43| Mi color favorito
Después de firmar el contrato con la editorial, anuncio por redes sociales la publicación de mi libro en físico. Mi tablero de Wattpad se llena de mensajes positivos y olvido los comentarios de odio por un instante, uno que termina cuando estos vuelven a manifestarse y a ocupar mi bandeja de entrada. Mi muro solía estar repleto de reseñas que me alentaban a alcanzar mis sueños, pero eso ha cambiado. Creí que papá se equivocaba al llamarme inútil, pero quizás estaba en lo cierto.
Cuando menos reparo, mi sentimiento de libertad y confianza a la hora de escribir desaparece sin dejar rastro, se escurre entre mis dedos cual arena de un reloj. Siempre consideré a la escritura mi oasis en el desierto, mi isla tras el naufragio y mis alas para volar. Pero ahora lo único que pienso al redactar un párrafo es en las críticas que recibiré por expresarme.
Pierdo la cuenta de todas las veces que reviso el texto en un intento de encontrar algún error. Repaso los últimos capítulos de la novela y busco fallos de cohesión, gramática y coherencia sin cansancio. Me desvelo varias noches tratando de corregirlas, mas a la mañana siguiente hallo nuevas incongruencias que me obligan a repetir el ciclo. Con una taza de café humeante y una lámpara encendida, tecleo sin cesar en mi portátil.
Cierto día, mientras corrijo el capítulo treinta y dos del libro que escribo, simplemente no puedo más. Pese a que pocos circulan por el comedor a primeras horas de un lunes, escondo mi rostro entre mis manos para que nadie sea testigo de las lágrimas que derramo cuando descubro que no me merezco una editorial. Ni un libro en papel ni seguidores ni formar parte del programa de escritores estrellas de la plataforma.
«Yo no pagaría ni un centavo por esa basura. No la quiero ni regalada. No entiendo cómo una editorial tan prestigiosa aceptó publicarla. Apuesto a que pagó para ganar el concurso. Ni estudiando la supuesta carrera de Literatura durante cinco años lograría que sus historias sean mínimamente decentes».
A ese le siguen otros mucho peores. Cierro los ojos con fuerza y clavo mis uñas en mis palmas hasta sentir demasiado dolor. De pronto, sucede lo que no ocurría desde hace meses. Mi pecho se contrae, regresa la sensación de que me estrujan el corazón y se me corta la respiración. El aire escasea en mis pulmones y mis manos tiemblan al punto que me resulta imposible mantenerlas sobre mi regazo. Abandono mi asiento y escudriño mi entorno en busca de Martha, a quien no ubico por ningún lado. Debe haber entrado a la cocina.
Un mareo me asalta y caigo en mi sitio con una horrible opresión dentro del pecho. Trato de contar para calmarme, pero no consigo nada. Aun con la vista borrosa, distingo una silueta familiar acercándose a mí. La sonrisa con que Kiara venía se borra apenas repara en mi aspecto y me siento culpable por ello.
—Sebas, ¿qué sucede?
—Son demasiados. —Jadeo, en busca de oxígeno para mis pulmones—. Los comentarios de odio en mis historias no paran. No sirvo para esto.
Las punzadas en mi espalda continúan y entrecierro los ojos cuando se intensifican y en algún instante las confundo con cuchillos afilados clavándose en mis huesos. Kiara toma asiento a mi costado, quedando frente a mí, y entrelaza sus manos con las mías. Debe percatarse de lo mucho que me estremezco, pues en su rostro entreveo una notable preocupación.
—Intenta tranquilizarte, ¿sí? Mírame y respira conmigo. —Conecto mi mirada con la suya y me esfuerzo por seguir el ritmo de su respiración.
«Uno, dos, tres...»
El conteo empieza mientras batallo por disipar mis pensamientos, pese a que las palabras que leí se incrustan cada vez más en mi mente. Me concentro en ella, en las plumas de colores que ha pintado a ambos lados de su blusa blanca, dejando intacta la parte frontal. Trago grueso y me sumo a la cuenta, respirando con pesadez. Mis lágrimas no han cesado y mi corazón aún palpita bastante rápido, por lo que la tranquilidad me parece ubicada en la cúspide de una montaña que nunca lograré subir.
—No puedo.
—Claro que sí. Lo haces muy bien, no te detengas.
—Soy una carga.
—No es así. Tú sacas lo mejor de mí. —Me mira fijo a los ojos, mas aparto la vista y me agacho al sentir otra punzada. Tampoco deseo que me observe llorar. Detestaría arruinarle el día—. Quiero vencer mis temores contigo y, si me lo permites, acompañarte a ti también a enfrentar tus miedos. Como cuando le temías a la oscuridad y te pedí que comenzaras a contarme historias cada noche. Me encantaban.
Intento centrarme en la imagen de su cama junto a la mía en el hospital para ahuyentar el revoltijo de ansiedad que retuerce mi estómago. Siempre opté por sumergirme en mundos ficticios donde todo culminaba justo como anhelaba y el cáncer no existía. En una realidad alterna donde Kiara y yo nos conocíamos en el colegio y vivíamos libres de todo mal, una donde la vida de ningún niño yacía colgando de un hilo, una en la que estos sonreían las veinticuatro horas del día.
Atesoro bajo llave nuestras conversaciones y la sonrisa que se dibujaba sobre sus labios conforme mis cuentos avanzaban. No extraño estar enfermo, sino cuando éramos niños y una amistad apenas florecía entre nosotros. Aquellas noches dejaron de asustarme y se convirtieron en mis momentos favoritos. Los esperaba con ansias. Amaba soñar.
«Siete, ocho...»
Ya ningún nudo obstruye mi garganta, pero siento los ojos a punto de estallarme y los imagino completamente rojos e hinchados. Mis manos ya no tiemblan, mas una ligera opresión persiste estrujando mi pecho y me asalta otro mareo. Me giro hacia pantalla encendida del computador y releo de soslayo las primeras palabras de un mensaje, pero Kiara acuna mi rostro y cierra el portátil, impidiéndome continuar.
—Varios usuarios dicen que...
—¿Realmente importa la opinión de unos desconocidos de Internet? —Enmudezco, dicho así, parece absurdo. No debería tomarles relevancia—. Porque a mí me interesa más lo mucho que se divertía escribiendo el niño al que solía robarle bizcochos de calabaza.
—Sabía que eras tú y no el fantasma.
Lo culpó varias veces por algo que ella misma hacía. Me volteaba un instante y al siguiente, el dulce ya se había esfumado de mi plato. Hasta los nueve años le creí, luego dirigí mis sospechas hacia Kiara, porque amaba los bizcochos que preparaban en la cafetería del hospital tanto como yo.
—Me empujabas muy alto en los columpios, necesitaba vengarme. Aunque me ayudaste a perder el vértigo suficiente como para practicar esquí contigo la próxima vez que visitemos el parque de invierno y saltar desde la cima de la rampa.
En nuestra primera visita patinamos sobre hielo y mis tropiezos valieron la pena, pues gracias a ellos la escuché reír. En serio lo necesitaba aquel día. Después caminamos hasta el mirador, deteniéndonos en el camino, ya que Kiara tomó la iniciativa de donar su cabello. Habiendo regalado una parte de sí, pasamos el resto de la tarde en la plaza, donde me retrató bajo la puesta de sol. Me gusta mucho recordar ese día.
—Perdón por dejarte caer en la pista de patinaje esa tarde... —La presión abandona mi pecho y reúno el aire requerido para proseguir—. Te mentí, no tengo tan buenos reflejos.
—Por lo menos no fui la única que se estrelló contra el suelo. Tú también lo abrazaste aquella vez.
—Pero te saqué muchas fotos y seleccioné algunas para pegarlas en tu espejo —rememoro en voz alta, en tanto mi respiración se ralentiza.
—Cuando cumplí trece me obsequiaste una cartulina con fotografías mías. —No lo olvido. Escuchaba música a través de sus auriculares y, apenas me vio, se los quitó para acercarse a mí—. Después me compraste bizcochos de calabaza.
—Porque no te llenaste con el pastel de chocolate que llevó tu papá y aún no descubrías tu amor por las donas.
Sus dedos limpian mis lágrimas y su piel tibia me brinda cierta calidez. Recién entonces, me doy cuenta de que hemos parado de contar en algún momento, que la tormenta ha cesado y que ya ningún relámpago me perfora la piel. Observo nuestros alrededores con mayor claridad y pestañeo, solo para asegurarme de que la pesadilla ha terminado.
—Tampoco mi amor por ti, pero ahora que lo sé te lo demostraré todos los días.
Por inercia, sonrío. Acaba de hacerlo. Estuvo a mi lado en cada tempestad que atravesé igual que yo permanecí en todas las que ella afrontó. Su mano sigue sosteniendo la mía, así que la aprieto con fuerza.
—Gracias por apagar mi portátil. No quiero seguir leyendo esos comentarios, ¿cómo supiste de qué forma ayudarme?
—Hace unos meses sufriste un ataque de ansiedad en la biblioteca, justo llegaba a devolverte la chaqueta que me habías prestado y me sentí mal por desconocer la manera correcta de actuar. Por eso me dirigí al departamento de Psicología durante el receso y le pregunté al psicólogo qué hacer en esos casos —me cuenta y sonrío. Se preocupa mucho por mí. Yo hubiese hecho lo mismo si la situación hubiera sido al revés—. Me contó de una técnica que consiste en causar que la persona evoque un recuerdo ameno que la aísle de la realidad para que luego regrese a esta y gestione sus emociones con mayor tranquilidad.
—Y por ello me recordaste los viejos tiempos —concluyo y mis hombros se destensan—. Me siento nostálgico ahora.
—¿Funcionó? Ya no te noto agitado. —Acomoda mi flequillo y revisa mi temperatura palpando mis mejillas. Le respondo con un asentimiento y aprovecho su cercanía para robarle un beso en los labios, lo cual se saca una sonrisa—. Creo que comenzaste a sudar frío en un momento, pero estarás bien. No hay manera de que te ahogues, aunque percibas esa sensación.
—También sé que no me consideras un estorbo. Perdón, no estaba pensando con nitidez hace un rato. Si así fuera, no estarías aquí.
—Tampoco te habría ayudado a confeccionar separadores para tus libros.
—¿Te gustó el libro que te presté? Marqué con notas adhesivas las frases que más me gustaron y me recordaron a ti.
Cuando sonríe, un hoyuelo se le marca en la mejilla derecha. Lo adoro. Kiara me devolvió el ejemplar de True Colors una semana después de que se lo confié. Intacto y sin una página doblada.
—Sí, me encantó. Me dieron ganas de viajar por el mundo. Ahora solo me falta el dinero.
—Ahorraré para comprarme la secuela y luciré los dos libros en mi estantería. Por mientras, le pediré prestado a Axel uno de los títulos de su colección de clásicos. No me apetece entrar a la plataforma por unas horas.
Aquella página me proporcionaba seguridad, era mi refugio. Mi lugar favorito de Internet de pronto se transformó en un sitio web repleto de hostilidad y del cual prefiero escapar, sintiéndome un cobarde por no poseer la fuerza para enfrentar a quienes me lanzan odio. Desearía tener diez gramos más de valentía.
—Si quieres leer en Wattpad durante la tarde, pero no deseas toparte con los comentarios ofensivos que dejan en tus historias, puedes usar mi cuenta —me ofrece y rodeo su cintura para atraerla hacia mí y besar su sien. No sé qué haría sin ella—. Nadie sabrá que estás detrás de la foto de un perro con un suéter navideño.
—Entonces me ocultaré tras la fotografía que le tomé a Leo en Navidad.
—¿Has intentado silenciarlos? Axel y yo reportamos algunas cuentas con la plataforma, pero no dio resultado. Siempre aparecían más.
—Son demasiadas como para bloquearlas —expongo y bajo la mirada—. Dicen que no mejoraré, aunque estudie Literatura por cinco años, ¿y si tienen razón?
—Por supuesto que no. Intentan hundirte, no dejes que arruinen tu pasión y que interfieran con algo tan importante para ti. Amas escribir con toda tu alma. A mucha gente les has cambiado la vida.
—Espero que mis historias refugiaran de la cruda realidad por lo menos a una persona.
—A varias, Sebas —me corrige y un rincón de mi interior me advierte del craso error que cometo—. Comprendo que te duelan las críticas y opiniones negativas del resto, unos meses atrás estaba en tu lugar. Pero no los escuches, por favor, albergas demasiado potencial como para que el mundo no admire tu trabajo. También hay quienes adoran tus escritos y estoy segura de que tú eres uno de esos. Amaste escribir las obras que hoy se leen en la plataforma. Disfrutaste cada palabra y creaste personajes inolvidables. Aférrate a tu felicidad, a tus libros.
—Es que siempre soñé con estudiar Literatura, pero ahora que lo logré, temo ser malo en lo que más me gusta. No puedo abandonar la carrera, no a este punto, ¿o sí?
—No puedes hacer algo que no quieres. —Clava su vista en mí mientras peina hacia atrás mi cabello y sus caricias consiguen relajarme—. Tú no deseas dejar la escritura, son usuarios de Internet quienes desean que desistas de luchar por tus sueños y probablemente ni siquiera conozcan la magia escondida en tus letras.
—También existe magia oculta en cada uno de tus dibujos y hará que llegues muy lejos. Aunque tropieces en el camino, te estabilizarás tarde o temprano.
Elude mis ojos durante unos segundos, como si no se atreviera a revelarme un secreto. Acomoda su mochila en su regazo y rebusca en el interior. Parece ubicar rápido lo que busca, mas no extrae aquel objeto. Tuerzo los labios y analizo su expresión, confundido. Definitivamente se trae algo entre manos.
—¿Recuerdas el concurso al que me apunté el año pasado? —Asiento y noto que Kiara tamborilea sobre la mesa, nerviosa—. Acerca de eso venía a hablarte. Primero quiero disculparme contigo por mentirte durante todo este tiempo, pero era por una buena causa.
No entiendo nada.
—Contextualízame, por favor.
—En realidad no perdí, gané. Plasmé en dibujos nuestra historia —confiesa y mis cejas se alzan con sorpresa. Saca un folleto de su mochila y me lo entrega. No contengo mi sonrisa al leer su nombre en él, esta casi no me cabe en la cara y mi primer impulso es rodearla entre mis brazos para repartir besos por su rostro mientras no paro de repetirle lo orgulloso que estoy. Aunque ríe, se esfuerza por brindarme mayores detalles—. Hace unas semanas Anthuanet y yo acabamos de pintar los cuadros que se exhibirán en junio. Ella me ayudó a terminar los lienzos. Ese fue el verdadero motivo por el que no pude quedar contigo en una que otra ocasión, lo lamento. Estás invitado a mi primera exposición de arte.
—¿O sea que me mentiste todos estos meses?
—Perdón, quería que fuera sorpresa —se excusa, mas le resto importancia y me inclino para pegar mi frente a la suya—. Inaugurarán mi colección a mediados de junio, luego de mi cumpleaños, y me encantaría que estuvieses allí. Me encuentro a punto de recolectar una de las estrellas que encendí cuando era niña y amaría compartir ese sueño contigo.
—Te prometo que asistiré sin falta. Estoy muy orgulloso de ti. Siempre supe que lo conseguirías. Muero por tomar tu mano cuando apertures tu propia galería de arte.
—Gracias por creer en mí, por llenarme de valor para expresarme como soy y enseñarme a valorar lo que llevo dentro.
—Los pétalos de mi rosa tienen colores muy bonitos.
—¿Entonces para ti no poseo una coloración en específico? —me cuestiona, recargando sus brazos sobre la superficie de la mesa.
Tomo una bocanada de aire y vuelvo a fijarme unos instantes en la decoración que muestra su blusa en la parte inferior, la cual consiste en una mariposa monarca sobre la superficie blanca de la tela. Siguiendo con esta línea, desvío mi vista hacia el suelo para llegar a su calzado y sonrío al toparme con los tenis blancos a los que les añadió detalles lilas la semana pasada. Me envió una fotografía cuando terminó de personalizarlos y los ha usado dos veces en los últimos cinco días.
—Cada persona representa un color. Este puede cambiar con el transcurrir de los años y los acontecimientos que afrontemos. —Guardo el folleto en mi bolsillo para no olvidarlo en la cafetería. Lo cuidaré con mi vida—. Podemos comenzar siendo un color amarillo, convertirnos en un negro y renacer con una coloración púrpura. Nos moldearemos de acuerdo a las experiencias que atravesemos y colorearemos cada fibra de nuestra alma. Con esta tonalidad, pintaremos también en los lienzos que nos permitan el ingreso, quienes nos confíen la tarea de pincelar en el suyo.
» Nuestros matices son aquellos que nos hacen ser nosotros. Los que, por consecuencia, también mutan con el tiempo —le explico con una sonrisa. Kiara me escucha con atención—. Nuestra sonrisa, piel, voz, forma de amar, de soñar, de contemplar el mundo y de tocar los corazones de los demás. Nuestras inseguridades, virtudes, defectos, pasiones, cicatrices y el brillo que emana de nuestro interior. Debemos amarlos a todos, porque nos constituyen. Siempre conseguiremos mejorar y crecer como personas, eliminando los matices que intentan acabar con el predominio de nuestro resplandor, el cual debe prevalecer en todo momento. Tenemos el poder de manipularlos, pero con el único objetivo de satisfacernos. No sirve pintar tratando de complacer a otros.
» Jamás hallarás a nadie igual a ti. Porque no se trata de encontrar a alguien del mismo color que tú, sino de hallar un color que combine con el tuyo —le aseguro, sin despegar mi vista de la suya—. Alguien que conecte contigo y con quien puedas mostrarte sin filtros, que te inspire a mejorar y a crecer como persona. La vida es un lienzo en blanco. Decidimos qué colores mezclar y con cuáles crear nuestra propia obra de arte. Si nos equivocamos, no pasa nada. Estamos en la capacidad de desterrar tonalidades que nos disgusten y cubrirlas con colores más vivos. Las personas que no nos aporten algo positivo, no merecen ser incluidas en nuestro lienzo.
—No sé de qué color habré nacido, pero amo los que luce mi alma ahora —admite y me esfuerzo por no perderme en sus iris garzos. Estos me hipnotizan cada vez que me mira—. Me siento a gusto conmigo y deseo que el lienzo de mi vida tenga todos tus matices en él.
—Siempre serás mi color favorito y tu risa y tu hoyuelo, mis matices preferidos.
—Pero si cuando me río parezco una foca sufriendo un ataque de tos —rebate la mata pasiones—. Un día me reí en el centro comercial y la gente pensó que me ahogaba. Una chica casi me practica la maniobra de Heimlich.
—Déjame ser romántico por lo menos una vez, Kiara. Te lo suplico.
—Ya permití que lo fueras cuando decoraste mi espejo. —Debería sorprenderla más a menudo, lo que sea porque sonría igual que ese día—. Y respecto a esa noche... —Un ardor asalta mis mejillas sin poder evitarlo—. Sé que ya te lo dije, mas quiero repetirte que significó mucho para mí lo que sucedió después, por si lo has olvidado.
Recordarlo provoca un revoltijo en mi estómago. Temía que algo saliera mal y que las cosas entre ambos se volvieran incómodas. Antes de ese momento, ninguno de los dos había mantenido relaciones con nadie y ambos éramos un manojo de nervios. Wattpad no nos preparó para eso.
—Gracias por no juzgarme por mi nula experiencia en ese ámbito. Valoro bastante que decidieras dar ese paso conmigo. Lo haremos mejor la próxima vez, ¿sí? Aunque, de todas formas, para mí ya fue perfecto. Si algo de lo que hago te incomoda, siéntate en la total confianza de decírmelo.
—Estaba convencida de que no criticarías mi cuerpo ni me compararías con otras chicas. No me decepcionaste, ojalá yo tampoco te haya defraudado a ti. —Cuando alzo la mirada, besa raudamente mis labios y suelto una pequeña risa.
—No cambiaría nada, Kiara. Lo único que me importa es que fue contigo. Cada quien va a su ritmo.
—Avísame si sientes que vamos demasiado rápido, ¿de acuerdo? —Asiento y Kiara se levanta del banco. La imito tras guardar mi portátil en mi mochila, sin ánimos de encenderlo—. Compraré comida para mi primera clase.
—Yo invito. Le pediré una dona con glaseado de chocolate para ti a Martha.
—Bien, pero en el almuerzo te regalaré tus cereales almohaditas. No aceptaré una respuesta negativa, ¿oíste? —Ruedo los ojos y le contesto con un beso en la mejilla.
Caminamos hacia el mostrador y ordeno lo mismo que Kiara suele consumir. No se me dificultó descubrir lo mucho que adora las donas. Incluso memoricé el número de cucharadas de azúcar que acostumbra a echarle al café. Siempre son dos y la remueve durante siete o doce segundos. Martha nos entrega lo que pedimos y nos despedimos de ella para partir al edificio de Artes Plásticas. Thalia cruza por nuestro costado cuando recorremos los pasillos, mas no le dirige la palabra a mi novia y me alegra que así sea. Noto que observa de reojo su calzado y arruga la frente con desagrado por unos segundos. A Kiara dejó de importarle su opinión hace mucho, puesto que ni siquiera voltea a mirarla y sigue de largo.
La acompaño a su salón como la mayoría de ocasiones y nos quedamos charlando en la puerta hasta que faltan pocos minutos para que inicien las clases y decido apresurarme para llegar al aula que me corresponde. Sin embargo, a medio trayecto, mi celular suena y lo saco de mi chaqueta, esperando que se trate de Logan. Me contó que ensayaría una coreografía con Ivet esta mañana, pues ahora que salen de forma oficial pasan más tiempo juntos que antes. No obstante, el nombre que figura en pantalla es el de papá y suspiro antes de atender.
—¿Sebastián? No me he equivocado de número por si eso piensas. Quería conversar contigo.
—¿Sobre qué? Ahora no estoy de humor para discusiones.
Me detengo en medio del pasillo y recargo mi espalda contra la pared. Todavía me quedan unos minutos para entrar a clases y, con suerte, la charla no se prolongará.
—Apenas hablamos cuando viniste a fines de enero para el funeral de tu madre. No alcanzamos a ponernos al día. Te fuiste muy rápido.
—No me apetecía pelear y eso es lo único que hacemos los dos desde hace años —le recuerdo. Jamás nos llevamos bien, mas nuestros problemas aumentaron cuando me desvié del camino que poseía previsto para mí—. Lo siento, pero me extraña que llames simplemente para saber cómo me va con la universidad.
—Que no te extrañe, porque no te marqué para eso. Aún conservo la esperanza de que reacciones y entiendas que no tienes futuro como escritor. Estás a tiempo para cambiar de carrera y reparar tus errores. —Trago grueso, con el temor de volver a percibir un nudo en mi garganta y que se desate otra tempestad—. ¿Acaso no lees lo que comenta la gente de ti? Revisé tu perfil, Sebas. Entiendo que pueda frustrarte al inicio, pero debes aceptarlo. No eres ni la mitad de bueno que los escritores de esa plataforma. No todos nacen con ese talento.
—¿Lo dices por las críticas? Sé que se han intensificado, pero estoy corrigiendo mis capítulos. Las tomaré en cuenta para mejorar. Una editorial publicará mi libro en físico dentro de unos meses.
Espero que me felicite por la noticia como lo hizo mi mamá y que deseche esa actitud, pero no sucede. Me lo imagino con el ceño fruncido y, no deseando empezar una discusión a mitad del corredor, busco el baño y cierro la puerta detrás de mí. Por fortuna, este se halla vacío.
—¿Quién en su sano juicio pagaría por leerte? Te lo advierto ahora para que no te decepciones luego, cuando no vendas ni siquiera cincuenta ejemplares. Tus logros no se comparan con los que han obtenido los grandes literatos a tu edad. Tus escritos presentan fallos de cohesión y coherencia. Ni siquiera construyes bien a los eprsonajes —me señala y pienso que no se equivoca. Entrecierro los ojos para rehuir aquellas palabras minutos atrás me causaron un ataque de ansiedad—. ¿Sabes por qué aceptaron publicarte? Porque tu obra nadie la comprará, la ofertarán a bajo precio y no tendrán que cubrir gastos de ediciones posteriores. No sacarán más títulos de tu autoría, pero podrán publicitarse como una empresa que apoya a escritores pequeños cuando en realidad no demora en echarlos al cesto de basura donde pertenecen. Si no quieres acabar ahí, te conviene escucharme. Abandona aquello que jamás te rendirá frutos.
Cuando levanto la mirada hacia el espejo, descubro una lágrima deslizándose por mi mejilla y no me apresuro a limpiarla. Quizás estuvo en lo correcto todos estos años y yo fui el tonto que no quiso quitarse la venda de los ojos. Siempre usaba como argumento a mi favor los buenos comentarios, pero ahora estos me pesan menos que los negativos.
—Creo que tienes razón.
—Me alegra que por fin estemos de acuerdo con algo. Al principio te será difícil, ya te adaptarás. Te espera un gran futuro como empresario. Mucha gente trabajará para ti y el dinero no escaseará nunca.
—¿Te importaría darme un tiempo para consultarlo con mi almohada? Déjame meditarlo —le ruego. Hasta hace unos meses, no contemplaba la idea de despedirme de la universidad—. Luché mucho para estudiar aquí, pero dudo que este sea mi lugar.
—Te aseguro no lo es. Tú no perteneces allí.
***
¡Hola!
¿Qué tal su semana? Ya se acercan las fiestas 🎅🏻 ¿tienen planes para Navidad o Año Nuevo? 🎄 Espero la pasen lindo ❤️
¿Qué les ha parecido el capítulo? Yo amé la reflexión de Sebastián acerca de los colores ✨ Me gusta cómo va creciendo la relación entre él y Kiara, pero el final lo sentí como... 🥺💔
¿Creen que este deje la universidad? ¿Le hara caso a su padre? ¿Cómo reaccionará Kiara?
Ya se sabrá más adelante cómo terminara todo esto, faltan siete capítulos para el final, aproximadamente 💖 Hasta el próximo domingo, ¡adiós! 🤙🏻
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