El Fantasma

El lugar donde Luis se encontraba era completamente desconocido para él. No más que un lúgubre paraje gris, sin otro color alguno, y sin negros o blancos... Sólo tonos grises. El suelo fangoso parecía devorarlo lentamente, y una pálida luz provenía de todas partes, escondiéndose y alargando las sombras de los arbustos espinosos que lo rodeaban en todas las direcciones.

Allí, congelado (pero no de frío sino de terror), estaba él, solo con ella. Una imagen femenina cubierta de cenizas que apenas rozaba el piso con sus débiles pies, y que se mantenía erguida por alguna fuerza sobrenatural incomprensible para el hombre.

Ella avanzaba lentamente hacia él, impávida, inexpresiva, pero saboreando su victoria, y a su víctima, por adelantado. Un escalofrío indescriptible recorrió el espinazo de Luis, de punta a punta, y unas lágrimas quisieron escapar por sus ojos, acumulándose y a punto de derramarse, pero logró contenerlas respirando profundamente.

—No puedes hacer nada contra mí —aseguró Luis a la imagen sepulcral—. No te temo, y por lo tanto no puedes dañarme.

—Todos me temen —le respondió ella—. ¿Cuántos de tus amigos me acompañan ahora en este dolor infinito? ¿Cuántos están atrapando otras almas para poder seguir viviendo en este mundo intermedio, y no caer definitivamente en el pozo de donde nunca se escapa? Siempre y cuando logre cumplir mi objetivo, no tendré que caer en ese abismo insondable que todo lo consume, y podré seguir observando al mundo a través de las ventanas que encuentro abiertas cada cierto tiempo y que conectan nuestros universos.

—¡Pues mis amigos no han muerto en vano! —le espetó el hombre, cuyo semblante poco a poco se iba opacando en forma similar al de ella—. Yo he descubierto la forma de evitar caer en tu juego, y no morir innecesariamente.

—No hay forma de hacerlo. Los hombres no tienen protección alguna contra nosotros, los que vemos más allá de sus almas, y los que controlamos los hilos invisibles de las realidades alternativas ¿Qué piensas hacer? ¡Consumiré tu alma en un instante!

La mujer avanzó unos metros en un relámpago, como deteniendo al mundo, y su cabello azabache enredado fue rodeado por una corona de muerta hojarasca. Sus ojos eran completamente negros, y podían ver más allá de las apariencias, siempre alertas, siempre hurgando, siempre detectando fuentes de vida y de calor, fuentes de fugaces momentos de humanidad, la cual al ser absorbida le daba unos pocos segundos de paz, deteniendo el dolor y el ruido en la cabeza que nunca cesa, convirtiéndose en un aturdimiento infinito. Y si bien ese instante de calma valía todo el esfuerzo del mundo, luego de consumir una vida su intensidad aumentaba, puesto que un grito más se sumaba al infierno de voces que la castigaban y le gritaban insistentemente en cada instante, en venganza por lo que ella les hizo...

—No puedes hacerme nada, pues nada temo —le dijo él recobrando la calma ante el avance imperioso de la mujer, que indefectiblemente lo alcanzaría en pocos segundos—. Tú no tienes existencia física, sólo te alimentas del temor, y cuanto más asustada está la persona, más fuerte te vuelves, hasta dominarla y hacerla tuya. Pero no puedes hacer nada contra quien no te teme, puesto que perteneces a otro plano, a otro lugar, que no tiene contacto con el mío. Todo esto que me rodea es falso, es sólo un ambiente ficticio que denota el estado de decaimiento de tu alma, el odio acumulado y envejecido que te consume por estar haciendo algo que tú misma odias, pero que es lo único que te permite sobrevivir y resistir sin caer en el abismo que mencionaste. Y si bien ya estás frente a mí, sólo mi propio terror puede matarme y lograr que te pertenezca. En otro caso, aunque me toques, aunque finjas atacarme, no podrás hacerme daño.

La mujer se detuvo a escasos centímetros del hombre, en silencio, completamente estática, excepto por los ojos oscuros que escudriñaban su semblante y devanaban las ideas que surcaban por el cerebro de Luis. Entreabrió lentamente la boca, y unos dientes amarillentos se vieron bajo la mueca de odio que se formó en su rostro. Un vaho pútrido escapó a través de sus fauces, acariciando al muchacho. Luego de unos segundos, ella elevó un poco la cabeza y habló.

—¡Qué ingenuo eres! Ciertamente estoy en un plano donde físicamente no puedo hacerte daño. Pero eso no significa que no pueda establecer algún tipo de contacto contigo. Estoy muerta, y sin embargo puedo plasmar este lugar en tu cerebro y hacer que lo veas como real, extrayéndote de tu verdadero mundo. Puedo hablar y tú me escuchas, puedo pensar, por más que mis neuronas no funcionen, y puedo entender muchas cosas, aunque no tenga capacidad real de razonar.

La mujer abrió los ojos mucho más e hizo un brusco movimiento hacia adelante. Luis dio un paso hacia atrás y trastabilló, intentando evitarla.

—¿Crees que eres el único que ha intentado evitarme? ¿Convencerme? —insistió ella—. Han existido muchos antes, y habrá otros después. Es cierto, debo convencerte de desear morir, o sino no lo harás. Pero es algo que sé hacer bien, cientos ya han caído conmigo, y en el eterno futuro habrá muchos más. El miedo es la herramienta más poderosa que tengo, pero no la única. ¿Acaso crees que por no temerme podrás salir de este lugar? Tengo toda la eternidad para hacerte sufrir, sin que puedas descansar, en este reducido terreno producto de mis deseos.

Luis se arrastró un poco más hacia atrás. Tenía miedo, y sabía que eso lo condenaría, por lo tanto debía mentalizarse una vez más de que todo era una ilusión, y que ella no tenía jurisdicción sobre él mientras no se lo permitiera. Ella, por su parte, arremetió nuevamente, flotando directamente sobre él, con el semblante tremendo que sólo los espectros pueden tener.

—Tu mundo es el de la realidad física, el del pensamiento lógico-cerebral, y el de las barreras que todo lo bloquean y todo lo detienen. Mi mundo es el de la libertad, y el de los sentimientos. Y si bien no puedo hacerte daño físicamente, y por lo tanto necesito que desees morir para acompañarme, dispongo de otros mecanismos para atrapar almas que puedo utilizar. Sólo me tomará un poco más de trabajo que en el resto de los casos.

El hombre intentó ponerse en pie recostándose contra uno de los troncos espinosos esparcidos en el lugar, y ella se abalanzó sobre él, traspasándolo con sus garras y congelando su corazón y sus vísceras como si la sangre no fluyera más por allí.

—No puedo hacerte daño, pero sí puedo sacarte cosas de adentro. Como tus sentimientos —explicó ella sosteniendo una traslúcida esfera que giraba sobre sí misma como una pequeña galaxia, llena de estrellas y recuerdos—. Yo pertenezco al mundo inmaterial de los sentimientos, y sobre ellos sí puedo actuar ¿De qué serviría que puedas volver al mundo, si ya no te queda ningún sentimiento? Te convertirías en un autómata, en algo peor que un fantasma. No sentirás nada cuando tu hija te abrace y te diga que te ama... No sentirás pasión alguna y la vida será mucho más gris que este paraje donde ahora te encuentras.

El hombre empezó a sollozar. Sentía que se quebraba, y que ella ganaría la batalla.

—Soy la más poderosa entre todos los muertos en vida, o vivos en muerte. Puedo traspasar umbrales que muy pocos conocen, y localizar mis víctimas en el mundo de los vivos, para alimentarme de ellas. Y tú te atreves a decirme que no puedo hacerte daño ¡Despierta! ¡Date cuenta que nunca podrás escapar de mí! ¡Yo te he elegido!

Luis cayó de rodillas, sintiendo una total impotencia. Todo lo que ella decía era verdad, y no podría luchar contra alguien que poseía poderes y conocimientos que superaban las barreras de la vida y de la muerte. Ella aprovechó el momento y se lanzó sobre él aullando, disfrutando de su victoria. Penetró en su cuerpo y lo consumió en un instante, hasta hacerlo completamente suyo. Luis dejó de existir como sí mismo, y pasó a ser parte de ella, un condenado más, atrapado en el interior de uno de los pocos seres capaces de caminar por la delgada línea que divide la existencia de la nada.

Ella permaneció en la posición de rodillas que él había tomado, viviendo intensamente el momento. Por un instante las voces se apagaron y todo fue silencio, soledad, como ella siempre quiso, pudo cerrar sus ojos y descansar, recordar momentos felices de su vida pasada... El paraje cobró rápidamente colores verdes y amarillos fulgurantes, los torcidos árboles se pusieron en pie desenredando sus ramas, y el sol consumió a las nubes oscuras, dándole directamente en la cara. Ella hasta sintió la tibieza de los rayos acariciándole el rostro. Pero luego de unos segundos las sombras irrumpieron ruidosamente en el firmamento opacando todo, y los gritos empezaron a brotar desde el fondo de sus entrañas, reclamándole el haber consumido sus vidas y esperanzas. Una nueva voz se escuchaba por encima de todas las demás, intensa, repleta de odio, transformada... Era Luis, un nuevo prisionero en su cuerpo etéreo, por toda la eternidad.

—¡Mentirosa! ¡Me engañaste! ¡No puedes dominar mis sentimientos! —gritaba, entre miles de otros reclamos, chillidos y aullidos que la aturdían y le impedían pensar, o más bien sentir, con claridad.

—Todos son iguales, todos caen en mis redes, nunca nadie se ha salvado, porque no pueden conmigo, soy inmortal, invencible, y tengo toda la eternidad para atormentarlos hasta que se rindan. Tú no serías la excepción. Las palabras, los engaños, o las verdades se confunden entre fantasía y realidad en mi mundo.

Los gritos apagados de Luis se perdieron lentamente entre la maraña de sonidos antiguos que la golpeaban una y otra vez. El mundo empezó a oscurecerse lentamente, y ella supo que pasaría poco tiempo antes que el hambre la obligara a iniciar nuevamente su cacería, para conseguir otra víctima que la mantuviera alejada de la muerte eterna por un tiempo más, y que le permitiera vivir unos pocos segundos lejos del dolor.


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