¿por qué pasa esto aquí? Decían que el Nuevo Imperio era un lugar peligroso, que estaba maldito, pero siempre pensé que era mentira. Que lo decían para asustar a los niños y que creciésemos odiándoos. Ahora ya no sé qué pensar.
—Buena pregunta —respondió Tristan, situándose a su lado—. Una pena que no pueda darte una respuesta.
—Ya. —Iris se encogió de hombros—. Tampoco la esperaba, la verdad.
—Si te sirve de consuelo, no es cosa del Nuevo Imperio solo. Está pasando por toda Gea.
—¿Y eso debería consolarme?
Tristan se encogió de hombros.
—Ni idea, pero es lo que hay. Pero oye, volviendo a lo de tu cara, ¿por qué no me cuentas lo que ha pasado? En detalle, me refiero. Veo que también tienes vendas en el cuello. Te han hecho polvo, ¿eh? Por cierto, tiene muy mala pinta, pero no te va a quedar así, tranquila. Te dejará marca, eso seguro, pero vamos, que las chicas os maquilláis y lo disimuláis todo. O casi todos. De todos modos, a mí me gustan las cicatrices, y a la mayoría de tíos que conozco también, así que tampoco le des muchas vueltas.
A pesar de las circunstancias, Tristan logró que Iris riera. Su intento por hacerla sentir mejor resultaba tan forzado e incómodo que incluso era cómico. Pero era de agradecer. Iris dudaba enormemente que a nadie le pudiesen gustar las cicatrices en la cara, pero no era algo que le preocupase en exceso. La opinión del resto sobre su físico era algo que jamás le había inquietado. El cómo se viese ella, sin embargo, era otro tema. No obstante, era pronto para pensar en el resultado. Por el momento su aspecto era demoledor, pero con el paso de los días iría mejorando.
Claro que después de escuchar sobre el estado de Judith, su cara era lo que menos le preocupaba.
—Te lo explicaré si quieres, pero primero me gustaría ver al legatus y a Garland. Supongo que será complicado, pero... —Se encogió de hombros—. Por favor.
—Bueno, podemos intentarlo, aunque está complicada la cosa. —Miró el cigarrillo que se había encendido pero que ni tan siquiera había llegado a probar y lo tiró al suelo—. Pero después me lo explicas todo, ¿eh?
—Prometido.
Iris y Tristan ascendieron a la quinta planta con el objetivo de localizar a Garland, pero tal y como había sospechado su hermano, el capitán se encontraba en la habitación de su esposa, vigilándola de cerca. Su estado era tan grave que ni tan siquiera se plantearon en molestar. Sencillamente permanecieron unos minutos en la sala de espera, con la esperanza de que Garland saliese por casualidad a por un café, o al servicio, o a lo que fuera, hasta que finalmente se dieron por vencidos. Tristan pidió al enfermero del punto de control que informase a su hermano de que le estaba buscando, y juntos descendieron a la cuarta planta, donde tuvieron algo más de suerte. El legatus también se encontraba en la habitación de su esposa, escuchando las indicaciones del doctor antes de regresar a casa.
Aguardaron pacientemente en la sala de espera más cercana, y tan pronto vieron al doctor abandonar la sala, se encaminaron hacia allí.
Iris se asomó a la puerta entreabierta. El ambiente dentro era muy bueno, con la pareja abrazada y dedicándose palabras de cariño al oído.
—Legatus... —dijo Iris a media voz, a modo de saludo—. ¿Puedo pasar, legatus? No quisiera molestar, pero...
Lejos de molestar, su llegada fue más que bienvenida.
—¡Iris! —exclamó Berenyse con sincera alegría—. ¡Sí, entra, por favor!
Cysmeier le dedicó una sonrisa cordial cuando entró. Ambos se alegraban de verla despierta después de lo acontecido del día anterior, aunque no les sorprendía. Cysmeier se había encargado de que le informasen de todos sus progresos por leves que fueran.
—¿Estás bien? ¿Te duele? —preguntó Berenyse—. Te lo dije ayer, Iris, pero te debemos la vida. Greta, Judith y yo: las tres. Si la hubieses visto, Gared... ¡fue increíble! Fue...
—Increíble, sí, ya me lo has contado —interrumpió él, apoyando la mano sobre su hombro—. Te lo agradezco, Iris, y me alegra ver que ya estás en pie. Al parecer es difícil mantener en cama a alguien como tú.
—Pueden intentarlo, pero... —Iris se encogió de hombros—, me van a tener que atar.
—Me lo creo —Cysmeier sonrió—, pero siendo prácticos, te recomiendo que obedezcas a los médicos. Es importante que te recuperes pronto, voy a necesitar que me expliques todo lo que ha pasado. Y aunque me gustaría, no va a ser ni aquí, ni ahora. Debo llevar a Berenyse a casa para que descanse, y tú deberías ir a tu habitación.
—Pero está bien, ¿no? —preguntó Iris.
Ella asintió sin perder la sonrisa.
—Sí, tranquila, estoy bien —aseguró—. El doctor nos lo ha confirmado, pero estaré mejor allí. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo? Cuando estés recuperada.
—Claro, nos vemos pronto.
Iris abandonó la sala con mejor sabor de boca. El saber que al menos Berenyse estaba ilesa era una buena inyección de energía. Volvió a la sala de espera donde Tristan la había estado esperando y, logrando al fin lo que buscaba, decidió compartir con el legionario la inquietante experiencia de la noche anterior.
Al atardecer Iris volvió a su habitación para descansar unas cuantas horas. Seguía sin noticias de Garland y Judith, y Tristan había tenido que abandonar el hospital, por lo que la soledad volvió a azotar su humor. Así pues, tras dar un par de paseos más por el hospital y comer en su habitación, se quedó dormida unas cuantas horas, hasta que las primeras luces del atardecer la despertaron. Iris se incorporó, sintiendo más presentes que antes los dolores provocados por las heridas, y se acercó a la ventana que daba al patio interior en busca de un poco de aire.
Se asfixiaba en la habitación.
—¿Otra vez tú?
La repentina aparición de Valhir en el alfeizar de la ventana la llevó a abrirla. El ave parecía haberla estado esperando. Iris extendió la mano hacia su plumaje, confiando en que nuevamente le permitiría acariciarlo, y volvió la vista hacia el jardín.
Y mirándola desde su la ventana de su propia habitación en la tercera planta, encontró a Iván Elder.
—Oh, vamos...
El magus había presenciado en primera persona la llegada de los heridos del atentado de la galería de arte. Algo menos dolorido tras recibir su inyección nocturna, Iván estaba leyendo uno de sus cuadernos cuando el ir y venir de ambulancias había captado su atención. En un inicio no le había dado importancia, pues estando en un hospital era lo habitual, pero tras contar más de cinco vehículos diferentes había decidido encender la televisión.
Y vio que en todas las cadenas hablaban del atentado en la galería de arte.
A partir de aquel punto sencillamente se había dejado llevar por la curiosidad. Iván había abandonado su habitación y, convirtiéndose en un mirón más, había visto el ir y venir de legionarios y heridos de un lugar a otro. Vio al Almirante Liraes, a periodistas, a algunos empresarios, a legionarios de distintas unidades... y al legatus Cysmeier junto a dos camillas. En una iba su mujer, la cual parecía consciente, y en la otra iba Iris.
Y ella no estaba despierta.
La reaparición de Iris en su vida, y mal herida como estaba, hizo que algo despertase en Iván. La certeza de que tendría que abandonar al hospital el día siguiente le atormentaba, pero no tanto como el saber que no tenía a dónde ir. No obstante, su mayor dolor de cabeza era el que aquella jovencita hubiese vuelto a aparecer en su vida, y es que, como buen magus creía ciegamente en las señales del destino, y aquella era una.
Una enorme.
—Así que es verdad —dijo a modo de saludo, irrumpiendo en su habitación con paso firme. El magus hizo un ligero ademán de cabeza y Valhir voló a su hombro, acudiendo a la llamada—. Volvemos a vernos, Iris Ánikka.
—Eso parece —respondió ella desde la cama, sentada en el borde—. ¿Qué haces aquí? Si lo que pretendes es que vuelva a ir contigo lo llevas negro, Iván. Ni lo intentes.
—¿Volver conmigo? ¿A la Cúpula de Estrellas, dices? —El magus negó con la cabeza—. Oh, vamos, para nada, querida. De hecho me he desvinculado de Laurent Malestrom y los suyos. Ahora voy por libre.
—¿Querida?
La desconfianza dibujó una expresión suspicaz en el rostro de Iris.
—No tienes pinta de ser de los que van por libre. De hecho, tenías pinta de perrito faldero. Tu amo te ha echado, ¿o qué?
Iván escondió tras una carcajada falsa su fastidio. Si lo que pretendía era ofenderlo, enhorabuena, lo había conseguido, pero no iba a mostrarlo abiertamente.
No en aquellas circunstancias.
—Digamos que hemos tenido un malentendido —respondió—. Así que no tienes de qué preocuparte, no venía a llevarte a ningún lado. Anoche vi cómo llegabas al hospital y soy de esos que no creen en los encuentros casuales. La ciudad es demasiado grande como para que tú y yo volvamos a vernos en tan poco tiempo, ¿no te parece?
Iris no supo qué responder. Ella tampoco creía en los encuentros casuales, pero tenía demasiadas preocupaciones en mente como para hacer frente a una más. Habían coincidido, punto.
—Es pura casualidad, sí —sentenció con sencillez.
—Ya... —Iván dejó escapar un suspiro—. ¿Y puedo saber qué te ha pasado?
—¿De veras te interesa?
Iván se encogió de hombros.
—No preguntaría de lo contrario. Viniste con el resto de heridos de la galería de arte, así que doy por sentado de que estabas allí, pero tus heridas son diferentes. Cualquiera diría que te ha atacado un león.
—Algo así —admitió ella—. Te lo puedo explicar, sí... pero antes dime qué haces tú aquí. No tienes pinta de estar enfermo, la verdad.
El doctor llamó a la puerta para captar su atención. Llevaba unos segundos escuchándolos, y dado que todo apuntaba a que la conversación se iba a alargar, decidió entrar.
—Buenas tardes, Iris —exclamó con una sonrisa en los labios—. Tienes mucho mejor aspecto que esta mañana. ¿Cómo te encuentras?
Iván se retiró a la entrada para que el doctor pudiese comprobar el estado de sus heridas. Las de la cara seguían igual, tan escalofriantes como la noche anterior, pero tanto la del muslo como la del hombro estaban mucho mejor. De hecho, la del hombro, la más leve de todas, había mejorado hasta el punto de que decidió dejársela destapada
—Tienes una magnífica capacidad de recuperación —admitió el doctor con cierta sorpresa—. Eso es bueno. Te voy a dar el alta para que vuelvas a casa, estarás mejor allí. Eso sí, debes ser estricta con las curas. ¿Vives con alguien?
Iris negó con la cabeza.
—Conmigo misma, que no es poco.
—Ya... —El doctor se cruzó de brazos—. Si tienes algún familiar o amigo, te recomiendo que vayas con él. Te voy a recetar unos calmantes bastante fuertes que te van a dejar muy atontada, pero es importante que cumplas los horarios de las tomas a rajatabla, así que no deberías quedarte sola. ¿Tienes posibilidad?
Un largo suspiro de agotamiento escapó de los labios de Iris. Tenía la posibilidad, sí, aunque no le apetecía tener que abusar de la hospitalidad de Marine. Por desgracia, a aquellas alturas era lo más parecido que tenía a un familiar en Solaris, por lo que no le quedaba otra alternativa que recurrir a ella.
Irónicamente, iba a conocer a sus sobrinos mucho antes de lo esperado.
—Supongo que puedo ir a casa de la mujer de mi hermano —reflexionó—. ¿Pero realmente es necesario?
El doctor se encogió de hombros.
—Es una recomendación. Tú decides, pero es importante que trates adecuadamente tus heridas, Iris. No sabemos si te han inyectado algún tipo de bacteria o de virus desconocido. Si no lo controlamos, podrían complicarse las cosas. —Le dedicó una sonrisa amable—. Vístete y espérame aquí, volveré dentro de un rato con las indicaciones para el tratamiento. Y anímate, mujer, que te vas para casa.
A pesar de las buenas noticias, la dependencia de otras personas provocó que el estado de ánimo de Iris empeorara. Le dedicó una sonrisa triste al doctor a modo de despedida y aguardó a que saliese para sacar de uno de los cajones las prendas que le habían prestado para poder volver a casa. Muy a su pesar, su querido vestido negro había quedado totalmente destrozado tras los incidentes.
—¿Tienes cómo ir donde tu cuñada? —preguntó Iván desde la puerta, el cual empezaba a creer entender la jugada del destino—. Si está lejos, quizás sería mejor que fueras mañana y hoy descansaras en tu casa.
—Ya, claro, pero ya le has oído. —Iris dejó escapar un suspiro—. No me apetece ir tan lejos, la verdad, no conozco apenas a Marine. Va a ser incómodo.
—Pues quédate en tu casa entonces. Ahora mismo no tengo nada mejor que hacer, así que si me ofreces un buen sueldo podría hacerte de enfermero.
La propuesta no logró ni tan siquiera hacerla reír. Iris le dedicó una mirada fulminante, carente de humor alguno, y le ignoró. Estaba demasiado preocupada con sus propios problemas como para seguirle la corriente.
—Era una broma —prosiguió Iván ante su silencio, aunque realmente no lo era—. Oye, ibas a explicarme lo que te ha pasado. ¿Qué te parece si...?
—Tengo que vestirme —le interrumpió.
Iván miró las prendas que tenía entre manos y salió de la habitación con la sensación de que se le acababan las opciones. Seguía sin tener un techo donde dormir, y la noche se acercaba peligrosamente. Y aunque no le hacía especial ilusión hacer de enfermero de Iris, aquella se había convertido en la mejor opción. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a dormir él, el hijo del mismísimo Laurent Malestrom, en una pensión de mala muerte? Ni tan siquiera se lo planteaba.
Pensativo, Iván volvió la mirada hacia el interior de la habitación, tratando de encontrar la mejor forma para conseguir que Iris le dejase dormir en su casa. Su relación con aquella chica no había sido buena desde un inicio, y de hecho ni tan siquiera le caía bien, pero el destino los había vuelto a juntar y tenía que haber un motivo para ello.
Un motivo que, mientras se ponía la camiseta, de espaldas, a él, Iván creyó comprender. En su espalda, justo debajo de la nuca, tenía una marca en forma de media luna de color azul. Una señal que, aunque a muchos les podría haber parecido un simple tatuaje, él sabía que era mucho más.
Muchísimo más.
Sintió que se quedaba sin aire. Permaneció unos segundos totalmente paralizado, observándola acabar de vestirse con los ojos muy abiertos, y negó con la cabeza cuando al girarse Iris descubrió que la estaba mirando desde la puerta.
—¿¡Pero qué haces!? —le gritó con enfado—. ¿¡Eres un mirón o qué!?
—Esa marca de tu espalda —respondió él, ignorando sus preguntas. Entró de nuevo en la sala—. ¿Es un tatuaje?
—¿¡Pero de qué vas!?
—¡Responde!
Iris barajó la posibilidad de echarle a gritos de la habitación, pero había algo en su mirada que había cambiado al ver la marca. Algo que, aunque no supo descifrar, logró inquietarla. Había reconocimiento en él.
—Es una marca de nacimiento —aclaró—. ¿Por? ¿Qué pasa?
Iván le mantuvo la mirada por unos segundos, con la mente llena de dudas, pero no respondió. En lugar de ello, mascullando una furiosa maldición entre dientes, se encaminó hacia la salida con la Cúpula de Estrellas como objetivo.
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