Un Corto Trayecto
El hombre caminaba sin rumbo fijo por una sucia calleja, observando los edificios a su alrededor con asombro, como si nunca los hubiera visto anteriormente. Tenía algunas canas y un físico bastante privilegiado para la edad, que rondaría unos sesenta años, tal vez menos.
Al llegar a la esquina, su reloj emitió un pitido muy agudo y empezó a vibrar, llamándole la atención. En la pantalla observó una flecha que le indicaba doblar a la derecha. Intrigado, así lo hizo, evitando a algún transeúnte que circulaba por la misma acera. El reloj ahora decía "Calle Dodnington 2034". Según los carteles indicativos, efectivamente se encontraba sobre la calle Dodnington, a la altura 1900. Por lo tanto siguió la numeración tal cual lo indicaba la flecha. Estaba muy confundido y no sabía adonde se dirigía, creía que debía ir a lo de su madre para tomar el té con ella, pero no estaba seguro de que ese fuera el camino para llegar a la casa de su madre.
Caminó así unos ciento cincuenta metros hasta estar cerca de la numeración indicada. El reloj empezó a pitar y vibrar con insistencia en algún momento previo que él no pudo distinguir. Lo observó y éste le indicaba acercarse a la parada del ómnibus cercana. El hombre observó a su alrededor, y efectivamente, 20 metros atrás se encontraba la parada del autobús, así que retrocedió hasta ella. La parada era bastante bonita, tenía un cómodo asiento y una pantalla de TV que mostraba las noticias de la cadena local. Automáticamente, al percibir la presencia de la persona con un sensor RFID frente a la TV, ésta cortó la transmisión de las noticias y presentó a un personaje generado por animación computarizada, que habló directamente al hombre mayor.
—Usted es Heriberto Taylor. Se dirige a su casa, ubicada cerca de la parada de Lomas Negras. Debe aguardar al ómnibus de la línea 147 que pasa por aquí a las 18:15.
El hombre observó sumamente extrañado la televisión, pero al mismo tiempo le pareció haber visto algo similar alguna vez. Era cierto, todo estaba muy claro, él era Heriberto Taylor, y se dirigía a su casa... O a lo de su madre... Pero ciertamente a Lomas Negras. La pantalla del televisor quedó titilando con los datos "Tomar la línea 147 a las 18:15".
Heriberto observó su reloj y eran las 17:58. Por lo tanto en unos minutos debería pasar el ómnibus que lo llevaría a Lomas Negras. Una señora corpulenta que estaba sentada a su lado observó la pantalla y al hombre, y le dijo que no se preocupara, que ella le diría cuando llegara su colectivo.
Así es que luego de unos minutos el ómnibus de la línea 147 llegó a la parada, y el hombre subió al mismo. El sensor RFID que llevaba consigo, y que cumplía la función tanto de identificador como de monedero electrónico, descontó automáticamente el costo del pasaje por lo que el hombre no necesitó pagarlo, ni recordar hacerlo. El recorrido fue largo, de una media hora, en la cual el GPS del reloj le iba indicando cada barrio por el cual pasaba y cuántas paradas faltaban para llegar a destino. Finalmente, llegando al final del trayecto, el reloj empezó a pitar y vibrar con fuerza para llamar la atención, indicando en letras grandes "BAJAR EN LA PROXIMA PARADA". Heriberto así lo hizo, descendiendo del transporte en la parada correspondiente.
Al bajar del colectivo un rostro que le era familiar se le acercó. Era una mujer de unos treinta años, muy bonita, que se aproximó y lo abrazó.
—¡Papá! —exclamó al estrecharlo—. ¡Estaba tan preocupada! Llamé a lo de tía Aurora a las cuatro y media y me dijeron que ya habías salido...
—Es que tengo que ir a lo de mamá a tomar el té... —le respondió él—. Ella debe estar preocupada...
La mujer sonrió entristecida.
—No papá, debías venir a casa. No a lo de la abuela... Ella ya no toma el té con nosotros.
Heriberto miró fijamente a la hija, un tanto confundido, y ordenando sus pensamientos.
—Es cierto —asintió—, ella ya no está.
—No papá, ella ya no está —la mujer lo abrazó fuerte y luego lo acompañó hasta su hogar.
De no ser por los avances de la tecnología para el tratamiento de las primeras fases del mal de Alzheimer, Heriberto probablemente se hubiera perdido irremediablemente esa tarde y hubiera vagado sin rumbo por la ciudad, con todos los peligros que eso conlleva. Los enfermos aquejados de este mal pueden llevar una vida bastante normal en los primeros años de la enfermedad, puesto que sufren apenas algunos momentos de confusión, que con una indicación o un recordatorio (adónde iban o qué hacían) logran poner las ideas en orden. Lamentablemente, luego de esa última travesía, Heriberto ya no pudo más salir solo a la calle, ya que sus capacidades cognitivas se fueron reduciendo con el tiempo y ni siquiera los recordatorios servirían en el futuro para ayudarlo a encontrar su camino si volviera a extraviarse.
De todos modos, esta historia en particular tuvo unfinal feliz, si a este desenlace se lo puede considerar un final en sí mismo oun cierre feliz. Bah, no sé si a estos párrafos siquiera puede considerárselosun relato o un mero ejercicio de redacción sobre un futuro posible mas no sé sifactible.
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