Polvo
Jorge se rascó la barbilla observando el techo, buscando inspiración. Esperaba que el mero hecho de sentarse, tomar la pluma y pensar, lo iluminara y permitiera escribir palabra tras palabra un nuevo relato, una nueva historia de ficción. Las musas lo habían abandonado hacía un tiempo ya, y sus múltiples obligaciones laborales, estudiantiles y de pareja, lo estaban alejando día a día del gozo que le significaba escribir.
El muchacho poco se diferenciaba de los demás compañeros de clase de su edad, aunque tal vez no lo supiera. En general, debido a los avances tecnológicos y al aislamiento social, unidos a la experiencia virtual de la convivencia irreal, la vida de los jóvenes se mezclaba entre mundos auténticos y fantásticos de una forma que era difícil saber en qué lugar se encontraba en cada momento, muchas veces teniendo que detenerse a pensar si se hallaba en la realidad física o en el mundo ilusorio.
Contemplándolo, un psicólogo rápidamente lo hubiera categorizado dentro del grupo de los ectomorfos (sujetos de constitución frágil, lineal, músculos finos y delicados; extremidades largas y delgadas), lo cual implicaría un carácter cerebrotónico: introvertido, de gran energía mental, rápido, controlado, inhibido social, desordenado, hipersensible.
Y en este caso la psicología acertaba en gran medida con el carácter real de Jorge, el cual se volvía más complejo al llevar adelante dos vidas paralelas: una real y solitaria, y otra irreal pero totalmente social. Todas sus experiencias interpersonales se basaban en tener amigos virtuales, cuyos rostros reales jamás conocería; o acudir a eventos, reuniones y actividades en que las meras imágenes representaban a los participantes, aunque los hombres y mujeres detrás de ellos se encontraran a enormes distancias los unos de los otros.
Pero esa forma de vida en realidad es poco importante para la situación que relataremos. En ese momento Jorge se encontraba en el mundo real, con el teclado frente suyo, pidiendo a gritos un poco de inspiración, y así escribir un nuevo relato. Pero esquiva como siempre, ésta no se acercaba ante el llamado desesperado del muchacho... Ella sólo aparecía cuando le apetecía, generalmente en momentos incómodos, y si no se le prestaba la debida atención, huía tan rápido como había llegado, dejando un sentimiento de vacío, de algo perdido que jamás regresaría, o podría existir.
A Jorge le gustaba escribir ciencia ficción. El principio básico de esta rama de la literatura, que él conocía bien, es tomar la realidad actual y hacerle un pequeño cambio. Una diferencia tal vez sumamente sutil, pero capaz de alterar al universo por completo. Los grandes maestros del género hacían eso. Asumían un mundo con una mínima variación, y luego analizaban todos los efectos y repercusiones que ese cambio traería al mundo. Muchas veces, una idea de ese tipo servía para crear complejas tramas y situaciones, y llenar páginas y páginas hasta completar una importante novela, o se podía resumir en uno o varios relatos breves que analizaran estos hechos en circunstancias puntuales y específicas. Por ejemplo, se podría escribir toda una novela sobre un mundo carente de gravedad, donde no sólo se analizaran todas las repercusiones fisiológicas de ese mundo de vida, sino los efectos psicológicos derivados del no poder caminar o realizar deportes tradicionales, o tener un simple papel apoyado sobre la mesa sin necesidad de fijarlo a ella. Lastimosamente para Jorge, historias de esa índole fueron escritas mucho tiempo atrás, por lo que no eran novedad. Tenía que encontrar alguna otra idea original, sacarla de algún lado.
La secuencia de pensamientos que recorrió en ese momento sería imposible de explicar, puesto que el cerebro trabaja de maneras incomprensibles, asociando datos que nada tienen que ver entre sí para construir nuevos conceptos; pero de una manera sencilla podríamos describirla así: Jorge visualizaba el polvo estelar que una aburrida nave espacial surcaba lánguidamente con alguna historia que no lograba inventar, pero en vez de centrarse en la nave, su mente se dirigió hacia el polvo, una nube de partículas flotantes, un concepto que le resultaba poco familiar, una palabra poco utilizada...
—Diccionario: Polvo —Ordenó.
Una sensual voz femenina le respondió de forma instantánea con total claridad:
—1. Parte más menuda y deshecha de la tierra muy seca, que con cualquier movimiento se levanta en el aire. 2. Residuo que queda de otras cosas sólidas, moliéndolas hasta reducirlas a partes muy menudas. 3. Partículas de sólidos que flotan en el aire y se posan sobre los objetos.
Jorge mostró un instante de duda...
—¿Existe más información sobre dicha palabra? —preguntó nuevamente.
—Ley de Murphy: "Existen dos tipos de polvo: uno oscuro que se deposita sobre los objetos claros y otro claro que se deposita sobre los objetos oscuros. Corolario: El ama de casa tiene tarea eterna de limpieza".
Jorge apenas se dio un momento de análisis antes de levantarse rápidamente del asiento y sentir cómo su cuerpo reaccionaba con un temblor ante el descubrimiento de un hecho semejante.
—¡Polvo! —exclamó—. ¿Por qué nunca lo he visto? ¿Por qué nadie lo menciona? ¿Dónde está? —continuó hablando en voz alta mientas observaba con suspicacia a su alrededor. Pasó el dedo por encima de la mesa frente suyo, y no encontró nada. Zapateó sobre la alfombra, buscó en el fondo de los cajones, sobre la heladera y en todos los rincones. Luego salió a la calle, a continuar su actividad detectivesca... Pero al rato acabó convenciéndose que no existía polvo en su mundo. Inclusive levantó tierra de una maceta y la lanzó al aire... Mas ésta no llegó a depositarse en el suelo, simplemente desapareció frente suyo como si fuera una nube de vapor... Había algo en su planeta que impedía que el polvo se generara: o no podía producirse, o se consumía y eliminaba apenas aparecía... ¿Cómo podía haber sucedido aquello? ¿Acaso en el pasado no había existido? Los registros históricos indicaban que sí, y que había sido algo normal en otros tiempos.
El cerebro de Jorge empezó a trabajar a toda máquina. Pensó en su relato... Podría escribir una historia acerca de un universo donde el polvo existiera y fuese algo corriente... ¡Qué diferente sería su mundo! Un lugar donde al caminar descalzos se ensuciaran los pies, donde los rincones acumularan un fino polvillo enredado en pelusas, un lugar donde se necesitara limpiar y barrer periódicamente para evitar que el polvo se acumulara, el cual sería antiestético y desagradable... ¡Sí!, una economía diferente, donde millones de personas pobres se encargarían de limpiar la suciedad de las casas de los ricos y con ese dinero aspirar a una vida más digna...
Para eso era claro que un relato sería poco, ¡Todo cobraba forma para convertirse en una novela! ¡Y qué mejor personaje principal que un limpiador! ¡Alguien que conociera al polvo en profundidad y pudiera hablar acerca de él, dar a conocer sus secretos, revelar misterios, tener una psicología unida y dependiente del polvo! Podría decir sabias frases como "Somos polvo, simple nada que finalmente se esparcirá por el cosmos...".
En su cabeza la historia se desenvolvía rápidamente: Se aclaraban las ideas y una novela inmensa empezaba a formarse. El universo mismo podría haberse formado a partir del polvo. Los hombres, animales y objetos no serían más que polvo originario, y terminal. Eran hijos del polvo, desintegrándose al morir hasta volver a convertirse nuevamente en él. Podría construir una filosofía acerca del polvo, introducir religiones que lo reverenciaran como el Dios primitivo, el que es todo y del cual formamos parte... Se podría incluso jugar con el concepto de entropía, y definir un esquema en el que las cosas se destruyeran más rápido de lo que se generaran, y por lo tanto cada día existiría más polvo en el universo y menos objetos materiales, o viceversa, un esquema donde cada día existieran más objetos y menos polvo, hasta llegar al momento en que no existiera polvo por haberse concentrado en todos los objetos existentes...
¡Tal vez eso era lo que estaba sucediendo!, tal vez el polvo original, Dios, era finito, y no inagotable como siempre se pensó, y ya había dado todo lo que podía al mundo donde él vivía, y por eso no había más polvo en ese planeta.
O tal vez todo era una ilusión, como en esas historias de conspiraciones gigantescas, y él siempre había vivido atrapado en un mundo falso y virtual como en el que se solía conectar, que no tenía los recursos computacionales para poder simular al polvo, el cual requería trillones de cálculos por segundo para representar con cierta corrección las millones de partículas que flotan en una nube de polvo o que se depositan en los muebles. En ese caso, cualquier diseñador del sistema habría optado por no simular el polvo, un detalle ínfimo y sin importancia, que llevaba al muchacho a descubrir la verdad mucho tiempo después.
Sin embargo en ese momento, cuando le llegó la iluminación, el mundo se desvaneció, y Jorge se encontró repentinamente flotando en un ominoso e infinito lugar. No se observaba nada en ninguna dirección, no existía fuente de luz alguna... Pero sin embargo él se podía ver a sí mismo, lo cual era imposible en un lugar oscuro, yendo en contra de todas las leyes físicas.
—Lamentablemente te acercaste demasiado a la verdad —dijo una voz fuerte y terrible que parecía venir de todas partes—. Y no podemos permitir que regreses a tu mundo con esa noticia. Por lo tanto serás erradicado de este plano: "De polvo eres, y al polvo volverás"... —pronunció la voz con la autoridad suficiente para demoler el mundo.
Su cuerpo instantáneamente desapareció, convirtiéndose en una nube de infinitas partículas entremezcladas con un viento que sopló lleno de energía, en silencio eterno, mientras sus pensamientos se deshacían.
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