6|¿Un error?
Ese abdomen de infarto parece surreal cuando mis manos curiosas exploran cada tablilla de arriba abajo. Voy a imaginarme que son de chocolate para poder chupar y morder como se debe.
Bendito sea ese cuerpazo.
Chris Hemsworth le tendría envidia.
Este hombre ha hecho que se mojen mis bragas varias veces sin necesidad de darme un orgasmo.
—Hay no, no, no —enseguida su rostro cambia ocasionando que se aparte de mi agarre —. Esto no esta bien, no estás en tus cinco sentidos.
—¿Qué mierda? ¿Vas a dejarme así?
Arturo se pone la ropa de regreso a toda prisa.
—Acabo de recordar que mañana tengo que levantarme temprano y tú deberías marcharte a casa. Te pediré un Uber.
—Puedo arreglarmelas por mi cuenta. Vete, parece que llevas prisa —suelto molesta yendo por mi blusa que aterrizó hacia el asiento del piloto —. Esto fue un error.
Le escucho suspirar.
—Creeme Ludmila, ibas a pensar lo mismo al día siguiente sí nos dejabamos llevar —me muerdo el labio —. Pienso que no es la mejor manera de arreglar las cosas por más tentador que sea. ¿Nos vemos mañana?
—Lárgate ya, Arturo.
—Bien. Descansa.
—Gracias —farfullo comenzando a sentirme avergonzada.
Lo sigo con la mirada cuando se baja del coche, ni siquiera me mira. Esa es buena señal, significa que todo seguira siendo como antes. Tiene razón, ibamos a arrepentirnos.
...
—¡¿Qué tú y Arturo hicieron qué?! —. Mi amiga pega un grito al lanzarse sobre la cama —. Que picarona, Ludmi. Irala, irala.
Frunzo el ceño con desconcierto. Sujeto una almohada y no dudo en aventársela, es más rápida que logra esquivarlo.
—No puedo creer que estuvieron a punto de hacer travesuras —. Sube y baja sus cejas.
—Estás loca.
Siento la sangre hervirme por todo el cuerpo, así como un dolor en la entrepierna. Me llevo una mano a la cara y gimoteo de frustración. No pude dormir toda la noche.
Samantha mantiene esa sonrisa burlona en la espera que le suelte toda la sopa. Al parecer la resaca no le ha pegado tan fuerte como para mantenerse adherida entre las sábanas maldiciendo al equipo de fútbol del América. Todavía sigue en pijama de unicornios.
Gatea sobre el colchón hasta tumbarse a mi lado envolviéndose entre la cobija de tigre que me regaló. Dijo que lo había adquirido de oferta 2×1 en un tianguis de procedencia extraña. Hay noches que siento picazón, pero no le he comentado al respecto.
—Anoche fingí no haberlos visto para que tú y Arturo pudieran vestirse rápidamente, así que eso me hace una buena amiga —alarga las últimas palabras en un intento de chantaje y vaya que es buena —. Cuéntale a este bombón que te hizo cambiar de opinión y terminar enrollada con quien juraste no cruzar palabra.
Jugueteo con mis dedos en un intento de calmar mis nervios. Mentir es complicado con ella, tan solo basta una mirada para que se dé cuenta que algo no anda bien. Eso da miedo.
—Me sentí magnetizada con su presencia, ¿ya? Solo me estaba escondiendo de Daniel dentro del auto y en menos de un segundo ya quería tocarlo —me cubro el rostro con ambas palmas y gimoteo —. Fue un momento en que me desconecté de todo.
Me relamo los labios alejando las manos para mirarla. No me está juzgando.
Se encoge de hombros regalándome una dulce sonrisa. Sus mechones castaños están sujetados de un moño despeinado por arriba de su cabeza, tiene varias lagañas y su aliento huele a cerveza.
—Lo que me sorprendió es que no se estaban matando. Es una buena noticia y de alguna manera me alegra que no haya sido así. ¿Eso quiere decir que han ajustado cuentas del pasado? Porque no vale la pena enojarse.
—Muero de hambre.
—Pues sujeta tu flor, porque no hemos hecho las compras y lo único que hay para comer son frijoles charros —me palmea el hombro negando —es tu turno de ir al supermercado.
Abro la boca indignada.
—¿Disculpa? La semana pasada fue mi turno. Así que Sam, no te vas a salir con la tuya.
—El auto no sirve.
Se queja como niña pequeña.
Maldigo entre dientes al recordarlo. Anoche tuve que pedir una grúa para que lo trajeran al edificio. Al final Sam le pidió a Arturo y Gael un aventón. Fue incómodo al ir como copiloto, sentía la mirada del chico cada vez que se detenía en los semáforos y las ganas de hablar se habían esfumado, en cambio su mejor amigo y Sam estuvieron cantando «Noa- Noa» de Juan Gabriel.
—Pues pide taxi o Uber. Mientras voy a lavar el baño que apesta a vomito —entrecierro los ojos en su dirección.
—Yo no fui. Samantha borracha lo hizo.
Se escapa cruzando el umbral. No me queda remedio que abandonar la cama arrastrando los pies al baño. En quince minutos me pongo en marcha seleccionando la playlist de rancheras a un volumen medio antes de que los vecinos empiecen con sus quejas y me ocupo de lavar.
Tengo una obsesión por mantener la casa limpia, detesto el desorden y cuando no colocan las cosas donde deben de ir. Es algo que aprendí de mi abuela paterna cuando vivía con ella, todos sus hijos y nietos tenían siempre un trabajo asignado para colaborar en el hogar: unos se encargaban de las habitaciones, la cocina, criar a los animales y podar los alrededores del terreno. Era un rancho con extensas parcelas alejado de la capital de Monterrey, Nuevo León, por lo que movilizarse sigue siendo complicado.
Irme de ahí fue lo mejor para crecer académicamente y alejarme de mi padre y su nueva esposa.
Me limpio el sudor de la frente con el dorso de la mano. Hace demasiado calor y ni siquiera es mediodía. Cuando la música finaliza, escucho un par de golpes desde la sala.
Me retiro los guantes dejándolos en el lavabo antes de salir en dirección a la puerta. Pauso la música y sin más, asomo la cabeza en la orilla de la puerta,
Un hombre de piel blanca y bien vestido se le ilumina el rostro al verme mostrando una dentadura blanca y bien enfilada.
—Ryan —saludo.
Su ceño se frunce al escucharme decir su nombre.
—Jovencita, soy tu padre.
—Padrastro —recalco la palabra y sonrío dejando abrir la puerta por completo —. ¿Puedo saber qué hace aquí? ¿Alguna vez mi madre le importará venir a visitarme o está muy ocupada jugando mini golf?
Mi madre se divorció de mi padre bpara conseguir una vida estable cruzando la frontera hacia Estados Unidos sin llevarme, su excusa fue que correría peligro al cruzar el desierto al ser indocumentados, había prometido volver por mí para que ambas tuviéramos una vida estable, sin embargo, los planes tomaron un giro, se casó con Ryan Moseley, un comerciante americano con buena fortuna y se quedaron en Miami, Florida para hacer sus vidas.
Ella le habló sobre mí después de un tiempo y ahora viene a visitarme cada mes trayendo consigo un portafolio con una suma de dinero que me da malas vibras al aceptarlo.
Nuestra relación no es tan mala como creí, es una persona humilde a pesar de tenerlo todo y me trata como su hija. A veces pienso que el hombre está metido en negocios de drogas por su aire de misterio.
—Yo estoy bien gracias por preguntar hija mía. Sabes que aún Lurdes no puede salir del país hasta que los papeles estén firmados y cuente con pasaporte —me señala con el dedo y le echa un vistazo a la casa —. La casa está silenciosa, ¿dónde está tu amiga la que vomita brillitos?
Blanqueo los ojos. Mi padre le tiene miedo a Samantha por ser una persona demasiado confianzuda y que reparte amor y sonrisas sin que te conozca.
—Haciendo las compras de domingo.
Él asiente y sus orbes azules recaen de nuevo en mí.
Tiene ese aire del actor Ryan Gosling por las facciones de su rostro. Hasta su nombre le da el gatazo.
—Te he traído algo.
—Creo que soy lo suficiente mayor para seguir aceptando el dinero —suspiro hondo —. Sé que usted y mi madre lo hacen por una buena causa, pero no quiero seguir siendo una molestia con el tema.
—Te has dado una vida independiente, Ludmila, pero entiende que no es fácil serlo con todos los gastos más la universidad. Quiero seguir apoyándote.
No ha señalado a mi madre en esto. Es de esperarse. No le guardo rencor, la quiero, pero no como antes.
Ryan toma asiento en el sillón y asienta el portafolio negro en la mesita. Me obligo a cerrar la puerta y ofrecerle agua que acepta de manera gustosa.
—Además, después de lo sucedido con la beca... —.Detiene la oración a medias cuando me ve alzar ambas cejas —perdón.
Agito mi mano al aire sin tomarle importancia.
—Ya no importa detenerse en pensar sobre el pasado, me di cuenta que solo darle vueltas al asunto me hará sentir mal y tener actitud de perros, ahora me va mejor como nunca en este penúltimo año.
—Sabes que puedes venir a Miami, yo puedo hacer el papeleo —se ofrece con orgullo —. No es Dublín, pero al fin y al cabo podrás practicar tu inglés y obtener un trabajo como programadora... ¡en la empresa de Google!
Me rio de lo emocionado que está al hablar. Trabajar en esa empresa es como un sueño.
—Lo mantendré en cuenta como oferta laboral, gracias papá. Primero me concentraré en ser el mejor hacker.
—¿Qué? —.Abre los ojos más grande de lo normal.
—Es solo una broma o no —susurro lo último.
Estudio ingeniería de programación en diseños de software y redes.
¡Tiembla Anonymous!
Ryan duda unos segundos de mi respuesta y se centra en el portafolio. Siento un revoltijo al ver los dólares en seis filas. Con ese dinero basta para las compras de dos meses y la reparación del auto. No le comento sobre ese asunto o sacará su lado de padre angustiado.
Está tan loco que es capaz de comprar una camioneta por capricho de mi madre.
Ella también ha construido su imperio terminando sus estudios de abogada. Eso me hace feliz porque cumplió sus sueños a pesar de no haber estado ahí para aplaudirle y abrazarla.
Salgo de mi nube al escuchar el tono de su celular. Sin querer miro el nombre que sobresale de la pantalla y me congelo.
«Rodrigo».
Mi padre. Genial, mi mañana no puede ir mejor.
—Déjame hablar con él.
Niego y corto la llamada.
—Ya se cansará de insistir, Ryan. Hace mucho que cortamos los lazos, él nada más quiere dinero y lo sabes.
—Puedo ponerle un alto.
Claro que lo sé.
—Gracias, yo misma lo arreglaré, pero sí llego a necesitar de tu ayuda, no dudaré en llamarte.
—Cuando quieras.
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