46| Feliz cumpleaños

Me paso el resto de la semana centrada en los trabajos que debo entregar para fin de curso, ya que las clases terminarán en menos de un mes, lo cual significa que Sebastián se marchará a Londres pronto para estudiar Administración. Intento convencerlo de quedarse durante estos días, pero mis esfuerzos son en vano. Casi siempre acabamos discutiendo, puesto que se empecina en que carece de futuro como escritor. Me duele que no me crea cuando le aseguro que sus historias cambiaron mi vida y también tantos comentarios repletos de odio le hayan cegado la vista.

No almorzamos juntos desde hace dos días, dado que desaparece durante los recesos y sospecho que se encierra en la biblioteca, sin apenas probar bocado. Detesto sentirlo distante. No quiero que se vaya y que su último recuerdo de nosotros sea una discusión. Se está aislando, hecho que solo acentúa en su mente el pensamiento de que estorba.

Sin embargo, apenas me acerco para invitarlo a comer el día de mi cumpleaños distingo una sonrisa en su rostro después de mucho tiempo. Pese a que las cosas entre nosotros se encuentren de la mejor manera, no planeo dejarlo fuera y, a pesar de que temía que me pusiera alguna excusa para no asistir, me promete que estará allí. No me queda más que volver a confiar en Sebastián, desenado que esta vez cumpla con su palabra para tener la oportunidad de despedirme de él. Hablamos durante un largo rato, olvidándonos por un momento de nuestras recientes discusiones, aunque el tema resurge al final de la conversación y aprovecha para disculparse por la actitud que ha tomado en los últimos días.

Llegado el veintiuno de mayo Anthuanet, Axel, Ivet, Logan, Sebastián y yo nos reunimos en un restaurante del centro para almorzar mi comida favorita. Sentada al costado de mi novio, termino mi plato en menos de media hora dado que las ansias por continuar con nuestro plan pueden conmigo. No obstante, justo cuando creo que nos retiraremos, él cubre mis ojos, obligándome a mantenerlos cerrados hasta que una torta de chocolate se halla frente a mí y me toca soplar las velas. Hacía mucho que no sentía su piel en contacto con la mía, por lo que me permito disfrutarlo y ni siquiera me impaciento por devorar el pastel.

No se lo menciono en ese instante, pero realmente extrañaba que envolviera sus brazos alrededor de mi cintura y besara mi mejilla, gestos que tiene conmigo mientras me cantan feliz cumpleaños. Sebastián me produce una retahíla de emociones que no controlo y las cuales explotan en un revoltijo de mariposas en mi estómago.

Luego del almuerzo, Anthuanet nos lleva en su camioneta hasta el Cinema Odeon, ubicado en el Palacio Strozzini, donde escogemos una de las películas de la cartelera. Él se acomoda a mi costado y levanta el apoyabrazos que separa nuestros asientos para que yo pueda acurrucarme contra su pecho. Él posiciona una mano sobre mi rodilla y después vuelve a centrarse en la pantalla, momento que aprovecho para robarme un puñado de sus palomitas.

—Una más y me arrepentiré de no haberte estampado el pastel en la cara.

Sebastián aparta el bote de palomitas de su regazo y lo coloca sobre el reposabrazos localizado a su izquierda, de modo que ya no logro alcanzarlo.

—Tom Holland no haría eso si fuera mi novio.

—Zendaya tampoco si fuese tu novia.

Me señala la pantalla con la cabeza en el instante en que la aludida aparece en escena, pues hoy elegimos ver Spider-Man: No way home. Se estrenó tiempo atrás, pero el cine ha vuelto a reproducirla y no podíamos desaprovechar la oportunidad.

—Claro que no. Ella me valoraría.

—Si te soy sincero, me resulta complicado entender que exista gente que no lo haga siendo tú tan maravillosa.

—No todos me ven con los mismos ojos que tú, Sebas. —Sitúo mi mano encima de la suya, sobre mi rodilla, y repaso sus nudillos con la yema de mi pulgar. Todavía no se ha ido, pero siento desde ahora una indescriptible necesidad de aferrarme a él. Me asusta lo mucho que extrañaré acariciarlo, mas no me queda otra opción que soportarlo—. Hasta hace muy poco, ni siquiera yo.

—¿Y ya te has dado cuenta de lo perfecta que eres o necesitas que te lo recuerde?

—Ahora lo sé, pero no me molestaría que me refrescases la memoria.

Sebastián me recoloca un mechón de cabello detrás de la oreja y cierro los ojos cuando percibo sus labios posados en mi frente.

—Gracias por ser tan increíble, Kiara —me sonríe y le acaricio la mejilla, causando que se estremezca. Esto último me hace soltar una risa, pues me enternece que aun se ponga nervioso ante mi cercanía. Solo que esta muere al notar su rostro tan cerca del mío. Él no es único que se siente así—. Me siento orgulloso de haber estado presente en casi todos tus cumpleaños, ¿te imaginas cuando cumplas ochenta? Si a esa edad amas tejer, te regalaré palillos.

—Quizá ya lo hayas olvidado, pero todavía conservo la pancarta con fotos y la carta que me escribiste cuando cumplí trece. La he releído muchas veces.

—Perdón por no acompañarte al parque de diversiones a los diez años. Yo quería ir, pero no me dejó mi mamá. Daría cualquier cosa por...

—¿Por regresar el tiempo atrás y pasar ese día conmigo? —complemento. Sebastián asiente.

—Pagaría lo que sea por presenciar el momento exacto en que vomitaste en esa montaña rusa.

—Diego tiene que dejar de contarte esas cosas —sentencio y realizo un ademán de alejarme, pero Sebastián rodea mi cintura para impedírmelo—. ¿Cuántos detalles penosos de mi vida conoces por su culpa?

—En realidad fue tu papá quien me contó que de niña te lanzaste por las escaleras creyendo que volarías.

Ni Judas era tan traicionero.

—¿Y ahora también quieres que te muestre el video de la vez que me desvié el tabique?

—¿Existe un video?

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! Me refería a que... —Enarco una ceja apenas descubro que le tiemblan las comisuras—. ¿De qué te ríes? ¿De mis desgracias?

—Este es mi día favorito del año.

Eso me regresa el buen humor, aunque también me invade una pizca anticipada de nostalgia. Desearía que estos tiempos no se esfumaran tan pronto. Estábamos bien así, era todo lo que quería. Esta burbuja no puede reventarse y hacerme caer contra el suelo.

—Espero que siempre lo pasemos juntos —anhelo en voz baja, mas consigue escucharme.

—Igual yo. A pesar de que dejamos de vernos durante años, nunca olvidé esta fecha. Aunque creía que ya no seguías aquí y no...

—Intenta no recordar eso ahora, por favor. Disfrutemos este momento, no me apetece pensar en otra cosa.

Expulsa un suspiro y me apega más a él durante unos segundos en los que permanecemos en completo silencio. Repaso sus facciones en la oscuridad de la sala, no porque me preocupe olvidarme de algún detalle de su rostro, sino para calcular cuánto ha cambiado este cuando vuelva a verlo. Imagino que nos reencontraremos en el futuro, o al menos eso quiero creer. Antes de que se vaya, me gustaría dibujarlo otra vez. Podría entregarle un retrato suyo un día previo a su vuelo, aunque no quiero agobiarme con el futuro ahora. Prefiero centrarme en el presente, pese a que las imágenes que se reproducen en la pantalla se han trasladado a un segundo plano y mi cabeza se halla recostada en su hombro. Desde allí olfateo su chaqueta y me deleito con su olor personal. Siempre me ha gustado y me sorprende lo mucho que echaré de menos algo tan simple como ello.

En un intento de distraerme, me inclino para visualizar a nuestros amigos, quienes se ubican una fila por delante y parecen concentrados en la película. Quizá se ubiquen a pocos metros de nosotros, pero dudo que sepan lo que pasa por nuestras mentes en este preciso momento, así que regreso mi vista hacia Sebastián para descubrir que también me mira. Diviso el verdor de sus ojos pese a la escasa iluminación y fuerzo una sonrisa.

—¿Qué sucede? ¿Quieres más palomitas? Las tuyas ya se acabaron. -Apunta el bote vacío situado a mi izquierda y niego con la cabeza.

«Quiero que te quedes».

—No es eso, Sebas.

—¿Entonces por qué ya no sonríes?

—Porque te extraño. No debí permitir que te alejaras, no cuando la estás pasando tan mal. No deseo que cargues con esto tú solo. Perdón si he parado de repetírtelo a menudo, pero te quiero. Y detestaría que tu último recuerdo de ambos sea una pelea.

Posee la mandíbula apretada y baja la mirada, por lo que reparto caricias en su espalda hasta que percibo cómo sus músculos se relajan.

—Disculpa si no te he abrazado lo suficiente en estos días —masculla y le beso la mejilla, como siempre que se me agotan las palabras—. A mí también me has hecho mucha falta. Extraño que te burles de mis fotos usando tirantes, que compartamos tiempo juntos en la cafetería antes de que inicien las clases, que me muestres tus dibujos y tomes mi mano al caminar por los pasillos. Extraño aparecer en tu casa los domingos y llevarte tus donas preferidas.

—Siempre puedes tocar la puerta. Sabes que no te la cerraré en la cara —le garantizo y aquello basta para que acabe con la distancia que nos separa.

Apenas sus labios tocan los míos, enredo los brazos alrededor de su cuello para profundizar el beso y me río cuando coloca mis piernas sobre su regazo. Besa mi frente y me entrega su bote de palomitas, del cual cojo un puñado para después seleccionar una y llevársela a la boca a Sebastián. Nos pasamos así en resto de la película y abandonamos nuestros asientos recién cuando las luces de la sala se encienden. Por primera vez en varios días, él entrelaza su mano con la mía y me guía escaleras abajo, ya que nos encontramos en las butacas de la parte superior. El sitio antes era un teatro, razón por la cual la pantalla se ubica sobre un escenario.

Anthuanet, Axel, Ivet y Logan nos esperan en la salida. Aunque estos dos últimos lucen bastante entretenidos sacándose fotografías bajo la cúpula de vidrios de colores que tenemos como techo.

—Deberíamos venir a este lugar más seguido. —Ivet gira sobre sus talones para apreciar la decoración, maravillada—. ¿Sabían que también presentan óperas?

—Si quieres que alguien te rompa los tímpanos, pídele a Sebas que cante. —Logan señala al aludido y este rueda los ojos mientras yo contengo la risa—. No necesitas comprar un boleto para escuchar gritar a una persona.

—Eso no es cierto. Si Kiara hubiese grabado mi interpretación de Single ladies y la hubiera subido a YouTube, tendría millones de reproducciones.

—Desde luego que sí —sonrío, dispuesta a apoyarlo en cualquier circunstancia—. Y cientos de comentarios quejándose contigo por estropear la canción.

—Las óperas son mucho más que gente gritando, Logan —le aclara Ivet y voltea hacia él.

—¿Y en qué consisten exactamente?

—Ni idea, pero lo averiguaré cuando venga a la próxima función con... —Levanta el folleto que sostiene en manos y nos recorre a cada uno con la mirada—. Anthuanet.

—¿Yo por qué? No tengo nada contra ese género musical, pero prefiero la música de Billie Eilish y Ariana Grande. Llévate a Axel, a él le gustan este tipo de cosas vinculadas con la historia de la ciudad y el arte.

—Siempre he amado los museos —expone el susodicho, quien se voltea para contemplar nuestros alrededores. El ambiente parece cautivarlo en su totalidad, lo cual comprendo, pues tuvo el mismo efecto en mí la primera vez que vine—. Mi otra opción a la hora de escoger una carrera era estudiar Turismo y trabajar como guía en sitios como estos.

—¿Conoces algo acerca de este cinema? —consulto y, cuando se acomoda las gafas, sé que nos soltará una breve reseña histórica.

—Estaba esperando que alguien me lo preguntara —admite antes de aclararse la garganta—. Era propiedad de la adinerada familia Strozzi y su construcción se inició en 1457. Sin embargo, esta rama se extinguió en el siglo diecinueve y el edificio pasó por distintos propietarios hasta que, en 1904, lo adquirió la familia Chiari. Intentaron convertirlo en un hotel, pero se declinaron por un cinema en 1914. Fue así como se inauguró en 1922.

—¿Habías venido antes? —le interroga Sebastián y para nuestra sorpresa, Axel niega.

—Estuve investigando un poco en Internet anoche. Organizan festivales de cine y varios actores internacionales participan. —Apenas lo menciona, Logan centra su completa atención en Axel y deja de inspeccionar la ambientación—. Ya veo que te brillan los ojos.

—¿Creen que a alguno de esos eventos asista Johnny Depp?

—Eso no lo sé, pero estoy segura de que en el futuro invitarán a Logan Sellers y todo el mundo querrá sacarse una fotografía con él —le garantiza Ivet, quien comparte el mismo sueño.

—Claro que sí —concuerda Sebastián, mas noto un ápice malicia en su sonrisa—. Y yo podré presumir que lo conocí antes de la fama y filtraré las fotos de la obra teatral en que le asignaron el papel de árbol.

Cuando revela semejante detalle Ivet, Anthuanet y Axel estallan en carcajadas. Aunque este último por lo menos intenta disimular y le arrebata a Ivet el volante para cubrirse la boca.

—¿Te vengarás de mí por enseñarles tus fotografías usando tirantes?

—Tómalo como quieras. Mientras más famoso seas, más me pagarán por esas fotos.

—Yo te pago lo que quieras porque me las envíes —le propone Axel—. Te alcanzará para que te compres dos libros como mínimo, ¿tenemos un trato?

Sebastián le estrecha la mano ni bien se la extiende y alza las comisuras hacia arriba, como si culminara de sellar un acuerdo maléfico. Logan resopla y se cruza de brazos, traicionado, y Anthuanet codea su brazo con diversión. A pesar de que parece una broma, los creo a ambos capaces de traficar ese tipo de contenido.

—El karma llega tarde o temprano, acéptalo.

Ivet guarda el folleto de la próxima ópera en su mochila luego de que Axel se lo devuelva y me acerco a ella para pasar un brazo por encima de sus hombros.

—No me cabe duda de que en el futuro también invitarán a Ivet Videla a esos eventos —afianzo y mi mejor amiga se acerca para abrazarme—. Me pregunto cuántos premios Óscar se llevará a lo largo de su carrera.

Después de sacarnos algunas fotografías en las instalaciones, nos retiramos del lugar. Anthuanet se despide de nosotros y aborda su camioneta a toda prisa. Prometió pasar por casa de su abuela para llevarla al médico, por lo que no podrá regresarnos. Logan se marcha junto a Ivet y Axel vuelve a la universidad tras recordarle a Sebastián que los sábados cierran las puertas a las seis. Dejo que me acompañe a casa ya que aún es temprano, pero apenas hemos recorrido tres cuadras cuando me retiene tomándome de la muñeca. De pronto, borra su sonrisa y reconozco que se encuentra nervioso, así que lo abrazo, ocasionando que sus músculos se destensen.

—¿Tienes planes para el resto de la tarde? —inquiere, con sus brazos descansando alrededor de mi cintura, y niego con la cabeza—. ¿Deseas venir conmigo a un sitio?

—¿Qué tramas? ¿Atarme a un mástil y lanzarme pasteles a la cara?

—No era lo que poseía en mente, pero me diste una buena idea. —Suelto una risa y lo golpeo levemente en el hombro—. Confía en mí, ¿sí? Hace mucho quiero ir allí contigo. Pensaba invitarte ahí por tu cumpleaños.

—No me darás ninguna pista, ¿no?

—Lo averiguarás cuando estemos allá. Tomaremos un taxi para llegar más rápido, ¿de acuerdo? No me mires con odio.

De esta manera, subimos al primer vehículo que se detiene frente a nosotros y Sebastián se aproxima al conductor para dictarle la dirección sin que logre escucharlo. Por esa razón, lo atosigo con preguntas durante todo el camino y, al no obtener respuestas, mi mente se dedica a analizar la ruta. Cuando pasamos por la Piazzale Michelangelo, creo descubrir nuestro destino, mas opto por callarme para no arruinar su plan de sorprenderme. Por esto mismo, finjo que no lo veía venir cuando el conductor frena el vehículo delante de la rosaleda de Florencia, mejor conocida como Giardino delle rose.

Al tratarse de un parque público no necesitamos dinero para entrar, por tanto, descendemos por las escaleras de piedra que conducen al jardín y de verdad me asombra la gran cantidad de rosas en los arbustos. Sin embargo, siento pena cuando me topo con un cartel que contiene el dibujo tachado de un perro defecando. Pobres, tendrán que aguantarse hasta la salida.

—Me encantan las flores. Nunca había venido aquí en primavera.

—Ninguna se compara con mi rosa.

Entrelazo nuestras manos y tiro de la suya para atraerlo hacia mí, ante lo que nunca ofrece resistencia. Jamás rompería bruscamente un abrazo, pues parece disfrutar cada uno de los que le doy. Incluso me retiene unos segundos más cuando no se encuentra listo para dejarme ir, hecho que intenta hacer ahora. Sin embargo, me alejo unos centímetros para colocarme de puntillas y capturo sus labios entre los míos, a lo cual corresponde con avidez. Cierro los ojos mientras nuestras bocas danzan al compás del viento que nos envuelve y, cuando por fin nos separamos, escondo mi rostro en su cuello y deposito un último beso allí. Extrañaré sus abrazos. Desearía que se quedara, que el odio que le lanzan en redes sociales se extinguiera y redescubriera el talento que posee para la escritura.

—¿Qué tiene ella que la hace tan especial?

—Se quedó conmigo cuando la realidad me asfixiaba, me aconsejó todas las veces que me encontré a la deriva, supo cómo sacarme una sonrisa, me ayudó a entender que no valgo menos que nadie, no me juzgó cuando le conté que sufría ataques de ansiedad y me abrazó lo suficientemente fuerte como para unir los fragmentos cada vez que me rompí. —Apoya su frente contra la mía y mi mano desciende hasta su pecho, donde percibo sus latidos acelerados—. Me gustaría que fuera mi compañera de vida.

—Hablas como si la quisieras muchísimo.

—Porque eso hago. La quiero más de lo que se imagina y me siento el príncipe más afortunado por haberla encontrado.

—No importa cuánto tiempo pase. Siempre estaré esperándote —titubeo, con mi voz a punto de quebrarse—. El mundo necesita más gente como tú.

—Te extrañaré mucho. Desearía haberte traído acá en otras circunstancias. Perdón si acabo de arruinar tu cumpleaños.

—No digas eso. Nunca lo estropearías. Aún sigues aquí, así que déjame disfrutarte. Ya veré qué haré cuando me falte alguien a quien fastidiar.

—Todavía no me marcho y ya deseo que estemos juntos de nuevo.

—¿En serio quieres irte? ¿Piensas que allá serás feliz?

—No me siento cómodo aquí, Kiara. No encajo en este lugar —asevera y clava la vista en el suelo, por lo que acuno su rostro y lo obligo a mirarme—. Es como si después de obtener lo que tanto soñé, descubriera que cientos de personas me rebasan y que nunca estaré a su altura.

—Escribir no es una carrera, sino un arte. Solo debes superarte a ti mismo.

—Lo lamento, pero ya no puedo. He soportado esos mensajes durante meses. Mi madre falleció, papá no deja de repetirme que no sirvo y la comunidad que me refugiaba me detesta. Huir me convertirá en cobarde, pero lo haré.

—Te equivocas. Tus sueños se encuentran aquí.

—Los míos no, los tuyos sí. —Acaricia mi mejilla y me pregunto cuánto tiempo transcurrirá hasta que mi piel vuelva a tocar la suya—. Sé que nos separarán varios kilómetros, pero te llamaré todos los días. Y si tu colección de arte continúa disponible en verano, quizá pueda viajar durante las vacaciones.

—Disculpa por alejarme durante estos meses. Después me arrepentiré de no haber pasado más tiempo contigo antes de que partieras.

—Intentemos olvidarnos de eso ahora, ¿sí? No te invité aquí para despedirme de ti. Aún me quedan unos días en Florencia y tendrás que soportarme a mí hablando de libros.

—Adoro que me cuentes sobre tus lecturas. Tu sonrisa se vuelve mucho más bonita y se te ilumina la mirada. Me encantaría sacarte una fotografía la próxima vez.

—Pues ahora el parque se halla casi vacío. Podemos tomarnos todas las fotos que queramos.

—Ven, sígueme —le indico y lo tomo de la mano—. Vayamos al jardín japonés.

Recorremos el sendero de piedra directo a dicho sector del parque, donde nos reciben otras decenas de rosales. Encontramos rosas de distintos colores: rojas, blancas, rosadas, amarillas y anaranjadas. Pierdo la cuenta del número de fotografías que nos sacamos y me arrepiento de no traer conmigo mi cámara instantánea, pues así hubiera podido revelarlas en ese mismo momento. Ascendemos por el camino empedrado hasta un pequeño estanque sobre el que reposan hojas de lirio de agua y nos reímos de la estatua de duende oculta tras la vegetación.

Permanecemos allí unos minutos, hasta que llega a nuestro costado un hombre que regaba las plantas y nos anima a visitar el invernadero, sitio al que amablemente nos conduce. Según afirma, trabaja como guardaparques aquí desde hace dos años y se encarga de brindarle el mantenimiento requerido al jardín, por lo que conoce un poco acerca de la historia del lugar. En el trayecto nos cuenta que este sitio fue construido por el arquitecto Giuseppe Poggi en 1865 y nos explica sobre la variedad de rosas que hallaremos aquí. Pasados unos minutos, él se despide para continuar con su labor y se marcha por el mismo sendero por donde nos trajo.

Sebastián y yo caminamos hacia el punto más alto del jardín, desde el cual vislumbramos gran parte de la ciudad. El atardecer que se extiende sobre nosotros resalta por encima de los tejados marrones de las casas y abarca una gama de colores rojizos. No situamos en una especie de colina, por lo cual si descendemos por el camino de piedra trazado en zigzag abandonaremos el parque. Sin embargo, nos detenemos allí para admirar el panorama.

—La vista es hermosa. —Sebastián avanza unos pasos hacia adelante, maravillado—. No tanto como tú, pero me gusta muchísimo. Me alegra que vinieras conmigo.

—Siempre he amado compartir tiempo contigo. Y eso no cambiará ni cuando alcancemos los sesenta años.

—Para aquel entonces ya viviremos juntos, ¿verdad? —Asiento, mas mi pecho se contrae al recordar que partirá pronto. Espero no estarle mintiendo.

—Y tendrás una estantería repleta de libros.

Sebastián me sonríe y suelta mi mano, dejándola a la intemperie. No vuelvo a cogerla de inmediato ya que introduce la suya en el bolsillo de su chaqueta y extrae una pequeña cajita negra decorada con un lazo verde. El paquete capta mi atención en seguida, mas aguardo a que me lo ofrezca y procuro no parecer desesperada por averiguar lo que contiene.

—Feliz cumpleaños, Kiara. —Realiza un ademán de entregarme el obsequio, pero se echa para atrás antes de que lo tome—. Intenta no romper el moño, ¿sí? Me costó mucho hacerlo como para que lo rasgues en menos de cinco minutos. Ten un poco de consideración. Me quedó muy bonito.

—Creí que eras bueno con los nudos.

—Esto no se compara en lo absoluto con atar agujetas. Es estresante, pero por ti lo que sea.

Recibo la caja cuando me la tiende y deslizo hacia un lado el lazo para no deshacerlo. Una sonrisa ocupa todo mi rostro cuando descubro el collar de cadena dorada oculto en el interior de la caja una vez que la abro. Aquel dije consiste en una diminuta cúpula de vidrio que contiene a una rosa multicolor, como la que me regaló el día que visitamos el hospital donde crecimos.

—¿Tú me compraste esto? —Levanta la mirada y asiente, con sus mejillas teñidas de rojo–. Me encanta, Sebas. Prometo que lo usaré tantas veces que te cansarás de verlo en mi cuello.

—Dudo que eso suceda —me sonríe y saco el colgante de la caja, ansiosa por lucirlo—. ¿Te lo puedo colocar?

Apoyo mi frente contra la suya y capturo sus labios para luegoasentir y entregarle el collar. Sebastián me toma de la cintura para girarme y atarlo a mi cuello con delicadeza, dada la finura de la cadena y la pequeñez del dije que, si cayera al césped, nos costaría mucho encontrar. Sus dedos rozan mi piel y me estremezco como si fuera la primera vez que me tocara. No nos separamos cuando termina, sino que permanecemos así, contemplando la puesta de sol.

Amo la parte de mi vida que construí con él, aquella donde somos los únicos en el mundo y nada nos distancia. Adoro cada matiz que lo constituye, ¿mi lienzo dejará de ostentar sus colores? Porque lucharé por preservarlos a toda costa. Aunque, por desgracia, ninguno de mis intentos porque recapacite y se quede funciona. Tres semanas después, Sebastián se marcha tras abordar el avión y no consigo despedirme en el aeropuerto sin llorar. Lo estrujo con fuerza, pues desconozco la fecha de nuestro próximo abrazo.

***
Bueno, el final de este capítulo ha sido bastante agridulce, ¿creen que Sebastián regrese pronto a Florencia o iniciará sus estudios de Administración? Si es que vuelve, ¿después de cuánto tiempo piensan que lo hará?

Sin contar con este, faltan solo dos capítulos para el final ❤️🥺 echaré de menos a los personajes. La historia ha incrementado mi deseo de visitar Italia, he de admitir. Me gustaría recorrer los mismos lugares que ellos :') como el jardín al que fueron Sebastián y Kiara en esta oportunidad.

Ojalá tengan una linda semana, cuídense mucho 💖 ¡hasta el próximo domingo!

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