Rosita.
Tenía unas pecas hermosas. Recuerdo que cuando éramos compañeras en el antiguo liceo pasaba horas viendo su rostro con envidia.
¡Yo tambien quería unas!
Pero no lucirían tan lindas como en Rosita se veían.
Jamás había entablado una charla con ella, ni siquiera aquella vez que tuvimos que hacer un trabajo sobre la mitosis para biología. En especial porque Rosita era una niña muy tímida; y porque yo no entendía el lenguaje de sordomudos.
¡Tuvimos que ponernos de acuerdo a través de papelitos! Fue muy divertido, aunque mi mano ardía de cansancio luego de unos minutos.
Rosita me caía bien. Ella no preguntaba cosas como el resto del mundo. Ni tampoco me recriminaba por sentarme sola en los recreos a hablar con Lenny. Supongo que esa era su mejor cualidad: hacerse la desentendida.
Aún así, fue Rosita quien le dijo a la inspectora Margarita que yo estaba llorando en el baño. No pude detenerla, porque no tenía como pedirle que no contara nada en ese momento.
Fue gracias a Rosita que tuve que ir con Paula.
Jódete, Rosita.
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