Un Ángel para un Final (Última Parte)
Buenas noches. Les traigo el último capítulo de esta historia. Espero les guste.
Esto es:
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Un Ángel para un Final
Último Capítulo
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Corre, vamos, corre; sé que te duele, pero corre.
Nadie nos vio salir. Corre.
¿Dónde? No importa, solo sígueme. Sígueme. Toma mi mano, no te vayas a soltar.
No te sueltes nunca, niño. Nos vamos a esconder. Agárrame fuerte.
Sé que te duele, me duele a mí también, pero no hay tiempo.
Corre, tenemos que huir.
No me sueltes nunca. No me sueltes nunca...
...no me sueltes nunca.
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La tenue luz de una lámpara de mano se proyectó hasta el fondo de aquel sucio rincón, descubriendo sus secretos.
Telarañas, trozos de madera desecha por el comején, mucho polvo acumulado, y dos niños abrazados, pegados a la esquina, como queriendo desaparecer en ella.
La mujer hizo una seña para algunas personas que se encontraban fuera de la choza. No quiso hacer ruido pues asumía en todo su optimismo que aquellos chicos estaban bien. Sin contar además que, si estaban bien, no quería la desagradable escena que resulta de atrapar niños con el uso de la fuerza.
Desgraciadamente no era fácil acceder hasta donde estaban y, a la hora de separar los troncos, Lazuli despertó.
Inmediatamente se puso de pie, sacó su navaja y se plantó frente a ellos como una verdadera fierecilla.
-¡No lo toquen!- Gritó mientras amagaba con la navaja a cualquiera que se acercara.
Su rostro era de furia y mostraba sus colmillos de forma amenazadora. Aquellas personas se miraban entre ellos sin saber exactamente qué hacer. Luego vieron que la niña se llevaba una mano a la cabeza y trastabilló. Se le cayó la navaja de la mano y se fue de bruces.
Tres días sin comer si los había vivido antes, pero el conjunto de cansancio, hambre y lesiones, era demasiado aun para su resistente cuerpo.
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Steven vestía un pequeño traje blanco, resaltado con una corbata color aguamarina y zapatos de charol.
Sentado en banca, sobre una colina de césped verde resplandeciente, alcanzaba a ver al horizonte un campo de flores, bajo un inmenso cielo azul.
Junto a él, sentada con la pierna cruzada, una adolescente que lucía un vestido amplio con entramados color madreperla y blanco, le acompañaba. Se alcanzaba ver que llevaba medias blancas y unos zapatitos negros con un reluciente broche dorado. Llevaba, además, un sombrero ancho que acentuaba su rostro ovalado, sus gruesas pestañas largas y su fina nariz.
El viento sopló con suavidad y al sonido de los árboles le acompaño un aroma a dulce, a menta, a jabón y delicias. Steven tomó la mano de aquella hermosa chica quien lo recibió entrelazando los dedos.
-Somos lo que nosotros queremos, Lapis.- Dijo el chico volteándola a ver.
-Si. Y hacemos lo que queremos, siempre. - Respondió.
Un viento súbito movió el campo de flores que a lo lejos se veía como una ola eterna. Nubes que andaban en silencio en el cielo, y un chico que no dejaba de ver a aquella niña.
-¿De verdad me quieres?- Preguntó Steven. Ella sonrió pícaramente y le agarró la nariz con los dedos.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!-
-Tonto.- Le dijo. – Para luego acercarse a besarlo torpemente.-
El sombrero de Lazuli fue raptado por el viento y el chico aprovecho para tomar la cabeza de aquella que, a su parecer, era la niña más linda del mundo.
Qué descubrimiento aquel, tan impactante como explosivo, el develar en un beso cada paso, cada emoción. Llegaron levemente a degustarse un poco más. Al separarse tenían tal calor en el rostro que no sabían dónde meterse.
Lapis tomó del cuello a Steven haciendo un candado.
El chico y ella habían perdido la noción del tiempo jugando a describirse un mundo, aún resguardados en aquella esquina de madera de la vieja choza.
Jugaban a describir como querían vestir, que querían comer, a que les gustaría jugar.
Ella le había dicho que le gustaban los carritos que corrían bien, como el que él tenía en su cuarto. Él le dijo que se lo regalaba, que todo era suyo. Luego comentó que lo que él deseaba, con todo, un juguete armable para recrear una ciudad. A Lapis eso le pareció más trabajo que juego y le refutó.
-Pues tu juegas con el carrito mientras yo armo la ciudad.- Le había dicho Steven.
Luego hablaron de comida y otras cosas como camas elegantes, sábanas y gente buena junto a un campo de flores. Descubrieron que era una gran forma de pasar el tiempo y sentirse satisfechos con casi nada, solo con ellos mismos.
Hasta que Steven le preguntó si lo quería. Y ella le había dado un beso.
Ahora lo tenía preso en un candado al no saber lidiar con la pena.
-Así que ahora andas de atrevido.- El chico no hacía mucho por liberarse. Aún se encontraba en el regazo de Lapis, no tenía intención de salir de allí.
-Tú fuiste. - Acusó él.
Ella apretó el agarre y él, tomando una gran ofensiva, mordió suavemente el antebrazo de Lazuli, dejando allí sus dientes.
-¿Ese es tu gran ataque?-
-Shi.- Dijo gangosamente, para luego soltarla y volverse a acomodar.
-Además que bueno que me soltaste, ¿sabes lo sucia que esta esta sudadera?-
El chico no dijo nada. Solo la volteó a ver, se incorporó un poco y con lentitud se acercó a ella, para darle un beso en la mejilla.
Lazuli contuvo la respiración y sintió una extraña vergüenza; quiso volverlo a ahorcar.
-¿Sabes?- le dijo- siente extraño que no me tengas miedo.-
-Ya no le tengo miedo a nada.- Respondió él.
Pero se equivocaba, aun le quedaba un miedo. Un terror.
*****
¿Dice que la paciente de la cama cuatro es su hija?
-Si, se escapó de casa hace como una semana. Viera como la he buscado.-
La mujer miró de arriba abajo a aquel sujeto. Se notaba que había hecho un infructífero esfuerzo por arreglarse. Un pantalón café diluido, una camisa que ya no pasaba por blanca.
El problema era la insistente peste de alcohol viejo.
-¿A qué se dedica?-
-Soy el vigilante de la bomba de agua de uno de los cárcamos de la ciudad. La que está del lado el basurero.-
-¿Cómo se enteró de que su hija estaba aquí?-
-Por el periódico, señorita. Estuvo buscando a mi Lazuli por varios días.
-¿Qué le pasó en la mano?
-¿Para qué quiere saber eso?
-Es protocolo. Dígame, ¿Qué le pasó en la mano?-
-Me corté en el trabajo, ¿bien?.-
La mujer lo miró con sospecha. - Si, bien, ok, ¿tiene forma de comprobar que la niña es su hija?-
El hombre sacó un papel bastante maltratado de una especie de morral. Lo acercó a la secretaria.
-Es el acta de nacimiento.- Dijo el hombre.
Aquella chica revisó el papel con bastantes dudas. Hizo un par de muecas antes de responder.
-Pues sí, aquí viene su nombre y coincide con su identificación, pero definitivamente no puedo dejar que vea a la niña hasta que lo autorice un trabajador social.
-¡Pero es mi hija, carajo!-
-Primero, no grite; y dos, si es o no su hija lo determinará el trabajador social. Se calma y tome asiento, no va a tardar en llegar.-
En efecto, ese día llegarían algunas personas a determinar la situación de Steven.
Una vez que fue localizado, Vidalia fue avisada casi de inmediato. Ella había firmado sin leer todos los documentos que le pusieron enfrente haciendo énfasis en que quería terminar lo más pronto posible.
No le importaba ya la pensión y había dejado de ir a su trabajo. Quería que la dejaran en paz con su dolor, sus pinturas y sus recuerdos.
Vidalia fue encontrada muerta casi un mes después, en su casa. Víctima de una congestión alcohólica.
*****
Steven fue abriendo los ojos.
Al moverse por aquella cama fue consciente de que su cuerpo le dolía. Respiró con dificultad. Algo le molestaba en el brazo.
Cuando por fin despertó del todo, supo de inmediato que era un cuarto de hospital, al cual no recordaba cómo había llegado.
-Lazuli.- Pensó de pronto y al no verla, hizo a bajarse de la cama.
-¡Hey! A donde crees que vas, jovencito.-Dijo una persona que, curiosamente, no había notado.
Era una mujer joven con el cabello rubio, tomado en una cola. Vestía una blusa blanca y pantalón de mezclilla.
-¿Usted quién es?- pregunto Steven asustado.
-Tranquilo, chico. Mi nombre es Teresa, Teresa Ríos. Soy trabajadora social.
Steven veía la salida y luego a aquella delgada mujer.
-¿Cómo te sientes?- Dijo ella.
-¿Dónde está?- Devolvió la pregunta.
-¿Quien?
-La niña, la niña que estaba conmigo. Lázuli.-
-Ella está bien, Steven, está siendo atendida en otra habitación.-
-Quiero verla.-
-Te prometo que te llevará una enfermera en su momento, pero primero tienes que decirme algunas cosas. ¿Está bien?.- La voz condescendiente de aquella mujer, no le agradaba.
-Dime, Steven.- Aquella extraña se acomodó en la silla, sacó una libreta y un bolígrafo de un extraño maletín.- ¿Por qué escapaste de casa de Vidalia?-
Steven se quedó sin habla.
Sabía lo que había hecho, pero con el paso de los días junto a Lazuli y la modorra de haber dormido, simplemente lo había dejado como un mal sueño. Ahora, con esa pregunta, era algo muy real justo allí, al lado de su cama. El susto se le subió y fue tan grande que, al pensar que se lo iban a llevar a la cárcel, comenzó visiblemente, a temblar.
-¿Ella te golpeaba?- Preguntó la mujer al verlo afectado.
-S-si...-Titubeó.
Todo estaba perdido, iría a la correccional de menores (si es que no lo juzgaban como adulto). Era un asesino. Su corazón se aceleró.
-No quiero...- Murmuró. -No quiero ir...- Apretó la boca en clara señal de que estaba a punto de llorar.
-¿A dónde no quieres ir?- Insistió la trabajadora social.
-A...a...a la car...-
De pronto, ruidos de frascos rompiéndose sonaron en el pasillo. Un alboroto se había disparado.
Gritos de hombres y mujeres se mezclaban en lo que parecía una batalla.
-¡Agárrenla!- Gritó alguien.
-¡¡Steven!!- Se escuchó por el pasillo.
-¡¡Lapis!! ¡¡Acá estoy!!- Respondió el chico sobresaltado. Y como una ráfaga, una chica en una bata de hospital entró por la puerta con tres enfermeros detrás.
Se puso al lado de la cama y se defendía blandiendo una jeringa que había robado de alguna parte.
Cabe mencionar que estaba atacada de pánico, como un gato acorralado mirando por donde brincar.
-¡Tenemos que salir de aquí, Steven! ¡Esta gente me desnudó y me bañó mientras dormía! ¡Creo que me quieren violar!- Dijo aterrada sin bajar la jeringa.
En el cuarto estaban la trabajadora social, tres enfermeros y una doctora.
-Lapis.- Dijo el chico con calma.- No vamos a poder salir de aquí.- Ella le miró con preocupación y su rostro le traicionó haciendo una mueca. Se soltaría a llorar.
-Cálmate, niña.- Dijo la doctora a lo que Lapis respondió apuntándole con su arma.
-Lapis, ellos no te quieren hacer daño. Es usual que en los hospitales te quiten la ropa y te dejen solo en bata. Mira, yo también así estoy.-
La chica prestó atención a la ropa de su amigo y, en efecto, notó que vestía igual que ella.
-¿Y por qué hacen eso?-
-Porque si necesitan ponernos alguna inyección o algo urgente, no estén batallando con la ropa. Es para ganar tiempo.- Le contestó.
A Lapis no le convencía la respuesta, pero no tenía de otra. Al ver que no podrían salir se metió a la cama con el chico sin bajar nunca la jeringa y se acomodó con él justo como estaban en la esquina de la choza.
Ahora tenían a dos chicos en la misma cama, en donde ella abrazaba al niño que tenía en su regazo.
-Lapis.- Dijo la doctora. -Si dejas esa jeringa, te prometo que nadie hará por irte a agarrar.-
-¡No le creo!- Respondió.
Sin embargo, Steven le dijo con suavidad.- Es mejor que lo hagas, Lapis.- Y la niña escuchó en su voz un dejo de tristeza.
Lapis frunció los labios de coraje. Luego soltó la jeringa.
*****
En el cuarto se quedaron solo la trabajadora social y la doctora.
Ambos chicos habían llegado con un cuadro de deshidratación grave, inanición y un maltrato físico impresionante.
Los golpes añejos en la niña daban la impresión de que había sido sometida a algún tipo de tortura medieval, dejando de lado las heridas que presentaba recientes. Sus ojos amarillentos, su cuerpo extremadamente sucio. La doctora estaba realmente impresionada del estado en que la habían recibido.
El niño presentaba hematomas y heridas de piel, pero resaltaban marcas bien conocidas tanto por la doctora como por la trabajadora social. Las marcas del cigarro.
Con la pura obviedad de su apego dejaban claro una codependencia en donde ellos mismos se habían ayudado a sobrevivir. No tenían ninguna duda de ello.
-¿Cómo fue que terminaron escondidos en esa vieja choza en medio de la nada?- Preguntó Teresa.
Lapis sintió a Steven temblar. Aún estaban en la cama, ella sentada, apoyada en el respaldo; teniendo al chico abrazado.
-Mi papá me atacó. -Dijo Lapis.- Me vio jugando con Steven y me iba a pegar. El me pega muy duro ¿saben?-
-¿Él te hizo las marcas que tienes en la espalda?
-Sí, me pega con su cinturón cuando no le consigo sus cigarros.-
-¿Con un cinturón te hizo esas marcas?- Preguntó la doctora sorprendida.
-Si. -
Ambas mujeres pasaron saliva. Nadie preguntaría si eran seguidos los castigos; las cicatrices en la espalda hablaban por sí solas.
-Ya veo. Supongo que no deseas volver con él.-
-¡Claro que no!, Le lastimé la mano con una navaja escapando de él. Seguro que si regreso a casa me va a matar y tirar al rio. -
La doctora pudo ver como el rostro de la niña presentaba cuadros de pánico intermitente tan solo de recordar. Eso en sí era un síntoma y una prueba.
-Le lastimaste la mano, Lapis.- Preguntó Teresa.
-Si, la parte de arriba, si no lo hago me ahorca.-
La doctora había confirmado antes que la niña tenía marcas de dedos en el cuello, cuando la había revisado estando inconsciente.
-Steven, ahora dime tú, ¿por qué escapaste de casa?-
-Yo...-
Lapis lo abrazo más fuerte.
-No me interesaba regresar allí. Vidalia me amenazaba con tirarme con los vagabundos, decía que...que gustan de niños como yo.-
La trabajadora social anotaba todo, tanto de ella como de él.
-Luego...pasó lo de Lazuli con su padre y nos escondimos. Yo no quería volver.-
La doctora notó que al chico le costaba más trabajo que a la niña hablar. Así que preguntó directamente.
-¿Te lastimaban con colillas de cigarro?-
-Si.-
-¿Vidalia?-
-No...- Steven tenía la respiración ahogada. Lapis temía que confesara, así que se despegó un poco de él y lo miró a los ojos.
-Steven.- Le dijo.- Se valiente, ya me lo habías dicho a mí. Fue ese tipo que te apagaba los cigarros.-
-Sí, fue él... fue Sour...- Dijo por fin y agachó la mirada.
-¿Sabes lo que le pasó a So...?- Teresa no acabó la frase.
-Creo que no es necesario mencionarles a los chicos eso, Licenciada. Se nota que no la han pasado bien.-
-Si, perdone, doc. No sé en qué estaba pensado.-
En algún momento, en la parte de la sala de espera. Dos personas hablaron con un hombre antes de echarlo del hospital. Le dijeron que no vería más a su hija y que se preparara para una demanda. El abuso infantil se castiga de oficio y que, para monstruos como él, no hay piedad.
*****
Fueron colocados en un solo cuarto de manera preventiva.
A través de la plática, tanto la doctora cómo la trabajadora social, se dieron cuenta que separarlos, por ahora, daría más problemas que resultados.
La doctora lo autorizó alegando codependencia ante los colegas, acentuando el hecho de que necesitaban del otro para superar ciertos traumas.
Por supuesto que les dejó en claro que no podían estar en la misma cama y que les estarían supervisando constantemente.
Steven convenció a Lapis que era lo mejor y, como siempre, ella aceptó a regañadientes.
Así que esa noche, después de la revisión de rutina y apenas habiendo apagado las luces. Lapis salió de su cama y se metió en la de Steven.
-Lapis, les prometimos que íbamos a obedecer.
-Lo prometiste tú, no yo.
-¿Quieres que nos separen? ¿Qué te pongan en otro cuarto?
-Si hacen eso, nada me cuesta venirme caminando aquí.
-Lapis, no seas necia.-
Para esto, ya la chica se había acomodado. Se acercó a Steven y lo abrazó con algo de tosquedad. Ninguno de los dos reparó en que solo tenían la bata de hospital.
Al sentir el dulce calor de Lapis, Steven dejó de insistir. Había comenzado a escuchar su corazón cuando ella lo pegó a su pecho. Golpeaba con una fuerza increíble. Todo en ella era intenso.
No como él, que se pensaba débil.
Parte de la preocupación de ambos se había esfumado en el momento en que no se había dicho ni una palabra de la muerte de Sourcream. Al parecer, nadie sospechaba en lo más mínimo de ellos.
-Esto es...como un sueño. Hoy almorcé y cené muy rico. Como nunca en mi vida. Y estoy contigo... y... además estoy limpia...- Al decir eso último, Lazuli se quebró y comenzó a llorar.
-Estoy limpia. Se siente raro abrazarte y no sentir algo por apestar todo. Siempre apesto todo.-
El chico se le colgó del cuello y se pegó a ella.
-Para mí siempre has olido bien y siempre lo harás. Siempre.-
Ella aun lloraba cuando dijo. -Es que se siente raro. Hasta mi piel cambio de color. Escuché a una enfermera decir que nunca habían visto una piel y un cabello tan sucio. Y... y una enfermera me dijo que me veía muy linda ahora que estaba bañada.-
Muy Linda
Apretó un poco el estómago al recordar cómo la gente le rehuía en los mercados.
"Ya llévatelo, llévatelo, pero lárgate mocoso, estás apestando mi restaurante..."
-La gente es maldita.- Susurró.
-Las personas que te bañaron, te dejaron oliendo a shampoo.- Le dijo Steven.
-No me quiero ir nunca de este hospital.- Dijo ella. - Quiero vivir aquí y comer esa cosa dulce y amarilla que me dieron. Quiero comer eso toda la vida.-
-¿Te gustó el flan? Lo volveremos a comer, ya verás. Pero, no podremos estar aquí para siempre, ya escuchaste a la señorita Teresa.
Vamos a ir a un orfanato.-
Lapis se quedó en silencio un momento, luego dijo,
-Yo... no confío en ellos. Seguro nos van a separar. Mejor escapemos, niño.-
Steven la vio con tristeza. -Lapis, tu eres muy fuerte, y ni tú pudiste con Sour. Afuera hay muchos como él. Sus amigos saben que estábamos con él y es seguro que sabe que fui yo quien...-
Hubo otro silencio. Esta vez más extenso que el anterior.
-Si tan solo -dijo Lapis- pudiéramos quedarnos aquí para siempre.-
-Eso es imposible. Pero ya vez que nos dijeron que en el orfanato por lo menos habría comida y techo.-
-Tengo miedo que nos separen.-
-Yo también, Lapis. Pero nos prometieron que iríamos juntos. Y que allí seguiríamos viéndonos. -
-¿Y si nos mienten? ¿Y si son como todos?
-Entonces, si también son gente maldita, nos escapamos y prometemos buscarnos hasta encontrarnos.- Dijo el niño con esa ilusión que solo la inocencia cede.
Lapis lo pensó. -Es buena idea. Va que va. Si nos mandan a lugares diferentes, nos escapamos y nos vemos en la choza del basurero. Que te parece.-
-Me parece genial, Lapis.-
-Si no vienes, te arranco la oreja de una mordida.
-Estaré allí, si tú estás.-
Y se abrazaron aún más sintiendo el calor de sus cuerpos a través de las azules batas de hospital.
Ella le dio un beso y el la abrazó del cuello y la presionó con fuerza.
-Verdad... ¿que no es un sueño?- susurró Lapis semidormida.
-No lo es, estoy seguro...que no lo es...- Y se fueron quedando dormidos en un mar de calma que no habían sentido nunca.
Su deseo, el deseo de ambos, era meterse en el alma del otro, y vivir siendo uno, latiendo como un solo corazón, por la eternidad.
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Con esto doy por finalizada esta historia. Es muy probable que tenga un epílogo. Agradezco a todos los que aun siguen. Son bellos todos.
Cabe mencionar que esta historia nace de un recuerdo real de unas niñas que conocí siendo pequeño. Me retiraron de jugar con ellas por sucias, por ser "quien sabe de donde".
Maldigo eso. Una noche, una de ellas fue atropellada y vi como un hombre la llevaba en brazos con su cabeza ensangrentada. Esa imagen esta plasmada en mi mente para toda la vida. He jurado haberla visto en distintos momentos de mi vida, como que creció junto conmigo.
Saludos a todos y tengan una bonita noche y bello fin de semana.
Gendou Uribe
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