El Secuestro
En una cantina con piso de tierra, sentados alrededor de una mesita desvencijada y con varios ñoños vacíos, se hallaban cuatro compañeros bebiendo en vasitos de plástico el áureo elixir que conocían desde niños. "Tincho", "Tyson", "Cuchi" y "Luchí" eran los apodos de cada uno, compañeros de escuela en la infancia, y colegas en el delito desde la juventud. Uno de ellos era paraguayo, dos brasileros y el otro argentino, pero todos se habían criado y conocido de pequeños en la misma cuadra, donde sus familias echaron raíces. Actualmente se hallaban viviendo en un barrio periférico a Fernando de la Mora, en un terreno que ellos y cien familias más habían tomado ilegalmente y que, a pesar de las amenazas de expulsión por la policía y el ejército, pensaban defender con sus vidas.
Sus existencias fueron por demás azarosas, salpicadas de exabruptos, períodos en la cárcel, crímenes y drogadicción. A pesar de ello, los cuatro compañeros siempre demostraron tener una inteligencia especial para el crimen, y en general, nunca fueron inculpados por los actos graves cometidos, sino por incidentes pequeños, riñas callejeras o raterismo. Los últimos golpes habían salido a la perfección, y en ese momento se hallaban en un impasse, puesto que el dinero se les estaba acabando y necesitaban perpetrar algún nuevo atraco para sobrevivir un tiempo más. Su existencia siempre había estado acompañada de violencia y peligro, y ya estaban acostumbrados a vivir cada día como si fuera el último. De hecho, para varios otros amigos, ese día ya había llegado, y ellos eran de los pocos aún supervivientes de su edad.
—Bueno... —dijo Cuchi, bebiendo en un sorbo las últimas gotas de su cerveza—. ¿Qué lo que vamo hacer? Yo ya estoy seco, y empecé otra vez a deber plata...
—¿No te queda nada? —lo increpó Luchí—. ¿Y qué hiciste con tus ochenta millones de la joyería?
—Ndera... Ochenta millones nomás era. Y eso fue hace cinco meses... La plata se acaba chera'a.
—Tus chongas lo que te sacan toda tu plata... —se burló Tincho—. Esa vida que llevás no tiene nada bueno.
—Todo lo contrario, es muy buena... —se defendió Cuchi—. Cara, pero muy buena...
—Déjenlo tranquilo —intercedió Tyson, que por lo general era el autor intelectual de la mayoría de los golpes del grupo—. Yo también estoy sin plata, y necesito urgente una buena cantidad. Así que es hora de que retomemos el trabajo. Suficiente tiempo ya estuvimos quietos. La investigación del asalto a la joyería no llevó a nada, sino ya hubiera pasado algo, y podemos hacer otra cosa así grande para aguantar un poco más.
—Sí, ¿Pero qué? —insistió Cuchi—. No quiero más arriesgar mi vida como la última vez. Nos salvamos de pedo, y se murió Tony... —pausó por un momento—. Tenemos que hacer algo menos arriesgado, esa plata no vale la vida...
—Yo estuve pensando mucho la vez pasada... —reflexionó Tyson—. Y creo que deberíamos probar el secuestro. Está de moda y parece que sale bien.
—¿Estás loco pio vos? —le recriminó Tincho—. Jodido es ese tema. Hay mucha competencia en eso. Y encima de gente jodida, no como nosotros. Además, hay que aguantar varios meses con el ñato atado hasta que suelten la plata, que siempre es menos de lo que pedís.
—Y bueno... Pedís más de lo que querés y después negociás hasta llegar ahí, todos hacen eso... —le dijo Luchí.
—Evidente —lo apoyó Tyson.
—Encima la gente rica es tan tacaña que prefiere que se muera su familiar antes de pagar. Ya viste lo que le pasó a la modelo esa ex novia del intendente.
—Bueno, pero era la ex —se defendió el cabecilla—. Hay que ser tavyrón para secuestrar a una ex.
—Pero supuestamente todavía andaban de amantes. Y la nueva no sabía.
—Yo no sé... —insistió Tincho—. Todos los ricos andan siempre bien protegidos, con guardaespaldas, chofer, armados...
—Tsh —lo ignoró Tyson—. Bola eso es. Nada que ver. Ya ves a esta última que raptaron del parque, se fue sola en su 4x4 a caminar. Fácil ko es.
—No, no me gusta —repitió Tincho—. Encima después tenés que esconderte un año, porque esa gente se enoja tanto que paga a la policía y a los investigadores para encontrarte y recuperar su dinero, matándote y tirándote en una zanja.
—La otra opción es el secuestro express, como en tu valle, Luchí —dijo Cuchi a su compañero.
—No, dejate de joder —le respondió este—. Tenés que hacer todo un operativo comando para ganar tres millones de guaraníes. Es una boludez. Si te vas a arriesgar, hacelo por una buena plata, y no por monedas, porque al final si te atrapan vas a ir preso la misma cantidad de años si secuestrás un buen botín o hacés uno "express".
—Pero ahora Caratallada está haciendo secuestros express, y parece que le va bien. Hace uno cada quince días y con eso vive —insistió Cuchi.
—Caratallada es un boludo —sentenció Luchí—. Obvio que le va mejor ahora, si antes se dedicaba a robarle el pelo a las mujeres en los colectivos... —sonrió maliciosamente—. Pero nosotros somos mucho mejores que él... No podemos rebajarnos a su nivel...
—Y no sé que podemos hacer entonces —dijo Cuchi, levantando los hombros.
—Se me ocurrió una cosa —habló entonces Tyson, con una sonrisa dibujada en la cara, observando un afiche político pegado a una columna de alumbrado público cerca suyo—. Podemos hacer una combinación de ambos tipos de secuestro de manera a raptar a alguien desprotegido y cobrarlo carísimo a cualquier rico...
—¡¿Qué?! —preguntaron todos al unísono.
—Les explico...
* * * * *
José Rodríguez Alvarenga se encontraba dormitando en una habitación amplia, enredado entre sábanas y las esbeltas piernas de una voluptuosa mujer, también dormida. Con total descaro sus cuerpos permanecían parcialmente desnudos y mostrando todo su esplendor a la cámara filmadora del techo, de la cual ninguno conocía su existencia. Repentinamente sonó un teléfono celular, y José saltó del lecho en forma automática. Miró el identificador de llamada y dudó un momento en atender, pero como era una llamada poco común, la tomó de todos modos.
—¿Sí?.. —preguntó dubitativo.
—José, ¿Dónde estás? —dijo una voz femenina del otro lado.
—En un almuerzo de campaña, querida —respondió él.
—¿A las cuatro de la tarde? —inquirió ella.
—Es que nos retrasamos... —se justificó, mientras la rubia acompañante se levantaba y ponía una bata—. Estamos en la sobremesa.
—Bueno, no importa... No sé para qué me meto en tus cosas. Escuchame, debido a tu reunión esta, supongo que no habrás visto el noticiero.
—No... —dijo él, un poco distraído, ya que Sayi había entrado a la ducha con mamparas de cristal, enjabonando seductoramente su hermoso y firme cuerpo, mientras le hacía señales para que la acompañara.
—Bueno, atendeme bien. Raptaron a una tal Herminia Giménez, chipera de Capiatá —empezó a explicarle la esposa.
—¿Chipera? ¿Qué? —preguntó él confundido—. ¿No me podés contar los chismes hoy a la noche? Estoy en medio de una reunión importante, como te comenté antes... —le reclamó, con intenciones de terminar la llamada y acudir a su cita con la naturaleza.
—¡José! ¡Dejate de joder y atendeme! —gritó su mujer de forma repentina y nerviosa—. No es un chiste lo que te voy a decir, aunque lo parezca. Un grupo de malvivientes raptó a esta señora, muy conocida en su comunidad y muy querida por todos en la ruta, donde tiene su puesto de chipa, además dirige un albergue infantil paran niñas abusadas, y gestiona un comedor para huérfanos de su barrio...
Mientras tanto la rubia del otro lado del vidrio se movía de manera muy sensual y jugaba consigo misma con las piernas entreabiertas, intentando atraer al hombre de negocios, que apenas podía contenerse.
—...Y piden un rescate de un millón de dólares por ella.
—¿Cómo? ¿Un millón de dólares por la chipera? ¿Y qué, su familia vende droga adentro de la chipa para tener tanta plata?
—¡No pues! ¡Hoy parecés estúpido! ¿Te está llegando la sangre al cerebro? —le reclamó ella—. ¡Nos piden un millón de dólares a nosotros!
- ¿¡Qué!? - exclamó él volviendo en sí, volteando para no distraerse con Sayi y tratando de concentrarse en lo que su esposa le decía.
—¡Eso! dicen que decidieron que somos los padrinos de Herminia y quieren que nosotros les demos un millón de dólares por la chipera en menos de una semana, o la matan.
—¡Pero que la maten! ¡Qué carajo me importa! —exclamó José.
—Mi vida... Parece que no entendés... —le dijo la esposa apenas pudiendo mantener la calma—. Vos sos candidato a gobernador de éste departamento, las elecciones son en un mes, ¿Quién te va a votar si dejás que maten a la chipera, pudiendo haber salvado su vida? Peor aún, amenazaron seguir raptando y matando más gente hasta que les demos la plata.
—Pará, pará, pará —pidió él, enfriando la cabeza—. Me estás jodiendo.
—Ya te dije que no.
—Yo no pienso darles un peso a unos ñatos que raptan a una chipera y me piden, ¡a mí!, un palo verde.
—¿Cuántos palos verdes ya gastaste en la campaña? ¿Cuántos palos verdes ganaste con las últimas licitaciones del estado? Creo que tenés que pensar bien lo que vas a hacer, y tal vez asumir el gasto como parte de la inversión en la campaña.
—No, ni cagando, con lo difícil que fue conseguir esa plata. Lo que voy a hacer es llamar al comisario Escauriza para que investigue y se encargue de los desubicados esos.
—El comisario ya está acá conmigo en el PC. Vení y veamos qué se puede hacer.
—Bueno, voy —dijo él, cortando.
En ese momento unas manos mojadas le acariciaron la espalda y el vientre, bajando rápidamente hacia sus zonas íntimas.
—Me tengo que ir... —se excusó, intentando desprenderse de los brazos que lo aprisionaban.
—Quedate quince minutos más, Gordi —le susurró Sayi al oído—. Haré que valgan la pena... ¿Qué diferencia puede hacer?
José cerró los ojos, intentando ordenar las ideas.
* * * * *
—A ver, pongamos las cosas en claro —dijo José a los demás. Se hallaban reunidos él, su esposa Carolina, el comisario Escauriza y Juan Francisco, su asesor de imagen. La reunión era a puertas cerradas, pero su resultado sería público, puesto que todos los medios se hallaban afuera asediando el local y esperando una pronunciación oficial del candidato—. Estos maleantes raptaron a una persona cualquiera, esta chipera, madre de siete hijos y dueña de un albergue que da de comer a niños de la calle.
—Y a niñas abusadas —agregó la esposa.
—Y sí, eso también. Esta persona no tiene nada que ver con nosotros, es más, es opositora, y piden que yo pague un millón de dólares para que la liberen. Un millón de dólares por una persona que no vale nada, que gana cien dólares al mes, por lo que debería trabajar, a ver... —dijo tomando una calculadora y haciendo unas operaciones—. ¡Unos ochocientos años para devolverme el dinero! ¡Es una locura! Comisario, decime ya mismo qué averiguaste...
—Bueno... —empezó a hablar el comisario, un poco nervioso—. No hay mucho que decir. No es lo mismo raptar a alguien importante, conocido o custodiado que raptar a un transeúnte o a un cualquiera. Luego de mucho investigar, descubrimos que los maleantes utilizaron un vehículo blanco de cuatro puertas y con los vidrios polarizados. Suponemos que es el mismo VW Gol que encontramos abandonado hoy por la siesta en 10º compañía Acá Verá. El lugar es inhóspito y no hay ninguna pista más. El clima es muy seco y por lo tanto no hay huellas útiles en el camino de tierra que nos puedan servir para identificar el vehículo en el cual continuaron la huída. Tampoco hay huellas dactilares.
—O sea, tanta vuelta para decirme que no tenés idea de nada, quiénes son, dónde pueden estar... ¿Explicame para qué te pago? —se enfadó José.
—Bueno, el otro dato relevante que poseemos es la foto de la chipera, atada a una silla de madera que enviaron junto a la carta, escrita con puño y letra de la señora, donde dice que la matarán en una semana si no les damos el dinero. Primero pensamos que podría ser un autosecuestro, pero la verdad no parece ser el caso, no cuadra con el perfil. De la foto no hemos podido sacar ninguna conclusión, y la letra parecería ser de la señora, según nos han comentado sus parientes, ya que es una persona humilde que hizo hasta el sexto grado. Y se nota en los errores de ortografía y la pésima caligrafía.
—Y con su letra espantosa me pide un millón de dólares —murmuró José.
—Un millón —asintió el comisario—. En efectivo. O pueden ser euros también...
—Pero seguro que piden eso porque en realidad están queriendo sacar unos quinientos mil dólares —apuntó Juan Francisco—. Les diremos que no tenemos ese monto y que apenas podemos conseguir unos doscientos cincuenta mil, que es el fondo de reserva de la campaña. Además podemos hacer una cruzada de solidaridad televisiva y pedir fondos al gobierno para completar.
—¡Francisco! —exclamó José, ofuscado— Vos ya estás asumiendo que vamos a pagar... Existe la opción de no hacerlo... Quien sabe, quizás no hablen en serio.
—Esta gente es de lo peor —afirmó Juan Francisco—, estoy seguro que dicen la verdad. Es un plan demasiado loco, pero muy hábil ¿Vale la pena que maten a la doña, siendo que amenazan con raptar y matar a cualquier otra persona después? Esto hará que no podamos proteger a nadie, y que toda la ciudadanía entre en histeria colectiva. Me parece que el costo político es demasiado grande. Además, bastantes problemas tenemos con las acusaciones de corrupción que existen acerca de tu período como diputado, y luchar contra eso y al mismo tiempo con el temor colectivo no es bueno.
—¿Y por qué no esperamos y vemos qué ocurre? —preguntó Carolina—. Porque darles el dinero significaría aceptar que tenemos mucho, y eso implicaría en el fondo que hemos sido corruptos.
—¿Vale la pena esperar? —inquirió Juan Francisco—. Esta es una situación delicada, pero tenemos que saber utilizarla a nuestro favor. Debemos considerar lo que hagamos como una inversión, que bien realizada, nos dé la victoria en las elecciones.
—¿Cómo? —quiso saber José.
—Primero, negociemos con los secuestradores. Digámosles que necesitamos veinte días para conseguir el dinero, y bajemos el monto lo más posible. Supongo que ofreciéndoles doscientos cincuenta mil de entrada, podremos, mediante tire y afloje, rondar los cuatrocientos o quinientos mil. Realizaremos un teletón para juntar los fondos, haciendo que la ciudadanía se identifique con la mujer, pero más importante, con José, quien hace todo lo posible por ayudar a cada persona en la que es su futura Gobernación. Estirando el tiempo, lograremos que la chipera esté a salvo más o menos una semana antes de la finalización del período electoral. La utilizaremos como bandera en los actos de cierre de campaña. Eso tendrá un efecto positivo en la moral del electorado. "José Rodríguez Alvarenga, salvador de todos, de los indefensos, y de cada uno de nosotros..." —dijo él extendiendo las manos mostrando un cartel imaginario—. Podría salir bien. Peor sería que se conozca a José Rodríguez Alvarenga como el culpable de la muerte de la chipera. El inescrupuloso, el soberbio...
—¿Pero qué garantía tenemos de que no harán lo mismo otra vez?
—Aunque parezca paradójico, esta gente tiene palabra y honor. Además, si llegara a suceder lo mismo, podríamos preparar un buen discurso diciendo que como no se puede confiar en este tipo de lacra social, siendo que ya hemos sido estafados una vez, entonces no volveremos a pagar nunca más por algo semejante. Y quedaremos bien.
—Eso es cierto —apuntó Carolina—. Tenemos que pensar en el futuro, en tu candidatura a presidente para el próximo período.
—La candidatura a presidente no creo que sea un problema —dijo José— El pueblo tiene mala memoria, o está atado al zoquete, eso lo sabemos todos.
—Eso no es tan cierto —afirmó Juan Francisco—. Tiene mala memoria para las cosas importantes, como ser los hechos de corrupción, pero los detalles ridículos como éste te perseguirán para toda la vida.
—Me preocupa mucho esto —expresó José a los demás—. No por mí, sino por el futuro del país... Nosotros sentaríamos las bases de lo que podría ocurrir de aquí en más. Piensen que se hiciera costumbre este tipo de acto salvaje, nadie estaría a salvo. Los pobres y ciudadanos comunes porque son potenciales víctimas de raptos, y los ricos y poderosos porque es imposible estar a salvo de ser extorsionados.
—Pero hay que analizar un poco más profundamente el tema —habló Carolina—. Primero, nuestra situación es diferente a la de la mayoría de la gente poderosa, puesto que estamos en etapa de finalización de campaña. Si raptan a un vendedor ambulante en el futuro y piden dinero, digamos, a algún empresario, éste no tiene motivo alguno por el cual pagar. Salvo por la culpa que podría sentir por no haber salvado una o varias vidas. Pero siendo que toda la gente poderosa cuenta con tantas vidas cercenadas en su haber, de manera directa o indirecta, no creo que deje de dormir por ello.
—A eso iba yo —insistió Juan Francisco—. La liberación de la doña pondrá de nuestro lado a la gente común, que al final es la que decide quien gana las elecciones, mientras que los ricos pueden mostrarse un tanto molestos, pero en el fondo no se verán afectados. Tal vez sucedan otros intentos semejantes, confiados en que la primera vez funcionó, pero una vez que descubran que en realidad nadie está dispuesto a pagar por la vida de un extraño, probablemente se termine esta práctica.
—Todas son hipótesis —rumió José—. Pero la realidad es impredecible. Hoy por la mañana jamás hubiera sospechado estar viviendo esto, y aquí estoy. Podemos suponer muchas cosas, pero jamás sabremos lo que al final sucederá. Tal vez los empresarios puedan sacrificar un honor inexistente y no pagar, pero los políticos siempre nos veremos amenazados.
—Y qué podemos hacer... —asintió Juan Francisco—. Unos pobres tipos inventaron una forma de recuperar lo que se le ha robado al pueblo por tanto tiempo, o más bien, cobrar un adelanto de lo que se habrá de robar... Lo único que podemos hacer nosotros es vadear la situación en esta oportunidad y virarla a nuestro favor, lo que ocurra luego no es importante.
José estaba furioso, pero se contuvo y no dijo nada. Esperó unos segundos para reponerse y respiró hondo.
—Está bien —dijo—. Haremos lo que te parezca mejor. Prepara un discurso para dar a los medios en conferencia de prensa, resaltando las motivaciones por las cuales haremos lo que haremos. Indica especialmente factores que causen emotividad en el pueblo, como el hecho de no dejar a siete niños huérfanos y cosas por el estilo. Cuando se comuniquen los captores pediremos la extensión de tiempo tal como indicaste, y esperemos que usted, comisario, sea capaz de recuperar mi dinero y atrapar a los maleantes una vez a salvo la señora. No quiere fallar en eso.
—¡No señor!
—Carolina. Te quiero a mi lado mientras hable con la prensa. Tenemos que dar imagen de familia unida y solidaria. Traé a Tamara y a Victoria también. Si falta algún medio de prensa, lo convocaremos. Esperemos que todo salga bien.
—Saldrá, te lo aseguro... —le dijo Juan Francisco.
—Y si no sale, yo mismo raptaré a alguien para que mis rivales políticos paguen aquello que perdí —dijo sonriendo, un tanto en broma—. Bueno, se levanta la sesión. Y que Dios se apiade de nosotros si nos equivocamos...
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