32| En busca de regalos
Me despierto revuelto entre las sábanas, con los finos rayos de sol cayendo de lleno en mi rostro y el cantar de las aves... Bueno, en realidad me espabila el almohadón que impacta contra mi cara un sábado por la mañana.
Ninguna luz externa se cuela al interior de nuestra habitación, pues a principios de diciembre el cielo se halla cubierto de nubarrones. Adoro este clima. Siento que encaja conmigo. El olor a tierra húmeda me agrada casi tanto como el aroma a libros nuevos.
Ignoro los gritos de Axel, quien este fin de semana decidió quedarse en la universidad para culminar trabajos finales. Han transcurrido ya tres de semanas y nos acercamos a fechas navideñas, las cuales detesto pasar solo. Probablemente mis padres salgan de viaje de negocios y, como el año anterior, deba quedarme en la universidad ya que, de regresar a casa, nadie me recibiría.
Avanzo hacia el ventanal y, creyéndome el protagonista de una historia de Wattpad, abro las cortinas como si afuera no estuviera por echarse a diluviar. Sin embargo, empleo tanta fuerza que la barra de metal que las sostiene se descuelga y me golpea en la cabeza. En consecuencia, caigo al suelo con un terrible ardor en la frente y me enredo con la tela.
Cualquiera correría a revisar que no he quedado inconsciente, pero Axel larga una carcajada que resuena en las cuatro paredes de nuestra habitación. Aparto la seda que me cubre por completo para enfocarlo con el ceño fruncido. Quizá la persona que escribe mi libro me detesta, ¿acaso planea matarme? Mejor no le doy ideas.
—¿Por lo menos puedes disimular?
—No me reía de ti, sino de... —Mueve sus pupilas y señala las ramas del árbol que roza la ventana—. Esas dos palomas que se están comiendo el pico.
Me giro hacia allí y arrugo la frente. No poseen pudor.
—Ojalá que no hagan cosas raras por la noche, porque ya nada nos impedirá observar su excesiva demostración de afecto.
—¿No volverás a colocar ese fierro en su sitio? No me apetece que la gente que circule por el patio me vea desvestirme.
—Lo intentaré. —Me levanto del suelo, adolorido, y le echo un vistazo a los ganchos que sujetaban el soporte—. No me culpes si eres el próximo al que noquea esta barra. Aprovecharé tu inconciencia para robarme tus libros. Comenzaré por los autografiados.
—¿Quieres que publique fotos tuyas de cuando usabas tirantes?
¿A cuántas personas les envió Logan mis fotografías? No debí sacarme tantas. Creía que me sentaban bien, pero causaban que luciera más alto de lo que ya era y acabé pareciéndome a un tallarín estirado.
—¿Me estás amenazando?
—Solo te advierto que... —El móvil de Axel vibra, interrumpiéndolo—. ¡Ah, cierto! Por poco lo olvido, Emily pide que le atiendas el teléfono. Pregunta si estarás ocupado hoy.
—Respóndele que no por favor. No recuerdo dónde dejé mi celular.
Axel asiente y teclea en el suyo mientras revuelvo las sábanas de mi cama. Canto victoria cuando lo ubico sobre la mesa de noche. Suelo apagarlo cuando duermo, así que no escuché las notificaciones. Después de encenderlo, ingreso a WhatsApp para revisar mis mensajes y leo el último que me ha escrito.
«Más vale que el golpe que te llevaste en la cabeza te limpiara la mente. Merecido lo tienes por no actualizar».
Me río entre dientes al notar que bromea, mas me volteo hacia a Axel cuando releo la primera oración. Mi compañero de habitación, quien disfruta de divulgar penurias ajenas, suelta un silbido y clava la mirada en el techo, por lo que regreso mis ojos al dispositivo. Poseo tres libros publicados en Wattpad. Un tercero a punto de finalizar y un cuarto en borradores. Kiara lee el segundo que subí y el mismo que Axel leyó meses atrás. No obstante, ella pausó temporalmente su lectura debido al inicio de los exámenes y entrega de proyectos finales. Aun así, está pendiente de los mensajes de mi muro.
«¡Publiqué un capítulo de mi historia hace dos días! No toleraré ningún tipo de explotación creativa».
«¿Y eso qué? Tus lectores exigen el próximo. Además, ¿quién te manda a creerte personaje de Wattpad y asomarte por la ventana tan temprano? ¿Con qué pensabas toparte? ¿Con el cantar de las aves?».
«En realidad me sorprendieron dos palomas besándose».
Adjunto un emoticón nauseabundo y le envío una pegatina de Logan riendo, con la boca llena de galletas Oreo.
«¿Por qué te espantas? Eso mismo hacemos nosotros. Si no deseas encontrarte a dos ardillas procreando ven al centro comercial. Te esperaré en la puerta seis. Trae a tus amigos. Requeriré de mucha ayuda. Les explicaré todo cuando lleguen aquí».
Le sonrío a la pantalla y deposito mi teléfono en la mesilla junto a mi cama. Camino hacia el espejo para revisar mi mejilla, donde ya no se evidencian rastros del golpe que me propinó papá el día que nos reunimos. Incluso dejé de aplicarme base y le devolví el frasco a Kiara.
Me quito la camiseta de dormir y rebusco entre los cajones del lado izquierdo de la cómoda que comparto con mi amigo, a quien de pronto pierdo de vista.
—¿Axel?
—Ya me lo comentó. Los acompañaré —asegura. Su voz proviene del cuarto de baño—. Acabaré con mis tareas pendientes en la tarde. Ahora me ducharé.
—¿Con este frío? No necesitas bañarte tanto.
Cojo mi móvil para informarle a Logan. Le mando un mensaje y cuando lo lee, las exclamaciones de mi compañero de habitación amenazan con romperme los tímpanos.
—¿¡Has visto mi cepillo masajeador!?
—¡No!
Por fortuna, sus gritos cesan y supongo que halló lo que buscaba. Examino mi cama revuelta y me apuro en arreglarla. No me alcanzará tiempo para desayunar, así que bajaré a la cafetería por comida. Acuerdo con Logan encontrarnos en la puerta principal de la universidad. Me cambio de ropa y agarro una chaqueta. No consigo instalar de nuevo la cortina y me propongo llamar a uno de los conserjes cuando regresemos. Quizás alguno sepa colocar la barra, aunque me disgusta la idea de molestarlos.
Logan nos espera en la salida y se despide del guardia con que conversaba al reparar en nosotros. Compré un sándwich para mí en el comedor y las barras de goma de mascar que me encargó. Axel se conformó con una tajada de panetón. No entiendo cómo le gustan las pasas. Tomamos el tren en la estación y luego de terminar mi improvisado desayuno, abro el libro que llevé. Me sujeto con fuerza del pasamanos para no caer y me sumerjo en Un beso bajo la lluvia durante todo el viaje. Lo adquirí hace unos años gracias a un descuento en una librería del centro de Londres, cuando aún residía allí.
Arribamos al centro comercial y nos dirigimos hacia la puerta seis. Busco a Kiara con la mirada, pero me distraigo observando a una niña que transita junto a su madre, cargando un globo rojo. El universo me envía referencias literarias.
—¡Sebas! —Escucho a Kiara y volteo. Nos vimos ayer, pero ya la extrañaba. No viene sola, pues la acompañan Ivet y Anthuanet—. ¿Qué tan bueno eres para escoger juguetes?
Se detiene frente a mí y la abrazo. Cierro los ojos ante su cercanía, anhelando que el contacto se prolongue. Sus labios tocan la piel de mi mejilla y el corazón me revolotea en el pecho como si de una mariposa se tratara.
—¿Me comprarás todo lo que agarre de la tienda en cinco minutos? Sabía que atesorabas un gran corazón. Ya no tengo cinco años, pero todavía quiero un helicóptero a control remoto.
—A ti no, a los niños.
—¿A nosotros? —Se anticipa Logan y señala también a Axel—. Qué generosa, muchísimas gracias. No te hubieras molestado. Quiero una consola de videojuegos y un...
—Ya somos mayores de edad —lo interrumpe él y revienta el globo de chicle inflado por mi amigo.
—Hey, solo Ivet puede hacer eso.
—Kiara se refiere los niños con cáncer —aclara la aludida, y en ese momento, me parece comprenderlo todo.
—Cada año en Navidad mi familia regresa a Londres para realizar donaciones al hospital donde afronté los tratamientos para vencer a la leucemia —nos explica Kiara y le sonrío, aunque mis brazos se tensan en su cintura al concluir que no pasaremos las fiestas juntos—. A ellos les entregamos juguetes que van desde ponis salvajes hasta muñecas que defecan y mojan sus pañales. A los ancianos les obsequiamos víveres y accesorios para el frío. Incluso horneamos galletas navideñas. Esta vez pensamos sumarle ropa personalizada. —Anthuanet se da media vuelta, mostrándonos un dibujo de la Vía Láctea en la parte trasera de su casaca—. Ayer visitamos una tienda de ropa del centro para comprar chaquetas en que pintaré después. También tomé unas del departamento de objetos perdidos.
—Sí tomaste en cuenta mi sugerencia. —Axel simula limpiarse una lágrima.
—No podía descartarla —apunta Kiara y saca su celular para revisar la hora—. Pero ahora necesito ayuda para arrastrar cuatro carritos repletos de regalos.
—¿Me dejarías añadir algunos? —interviene Logan—. No podré viajar, pero sí me gustaría donarles unos cuantos juguetes.
—Cualquier donación es bienvenida. Ivet ya colaboró con el peluche que le regaló su ex.
Logan se ríe mientras que la susodicha rueda los ojos y codea el brazo de su amiga por delatarla.
—No le arrancaste la cabeza, ¿o sí? Te creo capaz de arrojarlo a una trituradora. Nada hicieron esos niños para merecer algo así.
—¿Y tú qué les ofrecerás? ¿Un teléfono? —retruca.
—¿Acaso traigo pinta de millonario? Claro que no. El dinero de mi tarjeta alcanzará para dos pistas de carreras y tres muñecas. Y no de esas que hacen popó, qué asco.
—Pero casi todas vienen con bacinica, mantitas y biberones. Algunas hasta lloran.
—Por eso no deseo hijos —murmuran Anthuanet y Axel al unísono, de lo cual se sorprenden al darse cuenta.
—Bien, elegiré uno de esos caballos con alas o un castillo gigante —se resigna Logan.
—¿Y cómo planeas meterlo en el taxi de retorno? —puntualiza Axel—. Con tantos paquetes no podremos tomar el autobús.
—Llevaremos los juguetes a mi casa en el vehículo de Anthuanet —le indica Kiara.
—¿Entrará todo en tu auto? —Él se vuelve a enfocarla, dudoso.
—¿Auto? Camioneta —lo corrige—. No recibí un coche de preferencia rojo a los dieciséis, pero lo compensó una camioneta cuando cumplí dieciocho. Así que prepárense para escuchar canciones de Louis Tomlinson durante todo el trayecto. Ya se acerca su cumpleaños y llenaré mi casa de luces en su honor. Ahora vayamos en busca de esos juguetes. Los niños nos lo agradecerán —afianza Anthuanet con una sonrisa—. Yo camino adelante para que admiren la obra de arte detrás de mi chaqueta.
Los tonos que cobra el cielo estrellado de la pintura le otorgan un gran atractivo. Abarca matices púrpuras, rosados y amarillentos; mientras que la silueta negra de unos árboles delimita el suelo. Nuestros amigos emprenden la marcha, esquivando a las personas que deambulan por los pasillos del centro comercial. Bajo la mirada hacia Kiara, quien permanece a mi lado.
—Lo pintaste tú, ¿verdad?
—Y se ve le gustó. —Suspira, en tanto divisa el paisaje que se aleja con cada pisada de su amiga—. ¿Te acuerdas del concurso? Hace unos días acudí al museo de arte para a entregar los dibujos. Anunciarán los resultados durante la segunda semana de enero. Estoy nerviosa.
—Sea cual sea el resultado, seguiré adorando tu trabajo. Ganes o no, eres una artista maravillosa. —Paso la yema de mi pulgar por su hoyuelo y le sonrío—. Aunque no me mostraras las pinturas.
—Las devolverán terminada la evaluación. Prometo enseñártelas después. Ayer culminé los proyectos que me quedaban pendientes, así que hoy volveré a leer tu historia. Faltan cinco capítulos para que acabe y todo marcha a la perfección, ¿debería asustarme?
—Tú solo disfruta la lectura.
Las escenas que narré en mi historia se apoderan de mi mente y el corazón se me encoge. Me costó mucho escribir ese final y mientras más lo repase, el vacío en mi alma se acrecentará. Nunca supero la muerte de un personaje, menos si fui yo quien lo creé. Para no ahogarme en tristeza, levanto la vista y trato de distraerme vislumbrando mediante los vidrios cómo empleados de las tiendas aledañas se las ingenian para atender a los clientes. Salgo de mis pensamientos apenas la oigo aclararse la garganta.
—Nos estamos retrasando, ¿me sueltas? —Su risa en mi oído causa que mi estómago se contraiga—. No has dejado de abrazarme desde que llegamos.
—Perdón —farfullo y me separo de prisa.
—¿No tomas mi mano?
Entrelazo nuestros dedos y cuando mi piel toca la suya, fusionándose con el calor que desprende, trazo círculos sobre sus nudillos. Sin embargo, frenamos en seco al toparnos con Thalia saliendo de una de las tiendas y me zafo de su agarre. Espero que desvíe su mirada de nosotros, lo cual sucede pronto y sigue de largo. No obstante, Kiara se cruza de brazos y me mira con la frente arrugada.
—¿Te incomoda que nos vean juntos?
—Por supuesto que no, ¿por qué piensas eso?
—Porque a veces intento abrazarte y te alejas. Sueltas mi mano y te apartas sin razón. No lo entiendo, ¿te avergüenzas de mí?
—Estoy orgulloso de ti —le garantizo, extrañado por su pregunta.
—Estás distante.
—No quiero causarte problemas. Sé que te importa lo que piensan los demás y dudo darte buena imagen.
Rehúyo sus ojos cuando estos se posan en mí e introduzco las manos en mis bolsillos. Kiara guarda silencio y por un momento creo distinguir sus pupilas brillosas.
—Ya no me interesa qué opine el resto, Sebas—confiesa y avanza unos pasos, acortando nuestra distancia—. No deseo que otros vivan mi vida porque solamente a mí me pertenece. Jamás les agradaré a todos, pierdo el tiempo tratando de complacerlos. Tampoco dejaré de juntarme con las personas que quiero para tener aprobación social.
—¿Entonces no te molesta que te vean conmigo?
Un suspiro escapa de mis pulmones y una sonrisa se dibuja en mi rostro apenas niega.
—Entiendo que pienses eso. Estuve a punto de negarte en la cafetería frente a Ethan y Thalia. —Cuando aplana los labios, solo anhelo que su sonrisa regrese—. Lo siento. Tenía que haber llevado mi chaqueta ese día.
—Yo nunca debí gritarle a Thalia que sufriste cáncer. Sé que estuvo molestándote con ello luego, en verdad lo lamento.
—¿Sin rencores?
—¿Podré besarte delante de todos en el comedor durante el almuerzo?
En respuesta, asiente y tira de mi brazo para enfundarme en un abrazo. Me aferro a su cintura y entierro la nariz en su cuello. Deposito un rápido beso allí, el cual le causa cosquillas y mis latidos se aceleran apenas la oigo reír.
—Dónde, cuándo y las veces que quieras.
—Te adoro.
—Yo también a ti. —Se aleja un poco para acunar mi rostro y empinarse hasta tocar mis labios en un beso corto que basta para robarme todo el aliento. Ni bien nos separamos, acomodo un mechón de cabello detrás de su oreja y le acaricio la mejilla—. Avísame cada que tengas un problema, que algo te agobie o te sientas mal. Podemos hablarlo y encontrar una solución. No me burlaré de ti ni te juzgaré, lo prometo. Sea lo que sea dímelo, no quiero que escondas aquello que te hiere. Confías en mí, ¿no?
—Claro que sí. Cuando una cosa me incomode, te la haré saber, ¿de acuerdo?
—Y ya no me rechaces —complementa.
—Juro que no volveré a hacerlo.
—Anda, vamos. —Se revuelve entre mis brazos, aunque no luce muy feliz de separarse—. Debemos comprar los juguetes para los niños del hospital.
No tardamos en alcanzar a nuestros amigos, puesto que no avanzaron más que cinco tiendas. Los hallamos bastante entretenidos en una que oferta figuras de acción, donde Logan compra una del Capitán América. Kiara nos guía a una juguetería adyacente al patio de comidas del centro y cogemos tres carritos de compras para después echarlos a rodar por los pasillos.
No traje demasiado dinero, pero pienso colaborar siquiera con dos. Evito darle vueltas a la forma en que pasaré Navidad y me centro en seleccionar uno de los autos de carreras de la estantería. Tal vez me vendría bien retornar, aun si mis padres no me esperan en casa. Con suerte mis ahorros alcancen para un pasaje de avión. No he pisado Londres mucho tiempo, me gustaría averiguar cuánto ha cambiado. Con mil cuestiones internas, doblo a la izquierda en una esquina y me detengo frente a una sección donde se exhiben robots.
—No sé tú, pero yo ya me cansé de esta aburrida música de tienda. Pensé que no existían canciones peores que las de ascensor.
Logan aparece detrás de mí, arrastrando el carrito que tomó. Dos juguetes yacen en su interior: una pista de carreras y un dinosaurio. Se saca el móvil del bolsillo y desliza su índice por la pantalla. Esta vez ha decorado sus uñas con diseños rojos y negros.
—¿Qué propones?
—Buscaré en tu lista de reproducción.
Hace unos años creó una exclusivamente para mí. Me permitió escoger mis temas favoritos y le colocó mi nombre. Creí que la eliminaría cuando cambió de teléfono, pero por lo que veo, la trasladó al nuevo.
—¿A thousand miles? ¿Besos en guerra? ¿Just the way you are? ¿Un año? —Alza las cejas mientras lee los títulos—. No recordaba que fueras tan romántico.
¿Qué clase de música escuchaba en la secundaria? Logan reproduce la primera opción, aunque sé que apenas durará. Casi nunca deja que una canción termine, pues cuando está por llegar al coro, presiona otra.
—Porque no lo soy.
—También añadiste una de salsa. —Pulsa otro botón y la tonada cambia por completo—. Bailando.
—Esa la agregué por un personaje de Wattpad —rememoro, nostálgico. Debería ahorrar para comprarme la novela en que aparece—. Las canciones de Monsieur Periné que encontrarás allí son en honor al primer libro de la plataforma que me hizo llorar.
Recién empezaba a aventurarme en la comunidad cuando leí El amor y otros vacíos. Aquella historia me enseñó tanto desde el primer hasta el último párrafo que jamás conseguiré borrarla de mi corazón. Empaticé tanto con el personaje principal que no supero el final. Sentí cada palabra a flor de piel por eso nunca dudo en recomendarlo.
—¿Y el resto? —Reemplazar el tema por la canción de Morat—. ¿Los besos de quién te matan?
—¡Mira! ¡Un carrito eléctrico para niños! —Apunto uno ubicado en el suelo, al término del pasillo—. ¿No quieres llevarte uno?
—¿Evadirás mi pregunta?
—He estado enamorado de Kiara durante años—me resigno a contestar—. No es ningún secreto que nunca pude sacarla de mi cabeza. Sin proponérmelo la reflejé en mis historias.
—Conmovedor, ¿gustas adicionar algo más?
—El frío congeló mi nariz.
De nuevo escucho la risa de Kiara y volteo, con un color rojizo tiñendo mis mejillas. Ivet la acompaña, carga una pelota azul en sus manos y la mete al coche.
—Y después me cuestionas por qué prefiero el calor.
—No escuchaste lo que dije, ¿o sí?
—Esperaba una frase profunda. Te daré un ocho.
—Qué generosa, yo lo calificaría con un seis —determina Ivet—. A Logan le pondría diez por la ambientación musical. Ya nomás le falta el violín.
—En dos meses es San Valentín —remembra mi amigo, quien centra sus ojos en Kiara y en mí—. Si necesitan a alguien que sostenga un ramo de flores o que cuelgue un pasacalle, avísenme con anticipación para firmar el contrato.
—No sé hasta qué punto sea fiable recurrir a tus servicios, pero te contrataremos para vestirte de Cupido. —Me ahorro mencionar que no le pagaré más de dos euros—. Con pañal incluido.
—¿Planean una cena romántica?
—Planeamos burlarnos de ti —lo corrige Kiara.
—De todas formas, ¿qué te hace creer que estarás disponible ese día? —le increpa Ivet—. Si Axel consiguió una cita, no creo que tú...
—¿Cuándo ocurrió eso? —Logan luce igual de sorprendido que nosotros.
—Anthuanet lo invitó a salir hace un rato —revela y gira la cabeza a ambos lados para cerciorarse de que ninguno se acerque—. No los espiaba ni nada por el estilo. Sin querer oí su conversación y luego me escondí en la cesta de pelotas para enterarme del chisme completo. No podía quedarme con la intriga. Creo que irán a una cafetería del centro mañana después de clases y luego...
Como si los hubiese invocado, la voz de Axel la interrumpe. Ivet se estremece y agarra del brazo a Logan en un acto reflejo. Me fijo en el carrito que arrastran y descubro dentro al auto eléctrico azul que antes permanecía en una esquina del pasadizo. Van llevárselo. Envidio al infante que se montará allí.
—Así que las paredes tienen oídos.
—Ya me parecía extraño que de los balones sobresaliera una zapatilla —expone Anthuanet.
—Me caí ahí por accidente, no por chismosa.
—Mejor escoge la siguiente canción —la alienta Logan, tendiéndole su teléfono y evitando que suelte otra ridícula excusa—. Una menos empalagosa, de ser posible.
—Veamos que traes aquí. —Recibe el dispositivo y me preparo para percibir un ritmo diferente—. ¿Wake me up when september ends? ¿En cambio no? ¿See you again? ¿Cuando la noche llega? —Ríe entretanto revisa los nombres de las pistas—. Andas depresivo, Logan. Por favor no te cortes las venas.
Mi sonrisa se borra casi a la misma velocidad que la de él, quien le arrebata el móvil. Guardo silencio y de momento, opto por no intervenir en la discusión. Kiara también nota la tensión que rellena nuestra atmósfera de repente.
—¿Por qué siempre dices esas cosas como si fuera un chiste? ¿Sufrir depresión te parece divertido?
—No sabía que te afectaba tanto hablar del tema, no quise... —titubea, mas no logra culminar.
—¡No me afecta! —exclama, con la mandíbula tensa—. Pero claro que me molestará que te tomes todo a la ligera. No jodas, Ivet. Personas como tú deberían extinguirse de una vez. Si vas a soltar ese tipo de comentarios todo el tiempo, mejor no vuelvas a acercarte a mí. Me tienes harto.
Echa a caminar por el pasillo, ante un montón de miradas expectantes. Avanza pisando fuerte y con las manos en los bolsillos. Observo a mis amigos sin saber qué pronunciar para justificarlo y contemplo la esquina por la que ha desaparecido. Logan no se encuentra bien. Prometimos estar siempre el uno para el otro y esta vez no será la excepción. Kiara me sonríe y me señala el pasillo, incitándome a seguirlo.
—Te necesita, Sebas. Ve con él.
Ivet no se muestra enojada, sino desconcertada. Espero que se detenga con esas expresiones, pues no hacen más que hundirlo. Recuerdo que cuando me contó lo que le ocurre sentí miedo. Temor a que algo le sucediera, a perder a mi mejor amigo. Pero le prometí quedarme a su lado en sus días buenos y malos. No me importa qué pensamientos torturen su mente, estos no lo definen. Troto para alcanzarlo en cuanto lo diviso recostado en una pared y con la vista estancada en un punto cualquiera del lugar. No repara en mi presencia hasta que me aclaro la garganta.
—Me duele el pecho. Otra vez la sensación alfileres.
La conozco. Mi ansiedad se manifiesta igual en algunas ocasiones, aunque a Logan le sucede con mayor frecuencia. Coloco una mano en su hombro y me posiciono junto a él.
—Si te sientes mal, podrías hablarlo con tu psiquiatra para que te recete algo más.
—Me cuesta mucho adaptarme a los medicamentos. El primer mes es horrible y detestaría pasar por lo mismo de nuevo. A veces siento que consumo veneno disfrazado de medicación. —Comprendo a la perfección. Lo mismo pensaba respecto a las quimioterapias. Logan inhala profundo, como si se liberase de un gran pesar—. ¿Ivet se enfadó conmigo?
—Está confundida. No comprende qué te sucede.
—Se lo contaría, pero sus expresiones no me inspiran confianza. No es solo por lo de la cafetería y lo que mencionó ahora, dice esas cosas más a menudo de lo que han oído. Me duele que vea la salud mental como un juego y bromee al respecto, por eso estallé —admite, abrumado, y gira para enfocarme—. ¿Qué tal si se burla de mí o me tacha de loco? La última vez que le confesé esto a una chica pensó que era un psicópata y yo no quiero lastimar a nadie.
En muchos libros y películas pintan a las personas con enfermedades mentales como peligrosas. Cuando en realidad resultan más propensas a sufrir violencia. Sí existen asesinos con trastornos, mas no todos los que padecen uno lo son y aquella imagen que proporcionan ciertos medios no ayuda a eliminar estigmas.
—Ya sabe que te incomoda su actitud. Si no vuelve a bromear al respecto y se disculpa por ello, tendrás un buen indicio.
—También debería hacerlo yo con ella. No fue la manera correcta de decírselo.
—Has estado muy agobiado estos días, ¿verdad? —Levanta la barra de chicle en respuesta.
—Las pesadillas han cesado después de tres semanas, pero aún se repiten en mi cabeza varias escenas que me encantaría olvidar—remembra con amargura. Aún le cuesta digerirlo—. ¿Cómo he logrado lidiar con esto tanto tiempo?
—Eres más fuerte de lo que crees. Te mereces ser feliz, por mucho que tu mente lo niegue. Cuando recaíste hace dos años me aterró la idea de perderte. Pero saliste adelante y nos demostraste a todos que para ti no hay imposible. Talentoso, leal y perfecto, así te defino. Y aun si hubieses partido, seguiría considerándote una de las persona más valientes y fuertes que tuve la dicha de conocer.
—Me alegra haber fallado cuando intenté acabar con mi vida. —Batallo por no echarme a llorar y mantenerme firme. Logan pasa un brazo por sobre mis hombros.
—Estaré aquí cada vez que necesites que te recuerde lo maravilloso que eres.
Le regreso la sonrisa que esboza de repente y me propongo la tarea de conservarla durante el resto del día. La vida me parece mucho menos agria si seguimos unidos, si nos enfrentamos al mundo juntos.
***
¡Hola!
¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Qué opinan de la relación de Sebastián y Logan? ¿Qué creen que le suceda a este último? Aún faltan revelar varias piezas de su historia 🥺
Por otra parte, me alegro que Kiara y Sebastián pudieran solucionar sus problemas mediante el diálogo ❤️🩹
En este capítulo se menciona el libro de Un beso bajo la lluvia, el cual recomiendo muchísimo ☔🎈 Me encantó el mensaje que transmite y la manera en que se cuenta la historia, ligera y con un menudo plot twist. Lo vi en la Feria del libro, lástima que no traía dinero para comprarlo :(
Nos estaremos leyendo la semana entrante, ¡hasta pronto! 👋🏻
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