Capítulo 20

Por fin he cogido vacaciones de verano :) No sabéis la ilusión que me hace poder decir esto después del año tan complicado que llevamos... aún me acuerdo cuando decía que 2020 iba a ser genial... pues no, no lo ha sido :P No obstante, aún estamos a tiempo de que mejore un poquito. Al menos yo, voy a intentar disfrutar todo lo que pueda de este mes... :)

Así que, ¿qué puedo decir a parte de que estoy muy contenta? ¡Ah, sí! Que disfrutéis del capítulo :) Un beso.




Capítulo 20



Edificio Emperador Mario, exposición de arte, Solaris – 1.836



—¿Atormentar a Sebastian? —repitió Iris con desconcierto—. Disculpe, señora, pero creo que no la entiendo.

—Sí que me entiendes, sí —aseguró Greta—. El Almirante Sebastian Liraes es mi marido, Iris Ánikka, y me ha explicado lo que pretendíais tú y Marine Vilette. Habéis despertado muchos fantasmas con vuestra insensatez.

—No era nuestra intención —se disculpó Iris—, pero debe entender que...

—¡No me digas lo que debo entender o no, chica! —le cortó Greta con brusquedad—. Llevo cincuenta años sirviendo a los Auren: primero a Konstantin, después a Lucian y a su esposa, y ahora a su hijo. Sé perfectamente lo que necesita el Nuevo Imperio, y aún más lo que necesita la Armada, así que guárdate tus palabras para quien quiera escucharlas. Y no, no necesitamos retomar esa odisea que tantas vidas nos ha arrebatado. Irónicamente, creía que serías tú quién lo frenaría definitivamente tras la muerte de Frédric. Que su pérdida habría sido suficiente para acabar de una vez por todas con ese estúpido plan. Para mi sorpresa, la ambición no parece tener fin.

Iris hizo ademán de responder, pero Judith se lo impidió dándole un disimulado codazo en la cintura. Negó con la cabeza, interponiéndose entre ambas, siempre con la sonrisa en los labios, y trató de calmar los ánimos.

—Greta, comprendo su malestar, pero estoy convencida de que no era la intención de Iris. A veces tomamos decisiones arriesgadas cuyas consecuencias no prevemos. Por suerte, gracias a la experiencia y sabiduría del Almirante ese plan del que habla no va a salir adelante, así que no vale pensar en ello. Preocupémonos de lo que realmente se está haciendo, y no de los supuestos.

La anciana se cruzó de brazos.

—Aunque tienes razón, no puedo evitar preguntarme dónde está el límite humano, Judith. La juventud de ahora no valora las vidas ni las muertes ajenas; para mí, sin embargo, cada una de ellas es dolorosa. He luchado por reconstruir este imperio: el que ahora lo dejemos morir de esta forma es terrible.

—Lamentamos todas muertes, Greta —aseguró Judith—, y aún más las de nuestra propia sangre. Porque aunque hayan pasado años y las circunstancias hayan sido complicadas, Frédric era de nuestra familia. No de sangre en mi caso, pero sí para Iris, así que creo que, en el fondo, las tres estamos en el mismo barco.

Ni Greta ni Iris quedaron satisfechas con la conclusión de Judith, pero la aceptaron al ver que otros tantos invitados se acercaban a ver las obras. En el fondo, no era el lugar adecuado para discutir aquel tema. A pesar de ello, tal era el rencor que Greta guardaba a Iris por lo ocurrido que no había podido contenerse.

—En fin —sentenció la mujer, recuperando la sonrisa—. Me alegro de haberte visto, Judith. La próxima vez que pase por vuestra casa te avisaré.

—Será un placer, Greta.

Judith respiró aliviada cuando al fin la esposa del Almirante se perdió entre la oscuridad de la galería, dejándolas a solas. Dejó escapar un largo suspiro, agotada ante tanta tensión, y guio a Iris de regreso al punto central. Necesitaba un poco de agua.

—No sé muy bien de qué iba el tema, pero no le hagas caso —le recomendó—. Hace dos años que se jubiló y está insoportable. Se mete en absolutamente todo.

—Ya, bueno, no es mi problema —replicó Iris, incapaz de disimular su enfado—. Me sorprende que el Almirante se lo haya contado, creía que todo lo que se habla en los despachos era confidencial.

—Y lo es —admitió Judith—, pero uno: es su esposa. Dos: Greta Harweld ha formado parte del círculo de consejeros de la Corona desde prácticamente el inicio de su carrera. Ha servido a un montón de emperadores, y previamente lo hizo su padre, su abuelo y probablemente todo su árbol genealógico. En definitiva, que es una institución, así que tiene sentido que el Almirante comparta sus inquietudes con ella. —Hizo un alto—. Pero no quisiera que esto enturbiara la celebración. Me lo estaba pasando muy bien.

Por desgracia, lo había hecho. El buen humor de Iris se había esfumado junto a las acusaciones de la anciana. Sin embargo, no quería estropear también la noche de Judith, por lo que se esforzó por disimular su malestar tras una sonrisa falsa.

—Tranquila, no pasa nada —mintió—. En el fondo ha sido una tontería.

—¿Seguro?

Iris asintió. Ambas sabían que estaba mintiendo, pero fingieron creerse. Judith se acabó su vaso de agua, volvió a cogerla del brazo y durante largo rato pasearon de un lado a otro de la galería, disfrutando de los impresionantes cuadros de Berenyse y conociendo a nuevas personalidades. La mayoría de ellos formaban parte del ejército, tanto de tierra como de aire, pero también había alguna que otra representación de la flota aérea y la legión de stryders. Iris conoció a la directora de una de las revistas gráficas más importantes del Nuevo Imperio y a dos presentadores de televisión especialmente conocidos en los círculos de arte. Conversó con varios de los nobles locales, empresarios de renombre y varias otras personas cuyos nombres no tardó en olvidar. Berenyse había logrado reunir a la alta sociedad en su recepción, y en parte era gracias a su gran talento.

Pero no era el único motivo, por supuesto. Ser la esposa de un legatus comportaba ciertas consecuencias, y una de ellas era aquella.

—La reconoces, ¿verdad?

Tras dos intensas horas con Judith, yendo y viniendo de un lado a otro, Iris había logrado encontrar un poco de paz en uno de los pasadizos más alejados cuando alguien se acercó a ella. Alguien cuya mera presencia logró despertar su interés. Iris le miró de reojo, con disimulo, y sonrió al ver su uniforme repleto de medallas y condecoraciones. No se había dejado ni una.

El recién llegado señaló la obra con el mentón.

—Es la Leviatán —anunció—, la fragata de tu hermano. Aquí parece más grande de lo que realmente era, pero incluso así era una nave impresionante. No subí en demasiadas ocasiones, pero puedo confirmar eso que decían que era uno de los barcos más rápidos de la Armada.

Iris asintió. Lo había sospechado al ver el mascarón de proa, pero había preferido no hacerse ilusiones antes de tiempo. En varios otros cuadros le había parecido ver a la Leviatán en los planos traseros, pero en ninguno se veía con tanta claridad como en aquel, surcando los océanos con la fuerza de un huracán.

Resultaba complicado no sentirse atraído por su fuerza.

—Es impresionante.

—Lo es, sí. ¿Te está gustando la exposición?

No pudo negar la evidencia.

—Su esposa tiene muchísimo talento, legatus.

Gared Cysmeier asintió. Estaba profundamente orgulloso de la obra de su mujer.

—Berenyse es la mejor pintora de todo el Nuevo Imperio —reconoció—. No se le resiste nada, ni las escenas de guerra, ni tampoco ninguna máquina bélica. Ya sea un stryder, un tanque, un pretor o un magus, sabe sacar toda su energía y fuerza a la imagen para darle vida. Es... —Dejó escapar un suspiro—. Es su don.

—Con todos los respetos, general... —Una sonrisa divertida nació en los labios de Iris—. Se le cae a usted la baba.

Cysmeier rio ante el comentario.

—No diré que no —reconoció—. Por cierto, veo que no pierdes el tiempo. ¿Cuánto has tardado en cabrear a Greta Harweld? ¿Diez minutos? ¿Quince?

—Se lo ha dicho ella todo —se defendió Iris, cruzándose de brazos—. No me ha dado opción a explicarme.

—Y mejor que no lo hayas hecho, habrías perdido el tiempo. Greta es una buena mujer, leal y honorable, pero con un pronto muy marcado. De haber sabido que ibas a venir, te habría avisado.

Iris no pudo evitar sonrojarse ante su comentario.

—Siento haberme presentado sin invitación —se disculpó—, pero Garland y Judith me dijeron que no habría problema, así que acepté. Me apetecía, la verdad.

—No hay problema —respondió el legatus—, eres bienvenida. Además, quería hablar contigo y con Marine sobre vuestra propuesta al Almirante. A ella no la veo por aquí, así que doy por sentado que se ha ido, ¿me equivoco?

—Se ha ido, sí —confirmó Iris—. Eso significa entonces que me va a caer la bronca solo a mí, ¿verdad?

Una vez más, Cysmeier rio ante el comentario. Aquella noche parecía de especial buen humor, por lo que Iris optó por aprovechar la ocasión. Además, había demasiados testigos como para poder ser brusco con ella. Sin duda, era el mejor día para poder asaltarlo.

—Si fueras mi subordinada o mi hija, sí, te caería una buena bronca, sí, pero dadas las circunstancias me limitaré a darte un par de consejos. Ven, hablemos en un lugar un poco más discreto.

El legatus la llevó hasta una pequeña sala de reuniones situada en el extremo oriental de la planta. Ciertamente, la zona era bastante más tranquila, aunque los invitados pasaban de vez en cuando por allí, de camino a la terraza donde los camareros habían preparado la segunda tanda de bebidas. La exposición no llegaba al exterior, pero nadie quería perder la oportunidad de disfrutar del cielo estrellado desde uno de los edificios más altos de la ciudad.

Cysmeier invitó a Iris a que tomase asiento en una de las butacas, de cara a la pantalla de proyecciones, y él se acomodó a su lado. Irónicamente, incluso luciendo un uniforme muy parecido al de siempre, parecía otro hombre. Quizás fuese por la expresión relajada, o incluso la sonrisa, pero poco quedaba del militar estirado y de aspecto siempre cansado con el que Iris había coincidido anteriormente.

—No te voy a echar bronca —empezó el legatus—, pero quiero que reflexiones. De hecho, deberías haberlo hecho antes de plantarte en el despacho de Sebastian Liraes y llenarle la cabeza de fantasías.

—¿Fantasías? Empezamos mal, legatus —replicó ella con cierta acidez—. Sabe que no son fantasías.

—Lo eran antes, y lo son ahora —sentenció Cysmeier—. Y que conste que no soy estúpido, sé perfectamente que la magia y el misterio aflora en Gea a diario. Negarlo sería absurdo. No obstante, siempre creí que la búsqueda de Liraes respondía más a una necesidad personal que profesional. Es, por así decirlo, un asunto pendiente.

—¿Un asunto pendiente?

Cysmeier asintió con la cabeza.

—Así es. Te daré un ejemplo para que lo puedas entender mejor. Cuando yo era joven, durante la guerra del Eclipse, mientras que Loder Hexet y Nyxia De Valefort reconquistaban Albia, yo estaba en el continente de Gynae. Por razones que no vienen al caso, mi compañera Créssida y yo tuvimos que hacer varios viajes por las distintas naciones en guerra, hasta el punto en el que acabamos en Hécate. Y no era un buen momento, créeme. El rey Emrys Daeryn y Valentina Hexet, los reyes por aquel entonces, acababan de sufrir un golpe de estado, y por alguna estúpida razón que prefiero no recordar, me vi involucrado. —Gared hizo un alto—. Valentina y yo éramos buenos amigos, así que quería ayudar. Por desgracia, mi apoyo no fue bien recibido por parte de su esposo. —Dejó escapar un suspiro—. Ese loco homicida nos encerró sin razón alguna, y tras semanas realmente complicadas en las que ambos fuimos torturados, mi compañera murió. Era un pretor: imagina lo que debieron hacerle. La cuestión es que gracias a Valentina yo logré escapar, pero no he podido olvidar lo que ese hombre nos hizo. Ni lo voy a olvidar, ni mucho menos perdonarlo, así que sí, tengo un asunto pendiente con él. En mi caso es pegarle un tiro entre ceja y ceja, pero claro, no es tan fácil. —Gared se encogió de hombros—. ¿Entiendes a lo que me refiero, Iris? Yo tengo un asunto pendiente con Emrys Daeryn. Algo que me quema por dentro, una espina clavada por así decirlo, y aunque ansío con todas mis fuerzas sacármela, no debo. Podría, pero no debo. En el caso de Sebastian, la búsqueda de los Guardianes del Destino es su asunto pendiente. Su padre inició la búsqueda, después la prosiguió Malestrom, y hasta que no la finalice sentirá que está incompleto. Sin embargo, no se va a poder quitar nunca esa espina, porque al igual que me sucede a mí con Emrys Daeryn, hay asuntos que no se pueden zanjar.

Sorprendida ante la inesperada confesión, Iris no pudo evitar que la curiosidad la llevase a querer saber más sobre aquella historia. Por alguna extraña razón que no llegaba a comprender, la figura del legatus le resultaba muy interesante, más que la del resto, y ahora que había empezado a saber más sobre su pasado, quería profundizar un poco más.

Por desgracia, sabía perfectamente que no se lo iba a conceder. Cysmeier sabía cómo jugar sus cartas para ganar su atención, manteniendo siempre la distancia.

—Podría solucionarlo —respondió Iris a modo de provocación—. Siempre podría matar a ese hombre.

—Ya, claro, en eso estaba pensando yo precisamente: el asesinar al sobrino político de Loder Hexet... —Gared negó con la cabeza—. Has entendido perfectamente el mensaje, lo sé. Hay objetivos que, aunque todos ansiamos conseguir, no debemos llevar a cabo por el bien común. En el caso de Liraes, esa búsqueda no solo arrastró a la muerte a tu hermano y a su tripulación, sino que puso en una situación muy comprometida al Almirante. Se invirtieron muchísimos recursos en esa causa, Iris. Cuando salió a la luz el desenlace, puedes imaginar las consecuencias que tuvo de cara a la Corona. La pérdida humana fue terrible, pero también la material. Y no solo eso: la Leviatán no naufragó, fue atacada, con lo que ello comporta. Hay alguien ahí fuera que acabó con los nuestros y sigue libre: alguien que se atrevió a retar a nuestro país. —Cysmeier hizo un alto—. Retomar esa búsqueda no va a aportarnos nada más que dolor y más pérdidas.

—Siempre y cuando no demos con lo que buscamos.

—Cosa que no vais a conseguir —El legatus negó suavemente con la cabeza—. Sé sincera contigo misma, Iris: ¿de veras crees que vas a poder encontrar lo que no consiguió tu hermano en años? No es un menosprecio, ni muchísimo menos, pero no puedes comparar tu preparación con la de Frédric y su tripulación. Eran navegantes experimentados: si realmente no lograron dar con esa civilización es porque no existe, sin más. Y el alimentar ahora esa búsqueda de nuevo es un error que tanto tú como Liraes no os podéis permitir —Cysmeier dejó escapar un suspiro—. Es por ello por lo que veté el proyecto cuando Sebastian lo presentó al Alto Mando. No quiero seguir perdiendo vidas.

A pesar del preaviso de Marine y de la claridad con la que Cysmeier confesó ser el culpable, Iris tardó unos segundos en asimilar sus palabras.

—¿Fue usted?

Lejos de esconder la verdad, Cysmeier asintió con la cabeza. Había cierto orgullo en su comportamiento, como si realmente estuviese satisfecho de haber logrado detenerlas.

Como si hubiese salvado el mundo con su decisión.

—Eso he dicho —admitió Cysmeier con sencillez—. Hubo varias abstenciones e incluso un par de votos a favor, pero el mío fue el que marcó la decisión final. Y dirás, es injusto, ¿cómo es posible que un único voto cancele el proyecto? Sencillo: Liraes necesita de mis legionarios para montar el equipo de guardia de su expedición, así que tengo derecho a veto. Y por el bien de todos, lo utilicé.

—Pero... ¡pero...!

El legatus alzó el dedo índice.

—Créeme, Ánikka: te estoy salvando la vida. A ti, a Marine y al resto. Algún día me lo agradecerás.

—¡No! —exclamó Iris con furia, poniéndose en pie—. ¡No es justo! ¡Podemos hacerlo, general! ¡Estamos preparados! ¡Yo puedo leer ese mapa! ¡Puedo...!

—Puedes leer un mapa, de acuerdo —admitió Cysmeier, evidenciando con su pasividad que ya era conocedor de aquella noticia—. ¿Y? ¿Por el mero hecho de que puedas leer un mapa vas a poner en peligro a cientos de hombres? Ni tienes experiencia, ni ningún tipo de formación. Enfrentarse a un reto de estas características es mucho más que leer un simple mapa, Iris, y ni tú ni Marine estáis preparadas. —El general se puso en pie también—. Estás enfadada, y es comprensible, yo también tuve tu edad y me ardía la sangre como a ti, o puede que incluso más, así que no te lo voy a tener en cuenta. Tarde o temprano me lo agradecerás.

—Lo dudo enormemente —respondió entre dientes.

No quiso continuar con la conversación. Tal era su enfado que podría haberle gritado todo tipo de insultos, y no quería hacerlo. No olvidaba quién era. Sencillamente le dedicó una mirada llena de rabia y decepción, furiosa ante una decisión que no consideraba en absoluto justa, y abandonó la sala dejando a Cysmeier con mal sabor de boca.

Iris se planteó la posibilidad de abandonar la inauguración. Tal era su malestar que no tenía la más mínima gana de seguir en aquel lugar, aprovechándose de la invitación de Cysmeier y esposa. De hecho, se arrepentía de haber ido. Por desgracia, no podía irse sin más. Judith le había confesado que aquella tarde no se sentía especialmente fuerte y no podía dejarla sola. Se sentía responsable. Así pues, sintiéndose entre la espada y la pared, regresó a la zona central, donde Judith la estaba buscando en compañía de una mujer. Una elegante dama vestida de verde que rápidamente reconoció.

—Iris, ¡te presento a la gran artista de la noche!

—Berenyse —se presentó la pintora, y le tendió la mano—. Soy Berenyse, encantada. Iris, ¿verdad?

Iris respiró hondo antes de estrecharle la mano. En aquel momento era lo que menos le apetecía hacer, más incluso que volver a ver al general, pero no le quedó otra alternativa que volver a poner buena cara y sonreír.

Aquella noche se estaba conteniendo demasiado.

—Es un placer conocerte, Berenyse —respondió, esforzándose por mostrar cordialidad—. Enhorabuena por tu obra, es francamente impresionante.

—Y no solo por eso —exclamó Judith con entusiasmo. Apoyó la mano sobre el vientre aún plano de la mujer y ensanchó la sonrisa—. ¡Parece que al fin los Cysmeier van a ampliar la familia!




El cielo estaba teñido de sombras cuando la patrulla comandada por Garland alcanzó el punto de encuentro en las afueras de Puerto Azufre. Saltaron la valla que daba al recinto eclesiástico, un complejo formado por varios edificios en cuyo centro se encontraba la iglesia, y se reunieron en la parte trasera del jardín. Por suerte para ellos, a aquellas horas de la noche ya no había prácticamente nadie por la zona. En cuanto la última misa se celebrase, los tres clérigos que custodiaban el lugar se encerrarían y aguardarían entre plegarias hasta el nuevo amanecer.

—Eh, Garland —escuchó que le llamaba la voz de Tristan más allá de un muro de setos altos—, aquí.

Garland y sus diez soldados se aproximaron al lugar donde se encontraba el legionario, a cincuenta metros de la parte trasera de la iglesia, oculto entre la maleza. El edificio en sí no era demasiado grande, con tan solo una nave en forma rectangular cuyo techo abovedado dejaba entrar la luz de la luna, pero en su interior ya aguardaban sesenta y dos inocentes a los que el destino iba a poner a prueba.

Los dos hermanos se estrecharon la mano al reencontrarse. Tristan saludó a Lynette y al resto de soldados con un ligero ademán de cabeza y volvió a centrar la mirada en la puerta trasera de la iglesia, su objetivo. El tiempo corría a gran velocidad.

—Aurora ya está dentro —explicó Tristan—. La misa va a empezar en menos de diez minutos, así que tenemos que estar preparados. Hay tres entradas, una lateral, la delantera y la trasera. Prepara a tus hombres para que entren en cuanto demos la señal. No sé qué nos vamos a encontrar, así que mejor que tengan los ojos muy abiertos.

—Les he dado la orden de proteger a los feligreses y, en caso de que sea posible, evacuarlos. Su supervivencia es mi prioridad —aclaró Garland.

—No me parece mal —respondió su hermano—, pero es posible que vaya a necesitar ayuda. No tendré que enfrentarme en solitario a lo que pase ahí dentro, ¿verdad?

Garland lanzó una fugaz mirada a Lynette, la cual se mantenía a cierta distancia, junto al resto de legionarios, y asintió con determinación.

—Puedes contar conmigo, ¿qué más necesitas, chaval?

Tristan rio entre dientes.

—Más te vale que te hayas quitado el óxido de tantos meses sentado en el despacho, tengo el presentimiento de que las cosas se van a complicar...

—¿Lo tienes tú o tu amiguita la maga?

Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios del legionario.

—Cállate y pon en movimiento a los tuyos, anda. Empieza la cuenta atrás.

Cinco minutos después, el sacerdote inició el responso de aquella noche bajo la atenta mirada de sus feligreses y de Aurora.

Una Aurora a la que el crujido del tejido de la realidad al romperse apenas le dejaba escuchar nada.




—Es aquí, seguidme.

Berenyse fue la primera en bajar del ascensor. Tras ella, Judith salió con la expresión tan alegre como de costumbre, satisfecha al haber conseguido deshacerse de todos los curiosos que no habían dejado de interrumpir a su buena amiga durante el rato que llevaban de charla. Iris, en cambio, no sabía qué pensar. Tanto Berenyse como Judith le caían bien, ambas eran mujeres encantadoras, pero el verse involucrada en aquella pequeña escapada la hacía sentir incómoda. Ni las conocía lo suficiente como para querer compartir cierta intimidad, ni tenía ánimos para ver los famosos retratos de la pintora. No obstante, una vez más se había dejado llevar por las circunstancias y lejos de rechazar la oferta, había descendido cinco plantas con ellas en el ascensor, con el objetivo de ver el retrato de su hermano.

Muy a su pesar, no eran las únicas que habían tenido aquella idea. Disfrutando de los impresionantes retratos de los oficiales albianos había varias personas: un total de tres mujeres y dos hombres de avanzada edad que, liderados por Greta Harweld, detuvieron su conversación al verlas llegar.

Greta se adelantó para saludar a la pintora y dedicarle una rápida felicitación al oído. Seguidamente, dedicándole una mirada llena de desprecio a Iris, invitó a sus compañeros a seguir con la visita, adentrándose más en el pasadizo.

Judith, Berenyse e Iris aguardaron unos minutos a que se alejasen para internarse en uno de los pasadizos secundarios. La pintora las guio con paso rápido, logrando con su mera presencia que los detectores de movimiento se activasen y los focos tiñesen de luz blanca el camino, y tras un par de minutos de paseo llegaron a la sala circular donde se encontraba el conjunto de retratos que buscaban. Y entre ellos, rodeado por varias imágenes de otros tantos compañeros caídos en acto de servicio, estaba Frédric.

Iris sintió un profundo sentimiento de tristeza atenazarle el corazón al ver el rostro de su hermano mirarle desde el lienzo. Tal era el realismo y belleza de la imagen que le costaba creer que fuera un retrato. Parecía tener vida propia.

—Frédric... —dijo en apenas un susurro—. Sol Invicto, es impresionante.

—La verdad es que sí —admitió Judith unos pasos por detrás, con la cabeza apoyada sobre el hombro de Berenyse en un gesto lleno de complicidad—. Eres increíble, Nyse.

—Aún recuerdo cuando le hice el retrato —recordó ella con una sonrisa en los labios—. He conocido a pocas personas tan alegres y divertidas como tu hermano, Iris. Personalmente no tuve mucho trato con él, pero Gared le tenía un gran afecto. A él y a tu madre. Los Sertorian sois importantes para él.

Las palabras de Berenyse sonaron a disculpa a oídos de Iris, pero tal era su malestar que ni tan siquiera se planteó la posibilidad de perdonar a Cysmeier. Por mucho aprecio que tuviese a su familia, si su forma de demostrarlo era aquella, prefería no tener relación.

Pero por muy enfadada que estuviese, la visión del cuadro de su hermano logró serenarla. Iris le lanzó un beso a la imagen, sintiendo que en cierto modo aquella era la despedida que no había podido tener, y se volvió hacia las dos mujeres.

Y fue entonces, cuando se acercaba hacia ellas, que sus oídos captaron un ensordecedor sonido que parecía proceder de cuanto la rodeaba.

El sonido de la realidad al romperse.



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