Diálogo
—Pero debes comprenderlo, Cynthia, se acabó todo. No hay esperanzas ni posibilidades para nuestro amor —dijo él, estrechando sus tibias manos y cruzando miradas perdidas en la mesa del café.
No tiene importancia describir a los protagonistas de esta historia. Daría lo mismo si fueran pálidos o cobrizos, altos o bajos, hermosos o comunes como todos nosotros. La historia, la situación y la trama, serían las mismas.
Porque este diálogo se ha dado mil y una veces en la historia del mundo, y se seguirá dando hasta que el último hombre y la última mujer sean borrados de la faz de la tierra. Los amores imposibles siempre existirán, algo que yo mismo nunca quise aceptar.
Es mejor que cada uno de nosotros imagine a los personajes como los prefiera imaginar. Esa es una de las grandes ventajas que la literatura nos presenta por sobre cualquier otra de las artes o medios audiovisuales. Así que pongan los rostros de una pareja que prefieran, de un amor imposible que conozcan, o las suyas propias, si el caso se presta. Lo único resaltante para que el cuadro esté completo ya se ha dicho. Dos almas están muy cerca, pero alejándose, y se hallan enmarcadas en un lugar público, la mesa de un café junto a la ventana, que muestra del otro lado una calle bulliciosa y una plaza de verdes grisáceos, puesto que el cielo está nublado. Las manos se hallan entrecruzadas y los dedos inertes, muertos en vida por el contacto de la piel del otro, del que se aleja.
—No puedo creerlo. No soy capaz de comprender tu cobardía ¡Quédate conmigo! —le suplicó ella, aunque sabía que él no quebraría su decisión, que tanto tiempo y tanto dolor le supuso.
—No. Es imposible continuar con esto. Yo me creí fuerte. Tu mera presencia me hace fuerte y siento que puedo superar todos los obstáculos y las barreras que se interpongan. Pero luego vuelvo a mi casa, y allí está ella, con Matías y el bebé, y no puedo romperle el corazón de esa manera, dejándola con toda la carga, devolviéndola con sus padres luego de haber jurado acompañarla hasta que la muerte nos separe.
—¡Pero tú me amas! —le reclamó Cynthia.
—Y a ella también la amo, de una manera diferente —respondió él—. No tienes idea de lo que significa tener una familia, construir un hogar, lo difícil que es y todo lo que debe soportarse para eso. Si estuviéramos juntos, entenderías, y pasaríamos por lo mismo.
—Pero siempre me dijiste que te sentías incompleto, desde el día en que nos separamos. Fue un error hacerlo, y ahora pagamos las consecuencias, al encontrarnos en esta situación. Nunca deberías haberte ido de mi lado, en primera instancia.
—Esas eran otras épocas, y conoces bien los motivos —le replicó él—. Nunca hubiéramos sido felices juntos.
—Y de todos modos aún no somos felices, a pesar de todo este tiempo y de la distancia... —afirmó ella.
—Lo sé, pero no quiero discutir nuevamente y repasar todos los argumentos que venimos hablando desde hace dos semanas. No voy a separarme, y no mereces estar junto a un hombre casado que nunca podrá darte un hogar.
—Pero yo puedo ser la madre de tus hijos, yo puedo ser inclusive mejor compañera que ella, soy la única que te ha entendido y acompañado siempre en todo. No puedes aparecer nuevamente luego de todo este tiempo, llenar todos esos pequeños huecos que quedaron vacíos en mi alma por tu ausencia, e irte nuevamente y arrancarte una vez más de mi ser ¡No lo soportaré! —le reclamó ella con un doloroso suspiro—. Voy a morirme...
—Una vez ya sobreviviste sin mí. Vas a volver a hacerlo.
—Sí, pero tú y yo sabemos que estaremos desperdiciando nuestra única verdadera oportunidad en la vida de ser felices. Ahora estoy segura que la separación será para siempre. Luego de esto, si te vas otra vez, ya no quedará nada en nuestro interior. Y nuestros corazones siempre cargarán con el dolor de sentirnos incompletos hasta que nuestra muerte sobrevenga.
—No lo sé. Ya no quiero pensar ni argumentar. Te amo. Siempre lo haré. Pero debo irme. —dijo él, poniéndose de pie. Ella no le soltó la mano, sino que la aferró con más fuerza.
—Esta es la última oportunidad que nos veremos. Nunca más te responderé llamadas, recados o iré a tu encuentro si me buscas.
—Lo sé muy bien —asintió él—, y por eso es mejor que empecemos desde este momento a olvidar, y a sanar, lo que podamos.
—Dime una última cosa —insistió Cynthia, soltándole la mano, dejándolo ir—. El día que mueras, cuando llegues al cielo, y tanto ella como yo seamos ángeles desencarnados esperándote... ¿Cuál de las dos desearías que te reciba?
Él dudó por un instante, y luego le respondió.
—Tú.
Inmediatamente abandonó el lugar corriendo, y llorando mucho más que la propia tormenta que se había desatado. Ella permaneció pensativa observando por la ventana, y bebiendo un último sorbo de su café.
Él lloró, porque era un simple hombre, ella no, porque era una gran mujer.
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