Capítulo 10
Capítulo 10
Cúpula de Estrellas, Solaris – 1.836
—¿Puedes caminar?
—Sí, sí...
—De acuerdo, te voy a sacar. No hagas nada extraño o me veré obligado a disparar.
Aunque Bek le había recomendado que no lo hiciera hasta que no volviera Laurent, Iván no le escuchó. Hacía rato que el magus se había encerrado en su despacho, furioso tras la aparición de los pretores en la Cúpula de Estrellas, y le conocía lo suficiente como para saber que iba a tardar horas en salir. Si es que salía a lo largo de aquel día, claro. Lo más probable era que lo demorase hasta el siguiente amanecer, tras una noche de sueño reparador. Precisamente por ello, porque la espera podía alargarse demasiado y Natasha no podía permanecer dentro de la jaula indefinidamente, decidió liberarla.
Deshizo el conjuro de los barrotes y ayudó a salir a la prisionera. Se mantenía en pie sin problema, aunque después de tanto tiempo en aquella mala postura le dolía la espalda. Por suerte, por lo demás parecía bastante entera. O al menos todo lo entera que se podía estar después de haber desaparecido durante cinco años.
Iván la guio hasta la segunda torre a través del puente que conectaba las dos edificaciones. Aún era pronto, pero la ciudad parecía especialmente vacía vista desde lo alto. Iván sabía que se trataba de un hechizo visual, que en realidad las calles estaban repletas de viandantes y de coches, pero en aquel entonces le tranquilizó la visión de la Solaris vacía. Parecía que, en mitad de aquel oasis de paz, pudiese hacer cuanto quisiera.
Recorrieron el puente de piedra con la mirada lejos del lejano suelo, hasta alcanzar la gran gárgola de piedra que se alzaba en su corazón. Natasha se detuvo un instante para mirarla con curiosidad, alzando la vista hasta el cielo de la mañana, y siguió avanzando con paso lento, arrastrando un cansancio del que le estaba costando recuperarse.
—¿En qué año estamos? —preguntó en apenas un susurro, sin apartar la mirada del frente—. ¿De veras han pasado cinco años?
—En el treinta y seis —aclaró Iván—, y sí, han pasado cinco años desde que se hiciese oficial tu desaparición. A día de hoy sigue siendo un gran misterio: Loder Hexet invirtió bastante tiempo y esfuerzo en tratar de descubrir lo que pasó.
La mención de aquel nombre logró que el corazón de Natasha diese un vuelco. Se detuvo en seco, sintiendo vértigo, aunque no por la altura, y volvió la vista atrás.
—¿Y lo consiguió?
Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro del magus.
—¿A ti qué te parece? ¿De veras crees que estarías aquí de haberlo logrado? —Negó con la cabeza y acercó el cañón de su pistola hasta su hombro. Le dio un suave empujoncito para que siguiese avanzando—. No, no lo consiguió.
—¿Y sabe que he vuelto?
Iván prefirió no responder a aquella pregunta. Era complicada. Loder Hexet había ordenado ser informado en el caso de que la espía apareciese, pero por el momento no lo habían comunicado. Laurent decía que lo harían, por supuesto, pero primero quería hacer ciertas pruebas.
Ciertas comprobaciones.
—¿Qué pasa? ¿Sois íntimos, o qué?
Siguieron avanzando hasta acabar de cruzar el puente. Una vez en el umbral de la otra torre, Iván se adelantó para abrirla con un rápido hechizo. Empujó la puerta y volvió a colocarse tras Natasha, con el arma apuntando a su espalda.
—Eso no es necesario —dijo ella mientras atravesaba la entrada—. Apenas tengo fuerzas para mantenerme despierta, como para intentar enfrentarme a un magus.
—Me enseñaron a no confiar en los espías —sentenció Iván—, y mucho menos en las arpías.
Descendieron la escalera de caracol que atravesaba la torre hasta alcanzar una de las plantas más bajas, casi al nivel del edificio principal. Allí aguardaban varias estancias de paredes rojas de pequeñas dimensiones en cuyo interior tan solo había espacio para un camastro y un pequeño urinario de metal de aspecto anticuado.
Iván abrió una de las puertas y señaló su interior con el mentón.
—De momento te vas a quedar aquí. No es un palacio, pero al menos podrás descansar.
—Es una celda —respondió Natasha con amargura—. Ni tan siquiera hay una ventana, me voy a ahogar.
—Será temporal. Una o dos noches como mucho. Después supongo que te trasladarán a otro lugar, aunque dudo que sea mucho mejor que este. Todo dependerá de cómo quieran juzgarte. Eso sí, que no te engañen: la prisión de Solaris no es un remanso de paz precisamente.
Natasha volvió a mirar la estrecha habitación de paredes roja y asintió con suavidad.
—De acuerdo...
Hizo ademán de entrar en la celda, pero en el último instante cambió de opinión. Giró sobre sí misma como un resorte y estrelló el puño derecho contra el rostro del magus, haciéndolo retroceder. Inmediatamente después tomó su mano para arrebatarle la pistola pero una simple palabra de poder bastó para que saliese dispara hacia atrás, empujada por un gélido aire invernal. La espalda de Natasha chocó con la puerta de la celda y la joven cayó al suelo, donde apenas duró unos segundos. Volvió a incorporarse y trató de escapar a la carrera. Recorrió el pasadizo a gran velocidad, rehaciendo el camino en busca de las escaleras, pero no logró dar con ellas. Parecían haberse esfumado, dejando en su lugar un muro.
Un muro que dio al traste con su intento de huida.
Desesperada, Natasha comprendió que estaba atrapada en aquel pasillo. Que mientras estuviese frente a un magus, no tendría ninguna oportunidad de vencer.
Comprendió que su destino ahora dependía de él.
—Mierda.
Retrocedió unos pasos y miró hacia la puerta de su celda. Frente a esta, frotándose la mejilla con cara de circunstancias, Iván la observaba con fastidio. El golpe le había dolido, pero no tanto como la traición. No después de lo que había hecho por ella.
Natasha detectó decepción en su mirada.
—Si quisiera podría pegarte un tiro y no pasaría nada —anunció Iván con dureza—. Diría que fue en defensa propia y nadie preguntaría. Quemarían tu cuerpo y se olvidarían de ti para siempre. ¿Es eso lo que quieres? Porque si es así, adelante, dímelo y podremos acabar con esto cuanto antes. Pero vaya, sinceramente, esperaba otra cosa de ti.
Natasha le mantuvo la mirada por un instante, con una mezcla de sensaciones. Volvió a comprobar su espalda, allí donde el muro seguía firme, y se acercó unos metros.
—Dijiste que si te obedecía todo iría bien.
—¿Y acaso te he mentido? Querías volver y te ayudé a hacerlo. Te he traído de vuelta... ¿y me lo pagas así?
—Salir de una prisión para meterme en otra no es la libertad que me prometiste —replicó ella, deteniéndose a cierta distancia—. Me mentiste.
—No te he mentido. Jugaremos nuestras cartas a tu favor, te lo dije. Si colaboras con nosotros haremos todo lo posible para que no te ejecuten, pero tampoco te voy a mentir: lo tienes complicado. Eres una espía y te han pillado. ¿Sabes qué habría pasado de haber sucedido esto en Volkovia?
Lo sabía, por supuesto. Después de torturarla y de interrogarla durante días la acabarían ejecutando de la forma más dolorosa posible. Por suerte, el Nuevo Imperio de Solaris era algo más moderado. Al menos en la teoría, claro. Teniendo en cuenta que su élite había pasado años en Volkovia, no le sorprendería que siguiesen el mismo patrón.
—Tu cara lo dice todo, Natasha... o como sea que te llames. En fin, tú decides: o entras o acabamos con esto antes incluso de empezar.
Iván retrocedió y señaló la celda con la mano libre, invitándola a entrar. Comprendía que no quisiera, aceptar aquel encierro no era algo fácil de asumir, pero teniendo en cuenta las circunstancias no le quedaba otra opción. Además, el magus no mentía cuando decía que haría todo lo posible para que no la ejecutasen.
Él no era de los que mentían en temas serios.
—Cuesta creerte, la verdad.
—Ya, bueno, haz un esfuerzo.
Viéndose atrapada, Natasha no tuvo más remedio que aceptar. Avanzó con paso lento hasta el umbral y lo cruzó cabizbaja, sintiendo el peso de la condena sobre sus hombros. Una vez dentro, tomó asiento en el borde de la cama y alzó la mirada hacia su captor.
—Por cierto, es Nessa —dijo en apenas un susurro—. Me puedes llamar Nessa.
—De acuerdo, Nessa. —Iván forzó una sonrisa—. Te prometo que haré todo lo posible para que tu estancia aquí sea lo más llevadera posible, pero tendrás que cooperar con nosotros.
—¿En qué?
—Ya lo verás.
Iván cerró la puerta, pero no se alejó. Aguardó unos segundos a que Nessa se tumbase en la cama y las luces de su celda se cerrasen para, una vez más, caer en el profundo sueño que la perseguía desde su regreso.
—Descansa —dijo en apenas un susurro.
Y antes de irse apoyó la mano sobre la puerta y susurró varias palabras de poder gracias a las cuales la celda desapareció tras un velo de ilusión.
Avanzaban en silencio, el uno sentado junto al otro sin dirigirse la palabra. De hecho ni tan siquiera se habían saludado cuando ella había abierto la puerta y había tomado asiento en la butaca de copiloto. Sencillamente se habían mirado y juntos habían retomado la marcha en un tenso ambiente en el que tan solo el locutor de radio se atrevía a hablar.
Descendieron una de las más largas avenidas de la ciudad, la de la Victoria, hasta alcanzar la glorieta de las Lunas. Allí se internaron en un denso tráfico que los acompañó hasta la salida del Emperador Konstantin, donde otros tantos coches aguardaban parados en uno de los semáforos. Se situaron al final de la cola. A partir de aquel punto, una vez entraran en la avenida de la Reina León, la densidad de coches descendería, pero seguirían avanzando con lentitud hasta "La Colina Roja".
Iris comprobó su reloj: se le había detenido dos horas atrás. Se incorporó para poder ver más allá del volante, en el cuadro de instrumentos, y comprobó con amargura que apenas había sido consciente de lo ocurrido a lo largo de toda la mañana. Las vivencias y los recuerdos se amontonaban en su mente, mezclándose entre sí y tiñéndolo todo de un inquietante halo antinatural del que estaba convencida que la magia era la culpable.
No pudo evitar que una lágrima de tristeza rodase por su mejilla.
El pánico se apoderó de Tristan al verla a través del retrovisor.
—Oye, si vas a llorar... —dijo en tono nervioso—. No sirve de demasiado, la verdad. Bueno, de hecho es una auténtica pérdida de tiempo... y no sé a qué viene. ¿Paro el coche y bajas? No te he obligado a subir. De hecho, estamos parados, si quieres abajar adelante, no diré nada. Al contrario, yo... bueno, no sé.
Tal fue la velocidad en la que soltó aquel tropel de palabras que Iris apenas le entendió. Le miró con desconfianza, secándose la lágrima con el dorso de la mano, y negó con la cabeza. Señaló al frente cuando el semáforo cambió y se reactivó la circulación.
Tristan arrancó y volvió el silencio. Avanzaron unas cuantas calles más, el uno mirando al frente y la otra por la ventana, hasta alcanzar al fin la avenida de la Reina León. Pasaron frente a la estatua en honor a Florian Gelt y el resto de miembros de la Aurora y siguieron adelante, internándose en una amplia calle llena de teatros y cines.
La gente paseaba tranquilamente por las aceras, al margen de cuanto había pasado aquella mañana.
—Te he traído la mochila —dijo Tristan en voz baja, mirándola de reojo—. Supuse que la necesitarías para poder entrar en tu casa. Por las llaves, ya sabes.
—¿Has mirado dentro?
—No —mintió, y se puso colorado—. Bueno, sí. No sé. No fue a propósito, se cayó al suelo.
—Ya, bueno. —Iris se encogió de hombros—. Al menos podré entrar en casa, algo es algo. ¿Te manda a ti también el legatus?
—¿Cysmeier? ¿A mí? —Tristan negó con la cabeza—. No. Bueno, sí, en cierta manera. No es que me haya pedido que te venga a buscar aquí explícitamente, pero casi.
—¿Casi?
Tristan asintió.
—Cuando te vio participando en la prueba de selección para la Marina se cabreó bastante. Bueno, bastante... se cabreo muchísimo. No entendía qué hacías ahí, y yo tampoco, la verdad... no pintabas nada.
Iris apretó los dientes.
—No me conoces —interrumpió Iris, cortante—. Qué sabrás tú...
—No, no te conozco. Ni yo ni nadie, pero vamos, que no es un juego de niños precisamente. Sabíamos que podías salir herida, así que el legatus me pidió que te sacara. Y lo intenté. —Tristan se señaló las deportivas, las cuales llevaba totalmente llenas de barro, al igual que el bajo de los pantalones, y se encogió de hombros—. Las órdenes son órdenes, claro. Total que empecé a seguirte, ese chisme que lleváis en la muñeca lleva un localizador, así que fui hasta donde se suponía que estabas...
—Pero no estaba.
Tristan la miró de reojo.
—Así es. Habías desaparecido, pero seguí tu rastro... —El legionario giró el volante para internarse en una calle perpendicular—. En fin, la cuestión es que aquí estoy. ¿El motivo? Bueno, parece ser que esa compañía con la que andabas no era demasiado recomendable, así que decidí ir a sacarte de ahí. Quería evitarte problemas, ya sabes. O al menos más: eres un auténtico imán de problemas.
—Y curiosamente, tú siempre estás por medio —sentenció Iris.
Y aunque al principio sus palabras sonaron acusadoras, lo cierto era que la sonrisa que las acompañó logró que se disipara la tensión en el ambiente. Tristan suspiró, agradecido por el gesto, y negó con la cabeza.
—Yo solo cumplía órdenes, Iris.
—Ya me imagino.
—Frédric y mi hermano eran muy buenos amigos, así que cuando saltó la alarma de su casa fui directo y ni me lo planteé. Me dio tanta rabia pensar que alguien podría estar robando que actué, sin más. Supongo que debería haber mantenido la cabeza fría.
—Habría sido de agradecer, sí —admitió Iris—. ¿Es por ello por lo que has venido a buscarme? ¿Tienes mala conciencia?
Una sonrisa ácida se dibujó en los labios de Tristan.
—Tampoco te pases. Se me fue un poco la mano, pero vamos, de ahí a tener mala conciencia... —Negó con la cabeza—. Es una cuestión de lealtad: Garland me dijo que era probable que te hubieses metido en problemas con magi, así que me vi obligado a actuar. El legatus no quería que me metiese, pero entre compañeros tenemos que ayudarnos. Frédric se portó bien con mi hermano, así que yo me porto bien con él. Se lo debo.
Iris asintió agradecida. Aquel tipo de lealtad y camaradería le hacían sentir orgullosa. Sin duda, su hermano debía haber sido una buena persona para mantener aquellas amistades.
—Me hubiese gustado poder conocer a Frédric un poco más. Tu hermano me habló tan bien de él, que...
El sonido de un millón de espejos rompiéndose en mil pedazos interrumpió a Iris, silenciando su voz. La joven se llevó las manos a los oídos, profundamente dolorida, y volvió la vista al frente. Tristan, por su parte, únicamente pudo hundir el pie en el pedal del freno hasta el fondo cuando, de repente, unos metros por delante, uno de los coches que circulaban salió disparado por los aires propulsado por un géiser de oscuridad. El vehículo giró sobre sí mismo varias veces, arrastrado por la fuerza de un huracán, hasta acabar estrellado contra la fachada de uno de los edificios, donde empezó a arder.
El coche de detrás les golpeó con violencia al no haber logrado frenar a tiempo. Los cuerpos de Iris y Tristan salieron disparados hacia el cristal, pero el sistema de seguridad del cinturón los detuvo antes de impactar. A pesar de ello, el latigazo en el cuello fue tal que incluso el propio Tristan aulló de dolor. Ladró una maldición y volvió la vista atrás. En el coche accidentado había una mujer con los ojos muy abiertos que no era capaz de apartar la mirada del cielo...
—¡¡Mira eso!! —gritó de repente Iris.
Tristan alzó la mirada y procedente del géiser de oscuridad vio materializarse varias figuras fantasmagóricas. Figuras que, surgidas de la nada, fueron precipitándose sobre el asfalto, alzándose como engendros de más allá del Velo. Seres de ultratumba que, tras unos breves segundos de quietud en mitad de la carretera, empezaron a correr, dando caza a los viandantes.
Estupefacto ante la inquietante visión de aquellos seres humanoides de piel blanca y largas cabelleras de pelo oscuro, Tristan se apresuró a sacar la pistola de la guantera y bajar del vehículo. Una vez fuera, olvidándose por completo de Iris, empezó a correr a la desesperada hacia la acera contigua, donde uno de aquellos monstruos se había abalanzado sobre una anciana a la que parecía estar mordiendo el hombro.
—¡¡Cuidado, señora!!
Su grito alertó al ser, que le miró con la boca llena de carne y sangre. Tristan palideció al verlo, sobre todo por el brillo rojizo de su mirada, y le disparó entre los ojos, derribándolo de espaldas.
Se abalanzó sobre él para apartarlo de la mujer. Una vez fuera de su alcance, cogió a la anciana en brazos y corrió hacia uno de los portales, donde un par de aterrados vecinos observaban todo con el rostro descompuesto.
—¡Llamen a emergencias! —gritó.
Y rápidamente salió en busca del siguiente monstruo, el cual había logrado dar caza a un hombre de mediana edad. Cuando Tristan llegó a él se encontraba sentado sobre su espalda, masticando vorazmente el brazo que había logrado arrancarle de cuajo.
Su mera visión logró horrorizarle. Tristan lo derribó de un disparo en la cabeza. Inmediatamente después, dando por sentado que su víctima estaba muerta, pasó por encima a la carrera y fue a por el siguiente objetivo, el cual luchaba por entrar en una tienda de comestibles. Empujaba la puerta con todas sus fuerzas. Por suerte, por dentro tanto el vendedor como varios de los compradores se esforzaban por impedir que entrase.
Tristan corrió hacia él cegado de rabia y disparó tres veces, errando únicamente el último. Derribó al monstruo y lo pateó con furia. Lo pateó con tantísima fuerza y frustración que, de habérselo permitido, lo habría molido a golpes. Por desgracia, no había tiempo para ello. Tristan buscó con la mirada a más monstruos a los que dar caza. El griterío generalizado era demoledor, pero aún más el estridente sonido de los colmillos afilados de los monstruos masticando la carne humana.
Aquel sonido era infernal.
Saltó por encima del capó de uno de los coches para pasar al otro lado de la calle. Aplastada contra el escaparate de una tienda, una mujer joven ahora totalmente cubierta de sangre estaba siendo víctima de otra de las bestias. A simple vista, si no fuera por la sangre y los gritos de los vecinos, que lanzaban macetas y todo tipo de objetos al monstruo, habría podido ser la escena de una pareja intimando. La realidad, sin embargo, era totalmente diferente. El monstruo estaba devorando el rostro de la mujer, sosteniendo el cadáver contra el cristal con tan solo una mano.
Era escalofriante.
Sintiendo que la furia se mezclaba con el odio, Tristan trató de disparar a la bestia, pero el arma no respondió. No le quedaba munición. Desesperado, guardó la pistola en la cinturilla del pantalón y buscó algo con lo que enfrentarse a la bestia. No había demasiado, pero Tristan era un hombre de recursos. Corrió hasta una de las papeleras, un pesado cilindro metálico, y lo arrancó de la estructura a la fuerza. Inmediatamente después, empleándola a modo de mazo, la estrelló contra la espalda del monstruo, logrando así que liberase a su presa.
—¡Hijo de puta!
Herido, el ser volvió la vista atrás y le mostró las fauces totalmente llenas de sangre y carne... pero no logró intimidarle. Tristan volvió a golpearle con la papelera, logrando hacerle retroceder con la violencia del impacto. Lo golpeó dos veces más, hasta derribarlo, y una vez en el suelo se abalanzó sobre él. Le inmovilizó pisándole ambas manos con las rodillas y siguió estrellando una y otra vez la papelera contra su cabeza hasta lograr al fin convertirla en una masa de carne sin forma.
—Que te jodan.
Agotado y empapado en sudor y sangre, Tristan dejó su arma improvisada en el suelo y se incorporó. Y tal y como se ponía en pie, unos gritos procedentes de los vecinos que había asomados en el segundo piso le alertaron. Tristan giró sobre sí mismo justo cuando uno de los monstruos le embestía. Sintió el peso de su cuerpo como si un gran martillo le golpease y salió disparado contra la acera, donde rodó sobre sí mismo durante varios metros hasta acabar estrellándose contra uno de los árboles.
Gritó de dolor.
—¡Chico! ¡¡Chico!!
Algo aturdido por el golpe, Tristan se incorporó y trató de prepararse para recibir un nuevo embiste. Alzó los brazos...
—¡¡Eh, chaval!!
El grito de uno de los vecinos llamó su atención. Tristan volvió la mirada hacia uno de los balcones y en él vio a un hombre con gorra lanzándole algo: un bate metálico bastante desgastado.
—¡Dale duro!
Tristan cogió el arma en el aire, se lo cambió de mano para comprobar su peso y, al instante, recibió al monstruo con un potente bateo a la altura del pecho. Hundió el arma con todas sus fuerza entre sus costillas, haciéndolas crujir, y se apartó de su camino no sin antes interponer las piernas, haciéndole caer. La fuerza de la embestida hizo que el monstruo rodase durante varios metros, hasta acabar tendido junto a una farola. Tristan volvió al ataque de inmediato, enarbolando el bate con soltura, y golpeó una y otra vez al monstruo bajo los vítores de los vecinos hasta su final.
Alzó los brazos triunfal al acabar con la amenaza. Se volvió hacia el balcón desde donde el hombre de la gorra gritaba, dispuesto a lanzarle de regreso el arma, pero no pudo. Tan pronto sus miradas se encontraron, el hombre le indicó la localización del último de los monstruos al otro lado de la calle.
—¡¡Dale duro, chaval!! ¡¡Tú puedes!!
—Yo puedo... —murmuró para sí mismo mientras recuperaba el aliento—. Pues claro que sí, hombre. Lo que me echen.
Tristan asintió, se quitó el sudor y la sangre de la cara con la manga de la chaqueta y se preparó para seguir con la caza.
Unos minutos después, repleto de sangre y suciedad, Tristan volvió al coche, donde Iris se encontraba oculta con los ojos tapados. Parecía en shock. Abrió su puerta con cuidado, tratando de no asustarla aún más, le desabrochó el cinturón y la ayudó a bajar.
Iris cayó de rodillas al suelo y empezó a vomitar.
—No sé qué coño está pasando, pero me necesitan —la alertó Tristan—. Métete en aquel portal donde está el tipo de la gorra y quédate con él: en cuanto sepa qué está pasando vendré a buscarte, ¿de acuerdo?
Iris le miró con el pánico grabado en la mirada, pero asintió. Volvió la mirada hacia el vecino, el cual tenía solo media cabeza asomada, y corrió a su encuentro. Pocos segundos después, entraron y cerraron la puerta tras de sí.
—De acuerdo... —dijo Tristan, volviendo a abrir la guantera para sacar munición—. Esto aún no ha acabado, hijos de puta.
¡Hola! Espero que hayáis disfrutado mucho del capítulo :) Como veis, no solo tenemos a Iris envuelta de nuevo en líos, como de costumbre, sino que se suma a la ecuación nuestra querida Nessa... ¡sí, Nessa!
Muchos adivinásteis que realmente era ella quién se ocultaba tras la descripción de la chica de ojos rasgados... (no era muy difícil, eh), y como os dije, había un premio :) ¡Y ahora es el momento de que lo recibáis!
¿Y en qué consiste el regalo? Pues tenemos a Nessa de regreso... y está dispuesta a responder a vuestras preguntas. Al menos las que pueda, claro, si le preguntáis cosas a futuro... ¡pues como que no podrá! ;) Así que todos aquellos que hayáis acertado y queráis aprovechar para hacerle una pregunta a Nessa, es vuestro momento. Estoy convencida de que aún tiene mucho que contar...
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