Capítulo I: La graduación

Capítulo I: La graduación

Nunca he podido imaginar qué se siente al morir. Pensaréis que estoy loco, pero en mi caso es una pregunta muy normal. Me llamo Dioceus y tengo 17 años, vivo en una familia de Sirifs, gente que puede trasladar su mente a otras personas y saber qué están pensando y sintiendo en ese momento. Lo bueno de todo esto es que, además de poder saber que sienten y piensan, puedo controlar sus cuerpos por un espacio corto de tiempo. Hay historias que dicen que los Sirifs más ancianos pueden controlar a varias personas a la vez y además por muchísimo tiempo, tal vez meses o incluso años.

Actualmente vivo en la ciudad subterránea de Duht, al norte del reino. Además de los Sirifs hay criaturas y gente espectacular en nuestras tierras, como los Seres sin Rostro, criaturas con aspecto aparentemente humano, siempre tapados por una larga capa negra y con el poder de teletransportarse donde quieran. Nunca nadie ha visto el rostro de un SR, de ahí su mote. También están los Cuálidos, seres diminutos del tamaño de un dedo que suelen vivir en los grandes pastos verdes en pequeñas madrigueras. Aunque parezcan inofensivos, los Cuálidos desprenden una toxina a través de su piel que paraliza a todo aquél que lo toque, además de producirle un gran dolor y, finalmente, al cabo de tres días, la muerte. Por eso, existe el refrán: “No toques a un Cuálido sino quieres acabar pálido”.

Ahora mismo me encuentro sentado en unas sillas incomodísimas en la tarima la Gran Plaza junto a mis amigos, el lugar más espacioso y concurrido de Duht. En breve se nos otorgará a todos mis compañeros de clase y a mí el diploma que certifica que ya podemos usar nuestros poderes libremente, dado que alcanzamos la mayoría de edad. (Sí, no lo había dicho, pero hoy es mi cumpleaños). El alcalde, un joven mago, alto, con los ojos verdes y un tanto presumido será el encargado de dirigir la ceremonia. Suenan los instrumentos, una agradable melodía recorre el lugar y el alcalde se levanta para decir el discurso que pronuncia cada año, se acerca al atril y hace callar a la multitud, sumiendo la plaza en un silencio absoluto:

– ¡Ciudadanos de Duht! ¡Yo, Ferrarian, vigésimo octavo alcalde de la ciudad, haré entrega de los diplomas a los cien jóvenes que hoy alcanzan la mayoría de edad, pudiendo así ejercer sus poderes como quieran! No cabe olvidar que si los ejercen de manera incorrecta serán castigados con la pena capital: la retirada de poderes y la esclavización por el resto de sus vidas. Todos conocemos la frase “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, por ello y sin más demora, les hago entrega de estos diplomas mágicos.

Nada más acabar de hablar el alcalde, una gran ovación llegó del público. Me temblaban las manos y el sudor no paraba de recorrerme la frente, empapando la manga de mi túnica cada vez que me secaba. Mi gran amiga Clara no estaba mejor que yo, no paraba de frotarse las manos y mirar con nerviosismo hacia todos los lados. Yo era el número 72 así que aún tenía media hora hasta que me tocase y el alcalde me diese en mano el ansiado diploma, en cambio, mi amiga Clara era la décima y en nada le tocaría. No pasaron más de cinco minutos cuando Clara fue llamada. Ella, con voz temblorosa dijo:

– Yo, Clara Siler, miembro del clan Inis, tomo este diploma en señal de aceptación de mis poderes.

Nada más acabar de decir las palabras, el alcalde le estrechó la mano y le dio el diploma, enviándola de vuelta a su asiento. Nada más sentarse su expresión cambió radicalmente, pasó de estar pálida como un muerto a sentirse eufórica. Espero que yo lo pudiese hacer igual de bien…

Cada uno de mis compañeros se fue levantando y acercándose hasta el atril, diciendo su nombre en alto y al clan al que pertenecía. Finalmente me tocó a mí:

– ¡Dioceus! – bramó el ayudante del alcalde.

Me levanté de la silla como pude y me acerqué al atril con todos los nervios acumulados. De repente, una gran explosión hizo que uno de los pilares de la Gran Plaza se derrumbase. Todo lo que vi se fundió a negro, con el eco de los gritos y la gente corriendo en todas direcciones.

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