C12: La otra mitad.

Algo dentro de mí está dominándome. Siento la necesidad de enredar mis manos en el cuello de Zabdiel pero a la vez soy consciente de que toda su familia está mirándonos y... ¡su familia está mirándonos!

Abro mis ojos de golpe y me aparto lentamente. Zabdiel me mira a los ojos y por un solo segundo me pierdo en sus profundos ojos color chocolate. Una pequeñísima sonrisa se instala en sus labios pero no soy capaz de corresponderle porque estoy demasiado ocupada dando un repaso mental a mis pensamientos.

— ¡Dios mío! ¡Que linda demostración de amor nos acaban de dar, chicos! Pero sí parecen los protagonistas de una película de Nicholas Sparks...—chilla Sabrina y mis ojos automáticamente vuelan hasta ella para encontrarla mirándonos como si fuésemos una especie de cachorritos a través de un aparador de cristal.

Bien, no es que alguna vez haya visto a un perro a través de un parador de cristal pero supongo que de esa manera es como la gente lo miraría.

— ¡Basta, Sabrina! ¡Estás avergonzándolos!—se queja la madre de Zabdiel.

Me rio nerviosamente buscando con la mirada un lugar donde dejarla estática sin que sea el rostro risueño de cualquiera de los integrantes de esta familia porque siento tanto nerviosismo que casi puede palparse.

—¿Podría...pasar a su tocador?—pregunto en voz baja soltando la mano de Zabdiel para poderme poner de pie y salir huyendo como la cobarde que soy.

—Claro que sí, Leire. Ya sabes donde está—murmura la señora Noemí sonriéndome ampliamente. Le devuelvo la sonrisa y me retiro del comedor abarrotado de gente que de manera inmediata comienzan a charlar acerca de algo que no puedo escuchar.

Entro en la habitación y apenas pongo llave pego mi espalda en la puerta y pequeñas lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas de manera lenta sin detenerse un solo momento. Siento mi corazón estremecerse y luego partirse en dos recordando el beso de Zabdiel. Porque ese fue el primer beso que di en mi vida, fue con Zabdiel y para hacerlo todavía más interesante fue falso. ¡Un beso falso! Me dejo caer lentamente en el suelo procurando no hacer ruido porque soy incapaz de dar una explicación coherente del porque estaría llorando en casa de "mi novio" luego de haber compartido un "beso perfecto". Llevo mis rodillas hasta mi pecho y me abrazo a mí misma incapaz de detener el llanto.

Quiero irme a casa ahora mismo pero no tengo corazón para arruinarle su cumpleaños a Alex. Apoyo mi cabeza en mis rodillas y permanezco en silencio observando la pared blanca. No sé cuánto tiempo ha pasado porque he perdido la noción del tiempo pero cuando alguien viene a golpear la puerta mi corazón vuelve a estremecerse de inmediato.

Me limpio las lágrimas de las mejillas y me pongo de pie para observarme en el espejo. Mis ojos están rojizos y mi nariz tan roja que podría ser la competencia directa de Rodolfo el reno en este momento.

—¿Leire?—la voz de Zabdiel llega impetuosa hasta mis oídos del otro lado de la puerta.

—¿Si?

—¿Estás bien?—pregunta sonando preocupado.

—Sí.

—Uh, Alex va a partir la tarta ¿quieres que te esperemos?—vuelve a preguntar pero estoy tan ocupada tratando de hacer que mis ojos vuelvan a lucir normales que no soy capaz de responder—¿Leire?

—No. Está bien...es...me duele un poco el estómago—inquiero sintiéndome demasiado ridícula.

—¿Quieres que revise el botiquín de mamá? Tal vez pueda encontrar algo para el dolor—niego de inmediato.

¡Estúpido chico bonito! ¿Por qué tiene que encontrar una maldita solución para todo? ¡Lo odio!

Avanzo hasta la puerta una vez que he decidido que mis ojos ya no están tan rojos y tiro del pomo para encontrarlo con las manos apoyadas en el marco de la puerta. Me observa fijamente con el ceño fruncido pero no dice nada.

—¿Podrías llevarme a casa por favor?—pido finalmente porque no soy capaz de seguir aquí. Me siento una completa tonta.

—Escúchame Leire, si es por lo del beso yo...

—¿El beso? ¡El beso no significó nada, Zabdiel!—miento sin apartar la mirada de su rostro que de repente parece contrariado.—No tienes que darme ningún tipo de explicación porque no la necesito. Ya está, ya fue. Tenías que hacerlo porque tenías que convencer a tu familia que de verdad somos novios y parece que ser que las puertas de Hollywood estarían abiertas para ti desde este momento porque claramente los has convencido.—hago una pausa y aparto la mirada—pero por favor llévame a mi casa. De verdad me duele el estómago y todo lo que quiero hacer es dormir...—imploro.

Él no dice nada pero por un solo segundo puedo ver como su rostro se descompone por completo. Como parece algo herido pero finalmente asiente y se aleja de mí. Me muerdo el interior de la mejilla para no soltar un lastimoso gemido y echarme a llorar de nueva cuenta.

—¡Mira, Leire! ¡Pastel para tí!—me informa Alex mirándome con una sonrisa y acercándose hasta mi con un pequeño plato desechable con una rebanada de pastel de chocolate encima.

—Muchas gracias, cariño—sus ojos se posan en los míos y su sonrisa se esfuma de golpe.

—¿Por qué lloras?—pregunta lo suficientemente alto para que todos los presentes lleven su mirada curiosa hasta mí. ¡Quiero que la jodida Tierra se abra y me trague y se der posible que me escupa en la cama se Shawn Mendes!

—No estoy llorando, Alex. Sólo me duele un poco el estómago—murmuro poniéndome de rodillas para quedar a su altura—escucha, tengo que irme a mi casa pero espero que disfrutes tu cumpleaños tanto como puedas. Come mucho pastel y diviértete mucho—sus brazos se envuelven alrededor de mí y le ofrezco una pequeña sonrisa a modo de agradecimiento.

—¿Te peleaste con Zabdiel?—cuestiona el pequeño demonio castaño que se niega a dejarme ir con una respuesta tan poco convincente.

—No, nada que ver—susurro.—Te veré después ¿de acuerdo?—ella asiente no muy convencida.—Disfruta mucho tu cumpleaños...—añado poniéndome de pie para comenzar a despedirme del resto de la familia.

Zabdiel permanece de pie en el umbral de la puerta del comedor sin decir una sola palabra mientras su abuela, su tía y su madre me hacen prometer que volveré pronto. Lo que ninguna de las tres sabe es que mi plan es no volver jamás.

—Leire...—susurra Alex cuándo casi he llegado a la puerta de la casa.

Me detengo de golpe y me giro sobre mis propios talones para mirarla a los ojos.

—¿Sí?

—¿Sigues siendo mi amiga por siempre, verdad?—cuestiona con su voz de niña.

—Claro que sí, Alex. Seguimos siendo amigas por siempre...

El camino a casa es totalmente incómodo. Todo lo que hago es rezar para que el tiempo se pase volando y poder huir tan rápido como mis piernas me lo permitan. Quiero echarme a correr muy lejos de Zabdiel y no tener que volver a verlo nunca más porque soy demasiado cobarde.

Apenas veo la fachada de mi casa siento que mi corazón comienza a martillear descontroladamente dentro de mi pecho como si quisiese salirse de su lugar.

—Gracias por traerme a casa, Zabdiel—murmuro mirándolo fugazmente.

—Quién debería agradecerte soy yo por haber hecho el cumpleaños de Alex uno de los mejores...sus cumpleaños casi siempre pasan de forma monótona a pesar de que mamá y yo hacemos hasta lo imposible para que cada año sea mejor que el anterior pero supongo que el hecho de que no tenga amigas termina afectándola más de lo que debería—explica sin mirarme.

—Te veré en la escuela mañana ¿de acuerdo?—susurro tirando de la manija de la puerta del auto para poder huir.

—Leire...—me detengo y giro mi cabeza un poco para volver a mirarlo. Sus labios se fruncen y suelta un largo suspiro.—Sobre lo que dije...

—Entiendo que hayas dicho todo eso para salvar tu orgullo frente a tu familia, Zabdiel. No tienes que darme ningún tipo de explicaciones, en serio...—me apresuro a decir.

—Es que yo no...—mi sangre se hiela de inmediato por lo que probablemente dirá y mi corazón se acelera de inmediato. Siento mis ojos volver a llenarse de lágrimas de nueva cuenta y niego un poco saliendo del auto.

—Te veré mañana en la escuela, Zabdiel.

(...)

Me dejo caer en mi cama y observo fijamente el techo de mi habitación tratando de encontrar una buena excusa para distraerme y no volver a pensar en el beso que compartí con Zabdiel.

¡Tu primer beso, Leire!

Llevo mi mano derecha hasta mis labios rememorando una y otra vez la sensación embriagadora que me hizo sentir ese estúpido beso y la manera en la que me afectó. Nunca fui el tipo de chica que soñara con dar su primer beso porque sabía que eventualmente algún día pasaría. ¿Entonces porque demonios siento la necesidad de echarme a llorar como una Magdalena por el hecho de que mi primer beso fue dentro de una relación ficticia sólo para hacerle creer a un montón de desconocidos que soy la chica más feliz sobre todo el jodido Miami?

¡Porque eres una chica, Leire! Y definitivamente ese es el tipo de cosas con las que sueñan las chicas. Niego un poco y tomo mi teléfono para encender la señal del wifi.

Inmediatamente medio millón de mensajes de Selina empiezan a aparecer en la pantalla encendida. Todos pareciendo más desesperados que en el anterior exigiendo que le cuente como es que me fue en el cumpleaños de la pequeña hermana de Zabdiel. Niego un poco y vuelvo a apagar la conexión de internet y luego el teléfono. Me rehusó a hablar con cualquier persona.

Cierro mis ojos tratando de dormir pero un par de insistentes golpes en la puerta me hacen poner los ojos en blanco y ponerme de pie para ir a asesinar a cualquiera que sea que se atreva a interrumpir mi estado de holgazanería.

—¿Qué haces aquí?—pregunto apenas me encuentro a Fabricio sosteniendo una caja de pizza entre sus manos.

—Mi sexto sentido de gemelos me dice que mi otra mitad tuvo un mal día, así que como el buen hermano gemelo mayor que soy he decidido invadir tu habitación con una buena pizza y películas—me muestra la computadora cerrada que lleva en la otra mano y me ofrece una sonrisa amable.

—¿Quién eres tú y que le hiciste a Fabricio?—cuestiono con algo de diversión y me mira ofendido.

—Oh, cállate tonta.—protesta con una risilla divertida.—¿Entonces qué dices? ¿Quieres hacer una tarde de películas con tu otra mitad favorita? Porque de una vez te digo que si dices que no tendré que comerme toda la pizza yo solo—me rio un poco y me hago a un lado para que él pueda pasar.

—De verdad que no puedo creer que este que está aquí sea mi hermano—me burlo sentándome a su lado mientras él prepara la laptop con las películas.

—Pues créetelo—se ríe sentándose a mi lado.

Observo la pantalla fijamente sin prestarle atención realmente. Sostengo entre mis manos una rebanada de pizza mientas Fabricio ríe un poco sin prestarme demasiada atención. Es entonces cuando me doy cuenta que he sido una mala hermana porque nunca me tomo el tiempo para preguntarle acerca de sus cosas. Dejo la rebanada de pizza encima de la caja y lo observo un momento.

—¿Cómo va la universidad?—cuestiono en voz baja.

Su mirada se posa en la mía y me ofrece una pequeña sonrisa.—He decidido hacer deportes este año—me informa pareciendo totalmente feliz.

—¿Cómo porque es que renunciaste a tu holgazanería?—se ríe y él vuelve a mirarme ofendido.

—Bueno, porque me di cuenta que la única manera en la que puedo atraer a una chica es siendo un deportista...—me dice con el ceño fruncido. Tomo de nueva cuenta la pizza y le doy un mordisco mientras sigo escuchándolo—Por eso he ido a hacer las audiciones para pertenecer al equipo de fútbol americano, Zabdiel dijo que estoy dentro...—me atraganto con la pizza y lo miro detenidamente esperando a que se eche a reír diciéndome que es una mala broma. ¡Pero eso no pasa!

—¿Qué Zabdiel que?—murmuro incapaz de comprender.

—Que Zabdiel dijo que estoy dentro—repite.—¿Zabdiel? ¿Sabes quién es él, cierto?

—Sé más de lo que quisiera admitir—susurro.

—¿Qué...?

—Nada. Que es muy bueno que te hayan aceptado—él me sonríe ampliamente.

—Sí. Por eso este fin de semana he organizado una pequeña celebración con los miembros del equipo aquí en casa así que desde ya te digo que estás invitada...

—Que afortunada soy...

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