39| Un mundo fragmentado
Toqueteo mi barbilla y enarco una ceja, imitando los gestos del personaje. Luego le sonrío al libro y cambio de página para seguir con mi lectura. Sumergirme en esta historia me ha ayudado a desconectar mi mente de la realidad. Siempre vi las letras como un refugio contra el mundo.
Los comentarios negativos en mis redes sociales han aumentado y, aunque trato de ignorarlos, cobran mayor fuerza con el pasar de los días. Después de que Kiara descubriera mensajes de odio en mi tablero de Wattpad, ella y Axel denunciaron a los usuarios. Y pese a que sus críticas carezcan de fundamentos, no puedo evitar pensar que quizá no soy tan bueno en esto como creía. Por esa razón, me he dedicado a corregir mis capítulos esta semana. Sin embargo, prometí asistir a la salida de cumpleaños de mi amigo, así que ahora me encuentro en el Palacio Pitti. Tras el recorrido por las instalaciones, nos dirigimos trasera de dicha construcción y hallé asiento en un pequeño muro de concreto. Pero una voz destruye las imágenes que se forman en mi mente conforme bajo entre las líneas.
—¿Qué lees? ¿Uno de los libros que te regaló Emily? —Asiento ante la pregunta de Ivet y regreso mi vista a la maravilla con letras que tengo conmigo, mas ella insiste—: ¿De qué trata? ¿Viene con dibujos?
Coloco el separador donde me quedé con una sonrisa forzada y le muestro las ilustraciones de las primeras páginas. Observo por el rabillo del ojo a Axel sacándoles una fotografía a Anthuanet y a mi novia cerca a la pileta, rodeada de estatuillas de piedra de ángeles con flechas. Parecen estarse divirtiendo.
—Narra la historia de Ava, una chica que viaja a Tokio para escapar de sus problemas y allí conoce a una tatuadora japonesa con la que inicia un romance.
—¿Ella es la protagonista? —Vuelvo a asentir cuando apunta con su índice el dibujo ubicado al comienzo—. ¿Por qué carga un conejo? ¿Mascota suya?
—Se llama Panda.
—Yo también tuve uno de pequeña. Le puse de nombre Pipo. Era bien esponjoso, de color negro y orejas alzadas. Le encantaba que le rascara la nariz. No se asemejaba mucho a ese de ahí. —Me arrebata el ejemplar para señalarlo y hojear las páginas, contemplando los bocetos en blanco y negro de los personajes—. ¿A ti no te gustaría adoptar un conejo?
Logan se despide del grupo de turistas con que platicaba y posiciona una mano en el hombro de Ivet. Le quita la novela para después entregármela y me apresuro a continuar con la historia, agradecido porque el libro por fin regresara a mis manos.
—Basta, ¿no ves su cara de «no me hables y déjame leer tranquilo»? —Yo no lo hubiese dicho de ese modo, pero mis gestos lo expresan—. Creo que prefiere seguir con su lectura en vez escucharte.
—¿A quién no le interesaría oír la historia de Pipo?
Mejor ni le contesto.
—No te lo tomes personal. Ya verás cómo me ignora a mí también. —Aprieto los labios y masajeo mi sien. Aquí viene—. ¡Sebastián! ¿Recuerdas a qué centro comercial te acompañé a comprar ropa interior cuando la aerolínea perdió tu maleta?
Ivet larga una carcajada y varias de las personas voltean hacia nosotros al escucharlo. Bueno, por lo menos no ha gritado mi talla de calzoncillos.
—Cállate.
—Auch, eso dolió más que la mirada fulminante.
—¡Sebas! —Levanto la mirada de inmediato y cierro el libro de golpe. Es Kiara.
—¿¡A ella sí le haces caso!? ¡Bien! ¡Ya sé quiénes son tus prioridades! —vocifera Logan, ofendido, provocándole una risa a Ivet.
Mi novia llega hacia mí con su cámara instantánea colgándole del cuello y guardo la novela en mi mochila para leerla después. No obstante, debe percatarse de que ha interrumpido mi lectura, pues se detiene frente a mí y baja la mirada.
—Perdona, ¿te molesto? Solo quería que nos tomáramos una fotografía. Pero entiendo que prefieras seguir leyendo, no pasa nada. No tienes que...
—Me encanta pasar tiempo contigo. Claro que no me molestas. Puedes hacerte todas las fotos que quieras conmigo. Aunque procura usar un filtro que me favorezca y disimule mis poros.
Entrelazo nuestras manos y descendemos por las gradas hacia los jardines de Bóboli, donde abundan árboles de frondosas copas. Llegamos a un sendero de cemento rodeado por diminutos arbustos y el canto de las aves me reanima, mas no las diviso ya que permanecen ocultas entre las ramas. Me gustaría que abandonaran su escondite para averiguar qué colores relucen en sus plumas. Ojalá siempre vuelen en libertad y nunca se encuentren prisioneras en una jaula de metal.
Kiara codea mi brazo para captar mi atención, ya que mi mirada se pierde entre las ramas intentando hallar a los pájaros. Sonrío por inercia al regresar mis ojos hacia ella, así que cuando me volteo y nos fotografía, aparezco feliz. La imagen sale a través de una rendija en la zona superior. Luego de enseñármela, la guarda en su bolsillo.
—¿Nos sacamos otra con esa ardilla? —Reconozco sus intenciones de fastidiarme, pero para mi suerte, el roedor recoge una bellota del suelo, trepa a un árbol y desaparece.
—¿Por qué quieres acercarte a esa rata cuando la laguna se encuentra justo ahí? —le señalo y gira de inmediato.
Kiara se aproxima hacia allí, arrastrándome consigo al tirar de mi chaqueta. Ella recarga los brazos en la cerca que nos separa del lago de aguas verdosas, en cuyo pedestal se alza la escultura de un hombre con rastrillo. Apenas llego a su lado, los patos esconden su cabeza en el agua de forma sospechosa. Me pregunto si escaparán a recorrer las proximidades. Una vez me topé con el video de una gaviota colándose a un centro comercial para robarse un paquete de doritos. Si un ave como esa puede hacerlo, no veo por qué un pato no. Quizá en el futuro asalten bancos. No me sorprendería que tramaran una conspiración secreta para acabar con la humanidad y convertirse en soberanos del mundo.
—Adoro este lugar.
—También yo. De niño soñaba con vivir en un castillo y conocer a alguien como Rugor, el dragón enamorado —confieso, citando el título de un libro que leí hace años—. Amé sus aventuras con la princesa Belisandra. Esa historia me inspiró a escribir el primer cuento en el cuaderno que me regalaste.
—¿El que trataba sobre un dragón que escupía agua?
Asiento con un revoloteo de nostalgia. Vaya imaginación tenía.
—También relaté uno acerca de una mariposa y después otro sobre un unicornio.
—Me alegra que le dieras un buen uso a mi regalo. No sabía si te gustaría o si preferías un par de calcetines.
—Los de lana me causan alergia. Aunque a los ocho mi mamá me obligaba a usar suéteres de cuello de tortuga de ese material y me causaban una comezón insoportable.
—Ahora que lee tus historias, te amenazará si vuelves a matar a un personaje.
—Espero que no... —Trago saliva. Mi madre me pidió que le creara una cuenta en Wattpad, y desde inicio de mes, lee un capítulo diario de mis novelas. Lo sé gracias a sus votos—. La semana pasada conversamos por teléfono y me preguntó cómo nos reencontramos.
—¿Y qué le respondiste?
—Que nos cruzamos en la cafetería y comenzamos a charlar hasta que nos hicimos amigos y después descubrimos la verdad. —Guardo silencio cuando me mira con el ceño fruncido—. ¿Qué? No iba a contarle lo de la pintura. Me habría regañado por ser tan torpe. Lamento maquillar la situación.
—Voy a vengarme de ti, ya verás.
—¿Si te compro una malteada eliminarás esos planes?
—Primero tráeme una de chocolate con leche, luego te respondo. —Creo entrever un ápice de malicia en su repentina sonrisa y la observo con suspicacia, pues por primera vez dudo si sea correcto fiarme de ella—. Déjame tu mochila si quieres. No meteré ninguna ardilla, tranquilo. Entiendo que no te lleves bien con esas peludas.
—Trataré de no preocuparme por tanta amabilidad.
Abro el bolsillo trasero y saco de allí mi billetera para pagar las bebidas. Le entrego mi mochila tras susurrarle un «ya vengo» a mi libro y besar la portada. Después me encamino a la cafetería localizada en la entrada de los jardines y saludo a mis amigos antes de dirigirme a la fuente de soda, que también funciona como tienda de regalos.
Un peluche de sapo me recuerda a Ni príncipe ni princesa, una de las novelas que Kiara me regaló. Pienso comprármelo, mas visualizo la etiqueta de precio y noto que mi dinero no alcanza, así que opto ordenar dos malteadas: una de chocolate y otra de fresa. El encargado las prepara en un santiamén y obtengo los vasos. Camino con cuidado hacia la salida para no tirarlos, pero me sobresalto al hallar a Kiara esperándome afuera con mi libro abierto en las manos:
—¡Ava y Kanna no terminan juntas!
Poco me importa derramar al suelo parte de ambas malteadas. Acaba de revelarme el final del libro. Ahora comprendo por qué se ofreció a cuidar mi mochila. Mantengo los labios aplanados mientras ríe, pues no me causa gracia en lo absoluto. Ella me sonríe con satisfacción, a lo que yo me las ingenio para quitarle la novela antes de que suelte otor adelanto.
—¡Kiara! ¡No quería saber eso!
—La venganza es dulce.
—Aquí tienes lo que me pediste. —Le entrego el vaso y cojo mi mochila para guardar dentro el ejemplar—. Iré con Axel, ya debemos irnos para su casa.
—¿Estás enojado?
Continúo mi camino sin responderle. Espero que me siga y me ofrezca una disculpa, pero no sucede. Avanzo hasta donde se encuentran mis amigos dando zancadas, quienes se percatan de mi semblante. Hemos estado aquí la mayor parte del día y nos conviene retirarnos pronto si no deseamos atascarnos en el tráfico. Anthuanet se ofreció a llevarnos en su camioneta, por lo que no necesitaremos tomar el tren.
—¿Por qué esa cara? ¿Discusiones de pareja? —me increpa Logan, puesto que reconoce de inmediato que algo no marcha bien.
—Kiara me contó cómo termina el libro.
—Te advertí que te alejaras de malas influencias —me recuerda Axel—. ¿Por lo menos acaba bien?
—Ambas se separan.
—Te entiendo. —Mi mejor amigo me palmea el hombro y me esfuerzo por esbozar sonrisa, tarea en la cual fracaso—. Hace unos años estaba viendo una serie increíble y me entusiasmaba cada capítulo. Pero me adelantaron lo que sucedería y cuando los hechos ocurrieron, no los disfruté como debía. Dejé de sentir la emoción que tanto amaba.
No me quedará más opción que resignarme y alistar mis pañuelos, porque el final me dolerá bastante. Le robaré unos a Axel, sé dónde los guarda. Debí haberlo sospechado. Por un momento aguardo que Ivet salte a defenderla, pero descubro que observa algo detrás de mí y se retira del grupo, prometiendo no tardar. Yo permanezco con las manos en los bolsillos, detestando la vida.
—Me gusta leer porque así experimento emociones. Cuando conozco lo que seguirá, estas desaparecen. Siento como si la magia se rompiera y me robaran mi sensación favorita.
—Si lo hizo para vengarse de ti, la habría apoyado si hubiese planeado meter una ardilla a tu pantalón. Esos roedores andan por doquier. Se mueven por todos lados, parecen trompos.
—A mí me ponen nervioso cada que inflan sus cachetes. Juro que un día vi a una volar.
—Eso suena científicamente imposible. —Anthuanet se muestra escéptica al respecto. Voltea hacia Axel—. ¿Qué opina Wikipedia acerca el tema?
—Yo soy Rincón del Vago y pienso que Sebastián estaba fumado esa vez —apunta Logan, apoyándome como de costumbre—. Pero queremos saber qué cree el gigante de Internet sobre esto.
Axel desvía la vista y ladea la cabeza antes de enfocarnos y acomodarse las gafas.
—Las ardillas voladoras en realidad planean. Trepan a la cima de un árbol y saltan desde ahí con las patas y un pliegue de piel denominado patagio extendidos para desplazarse en una curva descendente hasta llegar a otro árbol —explica, asemejándose más a Google Académico—. Generalmente habitan en Escocia.
—¿Cómo aprendiste todas esas cosas? —le interroga Anthuanet. Logan analiza sus palabras, contando con los dedos.
—A mi madre le gustan los programas de Animal Planet. Los sábados nos pasamos horas frente al televisor por nuestro maratón semanal. —Una sonrisa ocupa mis labios. Por lo que veo, le gusta hablar acerca de su familia—. La conocerán en un rato.
—En conclusión, ¿vuelan o no?
—No —respondo y Logan suelta una risa. Codea mi brazo con diversión.
—Sí te fumaste algo aquel día.
Ya tuve suficiente por hoy. Continuaré con la novela cuando reúna el valor necesario para afrontar lo que se avecina. Porque si Kiara no miente, esto me dolerá casi tanto como la vez que leí El aroma a lavanda en Wattpad. Desde ese libro, no observo igual a las cabras y a los brócolis. Las lágrimas no faltaron, pero valieron la pena. En la plataforma naranja existen historias maravillosas.
Nos dirigimos al estacionamiento del lugar y buscamos la camioneta de Anthuanet. Pienso sentarme a su costado para evitar a Kiara, mas Axel se me adelanta. El vehículo cuenta con tres filas de asientos, así que me dispongo a ocupar la que se halla detrás de ellos. Sin embargo, Logan se recuesta y acapara todo el espacio. Resoplo como si un anuncio de Wattpad se me atravesara a mitad de una lectura y me sitúo en las últimas butacas. Kiara regresa acompañada de Ivet, a quien Logan le hace espacio.
Me apresuro a sacar mis auriculares para escuchar música, pero ella tira de mi chaqueta. Anthuanet pone en marcha el vehículo y Kiara se adueña de mi atención.
—Lo siento. No debí revelarte el final. Lamento haberlo arruinado... —Asiento, con los ojos fijos en la carretera—. ¿Sebas? ¿Podrías contestarme? Perdón, no lo haré de nuevo.
—¿Cómo sé que en verdad te arrepientes?
Rebusca dentro de la bolsa que trajo consigo, de la cual sobresale un bulto verde. Lo extrae por completo del paquete y lo tomo en manos apenas me lo tiende. El anfibio luce una sonrisa en los labios y viste una camiseta de rayas azules, la cual le otorga simpatía.
—Te compré el peluche de rana que querías. Te quedaste viéndolo en la tienda y supuse que no te alcanzaba el dinero.
—Sería muy descortés de parte mía recibirlo y no aceptar tus disculpas. —Acaricio la cabeza del animal y lo acomodo sobre mi regazo—. Gracias por el obsequio. Pero es un sapo, no una rana.
—¿No son lo mismo?
—No empezaré otra discusión contigo y mucho menos por las diferencias entre un sapo y una rana —zanjo el asunto y le ofrezco el audífono derecho—. ¿Quieres uno?
—¿Ya no estás molesto?
—Lo estaré si sigues lejos de mí, ven.
Se lo coloco en el oído y la invito a recargarse en mi hombro. Enciendo la pantalla de mi móvil y selecciono un tema que Kiara identifica en seguida. Conecta su mirada con la mía y entrelaza nuestras manos. Trazo círculos sobre el dorso de la suya y dejo que esconda su rostro en mi cuello. Pese a que me estremezco al percibir su respiración allí.
—Es la canción que pusiste en el hospital en víspera de Navidad. En la sala de quimioterapias, justo donde nos conocimos.
Cómo olvidarlo. Nos usé a ambos para opacar los malos recuerdos.
—La agregué a mi lista de canciones que me recuerdan a ti.
—Si eres así de lindo, voy a sentirme peor por adelantarte el desenlace. Ya presentía que meter una ardilla a tu pantalón era mejor idea.
—Me ha pasado varias veces. En Wattpad, he encontrado spoilers del libro que leo en los comentarios de algunos párrafos. —Les agradezco a quienes cubren los adelantos con puntitos y advierten a los lectores que no suban—. Hace un tiempo me anticiparon que un personaje moriría y, aunque me evitó el impacto, no leí tranquilo conociendo lo que sucedería.
—Yo soy de las que mira la última página de los libros primero. Tu historia fue la única con la que no apliqué esa estrategia. Ya viste como acabé. Pero hablando en serio, disculpa si estropeé tu lectura. Amas sumergirte en las páginas y atravesar todas las emociones plasmadas allí. No estoy en el derecho de privarte de algo que tan feliz te hace. Toma el peluche de sapo como ofrenda de paz.
—Quiero algo más que un anfibio.
La distancia que nos separa desaparece cuando me besa. Deslizo mis manos hasta su cintura mientras Kiara rodea mi cuello. La canción finaliza y los audífonos caen al suelo debido a nuestros movimientos. Cuelo mis dedos bajo su blusa para acariciarle la piel con delicadeza. Esta vez no la siento estremecerse, mas sí que sonríe contra mi boca y pega su frente a la mía en un gesto tan sencillo pero que es capaz de desatar un huracán de sentimientos en mi interior que explotan en cada una de mis terminaciones nerviosas. Este no muere ni siquiera cuando se aparta unos centímetros, con los ojos entrecerrados.
—Sebas. El sapo nos está mirando. Ni mi mono rosa tiene los ojos tan saltones.
—A Flappy no le agradó tu comentario.
Agarro al peluche por la cabeza y lo volteo hacia la ventana.
—¿No se te ocurre otro nombre?
—No soy bueno para esas cosas. A mis personajes le coloco los primeros que encuentro en guías para padres de Internet. No me asombraría que salieran de la novela y me apedrearan.
—¿Por qué no lo llamas Frog?
—¿Sapo en inglés? Qué creativa. Aunque se oye mejor que Pipo.
—Hey, yo le sugerí ese nombre a Ivet para su conejo.
Todo de repente adquiere sentido.
—Si por azares del destino algún día, me convierto en padre, seré un desastre. Esa persona acabaría odiándome y cambiándose de nombre apenas cumpla la mayoría de edad.
—¿No posees ninguno en mente? Que no suene raro, por favor. Uno decente.
—Me gusta Emma —contesto, tras pensarlo un rato. Kiara ensancha su sonrisa.
—A mí también.
Vuelve a recostarse en mi hombro, en tanto el auto circula por unas calles más hasta doblar en la esquina de un restaurante. Axel nos informa que su madre ordenó tres pizzas a domicilio, por tanto, no hace falta detenernos a comprar. Le entregamos nuestros regalos esta mañana, así que quizá se anime a abrirlos. Frenamos frente a la misma casa de tres pisos y paredes celeste claro. El viento agita las blancas cortinas de una de sus ventanas, pues la tarde ha caído y la temperatura descenderá durante la noche.
Anthuanet aparca su camioneta en la entrada y cojo al peluche de sapo para no olvidarlo dentro del vehículo. Juntos caminamos hasta la puerta, donde Axel se detiene para sacar sus llaves y luego se vuelve hacia nosotros.
—Significa muchísimo para mí que me acompañaran hoy. Cuando vinieron aquí por la mañana solo estábamos mi hámster y yo, así que ahora conocerán a las dos personas que más amo en el mundo —anuncia, mas luce nervioso. Juega con sus manos y frunce los labios un instante—. Mi familia, aquella que me dio un hogar y el amor que a mis doce años creí no encontrar jamás —nos sonríe Axel y da media vuelta. Introduce las llaves en la cerradura y gira la manija—. Les presento a mis mamás.
En el interior, dos mujeres nos esperan debajo de un cartel con letras de colores azules y anaranjados. En sus manos, la rubia sostiene una torta de chocolate con una vela mientras que la pelirroja carga una esfera transparente de plástico que resguarda a un diminuto hámster de pelaje anaranjado claro. El mismo que durante la mañana dormitaba en su jaula.
—Ellas son las que me adoptaron un día como hoy hace varios años. —Axel se coloca en medio de ambas y pasa los brazos por encima de sus hombros—. Él es Roy, el hámster que me obsequiaron cuando cumplí quince y que trasnocha conmigo, viendo cómo me estreso con los proyectos de la universidad.
Nuestro amigo nos presenta a cada uno mientras estrechamos las manos de sus mamás. El hámster apoya sus patas delanteras en el plástico y nos escruta con curiosidad. No sé cómo saludar a Roy, pero no quiero ser grosero, así que palmeo la esfera. No obstante, el pequeño roedor se encoge en sí mismo, asustado. Imagino que debe intimidarle vivir rodeado de gente que supera el metro sesenta cuando no mide más de cinco centímetros.
—¿Tú eres Sebastián? ¿El compañero de habitación de mi hijo que le regala separadores de libros? —Asiento y la mujer rubia me sonríe. Tengo un talento innato para confeccionar marcapáginas.
—También es el infeliz que me hizo llorar. No le sirvas pastel.
—Agradezco la hospitalidad con que me recibes en tu humilde morada. Se nota que te alegra tenerme aquí, al igual que a Roy.
Su madre me entrega la esfera, la cual sostengo con mi mejor sonrisa para no matar al diminuto hámster de un susto. No quiero convertir esta fiesta de cumpleaños en un funeral.
—Suéltalo, Sebas. Te tiene más miedo que tus lectores —me miente Kiara. El roedor permanece estático con la boca abierta. Quizá sea tímido—. ¿No ves que está temblando? Si defeca del susto, tú limpiarás su excremento.
—Apuesto a que son miniaturas —desdeño y volteo hacia Axel—. ¿No las confundes con chocolate?
—Las chispas de chocolate no desprenden un olor fétido. Además, se comen las más grandes.
—Por eso prefiero los gatos.
Ivet desvía la vista, asqueada, mientras que Anthuanet la mira con una ceja enarcada.
—¿Cómo sabes que el tuyo no te engaña con otra familia?
—Porque hablamos de mi gato, no de mi ex.
—Aunque me arañó la última vez que acudí a visitarte, prefiero ese minino mimado antes que al otro individuo —afianza mi novia y entrelaza su brazo con el mío.
Sé que suena como una broma, pero debió dolerle en su momento y tal vez todavía lo haga. Una infidelidad puede sacar a flote las inseguridades de una persona e instalarle la idea de que no es suficiente. Varios infieles incluso responsabilizan a su pareja del engaño cometido cuando fueron ellos quienes decidieron faltarles el respeto. Logan lo entiende perfectamente, pues guarda su móvil al escucharla y la abraza por detrás cuando empieza a temblarle la sonrisa.
—Disculpen la pregunta. Espero que no les resulte ofensiva, ya que no va con esa intención —interviene, captando la atención. Ya me extrañaba que guardara silencio durante tanto tiempo—. Solo que algo aquí me incomoda bastante y necesito señalarlo. No creo que pueda aguantar un minuto más sin un pequeño cambio.
—Si te refieres a la comida, el repartidor no demorará en llegar. Aunque si tarda más de cuarenta minutos nos regalarán la pizza —le contesta la pelirroja. Sin embargo, Logan niega.
—¿Cuál es la clave de Wi-Fi? Me quedé sin datos.
Lo mismo le interrogó a mi papá la primera y última vez que pisó mi casa. Las mamás de Axel ríen antes de pedirle un momento, pues no la recuerdan y se dirigen al aparador a buscar el cuaderno en que la anotaron. Mi padre reaccionó distinto. Le sentó como una ofensa y estuvo a punto de correrlo.
—Deja de stalkear a Zac Efron, ¿yo acaso husmeo en el perfil de Emma Stone? —lo regaña Ivet, girándose hacia mi amigo—. Exacto, sí, pero no significa que tú debas hacer lo mismo.
—Si tanto la admiras, ¿por qué no te disfrazas de Cruella el próximo Halloween? Superaría tu disfraz de taco —comenta Kiara y me esfuerzo por contener la risa. Solo que, a diferencia de mí, Anthuanet no disimula.
—¿Un taco? ¿En serio?
—¡Me retrasé en recoger el atuendo de Marilyn Monroe! Cuando llegué alguien ya se lo había llevado, solo quedaba ese y faltar al baile de octubre de la secundaria no era una opción.
—Este año vístete de Cruella, yo seré el Joker —le propone Logan—. ¿Qué opinas?
No alcanza a responderle, dado que el timbre suena y las mamás de Axel se encaminan hacia puerta. La rubia saca algunos billetes de su bolsillo, por lo cual conjeturo que el repartidor llegó a tiempo.
—Un minuto más y era gratis —se lamenta Axel tras echarle un vistazo al reloj de pared—. ¿Creen que quiera regalármela por mi cumpleaños?
—Lo dudo, luce demasiado entretenido observando a tu hámster. —Anthuanet apunta la puerta y me giro con sutileza para presenciar cómo el chico le hace muecas como si se tratara de un bebé.
—Deja que Roy le muerda el dedo. Mamá lo despertó de su siesta para que viniera a recibirlos. No está de buen humor.
—Ni siquiera yo lo estaría si me despertaran para bajar a saludar a una reunión familiar —concuerda Ivet—. Y eso que normalmente soy un sol.
—¿A quién le intimidarían cuatro centímetros? —Kiara se aleja de mí para sentarse en uno de los sillones.
—Los elefantes les temen a los ratones cuando pueden pisotearlos con facilidad. Me recuerdan a las personas —confieso, atando cabos en mi mente—. A veces algo nos asusta tanto que aun con la capacidad de afrontarlo y vencerlo, salimos corriendo. Somos elefantes y solo convertiremos nuestros problemas en diminutos ratones al afrontarlos. Si los rehuimos, ellos se transformarán en elefantes y tratarán de aplastarnos a nosotros, revirtiendo la situación. Pero siempre podemos destruirlos y volverlos lo suficientemente pequeños como para pisotearlos y eliminarlos. Debemos procurar ser elefantes y enfrentarnos al mayor número de ratones que podamos.
—En realidad, su pobre visión no les permite reconocerlos —objeta Axel, cuyas pupilas me desenfocan en una fracción de segundos—. Así que no les asustan a los ratones en particular si no a cualquier especie de esas dimensiones porque podría introducirse en sus orejas o trompa. Lo que les aterra son las abejas.
—No arruines la reflexión. Nadie solicitó tus servicios, Wikipedia —lo interrumpe Anthuanet y él aplana los labios.
—Solo pásame la contraseña del internet. Hace quince minutos murieron mis datos —le repite Logan y Axel coge el cuaderno que una de sus madres dejó sobre el aparador.
—De acuerdo, escribe ahí... —Abre en grande los ojos y voltea hacia la puerta, que justo acaba de cerrarse—. ¡Mamá! ¡Creí que habías cambiado la clave! Sigue siendo «Axelito, el Rey». Detesto el diminutivo de mi nombre, ¡suena raro!
—Pues a mí me agrada. No te atrevas a quitarlo. —La pelirroja lo apunta con el índice.
Logan larga una carcajada y teclea en su móvil a toda prisa, con Ivet observando la pantalla por encima de su hombro, lo cual le saca una sonrisa. Los dejo a ambos en su burbuja cuando Kiara me hace un espacio en el sillón para que me siente a su costado y aprovecho su cercanía para besarle la frente.
—En un rato volvemos, iremos a servir las pizzas. —La rubia deposita sobre el suelo la bola de plástico del hámster—. Adelante, siéntense y procuren no tropezarse con la esfera de Roy.
—¿Colocaste la...? —La pregunta de Axel queda a la mitad.
—Sí, gracias. Tú Wi-Fi va más rápido que el de la universidad. A ese lo saturan estudiantes que envían sus trabajos a última hora, como yo. Aunque viéndole el lado positivo a los fallos de conexión, superé a Sebastián en el juego del dinosaurio —ostenta, mirándome por encima del hombro—. Espero acabarlo pronto. Alcancé al nivel seis.
—Suerte con ello. Acaba antes de los cien mil puntos y pocas personas han llegado hasta ahí, pero creo en ti —manifiesta Kiara, quien levanta la mirada.
—Apenas lo he jugado. Aquí casi nunca se cae la señal y en mi teléfono disfruto de libre navegación —afianza Axel—. No te molestes en guardar la red. Mañana cambiaré la clave por una menos penosa y hablaré seriamente con mis mamás.
—Aun así, las amas. No lo niegues. —El cumpleañero le sonríe a Anthuanet y se deja caer en el sofá.
—Ellas me regalaron un hogar. —Tamborilea sobre la tapa del cuaderno y ni bien la esfera de Roy choca con sus pies, la alza para situarla en su regazo—. Siempre que invito personas a casa temo que las ataquen. Con ustedes supe que no correría ese riesgo porque poseía la convicción de que no me defraudarían. Ambas me salvaron de un futuro incierto, me financiaron el tratamiento que necesitaba para controlar mis tics y me arrojaron un salvavidas. Me criaron mejor que mis padres biológicos, quienes me abandonaron sin siquiera darme nombre. Estoy muy agradecido por todo lo que hacen por mí cada día. Cumplí mi sueño de pertenecer a una familia gracias a las dos.
Ninguno se resiste a abrazarlo cuando termina de hablar, lo cual lo toma por sorpresa. Pero nos sonríe con amplitud y extiende los brazos tanto como puede. Llegado el momento de soplar las velas, Axel toma de la mano a sus mamás y murmura con los ojos cerrados su deseo. Logan se ofrece a grabar y lo sorprendo limpiándose una lágrima. Él extraña con frecuencia a su familia, debido a que los separan varios kilómetros. Pese a que siempre se mantiene en contacto con su madre y conversan por teléfono casi a diario. Ojalá dentro de poco, mi relación con mamá sea parecida.
Marcadas casi las ocho, Anthuanet nos invita a subir a su camioneta para llevarnos de regreso y enciende la radio, de modo que Thinking out loud de Ed Sheeran suena durante todo el camino. Axel se queda en su casa esa noche, así que después de acercarnos a la universidad a Logan y a mí, continúa su recorrido con Ivet y Kiara a bordo.
Los dos ingresamos minutos previos a que el guardia de seguridad cierre la puerta y nos adentramos en las instalaciones para dirigirnos a los dormitorios. Saco de mi mochila el peluche de sapo y sonrío ante sus ojos saltones, mas mi teléfono suena y me apresuro a buscarlo. Al inicio pienso que se trata de Kiara, pero mi confusión aumenta al descubrir que quien me llama es papá. Aun así, atiendo. Pero apenas respondo, la vista se me nubla, el peluche cae al suelo y me cuesta respirar. Porque la noticia fragmenta mi mundo en miles de pedazos y en mi interior, algo se quiebra por completo.
—Ven a casa, Sebas, por favor. Tu mamá ha sufrido un infarto. No sobrevivió.
***
¿Se esperaban el final de este capítulo? Con él, la historia oficialmente entra a la parte más importante 😌 ¿Creen que Sebastián regresará a casa con su padre? ¿Cómo afrontará lo sucedido?
La reflexión de Sebas de esta parte de la historia me gustó mucho ❤️ ¿Qué les ha parecido a ustedes? ¿Han aplastado algún ratón recientemente? ¿Cómo se sintieron?
Ojalá hayan tenido una linda semana y que esta les sucedan muchas cosas buenas :) estamos a fines del mes de octubre, ¿han pensado en disfrazarse? ¿Tienen algún plan para el 31 de octubre? ¿Solían ir a pedir dulces antes? 🎃👻
Sebas cuando Kiara le soltó el spoiler be like:
Nos leemos la próxima semana, ¡adiós! 🤙🏻
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