4| Respeta a los libros
Una bailarina de ballet fue lo que plasmé en aquella simple hoja de papel para convertirla en algo especial. Los matices de su vestido intentan camuflarse entre ciertos reflejos, pero se vislumbran para abrirle paso al contraste de los colores que tiñen su atuendo: azul, amarillo, rojo, verde y anaranjado. La retraté en plena danza, con su cabello rubio recogido en un moño y las venas marcadas en su cuello. A diferencia de la parte de arriba, la de abajo carece de color. Su vestimenta se difumina para cederle espacio a las calles grises de una ciudad que dibujé en la zona inferior, sobre la cual cae una especie de lluvia multicolor.
La semana anterior asistí a la función de baile que organizó el teatro del centro. Me inspiré en Juliet Fresia, una bailarina bastante reconocida que participó del espectáculo. Según escuché, se encontraba de gira por Europa y para ser la primera vez que la veía danzar, me encantó la pieza que interpretó.
De pronto, suena el claxon del auto de mi hermano, arrancándome de mis cavilaciones. Cuelgo el dibujo en la pared de mi habitación, utilizando la misma cinta adhesiva dorada de siempre. Retrocedo para visualizar de lejos el árbol pintando allí que ahora atesora un dibujo más. Quedó mejor de lo que esperaba.
—¡Date prisa o llegaremos tarde! —Diego toca la bocina de nuevo.
Le echo un vistazo al cielo nublado y decido llevar una chaqueta por si llueve. Cojo la primera que encuentro en mi armario y gruño apenas vuelvo a oír la bocina. Agarro el frasco de perfume vacío situado encima de mi mesa de noche y lo lanzo por la ventana. El recipiente roza el parabrisas y cae al suelo, rompiéndose en pedazos.
Lo escucho quejarse, mas opto por ignorarlo. Tomo mi mochila y bajo las escaleras a paso presuroso, aunque dudo que Diego se vaya mí. Al transitar por la cocina me topo con paquete de galletas y lo guardo en mi bolsillo, pues desayunaré dentro del auto. Nuestro padre partió a trabajar hace media hora y nosotros no regresaremos hasta pasadas las tres de la tarde. La casa se quedará vacía todo el día, así que me aseguro de cerrar con llave.
—Rayaste el vidrio del auto.
—¿Y qué harás ahora? ¿Me acusarás con papá? —retruco, en lugar de disculparme—. ¿No sabes defenderte solo?
—Alguien amaneció de malas. Ojalá se te pase con buena música.
Ambos abordamos el coche y me acomodo en el asiento del copiloto. Bajo la ventanilla y esta le permite el ingreso de una fría brisa de otoño. Introduzco mi mano en mi bolsillo, en busca de las galletas que guardé y me llevo una a la boca. El vehículo empieza su recorrido y me distraigo apreciando las calles.
Los dos estudiamos en universidades diferentes, pero Diego suele dejarme en la mía todos los días. Accedo a convidarle unas galletas cuando frenamos en un semáforo y enciendo la radio para escuchar What is love de Haddaway durante el resto del trayecto. Antes vivía lejos de la escuela y llegaba temprano. Ahora vivo a unas calles de la universidad y llego tarde. Qué ironía. Pero este año me propuse cambiar.
Hurgo entre mi mochila, apartando mis cuadernos y frunzo los labios al no hallar mi billetera, ¿qué comeré en clase de Historia del Arte mientras la maestra no me ve?
—¿Olvidaste tu cartera?
—Debí dejarla en la mesa del comedor. O eso creo.
—Espero que lo próximo que extravíes no sea tu cuaderno de dibujo. Te daría un ataque.
—Ni lo menciones, perdería una parte de mi alma.
Miro de reojo la pasta decorada con botones de diseño, los cuales forman un árbol de hojas rosadas. También le añadí unas mariposas a la parte superior y pinté el lomo de verde. En la hoja que sobresale, se encuentra un dibujo que hice años atrás. Necesitaba traerlo, ya que me recuerda a alguien especial. A Sebastián. Él y mamá fueron los únicos en llamarme por mi segundo nombre: Kiara. Ojalá que allá arriba estén mejor que acá. Espero que hayan dejado de sufrir.
En menos de diez minutos, mi hermano estaciona el auto frente a la universidad y antes de bajar, me extiende unos billetes.
—Para que te compres algo y no mueras de hambre. —Cojo el dinero y le sonrío. Luego se lo repondré—. Ojalá tengas un mejor día. Recuerda que siempre puedes enviar lejos a las personas que no te suman nada bueno.
Nos despedimos con un abrazo y desciendo del vehículo. Lo observo emprender la marcha el auto y desaparecer por la calle. Diego estudia Medicina mientras que yo elegí cursar Artes plásticas. Nuestras preferencias no se asemejan, pero nos apoyamos mutuamente. Me adentro en mi universidad con un cúmulo de ansiedad en el estómago, mas esta se disipa al notar que no hay tanta gente como imaginaba. Extraigo de mi bolsillo algunas monedas y me encamino a la cafetería, dispuesta a pedir un café y una dona de chocolate.
—¡Hola, Martha! —saludo a la encargada y me acerco al mostrador.
—¿Ya es tarde? —Revisa el reloj que trae en su muñeca y la miro, ofendida.
—Estoy trabajando en el valor de la puntualidad. A partir de hoy llegaré a tiempo a todas partes.
—¿Y qué querrás para comer en clase? —Esta mujer me conoce bien.
Extrañaba charlar con ella, pues dejamos de vernos durante las vacaciones. Martha ronda los cincuenta años, posee el cabello canoso, los dientes blanquecinos y la voz gruesa. Me ayudó a esparcir un rumor por la universidad, una leyenda que me inventé por diversión. De niña, hice lo mismo en el hospital al que acudía. Cada vez me sorprende más que las personas se crean mis historias.
En esta oportunidad, creé una que afirma que una chica de cabello largo y oscuro deambula por el campus apenas cae la noche. Que algunos conserjes que se la han topado y que les pregunta su nombre antes de desaparecer.
—Café caliente y una dona de chocolate.
Espero unos minutos hasta recibir mi orden y al pagar le pido que se quede con el cambio. Me resisto a engullir la dona, porque de lo contrario, no tendré comida para mi clase. Martha desaparece al cruzar las puertas que separan el comedor de la cocina para comenzar a preparar los almuerzos. Entonces me quedo sola y saco mi teléfono para que me sirva de compañía, mas no demoro en aburrirme. Así que agarro mi bebida y me giro, dispuesta a retirarme.
—¡Por la...!
Pego un respingo y evito soltar una palabrota. El mal nacido que me pintó de verde yace frente a mí y estuve a punto chocar contra su pecho.
—¿Qué? ¿Tan horrible soy? —Asiento, otorgándole la razón—. Como si nunca te hubieras visto al espejo.
—Estúpido —susurro, mas logra escucharme.
—Era un chiste, no te lo tomes personal. —Suspira y se pasa una mano por el cabello, abatido—. Pero está bien, lamento tener sentido del humor. No esperaba que fueras tan amargada. Lo de ayer no lo hice a propósito. Te lo he repetido muchas veces.
—Arroja un vaso de vidrio al suelo y pídele perdón a ver si vuelve a estar igual.
—Que recuerde yo no te aventé ningún vaso. —Introduce las manos en sus bolsillos y se balancea sobre sus talones.
Intento contenerme, pero me rindo ante mis impulsos de gritarle y elevo la voz.
—¡Me lanzaste un balde de pintura a la cabeza! ¿No pudiste simplemente tirar mis libros?
—Los libros son sagrados, no se tiran, ¿qué clase de monstruo haría algo así?
Si supiera lo cerca que estuve a punto de botar por la ventana de mi habitación mis libros de matemática de la escuela el último día de clases.
—Tú preferiste ser más original y arrojarme un balde, ¿cierto?
—Creo que fue muy creativo de mi parte. Me la rifé.
Para habernos cruzado solamente en dos oportunidades, me saca de quicio. No lo soporto. Me masajeo la sien, exasperada. Ni siquiera sé por qué permanezco aquí. Debería invertir estos minutos en algo productivo.
—Imbécil —espeto entre dientes y de nuevo, él me escucha.
—¿Cómo me llamaste?
—Insoportable.
—Desquiciada.
—No seguiré perdiendo el tiempo contigo —expongo, decidida a marcharme cuanto antes.
Guardo mi celular en el bolsillo de mi chaqueta y me giro con el café en mano. Siento sus ojos observarme con detenimiento, mas continúo de largo. A diferencia del curso anterior, no necesitaré correr para entrar al aula que me corresponde. Ya nadie me cerrará la puerta en la cara. Sin embargo, freno al notar que olvido mi dona y regreso al mostrador. No romperé la tradición de comer en clase, la practico desde la secundaria.
—¿Se te perdió algo?
Podría jurar que la dejé ahí.
—Apártate. —Lo esquivo e inspecciono la mesa.
¿Y si la chica fantasma en verdad existe? Apuesto a que no prueba bocado desde hace mucho y tiene bastante hambre, ¿en el más allá no habrá donas? Porque aquí, en el más acá, las venden por todos lados. Y me encantan.
Sacudo la cabeza, ¿pero en qué pienso? Por supuesto que los fantasmas no existen. El golpe en la cabeza sí que me afectó. No hay rastro alguno de la mía, esta parece haberse esfumado. Bajo la vista para sacar de mi chaqueta los billetes que me entregó Diego. Si los gasto me quedaré sin almuerzo, aunque de seguro a Martha no le importaría confiarme una hamburguesa.
—¿Buscas esto?
Alzo la mirada y me giro hacia el individuo de la pintura, quien coge mi dona del mostrador y la levanta. Entreabro los labios, ¿cómo es que...? Juro que hace un rato no estaba ahí.
—Creí que... —Guardo silencio, desconcertada. Pero niego y reacciono rápido—. Trae acá. —Se la quito con brusquedad.
—Se dice gracias.
—De nada.
Doy media vuelta para salir del comedor, tras dejarlo con la palabra en la boca. Al caminar, cuido de no encontrarme con nadie conocido y deseo con todas mis fuerzas no volver a coincidir con ese chico. Que no aparta sus ojos de mí, hasta que abandono por completo la cafetería.
Suspiro y le propino un primer mordisco a mi dona, la cual envuelvo en una servilleta antes de guardarla en mi mochila. Me dirijo a la facultad de Artes Plásticas que, como todos los días, me recibe con sus increíbles dibujos. Sonrío al pasar junto al cuadro que pinté y que los profesores decidieron colgar aquí. Plasmé una isla con una montaña llena de vegetación, esta forma la silueta de una mujer recostada y contemplando el cielo. Está situada en medio del mar y bajo la superficie, se repite la misma imagen en una coloración azul y con las pupilas enfocadas en el fondo subacuático, repleto de peces.
Me despido de mi pintura y subo las escaleras. Busco a Ethan con la mirada, mas no logro ubicarlo. No me envió ningún mensaje después del incidente, y temo que no quiera hablar conmigo. A pesar de todo, nace en mí una esperanza cuando veo sus rizos rubios a lo lejos. Me aproximo sin dudar, deseando que aquellos ojos cafés se centren en mí.
—Ethan. —Mi sonrisa decae al no ser correspondida.
Con el propósito de relajarme, bebo un sorbo del café que sostengo con mi mano derecha. Él cierra su casillero, el cual se diferencia bastante del mío, porque carece de colores.
—Hasta que apareces. —Recarga el costado derecho de su cuerpo en su taquilla—. ¿Has visto tus redes sociales?
—Sí, respecto a lo de ayer... —Trato de hallar las palabras correctas para que nuestra conversación no se torne incómoda.
—¿Ya pensaste qué vas a hacer?
—¿Hacer con qué? —rebato. Esperaba que preguntase cómo me hallaba después de lo sucedido.
—Con lo que seguro dicen de ti ahora.
—¿Eso importa? —Alzo una ceja, expectante.
Empiezo a ponerme nerviosa. Tomo otro poco de café y lo mantengo en la boca para distraerme con su sabor. Batallo porque no me intimiden las miradas de las personas que circulan por nuestro costado. Algunas me reconocen como la de los memes.
—Claro. —Mi expresión cambia en su totalidad y él se percata de ello—. No me importaría lo que opinaran de ti si no te conociera. Pero eres importante para mí y no me gusta que se burlen de alguien a quien ven conmigo siempre.
—Ojalá se olviden de esto pronto —deseo, a lo que Ethan pasa su brazo por encima de mis hombros, en un cálido gesto que me reconforta.
—¿Qué clase te toca a primera hora?
Su voz se traslada a un segundo plano y sólo le presto atención a su cercanía. Al darme cuenta de que tardo demasiado en contestarle y me apresuro formular una respuesta.
—Historia del Arte.
—Yo tengo Dibujo Técnico. —Me esfuerzo por no develar mi desilusión—. Supongo que coincidiremos después.
Asiento, aunque mis oídos siguen escuchando la frase que soltó sin conocer las emociones que me provocaría. El año pasado nos conocimos en la mayoría de clases que compartimos. Me apena que esta vez sea diferente, pero creo haber cobrado cierto valor en su vida. Sin apartarse de mí, me conduce al tercer piso del pabellón y me concentro en no derramar el café que traigo en mano por las escaleras.
Me entretengo visualizando las taquillas personalizadas, espejo en que varios estudiantes reflejaron parte de su alma. Mis ojos se detienen al toparse con Thalia, quien escucha música a través de sus auriculares y voltea hacia nosotros.
—¿Emily? Pensé que llegarías cuando empezaran a tomar lista. —Me río, cubriendo mi mejilla derecha, y observo de reojo el interior del salón.
Las carpetas vacías corresponden a la zona trasera, así que requeriré de mis gafas de descanso. Agradezco que no compartir esta clase con Ethan. No le gustaría verme de esa manera.
—¿También tienes Historia? —consulto y Thalia asiente. Sé que no le va muy bien en ese curso, de modo que me propongo ayudarla.
—Y aún quiero charlar contigo —indica, después se voltea a ver a Ethan—. ¿Te quedas con nosotras?
—Ahora me toca otra materia, pero podemos almorzar juntos.
—Claro que sí, como de costumbre —le sonrío y temo sonar desesperada.
Ingresamos al aula y nos ubicamos entre los asientos del fondo. Evito colocarme mis anteojos, pero se me dificulta tanto la visión que acabo haciéndolo. Thalia rueda los ojos, pues siempre me ha dicho que use lentes de contacto y he pasado de sus sugerencias. Me recuesto en el respaldar de la carpeta y cuando nuestra maestra inicia la explicación, mi mente consolida su estadía en algún otro lugar lejano.
***
¡Hola!
He visto que están llegando nuevas personitas por aquí, muchas gracias por los votos ❤️
¿Desde dónde me leen? 🌎 Yo escribo desde Perú 🇵🇪
Espero que les haya gustado el capítulo, ¿qué opiniones tienen sobre Ethan y Thalia hasta el momento?
A Emily le gusta inventar leyendas urbanas, ¿ustedes suelen creer en ellas? ¿Cuáles son las de su país?
Les agradezco por llegar hasta aquí, ya nos leeremos el próximo domingo 👋🏻
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