Ella y él
Mucha gente piensa que los gemelos, solo por el hecho de nacer como tal, tienen que tener gustos y personalidades similares, pero eso no suele ser así. Después de todo...
Mientras ella nació primero y sin dificultades.
- Mira, es tan tierna... ¡Mi niña preciosa! - Esas fueron las primeras palabras que su madre pronunció nada más tenerla en brazos luego de nacer. Sí, estaba claro que por su voz y rostro estaba cansada, pero, aun así, se veía muy feliz por el hecho de poder, finalmente, ver cara a cara a la pequeña que estaba esperando. Aunque, todavía no es como si pudiera descansar, después de todo, otro bebé venía en camino.
Él nació minutos después, causando algunos problemas en el parto.
Sin embargo, el procedimiento que pareció funcionar la primera vez, no parecía que no iba a servir una segunda y es que, por algún motivo, cuando la niña salió, pareció haber hecho que su hermano se moviera lo suficiente como para que el propio cordón umbilical que aún le alimentaba y conectaba a su madre, ahora se encontrara al rededor del cuello del pequeño. Haciendo que, tanto su nacimiento como su vida corrieran un gran peligro.
- Menos mal... Mi pequeño... - Apenas si pudo musitar su madre, una vez lograron sacárselo de dentro. Al final, no quedó otra opción y, con el fin de que tanto ella como el bebé corrieran el mínimo riesgo posible, tuvieron que abrirle el vientre para lograr alcanzarlo, provocando, así, una cicatriz que perduraría durante toda la vida de la mujer.
Mientras ella era fría como la nieve.
- ¿Qué ocurre Aika? ¿Estás bien? - Le preguntó su madre a la niña de, ahora 4 años. Sin embargo, la pequeña simplemente negó en silencio, observando con seriedad hacia su gemelo, el cual se encontraba rodeado de otros niños igual de pobres como ellos - ¿Segura que no quieres ir a jugar con el resto? - Volvió a preguntarle y ella negó de nuevo, antes de girarse hacia el cielo para observar la nieve caer. Después de todo, aún a esa tierna edad, ella parecía ser consciente de su extraña personalidad y de como, por alguna razón, los otros niños parecían congelarse cada vez que cruzaban miradas con sus ojos aguamarina.
Él era cálido como el fuego.
- ¡Mamá, mamá! - Exclamó el pequeño, corriendo hasta donde estaban las otras dos para, nada más alcanzarlas, abrazar a la nombrada - ¡El resto de niños quiere invitarme a jugar al escondite!
- Claro, pero ten mucho cuidado, con este frío no sería difícil que te resfriaras - Le mencionó la adulta con una sonrisa, colocándole correctamente la bufanda.
- ¡No te preocupes, mi hermana estará conmigo para protegerme! - Contestó felizmente, como si estuviera más seguro que nadie de sus propias palabras.
- Pero yo n... - Antes de que la nombrada si quiera pudiera decir nada, ya estaba siendo arrastrada por el otro, mientras corría emocionado para encontrarse con el resto.
Mientras ella prometió protegerlo.
- Mamá... ¿Qué haces? - Esa fue la pregunta que la chica hijo la primera vez que pudo observar a su madre blandiendo una hermosa lanza bajo la luz de la Luna.
- Entreno, para asegurarme de mantenerme fuerte y poder cuidar de ti y de tu hermano.
- Yo... ¿También puedo aprender a usarla? - Preguntó, señalando hacia el arma, sorprendiendo con ello a su madre, por primera vez parecía que su hija se interesaba en algo de verdad.
- No sé, aún eres muy pequeña para eso - Le respondió, acercándose a ella para acariciarle la cabeza - Además, uno no aprende a usar un arma solo por capricho. Lo hace porque desea proteger a alguien.
- Yo quiero protegeros a mi hermano y a ti - Contestó sin tapujos y con total seguridad.
- En ese caso, prométeme que cuidarás de Akio hasta que él logre encontrar a alguien que acepte arriesgar su corazón y alma para protegerlo tanto como tú - Le dijo, aun sabiendo que su hija no terminaría de entender del todo a qué se refería - Si lo logras, te prometo que esta lanza será tuya.
- Lo prometo, protegeré a Akio cueste lo que cueste - Aceptó sin dudar ni un instante.
Él desconocía este hecho.
- ¿Eh?... - Murmuró, rascándose un ojo adormilado. La verdad es que se había levantado en medio de la noche para ir al baño, por lo que se extrañó un poco al ver a su madre y a su hermana hablando de a saber qué cosa en el jardín. Aun así, decidió ignorarlas, en ese momento estaba demasiado cansado como para intervenir. Si tal les preguntaría por la mañana o, si era algo realmente importante, ellas mismas irían a contárselo. No obstante, ninguna de esas cosas ocurrió, por lo que el chico acabó olvidándose totalmente del asunto.
Mientras ella comenzó a trabajar para los Fatui a los 14.
- Por favor... - Sintió de nuevo la súplica en la voz de su madre, mientras la sujetaba por el brazo - Por favor, piensalo de nuevo. No quiero que hagas esto por cuidar de nosotros, puedo buscar algún trabajo más - Pidió, claramente temblando y con la voz a punto de romperse - Soy tu madre... Por favor, entiende que no quiero que te pase nada malo. Si vas con ellos, es posible que...
- Estaré bien. Me has enseñado a como cuidar de mí misma - Le dijo, poniendo una de sus manos sobre la de su madre - Ahora, es momento de que haga algo por mi cuenta y cumpla con mi promesa - Finalizó, antes de soltarse del agarre de su progenitora y tomar sus cosas para, finalmente, salir por la puerta sin mirar atrás.
Él simplemente se quedó cuidando del hogar.
- ¡Ma... Mamá! - Corrió a socorrerla, al ver como había caído de rodillas al suelo. Justo en instantes antes el chico aún se encontraba durmiendo, dado que aún ni amanecía, por lo que claramente no entendía nada de lo que ocurría - ¿Qué ocurre? ¿Dónde está...? - Enmudeció al escuchar los desgarradores lamentos y las claras lágrimas que salían de los ojos de su madre. Sin embargo, no fue hasta horas después que logró enterarse de la decisión que había tomado su hermana mayor.
- Solo espero que mi hermana vuelva... No como papá... - Le pidió a la nada, ahora totalmente solo en el hogar. Después de todo, si su hermana se había alistado en con los Fatui y su madre trabajaba todas las horas que podía para lograr llevar algo de alimento a la mesa, no había nadie más que él para quedarse cuidando de la casa. Por primera vez en su vida, el pequeño saboreaba lo que era que le dejaran atrás.
Mientras ella se enamoraba y divertía por primera vez.
- ¿Um?... ¿Qué haces, idiota? - Preguntó la joven observando por encima del hombro a un chico de cabellos naranjas que se encontraba de cuclillas.
- ¡Me preparaba para una pelea! - Le contestó conectando sus pupilas con las de ella, a la vez que mostraba una bola de nieve
- Sin duda eres un gran idiota adicto a las peleas... Además ¿qué pensabas hacer con una tonta y frágil bola de nieve?
- ¡Esto! - Exclamó antes de lanzársela a la cara y salir huyendo.
- ¡Vuelve aquí, idiota! - Le gritó, comenzando a perseguirle, a la vez que intentaba patearlo, logrando que el chico riera.
Él tuvo que dejar a sus amigos atrás, para ser pilar que mantenía la salud mental de su madre a flote.
- ¿Mamá, podría...? - Murmuró, acercándose a su madre, quien se estaba quitando las botas de nieve en la entrada.
- Mi niño querido - Le acarició la mejilla nada más verle - ¿Qué ocurre?
- ¿Podría salir con los niños a...? - Ni si quiera se atrevió a terminar la frase, nada más notar la forma en la que su madre le observaba, le sirvió de respuesta - No... No importa...
- Ese es mi niño, tan bueno y obediente - Le acarició la cabeza, a la vez que se levantaba para ir a la cocina - Tan diferente de su hermana y de su padre... - La escuchó murmurar, causando que el niño no pudiera evitar dejar escapar un suspiro. Después de todo, él aún quería a su hermana y tenía claro que su madre también, no obstante, estaba seguro de que si él pidiera marcharse, aunque fuera unos simples minutos, acabaría destrozando la poca estabilidad y seguridad que le quedaba a la mujer.
Mientras ella vio morir a su madre entre sus brazos.
No fue hasta que la joven cumplió 16 que finalmente le permitieron ir con el resto de su escuadrón a una misión, no era una demasiado importante ni peligrosa, pero aun así, estarían varios días fuera de la ciudad. Aun así, había algo que la motivaba a intentar esforzarse todo lo posible, ya que, antes de salir el Segundo Heraldo les había dicho que, si lograban cumplir la misión con éxito, quizá les permitirían volver durante algunos días a sus casas como recompensa.
Como es lógico, lograron la misión sin problema alguno y con algo más de rapidez de lo que se esperaba. Por lo que, a pesar de aún no contar con el permiso de la Zarina y tener un futuro informa que redactar, la chica decidió pasar un segundo por su casa a escondidas, para avisar de la noticia de su momentáneo regreso.
- He vuelt... - Comenzó a decir, abriendo la puerta lentamente. Aunque, se quedó paralizada nada más darse cuenta de la escena que se mostraba en el interior de su hogar - Mamá - Corrió al lado del algo frío e inerte cuerpo que se encontraba tendido e inerte en el suelo y la abrazó contra su cuerpo. Por la densidad de la sangre y cómo aún seguía brotando del pecho de la mujer, era claro que el cuchillo, con el que le habían apuñalado en ese sitio, no hacía mucho que había sido clavado.
- Ai... Aika... - Escuchó musitar a la mujer apenas sin fuerza, a la vez que intentaba levantar su mano para acariciarla, cosa que la nombrada notó y la ayudó para que los dedos de su progenitora pudieran tocar su rostro. Quizá por última vez.
- ¿Quién ha hec...? - Comenzó a preguntar, pero una duda más importante pareció inundar su mente - ¿Y Akio? ¿Dónde está? - Cuestionó, intentando buscarle con la mirada desesperadamente.
- Ellos... - No fue hasta que volvió a escuchar un leve susurro de parte de su madre, que su atención volvió a centrarse en ella, quién apenas había logrado mover lo suficiente la cabeza como para apuntar con ella hacia la puerta trasera, desde la que podía verse como si alguien hubiera sido arrastrado, dejando una línea de espeso líquido rojo a su paso.
- Voy... - Intentó decir, el aliento estaba comenzando a fallarle por momentos, debido a todo lo que estaba ocurriendo a la vez - Voy a ir a por él, tú... - Se mordió levemente el labio de la frustración, al ver el estado actual de su madre y ser consciente de que seguramente ni respiraría cuando ellos regresaran - Quédate aquí, te prometo que volveré con él.
- Gracias... mi pequeña... - Lo que antes apenas era un mínimo susurro, ahora era apenas un murmullo que, si la chica no estuviera atenta, ni lo hubiera percibido - Cuidalo b-bien... - Musitó, por último, dejando escapar lo que ella sabía que era el último suspiro de los labios de la la persona que la había visto crecer.
Él tuvo que enterrar su cuerpo.
Todo para él ocurrió en un instante, según su percepción, hace unos minutos aún se encontraba riendo con su madre y diciéndole que durmiera bien. Sin embargo, de eso ya hacía varios meses, tiempo suficiente para que las letales heridas que esos bandidos habían causado en él se recuperaran gracias a los tratamientos del Segundo de los Heraldos y la sonrisa del chico hubiera quedado totalmente atrás para ser sustituída por una amargo sentimiento de abandono. Aun así, cuando regresó a su hogar, todo estaba tal y como lo dejó, hasta el cuerpo de su madre había logrado mantenerse intacto gracias al frío de la región.
- Ya es hora - Le avisó, el Segundo, mostrándole el objeto que tenía en su mano.
En Snezhnaya existen dos únicas formas de enterrar a un difunto u ocultarlo bajo la nieve, cosa que provocará que su cuerpo permanezca imperecedero por toda la eternidad o... Quemarlo hasta los huesos, borrando cualquier posible recuerdo de la existencia de esa persona. Por lo que, siguiendo esa lógica, el chico tomó lo que el otro le ofrecía y, minutos después, se quedó en silencio, observando como la casa en la que se había criado desaparecía entre las llamas, junto con la persona que le había dado a luz.
Mientras ella fue bendecida por los Arcontes desde hace mucho tiempo.
Luego de dejar a su el cuerpo de su madre atrás, echó a correr, siguiendo el rastro de sangre y las claras marcas en la nieve que de alguien había sido arrastrado hasta quién sabe dónde. No fue hasta un buen rato después que finalmente encontró a un grupo de hombres encapuchados que se encontraban pateando con todas sus fuerzas el cuerpo de quien claramente podía suponer que era su hermano. Nada más ver eso, la respiración de la chica volvió a cortarse abruptamente, y a la vez que sentía algo metálico contra su mano, una indescriptible sensación de poder inundaba su cuerpo. Lo único que recuerda claramente de ese instante, es que las heladas temperaturas que siempre había caracterizado su hogar, ya no parecía ser tan frías para ella y nunca más lo volverían a ser.
No fue hasta que la sangre de esos idiotas que se habían atrevido a hacerle daño a su familia adornaba la blanquecina nieve, que logró detenerse para comprobar el estado de su hermano. Si su madre había muerto es sus brazos por solo una puñalada, Akio ya podría estar más que muerto llegado a ese punto.
- A-Akio... - Murmuró con miedo, acariciando su rostro maltrecho rostro con suavidad, a la vez que intentaba analizar su situación con toda la velocidad que su cerebro y ojos le permitían. Su cara, estaba toda hinchada y llena de moratones, tenía una pierna rota, y claras marcas de puñaladas recorrían todo su torso y abdomen. Aun así, si bien era tan suavemente que apenas podía notarse, el chico aún respiraba así que, quizá... No era tan tarde para él.
Con esa idea en mente, corrió y corrió, hasta la base de los Fatui, intentando dar con la única persona que quizá y solo quizá podría salvar a su hermano. No fue hasta unos minutos después de encontrarlo y dejarlo con él, que finalmente se dignó a observar qué era aquello que había aparecido en la palma de su mano. Suspiró y cerró los ojos al darse cuenta de lo que era, por alguna ilógica y estúpida razón, los Arcontes habían decidido otorgarle una Visión el día que lo había perdido todo.
Él, durante varios años, tuvo que acortar su tiempo de vida con un Engaño.
Luego de observar por algunos minutos las llamas que cubrían su pequeño hogar, finalmente, decidió analizar con más atención aquel objeto que le había entregado la persona que le había salvado la vida. Sí, sabía lo que era y el riesgo que corría al quedárselo, el propio Segundo se lo había explicado días atrás, sin embargo, ese Engaño parecía ser la única forma de poder lograr alcanzar las respuestas a todas las preguntas que no paraban de llenar su mente. Aunque, eso significara que tuviera que correr el riesgo de morir por culpa de usarlo en exceso durante los siguientes años.
Mientras ella logró escapar del yugo de los Fatui.
Unos dos días pasaron luego de la muerte de su madre, en ese tiempo, la chica intentó actuar como si nada hubiera pasado. A excepción de, por un pequeño desliz en sus sentimientos, mencionarle al chico pelinaranja la posibilidad de marcharse. Aun así, intentó continuar cumpliendo con sus encargos con normalidad y yendo a visitar a su hermano en secreto. No obstante, el día que el propio Segundo de los Heraldos fue a visitarla a su habitación, se temió lo peor y no se equivocaba.
- Así que... Eso es todo... - Dijo comprendiendo la situación nada más verle. Ni siquiera se dignó a contestarle, confirmando lo que ella ya suponía.
- ¿Y ahora? ¿Cuál es el sentido de que sigas aquí? - Mencionó el hombre, de forma inesperada, provocando que ella simplemente le observara en silencio. La verdad es que nunca habían tenido la mejor relación del mundo, él simplemente era algo así su jefe y ya está, por lo que le extrañaba el hecho de que tratara de incitarla a marcharse. Aunque, tampoco es que le faltara razón.
- No pensaré en irme hasta que pueda verle - Le respondió, aún con la imposible esperanza de que todo eso fuera una estúpida broma del hombre.
Claramente, no iba a ser así, solo que prefirió no aceptar la realidad hasta que el cuerpo frío y sin pulso de su gemelo estuvo frente a sus ojos.
- Lo siento... Yo... Le juré a mamá que te protegería y aun así... - Le dijo, acariciándole el rostro, aunque sabía que no podía escucharla - Mamá tenía razón, no debería haberme ido de casa, si tan solo le hubiera hecho caso, nada de esto habría pasado - Continuó hablando para finalmente, dejar escapar un suspiro - Ese psicópata tiene razón... Seguir aquí es una pérdida de tiempo... - Concluyó finalmente - De verdad que lo siento. Ni si quiera... voy a poder daros el entierro que os merecéis... - Pero, como era de esperar, nadie intentó animarla y tampoco nadie le reprendió por no haber podido darle un descanso adecuado a sus almas. Se había quedado tan sola como los inhabitables páramos que rodeaban Snezhnaya y el brillo de sus ojos, se había desvanecido por completo.
La madrugada del día siguiente, Aika se encontraba ya deambulando por la nieve sin un rumbo fijo, luego de haber logrado escapar de la ciudad. Fuera a donde fuera que estuviera caminando, ya no le importaba y mucho menos le preocupaba el hecho de poder morir por el camino. Quizá, hasta lo hubiera agradecido, así, no tendría que cargar con el peso de la muerte de su familia durante los siguientes años de su vida.
Él se quedó en su lugar.
Dos semanas después de aquel terrible suceso, el chico al fin, logró estabilizarse lo suficiente como para abrir los ojos y analizar su entorno. Una sala oscura, apenas iluminada por velas y extrañas luces, totalmente decorada con raros y algo macabros artilugios. Pero... Lo que más le asustó en ese momento, no fue nada de eso, sino, el hecho de estar totalmente solo, salvo... por el hombre enmascarado que sonreía mirando hacia su dirección. Tiempo después se dio cuenta de dónde se encontraba y de la identidad de su salvador. Sin embargo, su hermana había logrado escapar abandonándole a cambio de, según el Segundo Heraldo, unas pocas Moras, pero, ese error no sería algo que los Fatui fueran a permitir de nuevo.
Mientras ella, a pesar de las sospechas, fue acogida en su nuevo hogar.
Habían pasado algunas semanas desde que la chica llegó a Mondstadt, al inicio, como es normal, la gente empezó a teorizar y cuestionarse cosas sobre ella al poco de darse cuenta de su presencia por los alrededores. Algunos afirmaban que era una espía enviada por los Fatui para descubrir los secretos y debilidades de las otras regiones. Otros simplemente la criticaban por haber conseguido entrar a una organización tan importante como los Caballeros de Favonius de la noche a la mañana, teniendo una apariencia tan frágil. Los que parecían más preocupados por ella, se preguntaban el por qué alguien tan joven tenía una mirada a la que parecían haberle robado cualquier tipo de brillo y sentimiento de alegría. Los más pequeños parecían tenerle curiosidad, pero eran alejados de ella por sus padres. Y, los restantes, parecían ignorar su presencia, a la vez que cuchicheaban a sus espaldas.
No obstante, aunque era consciente de todo el aparente recelo que los ciudadanos le tenían sin razón, nunca le importó lo más mínimo lo que la gente decía sobre ella y continuó pasando el tiempo con total tranquilidad, hasta que ese tipo de comentarios finalmente cesaron gracias a personas como la Gran Maestra Intendente o el propio Capitán de Caballería quien, por misteriosas razones, aunque todos sospechan que es para tenerla vigilada, con el pasar de los años acabó nombrándola como su querida mano o más bien ojo derecho. Quizá fue por cosas como esas y por las personas que acabó conociendo con el tiempo, que decidió permanecer en la Cuidad de la Libertad durante gran parte de su vida.
Él fue torturado, pinchado, cortado y hasta la saciedad.
Grandes y agudos gritos, provenientes de su propia garganta, llenaban el laboratorio en el que se encontraba el chico junto al Segundo de los Heraldos, a la vez que el espeso líquido escarlata no paraba de manchar la cama y el suelo a su alrededor. Y es que, por mucho que él y la tela que tenía en su boca intentaran evitarlo, un enorme alarido de dolor surgía cada vez que Dottore abría, cauterizaba o rehacía una herida más o menos profunda en una parte distinta de su cuerpo ¿Qué estaba buscando el hombre exactamente? A saber ¿Por qué el chico aceptaba que le hiciera eso todos los días, a pesar de todo lo que sufría? Simple, su sed de venganza era mayor que cualquier tipo de dolor que ese lunático pudiera llegar a provocarle.
Mientras ella lleva toda su vida gozando de buena salud.
- ¿Um?... ¿En serio estás enfermo? - Preguntó al encontrarse con un pelirrojo con coleta tosiendo en medio del camino - Al final va a ser verdad eso de que solo los idiotas se resfrían - Añadió, recibiendo una mirada de odio por parte del chico - Sí, sí, iré a avisar a Yami o al idiota de tu hermano para que vengan a ayudarte.
El pelirrojo simplemente suspiró, frotándose la frente con una de sus manos, mientras continuaba su camino, ignorándola. Por suerte para ella, Diluc era bastante educado, si no, cualquiera se hubiera puesto a gritarle por pasarse la vida molestándole cada vez que se encuentran.
Él a veces no ha sido capaz de mover su cuerpo de la cama durante semanas.
Con lentitud abrió los ojos, encontrándose de nuevo con el sombrío techo que parecía no querer dejar de recordarle en la situación en la que se encontraba. Con esfuerzo, trató de mover su cabeza a un lado, intentando buscar algo de agua, sin embargo, nada más se movió unos pequeños centímetros el fuerte dolor muscular y las nauseas volvieron a invadir su cuerpo. Suspiró con dificultad, había llegado un punto en el que hasta respirar le causaba dolor. No dormía, no comía, no se movía, simplemente se encontraba allí acostado, desde a saber cuanto tiempo ya.
- Esto es un asco... - Murmuró con voz ronca. Su Síndrome de Fatiga Crónica no había hecho más que aumentar con los años, hasta el punto de, luego de haber tenido una misión importante, tumbarlo en la cama durante semanas.
Quizá por eso, ya ni Dottore quería que saliera al mundo exterior. Después de todo, la posibilidad de desmayarse en cualquier momento por el cansancio y el dolor era un peligro que no quería permitir que su preciado sujeto de pruebas corriera. Sin embargo, lo que él quería era vengarse, por lo que, por mucho que molestara a ambos, necesitaba toda la experiencia en batalla que pudiera lograr para lograr vencerla. Porque, sin duda, por mucho que su cuerpo se lo impidiera, no pararía hasta hacerlo o, al menos, así pensaba en ese entonces.
Mientras ella siempre estuvo rodeada de buenas personas.
- ¡Aika! - Gritó una voz muy característica a su lado, obligándola a abrir los ojos - ¡Vamos a jugar! - Pidió.
- ¿Um?... ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con el idiota del parche? - Preguntó la chica, al no verlo por ningún lado.
- Pues... - Comenzó a hablar, tocando sus labios con uno de sus dedos de forma pensativa - Kaeya dijo que ahora mismo estaba muy ocupado ¡Pero prometió que se uniría más tarde!
- Sabes que Jean nos matará si causamos otro desastre ¿verdad? - Le dijo, provocando que la niña ladeara la cabeza - O al menos me matará a mí... - Se corrigió a si misma - Como sea... - Murmuró, levantándose - ¿Cuántas bombas saltarinas llevas encima? - Inquirió, aún sabiendo la respuesta y el posible castigo que les caería a ambas por, de nuevo, permitir que la niña hiciera algo de pesca explosiva en el Lago de Sidra, mientras ella dormía.
Él tuvo que descubrir hasta dónde es capaz de llegar la crueldad del ser humano.
Se quedó quieto nada más escuchó como si su pie acabara de pisar algo de agua. Estaba justo en el marco de la puerta del laboratorio por lo que, era raro que a alguien como el Segundo de los Heraldos, hubiera derramado tanto líquido sobre la mesa como para llegar hasta allí.
- ¿Pero que...? - Se quedó sin aliento, al comprobar qué era aquello que estaba pisando. Sangre y, por una vez en todo ese tiempo, no era suya. Tragó saliva de forma inconsciente, antes de finalmente atreverse a entrar - Oye... ¿qué estás...? - Comenzó a intentar preguntar, caminando hacia el hombre enmascarado. Arrepintiéndose de haber entrado, nada más vio lo que había sobre la camilla.
- ¿Ya has vuelto? Pensaba que tardarías un poco más.
- No... - Musitó, evitando ver por todos los medios posibles hacia el ser que el enmascarado diseccionaba. Hasta que se encontró con una de las jaulas de animales, no era tonto, sabía de primera mano que ese hombre era capaz de experimentar con cualquier cosa que le ayudara a lograr su objetivo y, desgraciadamente, el chico sabía contar lo suficientemente bien como para ser consciente de que, a veces, uno de aquellos seres, entre los que se incluían todo tipo de monstruos, desaparecía en misteriosas circunstancias. Lo que no se esperaba era verlo con sus ojos tan directamente.
- ¿Qué? ¿Te sientes culpable? - Le preguntó.
- No... - Dijo, intentando que su rostro no le delatara al igual que siempre - Solo... No me gusta el olor de este sitio.
- Supongo que es entendible. En ese caso puedes irte, hasta que te necesite - No necesitó decírselo dos veces, nada más le escuchó, el chico ya estaba dando largos pasos hacia la puerta.
Nada más salir, se apoyó contra una pared, tapando su boca con una de sus manos, para contener sus arcadas, mientras que, con la otra, apretaba su propio cuello, intentando contener los gritos de frustración e ira que amenazaban con surgir desde lo más profundo de su garganta. Quería morirse, si no fuera porque aún no podía... Lo hubiera hecho allí mismo.
Mientras ella tiene las manos casi limpias.
- Que pereza... - Se quejó al ver como los bandidos salían huyendo nada más verla. La propia Jean le había dado el encargo de capturarlos, pero, ahora que la habían notado, aunque no es como si hubiera intentado esconderse en algún momento, y habían comenzado a correr, le daban aún menos ganas de seguir con la misión - Paso... Ya lo hará otro - Concluyó, sentándose frente a la hoguera que iluminaba el campamento de los ladrones - Um... Supongo que ya tengo cena - Mencionó, tomando un poco de lo que los hombres estaban preparando, antes de que ella llegara - Aburrido... - Comentó, tras probar el sabor de la comida - Ahora tengo aún más ganas de llegar a casa, pero... - Se dejó caer hacia atrás, acostándose sobre el suelo - Me da tanta pereza volver... - Dijo, bostezando.
Tal y como era de esperar, no tardó en quedarse dormida en medio de la nada, sin pararse a pensar ni un segundo en los posibles peligros que podían estar asechándola.
- Mírala, maldita mujer - Escuchó y, aun sin abrir los ojos, intuyó que estaría rodeada - Primero intenta atacarnos y ahora se duerme en nuestro campamento.
- ¡Oye, estúpida! - Le gritó otro de los hombres, aunque su voz sonaba más cerca a cada palabra - ¡Levántate antes de que te mat...! - No le dio ni tiempo a terminar de amenazarla antes de cortarle la mejilla al hombre con el filo de su lanza.
- Um... - Murmuró abriendo los ojos, comprobando como los ladrones sacaban sus armas - ¿Qué tan difícil puede ser lograr echarse una siesta en paz? - Le preguntó a la nada, antes de patearle la cara, al que había tratado de amenazarla.
Al final y aunque no lo quisiera, no le quedó otro remedio que darles una paliza a todos esos idiotas y arrastrarlos hasta la ciudad para que pudieran cumplir con su castigo.
Las manos de él chorrean sangre.
Observó a su alrededor, tratando de recuperar el aliento. Sin duda, si bien mientras usaba su Engaño se sentía invencible, luego de ello, estaba tan agotado que sus pulmones apenas si podían funcionar como deberían. Aun así, trató de visualizar todo lo que su cansada vista lograra captar antes de que, seguramente, todo se volviera negro. Casas ardiendo, personas cuya identidad no conocía quemadas hasta el punto de quedar irreconocibles, cenizas llenando el aire, el olor a humo en su nariz y un calor sofocante, esas eran el tipo de cosas que su agotado cerebro lograba analizar. En realidad, no tenía por qué llegar hasta esos extremos, pero... un estúpido le había visto mientras terminaba con la vida de su objetivo, así que, lo mejor era evitar cualquier posibilidad de testigos.
- ...¿Ah? - Balbuceó, al notar como algo se insertaba con fuerza en su costado. Con dificultad, bajó su cabeza para comprobar qué había ocurrido. Le habían apuñalado y el culpable había sido un niño... Uno bastante pequeño... Quizá de unos seis años - En serio... - Le habló con la voz rasposa - ¿No hubiera sido más inteligente escapar? ¿Qué tan estúpido puedes ser? - Preguntó, rodeando el cuello del infante con una de sus manos para comenzar a apretarlo con toda la fuerza que le quedaba - ¿Y? ¿Qué se supone que piensas hacer ahora? - Inquirió, aun sabiendo que el pequeño no podía hacer mucho más de gritar de dolor, sacándose el cuchillo del cuerpo con la otra mano, antes de usar su engaño para cauterizar la herida.
- ¡S-Sueltame! - Suplicó aterrorizado, con lágrimas brotando de sus ojos, mientras pataleaba para intentar escapar de forma desesperada.
- Esto es una pérdida de tiempo... - Murmuró para si mismo, notando que apenas si se podía mantener consciente y, finalmente, decidió darle un último uso a su Engaño antes de que todo se volviera negro.
Lo más probable es que el niño no parara de gritar y quejarse del dolor mientras las llamas comenzaban a quemar su cuerpo desde su cuello. No obstante, el chico estaba ya tan cansado, que ni podía escucharlo como tal. Aun así, no se detuvo hasta que la presión que la carne y los huesos este ejercía contra sus dedos había quedado reducida a simple polvo. Luego de eso... Sus rodillas, finalmente, terminaron cediendo y su cuerpo acabó tendido en el suelo, totalmente inerte.
Mientras ella es tratada como una heroína.
- ¡Mira mamá, es el Intendente Kaeya y su ayudante, la Caballera Durmiente! - Exclamó una niña, a unos metros de distancia, señalándolos emocionada.
- ¿Oh?... ¿Ahora han empezado a llamarte así? - Le preguntó el nombrado a la chica con clara intención de molestarla.
- Eso parece... - Contestó suspirando - A Amber se le ocurrió ese nombre tan ridículo el otro día. Lo que no me esperaba es que se lo hubiera dicho a todo el mundo.
- Al menos es un título bastante tierno y te define muy bien - Dijo él, dejando escapar una pequeña risa.
- Um... Bien, en ese caso, empezaré a decir que prefieres que te llamen Capitán de los borrachos - Avisó tan tranquilamente.
- ¿Eh? - Balbuceó algo sorprendido, al notar como la chica comenzaba a caminar hacia donde se encontraba la niña - ¡Espera! ¡Aika! - Pidió, corriendo tras ella.
Él es visto como un asesino.
- Míralo... Ahí va otra vez... - Escuchó decir a alguien en tono bajo, nada más puso un pie en la ciudad luego de estar unos días fuera por una misión. No tuvo ni que detener su camino o levantar la mirada para saber que lo más probable es que la gente estuviera criticándole de nuevo por a saber qué razón esta vez.
- Sí... Da tanto miedo... Siempre que sale de la ciudad regresa cubierto de sangre y apestando a humo - Oyó contestar a una mujer, mientras caminaba. Ni que ella supiera lo que cuesta sacar las manchas y el olor de su cuerpo y ropa.
- Y encima siempre tiene esa expresión de querer matar a alguien - Cuchicheó otra persona, uniéndose a la conversación. El chico, por su parte, solo apretó sus puños. Después de todo, él podría acabar con todos ellos sin muchas repercusiones, además de algunos castigos y torturas. Sin embargo, aun con ello, no dejaban de hablar mal de él a sus espaldas.
- Yo he escuchado que fue él fue el culpable del incendio de hace unos meses - Respondieron entre susurros.
- Eso fue un otro, idiotas... - Murmuró él, intentando mantener la poca paciencia que le quedaba, sin detener sus pies.
- Pues yo creo que la explosión del otro día fue culpa suya. Por su culpa, lo Heraldos tuvieron que desalojar el edificio - Escuchó decir. En eso sí que había tenido algo de culpa, pero principalmente había sido cosa del lunático de su jefe.
- No sé como alguien como Tartaglia, puede tenerlo en tan buena estima... - Mencionó alguien, provocando que toda su atención se centrara en esa persona.
- Quizá resulta que ese chico en realidad nunca ha sido tan amable como parece. Si se llevan bien, es posible que sea porque ambos son ases... - Ni le dejó pronunciar la última palabra, antes de eso, el cuerpo del chico se había movido de forma inconsciente con el objetivo de disparar una bola de fuego en dirección a esa panda de chismosos - ¡¿Estás loco chico?! ¡¿Intentas matarnos?! - Le gritaron de forma amenazante, al, ahora, quieto muchacho.
- Idiotas... - Murmuró, al fin girándose para verlos a la cara - Volver a decir que ese imbécil y yo nos llevamos bien y juro que os mato a todos - Les advirtió de forma tajante y con una mirada en su rostro que podría aterrar a cualquiera - Tch... - Chasqueó la lengua, claramente enfadado - Si no fuera por mi lealtad a la Zarina, os habría convertido en cenizas desde hace mucho tiempo... - Masculló, antes de ignorarlos para continuar su camino hasta la base.
Mientras ella acepta su cuerpo.
Se observó en el espejo detenidamente, era de mañana así que no tenía mucho que hacer, al menos hasta que alguien viniera a despertarla para comenzar el trabajo.
- Um... Esto es nuevo... - Mencionó, al observar una pequeña herida en su muslo izquierdo. Aunque tampoco era como si le importara realmente, dejara o no cicatriz, dudaba que alguien más aparte de ella la viera o le importara si quiera o eso pensaba, hasta que el rostro de sus preocupados amigos llegó a su mente - Mejor... Busco algo para cubrirme esto, antes de que Yami lo vea y le pida a Cerise y a Sora que vengan a curarme o algo así.
Él lo odia.
Observó su cuerpo en el espejo, con claro rostro de molestia y asco. Las cicatrices y las quemaduras de todo tipo no paraban de aumentar más y más a cada día que pasaba. Ya ni podía decir con seguridad cuáles eran nuevas y cuáles no. Dejó escapar un pequeño suspiro momentáneo, pensando de forma inconsciente en que, si no fuera por ese idiota, capaz ni estaría fijándose en algo así. Sin embargo, nada más se dio cuenta de lo que pensaba y, al ver en su reflejo como su rostro se teñía de rojo, apretó los dientes con rabia.
- ¡Deja de pensar en estupideces! ¡Como si importara lo que ese imbécil pueda pensar al verme así! - Se gritó a si mismo, reprendiéndose por si quiera pensar en algo más que en su ansiada venganza - ...Odio todo esto - Murmuró, apoyando su frente contra el espejo. Pudiendo observar, aún más de cerca, todo lo que le recordaba día a día su parentesco con esa persona a la que tanto odiaba. Finalmente, acabó golpeando el espejo con su puño, justo en la parte en la que su rostro se reflejaba, llevándose consigo, algunos cortes y cicatrices más que se unirían a todas las demás.
Mientras ella aún recuerda a la perfección a su madre.
Levantó la mirada hacia el cielo, para poder disfrutar de la nieve que caía sobre su cabeza. Sí, ya se lo habían dicho miles de veces, no debía estar perdiendo su tiempo y menos en un sitio como Espinadragón. No obstante, allí estaba de nuevo, sentada sobre una fría roca, observando el níveo paisaje en silencio. Puede que fuera solo por culpa de esta que continuaba yendo varias veces a la semana hasta ese lugar y, es que, aunque lo único en lo que se parecieran fuera el frío, ese sitio la transportaba a su infancia. Provocando que pudiera vislumbrar con mayor nitidez el recuerdo de su hermano y de su madre. Sus voces, miradas, expresiones, calidez... Todo venía a ella cada vez que se sentaba en ese lugar a observar a la nada. Incluido, el peso y la culpabilidad por haber sido la causa de sus muertes, aunque fuera de forma indirecta.
Dejó escapar una bocanada de aire, observando como rápidamente se transformaba en vaho, pensando en que, quizá y solo quizá, su vida sería otra si hubiera decidido sacar a su familia de Snezhnaya nada más tuvo la mínima oportunidad para hacerlo.
Él apenas es capaz de visualizar su rostro.
Estaba paseando, por alguna razón el hecho de que dentro de unos pocos días fuera a librar su venganza lo tenía levemente intranquilo. No por el hecho de que pudiera perder, esa idea ni si quiera se había pasado por su mente. Simplemente, sentía un mal sabor de boca al pensar sobre qué haría después. Aunque... No es como si él mismo creyera que su cuerpo fuera a durar demasiado tiempo más del necesario.
- ¿Ah? - Musitó con intriga, al darse cuenta del sitio al que inconscientemente le habían llevado sus piernas. Era el sitio donde seis años atrás se encontraba su antigua casa.
Simplemente se quedó ahí, mirando a la nada con el ceño fruncido. Sabía que había vivido en ese sitio, pero hacía bastante tiempo que los recuerdos de esa época habían sido borrados totalmente de su mente e intercambiados por el dolor. Aunque, tampoco le importaba realmente, después de todo, ya nada, ni si quiera sus memorias le ataban a ese sitio. Minutos después se marchó, no parándose a pensar si quiera el por qué había caminado hasta allí, simplemente sabía con todo su ser que, independientemente del resultado de la pelea, no lo volvería a hacer jamás.
Mientras ella siempre gana.
Le amenazó con su lanza, tocando con la punta de esta el cuello del chico que ahora se encontraba tendido en el suelo frente a ella. Si bien él, estaba claramente agotado, ella no parecía haberse inmutado lo más mínimo desde que comenzaron aquella pelea a muerte.
- ¡Hazlo! - Le gritó él - ¡Acaba con esto de una maldita vez! - Pidió, mirándola con una expresión llena de furia y frustración - ¡Hazlo, ya! ¡Se supone que el perdedor tenía que morir! - Exclamó, sin embargo ella, en lugar de en su cuello, clavó su lanza en el suelo, aun lado de la cabeza del chico, cortando levemente su mejilla.
- Esas eran tus reglas, no las mías - Le dijo.
- ¿Por que...? ¡¿Por qué siempre tienes que hacer lo mismo?! ¡¿Por qué siempre tienes que echarte atrás, antes de dar el golpe final?! - Le gritó, intentando obligarla a alzar su lanza, para que volviera a apuntarle con ella, pero la chica la mantenía bien clavada en el suelo - Puedes... - Susurró, pasando a golpea el pecho de la chica con sus puños, aunque en el estado en el que se encontraba, apenas tenía la fuerza suficiente como para hacerle un verdadero daño - ¡¿Puedes hacerte una mínima idea de todo lo que tuve que pasar por tu culpa?! ¡Si solo me hubieras dejado morir ese día!
- Akio, yo... - Le llamó intentando que la escuchara.
- ¡Cállate, maldita traidora!
- Bien... - Murmuró, tomando una de las manos del chico entre las suyas y llevándola hasta su propio rostro - Se que si te esfuerzas, puede que seas capaz de hacer un último disparo. Así que puedes hacer lo que quieras - Mencionó, dejándole totalmente impactado - Pero... Que te quede claro que yo no te abandoné.
- ¿Qu-Que dices? ¡No intentes mentirme!
- Bien, no me creas si no quieres... Solo... Prométeme que no dejaras que ese mentiroso vuelva a ponerte una mano encima.
- ¿E-Eh?... - Musitó, confundido.
No obstante, antes de que pudieran decir algo más, la situación acabó torciéndose, por culpa del propio hombre enmascarado que acabó logrando dejarlos inconscientes tanto a la chica como a él, para, finalmente, llevarse a su sujeto de estudio de nuevo a su laboratorio.
Él siempre está destinado a perder.
No fue hasta días después que al fin pudo recuperar la consciencia. No hacía falta recordar lo que había sucedido, con el estado actual de su cuerpo le bastaba y eso que no le habían dañado gravemente. Se llevó la mano a la cara, intentando cubrir su rostro con ella ¿Cómo de débil y estúpido tenía que verse en ese momento? ¿Qué clase de expresión estaba poniendo? ¿Qué otro tipo de sentimiento, además de la ira, la frustración y la tristeza debían llenar su mente?
Se mordió la mano, hasta el punto de comenzar a notar como algo de espeso líquido se colaba entre sus labios ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Llorar? ¿Golpear a alguien? ¿Quemar algo? ¿Cómo se suponía que iba a lidiar con toda esa rabia y dolor hasta el momento en el que volviera a intentar matarla? Y... Realmente... ¿Sería lo suficientemente fuerte como para hacerlo?
Mientras ella sueña con un futuro mejor.
Allí estaba ella, sentada bajo el gran árbol de Levantaviento y acompañada, como siempre, de la chica a la que consideraba su hermana. No obstante, no estaban solas, ambas se encontraban observando atentamente a unos niños mientras hablaban.
- Son tan tiernos - Escuchó decir a la pelirroja, enternecida - Y, sin duda, se llevan tan bien como nosotras.
- Um... Aunque, crecen demasiado rápido y pensar que hasta hace nada eran unos bebés molestos que no paraban de llorar por cualquier pequeña cosa que les ocurriera - Contestó ella, analizando detenidamente a la pequeña niña de blancos cabellos que corría por el lugar, saltando y gritando.
- No les digas molestos, ambos son muy buenos y amables - Le dijo.
- Habla por tu caso, en el mío... Esa niña es aún peor que su padre. Si no fuera porque la tuve dentro durante nueve meses, juraría que ese idiota me engañó con otra mujer para tenerla - Se quejó.
- Aun así, pareces divertirte mucho más desde que nació.
- Um... - Murmuró, pensando en qué responder, pero, antes de poder hacerlo, la fuerte risa de un hombre, junto con una caricia en su hombro, desvió su atención. Iba a girarse a verlo para comprobar quién era, ya que su voz le sonaba bastante familiar.
Sin embargo, antes de alcanzar a ver algo más que su albina cabellera, todo se volvió negro y... la chica abrió los ojos, regresando a la realidad.
- Un sueño... - Murmuró al ver el sitio en el que se encontraba, entendiendo que lo que había vivido no había sido más que una ilusión creada por su mente - Y uno muy estúpido - Añadió, volviendo a acomodarse para cerrar los ojos y continuar durmiendo, aun cuando hacía horas que el sol había comenzado a brillar.
Él se encuentra anclado en su pasado.
De nuevo se encontraba en ese oscuro y tétrico lugar en el que había vivido toda su vida rodeado de toda clase de artilugios, papeles y pruebas de laboratorio como él. Escuchó como él le llamaba desde la mesa de operaciones y, cuando llegó, pudo volver a recrear con sus ojos aquella horrible escena. No pudo evitar sentir una arcada del disgusto, pero, tenía que contenerse, no era la primera vez que veía ese amasijo de irreconocibles seres y sangre, entonces ¿por qué seguía afectándole tanto?
- Tu turno - Advirtió ese hombre, tendiéndole un bisturí, a la vez que se giraba hacia una pequeña jaula con una cría de fénec dentro.
- Pero... Aun es... Aún es muy pequeño... - Murmuró, intentando parecer lo más lógico y centrado que podía, aunque su expresión delatara toda la inseguridad que llenaba sus entrañas.
- Hazlo - Ordenó él, agarrando al animal sin cuidado para sacarlo de la jaula y ponerlo frente a los ojos del chico - Esta es la única forma de hacerte fuerte ¿O es que tu venganza es menos importante que la vida de este ser? - Le preguntó, recordándole el por qué estaba allí.
- ... - El chico enmudeció, tenía tantas cosas que decir y su mente estaba tan llena de contradicciones, que no lograba articular palabra. Lo único que aún le mantenía cuerdo, era la hoja del bisturí que tenía entre sus dedos, clavándose contra su pulgar.
- Hazlo de una vez - Volvió a insistir el hombre. El chico simplemente, miró al pobre animal a los ojos, mordiéndose el labio con fuerza al reconocerlo. Claro que lo reconocía, el mismo se pasaba la vida en una habitación rodeada por las jaulas de animales ¿cómo no iba a hacerlo?
- Tch... - Chasqueó la lengua con fuerza, disculpándose mentalmente por la cosa tan horrible que estaba apunto de volver a hacer.
Alzó el bisturí y... en un rápido movimiento... Se despertó gritando, con una de sus manos en el cuello. Observó con desesperación su entorno, intentando reconocerlo, a la vez que procesaba qué acababa de pasar e intentaba regular su respiración. No fue hasta que su vista dio con el fénec que le observaba con curiosidad desde encima de su pecho, que cayó en la cuenta de que estaba en su propia tienda de campaña, en medio del aislado desierto, muy lejos de aquel espantoso lugar y todo aquello que había visto no había sido más que otro fantasma de su pasado.
Mientras ella lleva años conociendo el sabor de la libertad.
Cerró los ojos, permitiendo que la brisa moviera su cabello libremente, a la vez que el olor del mar llenaba sus pulmones. Allí estaba, tomando un barco para ir a hacer una visita a una de sus amistades que residían en Fontaine. Aun cuando su propia autoproclamada hermana era procedente de ese lugar, esa era la primera vez que la chica ponía un pie en ese lugar.
- Um... Así que así se ve la Región de la Justicia... - Murmuró observando el paisaje sin mucho interés, mientras, de fondo un ser vivo parlante que se presentó como una Melusina explicaba cosas sobre el lugar - Y luego dicen que en Mondstadt vestimos raro... - Comentó, una vez logró llegar a la ciudad principal, al darse cuenta de la pomposa forma de vestir de los ciudadanos.
- ¡Has llegado! - Exclamó una femenina y alegre voz de una chica de pelo castaño claro, corriendo a abrazarla.
- ¿Qué tal el viaje? ¿Todo bien? - Preguntó una seria chica de cabellos negros que se encontraba a su lado.
- Supongo... Aunque la gente aquí no es que parezca muy normal que dig... - Se quedó callada al notar como la segunda de ellas le tapó la boca con las manos.
- No digas esas cosas o terminaran enviándote con su Señoría - Le advirtió, antes de apartar su mano.
- Sí que tenéis normas absurdas por aquí... - Mencionó, haciendo reír levemente a la de cabellos castaños.
- Supongo que para los extranjeros debe ser algo confuso... - Dijo la chica que aún la abrazaba, de manera pensativa - A Lulan también le costó bastante acostumbrarse al principio. Casi la envían al Fuerte Merópide por pasear con ropa negra el último día del mes~ - Recordó, burlándose de la otra.
- ¡¿C-Como iba a saber que existía una norma así?! - Se quejó con algo de nerviosismo - En Liyue no te envían a juicio por algo como eso.
- Um... - Murmuró la chica, no llevaba ni una hora en aquel lugar y ya comprendía por qué su hermanita había decidido marcharse de un sitio como ese.
Él aún trata de decidir su propio camino.
Poco a poco, fue avanzando por la oscuridad de aquellas minas y galerías que llenaban la Sima ¿Qué hacía allí? En realidad ni él mismo estaba seguro. Simplemente, escuchó a alguien comentar algo sobre que habían visto a un sospechoso hombre enmascarado entrar a ese sitio, durante su viaje y algo en su mente le impulsó a entrar para comprobar si se trataba de quién él sospechaba.
Aun así... ¿Por qué buscarlo? Era una idea absurda en si misma ¿A quién se le pasa por la cabeza meterse en un agujero oscuro y maloliente para intentar buscar a la persona que te estuvo mintiendo y torturando durante años? Sin embargo, aunque fuera totalmente consciente de la estupidez que estaba cometiendo, su cuerpo no se detenía. Como... Si no quisiera parar hasta encontrar a aquel hombre y lograr buscar las respuestas a todas las preguntas que aún perturbaban su mente, impidiéndole avanzar por todos los medios.
- ¿Ah? - Levantó una ceja, al notar como algo grande y metálico comenzaba salir de la tierra. Como siempre, el destino no estaba a su favor.
Como era obvio, luego de luchar contra aquella especie de serpiente, su cuerpo acabó lo suficientemente agotado como para que no pudiera moverse con normalidad hasta unas horas después.
- Como sea... Conociendo a ese lunático, debe haberse ido hace tiempo... - Presupuso, una vez logró volver a caminar, tras dar con la pared más profunda del lugar - Tch... - Chasqueó la lengua, enormemente frustrado, golpeando el muro frente a él ¿Ahora, qué se suponía que debía hacer a continuación?
Mientras ella prefiere vivir en su sitio animado y lleno de gente.
- Quiero volver a la cama... - Se quejó, apoyando la cabeza contra la escalera que estaba sujetando.
- ¿Estás cansada? Si quieres puedo terminar de colocar los arreglos que faltan y así puedes ir a descansar un rato - Le propuso la criada de blancos cabellos que se encontraba sobre la escalera, colgando una guirnalda con flores.
- La jefa dictadora me mata si descubre que te dejé sola con las decoraciones del festival... - Respondió, aunque por su rostro tampoco le importaba demasiado - Además, sigo sin entender por qué tenemos que prepararlo todo desde ya, aún faltan más de dos semanas para que comience el Festival de las Flores de Viento.
- La Maestra Jean es muy dedicada y seria con su trabajo, así que estoy segura de que prefiere ser previsora para que todo salga perfecto.
- Pues podría haberle pedido al idiota del parche que ayudara en mi lugar ¿Por qué él puede estar bebiendo y yo tengo que estar aquí, en lugar de acostada en la cama?
- Porque Kaeya terminó todo lo que tenía que hacer a tiempo, mientras tú no paras de quejarte y escaquearte - Le contestó una seria y femenina voz.
- Maestra Jean - La saludó la otra, bajando de la escalera para hacer una reverencia - ¿Necesita ayuda con algo más?
- No, simplemente venía a ver si todos estaban trabajando. Aunque... juraría que le dije a Aika que colocara las guirnaldas ella misma como castigo por haber dejado entrar a esos Slimes anoche.
- N-No es culpa suya, yo le pedí que me dejara ayudarla - Explicó la albina, algo alterada.
- No tienes que disculparte, Noelle - Trató de consolarla - Ahora... ¿Podrías decirme a dónde a ido Aika? - Preguntó, al girarse y darse cuenta de que ya no estaba allí.
Mientras tanto, la chica se dirigía con calma hacia la salida lateral de la ciudad. Intentando de forma no demasiado proactiva no destacar demasiado para que Jean no la encontrara al instante.
- Um... Quizá debería irme a Inazuma hasta que termine el festival... - Pensó en voz alta - No... Lidiar con ese idiota con cuernos por más de dos días sería un verdadero dolor de cabeza.
- ¿Y? ¿Qué vas a hacer? ¿Irás a recoger algunas Cecilias para entregarselas a él? - Escuchó decir a alguien, mientras golpeaba suavemente con su codo a un chico de cabello negro.
- ¿Entregarselas a quién? - Preguntó, cruzándose de brazos, seguramente suponiendo lo que iban a decir.
- Ya sabes, a ese hombre de cabellos marrones y ojos dorados - Dijo describiendo a alguien - A tu prometido.
- ¡De-Dejad de decir eso de una vez! - Escuchó gritar al pelinegro, claramente avergonzado, antes de salir de la ciudad.
- Regalar flores... ¿Eh? - Murmuró para si misma. Ya llevaba bastantes años en Mondstadt por lo que conocía bien de qué iba aquella tradición y cuál era su objetivo, aparte de ofrecer algún tipo de flor de viento al Arconte - Eso suena tan... Estúpido - Completó, tras una breve pausa y un bostezo.
Al final, Jean acabó encontrándola minutos después, acostada contra uno de los muros de la cuidad. Aunque era normal visto el nulo esfuerzo que había puesto para intentar escaparse, por lo que no le quedó otra opción que terminar ayudando en todos los preparativos hasta la llegada del festival.
Él prefiere pasar sus días en un sitio más aislado y silencioso.
- Este asqueroso calor, de nuevo... - Se quejó, saliendo de la tienda de campaña, para encontrarse con la árida - ¡Yo te maldigo, condenado Sol! - Exclamó, enseñándole el dedo del medio al astro. Aunque, cualquiera que lo viera pensaría que ha perdido la cabeza por culpa de las temperaturas. Después de todo, ¿qué persona se iría a vivir al desierto cuando no le agrada el calor? - ¡Tch! - Chaqueó la lengua, cruzándose de brazos - Oye tú - Dijo, girándose a mirar hacia el fénec que acababa de salir de su hogar - ¡¿Cuántas malditas veces te he dicho que dejes de entrar a hurtadillas y encima para acostarte sobre mí?! ¡No soy tu estúpido colchón, ¿sabes?! - Le gritó, pero el animal solo ladeó la cabeza sin entender ni una palabra - Eres peor que un grano en el culo... - Se quejó, con cara de hastío - Al menos eres la única gran molestia que ten...
- ¡Hola, Akio! ¡Al fin de encuentro! - Saludó una voz a sus espaldas y nada más girarse, comprobó que era el imbécil de cabello naranja que no paraba de perseguirle cada vez que tenía un rato libre. Comenzó a gritarle, ahora, por su culpa, tendría que volver a recorrer el desierto para encontrar un sitio nuevo al que mudarse, donde, preferiblemente, no pudiera volver a encontrarlo.
Mientras ella disfruta de la calidez de las personas.
- ...nita... - Escuchó susurrar en lo más profundo de su mente. Sin embargo, como estaba dormida, ni siquiera le dio importancia.
- ¿...ika? - Volvieron a pronunciar, pero esta vez, era una voz distinta, más dulce y suave.
No obstante, no fue hasta que algo impactó contra su cabeza, que decidió abrir los ojos con pereza. Lo primero que se encontró fue una rojiza manzana sobre sus piernas y, antes de que pudiera si quiera girarse hacia las personas, un chico comenzó a hablar.
- ¡L-Lo siento! No... ¡Ah! No q-quería... - Comenzó a intentar disculparse el albino, con un claro tic en el hombro.
- ¿E-Estás bien? - Se acercó a observarla preocupada la albina de ojos rosas - Intentábamos despertarte, pero, Sora, sin querer, golpeó el árbol por culpa de uno de sus tics - Explicó.
- Hermanita, ¿todo bien? ¿Te has hecho daño? - Finalmente la pelirroja también decidió hablar - Sora y Cerise vinieron a pasar el día, pero si hace falta, podemos aplazarlo hasta que te encuentres bien.
- Um... - Murmuró la chica, observando a los tres, aún sentada en el suelo - No importa, estoy bien - Dijo, levantándose con pereza - Así que dejad de preocuparos - Les dijo a ambas chicas - Y, Sora, deja de disculparte. No me voy a morir por una tontería así - Añadió acariciando la cabeza del albino, poniéndolo aún más nervioso de lo que ya estaba por culpa de su timidez.
Pocos minutos después, cuando lograron calmar más o menos los tics de Sora, al menos por el momento, comenzaron a caminar todos juntos hacia la ciudad. Al menos hasta que la chica, de la nada, decidió detenerse a observarlos. Puede que no lo mostrara realmente, aunque, tampoco sabría muy bien como hacerlo aunque lo intentara, pero... Sin duda se sentía agradecida de haber logrado encontrar a personas como ellos.
- ¿Hermanita? ¿No vienes? - La voz de la pelirroja la sacó de sus pensamientos - ¿Estás cansada? ¿Necesitas que te cargue? - Preguntó y ella simplemente asintió, pensando, en algún punto de su mente, cómo, a pesar de todos los errores que había cometido durante su vida, había logrado hacerse amiga de esas personas.
Él intenta alejar a todo el mundo.
- ¡¿Ah?! - Exclamó, nada más encontrarse al pelirrojo frente a él - ¡¿Tú otra vez?! ¡¿Qué tan acosador puedes ser, enano?!
- No soy un enano, tenemos casi la misma altura y tampoco soy un acosador. Deja de decir eso cada vez que nos vemos - Contraatacó el otro.
- ¿Ah sí? ¿Entonces como es posible que cada vez que me voy un poco lejos de casa termine encontrándote allá a donde voy?
- Como si fuera a saberlo. Empiezo a pensar que estoy maldito...
- ¡Querrás decir que yo estoy maldito! ¡Aún sabiendo todo lo que te odio, no paras de venir a molestar!
- ¡Ya te he dicho que no es apropósito! - Se quejó el pelirrojo, el chico parecía ser una de las pocas personas que tenía la capacidad de hacerle perder la paciencia.
- Aja... ¿Y? ¿Qué haces aún aquí entonces?
- Fuiste tú el que me detuviste. Yo ni me había fijado en ti antes de que empezaras a gritar.
- ¡¿A-Ah?! - Levantó una ceja, aún más molesto - ¡¿Y qué culpa tengo yo de que estés tan estúpidamente ciego?!
- No estoy ciego, tengo la vista perfecta. El problema es que tú gritas por cualquier cosa.
- ...Oye enano... Repite eso y te juro que te mato - Le amenazó y el pelirrojo, en lugar de responder, decidió ignorarle para continuar su camino. Al menos hasta que se vio obligado a esquivar algo de agua - ¡No me ignores!
- Pensaba que no querías que te siguiera molestando - Recordó el otro, teniendo bastante razón.
- ¡Y no lo quiero! - No le quedó otra opción que darle la razón - ¡Vete de una maldita vez! - Le ordenó.
- Iba a hacerlo, pero ahora que lo has dicho, se me han ido parte de las ganas...
- ¿Ah?... - Murmuró el chico con un pequeño tic en su ojo.
Finalmente, como siempre que se encontraban, terminaron discutiendo durante algunas horas por razones cada vez más absurdas hasta que logró echar al pelirrojo. El problema fue cuando, durante el camino de vuelta a su casa, volvió a encontrárselo.
Mientras ella puede disfrutar de comida deliciosa.
- ¡Así que esto es el famoso Asado a la miel de Monsdtadt! ¡Tenía tantas ganas de probarlo! ¡Luce delicioso! - Exclamó la albina de ojos verdes, tomando sus cubiertos y comenzando a comer nada más la comida tocó la mesa - ¡Ef tan fuenoh! - Añadió, con las mejillas llenas de carne.
- Te has ensuciado, deja que te limpie - Le avisó la otra albina, aunque esta tenía los ojos rojos, frente a ella, tomando una servilleta para poder limpiar a la primera.
- ¡Gracias! ¡Eres la mejor! - Le agradeció con una sonrisa.
- De nada - Contestó la nombrada de forma educada, llevándose un poco de su Ensalada Saludable a la boca.
- Um... - La castaña que las acompañaba, simplemente las observaba en silencio. La verdad es que, a su modo de verlo, congeniaban bastante bien para lo poco que hablaban normalmente entre ellas.
- ¡Aika, quiero probar un poco de tu Asado mar y montaña! ¡¿Puedo?! - Pidió la albina a su lado, con mirada suplicante - ¡Por favor!
- Sí, sí, quédatelo todo - Accedió, sin muchas otras opciones, pasándole su plato. En sí no había probado más que dos simples cucharadas, pero al menos de esa forma el insaciable estómago de la chica estaría satisfecho, al menos por unos minutos más.
Él apenas puede distinguir el sabor de las cosas.
Actualmente se encontraba en un restaurante de Liyue, por una especial razón en particular, su famoso Pollo al chile Jueyun extra picante. No obstante, cuando dio el primer mordisco, su cara de decepción fue claramente visible.
- ¿Señor? ¿Ocurre algo? - Se acercó uno de los camareros a comprobar su situación.
- Nada... - Contestó simplemente.
- ¿Eh? Disculpe, no lo entiendo.
- Esto no sabe a nada - Repitió, siendo esta vez más concreto. Si no fuera porque apenas si tenía esperanzas de que algo así funcionara, ya estaría perdiendo los estribos.
- Lo siento, señor... Quizá hubo algún problema durante la preparación, ahora mismo traigo al cocinero - Se disculpó, claramente confundido, antes de caminar a paso acelerado hacia la cocina.
Para cuando se dio cuenta, ya había vuelto y el cocinero se encontraba a su lado.
- Acaban de decirme que ha habido algún problema con su comida.
- Sí... No sabe a nada - Mencionó de nuevo, ya empezandose a cansar de repetirlo.
- Eso es imposible señor, me aseguré de prepararlo como siempre. Incluso añadí algo más de Chile Jueyun de lo normal.
- ¡Y aun así le digo que no me sabe a nada! - Aseguró, alzando un poco el tono de voz.
- Bien, en ese caso, espere aquí un momento - Le pidió el cocinero, antes de regresar a su sitio - Aquí tiene, pruébelo ahora - Le dijo, poco después, poniendo otro plato, aun mas rojizo que el anterior sobre la mesa. El chico hizo caso y... bueno... su expresión lo decía todo.
El cocinero fue a prepararlo de nuevo, obteniendo el mismo resultado, hasta llegar el punto de que eso había terminado formando una especie de competencia entre ellos dos que era animada por los demás clientes del restaurante.
- ¡Mifah! - Escuchó exclamar un chico albino que se encontraba sentado en una de las mesas con la mitad un Rollito de Jade, aún entre sus labios, señalando hacia el chico.
- Ajá... Muy interesante... - Le dijo un chico de cabellos azabaches, claramente prestándole toda su atención a la foto que tenía entre sus manos.
- ¡Mira, mira! - Repitió el albino, tirando de su ropa.
- Para, vas a romper la foto de la adorable Bárbara - Se quejó el otro, alejando el objeto del posible peligro que representaba el albino, para, finalmente, hacerle caso para que le dejara en paz. Justo se giró a tiempo para ver como el chico se llevaba a la boca un plato con más cantidad Chile Jueyun que otra cosa.
- Oh... - Murmuró, un poco sorprendido - Pica un poco... - Musitó, logrando que todo el bar comenzara a gritar y alzar sus bebidas, celebrando la victoria del cocinero.
Mientras ella es capaz de ocultar todas sus expresiones y sentimientos.
- Esto es... ¿En serio? - Preguntó observando el lago frente a ella.
- Eso parece - Asintió, la mujer del sombrero de bruja a su lado.
- ¿No podemos llamar a Klee y que vacíe el lago con una de sus bombas?
- No, justo por eso la he dejado jugando con Paimon y el viajero.
- Adoras esto ¿verdad? - Cuestionó, sin apartar la mirada del agua.
- No negaré que estoy disfrutándolo~.
- Um... - Asintió, dejando salir un suspiro, antes de meter un pie en el lago - En serio... ¿De dónde ha podido sacar alguien tantos pulpos? - Quiso saber, sacando su arma.
- A saber, lo único que conozco es que es un problema que tenemos que resolver.
- Oye... Lisa... - La llamó, totalmente quieta.
- ¿Sí? - Musitó, observando como se giraba a verla, con un rostro tan inexpresivo como el de siempre.
- Tengo algo enganchado a la pierna... Y no para de moverse...
- Debe de ser un pulpo.
- Sí... No hacía falta que me lo confirmaras...
Finalmente, no le quedó de otra que estar durante horas con las piernas metidas en ese lago, matando pulpos con su lanza y habilidad elemental, aun con el asco que le daban cada vez que los tentáculos tocaban su piel. El único punto bueno era que, por lo menos, su rostro ocultaba lo mal que lo estaba pasando.
Él no puede evitar que su rostro muestre todas y cada una de las cosas que está pensando.
Iba tranquilamente caminando, sin un rumbo realmente fijo. Después de todo, simplemente tenía que buscar algunos víveres y algo de ropa, por lo que le daba algo igual lo que tardara en encontrarlo. O así era, hasta que, de la nada, algo o alguien le tocó la espalda, provocando que todo su cuerpo se tensara, por mucho que intentara evitarlo.
- Disculpa... - Cuando se giró para ver quién podía ser, se encontró con un chico de verdosos cabellos - ¿Te he asustado? Si es así lo siento.
- ¿Ah?... - Murmuró, entre enfadado, avergonzado y con ganas de matar a aquel enano que estaba molestándole por simple capricho.
- Lo siento... No pretendía hacerte enfadar... - Se disculpó, un poco más cohibido, soltándole.
- ¿Y? ¿Qué quieres, enano? - Preguntó, por la forma en la que le miraba, el otro se dio cuenta de que lo que dijera iba a ser decisivo para evitar una posible pelea.
- Veras... - Empezó a decir, intentando pensar en las palabras adecuadas - Tú... Eres amigo de Yoru ¿cierto? - Con solo verle a la cara, se dio cuenta de que, seguramente, había dicho la peor respuesta posible.
- ¡¿Yo?! ¡¿De ese enano entrometido?! ¡¿Acaso me ves cara de idiota o es que quieres que te mate aquí mismo?! - Comenzó a gritar con fuerza, agarrando al chico incluso del cuello de su camisa, para sonar aún más amenazante.
- Es que... Siempre te veo cerca suyo... Entonces, pensé que... - Intentó explicarse el de ojos amarillos, aún con algo de esperanza de lograr evitar el gran problema que se le venía encima.
Por suerte, el propio pelirrojo acabó apareciendo para alejar al chico de él y lograr acaparar toda su atención con una nueva discusión entre ellos dos. Quizá, lo mejor es que el de cabellos menta no se acercara a ese chico de nuevo por unos cuantos meses.
Mientras ella acepta todos sus sentimientos.
- ¿Oh?... Haz vuelto a hacerlo - Comentó el hombre del parche frente a ella.
- ¿Um?... ¿El qué? - Preguntó, decidiendo dejar lo que tenía entre manos de lado, para dignarse a mirarle, antes de tomar un sorbo de su copa.
- Desde hace un tiempo, sonríes un poco cada vez que lees una de esas cartas - Expuso
- Si tú lo dices... - Respondió ella, quitándole cualquier tipo de importancia al tema.
- No es justo, a mí nunca me sonríes así - Se quejó, comentario que ella decidió ignorar - A lo mucho aceptas venir a beber conmigo y solo porque yo pago todo lo que comes.
- Um... Así que lo sabías - Le dijo como si fuera lo más lógico del mundo.
- Es de él ¿verdad? - Inquirió, tras un suspiro, aún conociendo la respuesta, por lo que no se sorprendió al recibir un silencio por parte de ella - Sí que debe gustarte mucho ese chico, como para que actúes de esa manera... - Mencionó, viendo como ella dejaba caer hacia atrás su cabeza.
- A saber... La verdad es que me da pereza pensarlo mucho. Pero... - Hizo una breve pausa, para mirar a los ojos de su compañero - No negaré que ese idiota me divierte.
- Entonces, brindemos por eso - Comentó el peliazul, levantando su copa - ¡Por el idiota que te divierte! - Añadió, en un tono un poco más alto, chocando su vaso con el de ella.
Él siente asco de sí mismo.
- ¿Ah?... ¿Qué haces tú aquí? - Preguntó con molestia, nada más ver al chico de cabellos castaño claro y gafas que tenía frente a él - ¿Y bien? - Preguntó, ya dentro de su tienda de campaña, por culpa de la insistencia del chico no le había quedado otra opción que dejarle entrar.
- ¡Nada, simplemente he venido para verte~! - Le dijo con claro aire juguetón. Aunque, tuvo que dejarlo de lado por un momento, al notar como el chico no dejaba de mirarle cada vez más enfadado - Yo... También he desertado.
- ¡¿Ah?! - Exclamó con algo de sorpresa - Sabía que eras idiota, pero no tanto.
- Que lo digas tú es irónico ¿sabes~? - Contraatacó de forma burlona - Además... - Dejó escapar un pequeño suspiro, poniéndose serio - Desde que Dottore fue a Sumeru a por la Gnosis... Sentía como si mis ojos no dejaran de buscar a alguien que ya no estaba.
- ¿Estás estúpido o es que ahora ves fantasmas?
- Sí, tengo uno aquí mismo - Mencionó, mirándole fijamente y recibiendo una amenaza por parte del otro - Da igual, el punto es que... Si seguía en ese sitio terminaría volviéndome loco intentando encontrar algo que ya no estaba. Encima... Mi pecho no ha dejado de sentirse vacío desde ese momento, como si hubiera algo que quisiera recordar, pero no pudiera. Algo así como estar enamorado de alguien inalcanzable - Explicó y al mencionar sus últimas palabras, pudo ver como el otro le miraba con asco, sin duda odiaba hablar sobre sentimientos. Así que aprovecharía un poco para molestarlo - En serio, si no fuera porque no eres para nada mi tipo, no me molestaría que me empujaras al suelo y me robaras la virginidad~.
- ¡¿A-Ah?! ¡¿Qué estupideces estás diciendo ahora idiota?! - Gritó el otro completamente sonrojado.
- Nada, simplemente pensaba en que no sería mala idea hacerlo con alguien como tú. Después de todo, seguro que disfrutarías insultarme mientras lo hacemos, tanto como yo de escucharte~.
- ¡C-Cállate, maldito masoquista! ¡Además, yo no soy g...! - Exclamó bajo la burlona mirada del otro, pero, como siempre, quedó en silencio a media frase. Después de todo, seguía negándose a admitirlo y aún sentía asco de sí mismo cada vez que lo pensaba, es decir, ¿en qué momento se había vuelto tan loco como para pensar en alguien como ese imbécil de cabellos naranjas que no paraba de molestarle como algo más que el estúpido que era? Sin embargo, aun así, tampoco era capaz de rechazar totalmente la idea.
Mientras ella trata de avanzar poco a poco con la persona a la que ama.
- ¡Oye, enana, despierta! - Escuchó decir gritar a alguien con voz estridente. No tardó ni dos segundos en golpearle el estómago, por idiota - ¡Eso duele! ¡¿Por qué eres siempre tan bruta?!
- Um... - Murmuró, abriendo los ojos para observar el techo, sin siquiera tener intenciones de levantarse del futón. Ya llevaba ya unos días en Inazuma por trabajo, lo que significaba, quisiera o no, tener que lidiar con la molestia a su lado - Eso te pasa por idiota - Suspiró al notar como el otro la miraba como un niño pequeño al que habían reñido injustamente - ¿Y? ¿Qué querías?
- ¡Cierto, los chicos y yo vamos a hacer un nuevo torneo de Escaradiablos!
- ¿Me has despertado porque quieres que vaya a ver como esos bichos se pelean, mientras vosotros le gritáis órdenes de forma absurda? - Preguntó.
- ¡No son bicho y no gritamos de forma absurda! - Exclamó, dándole a entender que había acertado con su suposición.
- Paso... - Le respondió, dándole la espalda - Que pereza.
- Pero... ¡Les dije a los demás que irías a animarlos! - Explicó - Además... Nos falta gente para organizarlo todo... - Mencionó en un tono bastante más bajo y pausado. Es decir, que esa era la verdadera razón del por qué estaba allí, evitando que ella pudiera continuar con su siesta.
- Dile a Kuki que... - Ni ella misma terminó la frase, sabía que la chica había dejado Inazuma durante unos días para ir a recibir otro de sus diplomas - En serio... - Continuó hablando, a la vez que se giraba perezosamente a mirarle - ¿Qué tan idiotas podéis ser como para intentar organizar algo cuando ella no está?
- ¡Eso no importa, tenemos que irnos ya o los participantes llegarán antes que nosotros! - Avisó, en otras palabras, que habían tenido la genial idea de avisar antes de que todo estuviera listo.
- Pas... - Ni si quiera logró acabar una simple palabra, antes de comenzar a notar como su cuerpo era levantado del suelo a la fuerza hasta aterrizar sobre los musculosos hombros del albino.
- ¡¿Preparada?! - Preguntó el chico, levantando, con clara emoción, su cabeza para poder verla. La chica suspiró, sí, podría golpearle y librarse de ser llevada hasta quién sabe dónde, pero... a esas alturas prefería eso a que el otro siguiera insistiéndole, al menos así podría dormir un rato más - ¡Peleas de Escaradiablos, allá vamos! - Gritó antes de echar a correr.
Poco a poco, mientras el albino avanzaba, la chica se iba quedando más y más adormilada. Al menos, hasta que se fijó en que uno de los mechones del otro parecía aún más despeinado de lo normal, cosa que le causó un poco de gracia al verlo ondear de forma desordenada al viento. Sin embargo, en lugar de acercar su mano para intentar peinarlo, lo que hizo ella fue agacharse lo suficiente como para tener la cabellera de este a pocos centímetros de su rostro para, finalmente, dejar un pequeño beso allí.
- ¿Eh? - Al escuchar la leve sorpresa del chico, ella volvió a su posición anterior, a la vez que le quitaba la hoja con una mano - ¿Pasa algo? - Preguntó alzando la cabeza para mirarla confundido.
- Um... No realmente - Contestó, perezosamente, cerrando los ojos.
Él rechaza constantemente a la única persona que siempre parece haberlo aceptado.
- ¿Ah? ¿Para que clase de estupidez has venido esta vez? - Inquirió, cruzándose de brazos, al ver al pelinaranja frente a él. El otro se quedó observándole por unos instantes, como pensando qué o cómo contestar.
- Por nada realmente... - Comenzó a decir - Simplemente, vine a ver al chico que me gusta, ¿tan raro es? - Finalizó, con una sonrisa.
- ¡¿A-Ah?! - Alzó la voz este, con el rostro claramente rojo - ¡Déjate de tonterías de una vez! ¡Si solo vienes a molestar, lárgate! - Exclamó, de nuevo, negándose a una de sus peticiones.
- ¿Y si no quiero? ¿Qué harás? - Le preguntó con aire coqueto y desafiante.
- ¿Ah? - Musitó, como el chico se acercaba a él.
- Sí, ya me has oído ¿Y si no pienso irme? ¿Qué vas a hacer? - Volvió a preguntar, acortando aún más las distancias entre ellos.
- Imbécil, atrévete a dar un paso más y te mato - Le amenazó con seriedad.
- Me gustaría ver cómo lo intentas - Contestó este de forma juguetona, ya a centímetros de él, acercando su mano a la mejilla del chico. Sin embargo, antes de que pudiera rozarlo si quiera, el otro le apartó de un manotazo.
- ¡N-No me toques imbécil! ¡Y déjame en paz de una vez! - De nuevo, había perdido su aire tranquilo y amenazante, en cuestión de segundos, por culpa del pelinaranja.
- Vamos, ambos sabemos que te gusta que lo haga - Mencionó, tratando de incitarle a ceder, pero, era obvio que no iba a ser tan fácil, nunca lo era.
- ¡Si quieres pe-perder el tiempo, búscate a otra persona a la que molestar! - Le gritó, de nuevo, como tantas otras veces, sin negar ni afirmar nada de lo que el otro le decía - Esto es un asco... - Pensó en voz alta, dejando salir un suspiro - Me voy, como se te ocurra seguirme o intentar detenerme, te mato - Le advirtió de forma concisa.
El chico asintió, levemente dejándolo ir. Después de todo, solo había dicho que no podía seguirle, no que no pudiera tomar un camino secundario para llegar hasta el destino del chico y volver a encontrarse con él.
Mientras ella intenta acercarse.
- Y eso es todo... - Concluyó su informe el peliazul del parche. La chica solo se quedó en silencio, observando el escritorio sobre el que estaba acostada. Desde hacía unos meses le había pedido a Kaeya que, de forma disimulada, tratara de obtener información sobre lo que hacía el idiota de su gemelo. El problema es que, cada vez era más difícil descubrir cosas sobre sus acciones, ya que espantaba a todos los posibles informantes que contrataban.
- Al menos solo lo amenazó... - Murmuró.
- Aika, hizo que un hombre adulto se orinara encima - Le recordó el otro.
- Um... Mejor eso a que terminara provocándole alguna quemadura - Comentó, cansada. Cada vez que algo así sucedía, se planteaba seriamente el por qué no se rendía de una vez con él. No obstante, la promesa que había hecho con su madre bastantes años atrás, impedía que se despreocupara totalmente de él, ahora que sabía que nunca había estado muerto - Da igual... Por ahora será mejor dejarlo en paz. Después de todo, si hace algo grave, lo más probable es que terminemos enterándonos de un modo u otro - Le explicó su decisión al otro - Necesito unas vacaciones...
- Por eso mismo he traído esto~ - Dijo el del parche con claro aire juguetón, colocando una botella de vino sobre la mesa.
- ¿Um?... ¿Has vuelto a robarle a búho? - Inquirió, leyendo la etiqueta de esta.
- Solo lo tomé prestado~ - Comentó, llevándose un dedo a los labios, en señal de que era un secreto.
- Ya sabes que no soy muy fan del vino.
- ¿Quién dijo que esa botella era la única que había cogido? - Mencionó con una pequeña sonrisa, dejando otro tipo de licor al lado del anterior.
- La jefa dictadora nos va a matar por la mañana - Avisó, observando como el otro servía algo de bebida a cada uno, para, luego, entregarle su vaso.
- No si evitamos que nos descubra - Argumentó, acercando su copa.
- Sí, sí, lo que tú digas... - Aceptó ella, brindando.
Él se aleja.
Dejó escapar un suspiro de frustración, luego de amenazar a aquel hombre lo suficiente como que saliera huyendo.
- Esa estúpida... ¡¿Acaso se cree que soy un niño o qué?! - Exclamó a la nada, pateando algo de arena. Ni para ir a buscar comida podía salir de casa sin que alguien le arruinara la tarde ¿Es que nadie sabía respetar su privacidad o qué?
- Quizá si fueras a hablar con ella, te dejaría en paz - Contestó el chico de gafas a su lado.
- Quizá si te matara, tú, me dejarías en paz - Contraatacó.
- Lo dudo, antes de eso me aseguraré de maldecirte para poder venir a molestarte cada vez que me aburra - Le advirtió, moviendo las manos de forma "espeluznante" - Aunque, quizá no sería mala idea, así podría verte desnudo... Pero sería una pena, que no te dieras cuenta y empezaras a insultarme.
- ¡¿A-Ah?! - Gritó el chico, con la cara totalmente roja, a saber si de la vergüenza o de la ira - ¡Yo te mato, maldito masoquista! - Le amenazó, sacando su catalizador.
- ¡Como si fuera a dejarte hacerlo! - Gritó, comenzando a huir.
- ¡Vuelve aquí, cuatro ojos! - Ordenó, comenzando a perseguirlo.
- ¡Ni loco! ¡Me gusta que me degraden verbalmente, no que me golpeen! - Explicó, esquivando algo de agua - ¡Para, acabo de lavarme el pelo esta mañana! ¡Si me lo mojo ahora, este sol hará que se estropee mi hermoso cabello! - Pidió, aunque, de la forma en la que lo hacía, sonaba a que se estaba divirtiendo más que otra cosa.
- En ese caso... - Comenzó a decir, activando su engaño y creando una bola de fuego en su mano - ¡Mejor te lo quemo entero y ya!
- Espera... - Se detuvo por un segundo para mirarle - Se que acabas de amenazarme pero... Eso de que me toques el pene no suena tan mal - Mencionó en tono pensativo y algo interesado - ¿Akio? - Le llamó al notar que se había quedado estático y totalmente rojo.
- Y-Yo... - Balbuceó con la mirada y los labios temblando levemente - ¡Yo te mato maldito pervertido! ¡De aquí no sales vivo! - Le amenazó, aún más enfadado que al principio. Al final, con la tontería, hasta terminó olvidándose totalmente del tema de que habían mandado a alguien para espiarle, otra vez.
Aun así, no todo tienen que ser diferencias ¿Cierto? Es decir, los hermanos tienen que parecerse en algo, aunque sea un mínimo... ¿No? Después de todo...
Si bien ella tiene un gran aguante frente al alcohol.
- Aika... ¿Quieres volver a intentarlo? - Le preguntó el peliazul del parche frente a ella.
- ¿Um?... ¿Es que quieres volver a perder? - Le preguntó.
- Vamos, es imposible que con la de tiempo que me paso en esta taberna, solo te haya ganado un par de veces.
- Me pregunto qué pensaría el búho o la jefa dictadora si te escucharan presumir sobre algo así. Quizá debería ir a decírselo.
- Deja de intentar desviar el tema - Le dijo, entrecerrando un poco su único ojo visible, con el mentón apoyado sobre su mano - Ambos queremos beber, ¿qué problema hay?
- Um... Créeme, a mí me da igual. Pero por tu culpa el otro día mi hermanita, Cerise y Sora comenzaron a regañarme por andar bebiendo tanto.
- Oh... No sabía que ahora seguías las ordenes de alguien~ - Se burló, claramente retándola.
- Bien, acabemos con esto... - Musitó - Charles, dos chupitos de la bebida más fuerte que tengas y apúntalas a nombre del idiota del parche - Le pidió al cantinero que, como siempre, suspiró antes de ir a entregarles su pedido - ¿Listo, idiota? - Preguntó tomando uno de los vasos.
- Siempre estoy listo para ti~ - Respondió, chocando su copa contra la de ella. Antes de bebérsela de un trago - Esto es tan fuerte como siempre... - Comentó con la voz levemente más grave - ¿Eh? ¿Qué pasa? - Preguntó al notar que aún había líquido en el otro vaso - ¿No vas a beber? - Cuestionó, con la cabeza ya algo nublada.
- Um... Nunca dije que fuera a hacerlo.
- ¿Ehh? Que injusta eres... - Se quejó, haciendo un pequeño puchero.
- Sí, sí, lo que tú digas. Pero alguien tiene que arrastrarte de vuelta a casa - Le recordó.
- Oye Aika... - La llamó, acostándose sobre la mesa con sus brazos como almohada, mientras la miraba fijamente - Gracias por preocuparte tanto por mí - Le agradeció con una sonrisa totalmente sincera, acariciando con su dedo una de las manos de la chica.
- Sí, sí, lo que tú digas. Ahora duérmete de una vez - Le dijo picándole la mejilla, al notar como el peliazul comenzaba a cabecear.
- En serio... Si no fuera por eso... Quizá... - Balbuceó de forma inentendible, hasta quedarse dormido.
- Um... - Murmuró, jugando con uno de los cabellos del otro distraídamente - Supongo que si no fuera así... Quizá... Solo quizá... - Corroboró, antes de alejar su mano.
Él es imbatible bebiendo.
- ¿Qué haces aquí otra vez? ¿No tienes casa o qué? - Preguntó, al encontrar al de cabello castaño frente a su tienda.
- No seas así, encima que vengo a acompañarte para que no te sientas solo y necesitado de cariño~ - Le dijo, entrando, a pesar de las quejas de él.
- ¡¿Ah?! ¡¿Te has vuelto aún más idiota o qué?! - Le insultó molesto.
- Oye Akio... Ahora que lo pienso... - Empezó a decir con total seriedad - Ninguno de los dos tiene trabajo ni mucho dinero ¿Y si nos dedicamos a vender nuestros cuerpos? - Ahí iba de nuevo con una de sus bromas y absurdas ocurrencias.
- ¡Si tanto quieres tener sexo vete a buscar a alguien que te golpee o algo y déjame en paz!
- Ya te he dicho que no me gusta el daño físico. Aunque... No me negaría a que alguien como tú me atara y me insultara mientras me la met...
- Termina la frase y te juro que te mato aquí mismo - Le amenazó, totalmente serio, sacando su arma.
- En serio, ni una broma aguantas, mira que eres quejica.
- ¡Es por tu culpa y de tus estúpidas bromas!
- ¡Ah, a lo que venía! - Recordó, cambiando de tema, provocando que el otro rechinara los dientes con furia - ¡Mira lo que he conseguido! - Mencionó felizmente, mostrándole una botella de alcohol - ¡Vamos a emborracharnos y buscar algún chico para tener sexo! - Le escuchó decir con una sonrisa.
- Juro que un día de estos te mato... - Murmuró el chico, obligándose a no quemarlo vivo allí dentro por el bien de su hogar.
Aun así, no le quedó otra opción que terminar bebiendo junto al de gafas. Pero, tal y como se veía venir, el otro acabó durmiéndose luego de algunos vasos y él, estaba tan normal como siempre, aún cuando terminó acabándose la botella el solo.
Si bien ella no muestra sus celos, aún cuando claramente los tiene.
Observó en silencio y a una distancia prudencial la escena que estaba ocurriendo frente a sus ojos. Una chica se había acercado al albino para coquetear con él. Claramente a causa de su cuerpo, estaba segura de que si lo conociera realmente, la estupidez de este haría que saliera corriendo despavorida... o al menos eso quería creer. Aun así, había algo que le impedía ignorarlos del todo.
- ¿Estás segura de que no deberías ir a decirle nada? - Preguntó la albina de ojos verdes que se encontraba comiendo a su lado. Estaba tan concentrada en los otros dos que casi se había olvidado de ella.
- ¿Um?... ¿Y eso por qué?
- Bueno... Es tu novio ¿No? - Afirmó, ladeando la cabeza, al no entender qué era lo que impedía a la otra el ir con el chico.
- En serio... ¿Por qué todo el mundo termina llegando a la misma conclusión? - Preguntó, realmente queriendo saberlo - Y no, no somos nada de nada.
- Pero te gusta. Eso está claro - Dijo, totalmente segura. La chica se quedó en silencio. Si hasta alguien que a veces era tan despistada como ella había llegado a esa conclusión ¿Cómo era posible que el albino ni se diera cuenta? Ah cierto... Era un completo idiota.
- Sea como sea - Comenzó a decir, ignorando el comentario - Paso de interrumpir entre esos dos, los idiotas tienden a juntarse y tener hijos juntos ¿sabes? - Explicó, haciendo que la de ojos verdes la observara en silencio, mientras comía. No pudo evitar suspirar. Hasta ella se había dado cuenta de lo absurda que sonaba su lógica en base a la situación actual - Como sea, el caso es que me da pereza intervenir. Prefiero quedarme aquí echándome una siesta - Argumentó, acostándose contra la mesa, usando sus brazos como almohada.
- ¡Buenas noches! - Le contestó la otra, felizmente.
- Sí... Buenas noches... - Murmuró, observando por última vez hacia los otros dos, sintiendo como su estómago se revolvía, antes de cerrar los ojos.
Los de él saltan totalmente a la vista.
- ¡¿A dónde narices habrá ido ese maldito enano?! - Exclamó, girando la cabeza hacia los lados, intentando encontrarle.
Lo que ocurría era que, minutos antes y como siempre ocurría cada vez que se alejaba mucho de casa, se había encontrado con el molesto pelirrojo. Como era habitual, comenzaron a discutir por una tontería, una cosa llevó a la otra y, sin saber muy bien cómo, el pelirrojo acabó diciéndole que si no le importaba realmente, él mismo iría a pedirle una cita a Tartaglia. Es por ello que actualmente se encontraba en la ciudad, tratando de buscar a ese idiota y quemarle la lengua antes de que pudiera decir alguna tontería.
- ¡Ey, tú! ¡¿Has visto a un idiota enano y molesto con el pelo rojo?! - Preguntó, a una mujer que cruzó por su mirada, pero, en lugar de contestarle, acabó huyendo aterrorizada. Chasqueó la lengua, no le quedaba otra que entrar a todos y cada uno de los establecimientos de la ciudad hasta encontrar al chico.
Finalmente, un rato después, le encontró sentado en un restaurante, bebiendo algo de té tranquilamente.
- ¡Aquí estás enano! - Gritó nada más encontrarle, golpeando la mesa con sus puños, una vez estuvo cerca de él.
- Akio, para, vas a tirarme el té.
- ¡¿Ah?! ¡¿Y eso que importa ahora?!
- Deja de gritar y siéntate, estás molestando al resto - Pidió.
- Tch... - Chasqueó la lengua, aceptando su petición, al menos por el momento - ¿Y? ¿Dónde está ese idiota?
- ¿Quién?
- ¿Ah? - Musitó, levantando una ceja ¿Qué tan idiota podía ser? - Ya sabes, el imbécil al que ibas a pedirle una cita.
- ¿Te refieres a tu novio?
- ¡Que n-no es mi novio! - Se quejó, golpeando la mesa de nuevo.
- Aun así, no tengo ni idea. No me he movido de aquí desde que llegué a la ciudad - Le explicó, tomando algo de su té.
- ¿Ah?... ¿Acaso me ves cara de idiota? - Preguntó agarrando el brazo del pelirrojo y apretándolo con fuerza.
- Akio, para... Empiezas a hacerme daño.
- Sí, eso es porque he activado mi Engaño... - Comentó, aumentando la fuerza de sus dedos contra la piel del chico - ¿Y? ¿Qué le dijiste a ese imbécil antes de que yo llegara? Más importante aun... ¿Qué clase de estupidez te contestó él?
- Ninguna... Ya te he dicho que no lo he visto. Suéltame de una vez - Volvió a decirle, intentando soltarse de su agarre con su otra mano.
- ¿Por qué iba a creerte? No me fío de ti.
- ¿Por qué iba a querer salir con alguien como él? Sabes de primera mano que odio a los Fatui - Argumentó, intentando mantenerse fuerte.
- Y aun así, antes dijiste que ibas a hacerlo...
- Eso no significa que fuera a hacerlo realmente.
- Tch... - Chasqueó la lengua, aflojando su agarre hasta soltarlo - Como siempre es una pérdida de tiempo hablar contigo. Como sea, me voy - Avisó, levantándose de la mesa y girándose para irse - Ah... Y enano... - Le llamó, mirándole - Vuelve a mencionar algo así y juro que te quemo vivo - Le amenazó con un aura asesina, antes de marcharse.
Si bien ella odia perder.
- ¡Aika, Aika, mira lo que traigo! - Exclamó el albino entrando a su habitación felizmente con una caja de algún tipo de dulce en sus manos. Ella decidió ignorarle, sabía que aunque intentara no prestarle atención, aun así iba a explicarle qué se suponía que era esa cosa y por qué parecía tan emocionado con ello - ¡Son algo nuevo llamado Pockys, al parecer hay un juego bastante divertido que se puede hacer con ellos!
- ¿Um?... ¿Un juego? - Preguntó, sin demasiado interés, conociendo como era la gente de Inazuma con la que el albino se juntaba, es decir, niños, seguramente sería una tontería.
- ¡Sí, según he oído, cada uno se pone un extremo en la boca y pierde quien lo rompa antes de llegar al final del Pocky! - Explicó tan alegremente. Ella se le quedó mirando durante unos instantes - ¿Qué pasa? ¿Te has enamorado de mis asombrosos músculos? - Preguntó con una sonrisa, mostrando su bíceps.
- A veces pienso que no puedes ser más idiota, pero luego llegas con cosas como esta y me sorprendes.
- ¡Oye, si no quieres jugar puedo buscarme a otra persona! ¡No hace falta que me trates así! - Se quejó él, cruzándose de brazos.
- Um... - Murmuró. Aunque no lo fuera a admitir, lo que había planteado el chico no era una opción - Está bien, hagámoslo.
- ¿Eh? - Balbuceó el albino confundido.
- He dicho que está bien, que juguemos.
- ¡¿De verdad?! - Inquirió, totalmente emocionado.
- Sí, pero como vuelvas a preguntarlo, paso de hacerlo.
- ¡Bien, no volveré a decirlo! - Aceptó, sentándose frente a ella felizmente.
- Bien... - Comenzó a decir, tomando la caja de las manos del chico para sacar uno de los dulces - Abre la boca - Pidió y él lo hizo totalmente confiado.
Todo fue bien, ella le colocó el Pocky entre los labios y ambos comenzaron a comer por cada uno de los extremos. Hasta que el albino pareció empezar a darse cuenta del verdadero objetivo del juego.
- A-Aika... - La llamó con las mejillas algo rojas y casi no pudiéndola mirar fijamente más de dos segundos - ¿No estás m-muy cerca?
- ¿Um?... Tengo que estarlo, si no, no puedo seguir comiendo - Respondió de manera totalmente lógica, venciendo cualquier posible queja del chico.
- P-Pero... - Tragó saliva con tanta fuerza que hasta la chica pudo escucharlo con total claridad - ¿Segura de que no te molesta?
- ¿Debería? - Preguntó lentamente - ¿O es que el gran Arataki Itto se está acobardando?
- Claro que no... Soy el "n-number one" ¿Recuerdas? - Intentó sonar convincente, aunque su voz lo delataba.
- Um... Si tú lo dices... - Comentó en tono bajito, mordiendo un poco más. Ahora estaban totalmente frente al otro, con sus labios rozándose y las respiraciones de ambos mezclándose - ¿Y bien? ¿Qué piensas hacer? - Preguntó, ya que solo quedaba un poco en el lado del chico.
- ...Mejor... - Murmuró, comenzando a apartarse - Dejémoslo aqu... - Intentó decir, claro que la otra no iba a dejar que una oportunidad como esa se escapara tan fácilmente. Por lo que, sosteniendo la mano del otro para que no se moviera, se terminó el dulce, juntando sus labios con los del albino por unos breves segundos.
- He ganado - Afirmó al separarse, pero aún manteniéndose a poca distancia de él - ¿Y? ¿Qué hacemos ahora? - Como era lógico, el chico se había quedado mudo ante las inesperadas acciones de la otra. Aun así, esa era otra oportunidad que ella no pensaba desaprovechar.
Él lo detesta aún más.
- Akio, juguemos a algo~ - Le pidió el chico de cabellos naranjas, abrazándole por la espalda.
- ¡¿A-Ah?! ¡Suéltame, imbécil, y deja de decir estupideces! - Gritó, tratando de sacárselo de encima.
- Esta bien, te suelto si a cambio jugamos a una cosa - Propuso.
- ¿Y? ¿A qué clase de tontería quieres jugar ahora? - Preguntó, intentando mantener su rostro calmado.
- ¡Con esto! - Le dijo, mostrándole algo que parecía ser una especie de palito de chocolate - Se llaman Pockys, ahora son muy populares en Inazuma - Así que debían ser una especie de dulces.
- Sabes que no me gustan este tipo de cosas.
- Vamos, solo una vez - Mencionó, haciendo un uno con su dedo - O no dejaré de abrazarte en toda la noche~ - Le avisó, de forma juguetona, acariciando la cintura del chico.
- ¡Ahg! - Gritó exasperado y sonrojado - ¡V-Vale! ¡ Lo que sea! ¡Pero suéltame ya! - Exclamó, logrando que el otro al fin se quitara de encima - ¿Y? - Se giró hacia él - ¿Cómo se supone que se jueg...? - Antes de que pudiera terminar, ya tenía un extremo de una de esas cosas entre los labios.
- Es fácil, el primero que rompa el Pocky pierde - Le explicó, acercando su rostro al otro extremo del dulce - Por cierto... Si pierdes... Creo que no voy a poder evitar contener las ganas de molestarte durante el resto de la noche.
- ¡¿A-Ah?! - Balbuceó con los labios temblorosos y las orejas totalmente rojas.
- Ey, concéntrate... - Murmuró, bajando su tono de voz - Si se te cae, también pierdes - Advirtió, antes de comenzar a comer por el otro extremo.
Al inicio, todo fue bien, bueno, una mezcla de nervios, vergüenza y molestia invadía el rostro del chico, pero, por lo menos era algo controlable. El verdadero reto comenzó cuando el pelinaranja estaba apenas a unos escasos centímetros de su rostro, provocando que su aliento chocara contra la boca del chico.
- Oye, Akio... - Le llamó, suavemente, deteniéndose por un segundo - ¿Por qué no me miras?
- ¡¿P-Por qué iba a hacerlo?! ¡Déjame en paz y p-pierde de una vez! - Le respondió, intentando parecer tranquilo, aunque su rostro le delataba.
- ¿Seguro que eso es lo que quieres? Porque a mí me parece que lo estas disfrutando mucho~ - Observó en tono coqueto, acariciando la cadera del chico. No recibió respuesta, lo único que sus oídos pudieron percibir fue el pequeño "clack" que hizo el dulce al romperse - ¿Qué...? - Apenas si le dio tiempo a procesar la información, antes de sentir que tiraban del cuello de su camisa hacia delante, justo antes de que el chico mordiera su cuello.
- ¿Y? ¿Ya estás feliz? - Preguntó, lentamente separándose, tras haber dejado una rojiza marca en la piel del otro. Lo que no se esperaba era que, cuando le mirara, se fuera a encontrar al pelinaranja totalmente sonrojado - Mierda... - Murmuró en voz alta mordiéndose el labio inferior ¿Cómo se suponía que iba a lograr contener las ganas que tenía de tirarlo al suelo y atacarlo si le miraba de esa forma?
Si bien a ella le cuesta admitir sus sentimientos.
- Me gustas - Escuchó decir al albino a su lado de la nada.
- ¿U-Um?... - El comentario la había dejado algo descolocada.
- ¿Eh? Ah, nada. Solo leía el nombre de este caramelo - Explicó, mostrándole el envoltorio - ¿A que es raro?
- Eso tiene más sentido... - Asintió, suspirando. Después de todo, aun con lo del Pocky de la otra noche ¿cómo se le pasaba por la cabeza que un idiota cabeza dura como él fuera a confesarle sus sentimientos así de la nada? Espera... ¿Si quiera sabía lo que era estar enamorado? Conociéndole seguramente tendría la concepción de un niño en la que tener novia es tomarse de la mano y abrazarse. Así que, lo más probable es que realmente pensara que le besó jugando y no de verdad - Esto es un asco...
- ¿El qué? - Preguntó él, ladeando la cabeza, sin entender.
- Nada, ignórame... - Pidió, ahora mismo necesitaba estar sola para organizar su mente - ¿No dijiste que los chicos de la banda te estaban buscando para algo?
- ¡Es verdad! - Asintió, al recordarlo - ¡Voy a verlos y vuelvo! ¡Hasta después! - Exclamó, despidiéndose con una sonrisa, antes de salir corriendo.
- Sí... Tú también me gustas... - Murmuró al aire, viéndolo marchar.
En el caso de él es casi imposible.
- ¡A-ki-o! - Le llamó el pelinaranja, silabeando su nombre.
- ¿Qué quieres ahora? ¿No ves que estoy ocupado? - Preguntó, más concentrado en cortar algo de comida para el fénec a sus pies que en otra cosa.
- Dime una cosa... ¿Yo te gusto? - Preguntó interesado y de forma coqueta, observando como la espalda del chico se tensaba totalmente.
- ¡¿A-Ah?! ¡¿Qué tonterías estás diciendo ahora?!
- Bueno... Acabamos de tener sex...
- ¡N-Ni se te ocurra decirlo o te mato!
- Vamos, si hasta hace unos minutos estabas siendo tan tierno conmigo - Le recordó, moviéndose lentamente hacia él.
- No sé que le ves de tierno a eso... - Murmuró, intentando concentrarse en lo que hacía, evitando caer en las palabras del pelinaranja - ¡A-Además, fue solo una vez! ¡Un error de una vez! - Exclamó, notando como su piel se erizaba, al notar como el otro le abrazaba por la espalda.
- Un error... ¿Eh? - Susurró contra la oreja del chico, dejándola aún más roja si eso era posible - No sé yo... - Continuó diciendo, a la vez que acariciaba el abdomen del chico - Estoy seguro de que si alguien viera las marcas que me dejaste por todo el cuerpo, pensaría que soy tuyo y que te gusto mucho.
- Dime... - Comenzó a decir con una voz más grave y profunda - ¿A dónde quieres llegar con todo esto?
- No sé... ¿Qué tal si me lo dices tú?
- Mierda... - Se quejó, apartando las manos del otro de su cuerpo y girándose para poder empujarlo contra el suelo, acorralándole entre este y su cuerpo - Te odio, que lo sepas.
- Ambos sabemos que estás loco por mí~ - Aseguró con picardía el de cabellos anaranjados. Al parecer, el pequeño animal tendría que esperar un rato más para poder comer.
Si bien ella no lo tolera.
- ¿Um?... ¿Qué haces aquí? - Preguntó nada más verle.
- ¿Ah? ¿Desde cuando tengo que pedirte permiso para ir a donde me de la gana?
- Um... Tienes una cita con el idiota ¿A que sí? - Le preguntó.
- N-No sé a quién te refieres... - Negó, desviando la mirada.
- Pero no has negado que tienes una cita.
- ¡¿A-Ah?! ¡Es que no es una cita! ¡Solo una reunión, sí una reunión!
- Aja... ¿Y desde cuándo vas tú tan bien vestido para las reuniones?
- ¡V-Vale, eso no importa ahora! - Exclamó, deseando cambiar de tema - Es caso es que... - Dijo antes de murmurar algo con cara de desagrado.
- Habla alto, no tengo la capacidad de escuchar lo que dice el viento.
- Necesito tu ayuda... - Susurró entre dientes, un poco más alto.
- ¿Um?... Sigo sin entenderte.
- ¡No mientas, sé que me escuchaste! - Se quejó señalándola.
- Sí, sí, lo que sea ¿Y? ¿Qué quieres?
- Un regalo...
- Ah... Cierto... Había olvidado que día es hoy... - Dijo comprendiendo más o menos la situación - Aunque sigo sin entender para qué me necesitas. Es tu novio, lo normal es que seas tú quién le busque un regalo de cumpleaños.
- ¡No e-es mi novio! ¡¿Por qué no paráis de repetir eso?!
- Pero te gust... - Se quedó callada a media frase, sintiendo que ya había tenido antes una conversación similar - Como sea, arréglatelas tú solo, que por algo se supone que le gustas y no creo que sea por esa cara de idiota.
- ¡Tenemos casi la misma cara! - Se quejó, sacando a relucir el obvio hecho de que eran gemelos.
- Um... Lo dudo... La mía es mucho mejor - Se negó a aceptarlo - Como sea, suerte con eso - Se despidió de él, caminando en el sentido contrario.
Él aún menos a ella.
- ¡Esa maldita! ¡¿Por qué tiene que ser siempre así?! ¡Solo le estaba pidiendo un estúpido favor y luego ese enano no para de decirme que confíe más en las personas! ¡¿Ves lo que ocurre cuando intentas depender de alguien?!
- ¿Y? ¿Ya te cansaste de actuar como un niño pequeño? - Preguntó de nuevo frente a él.
- ¿Ah? ¿No que te habías ido?
- Sí, pero si te dejo ahí gritando como un loco, terminarán castigándome a mí por no haberte pateado a tiempo fuera de la ciudad.
- ¡Juro que un día de estos de mato!
- Adelante, aunque dudo que logres un regalo para ese idiota a tiempo - Argumentó, haciendo que el rostro del chico se retorciera de la frustración.
- ¡Como sea, muévete de una vez! ¡Y ni se te ocurra retrasarme con una de tus tonterías!
- Y lo dice el tsundere...
- ¡C-Cállate y camina! - Ordenó, entrando al fin a la ciudad.
Si bien ella no dudaría en dar su vida por él.
Se encontraban aún en el campo de batalla, uno en el que ellos mismos habían estado peleando a muerte hasta hace unos segundos.
- Oye, idiota... - Intentó llamar al cuerpo inconsciente bajo ella - ¿Estás...? - Intentó preguntar, pero algo clavándose en su costado, provocó que sus palabras se vieran interrumpidas por la presencia de gran cantidad de sangre en su boca - Ey... - Le acarició el rostro con una mano, manchándole con algo del líquido rojizo - Acabo de encontrarte y te he salvado de una estúpida bomba... Ni se te ocurra morirte de nuevo... - Pidió con dificultad, notando como el cuchillo giraba en sus entrañas - No vuelvas a dejarme sola... Idiota... - Suplicó, notando como sus propias lágrimas caían hasta el rostro de su hermano y se deslizaban por él.
- ¿A-Ah?... - Escuchó un leve balbuceo bajo ella - ¿Acaso piensas que soy tan débil como para dejar que ese lunático me mate? - Preguntó en un leve susurró - Y tú... - Miró hacia quien quiera que estuviera apuñalando el maltrecho cuerpo de la chica - Deja de molestar de una vez - Ordenó, utilizando las pocas fuerzas que le quedaban para activar de nuevo su Engaño y quemarle la cara. Tras eso, todo volvió a ponerse negro para el chico.
- Mierda... - Murmuró, notando como no paraba de sangrar - Solo espero que... Lleguen a tiempo... - Pidió al viento, antes de que su cuerpo fallara por completo y cayera inconsciente sobre él.
Él no dudaría en dejarlo todo atrás por ella.
Semanas después, despertó, en la habitación de lo que parecía una gran iglesia. Sinceramente no recordaba como había llegado hasta allí. El último recuerdo en su mente era el calor y la onda expansiva de la bomba de relojería que al parecer tenía como arma y... las palabras de una lejana voz que pedían que no la dejara sola de nuevo.
- ¿Um?... ¿Al fin despiertas? - Preguntó alguien a su lado. No fue hasta que giró un poco su cabeza para verla que pudo notar que tenía la cabeza apoyada contra su cama, como si hasta hace nada hubiera estado durmiendo en ese lugar.
- ¿Dónde estoy...? - Inquirió, aún todo era demasiado confuso para que su agotada mente intentara pensar con claridad.
- En la Iglesia de Favonius - Le dijo - Supongo que será mejor que vaya a decirle a Bárbara que has despertado, estaba muy preocupada por ti - Mencionó, levantándose de su asiento y caminando hasta la puerta - Por cierto... - Se detuvo un segundo para mirarle - Bienvenido a casa, Akio - Añadió, antes de desaparecer.
La tal Bárbara llegó pocos minutos más tarde, comenzando a hacerle un millón de preguntas sobre su estado físico y mental, a la vez que comprobaba sus heridas. No fue hasta casi un mes más tarde que, al fin logró poner un pie fuera de la catedral. Deteniéndose, por primera vez en mucho tiempo, para simplemente disfrutar de la sensación del viento moviendo su cabello y del sol calentando su piel.
- Supongo que... Eso es todo... - Murmuró, observando al Engaño entre sus dedos - Bueno... Puede que me haya convertido en un desertor, pero... Esta cosa puede seguir siendo útil - Se dijo a si mismo, volviendo a colocarse el objeto en la ropa - ¿Y ahora qué? - Preguntó a la nada.
- Um... ¿Quién sabe? - Le respondió la chica a su lado - Eso tendrás que descubrirlo tú mismo.
La verdad es que, razón no le faltaba, a día de hoy, el chico aún trata de intentar averiguar qué hacer con su vida, a la vez que intenta de dejar la oscura sombra de su pasado atrás. Sin embargo, al menos sabe que, por muy lejos que se vaya y por mucho tiempo que pase, ahora siempre tendrá un sitio al que poder volver cuando las cosas vayan realmente mal.
Al final... Las cosas nunca son blancas o negras, con los gemelos ocurre lo mismo. No son idénticos, aunque físicamente se parezcan mucho, pero... Aun así... Siguen compartiendo bastantes semejanzas, además de un vínculo irrompible.
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Me creáis o no, literal que estoy gritando de la emoción. Sí, es la cosa más larga que he hecho y haré en mi vida, pero me pareció tan ameno y divertido escribir todo esto, principalmente la parte de las semejanzas. Casi no podía contenerme las ganas de gritar en las partes de Akio y el Tartas xD.
Bueno, ejem... Lo importante. En realidad todo esto ha sido escrito con el objetivo de; por un lado, mostrar que Akio a pasado de ser la versión masculina de Aika a un personaje propio, con su carácter, historia y gustos; además de, por otro lado, mostrar brevemente el pasado de ambos hasta, poco a poco, acercarse al estado actual de sus vidas según mi canon mental. Aunque bueno, la parte final en realidad se ubica justo tras la segunda pelea que ambos tienen para que Akio logre cumplir su venganza, pero era la única forma de demostrar que en realidad se aprecian mucho, así que, detalles.
He de añadir, como seguramente os habréis dado cuenta, que Aika y Akio no son los únicos Ocs que han aparecido a lo largo de todo ese oneshot. A continuación, os dejo el listado de todos y cada uno de los personajes que han aparecido junto a sus creadores, por si queréis echarles un vistazo, aparte de para que ellos mismos sepan que sus Ocs han aparecido en esta cosa~.
- Yami y Yoru, propiedad de Akane_Saeki
- Cerice y Cerian, propiedad de HoneyToTheHoney
- Anceril y Ansel, propiedad de Anceril-Gesso
- Natsumi y Natsu, propiedad de Applepyan
- Lulan y Luciel, propiedad de moritaalejandra
- Sora, propiedad de Sora_Shide
- Alice, propiedad de KasumiFire
- Gao, propiedad de... Ja ja ja, no pienso decirlo que me mata.
Me pregunto si los habréis acertado a todos a medida que han ido saliendo. Aunque dudo que a hayáis logrado descubrir, por ejemplo, a Natsu, a pesar de que es el que más sale por la parte de Akio. Aunque es normal, después de todo, solo su creadora y yo lo conocíamos hasta este momento xD.
En sí, esto debería ser todo, pero no sé... Antes y a medida que iba haciendo esto, pensaba en cómo incluir a los Ocs mencionados anteriormente, no por nada en especial, sino porque considero que son parte del universo de Genshin que hemos ido creando entre todos, por lo que si Aika y Akio salían, ellos también tenían que hacerlo de un modo u otro.
Ahora bien, dejándome de palabras bonitas, la verdad es que junto a esta idea, también surgió, a causa de un roleo con mi hermanita, una especie de escenario con la temática de Ocs cuidando a personajes convertidos en niños durante una tarde. Sin embargo... Estoy decantándome por desechar esa idea, ya que, bueno, digamos que los escenarios son el terreno de la tierna Anceril y tampoco es que la idea sea muy original, así que no quiero seguir poniendo cosas sobre la mesa que no van a llegar a nada. Aunque... La parte del Pocky game de antes hizo que me dieran ganas de hacer un escenario así, pero... con tantos Ocs está difícil... Nada, mejor me callo y me despido de una vez ¡Nos vemos pronto, espero! ¡Bye-by~!
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