8| Pisoteas mi autoestima

La abrazo con fuerza, pues no nos vemos desde hace un mes y la echaba de menos. Con Ivet puedo charlar libremente de cualquier cosa sin temor a que me juzgue. Por ello se convirtió en mi mejor amiga, conectamos desde el primer día y estoy segura de que no dejaremos de hacerlo nunca. Sé que tropezaré miles de veces y ella estará ella para ayudarme a continuar.

Ayer llegó de México tras permanecer gran parte de las vacaciones con su familia materna. Me trajo otro suéter tejido por su abuela, que quien a pesar de haberme visto una sola vez cuando vino a Florencia de visita, me envía regalos utilizándola de intermediario. Después de reencontrarnos, volvimos a ser dos adolescentes de secundaria como cuando recién nos conocíamos y pasamos media hora posando frente al espejo del baño.

—¡Suficiente! Si llenas la memoria de mi celular, no me quedará espacio para descargar memes.

—Mientras no sean míos, guarda los que quieras —condiciono, mientras me acomodo mi cabello y repaso el maquillaje que me apliqué esta mañana—. Ya me enteré de que le enviaste unos que encontraste en Instagram a Diego.

Ríe, divertida, con la mirada la pantalla de su móvil. Imagino que debe estar viendo nuestras fotos y eliminando algunas en las que salí mal.

—¿Y cuál es el problema con eso?

—¡Que son memes de mi cara! —exclamo, fastidiada, aunque a Ivet parece divertirle la situación. Señalo mi rostro con el dedo índice—. Y no soy simpática.

De pronto, su expresión se transforma y niega, como si acabase de pronunciar algo realmente horrible. Aún con el ceño fruncido, pasa su brazo por encima de mis hombros y me abraza. No recuerdo en qué momento comencé a avergonzarme de la más mínima parte de mi cuerpo. Pero aprender a valorarnos es un proceso que nos constituye como humanos, cada quien posee sus propias luchas internas.

Esos complejos antes no estaban allí, mas deseo adquirir el poder de hacerlos desaparecer con un chasquido de dedos. Quisiera que regresara esa niña otra vez que sólo soñaba con que le crecieran alas para volar hasta las estrellas. Sin embargo, no diviso más que mis espinillas, el grosor de mis labios, mis pestañas cortas y el maldito hoyuelo en mi mejilla. ¿Por qué no pude nacer con dos cual persona normal? O ninguno, aquello estaría mejor.

—Eres bellísima, incluso con las supuestas imperfecciones de tu rostro. Que nadie te convenza de lo contrario.

Fuerzo una sonrisa y examino de reojo mi abdomen al remembrar los comentarios de Thalia, los cuales me hacen dudar de nuevo.

—¿No piensas que debo adelgazar?

—Estás perfecta así, Emily —me sonríe, a lo que asiento y me atrevo a devolverle el gesto sin cubrirme la mejilla derecha—. Y si quieres cambiar algo de ti, es totalmente válido mientras lo hagas por satisfacción personal y no por aprobación social.

Bendito sea el lunes en que le hablé en clase de arte. Ella necesitaba ayuda con el ejercicio asignado por la maestra y me ofrecí a enseñarle lo que sabía, de ese modo inició una de las mejores amistades que entablé.

Durante mis primeros días de secundaria, el miedo que sentía era palpable. La mayor parte de mi vida cursé la escolaridad en casa y no sabía con qué clase de personas me toparía en el colegio. No obstante, aquellos temores pasaron a segundo plano apenas nos acercamos. Juntas terminamos la escuela y acordamos asistir la misma universidad, lo cual por suerte conseguimos. Ella ingresó a estudiar Actuación, mientras que yo me decidí por Artes Plásticas.

—Gracias. No te imaginas cuánto necesitaba oír eso.

Vuelvo la mirada hacia el espejo y escaneo mi aspecto. Llevo recogido el cabello en una media cola, aunque algunos mechones caen a ambos costados de mi rostro sin que pueda evitarlo. También me coloqué encima de mi blusa blanca, el suéter de color rosa palo que me trajo Ivet. Creo que me gusta mi reflejo. Desearía que sentirme a gusto conmigo misma más a menudo y apreciar lo mío de la manera que lo hace mi mejor amiga.

Tras darme un último repaso, salimos del baño y nos fundimos en un cómodo silencio al transitar por los pasillos rumbo al tercer piso de la facultad de Artes Escénicas. Ivet entrelaza sus manos y juega con ellas, inquieta, pero le sonrío. También suelen asaltarme los nervios a comienzo de curso. No sé qué clase le toque a primera hora, mas me comentó que le iba mal en Análisis del Drama y que este año se había propuesto sacar mejores calificaciones.

Al arribar a nuestro destino, Ivet se asoma al interior para averiguar si el maestro ya se encuentra allí. Como dentro no divisa a nadie más que a algunos estudiantes, retrocede y se vuelve hacia mí.

—Qué extraño, el profesor Hastings siempre llegaba antes que nosotros. —Arruga la frente, desconcertada—. Aguarda aquí un momento, entraré a preguntar.

—Si demoras mucho, me voy.

Ivet aprieta los labios en un fingido enojo e ingresa. Me recuesto sobre el marco de la puerta y procuro no perderla de vista, pero una desconocida voz detrás de mí que me pide que me aparte para poder entrar me hace voltear. Y mi mirada se cruza con la del chico de la pintura. Viene acompañado de un amigo suyo y deduzco que fue él quien me dirigió la palabra, puesto que no tarda en adentrarse en el aula. Ruedo los ojos, pero no abandono el lugar. Le prometí a Ivet que la esperaría y no ha tardado lo suficiente como para dejarla aquí.

—De nada sirve que me odies, ¿sabes?

—No te odio.

—Pues pareciera que sí.

Niego, desconociendo por qué esbozo una pequeña sonrisa que me encargo de disimular.

—Descuida, no has arruinado mi vida.

—Me he disculpado todas las veces que pude —recalca el innombrable y de verdad luce arrepentido—. En serio lo lamento, no quise...

—Te perdono —lo interrumpo, cansada de discutir.

—¿Así de sencillo?

—No sirve de nada que odiarte, ¿no?

—Dijiste que no lo hacías.

—Puedo decirte muchas cosas.

—Podrías empezar diciéndome tu nombre.

—¿Y cómo puedo estar segura de que no quieres sacarme información para secuestrarme y vender mis órganos en el mercado negro?

—¿Tengo cara de traficante?

—Más bien de psicópata —especifico y se echa a reír.

—Me parece que ves muchas películas de terror.

Descubrí que me gustaban cuando mi aburrimiento se manifestó una tarde de verano que me quedé sola en casa. Empecé con una que Diego me recomendó y luego busqué más por cuenta propia. Lejos de asustarme, me resultaron entretenidas.

—Son divertidas —resumo, en un encogimiento de hombros.

—¿No te sugestionas? —me consulta y niego, pues jamás me han causado pesadillas—. Una vez leí un libro llamado El desfile macabro que trataba de una chica que era secuestrada por un hombre decidido a realizarle cambios en su cuerpo para participar del evento. Soñé que me raptaban para concursar como modelo y me reunían con demás participantes en un sótano.

—Descuida, sólo es ficción. Esas cosas no suceden en la vida real —le aseguro.

—¿Nunca has visto un espectro?

—No, pero te estoy viendo a ti, que es casi lo mismo.

—Deja de pisotear mi autoestima.

—Lo siento, no quise dañar tu estabilidad emocional.

Piensa responderme, pero nuestra atención se desencamina cuando escuchamos la desbordante algarabía proveniente del salón de clases. Varios alumnos chocan los cinco, eufóricos, Ivet yace entre ellos y sonríe más que de costumbre.

—¡Por fin se largó ese viejo! ¡Nunca me cayó bien! Quién reprobará ahora, ¿eh? —cuestiona el castaño que entró al salón minutos atrás—. ¿¡Eh!?

Parpadeo, confundida, ya que no logro enterarme a la perfección de lo que sucede. Busco a Ivet con la mirada y ella me hace una seña para que la espere, dándome a entender que saldrá en breve. Sin embargo, el primero que abandona el salón es el amigo del chico de la pintura. Este lo sacude por los hombros, bastante eufórico. Me río porque no ofrece resistencia y asiente a pesar de no comprender nada.

—¡El profesor Hastings se fue! ¡Se fue y no volverá!

—¿Ese no era el que...?

—Sí, el que me reprobó dos semestres, ¡dos! —lo interrumpe—. Mi mamá se molestó conmigo, pero ya nunca más. Marcaré este día en mi calendario.

Ivet camina directo hacia mí y durante un instante creo ver sus ojos cristalizados. Pero descarto el pensamiento cuando sonríe.

—¿A qué se debe tanta alegría?

—Tendremos una nueva profesora del curso porque el maestro anterior renunció —me explica—. Como habrás notado, a la mayoría no le agradaba.

Asiento, menos perdida. Ya me extrañaba el repentino entusiasmo en los alumnos. Después me giro hacia los pasillos y descubro que están llenos, lo cual significa que se me hace tarde. Necesito retirarme cuanto antes, aunque me gustaría quedarme charlando con ella todo el día.

—Ya debo ir a clases. Si me demoro me cerrarán la puerta en la cara.

—Yo también —interviene el chico de la pintura.

—¿Te pregunté?

Ivet golpea mi brazo en forma regaño.

—Emily, ¿qué te hemos hablado de descargar tu ira con gente inocente?

—¿Inocente? —Bufo y un mechón de mi cabello se eleva—. ¡Él fue el que me lanzó la pintura!

El rostro de Ivet se transforma, al punto en que empiezo a arrepentirme y temo por la integridad física del pobre chico. No obstante, admito que encuentro placentero verlo tan asustado.

—Hey, ¡tú eres la de los memes! —señala su entusiasmado acompañante—. ¿Me firmas un autógrafo?

—No.

—Conque fuiste tú... —Lo observa Ivet, amenazante, y avanza unos pasos.

—No lo hice a propósito. Le pedí perdón todas veces que pude... Hace un rato dijo que me perdonaba. —Retrocede tan atemorizado que choca con un casillero, ganándose un golpe en la cabeza.

—Perdonar no significa olvidar —enfatizo, de brazos cruzados—. No olvidaré ese trauma de la noche a la mañana.

—Yo no fui ningún cómplice —rechaza el segundo chico.

—No, Logan. A ti apenas te conozco, pero me caes bien —afianza mi amiga y de ese modo descubro su nombre. Segundos más tarde, Ivet apunta con el índice su amigo—. En cuanto a ti, si le arrojas otra cubeta de pintura encima, te las verás conmigo.

—Claro que no. Lo juro.

Ella tuerce los labios, pero acaba asintiendo y se gira hacia mí para increparme:

—¿Almorzamos juntas hoy?

Guardo silencio, pues planeaba comer con Ethan y Thalia. No obstante, extrañé pasar tiempo con mi mejor amiga. Estuvo ausente durante semanas y necesitamos ponernos al día.

—Te buscaré en la cafetería principal —acepto finalmente su invitación.

Tras abrazarme, regresa a su salón y toma asiento en las filas del medio. Logan se acomoda el cuello de la camisa y se despide de mí, decidido a ingresar también.

—Adiós, chica de los memes.

Sí que agarra confianza rápido.

Me deja sola con su amigo y suspiro para armarme de valor. Llegaré tarde si me quedo, pero sólo me apetece huir de las inseguridades que saldrán a flote ni bien me siente al costado de Thalia en clase. Intento que sus consejos no me afecten, mas no suele ser sutil y aquello lo complica. A pesar de todo, quiere lo mejor para mí y la intención es lo que cuenta, ¿no? Solamente debe aprender a decir las cosas de forma diferente.

—Así que... —Retoma la palabra, balanceándose sobre sus talones—. Emily, ¿es cosa mía o a tu amiga no le agrado?

—Es cosa tuya.

—¿Segura?

Asiento, en un intento de convencerlo de que Ivet nunca lo lastimaría. Él me sonríe y considero devolverle el gesto, pero recuerdo mi hoyuelo y desisto. Antes me gustaba que estuviera allí, mas con el paso de los años ha empezado a disgustarme. Tomo una bocanada de aire y emprendo la marcha rumbo a la facultad de Artes Plásticas. Pero sin darme cuenta, caigo sumida en mis recuerdos y dos sonrisas que echo de menos se apoderan de mis pensamientos para sumirlos en un bucle nostálgico de memorias, las cuales atesoro bajo llave.

***
¡Hola!

¿Qué les ha parecido el capítulo?

Como habrán leído, Sebastián y Emily se van acercando cada vez más. Y en lo personal, me gusta muchísimo escribir escenas de ambos juntos ❤️

Pregunta seria: ¿A ustedes les gustan las películas de terror?

Yo vi Anabelle 3 en el cine. Spoiler: Acabé rezando el padre nuestro en posición fetal.

Aun así, soy amante de las historias paranormales. Así que si conocen alguna, les animo a insertarla aquí ☠️

Nos leeremos la próxima semana. Que tengan un lindo día 💕

PDT: Leí el Desfile Macabro en 2018. Lo recomiendo al 100% para quienes les gusta el terror psicológico y el misterio 🔍

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