Re-abstracción

—¡Maestro! —exclamó el discípulo al llegar, dirigiéndose a su mentor—. Ya he dominado las siete fases de la meditación cósmica. He recorrido los laberintos de la materia, los manifiestos del pasado, los recovecos de la mente, las encrucijadas de los sentimientos, los misterios de la eternidad, la inhalación de la totalidad, y la verdad de la soledad.

El maestro, un anciano de largos cabellos grises como la escarcha, se hallaba arrodillado y apenas asintió con la cabeza desde su postura de concentración absoluta.

—¡Lo he hecho! Y estoy de regreso para pedirle su bendición, de forma a poder salir a predicar yo también, a quienes lo necesitan. Ya estoy listo.

El anciano nuevamente asintió, pero permaneció mudo. El joven se mantuvo firme, a sus espaldas, esperando una respuesta a su solicitud. El maestro siguió concentrado por varios minutos más, antes de ponerse lentamente en pie. Caminó hacia las puertas exteriores del templo, y el discípulo respetuosamente lo siguió, siempre detrás. Poco a poco el intenso olor a incienso fue dejando de percibirse, siendo reemplazado por una suave brisa invernal que traía olores a recuerdos añejos y tiempos inmemoriales.

El muchacho estaba inquieto, impaciente, puesto que sabía que su trajinar por los caminos del adiestramiento había terminado, y que comenzaría, a partir de ese día, a guiar a otros menos privilegiados que él, y a cumplir un rol digno de respeto y admiración.

—Si lo deseas puedes irte ahora, con mi bendición —le dijo el sabio cuando llegaron a una atalaya desde la cual se veían todas las lejanas montañas circundantes y los verdes valles que unían el templo con ellas—. La mayoría de los estudiantes, al llegar a este punto, se convierten en maestros y salen al mundo a enseñar todo lo que han aprendido aquí.

El joven sintió su corazón henchido de alegría y de orgullo, por haber logrado finalizar esa dura etapa de su vida, sintiendo que por fin podría ser alguien tan respetado como su propio maestro.

—Pero... —advirtió seriamente el anciano—. Apenas si has caminado el mismo sendero que todos los demás maestros.

Lo que el viejo decía no parecía tener sentido para su discípulo, puesto que era claro que todos los maestros habían recibido la misma instrucción, pasado por las mismas pruebas, y aprendido las mismas enseñanzas, en una mayor o menor cantidad de tiempo, según sus capacidades. De los miles de estudiantes que el templo albergaba, apenas una pequeña fracción llegaría a convertirse en un maestro de verdad, y el resto quedaría estancado en etapas intermedias de menor o mayor iluminación, según sus propias virtudes lo permitieran.

—¿Tú crees que todos los maestros son iguales, tienen los mismos conocimientos, pueden enseñar de la misma forma? —insistió el anciano.

—Todos han recorrido el mismo sendero, como tú mismo lo has dicho —afirmó el muchacho.

—Pues no es así. Cada templo tiene un Gran Maestro, como yo, que no es elegido entre los demás por simple voto popular, o por ser el más viejo, sino porque ha dado un paso más adelante aún en el conocimiento de las verdades profundas, y en los misterios de la revelación. Mi preparación tomó más de sesenta años, y ahora me queda poco tiempo de vida. No he encontrado a nadie capaz de dar ese paso también, para tomar mi lugar, porque es un camino muy difícil, requiere muchos más años de estudio, maduración, paciencia y fe. Han pasado períodos de hasta cien años en que los templos no han tenido un Gran Maestro, porque nadie pudo recorrer la senda que yo he logrado vislumbrar. Tal vez tú, que eres mi mejor estudiante, puedas dar ese paso adicional, y reemplazarme en el futuro. Yo no podré enseñarte todo ese camino en vida, porque ya estoy en el ocaso de mi existencia, pero por lo menos podré guiarte mientras las fuerzas me lo permitan, para que empieces a recorrer la senda hacia ese destino.

El muchacho permaneció callado, sorprendido.

—No es un pedido, sino una invitación —continuó el maestro—. Y debes saber que aunque lo aceptes, tal vez nunca lo logres. Tú eliges. Puede irte ahora con mi bendición, a recorrer el mundo, predicar, y conseguir tus propios discípulos, para ser un verdadero maestro, o puedes quedarte conmigo, por muchos años más, para ver las pocas verdades que aún permanecen ocultas a tu mente y espíritu, y así llegar a ser uno de los maestros más grandes de todos los tiempos.

—No entiendo —habló el muchacho—. Siempre se nos ha enseñado que las siete fases de la meditación cósmica son un recorrido por todas las verdades, hasta las últimas, y que una vez que las hayamos conocido, ya sabremos todo, y seremos todo. Pero tú me dices que hay algo más aún...

—Exacto. Es la unificación de todas las verdades en una sola. Todos los maestros recorren siete grandes mundos de verdad, de realidad, de vida y de totalidad. Y desde todo punto de vista, parecen ser siete cosas independientes, diferentes, que debemos dominar. Pero en realidad esas siete verdades conforman un único axioma o precepto, sólo que debemos abstraernos demasiado para notarlo, y ese es un ejercicio casi imposible para cualquier hombre, por más grande y sabio que sea.

—¿Y es posible llegar a romper ese límite y obtener la verdad absoluta? —quiso saber el joven.

—Es posible, pero muy pocos son los elegidos que en la historia del mundo lo han logrado. Y te invito a que lo intentes tú también. Eso sí, no puedo asegurarte que lo logres, y correrás el riesgo de llegar a la muerte sin haber descubierto esa verdad absoluta. Por eso es que no he invitado a nadie antes a seguir dicho camino, porque hay que ser demasiado especial para llegar a la meta. Y eres el primer estudiante, en todos estos años, que tiene el potencial y la voluntad para lograrlo.

—Yo no lo sé. Mi sueño siempre ha sido salir a enseñar, y si acepto esta propuesta deberé quedarme por mucho tiempo aquí, y resignar ese deseo. Pero anhelo la verdad con todo mi corazón, y si me asegura que se puede llegar a algo más grande que todo lo que he aprendido, y que ya me parece insuperable, creo que me quedaré ¿Qué caminos hay que recorrer para lograrlo?

—Un sólo camino, muy simple de explicar, pero muy difícil de lograr. Es el camino de re-abstraer el pensamiento —explicó el maestro.

—¿Re-abstraer? ¿Qué significa eso?

—Desde niños, hemos aprendido a ser concretos. El mundo material es concreto, el mundo de las ideas es concreto, y el mundo de los sentimientos lo es, aunque no pueda palparse. Desde niños también nos han enseñado a abstraer, una de las grandes maravillas de la mente humana... Ya no pensamos en esta piedra —explicó, agachándose lentamente y tomando un guijarro con sus dedos—, sino que somos capaces de pensar en "una" piedra —escondió el guijarro en su mano—. Si yo te digo que he tomado una piedra entre mis dedos, pero no te la muestro, igualmente tú crearás una imagen abstracta de la misma en la mente, que puede ser de color, tamaño o forma diferente a la piedra que yo pensaría, pero que al mismo tiempo tendría todas las propiedades de una piedra real. Estaremos abstrayéndonos de la realidad, generalizando, y gracias a eso podremos comunicarnos, expresar ideas, y describir todo lo que existe en el mundo. Lo mismo ocurre con los sentimientos. Cada persona siente diferente el dolor, ya sea físico o espiritual, pero cuando mencionamos el dolor, todos sabemos lo que es, aunque cada uno lo pueda abstraer y tener en un esquema mental diferente al del resto de las personas...

El anciano tomó un respiro y miró de frente al joven discípulo.

—Pero las abstracciones no son tales —afirmó con seguridad—. Puesto que están cargadas de nuestras expectativas, experiencias o deseos más profundos. Y por lo tanto, son falsas. Todo el camino de siete fases que has recorrido se basa en abstraer cada vez más, de llegar a verdades cada vez más grandes, pero esas mismas abstracciones están viciadas por tu propia experiencia. Por lo tanto, la única forma de llegar la verdad absoluta, por encima de todo lo que ahora conoces, y destruyéndolo a su paso, es re-abstraer. Esto es, abstraernos de la abstracción. Y esto se logra deshaciendo las imágenes mentales que tenemos de cada cosa en el universo.

—¿Y cómo es posible lograr eso? —inquirió el aprendiz, confundido.

—Tu primer ejercicio, en este nuevo camino, será destruir una imagen, y re-abstraerla —el anciano lanzó la roca por el precipicio, que se perdió en la niebla de más abajo—. Piensa en la roca, física, tal cual la viste. Luego abstráela, y trata de lograr pensar en "la" roca abstracta, en la unificación de todas las rocas del mundo, de todas las que has visto, pero que al mismo tiempo no es ninguna de ellas. Una vez que hayas logrado eso, re-abstrae el pensamiento, y haz que quede la esencia del objeto en tu conciencia, en tu mente, pero carente de imagen y propiedades, solamente debes sentir la esencia de dicho objeto, pero sin visualizarlo, sin concretizar lo abstracto.

—¡Eso es imposible! —exclamó el joven.

—No, no lo es. La primera vez te tomará mucho tiempo, tal vez años. Luego podrás repetir el ejercicio con otros objetos, uno a uno los irás incorporando en esencia a tu conciencia, y cuando hayas dominado esa técnica pasaremos a trabajar sobre las acciones, como el hablar o el moverse. Luego de eso incursionaremos en los sentimientos, y luego en las demás verdades, cada vez más complejas, hasta llegar a re-abstraer las siete fases de la meditación cósmica que acabas de recorrer. Finalmente, en algún momento, llegarás a re-abstraer completamente el mundo de sí mismo, consiguiendo así la iluminación absoluta, la visión exacta y precisa de la esencia del todo, sin imágenes engañosas de por medio.

—En el mejor de los casos seré un viejo cuando ese día llegue —afirmó el muchacho.

—Así es. Para mí fueron sesenta años. Ojalá para ti sean menos.

—Ojalá —asintió el discípulo, apretando la pequeña piedra que albergaba su puño. Luego hizo una reverencia al maestro, inclinándose y partió de regreso a su habitación, donde iniciaría su largo camino a la verdad...


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