Capítulo 15. La aparición del demonio
—¿Estás bien? —Yuki te miró con preocupación al notarte ensimismada.
—Sí, es solo que todo esto parece un sueño —admites—. ¿Piensas que soy... una persona extraña?
La joven de cabellos como pétalos de cerezo parpadeó, buscando las palabras adecuadas. Eres su amiga de toda la vida, la que nunca ha faltado en sus días y la que siempre ha sido parte de su familia. Su mano se posó en tu hombro, atrayendo tu mirada.
—La extraña debería ser yo, pero eres mi amiga. Me aceptaste tal y como soy, y yo hago lo mismo contigo —expresó con una sonrisa dulce y genuina.
Una risa suave escapó de tus labios, y en un impulso, abrazaste a Yuki.
—Gracias, eso era justo lo que necesitaba oír.
Ambas sois humanas, aunque últimamente dudas de ti misma. Te sientes perdida, sin saber qué rumbo tomar o cuál es tu lugar en el mundo. A veces piensas que sería mejor desvanecerte, dejar de escuchar lo que los demás dicen.
Pero entonces, dos figuras se unieron a vosotras. Eran Angewomon y LadyDevimon, seres de un mundo distinto. El ángel te miró con ojos llenos de una preocupación celestial.
—He hablado con los Tres Ángeles guardianes de tu esencia y... hay algo importante que debemos discutir.
Angewomon es una Digimon que valora la honestidad por encima de todo. Con las manos de Yuki entre las tuyas, sientes una determinación inquebrantable. Estás lista para enfrentar la verdad. LadyDevimon asiente con solemnidad, invitando al ángel a revelar el misterio.
—Existe una antigua profecía, cuya veracidad aún es incierta. Habla de un ente celestial destinado a unirse a Yggdrasil para prevenir el fin de los tiempos. Un ser de naturaleza humana, pero con la esencia de un Digimon —relata con voz serena. Tu expresión es un reflejo de la sorpresa—. Las señales que emanas no son típicas de los humanos. Los Tres Ángeles creen... que tú podrías ser el elegido de la profecía.
—No... no puede ser verdad —respondes, incrédula.
—Considera la posibilidad, ___ —interviene LadyDevimon—. Aunque eres humana, en tu código genético resuena una secuencia omega, una singularidad propia de los Digimon. Esta condición es excepcional, manifestándose en uno de cada cien humanos, solo en momentos críticos para ambos mundos.
—¿Acaso soy una anomalía? —preguntas, con una sombra de duda cruzando tu semblante.
—Aún no tenemos certeza —responde Angewomon con cautela.
Ellas no, pero los únicos que conocen la verdad son tus abuelos. Si realmente creen que eres la protagonista de la profecía, entonces es posible que tus padres no fueran completamente humanos. Te levantas con firmeza, decidida a confrontarlos. Las dudas inundan tu mente, pero también desvelan secretos sobre tu identidad.
Eres un ser sin igual en este mundo, la única capaz de poner fin a esta locura.
Tus abuelos se encuentran cuidando a unos niños. La comida de tu abuela deleita tanto a humanos como a Digimon por igual. No deseas interrumpir ese momento tan especial, pero sabes que es necesario.
—Tato, tata —los interpelas con suavidad—. Necesito hablar con vosotros.
—Solo un momento, déjame servir este último plato, mi querida nieta —responde tu abuela con una sonrisa.
Has aprendido que la paciencia es una virtud en esta familia, así que te sientas a observar cómo dedican su tiempo a esos niños inocentes. Ellos no tienen la culpa de la guerra que les rodea, una guerra que solo los Digimon comprenden en su totalidad.
Cuando tus abuelos terminaron su labor, os retirasteis a un lugar más reservado para conversar. Es importante para ti que esta charla sea privada.
—¿Qué te preocupa, ___? —pregunta tu abuelo al notar tu semblante tenso.
—Tato, tata —comienzas, sintiendo cómo tus manos se tensan—. Siempre me habéis dicho que mis padres eran unos drogadictos. Pero últimamente han ocurrido cosas extrañas. He descubierto que soy una humana Omega, con poderes que ningún otro humano posee. Necesito saber la verdad. ¿Quiénes eran realmente mis padres? Quiero... entender quién soy.
Los ancianos intercambiaron una mirada cargada de melancolía, un presagio que no pasó desapercibido para ti. Hay secretos que han guardado y ha llegado el momento de desvelarlos.
—Creíamos que nunca tendríamos que enfrentar este momento, viviendo en la felicidad de nuestra familia, pero debes conocer la verdad —susurró tu abuela con voz temblorosa—. Tú... apareciste en nuestro umbral.
—¿Qué?
—No somos padres —confesó tu abuelo con un hilo de voz—. Lo intentamos, pero el destino nos presentó obstáculos. Con el paso de los años, la desesperanza se asentó en nuestros corazones.
—Y entonces llegaste tú —intervino tu abuela—. En una noche azotada por la tormenta, un golpe en la puerta nos sobresaltó. Al abrirla, allí estabas, acurrucada en una cesta, temblando de frío y llanto. Nuestros corazones se comprimieron ante tu vulnerabilidad. No pudimos dejarte a tu suerte. Te acogimos. Te criamos como si fueras nuestra propia sangre y sí, siempre supimos que eras excepcional.
—Recuerdo una vez, siendo apenas una niña, curaste a una ardilla herida que cayó de su nido.
—Esa memoria... es borrosa para mí —admites.
—Eras apenas una pequeña de un año. Tus recuerdos aún no se habían formado.
—Pero creemos que eres un regalo divino —tu abuela tomó tus manos con ternura—. Fuimos bendecidos con una nieta maravillosa, una buscadora de verdades. Ignorábamos tu naturaleza Omega, pero ahora todo cobra sentido. Hay un propósito divino para ti, y confiamos en que lo encontrarás.
Las lágrimas recorren tus mejillas, un símbolo de la liberación que sientes en tu interior. Sin dudarlo, te lanzas a los brazos de tus abuelos. A pesar de no compartir la misma sangre, ellos te han criado y amado como a su propia familia. Ellos corresponden tu abrazo, sintiéndose aliviados por tu aceptación.
—Siempre seréis mis abuelos, sin importar nada más —susurras con afecto.
—Hay algo que nunca hemos podido revelarte: la identidad de tu verdadera madre —admitió tu abuela con pesar.
—No os preocupéis, tata. La hallaré algún día —respondes con determinación.
—Eres una nieta excepcional. Nos llenas de orgullo —dijeron tus abuelos, con una mezcla de tristeza y admiración.
—Gracias a vosotros por todo lo que me habéis dado —dices, reconociendo el amor y la crianza que te han brindado.
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Gallantmon se encontraba en la azotea, observando cómo la ciudad ardía en llamas. Necesitaba aire fresco porque la tensión entre él y Alphamon no era normal. Pero él sabía que la causa de todo esto eras tú. Recordaba aquellos momentos en los que se sentía completamente enamorado y la deseaba con locura. Ya no solo en su transformación como Megidramon, sino en su primer encuentro en el barrio de los Digimon virus.
De repente, en su mente apareció la imagen de ti teniendo relaciones sexuales con Beelzemon. Un gruñido escapó de su garganta, mientras sentía cómo su cuerpo se calentaba. Sabía que estaba entrando en celo, pero no podía permitirse perder el control de esa manera.
Miró fijamente la puerta, preguntándose si debía buscarte o no. Pero se obligó a sí mismo a controlar sus impulsos.
—Gallantmon, cálmate —se dijo a sí mismo—. Tú no eres así.
Es mejor que se aleje del lugar ya que el olor que emana su cuerpo está inundando los sentidos de los demás. A pesar de esto, no puede ignorar sus deseos más impuros y decide levantarse. Sin embargo, se encuentra con Beelzemon.
—¿A dónde ibas? —pregunta el Digimon.
—Iba a reunirme con los míos —responde él.
—Eres un mentiroso. Puedo percibir que estás entrando en celo.
—¿Qué te importa? —gruñe.
—¡Me importa mucho! No permitiré que te acerques a ___. Ya tuve suficiente de que tu líder se atreviera a tocarla.
Beelzemon se perfilaba como un desafío para Gallantmon, una piedra en su zapato que debía ser removida. Sus ojos, un crisol de amarillo y rojo, reflejaban una rivalidad que se intensificaba con cada encuentro.
No obstante, el caballero de la armadura blanca y la capa carmesí sintió una presencia siniestra acercándose, y no estaba solo en su percepción.
El suelo tembló, no, fue el edificio entero. Un presagio de que los inocentes corrían peligro. Sin dudarlo, Beelzemon y Gallantmon descendieron para investigar la causa del alboroto.
En el santuario subterráneo, los Digimon se estremecían, paralizados por el terror ante la encarnación del mal. Los Caballeros Reales y los guerreros se tensaron, listos para enfrentarse al intruso. Mientras tanto, tú y tus abuelos os ocultabais, observando con ansiedad al Digimon de alas bifurcadas.
Lucemon emergió de las sombras.
—Vaya, qué buen escondite —susurró con una sonrisa burlona.
—Este no es tu lugar, Lucemon —Alphamon intervino con firmeza.
—Tengo todo el derecho de estar aquí. Tantas almas puras —dijo, mirando alrededor—. Serían un festín exquisito para mí.
—No te atreverás a tocarlos —desafió Omegamon con firmeza.
—Lo consideraré. Pero solo si me entregáis a la Omega —replicó Lucemon, y ante sus palabras, Alphamon emitió un gruñido de desaprobación—. Oh, parece que tenemos a un caballero reacio a negociar. Y yo que pensaba que el ermitaño sería el último en ceder.
—Solo sobre mi cadáver —declaró Alphamon, inquebrantable.
Lucemon observó a los más inocentes con un aire de superioridad. Con un gesto de su dedo, comenzó a conjurar una energía oscura que amenazaba a todo Digimon presente. Justo a tiempo, Beelzemon y Gallantmon hicieron su entrada, tomando nota de la tensa situación. Al darte cuenta de que el demonio no dudaría en sacrificar vidas inocentes, saliste de tu escondite impulsivamente.
—¡Detente! ¡Por favor! —tu voz se elevó en una súplica desesperada.
—¡No, ___! ¡Vuelve! —Angewomon exclamó, alarmada por tu acción temeraria.
—¿Así que has decidido abandonar tu escondite? —inquirió Lucemon, aproximándose con una sonrisa maliciosa. Tú permanecías inmóvil, desafiante—. Veo que eres... tentadora.
—Por favor, no lastimes a nadie aquí.
—Tranquila, no es mi intención. Solo deseaba contemplar tu aura —dijo él, osando rozar un mechón de tu cabello—. Posees una belleza singular.
—¡Retrocede! —exclamó Beelzemon, su tono revelaba un instinto protector más allá de la posesión.
Lucemon retiró su mano de inmediato, sorprendido.
—Parece que no soy el único Digimon que ha notado tu encanto.
Te mantienes impasible, con una calma aparente, aunque una gota de sudor traicionera se desliza por tu frente. Frente a ti, el demonio cuyo mero roce podría reducirte a cenizas. La incertidumbre te invade, sin saber qué deseas o cómo has llegado a este punto crítico.
—Probablemente os preguntáis cómo os encontré —comenzó Lucemon, elevando sus manos en un gesto teatral—. No fue complicado. Mi olfato me guió hasta la Omega, o debería decir, hasta la elegida de ambos mundos.
—... ¿Qué quieres de mí? —indagas con cautela.
—La respuesta es evidente. Eres la promesa que ambos mundos aguardan, la portadora de esperanza —explicaba Lucemon, paseándose con aire pensativo—. Y preferiría que eso no se materializara. El caos del mundo es mi deleite.
La respuesta de Lucemon no te satisfizo en absoluto. Con una mirada lateral, observas a los presentes, expectantes ante cualquier gesto del Digimon, que mantiene una calma aparente.
—Ven conmigo y todo se resolverá —propuso Lucemon.
—No accedas —advirtió Angewomon.
—... ¿Prometes no herir a nadie? —preguntaste con voz temblorosa.
—¡___!
—No dañaré a nadie, es mi palabra —aseguró Lucemon, elevando sus brazos en señal de paz.
—Entonces, iré contigo —declaraste con resignación.
—¡No cometas una locura! —exclamó Beelzemon, avanzando hacia ti.
—Lamento decirte que es demasiado tarde, Beelzemon —sentenció Lucemon.
Con un movimiento ágil, la criatura alada te tomó del brazo y, en un instante, ambos desaparecisteis. La incertidumbre se apoderó del lugar con tu ausencia. ¿Habría comenzado el ocaso del mundo?
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