El árbol del destino
8 años
Las luces del pasillo yacían apagadas a causa de la hora, pero alcanzaban a escucharse en nuestra habitación el chirriar de las camillas siendo trasladadas y los murmullos de los doctores a la lejanía. El cuarto donde nos quedábamos Sebastián y yo constaba de tres camas, aunque esta última se hallaba desocupada.
Cubierta con las cobijas, observé de reojo a la señora Relish teclear en su móvil antes de abandonar el lugar tras echarle un vistazo a su hijo. Mi padre permaneció sentado en el sofá reclinable, leía el periódico con ayuda de la lámpara situada en la pequeña mesita junto al mueble. Eran apenas las nueve y pese a que no rebosaba de energía, tampoco poseía sueño. Mi mirada se cruzó con la de Sebastián cuando abrió los ojos y rompí el silencio.
—Sebas —lo llamé en susurro, mas fue suficiente para que mi papá nos descubriera y dejara sobre su regazo el periódico.
—¿Seguían despiertos? Creí que se habían dormido hace treinta minutos.
—No tenemos mucho sueño —contestó Sebastián.
—Sólo media hora más, por favor —le supliqué—. Sabes que caemos antes de las diez y media. Ya dormí tres horas en la tarde, no estoy cansada.
—De acuerdo, pero no hablen muy alto. Los pacientes de otras habitaciones descansan ahora y no queremos molestarlos.
Mencionado esto, volvió a abrir el periódico y a centrar en este su vista. Aproveché para acercarme al borde de la cama y fijé mis pupilas en Sebastián. Aquello bastó para que comprendiera mis intenciones.
—¿Quieres que te cuente una historia? —Asentí al instante—. Te acostumbras rápido a este tipo de cosas.
—Gracias a tus cuentos me olvido siquiera por un momento de todo lo malo. Me ayudan a escapar de esta realidad. En serio los necesito.
—No eres la única a la que refugian. A mí también me sirven para desconectar.
—Comienza, te escucho —lo animé, tras acomodar mi cabeza sobre la almohada.
Su rostro se tornó melancólico por un segundo y pensé haber removido una fibra sensible. Sin embargo, esbozó una sonrisa y la historia inició.
—En cierto pueblo oculto en bosque, existía un árbol que gozaba de un poder especial. —Clavó su mirada en el techo de la habitación y yo centré la mía en sus facciones—. Sus frutos consistían en galletas, las cuales contenían en su interior un pequeño trozo de papel que poseía escrita una frase capaz de predecir el futuro cercano de quien las consumía. Los habitantes del lugar necesitaban coger una galleta cada tanto para continuar con sus vidas y avanzar, o de lo contrario, se congelarían para siempre.
» Una chica del poblado le tomó un cariño particular al árbol. Solía regar sus ramas todos los días y pasar tiempo bajo su sombra, lo cuidaba con sumo esmero y no permitía que nadie ni nada lo lastimase. —Las escenas se reprodujeron en mi mente como si de una película se tratara y me sumergí de lleno en ellas—. La planta parecía retribuirle el amor que ella sentía mediante sus frutos ya que estos contenían mensajes positivos cuando se aproximaba a escoger una galleta. Aquello se repitió durante años. Pese a que las demás personas en ocasiones sufrían malos augurios, Neferet nunca recibía ninguno. Adoraba sonreír, ayudar al resto y sentarse a leer bajo el fresno.
» Por esa razón le sorprendió obtener una desagradable predicción cuando acudió por una galleta: «Se avecina una tormenta, el vacío de su presencia se acrecienta». No entendía qué significaba y le atemorizaba saberlo. Sin embargo, no tardó en descubrirlo. —Apoyé mi codo sobre el cojín, intrigada por escuchar el resto del cuento—. Perdió su empleo como mesera en un bibliocafé, el cual amaba y le servía para costear sus estudios de Periodismo. Esa noche llegó tan agobiada que olvidó echarle seguro a la puerta y grande fue su asombro al día siguiente cuando notó que varias de sus pertenencias habían desaparecido, incluida su vieja caja de fotografías. Aquella colección era muy valiosa para Neferet, puesto que retrataba su paso por cada etapa de la vida y plasmaba los momentos más felices de su existencia. Le dolió muchísimo perderla para siempre.
» Se le dificultaba encontrar un nuevo trabajo y continuar con sus estudios en la universidad, en la cual sus calificaciones descendían. Sus sueños se tambaleaban y le frustraba desconocer cómo estabilizarlos. —Mi corazón se encogió con tristeza y Sebastián se volteó hacia mí—. Se preguntaba por qué, ¿acaso había obrado mal? Si siempre le sonreía a los demás, si nunca le negaba ayuda a nadie, si trataba a todos con el respeto que ameritaban, ¿por qué el árbol le asignaba ese futuro? Cuidó de él, regó sus raíces y lo nutrió de agua. Neferet se sintió traicionada.
» Llegó a culparse a sí misma por aquella tarde en que se levantó de la sombra del fresno cinco minutos antes de lo habitual para avanzar con un ensayo que debía presentar y hasta se culpó por la vez que su lápiz resbaló de sus dedos y golpeó levemente el tronco. Neferet no comprendía a qué se debían dichos obstáculos en su camino y le exasperaba no hallar el motivo por que sufría de esa manera.
» Pero los superó. Pateó cada piedra que le estorbaba y se abrió paso entre las adversidades. —Mi sonrisa se restauró, puesto que adoraba los finales felices—. Consiguió un trabajo en una biblioteca con un salario mucho más alto que le permitió seguir estudiando, sus notas se elevaron y aunque no volvió a toparse con su colección de fotos, el dinero que ganaba le alcanzó para comprarse una nueva cámara y empezar a capturar nuevos recuerdos. Fue así como se animó a reescribir su historia mediante fotografías y emprendió el rumbo hacia su sueño de convertirse en periodista.
Aplaudí apenas terminó, provocándole una suave risa. Jamás me aburriría de sus relatos.
—¡Me encantó! ¿Por qué no estudias Literatura de grande? Serías el primero de tu clase —afirmé, totalmente convencida.
—Dudo que a mis padres les agrade idea.
—No importa si ellos están o no de acuerdo. Si sueñas con eso, no lo dejes escapar. Tienes que escucharte y priorizarte a ti.
—No se me da mal esto de inventarme historias, ¿no? —Le sonreí. Amaba sus cuentos—. Quizá sea mi talento.
—Me pregunto a qué sabrán las galletas de ese fresno y cómo hacían los habitantes del pueblo para no tragarse el papel por accidente.
Si hubiese vivido en dicho lugar, tal vez habría corrido tal infortunio. Solté una carcajada por lo bajo al imaginármelo y regresé mi atención a Sebastián cuando habló:
—Ese árbol simboliza la vida —admitió y pestañeé. No esperaba semejante comparación—. Necesitamos tomar una galleta para avanzar, para no estancarnos. Debemos dar un paso y enfrascarnos en una aventura, la cual puede resultar amena o desastrosa. Porque no interesa que tanto le sonrías al mundo, muchas veces este no te dará lo que mereces. No se halla preparado para eso. Este no tiene la capacidad de devolverte todas tus buenas acciones, no funciona así. Y sí, es injusto. Varios se merecen lo mejor y no obtienen más que un trozo de carbón. La vida no siempre te devolverá las sonrisas has cultivado y el amor que cosechaste, en ocasiones te entregará menos de lo que mereces.
» No todo pasa por algo, muchos sucesos no tienen una razón en específico, ¿por qué algunos niños sufren enfermedades terminales? —Tragué grueso. Eso mismo me increpaba yo hasta el cansancio—. ¿Por qué en los accidentes muere gente buena y no un delincuente? Esas preguntas no poseen respuesta y no nos queda más que tener resiliencia. Es bastante dañino, exasperante y frustrante tratar de encontrar siempre una explicación lógica. No todo lo que sucede ocurre porque algo bueno vendrá después. No sembramos lo que cosechamos. A veces ningún bien puede salir de un mal.
» Aunque nos atemorice el destino, tenemos que seleccionar una galleta para poder seguir adelante. —Realizó una pausa en la que su pecho se infló y descendió en una respiración profunda—. Aprenderemos cosas nuevas de cada experiencia, aunque algunas nos dolerán más que otras. Pero al final del día, creceremos como personas y desenterraremos nuestra fortaleza. Sin embargo, en eso consiste vivir, en afrontarnos a adversidades que nos llenarán de impotencia y que pasan porque sí. Culpa al destino si quieres, a la vida, al azar. Pero no te culpes a ti.
—¿Crees que nosotros seamos capaces de ello? —Pese a que solía mostrarme optimista, lo dudé bastante. Los pronósticos médicos no eran tan alentadores.
—Espero que sí. —Su respuesta sonó como una súplica—. A ambos nos queda muchísimo que hacer aquí. Gran parte de mis recuerdos en este mundo no son para nada gratos. Me gustaría formar mejores memorias contigo.
—Ya verán que pronto retornarán juntos y sanos a este lugar —nos aseguró papá. Sebastián y yo giramos en su dirección para contemplarlo de brazos cruzados, con el periódico dejado de lado—. Sé que sería una utopía, pero desearía que para cuando eso pase la unidad de oncología haya dado de alta a todos sus pacientes.
—¿Estuviste escuchando la historia? —Mi padre asintió frente a mi pregunta.
—Prefiero oír los cuentos de Sebas a leer el periódico. Me viene de maravilla olvidarme de todo de vez en cuando, siquiera unos minutos.
—Me alegra que le gustase mi relato, señor Rose —le sonrió y expulsó una bocanada de aire—. Los cuentos que me invento me sirven como refugio, por esa misma razón también me gusta mucho leer.
Escuchamos pasos provenientes del pasillo y nos cubrimos con las sábanas. La señora Relish venía de regreso y se hacía tarde. Bostecé y me revolví entre las cobijas, víctima del cansancio.
—Buenas noches, niños.
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