35| El secreto de las estrellas
La temporada de exámenes culmina más rápido de lo pensado. Nuestras calificaciones se publicarán en la página de la universidad al término de las fiestas navideñas, así que solo queda que esperar. Mis amigos se marchan de vacaciones el mismo viernes que las clases finalizan: Axel pasará Navidad junto a su familia en Roma y Logan parte rumbo a California, lugar donde se encontrará con su madre —quien viaja desde Londres— para visitar a sus abuelos.
Empaco tres libros en mi maleta y el sábado a primera hora me dirijo al aeropuerto para abordar el avión con destino a mi ciudad natal. Kiara se sienta conmigo durante todo el vuelo, por lo que compartimos mis audífonos. Aunque a mitad del camino, se duerme en mi hombro y causa que mi brazo se entuma, pero no la aparto en ningún momento.
Beso su frente para despertarla cuando aterrizamos y le ayudo a Diego a trasladar la jaula de Leo, quien viajó bajo el asiento del padre de Kiara. El pulgoso recién abre los ojos en el momento en que le abrimos la puerta para colocarle la correa y se despereza estirando las patas. Tomamos un taxi directo a la casa de los Rose y a pesar del frío, bajo la ventanilla como Hallie Parker de Juego de gemelas en su llegada a Londres. Con There she goes sonando desde mi celular, me siento como el protagonista de un video musical. Incluso saco mi cabeza por la ventana para saludar a una estatua.
El vehículo se estaciona frente a una casa de dos pisos, cuyo jardín delantero se encuentra delimitado por una reja negra. Apenas ingresamos, me asignan la habitación de huéspedes y desarmo las maletas el resto del día. El domingo me dedico a escribir el próximo capítulo para mi historia, la cual Kiara piensa leer, aunque después de mi último libro, teme por la integridad física de mis protagonistas.
Tecleo sobre mi portátil y me sobresalto cuando un estruendo proveniente del ático mientras que Leo, quien yace acurrucado en mi regazo, ni se inmuta. Lo dejo en el suelo con cuidado y subo las escaleras a toda prisa para encontrar a Kiara debajo de un muñeco gigante y junto a una caja de luces navideñas tirada en el suelo.
—¿Me estás engañando con Santa Claus?
—¡Claro que no! —Lo empuja para quitárselo de encima—. Ese barrigón sigue sin sacar a mis personajes favoritos de sus libros. Debería darle galletas con veneno.
—¿Para qué quieres a un chico hecho de letras si me tienes a mí? Yo por lo menos existo.
Me golpeo el pecho con mi puño y al percibir dolor, compruebo mi existencia. Sin embargo, no borro la hipótesis de que ambos pertenecemos a una novela y que la persona que la escribe también forma parte de otra historia. Constituyendo así un bucle de universos paralelos, de los cuales un cruce implicaría la destrucción total de lo que creemos una realidad.
—¿Por qué todavía no somos novios?
Un cortocircuito se produce en mis engranajes. Estos se atascan y lanzan chispas que le bloquean el paso a mis posibles respuestas. Falta menos de una semana para la víspera de Navidad, día en que visitaremos el hospital. Sé lo que significa, por eso no puedo evitar ponerme nervioso y se me dificulta contestarle con normalidad.
—Porque quizás estoy esperando el momento indicado.
—Ten por seguro que no te rechazaré, ¿sí? Quédate tranquilo. Dejamos de vernos por más de cinco años y en ningún momento me olvidé del sonido de tu voz o de los cuentos que te inventabas cuando no podía dormir. —Sonrío, siendo asaltado por los recuerdos. Recojo la caja de luces y me la recibe cuando se levanta para luego extraer un pequeño ramillete de allí—. Te lo pediría yo, pero ya di el primer paso y ahora te toca a ti para que estemos iguales.
—¿Entonces tú serás quien me proponga matrimonio?
—¿En una biblioteca te parecería bien?
—Tú vuelves mágico cualquier lugar. La locación no importa.
Recargo mi espalda en la pared e inspecciono la habitación. Una luz amarilla ilumina el techo de madera y sábanas blancas cubren diversos muebles. En un rincón reposan unos lienzos de paisajes y en la esquina opuesta descansa un árbol de Navidad. Imagino que los cuadros llevarán mucho tiempo guardados, pero, aun así, lucen como si la pintura continuara fresca. No me atrevo a indagar por si a Kiara le entristece que saque el tema, mas me da curiosidad saber si los ha pintado su madre.
—¿Alguna vez has besado a alguien bajo un muérdago?
—No, pero me gustaría. Santa Claus necesita afecto después del odio que recibe de tu parte.
—Todo tuyo. Me quedaré con uno de sus renos.
Se aleja de mí para dirigirse hacia un muñeco de tamaño real con ojos saltones, un listón rojo atado al cuello y una nariz del mismo color. Pese a que son animales diferentes, la imagen de Bambi aparece en mi mente y me acuerdo del dibujo que pintó Kiara en una de las chaquetas que obsequiaremos cuando regresemos al hospital.
—¿Dónde se supone que irá ese cornudo?
—En la entrada. Colocaremos estas luces alrededor del trineo para que se vea mejor, ¿me ayudas a desatarlas? Desenredo mis audífonos durante todo el año y aún no sé cómo desenlazarlas.
—Sé que no eres buena con los nudos. Até tus cordones hasta los nueve.
Desenmaraño los diminutos focos con cautela, los cuales de seguro centellean junto a una animada melodía navideña. He visto miles de casas atiborradas de decoraciones durante esta época, mas la mía jamás fue una de ellas. Si no yacen muy ocupados, mis padres apenas cuelgan una corona en la puerta y luces en una ventana.
—En verdad aprendí a amarrarme las agujetas mucho antes. Te mentí porque me gustaba que lo hicieras tú.
—¿Crees que no me daba cuenta? Lo sabía, pero me gustaba atarlos por ti.
Llevaba años esperando que lo admitiera. Ya pensaba que nunca me lo confesaría. Cierra los ojos cuando mis labios chocan contra su frente y la escucho suspirar, quizá producto del frío.
—A mí me gustaban tus cuentos antes de dormir.
Varias veces dormimos en el hospital. Solían apagar las luces temprano para que los pacientes descansaran, aunque nunca reinaba el silencio. El chirrido de las camillas trasladando enfermos por el pasillo y los gritos de familias que perdían un integrante nos impedían conciliar el sueño.
Además, para dos niños de ocho años las nueve de la noche resultaba demasiado temprano. Si bien nos agotaban las quimioterapias, el miedo hacia ese futuro incierto al que nos veíamos obligados a saltar nos mantuvo despiertos varias veces. Allí nacieron mis historias. Cobraron vida durante las noches que pasé en una cama de hospital con la finalidad de refugiarnos a ambos en un mundo en que sí queríamos vivir.
¿Lo malo? Que era ficticio, que el cáncer existía y que teníamos que enfrentarlo a la mañana siguiente. Con una faceta más agresiva que el día anterior construida mientras dormíamos explorando el planeta de nuestros sueños para recargar energías.
—Fuiste la primera persona que confió en mí. No te imaginas lo agradecido que estoy por ello. Escuchaste cada relato que maquinaba mi mente y te adentraste tanto como yo en él.
A pesar de que no lo veo venir y sucede en menos de lo que dura un parpadeo, reacciono acariciando su rostro cuando me besa. Tanteo sus pómulos, su mentón, sus cejas y su frente. Maniobro para depositar la caja de luces sobre una pequeña mesilla situada a mi costado y rodeo su cintura. Apenas nos separamos, puesto que su aliento y el mío todavía se fusionan en una sola atmósfera. Kiara incrementa nuestra cercanía al enredar los brazos alrededor de mi cuello.
—Papá y Diego están terminando de envolver los regalos que compramos, después adornarán las ventanas. Debemos acabar hoy para armar el árbol de Navidad esta noche.
—¿Puedo decorarlo con ustedes?
—Obvio que sí. El que menos esferas rompa ganará tres de las galletas que hornee Diego. Si se pone creativo, les da forma de arbolitos.
—¿Esas no son para los niños del hospital? Me sentiré culpable si les quito sus golosinas.
—Hace unos años esos fuimos nosotros, así que tenemos derecho a comerlas también.
—¿Cuántos pequeños encontraré allí? —inquiero, pese a que me atemoriza averiguarlo—. Necesito prepararme mentalmente para lo que presenciaré.
Kiara rompe el contacto visual conmigo y suspira, lo cual no tomo como buen indicio. Aun así, me aferro a la esperanza de escuchar que el departamento de oncología del hospital está casi vacío. Pero aquello solo intensifica el golpe que me propina la realidad.
—Hay más niños ahora que cuando ambos nos atendíamos ahí. También asisten adolescentes. La unidad oncológica ha crecido bastante, varios vienen del interior guiados por las buenas referencias.
—Nadie debería estar en ese sitio. No detesto el hospital, por el contrario, le agradezco por la atención que me brindó. Pero desearía que todas esas personas estuvieran disfrutando de su vida. Merecen cumplir sus sueños, conocer nuevos lugares, salir a divertirse y no permanecer internados, soportar sesiones de quimioterapias y sufrir recaídas. Si para un adulto aquello puede resultarle una pesadilla, para un niño puede ser hasta el mismísimo infierno.
De pronto, Kiara se aparta de mí para dirigirse hacia la esquina del cuarto. Coge un lienzo localizado detrás de otro dos y cuando voltea, descubro la imagen plasmada allí. Una persona sentada en la cúspide de una colina contempla las estrellas que iluminan el cielo nocturno. Ubicada de espaldas, extiende sus alas, lista para emprender vuelo.
—Este cuadro lo pintó mi mamá. —Lo trae hacia mí y al tenerlo cerca, me parece todavía más real—. ¿Te acuerdas de lo que nos contó respecto a las estrellas?
Cómo olvidarlo. El escenario que inventó para alentarnos a luchar contra cualquier adversidad me ha acompañado desde que era tan solo un niño que temblaba apenas una enfermera se le acercaba con una inyección en mano. Siempre nos lo repetía. Conservo intacto el recuerdo de la señora Rose improvisando un dibujo similar en una hoja del cuaderno de Kiara.
—Cada estrella sobre el cielo de la vida representa un sueño que anhelamos alcanzar. Estas se agrupan en constelaciones, pero ninguna brilla más que otra y es ese resplandor el que nos guiará hacia ellas. —Me aproximo al lienzo y contemplo las pinceladas, embelesado—. Las nubes simbolizan a las personas que con el paso de las estaciones se marchan a surcar otros cielos, así como nuevas se detienen en el nuestro. Pueden causar viento, lluvia, tornados o dibujar auroras que iluminen nuestro camino. A algunas resulta mejor dejarlas ir, mientras que a otras vale la pena conservarlas. Muchas generarán tormentas, en tanto las demás restaurarán la calma. Debemos priorizar a estas últimas, aquellas que nos alientan a tocar el firmamento. Las nubes problemáticas solo sirven para desatar lluvias que nos dañen las alas, aunque nosotros podemos usarlas para que estas se fortalezcan.
—Nuestras alas están hechas de aquello que nos impulsa a volar hasta las estrellas —continúa Kiara, quien evoca tan bien como yo las palabras de su madre—. Si soñamos con pintar, estarán compuestas de pinceles, dibujos y repletas de colores. Si nos apasiona escribir, las conformarán historias, versos y letras. Nosotros las confeccionamos a lo largo de nuestra vida con el amor que sentimos hacia lo que nos apasiona. Se hacen más consistentes con cada estrella que recolectamos y siempre son lo suficientemente fuertes como para alcanzarlas a todas. Por esa razón, debemos evitar a toda costa que nos corten las alas y alejarnos de cada agujero negro que amenace con absorbernos. Solo muere una estrella cuando dejas de perseguir un sueño, esta se apaga y desaparece del cielo cuando renuncias a ella.
—Por eso necesitamos cazar cada uno de nuestros sueños.
—Y no frenar hasta alcanzarlos a todos —complemento.
—Si ella estuviera aquí, no pararía de repetirte lo orgullosa se siente de ti. —Apega el dibujo a su pecho antes de devolverlo al rincón—. Creo que le encantaría vernos así, juntos a pesar de los años y libres de toda enfermedad.
—Cuando inaugure una galería de arte, colgaré sus lienzos allí para que los conozca el mundo.
—A veces pienso que siempre supo cómo terminaríamos. Lo escribió en la carta y no se equivocaba.
—Bastó con que tocaras el timbre el sábado anterior para que mi papá y Diego gritaran tu nombre. Solo les conté que quería presentarles a alguien y dieron por sentado que eras tú.
—Sus suposiciones acertadas te ahorraron presentaciones incómodas. Yo estaría agradecido.
—Dudo caerles igual de bien a tus padres. —Mi mandíbula se tensa. Ojalá no detestaran a una de las mejores personas que he conocido en mi vida—. Jamás le agradaré a todas las personas que se crucen en mi camino y no significa que haya un problema conmigo, sino que brillamos en direcciones opuestas. No necesito copiar a nadie, yo soy mi propio modelo. Quien guste de mí puede quedarse.
Mi sonrisa se restaura. Me alegra que por fin lo entendiera. A nadie le corresponde cambiar para satisfacer al resto, somos suficientes para complacernos a nosotros mismos.
—Yo elijo quedarme para molestarte de vez en cuando. Quizá te tire encima otro balde de pintura.
—¡Joder! —vocifera y temo haberla fastidiado.
—Perdón, era un chiste. No hablaba en serio.
No demoro en percatarme de que ha extraído los cables de luces de la caja e introducido el enchufe en el interruptor ubicado en la parte inferior de aquella mesilla. Sin embargo, no se manifiesta ni el más mínimo destello.
—Lo decía por las decoraciones. Los focos se quemaron, ¿hace mucho frío para ir al centro? Porque si no consigo otras la casa lucirá resplandeciente y la entrada muy apagada.
—Pero no se verá mal. Que alumbre el trineo la nariz del cornudo.
Señalo al reno, mas noto que algo sucede apenas baja la mirada. Tomo su mentón para obligarla a mirarme a los ojos.
—Coloco luces por toda la casa con la esperanza de que mi mamá, desde el cielo, voltee a ver el rincón del mundo que dejó hace bastante tiempo. Es mi manera de gritarle que estoy aquí, de llamar su atención y de sentir que me observa. Necesito comprar más focos, Sebas.
—Entonces iré a buscar mi chaqueta —le sonrío. Se nota que es importante para ella—. Nos encontramos abajo en cinco minutos, ¿qué tal si sacamos a pasear a Leo?
—Buena idea. Le pondré su suéter de Piolín.
Me dirijo a mi habitación y apago mi portátil, el cual dejé encendido. Elijo el más grueso de mis abrigos y tras revisar la batería de mi móvil, lo guardo en mi bolsillo. Ya listo, desciendo por las escaleras hacia la sala de estar, donde el señor Rose y Diego nos encargan a Kiara y a mí papeles de regalo, ya que todavía les falta envolver el auto eléctrico que Axel y Anthuanet enviaron como donación. Nos despedimos de ambos y salimos a recorrer las calles londinenses con Leo, a quien agarro de la correa.
Todo parece despertar su curiosidad, pues olfatea y mueve la cola con entusiasmo. Lo sujeto con fuerza cuando acelera sus pasos hasta llegar una cabina de teléfono roja y alza su pata. Giro mi rostro para no observar cómo micciona y me distraigo contemplando la ciudad. Los autobuses rojos de dos pisos y los coches negros circulan por las avenidas como de costumbre mientras que turistas descalzos se congregan en la calle Abbey Road para tomarse fotografías en alusión a la portada de un álbum de The Beatles.
Me les uniría si trajera bonitos calcetines, pues no planeo tocar el piso con los pies en este frío.
—¿Hace cuánto no venías por aquí?
—No lo recuerdo con exactitud, pero siento como si hubiesen transcurrido décadas y lo hace mucho más especial que tu estés aquí conmigo.
Kiara me sonríe con un resplandor en los ojos. Podría perderme en ellos la vida entera.
—¿Sabías que llaman a Londres ciudad de la niebla? Algunos artistas afirman que los inspiró para componer canciones. Seguro a ti te nace una idea para el próximo best seller.
—Depositas mucha confianza en mí, por lo visto. Si no consigo llegar tan lejos como piensas no te decepcionaré, ¿verdad?
—Claro que no, Sebas. Soy yo la que te defraudó a ti. —Abro la boca para protestar, pero ella continúa—: Sé que no te gusta que me reproche a mí misma por algo que ya ocurrió, pero no lo he olvidado. Me comporté fatal contigo.
—Le tenías miedo a Ethan, Kiara. Y con justos motivos. No te culparé por ello. A mí también me aterraría que alguien se sobrepasara conmigo, me controlase e intentara hacerme daño.
—Gracias por acompañarme a casa los días siguientes.
—No fue nada. Quería asegurarme de que retornaras a casa sana y salva, aunque no dudo de tu capacidad de propinarle otro puñetazo a ese imbécil —me satisface rememorar. Aquello resulta insignificante si lo comparamos con lo que Kiara tuvo que atravesar por culpa de ese degenerado.
—Disfruté mucho haciendo eso, no te lo niego.
—Si no le pegabas tú, lo hubiera hecho yo. Ganas no me faltan de estrellar su cabeza contra la pared.
—Practicar levantamiento de pesas seguro te rindió frutos. —Resguardo su mano en el interior del bolsillo de mi abrigo apenas la rozo por accidente y la descubro fría. Paso mi brazo libre por encima de sus hombros y beso su sien—. No entiendo cómo el niño tímido y callado que conocí se convirtió en un cínico escritor en potencia capaz de desfigurarle el rostro a cualquiera con ayuda de sus músculos tonificados y abdominales marcados.
—Tampoco exageres. No tengo tanta fuerza.
—¿Me equivoqué con lo último?
—¿Te gustaría averiguarlo?
—Cuando quieras, me encantaría. —Antes de que un tono rojizo tiña mis mejillas, un minino se atraviesa en nuestro camino y Leo sale en su persecución, arrastrándome con él—. ¡Sebas, espera!
—¿Acaso nunca has visto un gato, pulgoso? —le increpo, como si fuera a contestarme—. ¡Estropeaste el momento!
Intento esquivar a todas las personas que se cruzan en nuestro camino en tanto me jala por varios metros. Tiro con fuerza de la correa para impedir que cruce la pista en plena luz roja. Por fortuna, frena cuando su asediado se escabulle por un callejón y lo da por perdido. Kiara avanza hacia nosotros, con los brazos cruzados sobre su pecho a causa del frío.
—Amor.
—¿Sí?
Apenas escucho la forma en que me llama se me paraliza el corazón, pero cuando se agacha para a acariciar al cachorro caigo en cuenta.
—Le decía a Leo.
—Ya lo sabía —miento y me giro hacia el semáforo que ya ha cambiado a verde. Kiara me besa la mejilla.
—¿Sebastián?
Aquella voz me sobresalta. Me aparto de golpe y pestañeo en exceso al vislumbrar la figura de mi madre. Por un instante pienso que se trata de algún espejismo y ruego que así sea. No obstante, mantiene el ceño fruncido y detiene su vista en Leo, a quien ahuyenta cuando se aproxima a olfatear sus zapatos. Kiara me toma del brazo, porque de pronto, me he tensando por completo.
—Pensé que papá y tú saldrían de viaje para Navidad, me aseguraste que no estarían...
—¿Y por eso regresaste aquí con ella? —me interrumpe, señalando a Kiara. Mamá luce agitada, lo noto por cómo sube y baja su pecho—. Nuestro vuelo está programado para esta tarde. Debemos reunirnos con los nuevos socios de la empresa, ¿ustedes a qué vinieron? ¿A perder el tiempo?
—No quería que Sebas se quedara solo en la universidad durante las fiestas, así que mientras usted le cerraba las puertas lo invité a pasar Navidad conmigo. —Le sostiene la mirada a mi madre, sin dejarse amedrentar.
—¿Todavía intentas lavarle el cerebro a mi hijo?
—¿Tanto te cuesta aceptar que no deseo seguir sus pasos? La única persona con el derecho de escribir la historia de mi vida soy yo.
—Sabes bien que esta chica no te conviene. Se aburrirá de ti al igual que todos a los que llamas amigos.
—No te creo. Desde niño me repetiste constantemente que era un inútil. Me mentiste. Mis libros me han demostrado lo contrario, han inspirado a mucha gente y me han hecho crecer a mí.
—Yo no obligaré a Sebastián convertirse en alguien que no es. Lo apoyaré para que cumpla sus sueños y estaré cuando me necesite. Jamás me aburriré de él —le asegura Kiara, sacándome una sonrisa—. Debería leer sus escritos y darle siquiera una oportunidad porque se está perdiendo de bastante talento, ¿planea pasar el resto de sus días en una guerra?
Mamá parece pensárselo. Aunque un gesto de molestia se apodera de sus facciones cuando Leo hace ademán de aproximarse a olfatearla. Él retrocede y se oculta detrás de mí, intimidado.
—¿Puedo te mostrarte mis novelas? Si no te gustan, no insistiré. Tampoco te culparé por no compartir una opinión positiva —suplico y suspira. No sé si por lo mucho que le estresa discutir o porque está dispuesta a ceder—. Solo te pido que me permitas continuar trazando mi destino. No me prohíbas ser feliz. No quiero verte como un obstáculo, sino como un apoyo.
—De acuerdo. Pero ese animal no ingresa a la cafetería de ninguna manera. Que nos espere atado al poste de luz.
—Entra tú. Aguardaremos aquí —me indica Kiara y asiento, pese a que no me agrada que ambos permanezcan fuera en tanto frío. Quién sabe cuánto tardará mamá en arrepentirse.
Nos adentramos en el lugar y caminamos hasta una mesa desocupada. Cuando un mesero se nos acerca, mi madre ordena un café mientras que yo me quedo en blanco. Solicito un vaso de agua y observo de reojo a Kiara y Leo a través de la vitrina. Ella me sonríe, indicándome que todo se encuentra bien. Minutos después, depositan frente a cada uno nuestras bebidas e iniciamos la conversación que teníamos pendiente.
—¿Traes allí alguno de tus libros o aún no salen en físico?
—Quizá pronto. Me inscribí al concurso que organiza una editorial y el premio es justo ese. —Un nudo revuelve mi estómago al recordar que no me han enviado a mi correo ninguna notificación—. De momento subo mis historias a una plataforma de internet.
—¿Desde hace cuánto publicas tus novelas ahí?
Les conté a mis padres acerca de Wattpad el mismo día que anuncié que no cursaría la carrera de Administración. Sin embargo, aquello provocó tanto revuelo en ellos que ni le prestaron atención. Así que no me queda otra opción que explicárselo todo de vuelta con la esperanza de que lo entienda. Las manos me tiemblan cuando ingreso a la aplicación y me dirijo a mi perfil.
—Desde los catorce. Ganar concursos de la página me ayudó a lograr un mayor alcance. Estas son mis novelas. —Casi se me resbala el teléfono de los nervios, pero lo atrapo a tiempo—. Llevo dos publicadas, la tercera está en proceso y la cuarta yace en borrador.
—¿Tienes más de quinientos mil seguidores? —Mi madre alza las cejas, sorprendida. Trago saliva y asiento, temiendo una reprimenda—. ¿Y qué significa esa «M» al lado del número cincuenta en la portada de esa historia? ¿Millones?
—Sí, de todas formas, las vistas no importan mucho. —Agarro mi celular de nuevo para encaminarme al muro. Siento el corazón en la garganta y deseo con todas mis fuerzas que lo siguiente la haga cambiar de opinión—. Quiero mostrarte los mensajes que mis lectores dejan en mi tablero.
—Espera un segundo, ¿por qué tantas pegatinas cubren tus portadas?
—Son las medallas de algunas competencias de escritura que gané.
—Hay más de cinco calcomanías ahí, ¿por eso a veces bajabas de tu habitación con una inexplicable sonrisa de oreja a oreja?
—Lamento si me oíste gritar un par de veces, la emoción suele vencerme —me disculpo y procedo con el recorrido turístico. Si nos topamos con algún fanfic perturbador, estaré muerto.
—Colocaste una estrella al costado de tu nombre de usuario. Muy original. —Elevo la vista a mi foto de perfil y niego. No debí colocar una imagen mía con el filtro de brócoli de Instagram.
—Me la otorgó la plataforma a modo de reconocimiento por mis historias el año pasado. A varias personas les gusta lo que escribo, mis lectores llenan mi muro de cometarios. Si hallas amenazas ignóralos, están todos locos.
Desliza su índice por la pantalla apenas le entrego el móvil y lee cada uno. Muchos afirman que soy su escritor favorito, que poseo un talento increíble y digno de ser apreciado. Que les encantan mis escritos, que adorarían escribir tan bien como yo y otros parecen haberse enamorado de mis personajes. Una parte de mí todavía no cree que a tanta gente le agraden mis libros. Sé que me falta mejorar bastante y que existe un largo camino que recorrer para alcanzar mis metas. Pero evolucionaré a mi ritmo y creceré tanto como pueda.
—¿Por qué no me enseñaste esto antes?
—Se los conté a ti y a papá cuando les confesé que soñaba con estudiar Literatura. Ambos se enojaron tanto conmigo que no le prestaron atención a este detalle.
—¿Cuál detalle, Sebastián? Esto es increíble. Debería haberte escuchado. No tenía idea de que...
Se lleva una mano al cuello y entrecierra los ojos. Extrae un pañuelo de su bolsillo y seca el sudor de su frente, después aparenta volver a la normalidad. Bebe un sorbo de la taza de café para que me distraiga y no formule preguntas, mas no funciona.
—¿Qué sucede? ¿Te sientes mal?
—Ando demasiado ajetreada con asuntos del trabajo y estos empiezan a pasarme factura. No te preocupes. —Flexiona levemente su brazo derecho y gesticula una casi imperceptible mueca de dolor—. Luego de este viaje tomaré un descanso.
—¿Estás tomando tus pastillas? —le consulto. Mamá sufre del corazón, por lo que requiere medicación—. No olvides empacar las tabletas necesarias para las semanas que te ausentarás.
—Se terminaron las que guardaba en el botiquín y olvidé comprar más en la farmacia. Pero descuida, adquiriré otro paquete cuando aterricemos en Roma. De todos modos, no estamos hablando sobre mí ahora. Ya entiendo por qué tus amigos apuestan por ti.
—Todavía no es tarde para que lo hagas tú también. —No me detengo a meditar lo siguiente, a sabiendas de que me echaré para atrás—. Estoy saliendo con Kiara, mamá. Estuve enamorado de ella desde los ocho años y siempre me alentó. Mientras que papá me repetía que dejara las estupideces y me enfocara en algo que sí me daría de comer. No te imaginas lo mucho que me dolió no poder compartir con ustedes este camino. Me hubiese encantado salir de mi cuarto la vez que gané el primer concurso, contárselo y que me felicitaran con un abrazo. Era todo lo que anhelaba. Que estuvieran orgullosos de mí y no me consideraran un fracaso.
Cuando mi voz se apaga, busco a Kiara afuera del local. Continúa esperándome. No se ha ido. Nuestros ojos se encuentran y respiro profundo, como si los suyos me recargaran. Espera que salga para abrazarme. Trae a Leo entre sus brazos, quien me mira y ladea la cabeza.
—No pensé que te sintieras así. Creía conocer qué resultaría mejor para ti, pero nadie más que tú mismo lo sabrá, ¿no? —Desvía la vista. Mamá jamás elude miradas. Entonces me aseguro de que no intenta manipularme. Sus pupilas brillosas la delatan—. Temía que te arrepintieras y te perdieras en el sendero equivocado. Ni siquiera te escuché y traté de alejarte de la persona que querías. No te pediré que me perdones porque nuestras mentiras no tienen ninguna justificación. Te fallé como madre, Sebas.
Abandono mi sitio para rodearla con mis brazos y reconozco que le sorprende mi gesto cuando permanece inmóvil. Luego palmea mi espalda, cansada de discutir. A mí tampoco me apetece seguir así.
—Eres bienvenida a leer mis historias. Ya conoces la plataforma y mi nombre de usuario. Estás cordialmente invitada. Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, hijo.
Con esto en mente, me despido de ella con la promesa de reencontrarnos pronto. No siempre nos llevamos mal. El caos se desató cuando les conté que me apasionaba la Literatura. De pequeño solía quedarse a dormir en el hospital conmigo cuando Kiara, quien me recibe con un abrazo apenas salgo de la cafetería, se marchaba a casa. La relación que poseo con mi madre jamás fue ejemplar, mas me gustaría que construyésemos juntos un nuevo vínculo.
***
¡Hola!
¿Qué opiniones tienen sobre el capítulo? ¿Creen que la madre de Sebastián en verdad haya cambiado? ¿Estará cuidando de su salud?
¿Les gustó la historia de las estrellas? Personalmente, esperaba que llegara la parte de explicar la comparación ❤️ es la que más me gusta de todo el libro, pero no será la última.
Espero que hayan tenido una linda semana 😌 el próximo domingo publicaré el capítulo 36, uno de mis favoritos porque narra la visita de Sebastián y Kiara al hospital, lugar que por ahora solo se ha mostrado en los flashbacks 🏥
Nos leemos la semana entrante, ¡hasta pronto! 🤟🏻
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