Dioses
Júpiter y Saturno se hallan en el limbo profundo... Ese gris ámbito de tiempo y espacio infinitos donde los seres olvidados quedan atrapados sin posibilidad de retorno, y donde todo se pierde y muere irremediablemente.
Juntos, recuerdan antiguas hazañas, como dos viejos decadentes que ya no pueden hacer nada más que rememorar los viejos buenos tiempos y añorarlos. Evocan el poder que obtuvieron con su paso de Grecia a Roma, recuerdan las innumerables intrigas en las cuales estuvieron involucrados, los titanes, la guerra de Troya con dioses y semidioses participando en ambos bandos, las hermosas pero temibles diosas que los acompañaron, las mujeres mortales con las cuales tuvieron aventuras, los hijos que procrearon y que se convirtieron en héroes, como Hércules, Aquiles y Eneas, las eternas peleas de las diosas por la belleza y por el poder, la pertenencia de Adonis a Venus y Perséfone por cuatro meses a cada una, para poder finalmente estar cuatro meses libre... De hecho, las infidelidades de Afrodita a su marido Vulcano también fueron motivos de recuerdos y risas...
—Ah, era tan hermoso y cambiante nuestro mundo, tan lleno de vida... —dijo Júpiter a su padre—. En el fondo, a pesar de las intrigas y las muertes, las guerras e injusticias, la vida era buena, tenía magia, siempre existía la esperanza de que uno de nosotros bajase y caminase entre los humanos, poniendo en su lugar las cosas y castigando a quien lo mereciera. Es cierto que el duro destino, los hados, jugaban un rol fundamental contra el cual ni siquiera nosotros podíamos luchar, pero no hay punto de comparación entre nuestra época y la actual.
—Y qué esperas del mundo, si el animismo y el politeísmo están casi muertos en nuestras antiguas regiones... —le respondió Saturno—. Si el Monte Olimpo y nuestras historias se asemejan a leyendas, a cuentos de niños... Películas de cine fascinan más que nuestras hazañas, y los dibujos animados tienen más seguidores que nosotros mismos... Además la mayoría de la población mundial adora a un único dios que ha venido a gobernar con diferentes nombres, un dios aburrido y ausente, que confía en la capacidad del hombre de autogobernarse, en el dejar hacer, y que no premia ni castiga, sino simplemente observa... Es como un cambio de gobierno y de ideología, de intervencionismo o no. Tú, y tus hermanos e hijos tomaron una política diferente, la de la participación, y eso también acarreó consigo numerosos problemas.
—Pero el mundo era mejor con nosotros presentes. Yo sé, yo sé que éste es un dios de amor, algo que nosotros nunca tuvimos realmente, por compartir los rasgos y debilidades de los humanos, pero justamente por eso nos entendíamos más con ellos y ellos disfrutaban más de la vida, y tenían esperanza, un sentimiento que actualmente desconocen.
—De todos modos no podemos hacer nada, hijo mío. Así como tú me destronaste y yo destroné a mi padre, los dioses llegamos a esta muerte en vida, a este limbo, cuando somos olvidados... Y salir de aquí, por nuestros propios medios, es imposible. Tampoco podemos obtener ayuda exterior, siendo que ya no nos queda prácticamente poder, y somos recordados de forma casi anecdótica en los libros, como leyendas entretenidas producto de la imaginación antigua. Los dioses tenemos más poder cuanto más súbditos creen efectivamente en nosotros, nos ofrecen sacrificios espirituales y materiales, y claman por nuestros dones... En cambio, al ser olvidados, junto con nuestros rituales, nos volvemos cada vez más débiles hasta convertirnos en meros fantasmas, como ahora, imposibilitados a la acción.
—Pero todavía hay gente que cree en nosotros... Por eso no nos hemos convertido en la nada, en el vacío inexistente —dijo una voz carrasposa y casi inaudible cerca de ellos... Ambos distinguieron al momento a Febo, que se encontraba en una situación mucho más precaria que la suya propia—. Yo, en cambio, ya me estoy desmoronando... No sé por cuanto tiempo permaneceré en este plano, puesto que casi nadie cree en mí, ya sea con mi nombre antiguo o con otros nombres que tengan mi propio significado. En cambio ustedes, ya sea con sus nombres griegos, romanos, animistas o de realidad científica atea, todavía tienen algo de poder, tienen forma física, y quien sabe, puedan reinar nuevamente en este mundo destruido por culpa de la falta de fe, la incredulidad, y el escepticismo radical... —la voz se desvaneció... Fue mucho esfuerzo para él participar en dicho diálogo.
—Lo que Febo ha dicho es muy cierto —apuntó Saturno—, si estamos aquí es porque aún hay gente que cree en nosotros, tal vez con otros nombres, pero que admite nuestra esencia y nos alimenta para que no muramos del todo, aunque claramente nos hacemos más débiles con cada generación humana.
—Por lo menos nuestros nombres romanos quedarán plasmados en los planetas, hasta el final de los tiempos —sonrió Júpiter, o Zeus, o como quieran llamarlo, a su padre Saturno, o Cronos, quintaesencia real de su ser—. Padre, tú estuviste presente en una época muy primitiva de la humanidad, y has habitado el limbo por mucho más tiempo que yo... Es más, eres la esencia que ha promovido el movimiento y eres parte de este propio lugar y del mundo, eso hace que nunca en realidad puedas dejar de existir, puesto que sin ti, el universo permanecería estático por el resto de la eternidad... En cambio yo, o los otros dioses menores y mayores, sí corremos el riesgo de dejar de existir, y caer en el olvido final y completo.
—En verdad, el olvido nunca será completo para nosotros. Y si lo fuera, nuestras esencias se volverían a conformar y recrear, puesto que no puede haber dos dioses iguales que tomen el mismo lugar. Así que aunque Febo fuera completamente olvidado, y su esencia se perdiera por el universo, el día que alguien decida volver a creer en él, el sol, como un dios con poder propio, y en su significado real, él mismo volverá también a la vida, como el ave fénix, y podría llegar al máximo esplendor nuevamente, independientemente del nombre que le den. Como tú mismo dices, mi padre y yo somos los habitantes más antiguos de este lugar, y ya hemos visto a varios dioses perderse en el irremediable olvido, diluir sus esencias, y volver no sólo a este limbo sino al mundo mismo, porque en diferentes momentos históricos o en diferentes culturas, se ha regresado a sus creencias, costumbres y ritos... Así que no desesperemos, es imposible saber si regresaremos o no al mundo y si lograremos escapar de esta prisión infinita.
—Lo que yo extraño es no poder interactuar con los humanos... —habló en una aparición repentina Juno, esposa de Júpiter, a quien siguió inclusive hasta ese perdido lugar para tenerlo vigilado—. Me entristece no tener más contacto con ellos, no poder convencerlos de hacer mi voluntad, no poder dirigirlos o manipularlos como en la antigüedad... Hasta hace unos mil años, por lo menos podía, si no en forma física, aunque sea presentarme en sueños y guiarlos hacia mis propósitos. Pero ahora ya ni eso logro hacer. Tiene que haber alguna forma de regresar y destronar al único que gobierna casi toda la Tierra, y a los pocos dioses familiares o animistas de regiones remotas, que tienen tanto o menos poder que nosotros, puesto que sus seguidores son exiguos y tampoco consiguen suficiente poder para interceder en el mundo. Si un sólo dios es venerado en todo el planeta, el mundo se detendrá, no habrá intercambio de energía, no habrá razón de ser.
—¿Y tú crees, querida —le preguntó Júpiter—, que este dios sin nombre, o de múltiples nombres antagónicos entre los humanos, permitirá que nosotros regresemos, aunque encontráramos alguna forma de hacerlo?
—Por supuesto —afirmó ella—. Ninguno de nosotros puede impedir la existencia de los demás... Podemos intentar manipular las mentes, creencias y situaciones de los humanos, pero en el fondo, de ellos depende creer o no. Y además, este innombrable, es pasivo, no activo, y por lo tanto, no hará nada a favor ni en contra de nuestra existencia.
—Yo creo que nuestro tiempo ya pasó... —afirmó Saturno, más conocedor de la evolución humana—. Nunca volveremos al mundo, porque ya no servimos para representar las nuevas creencias religiosas o la búsqueda de la verdad de la raza humana. Y así como hemos pasado de moda, este dios que tanto les preocupa también caerá en el olvido y el desuso en algún momento, nos vendrá a acompañar aquí, y probablemente alguna entidad aún no nacida o no pensada, cobrará vida y tomará su lugar paulatinamente, cuando ellos lleguen a estados más altos de conciencia. Tal vez todo el círculo se cierre cuando vuelvan a creer en mi propio padre, en el origen de todo, que es el Caos original y la fuente de toda la vida y de todo el universo... Y quien sabe, tal vez allí regresen a nosotros, con nuevos nombres, pero con nuestro sentido original y de siempre, y gobernaremos nuevamente la tierra y los otros planetas donde podamos tener significado para sus habitantes.
—Yo creo que lo que necesitamos es lograr que nos escuchen nuevamente, que vuelvan a pensar en la posibilidad de que realmente hemos existido en el mundo y podemos volver a él —insistió la diosa.
—En mi estado actual, utilizando todas mis energías, apenas podría ser capaz de hacer llegar unas palabras, o algún pensamiento fugaz, a algún hombre en horas de vigilia... —supuso Júpiter, el rey de los dioses antiguos, ahora tan débil como cualquier otro dios olvidado—. Pero tiene que ser alguien que esté predispuesto, y que ese pensamiento fugaz, o esas palabras lo inflamen, se asilen en su mente, y sean capaces de hacer creer a alguien más, y que esa energía mental positiva hacia nosotros nos permita nuevamente asilarnos en nuevas mentes predispuestas, y así poco a poco ir cobrando poder y escapar de este mundo muerto, de este éter opaco que nos rodea y ya casi nos impide respirar...
—Entonces hay que escoger a alguien receptivo, a uno sólo, e influenciarlo todo lo que podamos con nuestras últimas energías. Tal vez si los tres lo hacemos juntos, logremos traspasar estas barreras infinitas y llegar nuevamente a la tierra hasta una persona... —pensó Saturno en voz alta.
—¿Y si penetramos en la mente de ese escritor, Jeu Azarru, que está predispuesto ahora, ya que acaba de terminar de leer la olvidada Eneida hace unos minutos, y ahora piensa releer la tragedia troyana? —pidió de manera casi suplicante Juno a su esposo—. Ya ha devuelto a la vida a los dragones más antiguos, gracias a su última novela, dioses como Zu, Murussu, Vitra y Quetzalcoatl, que eran tanto o más olvidados que nosotros... Utilicemos nuestro último poder en dirigir su mente hacia nuestra existencia y esperemos que pueda devolvernos las antiguas glorias perdidas, como lo hizo con ellos...
—Pero corremos el riesgo de desaparecer completamente si hacemos eso —le advirtió Saturno—, puesto que nuestra ya escasa energía vital no se recupera, salvo que los propios humanos crean en nosotros y nos hagan las ofrendas para que sigamos viviendo y cobrando poder.
—No me importa, prefiero desvanecerme a seguir atrapada en este lugar de fantasmas y sombras —insistió ella.
—¡Hagámoslo! —asintió decidido Júpiter—. Y que sea lo que el destino dictamine.
Entonces los tres dioses se concentraron juntos, conformaron casi una única esencia, y descendieron como un rayo invisible y zigzagueante al mundo, rompiendo barreras largamente impuestas. Iluminaron la cabeza del joven escritor como si se tratara de una fresca brisa, y luego se diluyeron completamente. El joven, que tenía aún en su mano la obra cumbre de Virgilio, la dejó a un lado, y abrió su agenda, empezando a escribir unos garabatos rápidamente, antes de perder la idea que repentinamente surcó su mente...
"Júpiter y Saturno aún existen", escribió. Luego tachó la frase y la reformuló: "Júpiter y Saturno se hallan en el limbo profundo... Ese gris ámbito de tiempo y espacio infinitos donde los seres olvidados quedan atrapados sin posibilidad de retorno, y donde todo se pierde y muere irremediablemente..."
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