Capítulo 11

Capítulo 11



La Colina Roja, Solaris – 1.836



—"A lo largo de la jornada de ayer se registraron un total de doce incidentes de naturaleza desconocida por toda la provincia de Solaris..." "... la cifra de fallecidos ha ascendido hasta los cincuenta y cinco..." "El Emperador ha anunciado que se ha iniciado una investigación para esclarecer las causas de lo sucedido. Hasta entonces, se pide prudencia y evitar hacer públicas teorías que puedan empeorar más la situación..."

Garland pasó las páginas del periódico con la expresión ceñuda. Prácticamente toda la prensa hablaba de lo mismo, y lo hacía de una forma tan poco esclarecedora que la narración de Tristan de la noche anterior sobre lo acontecido parecía una historia de fantasía. Los periódicos hablaban de sucesos extraños, sí, y de un número importante de muertos, pero no aclaraba absolutamente nada. Ni de dónde había surgido la amenaza, ni tampoco qué había pasado exactamente.

Claro que, si Tristan no mentía, casi que era mejor no saberlo.

—¿Te he dicho ya que el mundo se ha vuelto loco? —preguntó, dejando el periódico sobre la mesa—. El Velo está cada vez más presente en nuestras vidas: a este paso no tardará en romperse la barrera.

Judith Velestier respondió con una sonrisa. En el fondo, a ella no le importaba en exceso lo que pasara más allá de los muros de su casa. Tomó la taza de porcelana del plato y le dio un suave sorbo, disfrutando de la suave brisa de la mañana. Aquel día, aprovechando que su futuro marido iba a entrar algo más tarde al trabajo, había elegido el porche para disfrutar del desayuno.

—Siempre dices lo mismo —dijo con dulzura—, y yo siempre respondo igual.

—Que no es una novedad, sí. —Garland sonrió—. ¿Pero qué otra cosa puedo decir? ¿Has leído la prensa? Antes eran sucesos excepcionales, que acontecían en lugares remotos. Ahora, sin embargo, cada vez son más frecuentes y salvajes... es escalofriante. En serio, Judith, ¿no lo has leído?

—Prefiero no hacerlo, sinceramente —respondió ella—. Con tu resumen me basta para saber que Solaris sigue siendo tan peligrosa como de costumbre. O puede que incluso un poco más. Supongo que la llamada de anoche de Tristan fue por esto, ¿no?

Garland asintió.

—Se encontraba en la ciudad cuando hubo uno de los altercados. Le tocó intervenir. De hecho, parece que se comportó como un auténtico héroe. Se ha pasado toda la noche en el Palacio del Despertar colaborando con la Unidad Hielo.

—Un héroe, ¿eh?

La dulzura con la que Judith siempre sonreía era uno de los rasgos que más le gustaban a Garland de ella. También su elegancia y tranquilidad, además de su precioso rostro ovalado, pero sobre todo era aquella capacidad suya para convertir la más horrible de las pesadillas en un dulce sueño la que más le había llamado la atención. En mitad de un océano en tormenta, ella siempre era la luz del faro.

—Dile a Tristan que venga hoy a cenar y nos lo explique. Hace ya tiempo que no le veo, le echo de menos.

—No sé si podrá, me imagino que en el cuartel le harán una fiesta por todo lo alto, pero se lo diré. —Garland se acabó el café y se puso en pie—. Tengo que irme, Judith.

—¿Pero no entrabas hoy más tarde?

Garland se acercó a su prometida para besarle la frente con cariño.

—Sí, pero tengo que hacer algo antes. Nos vemos más tarde, ¿vale?

Judith asintió y se incorporó para darle un beso en los labios. Seguidamente, volviendo a tomar asiento en la butaca, desvió la mirada hacia el jardín y siguió disfrutando del desayuno tranquilamente.

Aquella mañana Garland salió antes de casa para ir a visitar a Iris. Tenía mucho trabajo que hacer tras la finalización de la prueba de preselección, pero después de lo ocurrido el día anterior consideraba oportuno visitarla. Además, aún tenía pendiente transmitirle el mensaje del legatus, por lo que había preferido dejarla dormir unas horas antes de molestarla. Se lo había ganado.

Garland condujo por las calles de "la Colina Roja" a baja velocidad, saludando a algunos de los vecinos con los que se cruzaba en sus coches de alta gama o paseando por las calles, hasta alcanzar la larga avenida donde se encontraba la vivienda de los Sertorian. Aparcó el vehículo junto a la entrada, se apeó y llamó al timbre.

Una desagradable sensación de melancolía le aguijonó el corazón cuando miró más allá de las rejas. El jardín seguía tan lleno de vida como de costumbre, como si Frédric no hubiese dejado de cuidarlo jamás. El jardinero que había dejado a cargo seguía manteniéndolo tal y como a él le gustaba, con las ramas de los árboles algo largas pero el césped muy corto.

Sonrió con tristeza. Le echaba de menos.

—¿Garland?

Iris salió a abrir la puerta vestida con unos pantalones negros y una camiseta de tirantes que poco tenía que ver con el elegante vestido con el que la había conocido. Llevaba el cabello recogido y el rostro sin maquillar marcado por unas profundas ojeras negras que evidenciaban su agotamiento. Lógico después de la larga jornada del día anterior.

—Buenos días, Iris, ¿qué tal estás?

—Bueno, estoy. —La joven abrió la verja—. ¿Sucede algo?

—¿Puedo pasar?

Sorprendida ante su respuesta, Iris le invitó a pasar. No había esperado tener ninguna visita, ni ese día ni nunca, por lo que no se había arreglado. No obstante, tal era el agotamiento que ni tan siquiera reparó en ello. Sencillamente cerró la verja tras él y le acompañó al interior, donde le guio hasta la cocina.

Le ofreció un café.

—Oh, no, gracias, acabo de tomarme uno. Te lo agradezco igualmente.

—¿Quieres alguna otra cosa? —preguntó mientras se preparaba uno para ella—. No es que tenga demasiado, pero algo hay.

—No, no te preocupes. De hecho, no voy a molestarte demasiado.

—No molestas.

Iris se llenó una de las tazas de café hasta el borde y llevó a Garland al salón de la chimenea, donde le invitó a tomar asiento en la mesa alta. No era un lugar especialmente cómodo para charlar, por lo que confiaba en que la visita no se alargase demasiado. Si bien no estaba dormida cuando había llamado, no iba a tardar en volver a la cama.

El sorbo de café le sirvió para recuperar un poco de energía. Después del día anterior se sentía totalmente vacía: al límite.

—¿Cómo te encuentras? Ayer fue un día complicado. Tristan me explicó lo que pasó por la tarde... parece que te persiguen los problemas.

Se encogió de hombros.

—No voy a mentir: ha sido el peor día de mi vida. Si la mañana fue mala, la tarde ya no te digo... pero bueno, admito que cerré los ojos. No quise ver nada.

—Hiciste bien, hay cosas que es mejor no saber. Como irás viendo, Solaris no es el lugar paradisiaco que todos querríamos... pero en fin, lo de ayer no es tampoco habitual.

—Algo he leído en la prensa. Como de costumbre últimamente, estaba en el peor momento, en el peor lugar.

—Eso parece... pero bueno, tranquilidad. Ya ha pasado y estás bien, que es lo realmente importante. —Garland sonrió apaciguador—. Y por la parte que me toca, te llegará la notificación oficial, pero como ya sabes no has superado la prueba de preselección. Prueba a la que, por cierto, habría agradecido que me informases que te habías apuntado.

Sorprendida ante el repentino cambio de su discurso, Iris arqueó las cejas en una mueca llena de sorpresa.

—¿Avisarte? ¿Por qué debería haberte avisado? Es más, ¿para qué? ¿Acaso ibas a darme trato de favor?

La mera pregunta logró hacerle reír.

—En absoluto.

—¿Entonces? —Iris se esforzó por sonreír, aunque lo que realmente le apetecía en ese preciso momento era tirarle el café a la cara—. Hasta donde sé, todo el mundo puede apuntarse.

—Y es cierto, todo aquel interesado puede probar suerte, pero tus posibilidades de superarla eran inexistentes: te habría informado al respecto.

La sonrisa de Iris se tornó más amarga aún si cabe.

—Ya me informó uno de tus soldados cuando fui a inscribirme.

—¿Ah, sí? —Garland fingió sorpresa. Él mismo les había pedido que hicieran aquel ejercicio—. Pues no debió ser muy convincente.

—No lo fue, no.

—Ya... —El capitán negó suavemente con la cabeza—. Sea como sea, creo que es lo mejor. La vida en el ejército es dura, Iris: no todo el mundo está hecho para formar parte de él. Además, hasta donde sé, tú objetivo era convertirte en educadora, ¿me equivoco?

Iris asintió. Aquel había sido su objetivo en Herrengarde, sí, en aquella vida que veía ya tan lejana y de la que hacía tan solo unos cuantos días que se había separado.

Parecía que hubiesen pasado años.

—Era mi objetivo, sí, pero fracasé en ello. —Dejó escapar una carcajada amarga—. Como aquí. Que bien, ¿eh? Supongo que no estoy enfocando bien mi vida.

Iris desvió la mirada hacia el cuadro del halcón, pensativa. En el fondo no le importaba no haber superado la prueba. Se había presentado guiada por una corazonada y no contaba con superarla. Por desgracia, el ir encadenando un fracaso tras otro empezaba a minar su determinación. Parecía no encontrar la forma de encajar en ningún lugar y eso le preocupaba.

—No sabes qué hacer con tu vida, ¿eh? —preguntó Garland, dedicándole una sonrisa tranquilizadora—. No eres a la primera persona que le pasa, ni tampoco a la última. Quizás te vendría bien hablar con un especialista.

A ojos de Iris, la conversación cada vez era más descabellada.

—¿Un especialista? —preguntó con desconcierto—. ¿Pretendes que hable con un loquero?

—¿Un loquero? —El capitán rio—. No mujer, no es eso exactamente. En el Nuevo Imperio existe un programa de inserción social para gente a la que le cuesta encontrar su lugar. Un equipo de especialistas cualificados evalúan al candidato y, en base a su potencial, lo destinan a una organización u a otra. Desde el ejército a la Cámara de Comercio, pasando por mil otras instituciones gubernamentales. Es una buena forma de aportar a la sociedad y de darle sentido a la vida que como tú está un poco perdida. —Se encogió de hombros—. Podrías probar. De hecho, mi esposa trabajaba allí, si quieres ella te podría contar un poco más en profundidad.

Iris frunció el ceño. Durante su infancia había pasado por distintos programas de orientación en Albia y nunca había tenido buenos resultados. Las carreras que le ofrecían no le interesaban o simplemente no se correspondían a lo que ella realmente necesitaba. Y en el Nuevo Imperio iba a pasar lo mismo, estaba convencida. Más allá de las buenas intenciones, aquellos programas servían para nutrir a sus imperios de los especialistas que necesitaban en aquel momento, por lo que, en el fondo, las capacidades del candidato eran lo de menos. Si se necesitaban médicos, se encargaban de convertirles en ello.

Pero incluso sabiendo que no iba a intentarlo, decidió no cerrarse ninguna puerta, y mucho menos cuando la pareja del capitán había formado parte de aquella entidad. Ya tendría tiempo para ello.

—Lo tendré en cuenta —respondió—, pero de momento no me interesa, gracias. Creo que seguiré pensando qué hacer con mi vida por mi cuenta.

—Ya... bueno, ¿por qué será que no me sorprende? —Garland sonrió—. Creo que yo haría lo mismo. Sea como sea, hazlo, adelante, pero no te metas en más líos. El legatus Cysmeier pide que tengas un poco de precaución... y que te mantengas alejada de las Legiones y la Armada. Ah, y de la Cúpula de Estrellas.

Iris no respondió. No le sorprendía la petición después de su catastrófica jornada del día anterior, pero le parecía excesiva. Teniendo en cuenta el historial de su madre y su hermano, lo lógico era no solo que se acercase al ejército, sino que formase parte de él.

Había algo extraño en todo aquello.

—¿Me está vetando?

—Es solo una petición. Un consejo, por así decirlo.

—Porque no me ve capacitada, claro.

Garland se encogió de hombros.

—Lo desconozco, pero doy por sentado que lo hace por tu propia seguridad. El general conoció a tu madre y sentía aprecio por ella. Colaboraron cuando eran jóvenes. Y bueno, a tu hermano también le conocía, ya lo sabes... en fin, que no creo que lo haga a malas, Iris. Es por tu propio bien. En serio, haz lo que quieras, pero ándate con ojo, y si necesitas algo ya sabes dónde estoy.

Garland le dedicó una última sonrisa antes de abandonar la mansión. Iris despertaba cierta nostalgia en él. Había algo oscuro en aquella chica, una sombra que parecía no dejarla avanzar, y aunque confiaba en que llegaría el día en el que al fin lograría levantar la cabeza, tenía la amarga sensación de que aún no había llegado ese momento. Además, resultaba muy triste dejarla sola en aquella situación, y más después de la complicada jornada del día anterior, pero poco podía hacer al respecto. Garland tenía demasiado que hacer como para encargarse de ella. Además, Iris no era precisamente de las que se dejaba aconsejar. Al igual que su hermano, escuchaba todo, pero no hacía caso a nada.

—Mientras no te maten... —se dijo a sí mismo, dedicándole una última mirada a la casa antes de subir al coche—. Ay, Frédric, que bien nos vendría que estuvieses aquí...




Iris compartía el mismo pensamiento que Garland. Aún con la taza de café medio llena entre manos y una sensación de agotamiento prácticamente insoportable, la joven se acercó al gran cuadro del halcón que presidía el salón para mirarlo de cerca. Se sentía profundamente perdida, pero también herida. Al iniciar aquel viaje había creído que encontraría algo más que decepción y locura en Solaris. Para su sorpresa, sin embargo, el destino le tenía guardada una sorpresa no muy grata que poco a poco estaba descubriendo. A pesar de ello, no se quería dar por vencida tan pronto. Hasta entonces había sido el resto quien había ido moviendo los hilos de su vida, utilizándola a su gusto. Después de lo del día anterior, sin embargo, no iba a permitir que nadie más jugase con ella. Iris necesitaba recuperar el control de su vida, y para ello era esencial comprender el auténtico motivo de su presencia allí: Frédric.

La muerte de su hermano era lo que la había arrastrado hasta aquella ciudad, y aunque por el momento había logrado aprender mucho sobre él, no conocía lo esencial. Frédric había muerto durante una campaña, sí, ¿pero cuál? ¿Dónde? ¿Por qué? Iris necesitaba saber más, y tenía el presentimiento de que, incluso sin saber la fecha en la que hallaría la muerte, su hermano se había encargado de facilitarle la búsqueda. Y es que era evidente que Frédric sabía que iba a morir. Al fin y al cabo, ¿para qué habría preparado todo el material que le había dejado en herencia sino?

Acercó los dedos a la parte baja del cuadro y acarició el tejido con anhelo. Seguidamente, dando el paso sobre el que hacía días que dudaba, buscó en la agenda el número que Elisa le había conseguido y presionó el botón de llamada.

Respiró hondo.

—Sé que te prometí que no lo haría, Eli, pero...

Pocos segundos después, una voz de mujer respondió.

—¿Marine? —preguntó Iris en apenas un susurro—. ¿Marine Vilette, por favor?

—Sí, soy yo —respondió una voz de mujer adulta—. ¿Quién es? ¿Con quién hablo?

—Bueno... —Volvió a respirar hondo—. Mi nombre es Iris Ánikka, y soy...

—La hermana de Frédric —comprendió Marine de inmediato. Su tono se endureció—. Me dijeron que habías vuelto, que estabas en casa. Supongo que tienes preguntas.

Iris asintió instintivamente, como si pudiese verla.

—Muchas.

—¿Te ha dado Dorla mi número?

—¿Dorla? Oh, no, no. Lo he conseguido por otro lado... de hecho ni tan siquiera sé quién es.

Hubo unos tensos segundos de silencio en los que Iris tuvo el convencimiento de que no la había creído. Irónicamente, no estaba mintiendo. Ni sabía quién era el tal Dorla, ni tampoco tenía claro querer saberlo.

—De acuerdo, de acuerdo, no importa —prosiguió Marine—. Mira, le prometí a tu hermano que cuando volvieras me encargaría de ti, que te lo explicaría todo, pero no es tan fácil. Supongo que ya lo sabes, pero tienes dos sobrinos: Ginelle y Felin. Cuando Frédric murió eran muy pequeños, y de hecho, siguen siéndolo. Y es en parte por ellos por lo que decidí abandonar la casa y por lo que no he vuelto. Pero lo haré, te lo aseguro, cumpliré con la promesa que le hice a tu hermano. No obstante, necesito algo de tiempo para mentalizarme. Para mí no es fácil.

Desconcertada ante el torrente de información que acababa de proporcionarle la viuda de Frédric, Iris tardó unos segundos en responder. Dedicó una fugaz mirada al halcón del cuadro, el cual parecía mirarla con fijeza, y se alejó unos pasos hacia la mesa.

—Lo agradezco, pero no necesito que te encargues de mí —aseguró—. No soy una niña. Y comprendo perfectamente tu posición, supongo que no es fácil. Sea como sea, no quería molestar, simplemente quería saber un poco más sobre Frédric y pensé que quizás tú podrías ayudarme.

—Y puedo hacerlo —admitió Marine—. De hecho, tengo que hacerlo. —Respiró hondo—. Mira, dame unos días para que reorganice las ideas. Pediré a mi hermana que se quede con los niños y me acercaré a la ciudad. Te avisaré con tiempo. Hasta entonces, quizás sería bueno que mirases todo lo que te dejó tu hermano.

—¿El baúl de la habitación? —Iris volvió a asentir—. Sí, lo he visto. Diría que he visto prácticamente todo lo que hay en la mansión.

—¿Has bajado al sótano?

—¿Sótano? ¿Qué sótano?

Lejos de estar dentro de la propia vivienda, el acceso al subterráneo se encontraba en el exterior, junto a una de las fuentes ornamentales del jardín. Oculta en el suelo, disimulada con un bonito mosaico de colores, había una portezuela de metal a través de la cual se accedía a unas empinadas escaleras de piedra. Perpleja ante su mera existencia, Iris iluminó los peldaños con la linterna que Marine le había recomendado utilizar y empezó a descender los cuarenta escalones que componían la escalinata. Una vez abajo, en mitad de un cámara subterránea sumida en la oscuridad total, iluminó cuanto le rodeaba.

Y cuanto descubrió logró dejarla sin palabras.




Nunca le habían aplaudido tanto ni ovacionado con tanto entusiasmo como cuando aquella mañana, después de pasar toda la tarde del día anterior y la noche colaborando con la Unidad Hielo, volvió al Cuartel del Norte. Tristan estaba agotado y somnoliento después de tantas horas de acción, pero el caluroso recibimiento de los suyos logró que recuperase las energías.

—¿En serio te cargaste a todos esos monstruos tú solo, Tristan? ¡Eres la caña!

—¿Para algo tenía que servir toda esa mala leche que tiene, no?

—¡Los tienes cuadrados, tío!

—Al fin haces algo en condiciones...

—¡Tío, eres genial!

Las felicitaciones y pullas se mezclaban mientras unos y otros le palmeaban la espalda. Tristan los conocía a la mayoría, aunque había algunas caras nuevas cuyo apoyo fue especialmente significativo. Después de tantos años dando problemas, era de agradecer que al fin valorasen lo que había hecho. Y es que, aunque cuando lo pensaba en perspectiva no podía evitar sentir cierto respeto al recordar a lo que se había enfrentado, no dudaría en volver a hacerlo una y otra vez.

—Está loco, sí, pero también ha demostrado qué clase de hombres y mujeres forman nuestra legión —exclamó uno de los oficiales—. Es un auténtico orgullo que seas de los nuestros, Eris. Disfruta de tu momento y en cuanto acabe sube a ver al legatus. Te está esperando.

Tristan aprovechó la ocasión para abrazarse a varias de las legionarias de su unidad, sobre todo a Cornelia, la cual estaba especialmente emocionada ante su regreso, pero no tardó demasiado en dejar a los suyos y subir al despacho del legatus. Gared Cysmeier no era de los que solían hacer llamar a un soldado raso como él, pero cuando lo hacía era mejor no hacerle esperar.

Subió la escalinata a grandes zancadas y una vez frente a la puerta del despacho aguardó unos segundos a que los guardias avisaran al general para entrar.

Le saludó llevándose la mano al pecho.

—Legatus...

Encontró al general sentado tras su escritorio, concentrado en la pantalla de su ordenador. No era habitual verlo con gafas, pero cuando pasaba muchas horas leyendo textos la vista empezaba a fallarle.

Cysmeier alzó la mano, pidiendo así unos segundos de silencio para poder completar la lectura del documento que en aquel entonces estaba proyectando, y una vez finalizado le pidió que se acercase.

Le tendió la mano.

—Enhorabuena, Tristan: tu hazaña ha salido en todos los periódicos. No esperaba menos de ti.

—¡Gracias, legatus! —respondió él con entusiasmo, correspondiendo al apretón de manos—. La verdad es que aún me cuesta creer lo que pasó ayer.

—Por desgracia, a mí no. Siéntate, por favor.

Gared giró la pantalla de su ordenador para que Tristan pudiese ver el contenido. En ella, entre largos párrafos de texto, había un mapa del Nuevo Imperio en el que distintas zonas habían sido marcadas por círculos negros. La mayoría de ellos eran de pequeño tamaño, apenas un punto, pero había otros, como el de Solaris, mayores.

—¿Ves estas marcas? Responden a todas las roturas del Velo que ha habido durante los últimos diez años. Durante la primera mitad de la década apenas hubo seis altercados, y todos fueron de muy baja repercusión. Simples rasgones, por así decirlo. A partir del quinto años, sin embargo, se han ido multiplicando hasta el punto al que nos enfrentamos a día de hoy. ¿Sabes cuántos incidentes hubo ayer, verdad?

—Hasta donde sé, doce.

—Doce documentados y que se han hecho públicos, sí —admitió Cysmeier—, pero el número podría llegar a ascender hasta veinte. Y hablamos solo de las últimas veinticuatro horas: si echamos la vista atrás vemos que en el último mes ha habido más de cincuenta altercados por todo el Imperio. Sucesos extraños e inexplicables en la mayoría de ocasiones, pero que están dañando nuestra sociedad.

Sorprendido ante la confesión, Tristan mantuvo la mirada fija en el mapa, tratando de hacer un cálculo rápido. Como mínimo había un centenar de puntos negros.

—La mayoría de ellos han sido de poca magnitud —prosiguió Cysmeier—. Rasgones que provocan perturbaciones: campos quemados, manchas de oscuridad, ganado asesinado... incluso algún que otro muerto en extrañas circunstancias. Sin embargo, lo de ayer marca un antes y un después. Fue un aviso de que las cosas están cambiando, Tristan, y tenemos que tomárnoslo en serio.

El legatus volvió a girar la pantalla, impidiendo así que pudiese seguir viendo el resto de la documentación confidencial que aquella misma mañana le habían hecho llegar desde el Palacio del Despertar. Cysmeier estaba preocupado, era evidente, y no le faltaba razón. Si bien la aventura del día anterior había servido para que Tristan se ganase un aplauso, lo cierto era que no era más que la punta del iceberg.

—Estuviste trabajando con la Unidad Hielo hasta tarde, ¿verdad?

El legionario asintió.

—El centurión Vespian está al mando de la investigación —respondió—. Estuve con él y su equipo.

—Me han informado al respecto, sí —admitió Gared—, y me han solicitado tu colaboración durante al menos tres semanas más. Tu capacidad de reacción y la valentía con la que te enfrentaste al enemigo te ha hecho ganarte nuevos amigos, Tristan.

—¿De veras?

Una sonrisa tímida se dibujó en los labios del legionario cuando el legatus asintió. Sabía que habían visto lo sucedido a través de las grabaciones de los negocios de los alrededores, pero no le había dado mayor importancia. Él sencillamente se había dejado llevar.

—Quiero que colabores con Vespian y su equipo —sentenció Cysmeier—. Tengo un mal presentimiento sobre todo esto: necesito que seas mis ojos en ese grupo de trabajo. Colaborar con ellos comportará que pasarás unas semanas alejado del cuartel, pero es una buena oportunidad para dar un salto en tu carrera. Apuesto a que sabrás aprovechar el tiempo y aprender el máximo posible de Vespian y los suyos.

Tristan tardó unos segundos en reaccionar. Trató de asimilar la información lo más rápido posible, haciendo un auténtico esfuerzo de concentración, y asintió con la cabeza. Quedaban muchos flecos, por supuesto, tenía cientos de preguntas, pero también una respuesta.

Una respuesta muy clara.

—Cuente conmigo, legatus: ¡lo daré todo por la causa!

—Eso espero, Tristan —suspiró Cysmeier—. Confío en ti.




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