5|Portarnos mal.

—Mis manos no solo son hábiles para la mecánica —le hago saber tras chasquear los dedos.

Parpadea un par de veces saliendo de su trance y enarco una ceja.

—¿Qué acabas de decir? —. Abre la boca con perplejidad.

Rehúye mi mirada con rapidez tomando una postura firme sin despegar los ojos del auto llena de preocupación.

—Olvídalo.

Me giro para darle la espalda centrándome en el motor.

—Como sea, ¿sabes cuál puede ser el fallo?

—Lo más probable es que tenga problemas de refrigeración. El anticongelante se ha infiltrado con el combustible, por eso el humo caliente, necesita una reparación inmediata
—. Me rasco la nuca abandonando el capote. La cara de Ludmila no es de felicidad y parece que le va a dar algún soponcio en medio del jardín repleto de botellas de cerveza —. Puedes intentar encender el motor de nuevo.

Ella asiente con la cabeza y prosigue en rodear el auto hasta subirse.

El motor ruge con violencia tambaleando el capote, de nuevo el humo blanco comienza a salir y le pido que lo apague. Enseguida un líquido espeso y caliente cae sobre mi ropa como un chorro.

Vaya suerte la mía.

—¿Qué pasó? —. Regresa a mi lado dándose cuenta del problema —, eso no se ve bien.

—Tu auto me ha vomitado.

—Buen auto —le da unas palmaditas como si fuera un perro y sonríe con gracia. —. Ya no hay nada que hacer, tendré que llevarlo con el mecánico mañana. Esto de ser independiente apesta.

—Es... complicado, no lo sé —me encojo de hombros y cierro el capote asegurándome que esté cerrado — .Cuando era pequeño, en cada cumpleaños deseaba crecer y convertirme en un adulto que alcanzaría todo lo que se propusiera, viajaría e incluso tendría una casa bonita. Todavía sigo viviendo con mis padres.

Ludmila esboza una sonrisa a medias, aunque no transmite todo lo que siente. Alza la cabeza hacia el cielo tomando una bocanada de aire antes de cerrarlos.

—Yo quería ser un Power Ranger. El rojo para ser precisa. Mis primos se burlaban porque era un chico el que lo protagonizaba en la serie.

—Después de todo el verdadero líder era una chica —comento recordando los episodios que pasaban en el canal 5 por las tardes —. Debieron quedar como payasos.

—No me hablaron por varias semanas.

Me asusta el hecho de que el interés que tengo por ella se desate ahora mismo.

Estamos conversando como dos civiles normales.

¡Es histórico!

Ludmila se sienta sobre su auto con la cabeza gacha jugueteando con su falda de mezclilla manteniendo las piernas cruzadas.

Estoy hecho un desastre, apesto a aceite para auto, sigo mojado hasta los calcetines y lo único que quiero es irme. Me encantaría hacerlo sin Gael, pero es mi mejor amigo y le prometí a la señora Ortiz que lo entregaría frente a su puerta como si fuera un paquete de FedEx.

—¿Te importa si te hago compañía? —.Carraspeo con los nervios atacándome el sistema —. Así esperamos a nuestros amigos.

Su mirada se encuentra con la mía al instante.

—Ya estás aquí.

Oh.

Me siento a su lado plasmando varias muecas con la mirada al frente y manteniendo distancia. El vecindario a nuestro alrededor está despejado como si ninguna alma viviera en las enormes casas a excepción en el terreno donde nos encontramos.

Es escandaloso y por fortuna el ambiente no se siente asfixiante.

Después del incidente ya nada fue igual.

Estaba furioso en cuanto salí de la oficina que no medí mis palabras y la cagué con ella.

Nos suspendieron dos semanas y después de eso los dos comenzamos a ignorarnos a toda costa. Asimismo, se nos ha prohibido participar en varias actividades en las futuras ferias.

De inmediato envié mis quejas al departamento de coordinación y recursos humanos donde amablemente me mandaron al demonio.

Al paso del tiempo la culpa se alojó en mi pecho a tal punto de sentir punzadas cada vez que la veía andar por los pasillos, estaba buscando la manera de disculparme sin que me mandara al hospital estéril. Me comporté como un imbécil.

—Estoy consciente que ni poniéndome de rodillas frente a ti podrás perdonarme la cagada que solté ese día —la miro abrir los ojos más grande de lo normal y suelto un quejido ante el doble sentido de mis palabras —. ¡No me refiero a que te haré cosas placenteras con mi boca!, a menos que... ¡Ah, espera eso tampoco suena bien!

Me separo del auto caminando de un lado a otro regañándome de manera mental. He comenzado a decir cosas sin sentido. Esto no es digno de mí.

—Pueda que me guste todo lo que hagas con esa boca —suelta con tranquilidad y me detengo para observarla repasando su rostro en busca de que solo una broma.

Siento que uno de mis ojos pasa por un tic.

—A lo que me refiero, Ludmila, es que me ha dolido llamarte «maldita estúpida», entre otras palabras feas —presiono la mandíbula —. Jamás le había faltado al respeto a nadie y cuando lo hice contigo me dolió, ¿sí? No tiene justificación por la situación en la que nos metimos y sé que no merezco tu perdón por más que quiera acercarme a ti, ¿hay algo que pueda hacer para remediarlo?

Me detengo a un metro de distancia cara a cara. Debo parecer desesperado por pedirle clemencia.

Ludmila me analiza el rostro. Quizás debe estar pensando que me fumé de la yerba más barata del mercado.

Abre y cierra la boca varias veces y doy un paso hacia adelante.

—Y-Yo igual actué como idiota —reconoce y se me escapa el aire de los pulmones —, y aunque aclaremos el asunto, nada podrá devolvernos la oportunidad de la beca. No me interesa lo que me gritaste ese día, me dio igual.

—No es verdad.

—Fue hace un año, no recuerdo mucho la verdad —. Se encoge de hombros restándole importancia, se aleja de nuestra cercanía rozando mi hombro —. Aunque verte arrodillado sería divertido.

—¿Para hacer exactamente qué? —. Giro sobre mis talones con duda.

—Pregúntale a tu imaginación.

Mi cerebro inteligente a veces se atrofia ante indirectas que puede que ni lo sean.

Ahora mismo está:

Procesando...

Un momento, por favor.

Bip, bip, bip.

De repente, Ludmila enrosca su mano en mi brazo arrastrándome hacia el interior de su auto donde mi sistema trabaja de manera acelerada.

Me da un empujón donde caigo en el asiento trasero de espaldas, Ludmila se acomoda encima aprisionándome con las piernas a los costados de mis caderas y cómo puede cierra la puerta de un portazo.

No quiero ser lento en la jugada haciéndola esperar. Me pongo en acción apartando la chamarra y la camisa que tomo del cuello.

No sé lo que hago, pero debo lucir genial ha...

—Arturo, ¿qué carajos haces?

Aparto varios mechones que se interponen en mi cara.

«¿Qué no vamos a portarnos mal?».

Alza una ceja con extrañeza ante lo que he hecho.

—Eeeh... es que ya no soporto estar con la ropa húmeda, hace frío —finjo escalofríos para no quedar como pendejo —. Y está manchada, vale, ¿qué estamos haciendo exactamente en esta posición?

—Ocultarnos de Daniel, claro. ¿Qué esperabas? Ese Neandertal está merodeando por aquí y no quiero seguir en la mira.

Siento una corriente recorrerme los huesos al notar sus manos sobre mi pecho, trago saliva con dificultad y los centímetros que nos separan son escasos que puedo sentir su respiración chocando contra mis labios. Prácticamente Ludmila está acostada para ocultarse.

Sin embargo, no puedo mantenerme quieto, quiero decir, mi sistema masculino reproductor está despertando provocando un dolor al sentir la entrepierna de la chica rozando la tela de mis pantalones de una manera que me gustaría no llevarlos encima.

—Te estás sonrojando —me dice en voz bajita.

—Es porque estoy entrando en calor. Tu auto es mágico —. Se me escapa una risa, nerviosa y jadeo al sentir como su trasero me presiona. Lo he soltado y se ha dado cuenta —. Es mejor que te bajes, ya sabes por el bien de mi estabilidad.

Ludmila se inclina a tal punto de que nuestras narices se rozan. Los latidos de mi corazón se disparan de inmediato.

—¿Y si no quiero, Arturo? —. Comenta como si quisiera seducirme —. Me estoy poniendo bastante cómoda.

Su mano se desliza de mis pectorales hasta mi vientre.

—Es que, es que esto... eh.

—¿No te gusta que esté encima tuyo?

—Yo... ¿cómo te explico?

Sus labios hacen contacto con el hueco de mi cuello y sus dientes dando mordiscos en varias direcciones. Presiono mis manos en su cintura con firmeza, las yemas de mis dedos sienten su piel fría.

—Lud... L-Ludmila.

Me está provocando y lo que sea que venga, me seguirá gustando. Me acaricia y hago lo mismo subiendo el dobladillo de su falda hasta tocarle el culo.

Da un respingo.

—Idiota —masculla cerca de mi oído de forma burlesca —. ¿Sabes lo que estás haciendo?

La verdad es que no.

Comienza a frotarse contra mi entrepierna, nuestras bocas solo se rozan y cuando quiero besarla, ella se aleja para seguirme torturando.

Sus dedos viajan hasta mi cinturón donde comienza a desabrocharlo seguido del botón.

Oh, por los dioses Aztecas.

Me lanza una mirada cargada de deseo al deslizar la tela entre mis piernas y me apresuro quedando en boxers.

—Es... justo como tiene que ser —sisea la chica de piel morena echándole un vistazo al bulto que sobresale en la tela que se levanta como casa de campaña.

Recargo los codos sobre el asiento. Esto parece surreal.

—Tu turno —comento sin que la voz me tiemble.

¡Esoooo! Estoy aprendiendo.

Me doy unas palmaditas invisibles.

—Encárgate de mí —se mordisquea los labios que muero de ganas de probarlos —. A menos que quieras que te enseñe, ¿eh?

Tengo que salir de aquí por más que me guste.

Hace calor...

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