37| Un riñón por un libro
La noche de Navidad cenamos juntos en el comedor y brindamos a medianoche. Me acogen como uno más, causando que el fulgor de su hogar me envuelva. Mamá llama a la mañana siguiente para desearme suerte con mis escritos, mas no recibo ningún mensaje de papá. Cuando regresamos a Florencia, me reencuentro con mis amigos en la universidad e intercambiamos algunos obsequios. Axel se suma a la tradición de Año Nuevo que comparto con Logan y presumo los libros que Kiara me regaló. Me dispongo a colocarlos en mi estantería, pero descubro que no poseo ninguna e improviso una repisa con tablas de madera.
Mamá me envía un regalo a la universidad, el cual resulta ser un panel de lectura, una especie de lámina de vidrio que se posiciona sobre las páginas a modo de lámpara para iluminarlas en la oscuridad. Le marco para agradecerle y esta vez nuestra charla se prolonga una hora. Antes apenas permanecíamos al teléfono veinte minutos, así que lo considero un avance.
Los resultados del concurso de arte al que se anotó Kiara salen la segunda semana de enero. Me llama ese mismo día por la tarde para contarme que no obtuvo el premio. Sin embargo, la felicito por ocupar el décimo lugar en la competencia, le sugiero presentarse en las próximas ediciones y dejo el tema allí, aunque su ánimo no decae.
La mañana de un viernes a mediados de enero durante el primer receso, Axel entra a la cafetería seguido Anthuanet. Ambos depositan delante de cada uno un sobre negro y al tomar el que me entregan a mí comprendo de qué se trata.
—Todos están cordialmente invitados a mi casa para festejar mi cumpleaños. Anthuanet me ayudó con las tarjetas —nos anuncia con una sonrisa—. Anoté mi dirección para que nos encontremos allí y salgamos rumbo al Palacio Pitti, un sitio que me encantaría visitar con ustedes. Después podemos regresar y ordenar una pizza.
—¿Visitaremos los jardines de Boboli? —Ivet guarda la tarjeta en su bolso, sin doblarla—. Siempre quise ir ahí.
—Si llegamos temprano, tendremos tiempo de sobra, ¿qué opinan? ¿Se apuntan?
—Por supuesto —afianza Logan, quien luego me señala—. ¿A quién crees que recoja Sebastián de la calle esta vez? ¿A un gatito?
Kiara suelta una risa y al estar sentado a su costado, la oigo tan cerca que se me revuelve el estómago. Lleva el cabello recogido en una coleta, de la cual se desprenden los dos mechones teñidos de verde que le caen a cada lado del rostro. Luce hermosa.
—No traeré más animales a la universidad porque después Axel deja la puerta abierta y se nos escapan —sentencio, pese a que no me arrepiento de rescatar al pulgoso—. Además, miccionan en mi ropa y cuando vengo aquí por leche, Martha piensa que busco una mascarilla para mis poros.
—Sí que la necesitas. Y yo también, para ser honesta —admite mi novia—. Aunque la única vez que intenté aplicarme una perdí la mitad de una ceja.
Noto que intenta de abrir su botella de agua y se la arrebato cuando me fijo en que le cuesta girar la tapa. La desenrosco con una servilleta y se la devuelvo, a lo cual me sonríe.
—¿Qué piensan que habrían hecho con ustedes al descubrirlos? ¿Confiscarles el perro? —Anthuanet enarca una ceja.
—Temía que lo echaran a la calle y que un auto le pasara por encima.
—Pero por fortuna se topó con un alma caritativa y responsable que lo alejó de todo peligro cuando huyó de su habitación —ostenta Kiara, pero su mejor amiga parece no coincidir con ella—. No fue nada.
—¿Responsable? La semana pasada me contaste que ingirió detergente y pastillas. No sé quién de los dos es peor cuidador.
Mis cejas se disparan hacia arriba y de inmediato me giro hacia mi novia, quien se encuentra de lo más tranquila, o por lo menos lo aparenta. Sin embargo, se equivoca si piensa que pasaré por alto semejante acusación. No dejaré al cachorro en manos de una negligente.
—Si no miente, me veré en la obligación de exigir la tutela permanente de ese pulgoso.
—Importa que siga vivo, ¿de acuerdo? Eres el menos indicado para quitarme su custodia. Y deja de decirle «pulgoso» porque se llama Leo.
—Yo le sugerí a Sebastián ponerle su segundo nombre, pero me ignoró como siempre. —Logan se vuelve hacia mí con una mano en el pecho, fingiendo sentirse dolido—. Si no te importo, avísame para esfumarme de tu vida.
—Claro que me importas. Te demostré mi cariño con mi regalo de Año Nuevo.
—¿Hablas del bóxer amarillo que me obsequiaste?
—Fuertes y turbias declaraciones. —Ivet desvía la vista, mientras que Anthuanet simula leer la tarjeta de Axel y Kiara bebe de su botella.
—¡Se supone que eso quedaba entre nosotros! ¿Acaso Axel es el único que respeta los códigos de confidencialidad? —le reclamo su imprudencia, dándome cuenta demasiado tarde de que ya lo exhibí.
—Ahora que acabas de exponerme olvídate de pedirme libros prestados porque no compartiré ninguno contigo. Ahorra y adquiérelos por tu cuenta.
—Si un día desaparece el televisor de su habitación o tu portátil, sospecha de Sebastián. —Me ofende que Ivet piense así de mí, pero me limito a guardar silencio—. Se nota que anda en malos pasos.
—Jamás vendería nuestras pertenencias para comprar libros cuando claramente me sobra un riñón.
—A eso planeaba recurrir cuando Harry Styles vino de gira. Lástima que era menor de edad por ese entonces, pero no lo descarto en un futuro —admite Anthuanet, cuya remera blanca de Fine line lo dice todo.
—Está en mi lista de posibles decisiones desesperadas. Al igual que cambiarme el nombre.
—¿Y eso por qué? Sebastián no suena mal —opina Ivet, quien desconoce la oscura verdad.
—Se refiere al segundo. Lo detesta —le notifica Kiara. Aunque, en el fondo, me divierte burlarme de mi desdicha—. Sus padres se lo colocaron en memoria de su difunto abuelo al que ni siquiera conoció y le resulta anticuado. A mí solo me gusta porque suma un punto más con que puedo amenazarlo.
—No creo que sea tan horrible, ¿existe uno peor que Empédocles?
Anthuanet duda un poco mientras que Logan se aguanta la risa, no sé si por el nombre de tal infortunado sujeto o dado que conoce uno de mis más penosos secretos. Si hubiese cuidado mejor mi identificación, no lo habría averiguado. Falla mía.
—¿Ese quién era? —cuestiona mi mejor amigo.
—Ni idea. Lo estudié en alguna clase de filosofía en la escuela. Solo recuerdo que al escuchar cómo se llamaba me reí tanto que escupí mi refresco encima del maestro y me sacó de la clase.
—Empédocles de Agrigento fue un filósofo pluralista que sostuvo que al mundo lo conformaban cuatro raíces y dos principios —nos informa Axel, la voz de la sabiduría.
—No sé cómo te acuerdas de eso. Yo apenas recuerdo que Napoleón independizó las trece colonias —comenta Logan y alzo las cejas ante su evidente confusión.
—Thomas Jefferson redactó el Acta de Declaración de independencia de los Estados Unidos el cuatro de julio. Napoleón no tuvo nada que ver en esos asuntos —le corrige Axel.
—Gracias, Wikipedia —le sonríe Kiara—. ¿En dónde nos quedamos?
—En que Sebastián repudia su segundo nombre. Estabas por contarnos cuál es —le recuerda Ivet.
—Nunca lo sabrán.
—Se enterarán si se los cuento yo —me amenaza Kiara.
—¿Y por qué harías algo así?
—Mataste a mi personaje favorito, ¿y todavía preguntas?
—Su muerte sirvió para transmitir un mensaje, ¿sí? A veces un final triste nos invita a reflexionar acerca de la vida y las injusticias que se cometen a diario. Acerca del abuso que ejercen sobre otros individuos personas que emplean su poder para someter y no para apoyar causas nobles.
—Gilberto tiene razón.
Mi mejor amigo lo suelta sin más, causando que nuestros amigos estallen en estruendosas carcajadas. No obstante, Kiara se levanta de su asiento para reclamarle.
—¡Logan! ¡Yo quería decirlo!
De pronto, me estoy riendo también. El motivo por el que no me lo he cambiado radica en que me encanta conservar el secretismo por un tiempo y después revelarlo para estallar en carcajadas. Al principio, de verdad lo detestaba. Ahora me gusta tomármelo con humor. A fin de cuentas, el protagonista de Ana, la de las tejas verdes se llama Gilbert. Salvo por la última letra, podría afirmarse que tengo un nombre literario.
Nuestra jornada estudiantil transcurre como de costumbre, sin ninguna alteración o agentes perturbadores. Con esto último me refiero a Ethan y Thalia, a quienes no vemos en todo el día, de manera que mi novia se olvida por completo de ellos y viene a sentarse con nosotros durante el almuerzo. Luego de comer, nos dirigimos a la biblioteca, donde los minutos se convierten en instantes mientras vagamos por las estanterías y revisamos algunos títulos. Sentarme en uno de los sillones y sumergirme en algún libro junto a ella se transforma en mi pan favorito y, cuando menos reparo, estoy deseando que todas las demás tardes se asemejen a esta siquiera un poco. Apoya su cabeza en mi hombro y nuestros dedos coinciden más de una vez en un intento de pasar a la siguiente página. Siempre termina haciéndolo Kiara y yo me encargo de leerle en voz alta mis fragmentos favoritos.
Terminadas las clases, Kiara me invita a su casa para pasar la tarde. Cuando llegamos, su padre todavía no regresa del trabajo y Diego estudia en su habitación. La ayudo con un proyecto de pintura hasta que nuestros estómagos claman por comida. Encontramos un viejo libro de recetas de cocina en la alacena, así que preparamos un postre italiano: panna cotta. Por desgracia, nos enteramos tarde de que debe permanecer en el frigorífico durante un mínimo de cuatro horas por lo que nos servimos un tazón de leche y le agregamos cereales de almohaditas.
—¿Crees que llueva? El cielo no luce nada bien.
—Me gusta cómo se ven las nubes. Les sacaré una fotografía para Instagram. —Busco mi móvil en mi bolsillo, pero me detengo al notar cómo me mira—. ¿Qué? A veces no se me ocurre qué publicar y mi carrera como influencer necesita continuar.
—Podrías subir una foto conmigo. Tus trescientos mil seguidores no me intimidan, así que apúrate y enciende tu cámara. Me siento linda ahora. Aprovechemos mi momento de alta autoestima. No sé cuánto durará.
—Tú siempre estás hermosa.
Deposita el plato de leche en la encimera y hago lo mismo cuando viene hacia mí para rodearla con mis brazos.
—Creía que el verde no combinaría con mi cabello, pero solo se trataba de encontrar la tonalidad adecuada —me sonríe, con un hoyuelo marcado en su comisura derecha—. Lástima que se quitará en unas semanas, aunque puedo volver a teñírmelo.
—Pues no tengo problema con acompañarte al salón de belleza de nuevo. Te esperaré todo el tiempo que quieras mientras leo en Wattpad.
—¿Sabes cuál fue la primera impresión que tuve de ti? —Enreda sus brazos alrededor de mi cuello y niego, aferrándome a su cintura—. Que tus ojos eran capaces de hipnotizar a cualquiera. Creo que en ese instante comenzó todo, aunque no descubrí que me gustabas hasta mucho después. Por eso fingía que no podía cómo atarme los cordones.
—¿También intentabas conquistarme robándome mis bizcochos de calabaza?
—No te quejes. Al final funcionó. Te tengo comiendo de la palma de mi mano.
—Estás enamorada de mí hasta la médula. Admítelo.
—Lo admito
Enciendo la pantalla de mi celular y me dirijo a Instagram para sacarnos una fotografía, donde sus labios aparecen besando mi mejilla. Agrego la imagen a mi historia y bloqueo el móvil con tanta rapidez que se cuelga unos segundos, mas lo deposito sobre la mesa de todas formas. Ambos tenemos cientos de fotos juntos, mas me gustaría revelarlas para que estas dejaran de existir solo en el plano virtual. Me encantaría enmarcar algunas.
—Algún día escribiré un libro contando nuestra y no obviaré la parte en que me empujaste del tobogán a los ocho años y perdí un diente.
—Mírale el lado positivo, seguro el hada te dejó propina esa noche, ¿o no?
—Ni siquiera exis... —Frunce el ceño, obligándome a retractarme—. Debieron olvidarse de mí esa vez. Comprensible, varios niños pierden dientes de leche a diario. Han de estar muy ocupadas. Yo andaré igual cuando empiece ese libro.
—Si añadirás escenas eróticas, avísame para volver esa ocasión inolvidable.
¿Cómo pasamos de hablar de hadas de los dientes a temas sexuales? Un ardor asciende por mis mejillas y las tiñe de rojo, mientras que Kiara disimula la risa ingiriendo otra cuchara de leche con cereales.
—No pienso agregar nada de eso. En Wattpad hay menores de edad que se saltan las etiquetas de contenido adulto.
—Lo sé, yo fui una de esas.
—Ya lo veía venir. Cuando ambos nos sintamos preparados y suceda me encargaré de que sea especial. Tal vez la incipiente educación sexual de la plataforma me sirva de algo.
—Lo será si es contigo. No tienes que sentirte listo ahora, pero yo ya lo estoy. No me caben dudas de que eres la persona indicada. Confío en ti. Sé que no te burlarás de mi cuerpo ni me compararás con nadie.
—Sí me siento listo. Aún temo cometer un error, pero aprenderemos juntos, ¿no? Si nos equivocamos, hallaremos la forma de solucionarlo.
—Sin presiones. Daremos ese paso a su tiempo, ¿bien?
Asiento y me inclino para posicionar mis labios sobre los suyos. Clavo lo dedos en sus caderas para levantarla del suelo y sentarla en la encimera. Reparto besos por su cuello y, en consecuencia, una risa brota de su garganta, revolucionándome el estómago porque adoro ese sonido. Se escucha como una canción. Apoya su frente contra la mía y cuando estamos a punto de besarnos otra vez, noto que la luz de la cámara sigue encendida.
—Espera, me parece que olvidé apagar...
Cojo mi móvil, mas pego un respingo y un grito escapa de mi garganta. Lo suelto al instante y este cae al piso.
—¿Sebas? ¿Qué sucede? ¿Lo dejaste grabando?
—No, peor —murmuro, aterrado. Me cubro el rostro con las manos—. Estoy trasmitiendo en vivo. Hay dos mil personas observando el techo.
Los números que alcancé a leer eran bastante altos y los comentarios aumentaban. No acostumbro a grabar directos. El que tantos ojos permanezcan posados en mí me pone nervioso. Temo enredarme con mis propias palabras y quedarme en blanco. Intento tranquilizarme, pero me sudan las manos.
—No hablas en serio, ¿cierto? —Para nuestra mala suerte, asiento—. ¿Eso significa que escucharon todo?
La idea incrementa mi inquietud y deseo que la tierra me trague. Sin embargo, mis temores no desaparecerán si me paso la vida entera huyendo de ellos. Escapar no me ayudará a construir una mejor versión de mí mismo.
—Entra a Instagram desde tu móvil y compruébalo por tu cuenta. Te debe haber llegado alguna notificación.
Kiara luce menos agitada que yo, mas identifico cierto rubor en sus mejillas cuando se saca el móvil del bolsillo. Luego se detiene al leer lo que me parece un mensaje.
—Empezaste a trasmitir hace quince minutos. Axel me estuvo escribiendo, ¿a ti no?
—No lo sé. Me da miedo mirar —admito y me entrega su celular.
«No escuchamos nada, ¿podrían levantarnos, por favor? Comienzo a enamorarme del foco».
Mis pulmones expulsan un suspiro de alivio y suelto una risa. De repente me siento más cómodo y no tan agitado. En especial porque nuestra conversación sobre erotismo no se filtró y nadie sabe acerca del diente de leche que perdí.
«¿Aló? Háganme caso» continúo leyendo los mensajes de Axel y me fijo en el más reciente.
«¡Ya entiendo! ¡Sebastián trasmitió por accidente! Su cara lo dijo todo. Le enviaré la foto a Logan para que lo convierta en una pegatina de WhatsApp».
Le devuelvo el teléfono a mi novia y me lo recibe con una sonrisa. De dos cucharadas, termina la leche de su tazón y abre la llave del grifo para lavarlo. Después lo deposita sobre el escurridor y voltea en mi dirección.
—Iré a fangirlear con tus lectores, ¿vienes?
Mis lectores. Quizá quieran platicar conmigo. Me encanta responder sus comentarios y mensajes en mis libros y en mi tablero. Siguen mis historias, vivimos cada emoción juntos y se alegran por mis logros en la plataforma. Siempre quise trasmitir en vivo, varios escritores lo hacen con regularidad para interactuar con quienes los leen. Y esta vez, mis ganas de conocerlos son más grandes que mi ansiedad.
—Me llevaré mis cereales. —Agarro el tazón y me encamino a la sala de estar.
Finalmente, Kiara alza el teléfono y saluda con naturalidad a los que se hallan tras la pantalla. Me enfoca justo cuando mi boca yace llena de cereal, así que agito la mano y trato de pronunciar un «hola». Nos acomodamos en la mesa del comedor y fijo el comentario de Axel, donde nos pide armar una dinámica de preguntas y respuestas mediante la opción correspondiente. Kiara selecciona las que más se repiten de las que nos envían e inicia la ronda.
—¿Planeas publicar otro libro después del que estás actualizando?
—Exploraré el género fantasía. —Ingiero una cucharada de leche con cereales y dejo el tazón a un lado—. Prometo no matar a nadie ni obligarlos a gastar en pañuelos.
—Si no obtengo un final de Disney te secuestraré de nuevo.
—Por mí está bien. Mantenme en cautiverio todo el tiempo que quieras.
—Luego de leer uno de tus libros, me das algo de miedo. Pero escribes arte. —Vuelve su mirada al teléfono y selecciona otra interrogante—. ¿Qué opinas de las comparaciones entre obras distintas en comentarios?
Pregunta polémica. Me gusta ver el mundo arder, pero no arder en él. Los emoticones que Axel manda de dos ojos con una boca al centro y comida a ambos costados me animan a responder.
—No podemos evitar acordarnos del personaje de un libro cuando leemos otro diferente. A mí también me pasa, es parte de ser lector. Pero prefiero que nuevos personajes salgan a la luz para hacerse conocidos. A varios escritores les incomoda que la mayoría de sus comentarios sean nombrando a otra historia y comprendo que los desaliente.
—Creo lo mismo —concuerda Kiara—. Pueden llegar a sentir que sus personajes no son lo suficientemente buenos como para dejar una marca igual que los de la otra historia.
—Entiendo que le venga a la mente su protagonista favorito, no controlamos nuestros pensamientos. Pero sí podemos abstenernos a comparar, aunque tal vez no sea nuestra intención lastimar al autor.
Busco la mano de Kiara debajo de la mesa y entrelazo nuestros dedos. Ella me sonríe antes de conducir la mía hasta su muslo y estancarla allí.
—¿Te has arrepentido de matar un personaje?
—No. Siguiente pregunta.
—Sádico —me espeta—. ¿Qué consejos le darías a alguien que recién empieza a escribir?
—Que escriba para sí, no para el resto ni por fama o dinero. —Lo tuve claro desde que inicié en Wattpad. Yo soy quien debe sentirse a gusto con mis libros—. No porque a la gente le guste sus escritos, sino por la felicidad que le provoque sumergirse en las letras. Porque si en verdad te apasiona escribir y un día el mundo entero está en tu contra, no lo abandonarás por recibir comentarios negativos o porque tus vistas han caído en picada. Seguirás escribiendo como siempre, porque será el motor que moverá tu vida. Aun si nadie te lee o todos piensan que careces de talento.
Kiara deposita un corto beso en mis labios y regresa su vista en la pantalla. Tras pestañear con cierta confusión, me inclino para besar su sien. No lo esperaba, mas no me importa que lo hiciera frente a mucha gente.
—Esta pregunta la envió Axel, ¿te ha sucedido algo similar a lo de tus libros?
—Ahora me sucede que estoy viviendo la historia de amor que siempre soñé. Y lo mejor de todo es que este libro no acabará nunca.
Su cabello cubre la parte izquierda de su rostro, mas no me impide vislumbrar el sonrojo en sus mejillas. Me aprieta la mano y repasa mis nudillos con la yema de su pulgar, contacto que erradica cualquier tipo de tensión acumulada en mi cuerpo. El directo continúa y respondemos cuantas preguntas nos resulta posible. La trasmisión finaliza tras dos horas y me sorprende lo cómodo que me sentí durante ese tiempo, pues tartamudeé como pensé que lo haría ni cometí ninguna torpeza capaz de arruinarlo todo. Debería conversar con mis lectores más seguido.
La puerta de la sala se abre de golpe, dejando entrar al señor Rose con un paraguas. Lo cierra con cuidado y lo acomoda junto al perchero, donde cuelga su abrigo.
—Ya se desató la tormenta. Está lloviendo a cántaros afuera.
—¿Qué? —Saco mi teléfono para revisar la hora y entreabro los labios. Voy atrasadísimo—. Necesito regresar a la universidad en menos de quince minutos. Cerrarán las puertas a las ocho y no estoy ni a cinco cuadras.
Me levanto de la silla del comedor y me reacomodo el abrigo. Otra vez correré para que los guardias no me dejen en la calle. Espero que mis escasas habilidades físicas no me fallen ahora.
—¿Te vas? —Kiara me toma del brazo y asiento con una sonrisa, aunque la idea de despedirme de ella no me causa ni la más mínima ilusión—. Hace demasiado frío como para que no cojas un resfriado.
—Las calles están inundadas, ¿no quieres quedarte aquí esta noche? —me ofrece su padre—. Puedes usar la habitación de arriba.
—A mí me toca preparar la cena hoy. Dame la oportunidad de envenenarte.
No quiero ser un estorbo para ellos. Sin embargo, en la forma en que me observa Kiara, entreveo una verdadera intención por retenerme, lo cual me alegra, pues descubro que no soy el único al que le cuesta separarse del otro. Siempre he amado la lluvia, pero prefiero observarla desde un lugar cálido y abrigador.
—Está bien. Le avisaré a mi compañero de habitación que llegaré mañana temprano.
Axel contesta mi mensaje con un emoticón sonriente, puesto que esta noche dormirá sin escuchar mis inexistentes ronquidos. Kiara y yo sacamos la Panna cotta del refrigerador para servirla como postre después de la cena, la cual le ayudo a cocinar y transcurre sin inconvenientes, ya que los chistes y las risas nunca faltan en la mesa de la familia Rose. Diego y su papá lavan los platos, así que me dirijo a una habitación ubicada en la segunda planta, según me indican.
Luce mucho más grande que la alcoba de invitados de Londres. Dejo mi mochila sobre el escritorio y enciendo la pantalla de mi teléfono para husmear en Wattpad. No obstante, el estómago se me pone al revés cuando noto que añadieron mi historia a una lista de lectura titulada «Basura con letras». Intento evadir aquella notificación, pero me topo con un comentario escrito por el mismo usuario.
«¿Qué clase de mierda es esta? Pensaba que encontrar talento real aquí y no a cualquier imbécil que creyéndose escritor profesional».
Ingreso a su perfil y arrugo la frente al percatarme de que ha sido creado hace apenas unos días. Solo me sigue a mí y no figura ninguna descripción, por lo que niego con la cabeza. No tengo por qué prestarles atención a críticas negativas sin argumento, de modo que ni me molesto en responderle. No merece importancia. Si tanto detesta lo que escribo, puede parar de leer cuando guste.
Me levanto de la cama y camino hasta el espejo para quitarme la camiseta. No obstante, pego un respingo al vislumbrar el reflejo de Kiara, recostada en el umbral de la puerta. Una vez que mi mirada recae en ella, ingresa con una sonrisa y toma asiento en la silla giratoria del escritorio. Extrae un libro de mi mochila, la cual no necesita pedir permiso para tocar.
—¿Desde hace cuánto estás ahí?
—No hace mucho, descuida. Vine a pedirte que no ronques muy fuerte porque mi habitación está justo al frente.
—¿Cómo voy a roncar si ni siquiera duermo por quedarme leyendo en Wattpad?
—¿Ya terminaste los libros que te regalé?
—Aún no. Estoy leyendo Invierno en Las Vegas, la segunda parte de la saga de Otoño en Londres. Calculo acabarla mañana, aunque no quiero despedirme de los personajes.
—Usas el separador que te ayudé a decorar. —Sus ojos adquieren un brillo especial en tanto eleva entre sus manos el pedazo rectangular de cartón azul. Luego de observarlo, lo regresa a la página respectiva.
—Valoro mucho que te tomaras ese tiempo. Nunca nadie lo hizo antes. Me gustaron los colores que escogiste para el marcapáginas de Química imparable.
—Me guié de la portada, igual con Miradas Azucaradas. Para True Colors no sabía cuál elegir, así que mezclé varios. Dejé espacio atrás de todos los separadores para que escribas tu frase favorita del libro. Los que más me encantaron fueron los de Mi conquista tiene una lista y Ni príncipe ni princesa.
—Gracias por hacer esto conmigo. —Volteo la silla giratoria para quedar frente a ella y besar su frente—. Si gustas leerlos también solo avísame para prestarte los que desees. Algunos ya no están en la plataforma porque se publicaron en físico.
—¿Me podrías dar este? Me atrae la sinopsis y el aroma a libro nuevo.
—Claro. He marcado con post-its rosas los párrafos que me recuerdan a ti. Planeaba prestártelo de todos modos porque hice varias anotaciones pensando en ti.
Ha guardado en mi mochila el ejemplar anterior y ahora sostiene uno de portada blanca con puntos de colores que reconozco en un santiamén. Después de sonreírle, me alejo para dirigirme hacia la cama y me echo sobre el colchón. Viene a tumbarse a mi costado y no retengo mi sonrisa al contemplar su rostro tan cerca del mío, puesto que en esa posición mis ganas de acabar con la distancia aumentan.
Siento que respiramos el mismo aire y que nuestros alientos constituyen una misma atmósfera, una que no quisiera romper pronto. Apoya su cabeza sobre mi hombro cuando extiendo mi brazo, mas no me abraza por sostener el libro. Mantiene la vista fija allí durante minutos tan largos que me parecen horas, señal de que ha comenzado con su lectura. Mi vista recorre la habitación durante unos minutos, en busca de algo que pueda usar a mi favor. Extraño tener sus brazos alrededor de mí.
—Kiara, tengo frío.
—Pero la ventana está cerrada.
—El aire se filtra por debajo de la puerta.
—Yo no siento nada —contesta sin despegar sus ojos las páginas.
—Solo abrázame —me rindo finalmente.
Coloca el libro encima de la mesa de noche situada a un lado y me envuelve con sus brazos. Asciende por mi cuello un camino de besos hasta llegar a mis labios. Introduzco una mano por debajo de su blusa y acaricio su piel con delicadeza. Kiara enreda sus dedos en mi cabello y lo desordena mientras profundiza un beso que acaba con el aire almacenado en mis pulmones. Nos separamos, pero su frente permanece pegada a la mía. Mis caricias descienden por sus caderas y se detienen en sus muslos mientras que las suyas permanecen en mis mejillas. Conecta sus ojos garzos con los míos y por un momento los confundo con el océano.
—¿Contento? Creí haberte dicho antes que no necesitabas ninguna excusa. Me gusta que me abraces así. Cuando éramos niños hacías esto muy seguido.
—Es que sentía miedo. Me asustaba que mi corazón dejara de latir en cualquier momento.
—Pero ambos seguimos aquí. No te pediré que lo olvides, porque ni yo lo he logrado. También me aterraba la idea de morir. —Fracaso al tratar de sonreírle, pues la frustración me vence. Todavía evito vestirme con pantalones cortos por las cicatrices de mi pierna. Me repulsa verlas. Desearía que desaparecieran—. Sin embargo, podemos aprender de nosotros mismos, supimos cómo vencer al cáncer.
—Espero que, en el futuro, esa enfermedad ya no torture a nadie. Aunque en mi desesperación por escapar de esa realidad, empecé a inventarme historias y tú fuiste mi primera lectora.
—Oyente —me corrige—. Me contabas cuentos casi todas las noches, por eso escogía siempre la cama junto a la tuya.
—Con las luces apagadas, mi imaginación creaba miles de escenarios donde nada malo ocurría.
—¿Qué es lo último que piensas antes de dormir?
—Justo ahora no dejo de pensar en ti.
—Tienes que dejar de ser tan cursi. —Ahueca mis mejillas y vuelve a besarme. No sé si se ha dado cuenta de que yace encima de mí, mas no le menciono nada porque no quiero que se vaya—. ¿De dónde sacas esas frases? ¿De libros o de una página de cumplidos de Internet?
—Salen de mi corazón, ¿acaso no puedo expresarte mis sentimientos?
Antes de que responda, giro para que su espalda quede contra el colchón y reparto besos por todo su rostro. Inicio por su frente para después pasar a sus párpados, su nariz y la comisura de sus labios. Cuando llego a su cuello, su risa se intensifica y sonrío sin ánimos de detenerme. Con la respiración agitada, se revuelve entre mis brazos, producto de las carcajadas y trata de apartarse, sin conseguirlo.
—Me estás haciendo cosquillas.
—Adoro escucharte reír
Apenas freno mis movimientos, una almohada me golpea.
—Si sigues así, me voy a ir.
—No lo harás.
—¿Qué vas a hacer para impedirlo? —Le arrebato el cojín de las manos y beso su hoyuelo.
—Te quiero.
—Yo también a ti —me responde. Voltea para mirarme a los ojos y se alza un poco sobre el colchón—. Si me quedo a dormir contigo, ¿me dejarás abrazarte?
—Haz lo que quieras conmigo.
—¿Eso significa que puedo quitarte la camiseta?
No esperaba que fuese tan directa, pero asiento y la ayudo a quitármela rápidamente.
—Póntela tú si quieres. —Cuando se la tiendo, la recibe y aspira mi aroma impregnado en la prenda—. Seguro te queda mejor que a mí.
—A este paso, terminaré con tu guardarropa.
No aguarda a que desvíe la mirada para desabrochar los botones de su blusa. Alzo mi vista hacia el techo, por si le incomoda que mire. Pero toma mi rostro entre sus manos y lo dirige hacia ella. Le sonrío antes de buscar sus labios y no aparto la mirada, acción por la que no se ruboriza ni un poco. Me gusta que ahora tengamos esta confianza y no temamos ser juzgados el uno por el otro. Jamás la había observado así, con solo un sujetador cubriendo sus pechos, el cual se quita por encima de mi camiseta cuando ya la trae puesta.
Vuelvo a la cama y tiro de las sábanas para protegernos del frío, sin pasar por alto lo hermosa que luce con mi ropa. La atraigo hacia mí y esconde su rostro en el hueco de mi cuello, aprovechando para depositar un beso en esa zona. Rodeo su cintura y froto sus brazos cuando la siento tiritar.
—Dulces sueños. Despiértame si comienzo a babearte la cara.
Y el último sonido que escucho antes de cerrar los ojos es mi favorito: su risa.
***
Amo la relación que están construyendo Sebastián y Kiara ❤️ también me encanta lo bien que él se ha integrado a su familia y la complicidad que tienen.
En este capítulo se mencionaron los títulos de algunos libros, ¿los han leído? Yo recomiendo todos al 100% 💕
Lastimosamente no todo es color de rosa, ¿creen que traerá problemas el usuario que dejó esa clase de comentarios en la cuenta de Wattpad de Sebas? ¿Alguien estará detrás de él?
Ya lo averiguaremos más adelante, ¡hasta la próxima semana! 🤙🏻
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