XXI

Si Aina tuviera una moneda cada vez que le dijeron que era importante para un proyecto por el cual tendría que separarse de Theo indefinidamente, tendría dos monedas. Lo cual no era mucho, pero era curioso que le pasara dos veces.

La primera vez fue cuando sus padres llegaron a casa un día y le ordenaron empacar sus cosas, pues el DNR la había seleccionado como recluta. En esa ocasión no le habían dejado decidir, a las justas le habían brindado los detalles, pero ahora… Ahora no solo se trataba de un proyecto, sino de algo que involucraba a más de un mundo y un aparente dios que podría o no destruirlo todo.

Por supuesto que Aina no quería hacerlo. Ninguno de ellos sabía lo que era no sentirse como uno mismo. Que tomaran su cuerpo sin su consentimiento ni conocimiento. Que sus sueños, sentimientos y pensamientos no fueran suyos. ¿Qué pasaría si Yggdrasil después no la dejaba ir? ¿Si la tildaba de innecesaria luego? ¿O si no era tan todopoderoso como lo pensaban? ¿Y si, como decía Theo, su cuerpo no lo soportaba?

Aina se llevó una mano a la cara. Morir no era lo que le asustaba.

—¡Tch! ¡No los entiendo! —Theo pateó el árbol más cercano. Ella jamás lo había visto tan iracundo ni tan dispuesto a pelearse con alguien.

—Se le zafó un tornillo —Tukaimon mencionó, volando a su lado.

Aina frunció el ceño.

—No hables así —regañó suavemente, antes de ser interrumpida por Dorumon, que entre ella y Tukaimon movía la cola de un lado al otro.

—¡Es porque se están metiendo con su persona importante! —exclamó, tan claro como el agua. Probablemente quería ir al lado de Theo, pero también entendía que necesitaba un tiempo para calmarse.

Aina sintió que debía sentirse feliz por oír eso. Se refería a ella, después de todo. La estaba escogiendo en lugar del mundo. ¿Qué otra cosa más podría querer?

Pero en lugar de sentirse feliz, se obligó a tragar el nudo que se le estaba formando en la garganta. En lugar de sonreír, en lugar de reír con todos, una vez más se veía desesperado. Solo. Con ella.

Apretó los labios y empuñó una mano junto a su pecho mientras lo veía caminar, primero de un lado al otro, solo hasta caer sentado, rendido, derrotado. Con las manos en la cabeza como si el cielo fuera a caer en los siguientes minutos.

Así que es por mí, ella pensó y sacó su digivice del bolsillo de su falda. Podía sentirla, aquella conexión que era como una fuerza invisible que empezaba a jalar de ella cada vez más fuerte, pero el digivice no brilló ni se activó. Todavía no. No era momento, pero pronto lo sería. Simplemente lo sabía.

Entonces dio el primer paso para acercarse. Luego otro, y otro hasta llegar a su lado y sentarse con él.

El silencio los rodeó, y Aina tomó una decisión.

—¡Lo sabía, es un imbécil! —T exclamó, caminando a pasos agigantados, con las manos en puños, de un lado al otro una y otra vez.

Si Nesta hubiera visto un león enojado y enjaulado antes, probablemente lo habría comparado con uno. Ella apoyó sus brazos sobre sus rodillas y su rostro en sus manos mientras pensaba en cómo dirigirse a su amigo sin salir regañada en el proceso. Vorvomon y Bakumon también observaban. El primero habiéndose cansado de seguir el mismo patrón unos minutos atrás.

—¿Es que acaso es un niño? ¡Hablamos del mundo, si…!

—T —Nesta lo llamó una vez —. T —y luego otra —. T —y otra y otra vez hasta hartarse, pues no dejaba de parlotear y quejarse sobre Theo —. ¡T, CÁLLATE!

T se detuvo en seco y giró hacia ella con el ceño fruncido, pero no porque estuviera redirigiendo su enojo, sino porque lo había espantado.

—¿Qué quieres? —contestó frustrado por la interrupción.

—Que te detengas un momento de quejarte y me escuches —replicó ella, levantándose de donde estaba sentada. Sacudió su ropa un poco y avanzó hacia él.

Por un momento se puso en guardia, tensando los hombros y frunciendo los ojos en sospecha. Pero en lugar de eso, T se sorprendió cuando colocó sus manos en sus brazos y lo obligó a quedarse ahí. A pesar de que su agarre era fuerte, no fue tosca, lo cual se le hizo absolutamente raro.

Ella respiró profundamente y lo miró a los ojos. T casi rió sin gracia al recordar el día del ataque de los Troopmon.

—¿Me vas a decir que no tengo que ser tan duro con ellos?

Nesta, sorpresivamente, asintió.

—Fuiste muy insensible.

Y T alzó ambas cejas.

—¿Insensible? —repitió, incrédulo y hasta casi indignado. Aquel que estaba por cambiar el mundo, no, dos mundos por solo una persona era Theo, ¿y él era el insensible?

Ella esta vez no asintió ni negó con la cabeza, solo arrugó las cejas como si estuviera ponderando si estaba bien continuar o no, antes de hacerlo:

—¿Y si fueras tú? —preguntó y sus dedos apretaron sus brazos muy ligeramente, sin desviar la mirada —. ¿Cómo te sentirías si de pronto te pidieran sacrificar a tu persona clave?

T abrió la boca para contestar, pensando que estaba seguro de su respuesta, solo para después cerrarla y verse incapaz de mantenerle la mirada. Como un destello, recordó a su madre y luego a su padre, y el fuego, y los disparos y los gritos.

Vorvomon se sentó a su lado.

—... A mí no me lo pidieron —fue todo lo que pudo decir —. Creí que de todos, tú y Ren podrían entenderlo.

—T… —Vorvomon frotó su cabeza contra su pantorrilla como consuelo.

Nesta sonrió amargamente y lo soltó solo para acariciar la cabeza de Bakumon, que flotaba a su lado. Entendía a lo que se refería. Tanto ella como Ren también harían todo lo posible con tal de que sus compañeros no fueran lastimados, pero las cosas no eran tan sencillas.

Pensó en sus hermanitos y entendió que, como él había dicho antes, no se trataba de suerte.

—¿Y si alguien te lo exigiera? —quiso saber —. ¿Podrías hacerlo? ¿Sacrificar a tu persona importante por el resto del mundo?

T apretó las manos en puños. Sabía la respuesta.

Myah terminó de juntar algunas telas que los nómadas habían utilizado el día anterior. Según lo que había oído, probablemente no se quedarían mucho más tiempo junto a los Candlemon, por lo que ahora estaban recogiendo algunas de sus pertenencias así como escondiendo otras para cuando volvieran a pasar por ahí.

Ella miró hacia donde habían ido T y Nesta, luego hacia donde fueron Theo y Aina, y no pudo evitar soltar un largo suspiro.

—Myah —y entonces saltó cuando Ren la llamó, dejando caer una cesta a su lado —. Pon eso aquí.

—¿Eh? —miró las telas en sus manos y agitó la cabeza —. Oh, sí…

No terminaba de acomodarlas dentro cuando Ren preguntó:

—¿Estás preocupada?

Myah casi se rió.

—Bueno, es obvio, ¿no? —preguntó como respuesta y se enderezó antes de encogerse de hombros —. Por fin tenemos una idea de lo que tenemos que hacer, pero no es lo que esperaba.

Lopmon apareció con otras cuantas cositas para meter en la cesta y luego volvió a correr a otro lado. Myah hubiera sonreído de no ser por lo que escuchó a continuación.

—¿No querías llegar hasta el fondo del misterio?

Frunció el ceño. Lo dijo con tanta naturalidad que cualquiera pensaría que no conocía de consecuencias.

Se sintió levemente ofendida.

—Sí, pero no a costa de una amiga.

—Amiga, huh… —Ren la miró dos segundos y luego exhaló, como si estuviera recordando algo, lo cual fue su batalla contra Callismon y el rostro de Aina lleno de preocupación por él —. ¿No crees que puedas intentar hablar con ella? Para saber qué piensa hacer.

Si antes había estado frunciendo el ceño, ahora estaba ampliando los ojos. ¿Para saber qué piensa? ¿O para convencerla de que lo haga? Ren podía ser ilegible la mayor parte del tiempo, pero Myah no era tonta.

Exhaló solo para no exaltarse y se llevó una mano a la cara.

—Ustedes realmente… —negó con la cabeza. Ren la miró genuinamente confundido —. Sí quiero llegar al fondo del misterio y quiero ayudar a tantos como sea posible, sobre todo pienso que nuestros compañeros no tienen por qué pagar las ambiciones de otros, pero no me parece justo —lo miró directamente —. Están tan acostumbrados a hacer lo que quieren, pero ninguno se pone en su lugar. ¡Ni siquiera pensaron en asegurarle que haríamos todo lo posible para evitar que lo peor pase!

Ren pareció querer decir algo, pero terminó presionando los labios y llevándose una mano a la nuca. La imagen de Theo, sentado en el pórtico junto a Dorumon, con una expresión tan perdida aun después de derrotar a Callismon, pasó por su mente.

Perdón por no hacer más...

—Supongo que tienes razón —accedió más rápido de lo que Myah pensó que haría, y no la culpaba en lo absoluto por sorprenderse cuando había estado tan lista para defender su argumento.

En ese momento, todos podrían hacer más.

Dorumon había apoyado el cuerpo contra el suyo e incluso Tukaimon se había cansado de volar, pero aun así Theo no tenía el valor para levantar la cabeza y enfrentar lo que Aina quería hacer. Estaba avergonzado y aterrado. Avergonzado por estar aterrado, y aterrado por todo lo que podía pasar, por más de que sabía cuál era la respuesta correcta.

Aina también lo sabía, después de todo. Por eso lo había seguido, por eso no le había dicho nada sobre lo que le estaba pasando. T tenía razón, era algo para lo que él no estaba preparado, era él quien no quería perderla. Fue suficiente con el DNR aquella vez, ¿y ahora solo podía quedarse ahí, viendo cómo Yggdrasil y quien sea la utilizaban para sus propósitos? Se aferró a sus rodillas. Nada había cambiado. Otra vez ella era la especial, aquella que lo dejaba atrás, y él era el mismo chico desesperado, resignado por su propia impotencia, que no podía proteger a su persona importante.

Ni siquiera podía burlarse de sí mismo. No era la primera vez que se sentía así. Cada vez que la veía en los pasillos de la escuela, cuando hacían deporte, cuando hablaba con algún profesor. Nunca habían estado en el mismo salón, pero para él, Aina siempre resaltaba de entre todos.

—Lo siento —terminó diciendo, aunque aún sin mirarla —. No pretendía hablar o decidir por ti.

Aina no tuvo tiempo de decir nada, porque de pronto escucharon gritos y caos. Aire filoso empezó a cortar pedazos de árboles, aunque rebotaban en el templo de piedra como si tuviera alguna clase de barrera.

Cuando alzaron la mirada, ni siquiera tuvieron que ver sus digivices para saber que se trataba de un digimon artificial. Tenía una máscara con cuernos curvados como los de una cabra, alas negras como las de un murciélago y un cuerpo relativamente humanoide. La diferencia con los otros digimon artificiales que tenía, sin embargo, era que claramente algo estaba mal con este. Había aparecido volando, con un movimiento errático, no hablaba, lanzaba gritos y de sus extremidades se escurrían los 1s y 0s como si no hubieran tenido tiempo de materializar su cuerpo completamente.

Jazarichmon apareció rápidamente de un lado y lo embistió con su ataque en espiral. Casi seguidamente, Lavogaritamon apareció para quemarlo. No obstante, como los Troopmon, parecía que el dolor no era algo que sintiera. El digimon alzó vuelo y empezó a mover sus brazos en círculos, de los cuales una energía oscura se produjo, la cual los siguió de cerca como un misil térmico cuando ambos trataron de esquivarla, hasta que los golpeó, enviándolos al suelo con un fuerte estruendo.

Aina tragó saliva y se levantó cuando vio los colmillos de Mammothmon intentar darle al enemigo, aunque éste los sacó de curso rápidamente.

—No quiero… verte así —le dijo y le extendió una mano mientras que la otra ya tenía preparado su digivice. Tukaimon se había adelantado unos metros. Theo se vio forzado a aceptar su ayuda para también levantarse —. Por mi culpa, te pierdes.

—No es tu culpa —Theo se apresuró en decir.

Eran Elegidos. Algo del destino mismo.

Aina sonrió suavemente y él se dio cuenta que había perdido la oportunidad de negar lo que realmente estaba implicando.

Apretó las manos en puños. El digimon artificial lanzó un horrible grito que paralizó a Antylamon como si le hubieran electrocutado. Con sus patas volvió a lanzar ese ataque oscuro y no se preocupó por perder una en el proceso cuando aprovechó para volver a golpear a Jazarichmon.

—No necesito que me protejas como agradecimiento, Theo —ella continuó, mirándolo a los ojos —. Siempre que quieras, voy a estar a tu lado. En cambio, no importa lo que pase, ni en qué me convierta por Yggdrasil, prométeme que volveremos a nuestras vidas normales. 

—Aina…

No tuvo tiempo de preguntar a lo que se refería, pues ella dio media vuelta y alzó su digivice, el cual empezó a brillar fuertemente como si hubiese recibido una orden.

—¡Tukaimon!

—¡Sí! —en un abrir y cerrar de ojos, Youkomon apareció para lanzar sus bolas de fuego y tomar desprevenido al enemigo, pero no se detuvo ahí. Apenas volvió a aterrizar, Lavogaritamon distrajo al digimon y Antylamon lo golpeó múltiples veces y entonces la luz se tiñó de lila y los números prismáticos lo rodearon de nuevo —. ¡Youkomon digievolves…!

—¡Kyukimon! —el nuevo digimon, que ahora andaba en dos patas y era de color rosa, saltó de la luz. Sus patas delanteras eran cuchillas, tenía una cola pronunciada y enroscada, y una mancha en forma de cruz de la frente.

Rápidamente se unió a la batalla.

—¿No vamos a ayudar? —Dorumon le preguntó, ansioso y confundido. Theo apretó los labios. Lo haría en un parpadeo, ayudarla de ser necesario, pero sintió que no era lo que Aina trataba de hacerle entender.

—¡Hoz de dos empuñaduras! —Kyukimon no lo pensó dos veces cuando sus compañeros le dejaron una apertura, con la que pudo cortar por completo al nuevo digimon, como si hubiera sido lo único que faltaba.

Quizá era porque estaba incompleto, o porque ahora eran cinco versus uno, pero la batalla se vio mucho más sencilla que las otras.

El cabello de Aina se agitó cuando, al caer, los demás digimon hicieron sus ataques a distancia para terminar con el enemigo. Esto provocó una inmensa nube de tierra y polvo que les hizo cubrirse la cara.

Esperaron un segundo, luego otro, y cuando el digimon no volvió a levantarse, el polvo desapareció y Kyukimon, con la gracia de un ninja, regresó a su lado para volver a ser Tukaimon.

Theo sonrió de regreso, solo lo suficiente.

—Voy a hacerlo —ella le dijo, regresando a él, la pantalla de su digivice todavía brillaba —. Ser el nexo.

Para que todo acabara lo más pronto posible, para que pudieran volver a ser los de antes.

Theo entendía lo que quería decir.

Si tenían que cambiar el curso del sistema y liberar a Yggdrasil para salvar a sus amigos, a sus familias y a los digimon, lo harían. Por todos, por ellos mismos. Theo se aseguraría de hacerlo.

—Lo prometo entonces —accedió y la sonrisa de Aina creció —. Volveremos.

Para cuando volvieron a reunirse con los demás, la atmósfera seguía ligeramente tensa. Nesta golpeó con su hombro a T, empujándolo a decir algo y Aina también jaló de Theo. Myah y Ren compartieron una mirada.

Ambos chicos se rehusaron a mirarse a la cara por un par de segundos. Con el cielo cambiando de color, el mayor terminó exhalando.

—Yo tampoco podría —dijo de la nada —. Arriesgar las vidas de los que me importan tan fácilmente.

Theo parpadeó, sorprendido porque fue T quien dio el primer paso, y luego se encogió de hombros.

—No se trata ni de ti ni de mi, ¿no es así? Estabas en tu derecho a enojarte y yo en el mío —sonrió y extendió un puño —. No pedimos estar en estas posiciones, pero… salvemos a los mundos, T.

T bufó divertido, pero no tardó en devolver el gesto. Sus nudillos golpearon los de Theo con suavidad y determinación.

—Aunque todavía tenemos que planear cómo. Si no quieres perder a Aina…

—No me digas.

Todos rieron un poco y también se acercaron. Ya no solo fueron los puños de Theo y T, sino también el de Myah, Ren, Nesta y por último Aina. Un sentimiento conjunto de calidez y propósito se acentuó en todos. Llegarían a Yggdradil antes que la Directiva, protegerían a Aina y separarían al Mundo Digital del Mundo Humano. Luego enfrentarían todo lo que tendrían que enfrentar.

Juntos.

Como Elegidos.

"¡Antylamon, derríbalo!"

La imagen se volvió borrosa y entrecortada, la definición no era buena desde el inicio, pero eso no impidió que Lauren y Sarah reconocieran la voz de su propia hija. La cámara recibió un golpe de alguna piedra o rama que voló con fuerza, y entonces aparecieron otros muchachos, cada uno con un digimon distinto que parecieron evolucionar a voluntad en cuanto lo indicaron.

Luego, la proyección en la pared se cortó, los tacos de Morgana Dein resonaron en la sala de conferencias privada y entonces la luz fue encendida.

Cedric era el que aparentaba más calma de todos, aunque su expresión era un poco quizá demasiado ilegible como para de hecho estar impasible.

—Bueno, la buena noticia es que encontramos a sus hijos —un hombre bajo y robusto dijo. También era parte de la Directiva, un representante, pero ni de cerca tan importante o intimidante como la misma Morgana.

—No es cierto —replicó otra voz, más fría y aparentemente cansada, como si estar ahí no valiera la pena. La mujer acomodó su cabello oscuro a un lado de su rostro y recostó su espalda en el asiento —. Aina no estaba con esos terroristas. Hasta donde sabemos, probablemente la tienen cautiva.

—¿Terroristas? —Sarah frunció el ceño —. No te atrevas a llamar a Myah así. Ella jamás ha hecho nada contra las cúpulas.

—Y aún así no ha vuelto —contestó el hombre al lado de la madre de Aina.

—Quizá no puede…

—Por favor, Laurel, la acabamos de ver controlando a un digimon. Claramente es una Elegida, su lealtad está comprometida —exhaló y observó a Cedric —. Lo que me lleva a pensar, ¿no habían ocultado los digivices? Cedric, ¿tienes algo que decir?

El padre de Theo le devolvió la mirada y suspiró.

—Pues el que ustedes tenían no estuvo más seguro en su laboratorio, ¿o sí? —no le dio tiempo a replicar cuando sus ojos pasaron a Morgana Dein, que como un ave rapaz observaba a sus posibles presas —. ¿Qué harán ahora? —cuestionó —. ¿Cuál es el objetivo de mostrarnos esto?

—¿Debería tener alguno? —preguntó Morgana en respuesta, antes de sonreír y encogerse de hombros —. Admito que fue un error mío confiar la seguridad de dichos dispositivos a personas incapacitadas. Bien dicen que si quieren que algo salga bien, tiene que hacerlo uno mismo, pero esa no es la razón por la que estamos aquí —hizo una pausa, endureció su mirada, mas no dejó de sonreír y continuó —. La pregunta aquí es: ¿qué harán ustedes, ahora que sus hijos están involucrados?

Finn Nymeria negó con la cabeza.

—Aina siempre ha estado involucrada. Nuestra posición no cambia.

Laurel y Sarah compartieron una mirada. Ninguna podía decir lo que estaban pensando en voz alta, pero no por eso se entendían menos.

—Tenemos que pensarlo —la mamá de Myah dijo, sus ojos oscuros no se dejaron intimidar —. No pelearemos contra nuestra propia hija sin una razón convincente.

—¿Aunque eso signifique el fin de nuestro mundo como lo conocemos? —Morgana preguntó, entre admirada por su amor y divertida por la situación.

—Les recuerdo que el paradero de nuestros científicos y agentes es incierto, quizá los utilizaron de alimento para digimon —mencionó otro de los representantes de la Directiva.

Sarah apretó imperceptiblemente las manos.

—Aunque eso signifique una sentencia —estableció la madre de Myah.

Por último, Morgana observó a Cedric.

—Sería una pena que perdieras a tu hijo también por culpa de los digimon —el falso tono empático que utilizó casi le dio náuseas.

Pero Cedric no era tonto. No iba a ponerse en el lado malo de la Directiva.

Al final, bajo la mirada atenta de todos, contestó:

—¿Cuál es el plan?

Y la sonrisa de Morgana no hizo más que ensancharse.

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