Esperanza
Conducía rápido, apurado, como siempre. Cuando manejo me transformo, no noto lo que ocurre alrededor, no presto atención más que a las señales de tránsito, a los peatones y a los otros vehículos, convirtiéndome en un micromundo que únicamente quiere llegar a su destino, y que no se interesa por nada más.
Esa tarde no había encendido la radio, cosa extraña, puesto que me encanta manejar con música, y detesto hacerlo en silencio. La música me entretiene y ayuda a calmarme cuando algún inepto adelante hace alguna maniobra inadecuada, o cuando un transeúnte cruza corriendo la calle sin mirar a los costados...
Repentinamente un gordo mosquito, salido de algún rincón desconocido (puesto que tenía los vidrios cerrados), se puso frente a mi campo visual, golpeando una y otra vez contra el parabrisas en un inútil intento por escapar del interior del vehículo, y probablemente sin comprender porqué no podía simplemente irse volando luego de haber bebido de mi sangre.
Inmediatamente me transporté a otro lugar, mentalmente, y me encontré navegando entre mis confusos pensamientos. No era extraño, puesto que era la otra forma que tenía de conducir tranquilo. De hecho, era un mecanismo mejor que la música, ya que llegaba a destino sin siquiera recordar el camino que había tomado, tan profundos eran algunos de los diálogos que entablaba conmigo mismo.
En este caso empecé a desenmarañar el ovillo de mis cavilaciones desde una hebra que fue el mosquito. Un pobre insecto que creía poder llegar a algún lugar, pero con una fuerza invisible que lo detenía y evitaba cualquier intento que hiciera. Así como los humanos, que creemos poder hacer tantas cosas, ser libres, pero en realidad nos hallamos atados a innumerables situaciones, verdades o hechos que nos encadenan a la realidad e impiden nuestro vuelo.
Inmediatamente pensé en las hormigas, a la inversa, que creen que el universo apenas si es el jardín donde se halla su hormiguero. Para ellas, que exista más mundo que ese que conocen, no tiene importancia. Cada hormiguero sería como una isla flotante en un mar de dimensiones paralelas. Y sin embargo hay tanto más cuando se quiere ver...
Y nuevamente me hallé pensando en la humanidad. Mezcla de mosquito y hormiga, y quien sabe que más. Nos hallamos en una triste época de escepticismo, donde la ciencia tiene en gran parte la culpa de la depresión que ella misma causa en la gente. Un período terrible para nuestras civilizaciones, donde lo que no se ve no existe, y donde lo que no tiene demostración formal no puede tomarse en serio.
Algo, o alguien, está cubriendo todo con un manto gris de verdades sensibles, y ocultando las verdades (o falsedades) espirituales, mentales, superiores. Es clara esta tendencia. Basta con ir al cine, leer un libro (literario o técnico), charlar con cualquiera. Está de moda lo superior, pero irreal. Las películas son cada vez más fantásticas, pero hacen un total hincapié en lo irreal de sí mismas. Te muestran las posibilidades humanas o divinas en argumentos interesantísimos, pero aclarando, con total seguridad, que son falsas.
Con Peter Pan, muchos creímos que también podríamos volar, pero con Matrix estamos seguros que somos mera materia que nunca conseguirá nada fuera del mundo material real, salvo que recurramos a un mundo inmaterial, ficticio, y fantástico.
Todo tiene una demostración, y si no la tiene, habrá suficientes teorías plausibles que eliminarán cualquier posibilidad que vaya más allá de la física, la química o la tecnología. Los sabios actuales son los que más libros han leído, no los que han aprendido a leer a la naturaleza, y a la verdad que se esconde detrás de ella.
Se nota en todos los ámbitos, inclusive en el religioso. En nuestro país, altamente católico, pocos son los que creen en los milagros, en que haya algo más, en lo que su propia religión profesa. No creen. Y no hay nada que los haga cambiar de opinión. Siempre tendrán terror a lo desconocido, o a lo que podamos llegar a ser en verdad.
Y mientras tanto el mosquito cree que podrá llegar a un más allá imposible y la hormiga no quiere aceptar que hay algo más de lo que le inculcan ¿Cuál de ellos somos nosotros? Sigo insistiendo que ambos.
El caso anterior eran los hombres hormiga, los que no quieren ir más allá de lo que conocen, de lo que han creído desde siempre. Pero en general, todos al mismo tiempo son mosquitos, creyendo cualquier cosa que les de una luz indicando que hay algo más, algo que desean con fervor, puesto que no pueden aceptar que el mundo sea meramente material, como ellos.
Y es nuevamente interesante ver como funcionan. Estas personas, muchas, no creen en un Dios, no creen en que con sólo proponérnoslo, seremos capaces de modelar un mundo nuevo, y sin embargo llaman a los astrólogos y tarotistas telefónicos para que les predigan su futuro. No creen en el destino, y sin embargo leen diariamente el horóscopo en el periódico y tocan madera si ocurre algo malo. Niegan la existencia de Dios, pero rezan y besan el rosario cuando el arquero tiene que atajar un penal para que su equipo favorito pase a la siguiente ronda del torneo. No tienen fe en que algo pueda cambiar con el mero hecho de desearlo, pero van a la iglesia y escuchan la palabra como si fueran sonámbulos. El milagro de los panes, del vino, lo que fuera, les parece un cuento de hadas.
Es simpático, porque no creen en milagros, antiguos o actuales, pero sí creen en un anuncio publicitario donde por el mero hecho de tomar una bebida alcohólica o ponerse cierta ropa, podrán conseguir despampanantes parejas sexuales. O peor aún, juegan a la lotería porque existe una remota e inalcanzable chance de cambiar su vida, pero al milagro del trabajo diario y de las recompensas merecidas por el esfuerzo que conllevan lo esquivan como si fuera imposible.
Pocos son los que creen que ellos mismos pueden ser hacedores de milagros si se lo proponen. Y esa es la verdad, casi toda la gente se mueve en un ser contradictorio. Creyendo superficialmente pero sin creer en realidad, o negando sistemáticamente lo que acepta su interior. Y es triste, porque ambas vidas no llevan a nada. Son pocos los que caminan por el delgado hilo de la cordura y la realidad, conociendo firmemente al mundo, y sabiendo qué más hay detrás de él, qué cosas existen y no se ven, y cómo el hombre es mucho más que la materia que nos quieren hacer creer desde niños por todos los medios, artes o discursos.
¿Cómo es posible que todas las civilizaciones antiguas se creyeran parte de un ente superior, o se entendieran con la naturaleza, o tuvieran claras nociones astrofísicas, y que nosotros hayamos perdido todo eso? ¿Es que avanzamos en retroceso? O sea, vamos adelante, pero pareciera que en sentido contrario. A veces me pregunto si esta civilización terminará en forma catastrófica, para que una generación siguiente redescubra todo lo que parece ahora perdido.
Cuando vemos a los pueblos antiguos, griegos, egipcios, mayas, chinos, notamos que su vida y sus ciudades estaban centradas en una filosofía. Todos sus esfuerzos estaban dedicados a vivir acorde a ella, sin importar si era correcta o no (tal vez cada filosofía fue correcta para su época y momento histórico), pero teniendo un horizonte definido hacia donde caminar. En cambio, nuestra época se caracteriza por la ausencia de filosofía. No hablo de filósofos, sino de ese sentimiento que cada ciudadano debe tener hacia el rumbo a seguir, y hacia las respuestas a las mismas preguntas de siempre. Las respuestas cambian según la época, pero las preguntas se mantienen.
En cambio, ¿Qué clase de mundo es éste, donde hemos olvidado a las propias preguntas?
Es un mundo donde nos han arrancado la esperanza. Antiguamente se decía que la esperanza era lo último que se perdía. Sin embargo, actualmente es lo primero que se pierde, puesto que nos la extirpan sistemáticamente desde pequeños. Como ya dije antes, nos llenan de ideas fantásticas claramente falsas, o de realidades muy duras claramente verdaderas, y nos educan para que aceptemos que así es el mundo, y no puede cambiar. No existe ninguna cosa fuera de ello, y por lo tanto no tiene sentido guardar, aunque sea, un atisbo de esperanza.
Sin esperanzas somos esclavos del vacío, de la nada.
Y sin actuar, anulamos nuestra existencia.
Pero es cierto que la civilización no subsistiría de la forma actual si todos aceptaran las verdades y descartaran los mitos fantásticos de todos los días. Por eso es más fácil mezclar todo de forma que la confusión nos dure toda la vida, y que la rueda del progreso y supuesto bienestar siga girando.
Y sin embargo este mundo es tanto más de lo que sabemos... No tenemos que permitir que trunquen nuestras esperanzas, puesto que es la fuerza que realmente mueve al mundo, y la única que importa. En realidad, el mundo será lo que deseemos de él, y no otra cosa. Así que deseemos bien, hasta lo supuestamente imposible, y así será.
¡Hey!... Esa esquina la conozco... ¡Este es mi destino!... Y sin embargo no recuerdo qué camino he tomado para llegar hasta aquí, tan ensimismado estaba con mis pensamientos...
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