42| Vivir sin juzgar
Mi padre murió en un accidente automovilístico cuando yo era muy pequeño.
Por lo poco que recuerdo, compartíamos la misma pasión por el cine y nos sacaba a mamá y a mí a cenar fuera todos los sábados. Según lo me ha contado, su comida favorita era el sushi y le gustaba muchísimo la música country. A mi hermana también le hubiera encantado conocerlo más, pues cuando él partió ella apenas tenía un año.
Dos años después de que falleciera, mi madre inició una nueva relación con un hombre cuyo aliento apestaba a alcohol. Aquel fue el responsable de los golpes que vinieron a continuación. Perdí la cuenta de las veces que la escuché suplicarle entre lágrimas que se detuviera y de la cantidad de moretones que cubrieron sus brazos. Mamá sentía miedo. Temía denunciarlo y que tomara represalias contra nosotros, por lo cual guardaba silencio, al igual que yo. Aun así, salí en su defensa en varias oportunidades, mas a mi padrastro le resultaba sumamente sencillo romperme una botella de cerveza en la cabeza y estampar mi rostro contra el suelo. Sin embargo, prefería llevarme yo la peor parte. Me bastaba con que no agrediera a mi hermana, con quien parecía poseer piedad.
No obstante, cuando un hematoma tiñó de colores verdosos su cuello, no pude permanecer callado por mayor tiempo y a mis ocho años se lo confesé todo a mis tíos. Ninguno se detuvo hasta que lo encerraron en prisión y no volvimos a saber nada de él. Mi tía hizo un buen trabajo como abogada, aunque el daño ya estaba hecho, el físico y el emocional.
Algo en mí se había quebrado, pues cuando cumplí trece, comencé a autolesionarme. No entendía qué me ocurría. Perdí el interés por las cosas que me gustaban y me salí del taller de teatro de mi escuela. Sentí que no valía la pena vivir, porque todos moriríamos alguna vez. Carecía de fuerzas para levantarme de la cama y, pese a que fingía una sonrisa, solo ansiaba llegar a casa para dormir y jamás despertar. Rápido me di cuenta de que algo no andaba bien. Ese no era yo. Me habían cambiado. Ese monstruo me había arrebatado los motivos para sonreír. Y presentía que no iba a devolvérmelos a menos que yo luchara por recuperarlos, pero no podía hacerlo solo de la noche a la mañana.
No quería vivir así. Por esa razón, le pedí a mi madre que me acompañara al psicólogo y, posteriormente, al psiquiatra, ya que necesitaba medicación. Las pastillas que me recetaron no debieron ayudar mucho, porque ese mismo año intenté quitarme la vida por primera vez, lo cual condujo a que me ingresaran en un hospital. Considero aquella la peor experiencia que tuve la desgracia de afrontar.
Obtuve el alta tres semanas más tarde y abandoné el psiquiátrico para continuar con mi tratamiento de forma externa. Fue en una de mis sesiones de terapia grupal donde conocí a Sebastián, mi mejor amigo. Mis relaciones de amistad solían durar muy poco, por lo que pensé que se alejaría de mí. Pero hoy poseo la certeza de que jamás sucederá. Él permaneció a mi lado cada que el suelo se abría bajo mis pies y se convirtió en una de las personas más importantes en mi vida. No se apartó ni siquiera cuando recaí y estuve a punto de renunciar a todo, dejándoles únicamente una carta de despedida. Suerte que mi madre me encontró antes de que saltara al vacío y consumara cualquier acto.
Tras aquel segundo intento, me aumentaron la dosis de los medicamentos y me faltó poco para retornar al hospital. Sebastián y yo detestamos recordarlo, de modo que el tema casi nunca resurge en nuestras charlas. Han transcurrido muchos años desde que emprendí el camino hacia mi recuperación y, pese a que evidencio una notable mejoría, reconozco que aún me queda mucho por recorrer. Solo espero gozar de una vida plena algún día, una donde las ilusiones que me rompieron de niño se hayan reconstruido y me encaminen hacia mis sueños.
Para lograrlo, intento lanzarme a la aventura siempre que puedo, como lo hacía cuando era pequeño y deseaba conocer cada rincón. Pero eso no quite que no me sienta nervioso ni que el aire helado no me esté calando los huesos. Ante esto, cruzo los brazos por encima de mi pecho y suspiro, a causa del intenso frío mientras que Sebastián revisa la hora en su móvil. La reunión con la editorial que publicará sus libros se realizará hoy, por lo que decidí acompañarlo. Emily vendría en mi lugar, mas recibió una llamada y se marchó con Anthuanet al centro, alegando que le surgió un improvisto. Sebastián insistió en que podía ir solo, sin embargo, aceptó mi compañía luego de que le contara que después de dejarlo en la editorial pensaba encontrarme con Ivet y que el sitio me quedaba de pasada. Reconozco que también lo asaltan los nervios, ya que camina con las manos en los bolsillos y guarda silencio.
—Tranquilo, todo lo saldrá bien.
—Perdón, tengo el estómago revuelto ahora. Lamento si parezco ido.
—No me desagrada compartir tiempo contigo —afianzo, por si no lo tiene claro. Sebastián despega su mirada del suelo para sonreírme—. Aunque me grites que me calle cuando te hablo mientras lees.
—Una vez me escupiste saliva en el ojo. No sé cómo Ivet te soporta.
—Las palomas te cagan encima todo el tiempo y no las odias.
—A ti tampoco. Jamás le regalaría una máquina de palomitas por Navidad a alguien que odio —asevera y me río, pues sé que en el fondo me aprecia—. Si te detestara, te convertiría en personaje de mis historias y te torturaría de mil maneras posibles.
—No me intimidas. Nunca podría temerle a alguien que les huye a las ardillas. La próxima vez que veamos una película, recuérdame preparar palomitas con salsa dulce.
—Sabía que te gustaría. Eres un cinéfilo y no dudé en llevármela apenas la vi en la tienda. Perfecta para tus maratones de películas los fines de semana.
—Nuestros, Sebastián —le corrijo—. Te obligo a sentarte conmigo frente al televisor desde que llegaste a la universidad.
—No me arrepiento de solicitar el traslado para estudiar aquí, fue una de las mejores decisiones que he tomado —asegura con una sonrisa que le ocupa todo el rostro—. Nada de esto habría sucedido si no te me hubieses acercado aquella tarde en el consultorio de nuestra psicóloga.
—Lucías muy tenso, quería asegurarte que todo mejoraría y ganarme tu confianza —confieso. A mí me costó bastante adaptarme a las sesiones de terapia, así que quise hacerle el proceso menos abrumador—. Además, tenías pinta de chico que no entabla conversación con nadie hasta que le hablan primero.
—¿Te cuento algo? Solo fingía leer el libro de economía que traía conmigo. Papá me lo empacó para que me entretuviera en la sala de espera, pero no me llamaba la atención.
—Lo suponía. A simple vista, parecía que eras más de novelas románticas y cursis.
—Yo no leo... —Enarco una ceja—. Está bien, sí. Me gustan ese tipo de historias, también la escribo, ¿y qué? A mis lectores... a ellos parecía gustarles antes.
—Con la noticia que anunciarás dentro de poco, les cerrarás la boca a todos aquellos que dudan de tu talento —afianzo y voltea a escrutarme con su mirada, como si creyera que miento. Me duele que dude de su potencial—. Que te lluevan tantas críticas es producto de lo lejos que has llegado. Algunos te consideran una amenaza e intentan hacerte flaquear con comentarios hirientes. No los dejes ganar.
—Por cosas como estas, me alegra mucho haberte seguido la plática ese día. Gracias por ser el amigo que necesitaba.
—Espero que cuando tus libros sean adaptados a la pantalla grande, me asignes el papel protagónico.
—Mi protagonista muere, ese tienes que ser tú por obvias razones.
Abro la boca para replicar, ofendido. No obstante, lo descubro riendo por lo bajo y me anima que se muestre más relajado que minutos atrás.
—Ya no te invitaré a mis maratones de películas.
—¿Y con quién me reemplazarías? Axel visita a su familia todos los fines de semana. Se nota que prefiere a su hámster antes que a nosotros.
Me sorprende que la respuesta aterriza en mí tan rápido. Sonrío cuando el rostro de ella aparece en mi mente y la emoción que me provoca que falte poco para que nos encontremos se cuela en mis facciones.
—Con Ivet. Le pediré una cita esta tarde. No sé cómo reaccione. Si termina mal y no siente lo mismo podría perder su amistad. Pero quien no arriesga, no gana, ¿no?
—¿Por qué no acabaría bien? No creo que te rechace. Ambos se conocen desde hace meses y si tuvieron un problema no tardaron en solucionarlo. Por cómo se miran, juraría que el sentimiento es mutuo.
—¿Qué tal si piensa que voy muy de prisa?
—No vivirás tranquilo si continúas guardándote lo que te sucede. Deberías contárselo. Tú siempre me has mencionado que callar lo que sentimos no nos dirige a nada bueno.
—Más vale que tengas razón, porque no cancelé mi hora de la siesta en vano.
Miento. Incluso si me rechaza, no dormir durante casi toda la tarde habrá merecido la pena. Me encanta que pasemos tiempo juntos, ya sea ensayando rutinas de baile o practicando diálogos para interpretar en clase. Conociendo mi pésima memoria, Ivet incluso suele recordarme las fechas de entrega de los proyectos. Siento que se preocupa por mí.
—También la suspendiste por acompañar a tu mejor amigo a su junta con la editorial que publicará su libro en papel.
—Lo repetiré cada que saques una novela en físico, así que acostúmbrate.
Meses atrás lo dejé en la puerta de su salón el primer día de clases de su segundo año cursando la carrera de Literatura. Contemplarlo ahora me llena de orgullo.
—Te verás con Ivet en la plaza dentro de veinte minutos, ¿no? —Asiento y me reviso el esmalte de las uñas para corroborar que no se haya corrido. Debo mostrarme presentable. Estuve a punto de pedirle a Axel su gel para el cabello—. Si te responde que no y se va, avísame para subir unas calles y regresar por ti.
—De acuerdo, te enviaré un mensaje cuando eso ocurra.
—¿Ya lo das por hecho? —Bajo mi vista hacia el suelo sin contestarle—. Bien, te apuesto siete billetes a que te dice que sí.
—No creas que no me doy cuenta de que intentas ganar dinero para libros como sea. No soy tan tonto como parezco, ¿ya terminaste los que te obsequió Emily?
—Buscaré un empleo de verano cuando salgamos de vacaciones. Intenté vender por Internet mi colección de tirantes, pero nadie los quiere. Y yo tampoco, siendo sincero. No entiendo cómo me gustaba vestirme así. Me veía horrible, ¿por qué no lo impediste?
—Porque mi labor como amigo es apoyarte en cada decisión que tomes. Y también porque adoraba reírme de ti a tus espaldas.
—Tú eres mucho más simpático y apuesto que yo —afirma y pestañeo, sorprendido por el cumplido. Aun así, le coloco una mano en el hombro al tiempo en que mis mejillas se colorean—. Enamoras a cualquiera con tu simple manera de andar y tus ojos que desprenden un brillo capaz de cautivar a quien sea que los admire. No hay prenda que no te favorezca, ¿no quieres...?
—¿Tus tirantes? Ni de broma —lo interrumpo, apenas identifico sus intenciones—. Pero me gustaron tus halagos. Por un momento me sentí especial.
-Si siguen rechazándolos, tendré que donarlos a la caridad.
Se detiene antes de cruzar a la otra acera y coge mi hombro, causando que retroceda unos pasos y frene mi caminata. Confundido, volteo hacia él y me señala la luz roja del semáforo. Me fijo en el nombre de la avenida y reparo en lo cerca que nos ubicamos de la editorial, mas evito mencionárselo para que sus nervios no regresen. No echamos a andar por los cruceros peatonales hasta que la luz cambia a verde y aprovecho que camina a mi par para mirarlo de soslayo. Luce más nervioso que yo.
—Haz lo que gustes. Desde ya te informo que este chico talentoso, leal y perfecto no sucumbirá ante tu palabrería barata.
No lo digo yo, sino la camiseta que Sebastián me regaló hace un tiempo. La llevo puesta hoy, así que estiro la tela para ver las letras, dado que esta se encuentra algo arrugada. Debería haberla planchado.
—Envidio tu autoestima, ¿qué tal si pactamos un trueque? Te la cambio por tirantes.
—¡Que no! Si tanto deseas deshacerte de ellos, bótalos a la basura. Aunque, si los detestas, ¿por qué los compraste en primer lugar?
—En Internet leí que no constriñen la cintura ni el abdomen y alargan visualmente la figura de quien los usa.
—Pero tú ya eras alto y delgado, ¿querías que te confundieran con un tallarín?
—¡El blog decía que aportaban estilo!
—No creas todo lo que lees en Internet.
—Cierto, en un artículo acerca de signos zodiacales comentaban que los Leo eran personas muy amables y tú te burlas de mí todo el tiempo.
—Pero a la hora de la verdad, haría lo que sea por ti. De eso no te puedes quejar.
Me valgo de su distracción para golpear con mi puño el botón de estornudos que representa su nariz. Se cubre con la maga de su chaqueta para no aventarme sus gérmenes al estornudar y me escudriña con el ceño fruncido.
Seguimos nuestro camino por tres cuadras más hasta que nos detenemos frente a un edificio de cinco pisos. Sebastián retrocede, chocando contra mi espalda, mas lo animo a entrar. Todavía faltan unos minutos para la reunión, pero ingresa al lugar para no congelarse afuera. Lo enfundo en un brazo a modo de despedida y le deseo suerte, aunque no la necesita. Tiene talento de sobra y me hace muy feliz que alcanzara el sueño que perseguía desde niño.
Sus primeras historias surgieron durante los años que frecuentó el hospital donde venció al cáncer, con el único objetivo de secuestrarlo de la adversa realidad que afrontaba. Ahora estas saldrán a recorrer el mundo. Él encontró un refugio entre las letras en tanto yo descubrí el mío en pieles distintas, encarnando diversos personajes mediante gestos y expresiones.
Con la sonrisa que me produce haberme topado con Sebastián en el largo camino que representa la vida, recorro las cuadras restantes con dirección al parque. Me froto los brazos para entrar en calor mientras pienso que tal vez no fue una idea escoger esa locación para pedirle una cita a la chica que me gusta. Mi celular recibe un mensaje por parte de ella y me apresuro a leerlo. Ivet me indica que la busque en la fuente de soda aledaña al sitio y le contesto con una pegatina de mi rostro rodeado por corazones, aliviado porque no me espere en el exterior con este clima.
Cruzo el parque, aunque me distraigo observando chapotear a los patos en el estanque y a un hombre que vende globos de helio. Ubicado el sitio, hago sonar la campanilla de la puerta cuando coloco un pie dentro y, a continuación, me encamino a la mesa en que la diviso sentada. El corazón me martillea dentro de pecho y acelero el paso, con las ansias revoloteando por mis músculos. Ivet me sonríe desde su mesa, así que me aproximo hacia allí en seguida.
—Disculpa la tardanza, llego dos minutos tarde porque me entretuve con un vendedor de globos. Estuve a punto de comprarle uno de los pitufos.
—¿Todavía hay gente andando por allí? Hace demasiado frío como para que no se resfríen.
—No mucha, en realidad —le aclaro y jalo una silla para acomodarme junto a ella—. Solo algunas personas que pasaban por allí a toda prisa. Él estaba solo junto a la fuente.
—¿Te parece si le llevamos una taza de chocolate caliente después? No creo que se vaya antes de las seis.
—Desde luego. Compraré un muffin para el señor y pediré un sándwich para dejarles las migajas a los patos.
—¿Los alimentas con pan? Eso es perjudicial para su salud, los enferma.
En mi cara se tiñe una expresión de verdadero espanto y pánico. De repente me siento horrible. No creo poder volver a dormir por las noches con un cargo de conciencia tan grande. A este paso acabaré en el infierno. A diferencia de Sebastián, yo no lastimo a seres inocentes y voy de rositas por la vida. No entiendo cómo ese individuo mata personajes sin remordimiento.
—¿O sea que soy un monstruo? Llevo invitándoles migas desde los ochos años, ¿a cuántos piensas que habré asesinado ya?
—Dales granos de maíz o uvas cortadas por la mitad si gustas resarcir parte del daño.
—¿Qué tal si mueren atragantados? Sebas casi termina sus días con una uva atascada en su garganta.
—¿En serio? ¿Tú estabas ahí?
—Sí, riéndome. Pero empecé a asustarme cuando se puso a toser como loco. Detestaría que...
—¿Que le ocurriera de nuevo?
—Que les sucediera lo mismo a los patitos.
—Insensible —me regaña entre risas—. Anda, ve a pedir comida. —Apunta a la señora detrás del mostrador, quien mantiene los ojos fijos en un pequeño televisor. Me recuerda al que tenía mi abuela y en el cual se la pasaba viendo programas de cocina—. Aprovecha la pausa comercial de su serie favorita. Su novela comenzó hace menos de media hora. Conversaba con ella antes de que llegaras, estaba de mal humor porque su hija no pudo venir a trabajar hoy.
—Ordenaré una tarta de fresa, ¿quieres una también?
Cuando asiente, busco mi billetera en mi bolsillo de mi chaqueta para extraer el dinero necesario y me topo con la foto de papá. Los dos le sonreímos a la cámara, él sostiene una caja de palomitas y yo traigo puestas unas gafas de tercera dimensión. Mamá nos la tomó en una de las tantas noches de películas que organizábamos en casa, aunque de estas no quedan más que viejas memorias que me reparten migajas de nostalgia por mi cuerpo.
Ivet posa su mano sobre mi hombro y respiro hondo, en tanto paso la yema de mi pulgar sobre la imagen en una dulce caricia. Las cosas habrían sido muy distintas si nada del accidente hubiese sucedido. De ser el caso, no tendría que aparento una sonrisa mientras me encamino al mostrador, puesto que esta se esbozaría de manera genuina. La señora se gira ni bien me observa y me toma el pedido con rapidez, ya que desea regresar pronto a la televisión. Para beber ordeno dos cafés, los cuales están calientes cuando me los entrega junto con los platos de tarta.
La mujer clava su vista al televisor apenas la serie se reanuda y la distingo de inmediato. Pensé que era el único que miraba los capítulos de Baby. Una parte de mí quiere revivir el episodio siete, pero las ganas de retornar con Ivet me superan y acabo dando media vuelta.
—Ten cuidado con el café porque está caliente —le advierto antes de depositarlo delante de ella, en la mesa—. Luego pediré otra bebida para el vendedor de globos. No quiero que se enfríe.
—Tenías muchas ganas de verme para que me citaras en este clima, ¿no?
—Lo lamento, podemos marcharnos a otro lado si no te apetece seguir aquí.
—No, Logan —niega en un santiamén y vuelvo a acomodarme en la silla, más aliviado—. Entre nosotros nunca existen silencios incómodos, siempre me encuentro a gusto charlando contigo. No sé si tú también, pero yo siento que puedo confiarte cualquier cosa sin que me juzgues por ello. Después de todo, ya me lo demostraste. Disculpa por todas las veces que te herí. Sin darme cuenta, le resté importancia a lo que te causaba dolor. Debí haber sido empática contigo.
—Pero lo hablamos, Ivet. —Entrelazo mi mano con la suya y estanco mis pupilas en las suyas—. Te conté por lo que pasé, trataste de entenderme a pesar de que no viviste lo mismo y me pediste perdón.
—¿Y eso cambia en algo la manera en que mis comentarios te hicieron sentir?
—No, pero sé que no sucederá otra vez. Cuando te lo relaté todo de principio a fin temía que te alejaras de mí y me tacharas de loco. Durante años creí que nadie le gustaría juntarse con alguien como yo.
—¿Por qué pensabas que ninguna persona querría estar contigo?
—Porque sentía que no merecía tener a gente buena a mi lado y me autosaboteaba para que se apartaran. Dejé de hacerlo al comprender que no era tan malo como mi mente me hacía creer. Siempre fue mi peor enemiga, solo que ya he empezado a reconciliarme con ella. Necesitamos aprender a convivir.
—Desearía haber estado ahí para darte un abrazo. Debió ser horrible.
—Puedes hacerlo en este instante. Más vale tarde que nunca.
Abandona su asiento para dirigirse a mi sitio y rodearme con sus brazos. Arrugo la frente cuando se aleja, mas no demoro en comprender sus intenciones. Arrastra su silla hasta situarla a mi costado y atraigo hacia su nueva posición el platillo con tarta. Mi corazón late con prisa, lo cual no me extraña. Ocurre cada que nos separan escasos centímetros. Lo siguiente que oigo, ocasiona que este pegue un salto.
—Te quiero.
—Yo también. Gracias por no tratarme diferente.
—Gracias a ti por ser tú —me sonríe y engullo una cucharada de tarta para endulzar todavía más mi paladar—. Desearía haberte conocido a ti en lugar de a mi exnovio. Eres de esas personas que enriquecen la vida de los demás.
—Él se perdió de una chica maravillosa cuando decidió engañarte. Míralo de este modo: te libraste de alguien que no aportaba nada positivo a tu vida.
—Aun así, dolió bastante enterarme por terceras personas. Varios me culpabilizaron por descuidar nuestra relación. Emily logró que saliera de mi habitación después de casi tres días. —Se cubre el rostro con las manos, mas retiro las suyas para observarla directamente—. Perdona, sé que no me invitaste para conversar acerca de mis fracasos amorosos, pero necesitaba soltarlo.
—Cuando gustes estaré para escucharte y maldecir al desgraciado.
—¿Para eso me llamaste entonces? Buen plan, repitámoslo pronto. —Guardo silencio y bajo la mirada. No estoy preparado para esto, pero Ivet nota mi cambio de actitud. Descubre en ese preciso instante que no la invité con ese fin—: Logan, ¿qué sucede?
Por un breve instante mi mente se queda en blanco. Tengo tantos sentimientos para confesar que se atascan en mi interior y me queman la garganta. Acerca su rostro al mío, acortando nuestra distancia, de forma que me esfuerzo por no perderme en mis pensamientos y recobrar el rumbo. No planeo echarme para atrás.
—Quería pedirte una cita. Estoy enamorado de ti, Ivet. —Trago saliva, con el corazón a mil por hora—. No me enojaré si no sientes lo mismo, solo agradeceré que seas sincera. Espero que no me reemplaces como pareja de baile.
—Creo que ambos podemos ser más que eso.
Antes de que conteste, siento sus labios sobre los míos.
***
¡Hola!
En este capítulo se dio a conocer un poco más la historia de Logan, ¿qué les ha parecido? Personalmente, a mí me duele mucho que haya tenido que pasar por esas circunstancias :(
Sé que como él existen muchas personas con problemas de salud mental que luchan día a día para desenvolverse. Libran su propia batalla a cada instante y aprecio todo el esfuerzo que hacen por seguir aquí ❤️ Son muy importantes, hay mucha gente que las ama, no están solas 🌻
¿Qué opinan aceeca de la amistad de Sebastián y Logan? ¿Les parece que este último seguirá vinculándose con Ivet?
La semana entrante estaré publicando un flashback, posiblemente el miércoles. Me despido hasta entonces 🤙🏻
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