Capítulo 10

Su mente retumbaba mientras sentía que su cuerpo era arrastrado hacia atrás, de vuelta a la oscuridad, donde las voces se hacían cada vez más fuertes. Todas y cada una de ellas clamaban justicia, un pago por sus pecados, por las atrocidades que Dionisio había cometido durante su tiempo enloquecido a causa de la irá de Hera.

«No, yo no hice eso. No pude haber sido yo», se repetía Dinisio con las manos en la cabeza queriendo que el ruido dentro de ella se silenciera.

—¡No fui yo! —gritó en la oscuridad, en ese vacío que solo hacía eco de sus palabras— ¡No fui yo! —repitió en medio de su llanto.

«Tú nos llevaste a la locura».

«Tú eres el culpable».

«Tú nos mataste».

«Asesino».

«Traidor».

«Loco».

«Loco».

«Loco».

«Loco».

—¡Basta! ¡Ya no más! ¡Ya no! —rogó.

No quería escuchar más voces, no quería ¿Como era posible que una sola maldición hubiera acarreado tantas desgracias para su vida? ¡Para personas que no tenían ni una maldita relación con él!

—Solo era un niño. Solo era un niño —murmuró aún con las lágrimas cayendo de sus ojos mientras recordaba su historia— Solo era un niño —volvió a decir mientras se recostaba en el suelo de forma fetal.

Necesitaba que alguien lo protegiera.

Necesitaba a su tía Perséfone.

A la ninfa Malia.

«No, no a ellas», se dijo Dionisio. Esa ya no era su vida y ya no las tenía a ellas, a quién de verdad necesitaba era a Acci, pero tampoco estaba ya en su vida.

Lo habían matado, así como mataron al chico que fue antes de que Hera  lo volviera loco.

«Eso eres».

«Estás loco».

«Perdiste la cabeza hace mucho».

«No debiste nacer».

«No tienes a nadie».

«Loco».

«Loco».

«Loco».

—No estoy loco ¡No lo estoy! —gritó llorando— Por favor, basta. Deténganse. Basta, por favor, por favor, por favor...

Quería recuperar su cordura, su vida, este no era él. Dionisio no era ese dios, no, ya no; sin embargo, no importaba cuanto se lo repitiera la mente de su doble no dejaba de vagar por todo lo que había vivido, por todo el daño que hizo, por todas las vidas que desgaracio.

—Dionisio...

—No estoy loco.

—Dionisio...

—No estoy loco.

—No, no lo estás amor —le respondió la voz, alzándose sobre el eco de los fantasmas de su doble, esperanzado abrió los ojos buscando a quién le hablaba— No estas loco.

Ya qué la voz le daba la razón podía intentar algo más.

—Esto es una pesadilla.

—Esto es real cariño —le respondió de nuevo la voz, que distinguió como la de una mujer—. Me duele decirte esto, pero esto es real.

Dionisio no quería escucharla, ya no. Lo único que deseaba era perderse en su mente y que eso lo llevará a su muerte, no podía afrontar más, esa no era su personalidad, ese no era él.

—Dionisio, concéntrate.

—No quiero seguir...

—Dionisio, cariño, tú puedes.

La voz era dulce y a él le daba pena contradecirla aunque fuera cierto.

—Dionisio, mira tus manos —le pidió de nuevo la voz y él negó— Dionisio, por favor mira tus manos —ordenó de nuevo la dulce voz y no le quedó mas que obedecer.

—¿Qué...

Dionisio no podía creer lo que veía alrededor de su mano.

—Necesito que te concentres en lo que tienes en la mano —le ordenó la voz sin permitir que pudiera cuestionar lo que pasaba—. Vamos Dionisio, concéntrate.

Tomando pequeñas respiraciones empezó a calmarse y cuando encontró un equilibrio entre las voces en su cabeza y lo que quería la dulce voz volvió a hablar.

—Ahora quiero que te concentres en lo mi voz.

Dionisio podía hacer eso, la voz era amable con él y mientras más hablaba las demás se apagaban las otras hasta que parecía que ni siquiera estaban ahí en primer lugar.

—Piensa en una salida —le pidió la voz— Piensa en un próximo recuerdo al que quieras ir.

—Ya no quiero más recuerdos —le dijo Dionisio inmediatamente; sin embargo, la mente que compartía con el dios sabía que quería aunque él no entendiera.

—Lo sé, cariño, solo... Solo un esfuerzo más y esto acabará —le pidió la voz con un tono triste que lo hizo sentir culpable.

Está bien, quería decir Dionisio; sin embargo, las palabras no pudieron salir de su boca en cuanto el hilo en su mano empezó a brillar enrollándose en su meñique hasta  desaparecer de su mano y extenderse guiándolo hacia una puerta.

El miedo lo paralizó por un segundo no queriendo ir en esa dirección, pero su cuerpo parecía no ser suyo y camino como si estuviera poseído hacia la puerta.

Cuando la abrió Dionisio pensó que la luz dañaría sus ojos, pero no fue así, por el contrario su cuerpo pareció entrar en una algarabía máxima que corría con gozo mientras en su mano llevaba un jarrón de vino ¿Cómo lo sabía? No tenía ni la más mínima idea, pero parecía estar feliz, un grupo de mujeres detrás de él también parecían tener su mismo estado de animo.

«Mis ménades», pensó Dionisio, aunque en realidad no lo pensó.

«¿Qué diablos?»

Mientras él trataba de seguir el ritmo de dentro de su doble... Ah, era eso. Él podía escuchar los pensamientos de su doble.

¿Cómo demonios había sido absorbido? Era un misterio que había pasado a segundo plano, pero que en ese momento entró en cuestión hasta que se dio uenta de que debía seguir el ritmo del dios que parecía extasiado.

«Al menos no hay voces volviéndome loco», se dijo, aunque si se guiaba por el estado de su doble suponía de una gran manera que fue porque estaba ebrio.

Dionisio ni siquiera sabía porqué se sorprendía, después de todo por eso era conocido el dios por él que llevaba él nombre, el dios que era.

«Sin embargo nadie conocía la historia detrás, los primeros años que vivió en paz y que Hera arruinó».

Una mujer sentada en la orilla de la playa llamó la atención de Dionisio que corrió al ver quien era.

Ariadna. Su esposa.

Acerándose a ella por la espalda la cargó tomándola por sorpresa y adentrándose con ella al mar.

La risa de la mujer era música para sus oídos, tanto así que podía escucharla todo el día dejando su culto por el vino y los excesos de lado.

—Eres un buen dios.

—No muchos estarían de acuerdo contigo.

—No muchos te conocen como yo —le respondió la mujer tomando su mano donde el hilo en su meñique resaltaba— Siempre sabrás como regresar a casa —agregó y su doble asintió creyendo cada palabra mientras que el joven por su parte solo unía cabos.

Ariadna era la mujer que había escuchado en la oscuridad, la que le había mostrado el camino, quien lo sacó de la oscuridad por segunda vez. Estaba seguro de ello, pero ¿Cómo?

—Siempre encontrarás en mi un hogar al que regresar —le repitió Ariadna mientras la escena empezaba a desvanecerse ante él.

Después de esas palabras el corazón de Dionisio se sintió más calmado y no tuvo miedo cuando la oscuridad volvió a envolverlo, y mucho menos cuando otra puerta apareció frente a él.

La escena en ese momento era confusa para el joven; ya que, mientras su doble iba confiando por el templo donde estaba él no tenía ni idea de lo que sucedía.

«Este no aprende», se reprendió Dionisio. 

Después de lo que Hera le había hecho, las voces en su cabeza, las imágenes ¿Como podía andar como si nada? ¿Acaso no tenía un hogar al que regresar? Estúpido, tonto, inocente, quería decirle tantas cosas aunque sabía que llegarían a oídos sordos, después de todo eso eran recuerdos de su pasado.

Su doble se acercó de manera lenta al altar donde se encontraba un hombre canoso sentado en el suelo en una postura de loto.

«Viejo tonto, pude hacerte inmortal»,  pensó su doble molestó y Dionisio rodo los ojos.

Si él pudiera elegir no volvería a ser un dios, su vida mortal bastaba y sin ser una reencarnación hubiera sido buena, no tenía pruebas, pero tampoco dudas de ello.

—Mi señor, me alegra que haya venido.

—Me mandaste llamar, viejo tonto —le respondió su doble y aunque su tono era despreocupado se acercó al anciano en el suelo ayudándolo a sentarse de una manera más cómoda— Y no me digas mi señor, somos amigos.

—Eres un dios.

«Vaya novedad», pensó Dionisio dentro de su doble.

—... Y estoy feliz de haberte servido en esta vida. 

—Aún puedo evitar que acabe —le recordó el dios al hombre— Puedes seguir vivo —insisitió, pero el anciano negó.

—Te serví bien todos estos años... —empezó diciendo de una manera lenta— Cumplí mi misión en esta vida...

—Aún hay tiempo —repitió su doble, pero el otro hombre no estaba en pos de hacerle caso.

—Estoy feliz de haberlo conocido, Dionisio, espero que si Hades me juzga y desciendo a los Elíseos, sería una honor estar a tu lado en mi próxima vida.

—También para mí, Acetes —le dijo su doble y el corazón se Dionisio se paralizó por un segundo al escuchar el nombre— Los Elíseos serán tu recompensa por ser un ser fiel. Mi sacerdote, mi amigo, mi confidente, mi hermano.

—Tu hermano —confirmó el anciano antes de cerrar sus ojos y exhalar su último aliento.

Dionisio no podía creer lo que veía. 

«No, no, no», pensó queriendo que su doble evitará que el hombre en sus brazos muera.

«¡No puedes dejarlo morir! ¡No puedes!»

Quería gritar patalear, pero no podía, su cuerpo estaba controlado por otra persona, por él mismo, por su recuerdo y era frustrante.

—Que en la siguiente vida nos volvamos a encontrar amigo mío —dijo su doble poniendo una mano sobre la frente del anciano.

«No, ellos no debieron encontrarse», se dijo Dionisio.

Su vida era miserable y solo lo habían llevado a la muerte, la culpa lo carcomía; sin embargo, su doble estaba demasiado tranquilo aceptando lo sucedido. Aceptando su muerte como algo natural.

«Es que es natural», le dijo su inconsciente.

En esa vida Acci había muerto de manera natural, siendo un anciano y cumpliendo lo que quiso para su vida a comparación de su realidad donde fue asesinado por puro odio, venganza.

Una venganza que era contra él.

El resentimiento y la irá empezó a acumularse en su sistema y la escena en la que estaba, el silencio cambio cuando su doble se encontró en medio de una fiesta viendo como todos los presentes disfrutaban felices de los placeres de la vida, placeres que él les había enseñado y que en ese momento no le importaban porque su atención solo estaba en una persona, un secreto muy bien guardado en la historia.

Penteo. Su primo mortal. El primer humano con quién demostró su poder y su posición como uno de los Olímpicos.

—Tu vida y la interminable locura en ella dependía de su vida —susurró su doble al hombre que aunque adulto, pero no viejo, lo miraba perdido, como si no entendiera lo que decía; sin embargo, él sí y eso bastaba.

En ese momentos ambos se entendieron, y estaba seguro de que Penteo no era sangre inocente de la que se lamentaría luego. Por lo que, cuando lo tomó de la mano y desapareció con él llevándolo hacia un campo sagrado con un objetivo claro, no sintió ni una pizca de culpa.

 —Una ménade es hermosa cuando le das lo que quiere y es peligrosa cuando la acosas —dijo con una sonrisa autosuficiente antes de soltarlo y mostrarle el camino hacia donde estaban sus chicas.

Penteo corrió de lo más feliz en la dirección indicada hasta que un par de minutos después regreso corriendo despavorido con las ménades detrás de él.

Las chicas ni siquiera repararon en su doble mientras seguían a su presa. Presa que empezó a gritar de dolor mientras las ménades lo desgarraban sin piedad alguna.

Ambos, dios y humano, estaban en paz con sus acciones, con su recuerdo porque no importaba que sucedió o sucediera, ese era él y no por ser el dios del libertinaje era menos peligroso o mortal, algo que muchos parecían olvidar.

***

Dije que la historia de Dionisio al inicio era como la ninguna otra, pero seguía siendo un dios y como tal tuvo sus momentos de crueldad.

En fin...

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Muchas gracias por su apoyo.
Los quiero!!!

Au revoir!!!

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