La Biblioteca
—A.
—¿Qué pasa Zwingliano?
—Nada... Sólo que el silencio me molesta. Simplemente quería decir algo, pronunciar tu nombre, y escuchar una respuesta. Esta calma ha durado demasiado tiempo.
—¿Y por qué eso te molesta? Estamos acostumbrados a ello. Nadie va o viene por estos lugares. No es necesaria la presencia física aquí para acceder a nuestra información.
—Somos una oficina. La biblioteca más grande del universo. Tenemos todos los libros, toda la música, toda la pintura, toda la creación humana y alienígena de los últimos tres billones de años. Estamos en el centro de la urbe más grande jamás concebida, con trescientos mil millones de habitantes de todas las razas. No entiendo como nadie viene hasta aquí.
—Sólo quieres hablar para no sentirte solo. En cambio a mí este tiempo de soledad me sirve para pensar.
—Y a mí también ¿Pero de qué sirve el pensamiento si no tengo a quien expresárselo?
—Caminemos —respondió A—. No sólo el silencio, sino el estar quieto es lo que te molesta.
Ambas figuras se pusieron lentamente de pie. En todas las direcciones se abrían pasillos entre los bloques negros de memoria holográfica e histórica. Millones y millones de monolitos silenciosos colmaban el inconmensurable y fresco lugar, que se hallaba en tinieblas, apenas iluminado por un lejano spot de luz fría cada cien metros, expandiéndose como un cono de realidad hacia el límpido suelo.
—¿Cómo es posible que tú y yo, el primero y el último, nos convirtiéramos en amigos? —preguntó Zwingliano.
—Siempre fuimos compañeros, siempre estuvimos uno al lado del otro, desde que nos crearon. El final y el principio del círculo. Y cuando nos dejaron en libertad, no pudimos separarnos —respondió A.
—¿Y los demás serán amigos?
—Siempre los veo en parejas, rondando por estos pasillos. Pero nosotros somos únicos, el principio y el fin de todas las cosas... Ellos no. Ellos sólo son fragmentos de una progresión.
—Ah. Eso no importa —lo interrumpió Zwingliano—. Sólo queremos creernos más importantes que ellos diciendo eso. Pero no lo somos.
Ambos caminaron por los estrechos pasillos de ónice rumbo a la luz más cercana, que iluminaba un cruce de pasajes con un halo de silencio. Algunas sombras parecían moverse en la oscuridad reinante, así como ellos, pero sus voces habían convertido en más profundo aún el silencio del infinito paraje.
—Somos los simples guardianes del finito conocimiento universal —continuó Zwingliano—. De los hombres que nos crearon, y de todos los demás habitantes de la creación. Antes, tanto tiempo atrás, éramos los que atesorábamos el nuevo conocimiento, las nuevas obras que se creaban, y las antiguas que se encontraban ¿Pero hace cuánto tiempo que no recibimos nada original? ¿Cien años?
—Es que no hay nada nuevo que crear —afirmó A—. La literatura, cine, teatro, música, demos, arte o conocimiento... Todo ha sido explorado de todas las formas, direcciones y combinaciones posibles. Ya no puede agregarse nada. A las ideas me refiero. Podemos relatar de dos formas diferentes lo mismo, o cambiar el ritmo de una canción, o pintar un paisaje desde un ángulo diferente, pero ya no existen obras originales, frescas, disímiles a cualquier otra cosa creada hasta el momento, ni técnicas nuevas que le den vida a cada arte. Y las repeticiones temáticas las hemos aceptado inicialmente, pero ni con todo el almacenamiento de la galaxia podemos seguir haciéndolo ¿Cuánto material tenemos actualmente? ¿Siete mil quinientos peta quintillones de obras? Es por eso que se diseñó el algoritmo alfaomega, que busca las similitudes entre una nueva obra y todas las que poseemos, y la acepta únicamente si es original. Recuerdo un artículo de hace más de un millón de años atrás, donde un joven se quejaba que toda la música, todo el arte, se parecía entre sí, que aparentemente no se creaba nada nuevo, sino que todas las obras eran un simple reciclado de lo ya existente, ¡Que diría si viviera ahora! Sabemos que la música es fácil de reciclar, manteniendo el motivo y cambiando el ritmo o algún que otro instrumento o cantante, pero lo mismo no ocurre en la literatura... Es por eso que la música sigue vendiendo, puesto que el público se renueva... Pero en cambio ya no hay escritores.
—Y hace cien años que no hay nada original. Y antes de eso otros quinientos años.
—¿Y qué podemos hacer nosotros, simples construcciones de los creadores? En siete millones de años se les han acabado las ideas, y la creatividad. Son un Dios que ha agotado su potencial. Tal vez estemos próximos al Big Crash, a la contracción del universo causada por el agotamiento de la energía creativa original.
—Pero si nosotros fuéramos capaces de crear, tal vez le daríamos al universo la chispa necesaria para seguir existiendo —afirmó Zwingliano.
—Hace tiempo que se busca que seres como nosotros posean la capacidad creativa, y no se ha conseguido... Aparentemente no poseemos dicha facultad. Y ya nadie puede hacerlo. El universo actualmente es estático. Y pronto se contraerá.
—Yo voy a escribir un relato y añadirlo a esta biblioteca —aseguró Zwingliano—. Revolucionaré al mundo. Expandiré una vez más el universo con un pulso, como un latido.
—No hay nada que escribir que no se haya escrito ya. Todas las posibles historias de todas las posibles personas. Todas las leyendas del futuro y del pasado, todo lo que ha ocurrido o pudiera ocurrir ya ha sido escrito. Creo que hasta el tiempo se ha detenido allí afuera —supuso A.
—¿Y esta conversación? No ha sido escrita nunca por nadie. Sería la primera obra elaborada por uno de nosotros, a pesar de nuestras limitaciones creativas. Y si bien no tenemos capacidad artística, sí podemos narrar esto, una conversación en la que hemos participado.
—Un relato sobre la realidad presente, donde es imposible crear, no tiene sentido. Es una contradicción. ¿Cómo podría existir una nueva obra que fuera una narración acerca de que narrar se ha vuelto imposible? Es una paradoja.
—Sería el principio y el fin. El alfa y el omega, como tú y yo —aseguró Zwingliano.
—Lo sería.
—Entonces lo haré.
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