38| Comentarios destructivos

Abro los ojos con pesadez, adaptándome a la claridad del día. Sonrío cuando reparo en el brazo que rodea mi cintura y en la camiseta negra que traigo puesta. Lleva impregnado el olor de Sebastián y es por lo menos una talla más grande que la mía, mas no pienso quitármela pronto. Siento su respiración acompasada y los latidos de su corazón, pues mi oído yace sobre el lado izquierdo de su pecho.

Hemos dormido juntos antes, pero no de esta forma. Una parte de mí aún nos ve como esos dos niños que corrían a esconderse de las enfermeras para que estas no los pincharan. Ambos cambiamos muchísimo durante el tiempo que pasamos separados. Sin embargo, nuestro vinculo no hacen más que fortalecerse. Me remuevo bajo las sábanas y me levanto unos centímetros del colchón para peinar el flequillo que cae por su frente. Entonces lo descubro despierto.

—Buen día —me sonríe. Arrastra las palabras al hablar y se frota los ojos.

—¿En qué momento te despertaste?

—Hace treinta minutos, pero tú parecías bastante cómoda, ¿dormiste bien?

—Sí, gracias por el servicio.

—Puedes volver a usar mi pecho como almohada cuando quieras. Solo golpeo cuando sueño que me roban mis libros.

—Creo que esa sería tu peor pesadilla.

—Si sucediera después de donar un riñón, claro que sí. —Su estómago vibra al reír y deposito un beso en su cuello, el cual causa que se estremezca—. ¿Qué crees que signifique soñar con un asalto?

—No creo que todo posea un significado. O al menos, no le encuentro ninguno a mi sueño donde caen peces del cielo y un unicornio que escupe fuego cabalgado por Obama los engulle uno a uno mientras los Teletubies danzan bajo la lluvia junto a Barney.

—Sí le hallo sentido a eso. Significa que tu imaginación es la más extraña que conozco. Pero, aun así, me gusta dormir contigo.

—Tienes gustos muy raros.

—Ya sé que eres rara.

—Y tú no te quedas atrás.

Observo el reloj de pared para corroborar que aún no marquen las diez. Acordé reunirme con Anthuanet a esa hora y debo salir de casa a las nueve si no deseo llegar tarde. Llevo escabulléndome desde hace un mes para acudir al museo y, aunque esconderlo se torna cada vez más difícil, revelarlo no está en mis opciones. No me agrada en lo absoluto ocultárselo a Sebastián, mas no puedo mencionarle ningún detalle si quiero sorprenderlo. Me esforzaré porque la espera valga la pena y para que, después de todo, quede encantado con mi trabajo.

—Mejor acostúmbrate. Así será cuando nos casemos, ¿no? —Temo sonar apresurada, pero él asiente con suma naturalidad. Me alegra que también nos idealice juntos en el futuro—. Si con la edad empiezas a roncar, te enviaré a dormir con el perro. O nuestra mascota se quedará conmigo y tú irás al patio.

—¿Por qué piensas que aceptaré casarme contigo? ¿Te crees el amor de mi vida? Porque estás en lo cierto.

Se inclina para besarme, pero lo detengo colocando ambas manos sobre su pecho y me aparto un poco, revolviendo las sábanas.

—Aléjate. Todavía no me lavo los dientes.

—No importa, ven. Te besaría, aunque hubieses comido ajo. Incluso despeinada te ves hermosa. Me encantaría que nos despertáramos así todas las mañanas.

Me toma por la cintura para atraerme hacia sí y capturar mis labios entre los suyos. Sonrío en su boca cuando me retiene por mayor tiempo y enredo los dedos en su cabello mientras que sus manos se cuelan por debajo de la camiseta que llevo puesta. Dejo que recorra mi espalda, aunque el contacto con su piel provoca que la mía se erice. El corazón me late con fuerza, pues luego pasa a repartir caricias por mi rostro y, cuando nos separamos, besa mi frente.

—Pronto, te lo prometo. Después de que vista un vestido de novia y un anillo de compromiso decore mi dedo anular, se convertirá en nuestra rutina diaria.

—Voy a darle tantas vueltas a esta conversación que acabaré soñando con ese momento.

—Ya verás cómo luego se transforma en realidad. —Le ahueco las mejillas, causando que suelte una risa, la cual termina contagiándome—. Reservaré para la ocasión la anécdota de la vez que te caíste de un árbol porque te asustó una ardilla y aterrizaste sobre mi bicicleta.

—¡La confundí con una rata! Era muy peluda y escurridiza. Trató de morderme cuando quise apartarla a un lado para desenredar tu cometa de las ramas. Un gracias habría bastado.

Sucedió la tarde en que me deshice de mis rueditas de apoyo oficialmente. A veces andaba en bicicleta en el patio trasero del hospital, cuando los efectos secundarios de las quimioterapias menguaban. Intentaba no quedarme atrás y hacer lo mismo que la mayoría de niñas de mi edad. Porque me sentía fuera. Mientras mi hermano asistía a la escuela, yo estudiaba en casa. Quería gozar de una vida normal. Por eso aprovechaba mis leves mejorías para jugar en el parque, comer dulces a montones, saltar en los charcos de lluvia y armar castillos de arena tras convencer a mis padres de pasar un día en la playa. Soñaba con llevar una vida normal, pues sabía bien que lo que atravesaba no podía considerarse una.

—Por lo menos no perdiste otro diente y lograste bajarla del árbol al final, así que gracias. Me costó mucho elaborarla como para abandonarla ahí.

Recuerdo que le manifesté a mamá mi deseo de subirme en ella para cazar las estrellas de mi cielo. Pero me respondió que yo no necesitaba ninguna cometa para volar. Que podía hacerlo con ayuda de mis propias alas y que me encargara de fortalecerlas antes de despegar a recorrer el universo.

—A tu servicio. Sé que te dan vértigo las alturas.

—Déjame prepararte el desayuno como recompensa.

—Escucharte reír cuando me caí de bruces ya fue suficiente, pero acepto eso si no planeas envenenarme.

Niego con la cabeza y tiro de su brazo para obligarlo a levantarse. Cuando salimos al pasillo, ingreso a mi habitación y me cambio de camiseta rápidamente antes del desayuno para después devolvérsela a Sebastián. Ambos bajamos por las escaleras hacia el primer piso y le echo un vistazo a las calles mediante el vidrio empañado de la ventana. La tormenta dejó empapadas las pistas, por lo que deberé tener cuidado para que los autos que transitan no me salpiquen el agua.

Desayunamos junto a papá y Diego, quienes ya se encuentran despiertos, los restos del postre que cocinamos ayer, aunque la Panna cotta nos resulta demasiado fresca dado que nos situamos en invierno. Busco a Anthuanet en mis contactos y la identifico por su foto con el filtro del álbum Sour de Olivia Rodrigo, con pegatinas en la cara y sacando la lengua. Le envío un mensaje indicándole que llegaré en cuarenta minutos y me apresuro a coger mi abrigo, el cual cuelga del perchero. Invento a toda prisa una excusa creíble para que Sebastián no sospeche nada y le digo que lo acompañaré hasta la avenida porque compraré donas de chocolate de la pastelería.

—No entiendo cómo puede gustarte tanto el frío, ¿en tu vida pasada fuiste un oso polar?

—Que me guste no significa que no me esté congelando ahora mismo. —Expulsa vaho de su boca al responderme—. Y si hablamos de animales, creo que yo era un búho, porque me desvelo leyendo a menudo.

—No puedes girar tu cabeza trescientos sesenta grados, ¿o sí?

—Perdí esa habilidad cuando me transformé en humano, lo siento. Respecto a ti, pienso que fuiste una mariposa por los colores de tus alas.

—Gracias por pintar en ellas.

Beso su mejilla y acelero el paso para entrar en calor. Imagino que mientras mis dientes castañean producto del frío, Anthuanet va camino al museo en su camioneta con la calefacción puesta al máximo y con Something Big de Shawn Mendes sonando a todo volumen. Entre Sebastián y yo nace una cómoda atmosfera silenciosa que no necesita ser rellenada con palabras. Todos nuestros silencios son así, espacios de calidez y seguridad donde nuestras mentes vagan por diversos temas que no tardan en converger y traer de regreso el diálogo. Él observa las calles aledañas con atención y se reacomoda el cuello del abrigo, pensativo. Entrelazo mi brazo con el suyo y camino a su par, esperando que rompa el sosiego con una interrogante.

—¿Cuál crees que es el propósito de vivir?

Se me reinicia Windows con esa pregunta.

Alzo las cejas y masajeo mis sienes en busca de una respuesta. Jamás me lo planteé. Considero la vida un regalo, una aventura, un viaje que para algunos termina demasiado rápido y que otros perciben como una tortura, por lo que deciden abandonar el tren antes de que este arribe a la última estación. Así debió sentirse mi madre, pues el cáncer la torturó y alentó a descender del vagón en que viajábamos juntas.

—Vivir consiste en ganar batallas, salir herido, amar y ser amado, llorar, reír, experimentar emociones. Conocer la bondad, salir lastimado, dejar una huella, forjar un cambio, sembrar esperanza, cosechar sueños y llevarnos nuestros tesoros favoritos de la tierra a donde quiera que vayamos.

—También vinimos a equivocarnos y aprender a levantarnos tras cometer errores —aporta Sebastián y baja su mirada hacia mí con una sonrisa—. Creo que llegamos a este plano para cumplir una misión. Cada quien posee una diferente. Nosotros mismos la descubrimos a lo largo de nuestra vida y batallamos contra las adversidades del mundo para cumplirla antes de que nuestro tiempo acabe.

Justo cuando mis ojos empiezan a perderse en los suyos, una voz nos interrumpe. Ambos volteamos de inmediato, ocasionando que nuestras narices se rocen. Una chica de cabello rubio sonríe al vernos, como si nos reconociera.

—¿Tú eres Sebastián Relish? —Un asentimiento de su parte basta para que la chica abandone su timidez y sus ojos se enciendan—. Soy una de tus lectoras. Ayer me conecté a tu directo de Instagram. He leído todos tus libros. No sabes cuánto me han ayudado a aceptarme tal cual soy y el sinnúmero de enseñanzas que extraigo de tus historias. Si algún día salen en físico, sin duda me los compraré.

Lo enfunda en un abrazo antes de que pueda contestar, tomándolo por sorpresa. No obstante, luce contento de esta casualidad y a mí el orgullo no me cabe en el pecho, ya que adoro que sus escritos hayan tocado distintos corazones. Me pone muy feliz que esté cumpliendo las metas que trazó cuando éramos niños y que lo reconozcan por su talento. Se lo merece. Sé cuánto ha trabajo y la cantidad de tiempo que le dedicó a su trabajo. Los frutos por fin han llegado.

—Me alegra muchísimo que te hayan gustado. Gracias por leerme y adentrarte conmigo a los universos que crea mi imaginación. —Se separa un poco, aún conmocionado—. Significa bastante para mí que aprendieras de mis letras.

—Más pronto que tarde los tendrán todas las librerías del país. Confío en que ese sueño está doblando la esquina. —Le guiño un ojo a Sebastián. Todavía no recibe respuesta de la editorial a la que envió su historia, mas albergo un buen presentimiento—. Así podrás arrojarle a la cabeza su libro de tapa dura por tanto sufrimiento.

—Sí, eso seguro —concuerda y ríe, divertida—. Me hizo soltar más lágrimas que mi exnovio.

—Esa nunca fue mi intención. Pido perdón.

—¿Sabes a cuántas personas les rompiste el corazón? Me enamoré de tu protagonista y lo mataste. —Jamás de cansaré de reprochárselo. No pensé que escondía tanta malicia en su alma—. ¿Por qué destruyes todo lo que amamos?

—Quería añadirle realismo y trasmitirles a mis lectores una enseñanza.

—Pues lo que me dejaste en lugar de ello resultó ser un vacío que ni siquiera las donas de chocolate rellenarán.

—Te entiendo. Tampoco logré salir ilesa de sus historias. Fueron las primeras que leí en la plataforma y me encantaron, aunque me acabé una caja entera de pañuelos desechables. —La chica suspira y centra su vista en mí, entonces parece reconocerme—. Tú eres la que estaba con él ayer en el directo, ¿cierto? ¿Ustedes son novios?

Sebastián asiente y me rodea por la cintura para apegarme a su cuerpo, a lo cual no opongo resistencia.

—Si no actualizo seguido, cúlpala a ella. Me distrae.

—Terminaré con él si mata a otro personaje. Sus libros me lastiman y sigo leyéndolos, son mi relación tóxica.

—También la mía —afianza la rubia, quien se limpia una lágrima imaginaria.

—¿Quieres que les saque una foto? —le ofrezco y asiente con una gran sonrisa antes de entregarme su móvil.

Camina hacia mi novio para posicionase junto a él y activo la cámara. A jurar por el rostro de Sebastián, esto no le ocurre seguido. Ella me agradece apenas le devuelvo el teléfono y se marcha tras agitarnos la mano.

Nos despedimos a unas cuadras antes de la pastelería donde supuestamente compraré donas de chocolate. Sebastián se traga aquella excusa sin problemas y emprende el trayecto de retorno a la universidad, demostrándome lo mucho que confía en mí. Camino hasta la estación de autobús y abordo el que me dejará frente al museo de arte. Mi miedo al transitar sola por las calles se ha reducido en comparación con meses atrás, pues, pese a que se archivara mi denuncia, Ethan por fin parece haberme dejado en paz. No volvió a acercarse a mí desde que lo golpeé a mitad del pasillo y sé que en cierto modo se debe al hostigamiento que recibió en redes sociales luego de que gran parte de la comunidad estudiantil descubriera que estuvo acosándome sexualmente. Aunque me dolió enterarme de que no fui la única chica a la que lastimó.

Cuando bajo en la tercera estación, diviso una camioneta negra de lunas polarizadas estacionada afuera. Mi amiga me hace señas para que aguarde unos minutos ya que irá a aparcarla en el estacionamiento del lugar. Cruzo la puerta de entrada, saludo a la recepcionista y me adentro en las instalaciones con una sonrisa que se apodera por completo de mis labios. Gané el primer lugar en el concurso de dibujo que organizaron y el premio consiste en pintar la historia en dieciséis lienzos que ocupan una pared entera cada uno, de modo que atravesar el pasillo se asemeja a sumergirse entre las páginas de un libro. Me cedieron la sección final del museo para el trabajo, aquella que desemboca en su amplio patio. Hasta el momento, hemos culminado dos de los dibujos y vamos por la tercera. Aún nos queda tiempo para acabarlas todas, dado que la exposición será a mediados de junio.

Planeamos terminar todos los bocetos para luego brindarles color. Pese a que ello implica subirme de nuevo en la escalera, porque no hay forma de que deje la parte de arriba del lienzo sin color. Pero venceré al vértigo otra vez.

—¿Lista para retomar nuestra labor? —inquiere Anthuanet, quien aparece a mis espaldas—. No veo la hora en que tus pinturas aparezcan en la portada de los periódicos.

—¿Debería preparar un discurso para la exposición? Quizá me haga sonar profesional, aunque no se me da mal improvisar.

Los directivos me informaron que me otorgarían unos minutos para dirigirme al público, dado que me corresponde a mí presentar mis obras. No sé cuánta gente asistirá al evento, pero lograré manejarlo. No a todos los críticos les fascinará mi trabajo, así que no poseo motivos para inquietarme si recibo una mala reseña en foros de arte. Me esforzaré por sentirme yo satisfecha con mis pinturas.

—Puedes planificar algunos puntos que te gustaría tratar y explayarte en ellos cuando te toque exponer —me sugiere.

—No me especializo en discursos emotivos acerca de cumplir sueños, pero haré mi mayor esfuerzo. Quiero tomar esto como el comienzo de la mejor aventura de mi vida, esa que desde niña sueño con emprender.

—Te queda un largo camino por delante, con altibajos que sabrás sobrellevar y frustraciones que aprenderás a superar.

—¿Cómo piensas que reaccione Sebastián? No tiene idea de que nuestra historia formará parte de una exhibición de arte. —No contengo mi sonrisa. Ya tuvo muchos detalles conmigo, por lo que ahora es mi turno—. Se lo dedicaré a él, a mamá y también a mí.

Desearía poder verla en primera fila el día de la exposición. Ella nunca faltaría a un evento como aquel, por su amor inconmensurable al arte y porque detrás de todos esos cuadros estaré yo. Cuando una ráfaga de viento desordene mi cabello y los rayos del sol se cuelen por las ventanas para iluminar mis lienzos, sabré que se trata de mi madre. Desde que partió, me he aferrado a la idea de que esa es su forma de presentarse ante mí.

—Apuesto a que se enojará contigo si no corriges su nariz. Te salió demasiado puntiaguda —señala Anthuanet. Dirijo mi mirada al dibujo y arrugo la frente apenas lo compruebo—. Pero no te preocupes, está tan enamorado de tu arte que querrá acercarse aquí todos los días.

—Ojalá no sospeche. —Me descuelgo la mochila del hombro y saco los lápices de grafito que necesitaré—. Confío en que Ivet y tú guardarán bien el secreto. Ni una palabra a nadie hasta que mi foto aparezca en la portada del cartel de inauguración.

—Descuida. Que esté saliendo con Axel no significa que romperé códigos de confidencialidad.

—Más le vale a Ivet que tampoco. —La apunto con un lápiz—. Anoche la invité a pasarse por acá, pero me contó que tenía otros planes para hoy. Ya será el próximo viernes.

—¿En serio? Axel me comentó esta mañana que Logan salió muy temprano de la universidad.

—¿Logan? Él recién se levanta a la hora del almuerzo.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—¿Que entre él y nuestra amiga pasan cosas o que Logan fue un koala en su vida pasada? No sé por qué asocio a todos con animales hoy.

—Lo primero. No me extrañaría que ocurriera algo entre ellos dos.

—A mí tampoco. Me alegra que ambos arreglaran su discusión del centro comercial. Ya conversé con ella sobre eso, así que no volverá a soltar esa clase de comentarios.

Aún no olvido la vez que lo encontré en el departamento de Psicología de la universidad. A Logan parecía preocuparle que lo vieran allí. Intentó ocultarse de mí y me pidió que no se lo mencionara a Ivet. Ojalá no sea nada grave. Mi teléfono suena dentro de mi bolsillo y sonrío apenas observo la pantalla. El corazón se me encoge y aferro mi móvil contra mi pecho.

—¿Un mensaje de tu amado?

—Me dedicó un capítulo de su historia.

—Espero que esta vez no te haga sufrir.

Con Sebastián como escritor nunca se sabe. Ya aprendí a no dejarme llevar por sus ojos verdes, su sonrisa blanquecina, las ondas de su cabello castaño, sus pestañas rizadas y sus frases cursis. Detrás de esa dulce faceta, se esconde un desalmado autor que ataca sin piedad a sus lectores.

—Votaré por al capítulo antes de leerlo.

Por más que desee hacerlo ahora, debo priorizar mis pinturas.

—¿En Wattpad organizan elecciones literarias?

—En realidad, no. Es como darle «me gusta».

—Pero a ti Sebastián no te gusta, te encanta.

¿Para qué negarlo? Aquello no es ningún secreto.

Anthuanet se coloca a mi costado mientras yo presiono el nombre de Sebastián para llegar a su perfil y dirigirme hacia su tablero con el objetivo de agradecerle por la dedicación. No obstante, unos extraños mensajes provocan que me detenga. Mi amiga frunce el entrecejo y apunta la pantalla, igual de confundida. Él no suele recibir comentarios negativos y mucho menos ofensivos. Quienes han reseñado sus libros siempre le guardaron respeto, por lo que me sorprende leer críticas tan crudas y sin fundamentos de cinco cuentas.

«¿Esta mierda se hace llamar historia? No entiendo cómo supera los treinta millones de lecturas».

Me tenso de repente. Deslizo mi índice hacia abajo para adentrarme entre los demás mensajes. Varios de sus lectores contestaron defendiendo el libro y depositaron en su muro opiniones positivas para opacar los malos comentarios. Sin embargo, no me resisto a ingresar al perfil del usuario y mi rostro adopta mayor desconcierto al notar que ha sido creado hace apenas unos días.

—No entiendo por qué le lanzan odio. Si no les agradan sus historias, pueden parar de leerlas en cualquier momento. Nadie los obliga a continuar con la lectura. —Aprieto los labios. Ganas de soltarles el abecedario completo no me faltan.

—¿Sebastián no te lo mencionó?

—Los comentarios apenas fueron escritos anoche. Quizá no los haya leído todavía —le respondo a Anthuanet—. Espero que no les preste atención.

—Esas cuentas apenas poseen contenido, ¿no te extraña? —Asiento. Ni siquiera tienen una descripción y mucho menos seguidores—. No lleva ni un año de creada. Parece que sólo quieren fastidiarlo a él, desalentarlo para que deje de escribir.

—Pues eso no ocurrirá nunca. Sebas no escribe para el resto, sino para sí. Su amor por la escritura supera todo tipo de odio.

—Deberíamos reportar esos usuarios. Dudo que el acoso no infrinja ninguna norma comunitaria —me recomienda Anthuanet y concuerdo con ella. Necesitamos frenar esto antes de que se salga de control.

Busco la cuenta de Axel y le escribo un mensaje pidiéndole que revise el tablero de Sebastián. Él me responde en seguida y minutos más tarde, mi celular se bombardea de notificaciones. Tampoco logra creérselo, pero me asegura que denunció a los perfiles correspondientes. Tal vez resulte mejor que contestarles, pues presiento que dialogar con esas personas no funcionará.

***
¡Hola!
¿Qué tal estuvo el capítulo? ¿El usuario que le lanza odio a Sebastián lo dejará en paz? ¿Alguien que él conozca estará tras esa cuenta? ¿Habrá gato encerrado? 🧐🍷

El principio del capítulo me gustó mucho, ¿esperaban que Kiara hubiese ganado el concurso?✨

¿Qué clase de sueños tienen? ¿Los consideran extraños o les encuentran un significado?

Esto es todo por esta semana, ¡hasta el domingo que viene! 🤙🏻

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